¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 13 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): SANTOS ¡YA!

 
"Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto"
(Mt 5,48)

La llamada a la santidad es universal. Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4) y "no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (2 Pe 3, 9).  

Sin embargo, cada uno de nosotros tenemos la voluntad y la libertad, dados por Dios, para elegir entre dos caminos divergentes: santidad o pecado, dicha o pena, salvación o condenación.

Es verdad que si dejamos la santidad a la que el Señor nos llama para más adelante, quizás nunca la alcancemos. Necesitamos tener claro cuál es el camino al cielo y que necesitamos hacer para llegar a Él. Y necesitamos hacerlo ya.

La Iglesia nos enseña que todos requerimos pasar por un proceso de purificación, porque en el cielo "no entrará nada profano" (Ap. 21, 27), que podemos realizar en la tierra o en otro estado intermedio entre la tierra y el cielo

Jesús también se refirió este estado intermedio  cuando habló de un perdón posterior a la muerte (cf. Mt 12, 32) y cuando comparó el pecado a una deuda que tenemos que saldar (cf. Lc 12, 58-59). Es lo que conocemos como el purgatorio. 

Pero, para evitar el purgatorio, tenemos que empezar con nuestra purificación ya, ahora mismo, y para ello, primero, hemos de saber qué significa ser santo.

Ser santo no significa ser un superhéroe de la fe ni tampoco realizar actos imposibles. La santidad está al alcance de todos porque si no, Dios no nos la pediría. El Señor no nos pide imposibles. La santidad supone hacer extraordinario lo ordinario teniendo a Jesús en nuestro corazón.

Sin embargo, en nuestro corazón conviven tres "yoes" a modo de interrogantes:

¿Quién quiero ser? Mis expectativas, mis anhelos, mis deseos.

¿Quién dice la gente que soy? Mi imagen pública, el modo en que me ven y mi trato con los demás.

¿Quién soy realmente? Mis virtudes, mis defectos, mis heridas y debilidades.

Tres preguntas que, por sí solas, no me llevan a la plenitud, a la felicidad, a la bienaventuranza, a la santidad. Necesito hacer sitio en mi corazón a Jesús. 

Cuando le abro la puerta de mi vida al Señor, Él me habla de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-11), el auténtico manual para ser santo y que suscitan la pregunta: ¿Quién soy para Dios?
Las Bienaventuranzas son la idea de hombre que Dios tiene pensada para mi desde el principio de la creación; son el mismo retrato de Cristo.

Son las obras que realiza Dios en mi para hacerme semejante a su Hijo, que dibujan el rostro de Jesús, describen su confianza plena en el Padre, su amor y misericordia hacia todos; son el único camino al cielo; son la vocación a la que Dios me llama. 

Bienaventurado, dichoso, santo, perfecto es el:
  • pobre en el espíritu: ¿Reconozco mi pobreza, mi debilidad y mi necesidad ante Dios? ¿Me humillo y mendigo a Dios su gracia? ¿Soy consciente de que sin Dios nada tengo y nada puedo?
  • manso y humilde de corazón: ¿Me asemejo a Cristo? ¿Soy humilde? ¿Acepto la voluntad de Dios? ¿Muestro bondad y autocontrol? 
  • desconsolado: ¿Estoy triste y afligido? ¿Cansado y agobiado? ¿Mi dolor y sufrimiento me abren a una relación con Dios? ¿Es Cristo para mí el consuelo definitivo?
  • hambriento y sediento de justicia: ¿Soy justo con los demás?¿Tengo sed de Dios? ¿Le busco constantemente?
  • misericordioso: ¿Me compadezco de las debilidades y sufrimientos de los demás? ¿Soy misericordioso con los demás? ¿Amo al prójimo?
  • limpio de corazón:¿Es puro mi corazón? ¿Son buenas mis intenciones? ¿Busco hacer siempre el bien?
  • pacífico: ¿Comunico paz y evito conflictos? ¿Tengo serenidad? ¿Pongo paz y eludo peleas?
  • perseguido, mártir: ¿Obedezco a Dios antes que a los hombres? ¿Entrego la vida a Cristo y no a los placeres del mundo? ¿Soy perseguido y acosado por causa de Cristo?
  • calumniado: ¿Soy rechazado y calumniado por ser cristiano? ¿Insultan y desprecian mi fe?
Para ser santo, más que faltarme muchas cosas que Dios me pide ser, me sobran muchas más... 

Me sobra mucha soberbia, orgullo, pereza, ira...Me sobra juzgar a otros, mirarlos mal, señalarlos...

Me sobra mucho tiempo y me falta mucha más oración, me sobra impaciencia y me falta mucha más calma, me sobra mucha ira y me falta mucha más paz...

Me falta darme más a los demás, preocuparme más por ellos, caminar con ellos...

Por eso, tengo que empezar a ser santo...¡ya!

miércoles, 3 de febrero de 2021

¿ACASO SOY YO EL GUARDÍAN DE MI HERMANO?

"Habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: 
Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, 
ni te desanimes por su reprensión; 
porque el Señor reprende a los que ama 
y castiga a sus hijos preferidos. 
Soportáis la prueba para vuestra corrección, 
porque Dios os trata como a hijos, 
pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? 
Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, 
es que sois bastardos y no hijos (...)
Dios nos educa para nuestro bien, 
para que participemos de su santidad. 
Ninguna corrección resulta agradable, en el momento, 
sino que duele; 
pero luego produce fruto apacible de justicia 
a los ejercitados en ella.
Procurad que nadie se quede sin la gracia de Dios, 
y que ninguna raíz amarga rebrote y haga daño, 
contaminando a muchos."
(Hebreos 12,5-8 y 10-11)

¿Por qué nos cuesta tanto corregir y ser corregidos? ¿Estamos negando la existencia del pecado y sus cosecuencias? ¿Justificamos el error y el mal? ¿Adoptamos una actitud indolente e indiferente hacia nuestros hermanos? ¿Hemos olvidado lo que Dios Padre nos dice acerca de nuestros hermanos?

Desgraciadamente vivimos en un mundo que oculta, justifica e incluso niega el pecado y las consecuencias que se derivan de él. Y si no hay pecado, nadie hace mal y, por tanto, no es necesaria corrección alguna. Lo vemos en nuestra vida cotidiana: los padres no corrigen a sus hijos, los profesores no reprenden a sus alumnos, los amigos no advierten a sus compañeros, los cristianos no enmiendan a sus hermanos...

Por ello, sin una noción de pecado, el mal campa a sus anchas y el insensato queda esclavizado, a la espera de su muerte: "Su propia maldad atrapa al malvado, queda preso en los lazos de su pecado; morirá por no dejarse corregir, tanta insensatez lo perderá" (Proverbios 5, 22-23). Quien no sabe que está equivocado, camina en oscuridad hacia su perdición.

Es cierto que toda corrección es difícil, molesta y desagradable para quien la ejerce, y más aún, para quien la recibe. Sin embargo, es misión del cristiano hacer ver el error a quien se equivoca. Corregir no es juzgar a nuestro hermano, no es criticarle ni condenarle. Corregir es ayudarle, es amarle. Quien ama, corrige; quien no ama, muestra indiferencia. 

Dios nos ha creado para vivir en comunión, Cristo nos ha liberado del pecado y el Espíritu Santo nos ha insertado, por el bautismo, en la familia de Dios. Por tanto, no podemos desentendernos de nuestros hermanos ni caer en la actitud cainita y homicida de "¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?" (Génesis 4,9). Sí, todos somos guardianes de nuestros hermanos.

La corrección fraterna es un acto de caridad con el que el cristiano advierte a su prójimo del error, le ilumina y le ayuda a retomar el camino hacia la santidad: "Animaos, por el contrario, los unos a los otros, cada día, mientras dure este hoy, para que ninguno de vosotros se endurezca, engañado por el pecado" (Hebreos 3, 13).

La corrección fraterna es un instrumento de crecimiento necesario para alcanzar la madurez espiritual, y un mandato de Dios, quien como buen Padre misericordioso, lo ha establecido por y para nuestro bien, por y para nuestra salvación: "Si tu hermano peca contra ti, repréndelo estando los dos a solas. Si te hace caso, has salvado a tu hermano" (Mateo 18,15).
Pero la Serpiente, que es muy sibilina, ha seducido la mente del hombre para que vea el fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal como algo apetecible e inocuo, provocando un pensamiento negacionista del pecado y una mentalidad indiferente e insensible ante las consecuencias de comer de él. 

El Enemigo, que es un mentiroso, después de tentar y hacer sucumbir la voluntad del hombre para atraparle en el pecado, le vuelve a engañar negando sus consecuencias y haciéndole creer que no pasa nada. Es más, le suscita la falaz idea de que la corrección es una falta de misericordia hacia los demás y por tanto, no debe realizarse.

Aunque, en principio, la falta de corrección no supone implícitamente una expresión directa de odio, sí supone un pecado de omisión, además de una falta de caridad de quien no la ejerce, y un impedimento, a quien no es corregido, para alcanzar la gracia y la santidad: "Peor eres tú callando que él faltando" (San Agustín, Sermón 82, 7).

La falta de corrección, como dice San José María Escrivá, "esconde una comodidad cómplice del mal y una falta de responsabilidad a quienes huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados" .

Los cristianos debemos huir de esa visión claramente errónea, excesivamente humana y poco sobrenatural, que nos lleva a pensar que es improcedente o inoportuno ejercer la corrección a un hermano por temor a dañarle, por sentir que nuestro propio pecado nos impide corregir otros o por creer que no es posible la mejora en el corregido.
Los cristianos necesitamos actualizar continuamente nuestra necesidad de estar en gracia y de alcanzar la santidad, para nosotros y para los demás. Si seguimos el ejemplo de Cristo, debemos renovar constantemente nuestra obligación de mostrar humildad, compasión y amor ante los fallos del prójimo, así como de aceptar de buen grado la propia corrección con el ejercicio de esas mismas virtudes, unidas a un sincero agradecimiento.

En realidad, si mostramos indiferencia o rechazo a la corrección, no sólo estaremos desentendiéndonos y despreocupándonos de nuestro prójimo sino que además, estaremos negando la misericordia de Dios, rechazando el amor..., es decir, estaremos pecando contra el Espíritu, algo que no tiene perdón (Mateo 12, 31-32).

Por tanto, a la pregunta clara y directa que nos hace el Señor: "¿Dónde está tu hermano?"...¿Responderé con indiferencia e indolencia? 
O diré: "Aquí está mi hermano, a quien me has mandado guardar" 

JHR


jueves, 21 de enero de 2021

LA IDOLATRÍA DE LO TEMPORAL ANTE LA DIFICULTAD DE LO ETERNO

"¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios 
a los que tienen riquezas!
¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! 
Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, 
que a un rico entrar en el reino de Dios (...)
¿Quién puede salvarse?
Es imposible para los hombres, no para Dios. 
Dios lo puede todo"
(Marcos 10,23-26)

Cristo, ante la pregunta del "millón": "Señor, ¿Qué debo hacer para salvarme?...mira al joven rico (me mira a mí) con infinita ternura e inmensa compasión (como siempre ha hecho y hace), mientras guarda silencio durante un instante. Su mirada me desnuda, me radiografía, me interpela...lo noto, lo siento...me traspasa el alma. 

El propósito de mi pregunta capciosa no es otro que escuchar lo que, en realidad, anhela mi corazón de hombre: que se cumpla mi voluntad, que se hagan realidad mis planes. En definitiva, que Dios se acomode a mí. Quiero seguir a Jesús pero "sin complicarme la vida". Quiero ir al cielo pero "sin sufrir, sin morir a mí mismo".

Aún así, Jesús no me critica ni me juzga. Conoce mi debilidad, sabe dónde he puesto mi tesoro y lo que guardo en mi interior (Mateo 6,21). Sin embargo, aún conociendo mis "proyectos de riqueza", no quebranta mi libertad ni fuerza mi voluntad. Tan sólo, me tiende su mano y me susurra: "Ven conmigo y verás cuánto te amo". Otra vez...me dice: "Sígueme".
Pero yo, creyéndome (auto)suficientemente rico y feliz, sin embargo, me sigo sintiendo siempre pobre y amargado, aferrándome a mis "seguridades" como a un clavo ardiendo, obstinándome en trazar y seguir mis "ideas", apegándome a mis deseos e ilusiones y prefiriendo las riquezas materiales a las espirituales...por eso, me doy la vuelta y me alejo de Dios. 

¡Qué amargura suscita negar a Jesús en su misma presencia! ¡Qué tristeza provoca apostatar de la Verdad! ¡Qué desconsuelo produce separarse del Camino! ¡Qué pena causa rechazar la Vida! ¡Qué desdicha tan egoísta ocasiona despreciar el Amor! 

Caigo una y otra vez. "Yo" me vuelvo "a lo mío", a "mi mundo", a "mi vida" y Cristo sigue haciendome la "pregunta" para que le siga. Vuelvo a caer porque prefiero mis efímeros placeres, mis temporales apegos, mis fugaces "sueños de una noche de verano", creyendo que pueden procurarme la auténtica felicidad, y borrar, (o al menos, disipar) ese anhelo de eternidad que está grabado en mi corazón de carne, aunque endurecido... congelado... 

En "mi mundo" no cabe Dios. No le dejo sitio. No termino de creerle, no acabo de confiar ciegamente en Él, no termino de amarle. Prefiero, o mejor dicho, me es más cómodo, creer en mí, confiar en mis méritos, esperar en mis capacidades, amar mis deseos. Y me instalo en mi "ego" y en mi "aquí y ahora".
Desgraciadamente, opto por vivir en la idolatría de lo temporal, por instalarme en la apostasía de lo innecesario, por acomodarme en el culto de lo efímero. Infelizmente, me niego a pasar del cumplimiento al seguimiento, del resentimiento al agradecimiento, de lo caduco a lo eterno...

Y así me vá... caminando triste y cabizbajo por "mi vida"...como "aquellos dos discípulos..." Cristo  se ha cruzado en mi camino y me ha dicho lo que debo hacer para salvarme, aunque me ha advertido que es difícil...Sin embargo, mi pereza, mi conveniencia y mi comodidad me llevan a responderle que no me interesa, que no me gusta, que no "va conmigo". Y le digo: "Gracias, pero NO".

Pero pongámonos en el caso de que le digo que "SÍ" a Cristo. Pongamos que "dejo todo" y le sigo...El Señor (lo sé, lo sabemos) no se anda con "medias tintas"; es radical, directo y tajante cuando afirma: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios! 

Yo me quedo perplejo ante esa "aparente contradicción" que Jesús parece decirme en la dificultad de seguirle, o dicho de otra forma, ante la "imposibilidad" de llegar a ser santo. Y le vuelvo a preguntar (que es lo que pretende, interpelarme, porque ya le voy conociendo): "Entonces, ¿Quién puede salvarse?". Jesús se me queda mirando con una leve sonrisa y me dice: "Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo" (Marcos 10,26-27)

Esta es la cuestión. Ahora sí lo entiendo: no son mis "méritos", ni mis "talentos", ni mis "apegos", ni mis "riquezas", ni mis "cumplimientos" los que me hacen santo y me salvan, sino la gracia de Dios. Yo...sólo tengo que confiar en Él, "dejar mi casa, mis hermanos o hermanas, madre o padre, hijos o tierrasy seguirle a la vida eterna (Marcos 10,29-30) .

"Señor, estoy aqui para cumplir tu voluntad!
(Salmo 39,8)

JHR

miércoles, 30 de diciembre de 2020

UN CAMINO DE SUBIDA

"Sed para mí santos, 
porque yo, el Señor, soy santo, 
y os he separado de los demás pueblos
 para que seáis míos"
(Levítico 20,26)

Jesucristo, el Santo, hizo un camino de bajada a la tierra, por amor, para llevarnos a todos los hombres a la santidad, es decir, para llevarnos de la mano por un camino de subida al cielo, a la comunión con el Padre, que habíamos perdido "en el principio", por causa de Adán.

Jesucristo, la Verdad, nos interroga, en la encrucijada de nuestras opciones existenciales, para que decidamos si seguimos en el valle cómodo y atractivo que nos sugiere el mundo (o incluso descendemos aún más, al precipicio, que nos sugiere el Enemigo), o iniciamos el camino de ascenso, difícil y escarpado, hacia el cielo.

A nosotros nos toca elegir: ser alpinistas que ascienden hacia la cumbre, que buscan la Luz de la gloria y los amplios horizontes del Amor, o ser mineros que descienden hacia las oscuridades de las grutas tenebrosas del pecado, que buscan algo que no pueden hallar.  

A nosotros nos toca decidir: ser salmones surgidos de las desembocaduras del mar y que nadan contracorriente en pos de su vocación, o ser culebras de agua que se dejan arrastar por la corriente hacia el mar y bucean en los peligros del caos.

El "Mapa"

El camino que nos muestra Cristo es un camino escarpado y sinuoso que requiere esfuerzo y supone fatiga pero que merece la pena, porque "arriba", en la cumbre, se respira aire puro, se percibe la amplitud del horizonte y, sobre todo, se encuentra a Dios.

Llegar a la cima no es fácil. Nos espera sufrimiento y persecución, llanto y calumnias, falta de paz y de justicia... pero Cristo nos promete (¡ocho veces!) ser dichosos, bienaventurados, felices...santos: 

"Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos"
(Mateo 5, 2-10)

Las Bienaventuranzas son la Carta Magna del cristiano, la Constitución del católico, las Nuevas Tablas de la Ley del amor y de la alegría. Son el mismo rostro de Jesús, el retrato del discípulo de Cristo.
Los hombres hemos sido creados para la felicidad, para la santidad, para el amor. Nuestro deseo tiene su cumplimiento en Cristo. Él es nuestra respuesta, nuestro camino, nuestro mapa. Él es el secreto de nuestra victoria. 

Pero es preciso entender que toda victoria supone esfuerzo, confianza y compromiso, y que es una lucha hasta la muerte. Cristo venció esta batalla, recorriendo y mostrándonos todo el camino, hasta la muerte en cruz. Y no lo hizo por Él, sino por nosotros. 

De la muerte surge la vida, del abismo del pecado surge la cima de la gracia, del viejo Adán surge el "nuevo" Adán. 

Las Bienaventuranzas son el "mapa del tesoro" que nos muestra el itinerario y la "brújula" que nos indica la dirección. Un "camino de subida" que Cristo ha recorrido antes que nosotros para demostrarnos que "sí, se puede". Porque el amor todo lo puede, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13,7).
Un camino que es el propio Jesucristo, el más pobre de los pobres, el más manso de los mansos, el más justo de los justos, el más misericordioso, el más limpio de corazón, el más pacífico y el más perseguido. 

Un viaje que no recorremos solos. Con Cristo, que nos da la mano y camina a nuestro lado, y con el Espíritu Santo que nos guía y nos da fuerzas, podemos recorrer este viaje de "ascenso" hacia la felicidad, esta "escalada" hacia la plenitud, esta "subida" hacia la comunión con el Padre.

El "Itinerario"

Todos estamos llamados a la santidad. La santidad no es una misión imposible. O, sí lo es, si la miramos desde una convicción humana de obras y méritos propios. Sólo la gracia y los méritos de Cristo pueden conducirnos a ella: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos" (2 Timoteo 1,9).

La santidad, tras el encuentro con Cristo, supone un "trastorno" de nuestra historia y de nuestra vida, un "cambio" de nuestros planes y de nuestros proyectos, una conversión de nuestra mentalidad y de nuestra actitud, una renovación del corazón que el Espíritu Santo produce en nuestra alma, conformándonos al corazón del Hijo.

La santidad se realiza en la vida cotidiana, en el día a día. No supone una "vida extraordinaria en obras y milagros" sino una "vida ordinaria en amor y servicio". 

La santidad es un itinerario personal, adecuado a la vocación de cada uno. Ningún santo es igual a otro. No tiene por qué serlo. Cada uno tiene un ritmo y un paso. Pero todos tienen que converger en la experiencia gozosa del encuentro y la comunión íntima con Dios.
La santidad es un camino de subida que no admite dudas ni vacilaciones: o subes o no subes. Y si no subes, bajas. Es un camino angosto, incómodo y lleno de peligros que no depende de nuestras capacidades sino de seguir a Cristo.

La santidad es un ascenso "en el Espíritu" que requiere dejarse guiar con docilidad, confianza y obediencia por el Espíritu Santo. Un peregrinaje que ya han recorrido otros santos, allanándonos la senda.

La santidad no consiste en un viaje de auto-perfeccionamiento, ni de auto-satisfacción, ni de auto-ayuda, ni de auto-crecimiento. Es un recorrido de sanación por la gracia del Espíritu Santo, de acompañamiento por el Hijo hacia la feliz comunión con el Padre.

El cielo es nuestra patria. Somos ciudadanos del cielo, y como tales, no podemos esperar pasivamente ser "arrebatados" sin más. San Pablo nos exhorta a comprometernos activamente: "No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos" (2 Tesalonicenses 3,13; Gálatas 6,9-10).

El Reino de los Cielos se realiza progresivamente en nuestra cotidianeidad, en nuestras tareas terrenales, colaborando con el Creador para edificar una casa digna para el hombre, un mundo donde reine la justicia y la paz, un paraíso donde se encuentre la verdad y el amor, una Jerusalén celeste donde el hombre se reconcilie con Dios.

"Lo mismo que es santo el que os llamó, 
sed santos también vosotros 
en toda vuestra conducta
porque está escrito: 
Seréis santos, porque yo soy santo."
(1 Pedro 1,15-16)

lunes, 27 de abril de 2020

LA RADICALIDAD DE SER PERFECTO


"Sed perfectos,
como vuestro Padre celestial es perfecto"

(Mateo 5,48)

Algunas personas intentan vivir una vida cristiana sustentada sólo con fe: creen en Dios, creen en los sacramentos, acuden regularmente a misa, se confiesan, creen en sus mandamientos, no matan, no roban... Y, por su puesto, la fe es el primer paso pero por sí sola, no basta.

Si bien es muy cierta la frase que le dice el mismo Jesucristo a San Pablo: "Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Corintios 12,9), la Palabra de Dios me muestra continuamente cómo Jesucristo me exhorta a una radicalidad que me cuesta entender: "ser perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48).

Jesús no me dice: "Haz lo que puedas" ni tampoco "Inténtalo". Me "mira fijamente a los ojos" y me dice: "Sé perfecto".

Y yo pregunto ¿qué es ser perfecto? Ser perfecto no es hacerlo siempre todo bien, no es la ausencia de defectos, debilidades, manías o equivocaciones. Ser perfecto como nuestro Padre significa amar, porque Dios es amor (1 Juan 4,8). 

De acuerdo, pero ¿cómo ser perfecto? Ser perfecto requiere pedirle a Dios que me llene de Su Amor, para así, poder amarle y amar a los demás. Ser perfecto implica desear el Amor, supone aprender a amar y exige llegar hasta el extremo del amor. 

Jesucristo es la prueba de la perfección en el amor

Realizó milagros "imposibles" para el pensamiento humano, demostrando que para Dios no hay nada imposible. Su mayor "imposible" fue amar hasta el extremo de dar la vida por mí. Sin embargo, yo, reconociéndome imperfecto e incapaz de amar, trato de excusarme y ¡cuántas veces pienso que es imposible lo que Dios me pide! Ese es mi primer error, pensar que Dios me pide "imposibles". ¡Concédeme Tu gracia, Señor, para que con amor, todo sea posible para llegar a Ti!

Jesucristo es el modelo de la perfección en la obediencia

Vino al mundo para demostrarme que "sí, se puede" cumplir la voluntad de Dios. Su obediencia al Padre quedó fuera de toda duda, cuando acudía siempre a Él para pedirle fuerzas. Sin embargo, ¡cuántas veces digo: "no puedo, me rindo"! Este es mi segundo error, pensar que dependo de mis fuerzas y capacidades. ¡Ayúdame a reconocer mi dependencia de Ti y desde mi pequeñez, obedecerte siempre para ir hacia Ti!

Jesucristo es el camino de la perfección en la perseverancia

Abrió la puerta de la esperanza para que yo empiece a caminar hacia la meta. Su perseverancia fue hasta el final con s
u Pasión y Muerte. Sin embargo, ¡cuántas veces pienso: "estoy agotado, no puedo más! Ese es mi tercer error, pensar que caminar hacia la meta es fácil y cómodo. ¡Ayúdame, Señor, a recorrer con paciencia y perseverancia el camino de la cruz hasta Ti!

¡Señor, ayúdame a entregarme del todo, a no guardarme nada, a renunciar a todo y a dar la vida por los demás! (Génesis 22,16).

¡Concédeme la gracia de aumentar mi fe para dar fruto y ser luz para otros! (Mateo 3,8-10; 5,16; 2 Juan).

¡Ayúdame, Señor, a cumplir tus mandamientos, a responderte siempre "sí" a tu voluntad! (Mateo 19,17; Marcos 10,17-19; Lucas 18,28-20; Romanos 2,13; Santiago 1,22; 2,10).

¡Ayúdame a tener una conciencia limpia para servirte de buena gana y trabajar sin renuncias
hacia la santidad! (Colosenses 3,23; Hechos 24,16; Romanos 6,22; 1 Corintios 15,58).

¡Infúndeme tus dones para vivir la pureza, el apego por las cosas espirituales y la perfección de Tu amor para reflejarlo en el prójimo! (Efesios 5,5; Gálatas 5, 21; Hebreos 10,24).

¡Enséñame a ser diligente, generoso, decente y justo para vivir dignamente (Romanos 12,9-13; 13,13; 1 Corintios 6,9; Colosenses 1,10).

¡Ayúdame a perseverar con paciencia en la prueba y a obrar siempre con coherencia en la vida! (2 Tesalonicenses 1,11; Hebreos 11,17; Santiago 2,14-26; 1 Pedro 1,17; 1 Juan 3,18; Apocalipsis 2,23; 20,12;22,12).

¡Concédeme tu paz, tu amor y tu misericordia para que pueda ayudar a los necesitados, acercarme a los que sufren y socorrer a los abandonados! (Hebreos 12,14; Santiago 1,27; 2,13).

¡Dame un corazón humilde para dar testimonio de tu verdad, un corazón benigno para hacer el bien y un corazón modesto para darte gloria! (1 Pedro 2,12; Romanos 2,10;11,22; Gálatas 6,9; Efesios 6,8; 1 Timoteo 6,18-19; Tito 3,8; Hebreos 13,16).

domingo, 22 de abril de 2018

EL TABLERO DE LA VIDA

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El Dios Creador está presente en toda la Creación, pero sin constituir ninguna de sus partes en particular, y todas en general. 

Así sucede en el ajedrez, donde el tablero, las piezas, y por supuesto los jugadores, son la expresión y la imagen del universo, y de la realidad trascendente, que se desarrolla alrededor de su figura central: Dios. 

De hecho, la razón de ser de cada uno de los elementos del ajedrez, es recordar y representar la Creación. Así, cada jugada representa cualquier acto o manifestación de nuestras vidas dentro de la lucha espiritual entre el bien y el mal, entre la voluntad de Dios o del Diablo. 

El juego del Ajedrez es la representación de una batalla entre dos bandos (el blanco y el negro), simboliza la dualidad entre la Luz y las Tinieblas, el Cielo y la Tierra, la batalla espiritual entre el Bien y el Mal que todos libramos en nuestro interior. 

El ajedrez simboliza el tablero de la vida, cuya intención no es otra más que comunicar en forma perdurable el conocimiento de las leyes que rigen nuestro universo. Cada uno de nuestros actos es una jugada, una elección. Si elegimos bien, con conocimiento y sabiduría, el resultado será bueno y alcanzaremos la meta. Si por el contrario, nuestras jugadas (elecciones) son hechas de mala fe, egoístas e inoportunas, conscientes o inconscientes, el resultado será malo y fracasaremos.

Resultado de imagen de tablero ajedrez espiritualEl ajedrez expresa alegóricamente las consecuencias de nuestra voluntad por el libre albedrío: el jugador es libre de elegir entre varias posibilidades, pero cada movimiento traerá una serie de consecuencias ineludibles, de modo que la necesidad delimita la libre elección cada vez más, apareciendo el final del juego no como fruto del azar sino como el resultado de leyes inmutables.

También, representa la dualidad libertad/conocimiento: a menos que haya una inadvertencia del adversario, el jugador salvaguarda su libertad de acción sólo en la medida en que sus decisiones coincidan con las posibilidades que el juego implica. Dicho de otro modo, la libertad de acción es directamente proporcional a la previsión y al conocimiento de las probabilidades e inversamente proporcional al impulso ciego, espontaneo e inconsciente.

La finalidad representada en el juego del ajedrez es la victoria de lo espiritual sobre lo material. Se trata de llegar a la santidad según las leyes y la voluntad de Dios, que suponen el conocimiento de las posibilidades de cada jugada y las implicaciones finales de cada elección, que aunque libres, traen siempre responsabilidades y consecuencias.

El Tablero 

Resultado de imagen de tablero ajedrezEl tablero es un cuadrado, figura geométrica que transmite armonía, orden y equilibrio, es decir, el universo. 

Simboliza la Creación, concebida como campo de acción y de batalla espiritual, que enfrenta a ángeles con demonios, a Dios con Satanás, al alma con el cuerpo humanos.

De este modo, el hombre queda inscrito dentro de los lados verticales y horizontales, limitado por las coordenadas que representan el espacio y el tiempo.

Las Casillas

El tablero está dividido en 32 casillas cuadradas blancas y 32 negras, cuya armónica alternancia de colores, nos muestra la complementariedad de los lados opuestos en el universo y representan la perspectiva con que miramos el universo.

También, nos indican que cada circunstancia tiene un tono diferente en el que debemos de actuar, según nuestra posición, nuestra percepción y nuestra elección.

Las Figuras

Resultado de imagen de piezas de ajedrez plasticoLo primero que nos llama la atención es que 16 son blancas y 16 son negras: 8 peones, 2 alfiles, 2 caballos, 2 torres, 1 Reina y 1 Rey.

Las blancas representan el ser espiritual y las negras, el ser material.

La figuras tienen una jerarquía representada en base a las diferentes funciones, movimientos e importancia que desempeñan en el juego:

Rey (Sabiduría/Poder/Esencia de Dios)


La posición del Rey al inicio del juego es central, sobre una casilla de color contrario al suyo, conjugando así los opuestos, y con la posibilidad de moverse en todas las direcciones una casilla a su alrededor, lo que le infiere un movimiento circular sobre el mismo, el Rey, el centro sobre el que gira el universo.

Imagen relacionadaEl Rey blanco representa el Bien Supremo, a Jesucristo, Capitán a quien hay que proteger y defender como esencia del juego, sin en el cual no tendría sentido la batalla. 

Es la sabiduría de Dios, su Esencia, su Poder eterno. La corona del Rey, tradicionalmente representada con una cruz en su parte superior, simboliza el poder espiritual y sacerdotal.

Por contra, el Rey negro representa el Mal Supremo, a Satanás.

Reina (Amor/Gracia/Presencia de Dios)

Imagen relacionadaLa Reina o Dama, el elemento femenino del tablero, es el propio Rey desdoblado en mujer, la Gracia del Rey concentrada en la Reina, la única con capacidad para expandir y transformar ese torrente de poder y fuerza en vida.. Representa a la Santísima Virgen María.

La Dama se mueve libremente. Sus movimientos son únicos, hacia cualquiera de las ocho direcciones que la rodean, con el único límite del tablero de la existencia y representan el poder temporal. La Reina se mueve como la torre y el alfil juntos.

La Reina, como amor, gracia o presencia de Dios, puede dejar de existir en el tablero. De hecho, es habitual que en nuestro tablero de la vida, a menudo, sacrifiquemos el amor, la gracia o la misma presencia de Dios. 

Sin embargo, el Rey, como Esencia de Dios, siempre debe estar en el tablero. Su muerte significa el fin del juego, el fin del universo y de todo cuanto en el existe.

En la misma fila donde se sitúan el Rey y la Reina, existen tres parejas de figuras que poseen un interesante simbolismo, ocupando cada figura de la pareja un cuadrado negro y otro blanco, y rodeando a la pareja Real que se encuentra en el centro:

Alfil (Lealtad/ Dualidad bien y mal)

El Alfil es la más próxima a ellos, no en vano en muchos lugares se le denomina también delfín, que quiere decir príncipe, motivo por el que está más cerca del rey y de la reina que ninguna otra pieza. 

Simbolizan la lealtad y el seguimiento del mismo camino siempre, ya que cada alfil se mueve por las casillas del mismo color en el que empiezan. En cierto sentido, simbolizan a la Iglesia y los sacerdotes.

Imagen relacionadaTambién representan el bien y el mal humano. El izquierdo representa las fuerzas del mal y el derecho, las fuerzas del bien.

El Alfil izquierdo (casilla negra) nunca pierde su ubicación de origen y se enfrenta al Alfil ubicado a la derecha del Padre (casilla negra) y viceversa. Es el universo dividido en dos, casillas negras para un Alfil izquierdo y uno derecho y casillas blancas para un Alfil derecho y uno izquierdo. 

Es la lucha de tú a tú, dualidad entre el bien y el mal, tanto en el universo espiritual como en el material.

Caballo (libre albedrio)

El Caballo describe un movimiento en “L”, con el que termina siempre en una casilla de color opuesto al de partida, y en una fila o columna diferente a la inicial. Es la única pieza que puede saltar por encima de otras fichas.
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Es la única pieza incierta del tablero, representa el libre albedrío que nos lleva lleva siempre a situaciones distintas y su poder radicar en el engaño, el que muchas veces utilizamos para lograr nuestras metas. 

El Caballo representa también la osadía y el valor para eliminar el miedo, la fuerza que se va adquiriendo a través del trabajo así como la inteligencia, la amistad, y el triunfo.

Torre (madurez espiritual y vida interior/gracias y dones)

El espacio donde se desarrolla el juego está enmarcado por las Torreselementos angulares que se sitúan en las cuatro esquinas del tablero, que delimitan y encierran al conjunto de las piezas del ajedrez en el espacio y en el tiempo. 

Imagen relacionadaCuatro pilares sobre los que se asienta el mundo, como un gran castillo interior, una fortaleza, tanto es así que el Rey, mediante el enroque, puede ocultarse o protegerse en alguna de ellas. Son, por tanto, la representación de la madurez espiritual y la vida interior  

En el ataque, gracias a su arrollador movimiento, la torre es una pieza letal, y junto a la dama, es una de las dos únicas piezas, con las que el Rey puede dar un jaque mate en solitario, sin necesidad de ayuda, ni apoyo, de otras figuras. 

La Torre Izquierda simboliza las Gracias de la Reina: Su lugar no está escogido al azar, sino que por estar más cerca de la Dama, recibe constantes gracias de la Madre, es decir, los medios particulares necesarios para la lucha en cada momento. 

La Torre Derecha simboliza los Dones del Padre: Su lugar está más cercano al Rey, de quien recibe los dones y talentos heredados (donados) por el Rey, medios generales necesarios para avanzar en la vida interior y vencer en la batalla.

Peones (sacrificio)

El Peón está en la primera línea de combate contemplando heroicamente, con valor y con resignación, a un poderoso ejército que se antoja indestructible. Los ocho peones tienen tras de sí, a cada una de las figuras-símbolos en particular, que le conferirá una serie de cualidades, un equipaje de viaje singular, en su lento, pero sin retorno ni posibilidad de vuelta atrás, camino hacia el frente de batalla, hacia la Victoria.
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El peón representa el sacrificio, ya que es la pieza que generalmente es sacrificada en pos de la victoria final. Su peregrinaje está lleno de verdaderos actos heroicos, por los cuales muchos de ellos perecerán, en virtud de un fin común, de una empresa superior, estando realmente al orden con el Espíritu. 

Está sujeto a reglas muy rígidas que sólo le permiten avanzar (nunca retroceder) y simboliza al ser humano, en general y al pueblo de Dios (blancas) en particular, que desea llegar al otro lado del tablero. Si lo alcanza, vuelve al juego purificado y más poderoso.  Al regresar al juego “coronado” (al llegar a la santidad, es decir, a Dios), se libera de las ataduras que tenía al inicio (pecado original) y se convierte en un "alma nueva".

Conclusión

El ajedrez, por su disposición y su simbología, donde una serie de elementos, opuestos y complementarios, libran una gran batalla, es una forma de manifestación del camino hacia el conocimiento, en el viaje hacia la identidad con Dios, hacia la santidad.

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En la batalla de la vida como en el ajedrez, necesitamos realizar muchos sacrificios para derrotar al hombre viejo y dar espacio al hombre nuevo, para vencer lo que nos aleja de la santidad, nuestra verdadera identidad. 

La esencia del ajedrez es que no se adapta a los caprichos de nuestro pensamiento, de nuestra forma de ser o querer... sino que nos exige el cumplimiento de unas normas determinadas que no podemos saltarnos, la aplicación de soluciones concretas en momentos determinados, y la vigilancia a los movimientos del contrario que, de no ser así, nos volverán a plantear una y otra vez esas situaciones que rehusamos afrontar en el pasado y en último caso, a la pérdida del juego.