¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 10 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): "MORIR PARA DAR FRUTO"

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: 
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiere servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará».
(Jn 12,24-26)

Nos encontramos en el capítulo 12 del evangelio de San Juan, comienzo del llamado libro de la gloria, donde el Señor quiere dejar claro que ha llegado su "hora", la hora de su pasión y glorificación. Y lo hace con la sencilla parábola del grano de trigo, pero de profundo significado. 

Cristo ha de morir para «dar fruto», para ser fecundo. No es una muerte que derrota sino que triunfa, de la que brota la salvación y la vida eterna. Ha de morir para que el hombre viva. Muere solo y resucita acompañado de "muchos", multiplicando sus frutos.
Dice san Pablo que servir es sembrar, y el que siembra con generosidad, a manos llenas,  abundantemente cosechará. Servir es poner el corazón en el otro, no a disgusto y a la fuerza, sino con alegría y totalmente, y el Señor nos colmará de dones y de frutos (2 Cor 9,6-10).

Darme a los demás... pero no de cualquier forma, sino al estilo de Jesús, no para ser servido sino para servir, no para ser reconocido sino para dar vida, para "desvivirse" por nosotros. Sólo entregando mi propia vida puedo engendrar vida, sólo "desviviéndome", puedo hacer vivir a los demás. 

La caridad me "exige" darme sin esperar recibir, entregarme sin buscar nada a cambio, y entonces, recibiré mucho más de lo que doy. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que me entrego. Sin entrega verdadera no hay servicio, no hay fecundidad, sólo activismo y esterilidad.

Caer en tierra y morir es condición para que el grano fecunde, pues el fruto comienza en y del mismo grano que muere. Si quiero ser grano pero no quiero morir, no daré fruto nunca. Si quiero seguir siendo grano porque temo a la humedad, a la desaparición bajo la tierra, no seré fecundo jamás.
 
Pero sólo si muero a mí mismo nacerá una nueva planta que producirá nuevos frutos, que se reproducirá muchas veces así misma. El don total de uno es lo que hace que la vida de otra persona sea realmente fecunda y también la de uno mismo: el fruto es la vida eterna. 
Amar gratuitamente y sin egoísmos, darme totalmente y sin comodidades, entregarme hasta el extremo es servir sin medida, sin cálculos y sin resultados ni eficacias. Ese es el objeto de toda donación, ofrecer lo que tengo gratuitamente en favor de otra persona. 

Es el amor que Cristo nos manda imitar: que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado" (Jn 13,34). Ese es el amor más grande, dar la vida por los amigos (Jn 15,13) y lo que nos diferencia y nos distingue a los cristianos del resto del mundo. 

Dice Jesús en el evangelio de san Lucas que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, si hacemos el bien sólo a quien nos lo hace, porque es buscar reciprocidad y esperar algo a cambio pero no es fecundo ni germina vida eterna, ni tampoco nos distingue del resto. 

El verdadero mérito del amor es amar a los enemigos, a aquellos que nos odian. Sí, tarea ardua pero eso es lo que nos pide el Señor si queremos alcanzar la una gran recompensa que nos promete (Lc 6,32-35).

Pero para que el grano germine y de fruto necesita unas condiciones adecuadas: sol, lluvia y abono... Si quiero servir y seguir a Dios, necesito la luz de su Palabra, la lluvia de su Gracia y el abono de su Voluntad... y todo eso sólo puedo encontrarlo donde Él se hace presente, en la Eucaristía, en los sacramentos. Donde esté Él, allí estaré yo, su servidor.


JHR

jueves, 26 de agosto de 2021

AFÁN DE PROTAGONISMO

"Todo lo que hacen es para que los vea la gente... 
les gustan los primeros puestos en los banquetes 
y los asientos de honor en las sinagogas...
...El primero entre vosotros será vuestro servidor.
El que se enaltece será humillado,
y el que se humilla será enaltecido"
(Mateo 23,5-12)

Dice San Josemaría Escrivá que hay quienes no ven a Cristo en los demás hermanos, sino escalones para subir más alto.

Sin duda, se refiere a algunas personas que, excesivamente ritualizadas, rigoristas y legalistas, buscan afanosamente un papel protagonista y un ansia desmedido de reconocimiento con el que satisfacer su ego, y así, escalar "posiciones" dentro de la Iglesia

El papa Francisco lo llama clericalismo o "narcisismo espiritual", una tendencia mundana que debemos evitar y extirpar de la Iglesia. Esto mismo fue lo que le ocurrió a Salomé, la madre de Santiago y Juan, quien buscaba que sus hijos fueran "más" que los demás, por lo que fue corregida por Jesús (Mateo 20,20-27).

¡Cuántas veces pretendemos construir una religiosidad supremacistacarente de paz, bondad, amor o humildad que hace huir a los demás de la Iglesia!

¡Cuántas veces edificamos parroquias privativas, nos apropiamos de las pastorales y ocupamos "cargos" que nos den autoridad, prestigio o control sobre todo lo que debe ocurrir en ellas!

¡Cuántas veces nos dejamos dominar por un emotivismo espiritual, esclavo de afectos y pasiones pero carente de piedad y misericordia!

¡Cuántas veces confundimos servicio con activismo clerical, con el propósito de "ser más que los demás", que nos separa y nos aleja del amor de Dios! 
¡Cuántas veces nos convertimos en personas tristes y mustias, con "cara de vinagre" y "golpes de pecho", que "hacen cosas" sin saber su significado profundo!

¡Cuántas veces debatimos y discutimos "todo", murmuramos y criticamos a "todos", sin poner amor y alegría en nada de lo que hacemos!

¡Cuántas veces nos sentimos amenazados por los "nuevos" que llegan, ante la posibilidad de que se apropien de "nuestras cosas" y les negamos nuestra acogida y cercanía!

¡Cuántas veces deseamos construir una estructura parroquial cerrada, a modo de "club religioso" ensimismadode "corralito espiritual" vetado a los demás!

Sin embargo, en la Iglesia no hay podios ni asientos privilegiados ni puestos de honor. El único podio de vencedor es la Cruz, el único privilegio real es el de Cristo Resucitado y la única gloria le corresponde a Dios. 
Todos los bautizados compartimos una responsabilidad, una misión y una actitud: testimoniar una vida de fe coherente con el evangelio, anunciar con valentía nuestra esperanza en Jesucristo, y servir siempre con amor y alegría. 

Todos los cristianos estamos llamados a la santidad, es decir, a buscar el rostro de Dios, a ser perfectos como Él, a amar como Él y a servir como Él: "El primero entre vosotros será vuestro servidor" (Mateo 23,11).

¿Quién puede sentirse atraído por Dios y su Iglesia si nuestra vida de fe contradice lo que expresan nuestras palabras o nuestros hechos? 

¿Quién puede ser digno de crédito o aprecio si nuestro tiempo en la parroquia lo dedicamos a recelar, murmurar, juzgar y excluir a los demás?

¿Quién puede ser testigo de Jesús si nuestro servicio en la Iglesia busca sólo protagonismo y reconocimiento ante los demás?

¿Quién puede llamarse cristiano si nuestra actitud habitual es legalista, celosa y resentida como la del "hermano mayor" de la parábola, criticando y juzgando a los demás? 


"El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,25-26)

jueves, 24 de junio de 2021

VÍCTIMAS DEL RESULTADO


"Por nosotros precisamente se escribió 
que el que ara debe arar con esperanza 
y el que trilla con la esperanza de tener parte en la cosecha."
(1 Corintios 9,10)

Nuestro mundo mercantilista y competitivo nos impone la obtención de resultados inmediatos y nos exige la rendición de cuentas. Lo que importa son las cifras, los números, los beneficios... en definitiva, el éxito/triunfo. 

A menudo, se nos impone la máxima resultadista de que "el fin justifica los medios", y además, la cortoplacista del "aquí y ahora". Sin embargo, buscar resultados sin fijar un contexto de tiempo y un sentido de lo que hacemos, no conduce a alcanzar la meta verdadera, pues nuestra búsqueda insaciable del resultado nunca llegará a ser "ni suficiente ni perfecta". 

Los cristianos también nos hemos convertido (quizás, a la fuerza y sin darnos cuenta) en víctimas del resultado, sobre todo, cuando acometemos actividades evangelizadoras:
¿Cuántas veces estamos más pendientes de los frutos de un retiro o de los resultados de una catequesis que del propio sentido evangelizador y misionero?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "hacer" que de "ser"? 
¿Cuántas veces estamos más pendientes de la conversión de otros que de la nuestra?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "lo accesorio" que de "lo importante"?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "ser Dios" que de "dejar a Dios ser Dios"?
Lo que hacemos, ¿lo hacemos por amor a Dios y a los demás o lo hacemos por egoísmo, por gula espiritual o por afán de reconocimiento?
Esta tentación del resultadismo/cortoplacismo nos impide concentrarnos en el proceso del servicio humilde y obediente al que todo auténtico cristiano debe aspirar, para enfocarnos en un estado orgulloso y vanidoso, cuando todo sale de acuerdo a nuestro plan, o en un estado frustrado y colérico, cuando no sale cómo habíamos proyectado.
Entonces… ¿Cómo podemos los cristianos dejar de ser “resultadistas” y "cortoplacistas"? 

Es cierto que no es tarea fácil superar esta tendencia tan humana, pero lo que sí podemos hacer es plantearnos las preguntas adecuadas sobre nuestra actitud evangelizadora, en lugar de dejarnos condicionar por el resultado final:
¿Amo de verdad a los demás o me transformo en un autómata de la conversión? ¿Sirvo a los demás como debo o fuerzo situaciones para conseguir "mis" objetivos? 
¿Miro a los demás con la mirada de Cristo o con la mía? ¿Confío en Dios o en mis capacidades? 

Cuando las cosas no suceden como yo quiero o deseo ¿me abandono en la voluntad del Señor o me frustro? ¿Comprendo y acojo a los demás o les impongo mis razones, mis creencias, mis convicciones...?  
¿Escucho y perdono a otros o les exijo y obligo que acaten mis ideas? ¿Soy consciente de los problemas y las circunstancias de los demás o intento que asuman mis imposiciones a toda costa?
¿Acepto a los demás o pretendo que me acepten? ¿Comprendo y acojo a otros o les prejuzgo y etiqueto? ¿Proclamo la Verdad o impongo "mi" verdad moralista e interesada?

¿Me abro al corazón de otros o me encierro en mi circunstancia? ¿Contagio mi amor o exijo mi autoridad? ¿Soy ejemplo de coherencia cristiana o de doble rasero? ¿Me dejo amar por Dios y por mi prójimo o impongo mi "dignidad superior"? ¿Siembro o intento cosechar?

 

Cristo nos da todas las respuestas en su Palabra y lo hace, a menudo, con parábolas. En la parábola de la vid y los sarmientos de Juan 15,1-8 nos dice que Él es la verdadera vid y el Padre, el labrador. Nosotros, sarmientos que debemos permanecer en Él. Sólo así daremos fruto abundante porque sin Jesús no podemos nada. Sólo así, lo que pidamos se nos concederá. Sólo así, seremos discípulos suyos.

En la parábola del hijo pródigo de Lucas 15,1-32 vemos que el Padre no lleva cuentas de todo lo que ha hecho mal su hijo menor, como tampoco de todo lo que ha hecho bien el mayor. Dios no calcula los méritos de cada uno porque todos nuestros dones y capacidades nos los ha dado Él. Tan sólo desea que estemos a su lado, para abrazarnos, para que nos dejemos amar por Él, para celebrar una fiesta y para que seamos felices a su lado. 

El amor de Dios depende poco (nada) de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque somos sus hijos amados, no por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer. Nada de lo que hagamos o de lo que dejemos de hacer, bueno o malo, podrá separarnos de Su amor.

Por tanto, a nosotros nos toca ser creyentes confiados y no resultadistas, discípulos esperanzados y no cortoplacistas, cristianos enamorados y no interesados. Somos sarmientos unidos a la vid, que es Cristo.


JHR

miércoles, 9 de junio de 2021

UNA DEUDA DE AMOR Y GRATITUD

"He combatido el noble combate,
he acabado la carrera,
he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia,
que el Señor, juez justo, me dará en aquel día"
(2 Timoteo 4,7-8)

La conocimos hace dos meses en unos ejercicios espirituales en la casa de la Congregación Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, en San Lorenzo de El Escorial.  Nos causó una profunda impresión, acariciando nuestros corazones, llenando nuestros ojos de lágrimas de emoción, y nuestras almas de gratitud. 

Escuchamos su testimonio vivo. Setenta y dos años de amor, fidelidad y servicio a Dios y a los hombres. Nos contó lo que Dios había obrado en su vida...una mujer de pequeña estatura pero de enorme fe, una discípula enamorada de Cristo...hablamos de la hermana Blanca.

A sus ciento dos años, la hermana Blanca ha sido un don de Dios y un regalo del cielo para quienes la han conocido de cerca. Como tantos consagrados, ha vivido su vocación con entrega, pasión y humildad. 
          
         
La hermana Blanca ha respondido afirmativamente a la llamada del Maestro. Ha sido un signo visible del amor de Dios por los hombres. Ha reconocido el misterio de la gracia. Ha conservado la fe y ha entregado su vida al Corazón de Jesús. 

Ahora, combatido el buen combate y terminada su carrera en la tierra, ciertamente, contempla el rostro del Señor, quien le ha reservado la corona de la justicia.

Por todo ello, la Iglesia tiene (tenemos) una deuda de amor y gratitud con los consagrados que, desde el silencio contemplativo y la discreción del trabajo apostólico, mantienen vivo el Cuerpo Místico de Cristo, desde su mismísimo Corazón. Esos santos, a veces tan olvidados...merecen nuestro reconocimiento y nuestro agradecimiento. Y por supuesto, nuestra intercesión y plegarias.
 
Por eso desde aquí, damos gracias a todos los consagrados que nos hacen presente el fuego ardiente del encuentro primero, que nos animan a seguir las huellas del Maestro y que, bajo la dirección y guía del Espíritu Santo, nos señalan el camino firme a la casa eterna.

Por eso desde aquí, damos gracias a Dios por todas las personas consagradas que, desde los diversos carismas, vocaciones y formas de vida y servicio, son presencia elocuente y evidente de Su Amor en el servicio, manifestación significativa de Su Gracia en el mundo y obra embellecedora de Su Iglesia.

¡Señor, danos consagrados santos!
¡Hermana Blanca, ruega por nosotros!

jueves, 27 de mayo de 2021

NECESITAMOS FORMACIÓN

"¿Hasta cuándo, ignorantes, amaréis la ignorancia,
y vosotros, insolentes, recaeréis en la insolencia,
y vosotros, necios, rechazaréis el saber?
Prestad atención a mis razones,
derramaré mi espíritu sobre vosotros,
quiero comunicaros mis palabras"
(Pro 1,22-23)
Hace algún tiempo, en un retiro de Emaús, me regalaron una pulserita verde que siempre llevo en mi muñeca y en la que está escrita una inscripción de San Alberto Hurtado que dice: "¿Qué haría Jesús en mi lugar?" 

Reconozco que esta pregunta me ha sacado de mi ignorancia, de mi insolencia y de mi necedad anteriores. Sin duda, ha sido una gran ayuda colocarme en el lugar de Cristo para saber cómo obrar en cada momento, sobre todo, cuando le sirvo, en el ámbito de la evangelización

Pero ¿Cómo responder a la pregunta si no conozco a fondo a Cristo? ¿Cómo discernir lo que Jesús haría en mi lugar si no tengo una relación lo suficientemente estrecha como para saberlo? ¿Cómo salir de mi ignorancia, de mi insolencia y de mi necedad?

La fe cristiana es el encuentro y la relación íntima con Jesucristo. Una vez que nos hemos encontrado con Él y le hemos reconocido, necesitamos establecer una profunda e íntima relación con Él, seguir dejándonos amar y rociar por el Espíritu Santo, escuchar y alimentarnos de lo que nos dice a través de su Palabra, de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, entablar un diálogo personal con Él en la oración, para finalmente, servirle y amarle.  

Porque lo que Jesús haría en mi lugar sería, sin duda, amar y servir. Pero para amar y servir tengo que conocer. Y no se puede servir y amar lo que no se conoce. Por tanto, necesito profundizar en el conocimiento de Cristo, es decir, necesito formación. Todos la necesitamos, y la necesitamos ya.
Formarme no significa convertirme en teólogo o en un erudito en cristianismo, sino conocer cuánto me ha amado Dios en Jesús, saber cómo puedo agradarle siempre más y ofenderle menos, conocer su voluntad y saber qué tiene pensado para mí. 

Como discípulo del Maestro, mi misión es estar constantemente aprendiendo de Él, entender su plan para mí, conocer la vocación a la que me llama, para así, ser sal de la tierra y luz del mundo.

Sin conocer la Verdad, sin ser fiel a la doctrina de la Iglesia, a quien Cristo ha encomendado la misión de evangelizar, no sólo no puedo saber lo que Jesús haría en cada circunstancia de mi vida, tampoco puedo ser un apóstol eficaz.
"El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una disminución de la verdad.... Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado de los errores con los que se pone en contacto(Pablo VI).
Pero no necesito dejar de evangelizar hasta alcanzar una formación completa, un conocimiento total de Cristo. Si esperara a eso, nunca haría nada. Puedo ser discípulo junto a otros discípulos, aprender mientras enseño a otros, compartir mientras comparto con otros, formarme mientras formo a otros...como hacían los apóstoles. 
"El imperativo de actuar hoy y con urgencia procede de las necesidades que son verdaderamente inmensas para quien sabe darse cuenta... He aquí la hora de los laicos. Es preciso empezar a trabajar hoy mismo, porque tal es la ley de la conciencia cristiana. Cuando se ha oído enunciar un deber no se dice: 'lo haré mañana'. Se debe actuar inmediatamente"  (Pablo VI).
En el mundo actual, el Enemigo ha cambiado el terreno original de la batalla espiritual. La Serpiente antigua ha modificado sus tácticas y sus estrategias llevándolas al plano ideológico, cultural y educacional, donde consigue mejores resultados que en el físico. 
Hoy, Satanás no busca una lucha frontal de sangre y destrucción como antaño, sino una guerra incruenta de confusión y corrupción; no quiere matar con actos sino envenenar con ideas; no quiere mártires sino apóstatas; no quiere víctimas sino desertores. 

Para poder entrar en el combate ideológico de nuestro tiempo, tenemos muchas armas que Dios pone a nuestra disposición:

Necesitamos estar alerta y vigilar a través de la oración para que nuestra fe, esperanza y caridad aumenten. 

Necesitamos leer, estudiar, meditar a través de la formación en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. 

Necesitamos obtener los dones de sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios a través del Espíritu Santo para que nuestra voluntad se ponga en marcha.

Necesitamos recibir la gracia y la paz a través de los sacramentos para que nuestra perseverancia haga frente a las insidias y maldades con las que el Enemigo quiere hacernos caer.

Necesitamos conocer la Luz y la Verdad de Cristo a través de la Palabra de Dios para que nuestra resistencia haga frente a las mentiras y falsedades con las que Satanás pretende desvirtuar nuestras conciencias.
En definitiva, necesitamos formación y misión, oración y acción, verdad y justicia. Y en todo, amor.
"Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado; el que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá apreciar si mi doctrina viene de Dios o si hablo en mi nombre. Quien habla en su propio nombre busca su propia gloria; en cambio, el que busca la gloria del que lo ha enviado, ese es veraz y en él no hay injusticia"(Jn 7,16-18).



 

JHR

domingo, 20 de septiembre de 2020

JESÚS, NUESTRO EJEMPLO DE SERVICIO


Por mi vida han pasado algunas personas a las que he admirado y que han influido en algunas de mis decisiones. Pero los principios que más me han asombrado los descubrí hace unos pocos años, cuando conocí el estilo de servicio de Jesús. Nadie como Él transforma el corazón, dando la vida por los demás

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos descubre su "estilo". No se da importancia ni se presenta así mismo con palabras. Tan sólo nos pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?" (Mateo 16, 13-15). Siempre nos motiva a dar una respuesta, a dar un paso adelante. 

La entrega de Jesús es rigurosa total. Y con su ejemplo, nos llama a la "radicalidad del Evangelio": no valen las "medias tintas", no existen las "zonas grises", ni acepta las "tibiezas". Él nos tiende la mano y nos dice: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga." (Mateo 16, 24).

Los rasgos principales de su ejemplo de servicio están basados en las tres reglas de oro: oración, humildad y obediencia a Dios. 

Oración

Jesús cultivó siempre su vida interior, privada, durante treinta años, y pública, durante sus últimos tres.

Constantemente se apartaba del "ruido" para pasar tiempo a solas con Dios Padre. Oraba siempre y constantemente. Nunca hacía nada sin encomendarse primero al Padre.

Como hombre, necesitaba estar en relación con el Padre, era absolutamente dependiente del Padre para su sostenimiento, ayuda y protección. 

Dios Padre era el único que podía entender su angustia y socorrer su necesidad. Nadie más. 

Pero además, Cristo disfrutaba estando en comunión con Dios Padre porque le amaba y porque era amado (Mateo 17,5 ; Juan 17, 24). El Padre gozaba con el Hijo y viceversa. 

Ese amor recíproco constituía un vínculo indisoluble con el que nos enseña a orar en el Padrenuestro, a buscar siempre la comunión con Dios, a tener un encuentro de intimidad con Él. ¡Confianza plena! 

Humildad

Dios escogió a propósito un camino de humildad para encarnarse. Eligió nacer en un pesebre y vivir en la oscuridad en Nazaret, un pueblo desconocido y con no muy buena fama. Podría haber venido con toda su gloria pero no lo hizo. ¡No quiso hacerlo! 
Su primer acto público de fe fue de humildad cuando se unió a nosotros en las aguas profundas del arrepentimiento, de la mano de Juan el Bautista. No necesitaba hacerlo porque no tenía pecado, pero quiso hacerlo.

A éste, le siguieron muchos otros actos de humildad pero, quizás el más significativo fue el lavatorio de los pies a sus discípulos. Lavar los pies era una tarea exclusivamente de los esclavos. ¡Dios se hizo esclavo por amor! 

La centralidad de su vida pública y de su ministerio tuvo lugar en Galilea y no estratégicamente en Jerusalén, el centro neurálgico del mundo judío. 

Eligió cumplir su misión en silencio, discretamente y de manera mesurada, a diferencia de los falsos "mesías" de su época que hacían todo "cara a la galería" . 

A menudo, se retiraba en silencio, buscando esconderse y evitando ser conocido o famoso. 
¡Se negó a sí mismo! 

Obediencia

Toda su vida fue un camino de continua, radical y amorosa obediencia al Padre: desde su venida al mundo, hasta su muerte en la cruz. 

En un acto único de obediencia por amor, se hizo hombre para elevarnos a la condición de hijos de Dios por medio de su sacrificio (Filipenses 2, 5-8).
Jesús, "el Obediente" siempre fue consciente de que debía cumplir la voluntad del Padre y tuvo completa claridad de la misión que le había encomendado: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra. El Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre, y lo que éste hace lo hace igualmente el hijo" (Juan 4, 34; 5, 19).

Nunca buscó hacer su voluntad. Ni siquiera en la agonía de Getsemaní. Renunció a cualquier deseo, se negó a sí mismo y obedeció hasta la muerte. 

Su ejemplo de obediencia suscita en nosotros nuestra propia vocación como hijos adoptivos de Dios: la aceptación incondicional del Plan de Dios y la fe, en la misión de comunicar al mundo Su voluntad: el amor a los hombres. 

Una vez que conocemos quien es, nos enseña a seguir su ejemplo con cuatro aspectos: el discipulado, la delegación, la elaboración de un plan estratégico y la capacitación. 

Discipulado

Jesús eligió y discipuló a un grupo reducido de personas, y no fueron personas de gran renombre o formación.

Jesús no fue en busca de celebridades ni personas influyentes o capacitadas, sino que eligió a aquellos que carecían de poder y estatus.

Los apóstoles no eran la élite "religiosa" y sin embargo, Jesús los llamó para crear y formar su Iglesia, una organización que diera soporte y efectividad al Plan de Dios.

Además, Jesús se rodeó de gente repudiada por la sociedad de entonces: los sencillos, los pobres, los enfermos y los desterrados.

¡Invirtió en personas que otros despreciaban! 

Delegación

Jesús tenía un plan de sucesión y delegación: envió a los discípulos por su propia cuenta, de dos en dos.

Les recordó, a menudo, que no siempre estaría con ellos. Les enseñó a tomar las decisiones correctas para que su mensaje fuera procla
mado "hasta los confines de la tierra".

Delegó su autoridad y su poder a sus seguidores. No se guardó cosas para sí, al contrario, compartió su sabiduría con quienes le acogieron en sus corazones.

¡Y además, nos dejó a S
u Madre! 

Plan Estratégico

Desarrolló un Plan Estratégico totalmente incomprensible a las mentes humanas, explicándolo de forma sencilla y aplicada a nuestra realidad. 

Jesús rechazó las riquezas y el poder que le ofreció Satanás. Rehusó lo sensacional, lo espectacular y lo rápido. Escogió el camino de la humildad, del sufrimiento y la cruz. 

Se negó a ostentar su poder o conocimiento para "mostrar a la gente" quién es el Señor realmente.

A pesar de sufrir persecuciones, tentaciones o vejaciones, Jesús ejerció la misión que Dios le había llamado a cumplir.

Y la cumplió hasta el final (Juan 20,30).

Con su ejemplo, nos señaló el camino que debemos seguir para alcanzar la plena felicidad y además, fue el primero en andarlo.

Como les explicó a los apóstoles, para servir, primero debemos dejarnos servir por Jesús. Y así, llegar hasta el extremo de "dar la vida por los demás", pues no hay amor más grande.

Capacitación

Jesús vivió libre de las expectativas y juicios de otras personas. Su estilo de vida fue radical: preparó muy a propósito los discípulos para hacerse cargo del servicio. 

Animó a su gente más allá de lo que ellos mismos sentían que eran capaces de hacer.

Jesús nos mostró que la definición de éxito dada por el mundo es muy distinta a la Dios. No hizo mucho para cambiar los problemas políticos y sociales de Israel. 

Jesús parecía dirigir un ministerio de "campaña", recogiendo a las víctimas por el camino en lugar de permanecer en el templo de Jerusalén. 

Él redefinió el éxito como la realización de la obra única que Dios le había encargado y de esa manera, demandó altos sacrificios a sus discípulos. 

"Sígueme" significaba que los discípulos debían abandonar sus tareas, sus propósitos y sus vidas para hacerlo. Incluso sus bienes y sus familias.

Les dijo a los discípulos que tenían que estar dispuestos a dejarlo todo para seguirlo.

domingo, 24 de noviembre de 2019

¡CUÁNTA FE HAY EN EL SUR!

"Que el Dios de la esperanza llene de alegría y paz vuestra fe, 
y que la fuerza del Espíritu Santo os colme de esperanza." 
(Romanos 15, 13)

¡Cuánta fe hay en el sur! ¡Cuánto amor a Dios! ¡Cuánto fervor por la Virgen! ¡Cuánto sentimiento profundo de las tradiciones y de los valores identitarios cristianos! Este fin de semana lo he vivido en primera persona en el santuario de Santa María de Regla (Chipiona).

Durante mucho tiempo he tenido ciertos prejuicios de esa religiosidad sureña y que siempre me había parecido una manifestación populista, folklórica y poco profunda. Nada más lejos de la realidad. ¡Es auténtica! ¡Es genuina! 
El pasado viernes partí hacia Jerez un tanto sorprendido de que el Señor suscitara en mis queridos hermanos Antonio y José, una sincera, a la vez que inmerecida, invitación para servir con ellos en el VIII retiro de Emaús hombres Jerez, de la parroquia San Juan Bautista de la Salle. 

Hoy, regreso a Madrid con el corazón henchido de amor, felicidad y gozo "que no me cabe", tras un nuevo encuentro con el Resucitado, quien a través de un grupo de andaluces alegres y fieles, se ha hecho el encontradizo con todos nosotros y nos ha incendiado el alma. 

El Señor siempre nos sorprende y lo hace todo nuevo. ¡Este fin de semana Cristo ha vuelto a estar grande con nosotros! ¡Cuánta Gracia y cuánto amor divino derramado! 

Cuántos "ratitos" frente al Santísimo, llenos de emociones, risas y lágrimas de gozo... cuántos "cara a cara" con el Señor, dejándonos "tocar" por su Gracia...cuántas "punteras blancas" frente al altar...cuánto arte en las canciones ofrecidas con sentimiento al Señor... cuánta fraternidad y cuántos "te queremos"...

Por las venas de estos jerezanos, herederos de valientes navegantes y con gran tradición vinícola, corre un gran sentido patriótico (por desgracia, casi ausente en el resto de España) que, unido a una gracia natural (no exenta de ruido y algarabía) y una música única (el flamenco de los grandes maestros), nos han traspasado el corazón con una entrega total, una alegría desbordada, un amor verdadero y una fe firme. 

Algunos veníamos de distintas partes de España, de Galicia, de Cataluña, de Madrid, de Córdoba, de Sevilla...pero este fin de semana, todos nos hemos transformado en jerezanos.

En verdad, nos llevamos un recuerdo eterno, un alma alegre y un corazón ardiente. Y vuestro amor para siempre con nosotros.  

¡Gracias, queridos hermanos del sur!
¡Gloria a Dios!

JHR

"Hasta la locura... nos han hecho amar al Señor. 
Ya no quedan dudas en nuestros corazones... 
de que les amamos... 
de que te amamos Señor... "

"Todo es de su Cristo, 
por Él y para Él. .. 
a Él sea la gloria por siempre. 
Amen." 

"Volvemos con un nuevo corazón...
un corazón para alabar y servir a Dios...
limpio como el cristal, 
dulce como la miel, 
fiel como el andaluz..."

"Al sur yo quiero volver... 
A cantarle a la Virgen con fe... 
con un oleeeeee... olé, olé..."