¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 4 de noviembre de 2022

¡AHORA HA VENIDO "ESE" HIJO TUYO...!

"Hace tantos años que te sirvo, 
y jamás dejé de cumplir una orden tuya, 
pero nunca me has dado un cabrito 
para tener una fiesta con mis amigos; 
¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, 
que ha devorado tu herencia con prostitutas, 
has matado para él el novillo cebado!" 
(Lc 15,29-30)

¡Ahora ha venido ese hijo tuyo...! Es lo que le dice el hijo mayor de la parábola al Padre, al regresar su hermano (Lc 15,30). No dice "ese hermano mío" sino "ese hijo tuyo...", una expresión despectiva que parece hacerse eco de otra similar: "La mujer que me diste..." (Gn 3,12). El hombre, cuando se siente "destronado" o "interpelado", siempre se excusa y culpa a Dios.

Las palabras del evangelio de Lucas muestran una terrible realidad que muchos, que hemos estado alejados y hemos regresado arrepentidos a la Iglesia, sufrimos con frecuencia: las miradas de recelo y desprecio de algunos de nuestros "hermanos mayores" por recibir la gracia de Dios. Incluso le increpan por alegrarse y recibirnos con una fiesta.

Desgraciadamente, algunos que se consideran a sí mismos justos y fieles, conciben la casa de Dios como algo propio y exclusivo en la que ellos deciden dónde, cómo, cuándo y quién puede recibir la gracia divina. Parecen decirle a Dios cómo ser Dios y qué debe hacer.

Pero el Señor mismo les contesta en otro pasaje del evangelio con la parábola de los jornaleros de la viña: "¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?" (Mt 20,15). Dios es bueno y aunque creó al hombre bueno, éste siempre cae en la tentación de ser malo.

El Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca dice que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Y el diccionario afirma que el término "envidia", que proviene del latín in- "poner sobre" y videre, "mirada", es decir, poner la mirada (malintencionada) sobre algo o alguien, "ver mal", con maldad o con "mal ojo", es justamente el sentido que Dios nos enseña en estas parábolas y que quiere que evitemos. 

Sin embargo, ni la envidia del hermano mayor ni la de los trabajadores tempraneros proviene sólo por su errónea idea de "injusticia retributiva" de Dios, sino por la alegría del "hijo resucitado" y por el hecho de que los jornaleros tardíos reciban el mismo salario al final del día.

Y es que estos "hermanos mayores" no llegan a comprender cómo es Dios realmente y cuán infinita es su misericordia y su bondad. No son capaces de ver...o, peor aún, "ven con maldad"...porque los celos les ciegan y la envidia les envenena. No comprenden que Dios no paga ni premia por nuestros méritos, sino porque Él es Amor... gratuito, infinito y para todos.
Esa incapacidad para alegrarse por la gracia divina derramada sobre otros, les lleva por celos a clericalizarse, a "farisearse", a sentirse orgullosamente superiores, a apropiarse de Dios y a proclamarse a sí mismos "dueños exclusivos de la gracia". 

La envidia es una actitud pecaminosa que tiene su origen en el orgullo y la soberbia, que conduce a prejuzgar y a difamar a nuestro hermano (en realidad, a "asesinarlo" ), que va en contra de la unidad de la Iglesia y que es "el pe­ca­do dia­bó­li­co por ex­ce­len­cia", según San Agustín, pues trata de alejarnos de la comunión con Dios y con los demás, buscando la división en el seno de Su familia, como hace también en el de la familia humana. 

¡Cuánto nos cuesta alegrarnos del bien ajeno! ¡Cuánto nos cuesta reconocer y apreciar la dignidad y los derechos de los demás como hijos del mismo Dios! ¡Cuánto nos cuesta "compartir" a Dios con otros! 

Sí, queremos a Dios para nosotros solos, pero en realidad, lo hacemos por un sentido egoísta de propiedad y no porque le amemos de corazón. ¡Estamos muy lejos de Él, aunque Él esté cerca de nosotros!...como el hijo mayor de la parábola.

El Señor nos advierte: "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Juan 10, 11).  "Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles están viendo siempre en los cielos el rostro de mi Padre celestial. [Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido.] …No es voluntad de vuestro Padre que está en el cielo que se pierda ni uno de estos pequeños" (Mt 18,10-11.14).

Si nos fijamos bien en todas las parábolas llamadas "de la Misericordia" (el hijo pródigo, los trabajadores de la viña, la oveja extraviada, el dracma perdido...), Dios siempre nos invita a la alegría y el gozo. Y por ello, nosotros los cristianos, ¿no deberíamos alegrarnos junto con el Señor porque encuentre a las ovejas descarriadas, a las monedas perdidas o al hijo "que estaba muerto"? (cf. Mt 18, 12-13; Lc 15,8-10).

La memoria de Dios sobre cada ser humano, el pensamiento amoroso que somos cada uno de nosotros, debería hacernos recapacitar sobre el riesgo de no perdonar (Mt 6,15), de ser rencorosos y olvidar -abandonar- el amor (Ap 2,4-5)…Porque sin amor, "nada somos" (1 Cor 13).

Dice el Ca­te­cis­mo de la Igle­sia Ca­tó­li­ca que la en­vi­dia es la tris­te­za que se ex­pe­ri­men­ta ante el bien del pró­ji­mo y el de­seo des­or­de­na­do de apro­piár­se­lo. Así pues, el gozo por el bien de nuestro prójimo sólo puede darse por un deseo ordenado y desinteresado que mire con los mismos ojos misericordiosos de Dios, o con la misma mirada tierna de Cristo, que no busca envidiar ni apropiarse sino enamorar y entrar en comunión.

Sigamos la invitación de san Pablo: "Que la esperanza os tenga alegres" (Rm 12,12). "No seamos vanidosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros" (Gal 5,26). O la del rey David: "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" (Sal 118,1). 

Así pues, la alegría debe ser la razón de nuestra esperanza en las promesas de Cristo y el agradecimiento, la actitud de nuestra confianza en la misericordia de Dios. 

Alegrémonos de la gracia que Dios derrama en otros hermanos, no por el aprecio insignificante que los hombres damos a una oveja frente a cien o a una moneda frente a diez, sino por el inmenso valor que tenemos todos y cada uno de nosotros para Dios.


"Alegraos, justos, y gozad con el Señor" 
(Sal 32, 11)

martes, 16 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (17): ¿VAS A TENER TÚ ENVIDIA PORQUE SOY BUENO?

"¿Es que no tengo libertad 
para hacer lo que quiera en mis asuntos? 
¿O vas a tener tú envidia 
porque yo soy bueno?”.
(Mt 20,15)

Todos somos llamados al Reino de los cielos porque Dios quiere que todos nos salvemos. Todos tenemos derecho a participar de su bondad y generosidad. No hay primeros ni últimos: esta es la lógica del amor misericordioso de Dios. ¡Nos quiere a todos porque nos ama a todos!

Trabajar desde el amanecer por el Reino de Dios no es una carga pesada ni motivo de envidia porque otros lleguen más tarde, sino un privilegio por el que estar agradecidos. A veces, queremos instrumentalizar a Dios y utilizarle para nuestros intereses. Le queremos para nosotros solos, en exclusiva, y no permitimos que otros accedan a su gracia.

Son los mismos resentimientos del hijo mayor de la parábola del hijo pródigo que se siente desplazado por la llegada del hermano menor pero que recibe la misma misericordia del Padre, cuando le dice "Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo" (Lc 15, 31). 

Son los mismos recelos y envidias que tienen muchos que llevan toda la vida en la Iglesia cuando llegan a la parroquia los recién convertidos, como si éstos no tuvieran derecho a formar parte de ella pero con los que Dios se alegra y a quienes invita a su fiesta. 

Son los mismos celos y "pelusas" que tiene un niño mayor cuando nace un hermano pequeño al sentirse desplazado del amor de los padres. Sin embargo, un Padre o una Madre quiere a todos sus hijos por igual. Si pone especial atención por el pequeño es porque necesita más atención en ese momento, pero no significa que haya dejado de querer al mayor.
Dios es el dueño de la viña que da trabajo a todos. Quiere a todos en su casa. No mide los méritos de los obreros sino que atiende las necesidades de todos. Sin embargo, los hombres no dejamos a Dios ser Dios. Queremos acapararlo para nosotros, utilizarlo para nuestro provecho y que nos premie por nuestro esfuerzo.

Pero la justicia de Dios no funciona así..."Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" (Is 55,8)El amor de Dios está abierto a todos, no podemos monopolizarlo, no podemos medirlo ni pesarlo. No podemos señalar los pecados de otros y atribuirnos méritos según nuestros esquemas para hacer un Dios a nuestra medida, solo para nosotros.

Nuestro compromiso con Dios debe llevarse con alegría y gratitud, sin compararnos con los demás, sin estar pendientes de lo que otros hagan, sea mucho o poco, ni del tiempo que lleven...No podemos rivalizar con otros por el amor de Dios. Debemos alegrarnos por nosotros y por los demás.
Dios es tan grande que tiene de sobra para todos. Tiene un corazón tan misericordioso que no podemos encerrarlo en nuestros pequeños esquemas. Tiene una bondad tan infinita que todos cabemos en su reino. Tiene un amor tan inagotable que hay para todos.

Esta es la misericordia de Dios: la que debe inclinar mi corazón a agradecer en lugar de envidiar, a pensar en lo que tengo en lugar de lo que me falta, a alegrarme por la llegada de mi hermano, a pasar del resentimiento al agradecimiento, de la sospecha a la confianza, de la tacañería a la generosidad, del odio al amor.

La auténtica recompensa no es el pago final de la vida eterna. El regalo es el mismo Dios que se dona generosamente por amor a todos. El verdadero premio es estar en su presencia, en su amor, en comunión con Él para siempre.

Para la reflexión:

¿Cuestiono la justicia de Dios?
¿Quiero a Dios sólo para mí?
¿Trato de monopolizarlo y se lo niego a los demás?
¿Intento limitar el amor y la bondad de Dios?
¿Soy un cristiano agradecido o resentido?
¿Amo a Dios y al prójimo de verdad?



JHR

domingo, 14 de marzo de 2021

VENCER LA ENVIDIA

"Tened la misma consideración y trato unos con otros, 
sin pretensiones de grandeza, 
sino poniéndoos al nivel de la gente humilde. 
No os tengáis por sabios. 
A nadie devolváis mal por mal. 
Procurad lo bueno ante toda la gente" 
(Romanos 12,16-17)

Ninguno estamos exentos de sentir envidia. Es una consecuencia del pecado original en el corazón humano, del que nace el egoísmo. Es la tristeza o pesar por el bien ajeno, es decir, sentir malestar por la felicidad del otro, el deseo de conseguir lo que no se posee, de fijar la atención en lo que no se tiene, dañando la capacidad para apreciar y disfrutar lo que se tiene.

La envidia, que significa "el que no ve con buen ojo" o "mal de ojo", es el factor determinante para la aparición del odio y del resentimiento que "mira mal" y que no busca la felicidad propia, sino la desgracia ajena. Quien "mira mal" está "matando" a su prójimo y, por tanto, incurre en un pecado capital, impropio de un cristiano. 
La envidia es una losa interior, una declaración de inferioridad que el envidioso no está dispuesto a asumir en público. Es un veneno que mata poco a poco al envidioso puesto que, al centrarse obsesivamente en el envidiado, produce un sentimiento de infelicidad, amargura y ausencia de paz que le conducen a una muerte lenta y agónica.

La envidia nace de una mentalidad de pobreza y escasez, que piensa que no tiene, o que nunca tiene bastante, y que siempre quiere más. No tiene nada que ver con lo que algunos llaman erróneamente "envidia sana". No existe la envidia sana. Lo que existe es la "admiración". Y es que mientras que la admiración provoca buenos deseos para el admirado y de mejora y de bienestar para el admirador, la envidia sólo produce hostilidad y malestar.

Este "pesar" surge de un corazón mediocre que odia el talento y genera recelos y malos pensamientos unidireccionales, que inducen al envidioso a la calumnia y a la difamación del envidiado: quien "mira" mal al prójimo suele "hablar" mal del prójimo.
La envidia es propia del Diablo, un demonio en sí misma, una realidad deformada por el orgullo que impulsa la codicia, la avaricia, la ira, la polémica, la blasfemia, la suspicacia y el altercado (1 Timoteo 6,3-5), y provoca en el envidioso infelicidad, culpabilidad, frustración, negatividad, rivalidad, enfrentamiento, tristeza, victimismo, etc. 

La envidia es competitiva e individualista y encaja a la perfección en nuestro mundo actual, que nos seduce a consumir y a desechar, a usar y tirar, a luchar y ganar, a competir y vencer, a buscar el beneficio propio y egoísta.

Pero... la envidia se puede vencer. La solución está a nuestro alcance. 

Se trata, en primer lugar, de poner a trabajar las virtudes de la modestia y de la humildad que nos permitirán dejar de preocuparnos desesperadamente por aquello que no tenemos, agradecer lo que tenemos y reconocer que otros puedan y merezcan tenerlo. 

En segundo lugar, enfocar nuestra vida hacia el interior, es decir, agradecer los dones y talentos personales que Dios nos ha concedido, y evitar estar pendientes del exterior, de las habilidades o capacidades de otros. 

Y en tercer lugar, asumir la idea de que los fracasos no son obstáculos para el éxito, sino aprendizajes necesarios para llegar a él.

La envidia se puede vencer.

miércoles, 17 de junio de 2020

QUE NADIE NOS ENGAÑE: LA ENVIDIA NO ES CRISTIANA


"Algunos anuncian a Cristo por envidia y rivalidad; 
otros, en cambio, lo hacen con buena intención; 
éstos porque me quieren 
y saben que me han encargado de defender el Evangelio; 
aquellos proclaman a Cristo por rivalidad, 
con intenciones torcidas, 
pensando hacer más penosas mis cadenas.
(Filipenses 1, 15-17)

Existe un hecho en el que todos los cristianos estaremos de acuerdo: Somos hijos de Adán y de Caín, es decir, hijos del pecado. Y la principal consecuencia del pecado es la soberbia, la puerta por la que entran el resto de los pecados, empezando por la envidia. Y con ella, sus hijos, los celos.

Seguramente, nuestros primeros padres pecaron por soberbia y por envidia, queriendo "ser como Dios ". Y ese pecado no sólo les llevó a su propia muerte, sino a buscar con ahínco, la "muerte" del hermano.

Dice el Papa Francisco, refiriéndose a sacerdotes y a obispos, que los celos y las envidias crean enemistad entre las personas y destruyen los vínculos de hermandadDice también que el resentimiento o la amargura no son cristianos

Y yo añadiría: ¡qué pocos cristianos y cuántos enemigos veo en nuestras comunidades católicas! ¡qué poco agradecimiento y cuánto resentimiento veo en nuestras parroquias!

Parece ser que algunos obispos, sacerdotes y laicos escuchan poco o nada al santo padre, y menos, a Dios...¿quizás por orgullo? ¿quizás porque rezan poco o nada? Porque si escucharan, al menos, su conciencia les dictaría su mal proceder y les recordaría la escena entre Caín y Abel, que parecen haber olvidado.

Algunos sacerdotes, vicarios, obispos y también laicos están siempre irritados, "cristianos con cara de acelga" (como los llama el papa), siempre poniendo trabas, siempre poniendo "peros", siempre enfadados con sus hermanos de sacerdocio o con sus hermanos de fe. 

Que nadie nos engañe: existe envidia de obispos a sacerdotes, entre sacerdotes, de sacerdotes a laicos y entre laicos...y porque no hay nadie más....pero no es cristiana.
Marca Personal, éxito y gestión de la envidia
Quizás porque, como Caín o como el Rey David, intuyen o saben que su sacrificio, su servicio, su modo de actuar no es del agrado de Dios. La envidia no deja ver con claridad, y entonces se inicia el proceso del malLa envidia se convierte en celos, los celos en amargura, la amargura en resentimiento, el resentimiento en odio y el odio en muerte.

Al principio, con pequeñas envidias y con pequeños celos, se comienza a perder la caridad y la misericordia que nos enseñó el Señor de la Iglesia, Jesucristo. Poco a poco, uno se deja llevar por  bajos instintos y sentimientos poco cristianos. Esas "pequeñas cosas" se convierten en "grandes cosas", que van envenenando la mente, endureciendo el corazón y dañando la propias alma.

Y así, obsesionados por la soberbia, por un afán de protagonismo, por un deseo de poder, el mal de la envidia crece en el interior y conduce al rencor. El rencor, a la enemistad. La enemistad, al odio. Y cuando hay odio, la guerra es inevitable...  Y cuando hay guerra, la muerte es inexorable...No se puede parar y se acaba "asesinando" a los hermanos.

¿Dónde está la paz de Cristo? ¿Dónde está el amor de Cristo? ¿Dónde está la fidelidad a Cristo? ¿Dónde está el servicio al prójimo?... ¿Dónde está tu hermano?nos pregunta Dios.

La envidia es un mal que nos afecta a todos los seres humanos y, desgraciadamente, también a los cristianos. Los celos contienen de grandes dosis de soberbia, de avaricia, de codicia y de odio. Y nada de eso es cristiano. No puede serlo...

No nos engañemos: no hay envidias sanas. Toda envidia es insana y dañina. Y conduce a lo peor que hay en nosotros. ¿Por qué lo llaman "envidia sana" cuando deberían llamarlo "buen ejemplo"?

No nos engañemos: no hay celos saludables. El único celo sano es el apostólico, que nos impulsa a amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. El amor...eso sí es cristiano.  Los celos llevan al odio. El celo lleva al amor.

El buen ejemplo de otros no puede ni debe generar en nosotros ningún instinto malvado ni ningún sentimiento de repulsa, condena, menosprecio o resentimiento. Más bien, al contrario, debería exhortarnos a la aprobación, a la felicitación, al aprecio y al agradecimiento. El agradecimiento, el reconocimiento, eso sí es cristiano.

El enemigo de la envidia no es nuestro hermano sino nuestra propia debilidad, nuestro propio pecado...nosotros mismos. El propio Jesús tuvo que reprender y corregir a sus apóstoles cuando aparecieron las envidias y los celos: Y la mayoría se dieron cuenta de su error y rectificaron. Todos menos uno.
Existen sacerdotes en la iglesia mormona?
Los cristianos, seamos obispos, sacerdotes o laicos, no podemos ni debemos apropiarnos, por envidia, de lo que nos corresponde a todos por igual. No podemos ni debemos apropiarnos, por soberbia, de Dios, de la gracia o de la fe. No podemos ni debemos, por avaricia, dividir la Iglesia de Cristo en cristianos superiores o inferiores. La envidia, la soberbia, la avaricia, la división...nada de eso es cristiano.

Los católicos, seamos sacerdotes o laicos, no podemos ni debemos, por soberbia, menospreciar a un sacerdote por su labor, por su carisma o por su parroquia; no podemos ni debemos, por ambición, despreciar a un laico por su compromiso, por su celo o por su fidelidad. La soberbia, el menosprecio, la ambición, el desprecio...nada de eso es cristiano.

¡Ayúdame, Señor, 
a no tener envidias, ni celos, 
a no menospreciar, ni a difamar, 
a no codiciar lo que otros tienen,  
ni a amargarme por el bien de los demás, 
ni odiar los dones de otros ! 
¡Ayúdame, Señor, 
a no matar al prójimo con mi resentimiento!

martes, 4 de abril de 2017

LA LUZ PRIMORDIAL: ANTÍDOTO PARA LA ENVIDIA


"Nosotros también en otro tiempo fuimos unos locos, 
desobedientes, descarriados, 
esclavos de toda clase de concupiscencias y placeres, 
malos y envidiosos, 
odiados de todos y odiándonos mutuamente unos a otros. 
Pero Dios, nuestro Salvador, 
al manifestar su bondad y su amor por los hombres, 
nos ha salvado, no por la justicia que hayamos practicado, 
sino por puro amor, mediante el bautismo regenerador 
y la renovación del Espíritu Santo, 
que derramó abundantemente sobre nosotros 
por Jesucristo, nuestro Salvador, 
a fin de que, justificados por su gracia, 
seamos herederos de la vida eterna, tal y como lo esperamos." 
(Tito 3, 3-7) 


El diccionario define la envidia como  el "sentimiento de tristeza o enojo que experimenta una persona que no tiene o desearía tener para sí sola algo que otra posee."

La envidia es la conciencia dolorosa y resentida de una ventaja disfrutada por otra persona. La Biblia está repleta de situaciones que nos hablan de la envidia. Fijémonos en la parábola del hijo pródigo del Evangelio de Lucas: vemos cómo el hermano mayor llega del campo y no sólo se enfada con el Padre sino que no quiere entrar y alegrarse por su hermano (Lucas 15, 5-32).

El Rey Salomón nos dice en Proverbios 14,30 que “El corazón apacible es vida de la carne; Mas la envidia es carcoma de los huesos; y en Eclesiastés 4, 4: “He visto asimismo que todo trabajo y toda excelencia de obras despierta la envidia del hombre contra su prójimo. También esto es vanidad y aflicción de espíritu.”

El Santo Job dice: “Es cierto que al necio lo mata la ira, Y al codicioso lo consume la envidia.”(Job 5,2).

Esclavizados por la tiranía de la envidia, lloramos por los que se alegran y nos alegramos por los que lloran. La envidia es un camaleón sutil con muchas caras, se disfraza de suave adulación durante un minuto y de indignación injusta en al siguiente.

El peligro del éxito

La envidia es la enemiga de la fraternidad y la asesina de la comunión. Opera cerca de casa y asalta nuestras relaciones más cercanas. 

En el colegio o en el trabajo, la envidia nos ciega la vista cuando uno de nuestros compañeros de clase saca mejores notas, tiene más amigos, es mejor, más simpático, más educado, más dotado, más inteligente, más popular, más estimado o más exitoso. 

En casa, no vemos con buenos ojos o incluso, nos molesta que nuestro cónyuge progrese en el mundo laboral. Y yo mismo, he sufrido la envidia de mis propios padres: "un hijo nunca puede ser ni tener más que sus padres".

El éxito humano siempre engendra envidia, y con ella viene la rivalidad, la competencia, la codicia y el resentimiento. En la medida que prefiramos cambiar una relación de amor por una de envidia, sólo encontraremos resentimiento y amargura.

El éxito viene de Dios

Afortunadamente para nosotros, Dios es plenamente consciente de este pecado capital nuestro y lo aborda de frente. 

En el evangelio de Juan, los discípulos de Juan el Bautista vienen a él con palabras que parecen hechas a medida para provocar la envidia: "Fueron a Juan y le dijeron: "Maestro, el que estaba contigo al otro lado del Jordán, del que tú diste testimonio, está bautizando y todos acuden a él". Juan respondió: "El hombre no puede apropiarse nada si Dios no se lo da."  (Juan 3, 26-27)

La respuesta de Juan vale su peso en oro. En primer lugar, les recuerda de dónde proviene toda bendición, éxito y oportunidad.  Cuando recordamos que el éxito nos lo regala Dios, matamos la envidia. Sin embargo, muchos de nosotros osamos contradecir la sabiduría divina, murmurando y criticando las oportunidades o el éxito de los demás.

Segundo, Juan recuerda su papel. Él es el amigo del Novio, el padrino, no el Esposo. Y los padrinos son felices cuando ven al novio y cuando oyen su voz. Sin embargo, muchos de nosotros jugamos a reemplazar al Novio. No queremos ser Jesús. A veces actuamos como si compitiéramos para ser el mejor hombre. 

Por eso es tan importante trabajar para alegrarnos mucho cuando oímos la voz del Novio en las voces de nuestros compañeros padrinos. ¿Qué estamos diciéndole al Novio si nuestra reacción ante un hermano es quejarse, quejarse o despedirlo?

Finalmente, la alegría de Juan se completa cuando el Novio llega y lo supera. Cuando Cristo aumenta, Juan se contenta con disminuir. Sin embargo, muchos de nosotros no nos alegramos cuando Cristo aumenta en otra persona.

La luz primordial

El otro día, escuchando a mi director espiritual, comprendí cuál es la clave para descartar definitivamente la envidia. Me contó lo que el Profesor Plinio Corrêa de Oliveira definía como "luz primordial": 

"Cada hombre es llamado a contemplar a Dios y a reflejar sus perfecciones de un modo propio y característico". 

"Todo hombre nació para alabar a Dios. Esa alabanza se hace por la contemplación de ciertas verdades, virtudes y perfecciones divinas. La ‘luz primordial' es la aspiración existente en el alma de cada persona para contemplar a Dios de un modo propio".

"Cuando la persona consigue discernir su "luz primordial", descubre la virtud que dará unicidad a su llamado; como si fuese un rayo a brillar en su vida, indicando el norte para el cual ella mejor alcanzará a Dios. En el momento en que la persona llega a tornarla explícita para sí misma, encuentra su vía de santificación y, en ella, la paz interior".

"Todo hombre está dotado de un "centelleo de Dios", puesto por el Creador exclusivamente en su alma: no ha puesto ni pondrá otro a lo largo de toda la Historia."

"Cada hombre es, por así decirlo, un momento único de la Historia de Dios"

Monseñor João Clá tiene también un brillante comentario a ese respecto: 

"A manera de un punto en la superficie de un espejo, cada persona recibe del Sol de Justicia un rayo de luz sobrenatural impar. Y solamente ella puede y debe reflejarlo cada vez más en esta vida, hasta reflejarlo sin defecto en la eternidad. Así, ese concepto puede ser aplicado a la afirmación del salmista: "in lumine tuo videbimus lumen" - "en tu luz veremos la Luz" (Salmo 36, 10).
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"De ahí resulta que cada alma tiene un matiz irrepetible, que la torna, en algún punto, superior a todas las otras. Por ser ella, la "luz primordial", un don de Dios, fue concedida a todos los hombres para habilitarlos a reflejar las perfecciones divinas. O sea, desde aquel individuo menos agraciado hasta en el más dotado que pueda existir en la Historia de la Humanidad, ella estará presente".

Entonces, ¿por qué envidiar la luz de otros si Dios se la ha dado para que le veamos a Él en el prójimo? ¿qué razón hay para anhelar algo que cada uno de nosotros tenemos de forma exclusiva y única? ¿qué motivo nos impulsa a envidiar a otros si nosotros también estamos dotados de una "luz primordial"? ¿por qué envidiar a otros si todos somos hijos "únicos" de Dios?

Estoy convencido de que esta es una de las grandes pruebas de un cristiano: pasar de la envidia al halago, de la amargura a la alegría, de la oscuridad a la luz primordial

Así que os invito a asumir la prueba conmigo. La próxima vez que alguien brille, tenga éxito o una oportunidad que deseamos para nosotros, ¿Cómo reaccionaré? ¿murmuraré como el hermano mayor en la parábola del Hijo Pródigo o celebraré una fiesta con él? 

No se trata sólo de aceptar el éxito de los demás, sino de alegrarme, de celebrar, de bailar y comer por su éxito. 

Cuando alguien es bendecido por Dios, ¿estoy lleno de gratitud o vacío de amor por una rivalidad envidiosa? ¿Mi corazón se encoge de ira y amargura, o se hincha y se desborda con alegría? Cuando se trata de los triunfos o los frutos de otros, ¿soy su mayor fan o su mayor crítico? ¿veo la mano de Dios en ellos? En general ¿veo la "luz primordial" de los demás?

Por eso, le pido al Espíritu Santo que me ayude a ver la luz en los demás, a no consumirme de envidia ni a esclavizarme de rencor por los triunfos de los demás, sino que en vez de ello, la Gracia agrande mi corazón para alegrarme de sus bendiciones y que mi gozo sea completo cuando escucho la voz del Novio aumentando los dones y talentos de los demás.

Fuente:

-"La luz primordial"  (Gaudium Press)


Sugerencia:

-"La luz primordial y las potencias del alma: Plinio Corrêa de Oliveira- Charla en São Paulo, octubre de 1957.