¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

martes, 26 de marzo de 2019

¿A QUÉ ESPERAMOS PARA CONVERTIRNOS?

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"En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, 
cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús respondió:
'Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos 
porque han padecido todo esto? 
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. 
O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 
Os digo que no; y, si no os convertís, 
todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, 
y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. 
Dijo entonces al viñador:
“Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. 
Córtala. 
¿Para qué va a perjudicar el terreno?.
Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año 
y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 
a ver si da fruto en adelante. 
Si no, la puedes cortar”.
(Lucas 13, 1-9)

El Evangelio de este 3º domingo de Cuaresma nos llama a la conversión, exhortándonos a interpretar los signos de los tiempos. Jesús nos enseña a no interpretar los sucesos desde un punto de vista humano, sino a transformarlos en un examen de conciencia: "Os lo aseguro: ¡si no os convertís, perecereis todos!, para después, regalarnos una nueva parábola con la que nos muestra la misericordia, la paciencia y el perdón de Dios.

Aún así, pudiera ser que algunos cristianos llegáramos a malinterpretar el perdón de Dios. Pudiera ser que pensáramos que todo nos será perdonado, sólo porque Dios es misericordioso, sin más. Sin poner de nuestra parte. Entonces, pudiera ser que estuviéramos tergiversando el Evangelio. O peor aún, instrumentalizando a Dios para nuestros intereses.

Por eso, como seguidores de Cristo tomamos conciencia de nuestros propios pecados y errores, para comprender que el fin (la muerte) puede llegar en cualquier momento, y así, dejamos de vivir pensando que la compasión de Dios es infinita, como justificación para hacer lo que sea, lo que nos apetezca hasta el último momento (Eclesiástico,1-13). Dios nos llama a cambiar el corazón, nos conmina a la conversión ¡Ya!

La vida pasa muy rápido y por eso, dejamos de pensar que podemos hacer lo que nos dé la gana, confiando en la misericordia infinita de Dios. Evitamos caer en la temeridad y en el riesgo de creer que siempre tendremos oportunidad de librarnos de su justicia, de que siempre tendremos tiempo para ser perdonados por Él. 

Evitamos dejarnos llevar por nuestras comodidades o apetencias o por las pasiones de nuestro corazón y nos mantenemos alerta y vigilantes para dominarlas. Porque si no somos capaces de dominarlas, serán ellas las que nos dominen. 

Resultado de imagen de tu estas aqui señorRehuimos pensar: "Bueno, hasta ahora me ha perdonado, así que seguiré así… porque la compasión de Dios es infinita y me perdonará siempre mis muchos pecados". No. Hasta ahora puedo haber sido perdonado, sí, pero en adelante, no lo sé… 

Los cristianos no perdemos ni un sólo segundo en convertirnos al Señor, en lugar de esperar a mañana para cambiar de vida, ni intentamos posponerlo de un día para otro, porque sabemos que podemos quedarnos sin tiempo.

"No tardes en convertirte": es la invitación que nos hace el Señor en este tiempo de cuaresma, hoy, ahora mismo. No podemos dejarlo para mañana, o para cuando nos venga bien...no debemos.

Esta invitación a la conversión nos conduce a realizar un examen de conciencia cada día y a tomar conciencia de la santidad de Dios, que nos ha creado para tener una relación de amor con Él, y que, sin embargo, se ve comprometida por nuestros pecados. 

No caemos en el error de pensar que la conversión sólo concierne a aquellos que no creen para que se vuelvan creyentes, que sólo atañe a los pecadores para que sean justos, que sólo se refiere a los perdidos para que sean encontrados.

No pensamos, ni por un instante, que nosotros, que ya somos cristianos y que ya conocemos a Cristo, no tenemos necesidad de convertirnos. Ni suponemos que eso no va con nosotros. Porque es precisamente de esta presunción vanidosa, de esta suposición orgullosa de la que estamos llamados a convertirnos.


¿Qué es la conversión?

La auténtica conversión significa dejar de confiar en uno mismo o en nuestras propias fuerzas, para abandonarse a Dios, que nos perdona, y dejarse guiar por su Gracia, que nos santifica.

La conversión es un acto de la inteligencia humana iluminada por la gracia divina, por el que tomamos la decisión de realizar la voluntad de Dios y sus mandamientos, y en especial el del amor.

La conversión es una transformación del corazón, un cambio esencialmente interior, aunque puede tener y tiene expresiones externas (Mateo 7,15-20; Marcos 7,16-23), basado, sobre todo, en la bondad de Dios y en su deseo de que participemos en Su amor sobrenatural.
La conversión es una tarea que supone la gracia, que se realiza por la fe y que responde a la llamada de Dios, sin olvidar que Dios actúa en cada uno de los pasos que damos en nuestro retorno hacia Él. 

La conversión es, sobre todo, un sí a Jesucristo, a sus hechos y a sus enseñanzas. Es por medio de Jesús, que Dios se acerca a la humanidad para llevarnos a Él. Cristo es quien nos invita a la conversión, no sólo a los publicanos y prostitu­tas, no sólo a los "no cristianos", sino también a los fariseos y a las personas observan­tes de la Ley. Jesús sitúa a todo hombre, bueno o malo, justo o impío, ante la necesidad de convertirse al Reino de Dios (Mateo 10,39; Marcos 8,35; Lucas 17,33).

La conversión es una característica de la vida cristiana: aunque pecadores, pedimos la gracia que nos lleve hacia el Padre, vivimos en comunión con Cristo que nos conduce a realizar su voluntad, que nos purifica de los pecados, y que, progresando en su seguimiento, nos sentimos plenamen­te comprometi­dos al servicio del amor. 

La conversión es la superación de la esclavitud del propio aislamien­to y una participación en la vida comunitaria de la Iglesia. No podemos ser "francotiradores de la fe". Dios nos llama a una conversión en comunidad.

Pero además, la conversión es un motivo de alegría, pues hemos encontrado Algo por lo que vale la pena entregarlo todo, como nos indican las parábolas del tesoro y de la perla (Mateo 13,44-46). Jesús muestra la alegría de la conversión cuando nos habla de banquetes de boda, de vestidos nupciales, de júbilo que se manifiesta incluso en el cielo cuando un pecador se convierte (Lucas 15,7). 

Dios desea que vivamos en comunión con Él. Anhela perdonar nuestros pecados, reconciliarse con nosotros y restaurarnos en su amistad, y por ello, perdona siempre. Pero nos dice: "no peques más", "conviértete", "transforma tu vida".

Dios es justo y misericordioso. Ambas cosas no pueden separarse con el objetivo de aprovecharnos egoístamente del amor y de la misericordia divinos. Por ello, tomamos consciencia de que el pecado es el alejamiento de Dios. Pecar significa vivir separados de Dios. Por lo tanto, no se puede estar en pecado y, a la vez, cerca de Dios. Es imposible.

¿Cómo nos perdona Dios?

Dios en su amor misericordioso pone a nuestro alcance muchos medios para nuestra conversión y perdón:

Confesión
"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1,9).

Imagen relacionadaLo primero es expresar y reconocer las cosas malas que hemos hecho, contárselas a Dios. Y para eso, nos regala el sacramento de la reconciliación.

Él conoce todo y lo sabe todo. Somos nosotros los que necesitamos aceptar con humildad, en su presencia, que le hemos fallado, que le hemos dado la espalda y que hemos huido de Él. Este paso que damos en la confesión, nos abre las puertas para que su perdón fluya y su gracia nos alcance

Dios es, ante todo, reconciliación, nos limpia de toda maldad. No hay absolutamente nada que podamos confesarle, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestro corazón.

Arrepentimiento
Nuestro Señor no tarda en cumplir su promesa, aunque algunos puedan pensar que tarda en hacerlo o que no lo hace. Es más, muestra una gran paciencia con nosotros, y nos da "tiempo extra" porque no quiere que nadie muera, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3,9).

Resultado de imagen de arrepentimientoPero no basta con confesar y reconocer las cosas malas que hemos hecho. ¡Necesitamos arrepentirnos! El arrepentimiento es el primer peldaño de nuestra conversión. Cuando nos arrepentimos expresamos el dolor que nos causa ver los errores que hemos cometido y eso nos impulsa a hacer los cambios necesarios para comenzar a actuar como Dios quiere. Y sobre todo, reconocemos el dolor que le hemos causado a Dios.

Dios desea que todos nos arrepintamos, que reconozcamos que le necesitamos a nuestro lado, en nuestra vida. Quiere que nos reconciliemos con él y le recibamos como Señor y Salvador. Él no desea que ningún ser humano pase la eternidad lejos de él. Por eso espera con paciencia nuestro arrepentimiento.

Propósito de enmienda
Tras reconocer nuestras faltas, es necesario tener un propósito de enmienda. Si realmente no deseamos en nuestro corazón cambiar, transformarnos, convertirnos, no podremos encontrar el perdón, todo nuestro esfuerzo será inútil.

El perdón divino sólo se obtiene con pureza de intención, con el deseo de cambiar, con propósito de enmienda.
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Nuestro modelo es el hijo pródigo de la parábola de Lucas 15, que arrepentido, se dirige por el camino de vuelta a casa, preparando lo que le va a decir a su padre, quien, sin embargo, ni siquiera lo deja hablar, sino que sale a su encuentro, lo abraza y lo cubre de besos.

Nuestro destino es el Padre misericordioso que... ¡No te deja hablar! ¡No te deja que pierdas tu dignidad! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa enorme alegría de sentirte amado y perdonado, antes de que tú hayas terminado de decir todo. Sale a tu encuentro y te abraza. 

Pero, además, Dios va más allá cuando perdona: celebra una fiesta. Borra toda tristeza y la cambia por alegría. Dios todo lo olvida porque lo que le importa es encontrarse con nosotros, reconciliarse con nosotros.

Nos envía a su Hijo
Dios nos envía a su único hijo Jesucristo para obtener el perdón y la salvación. Él abre las puertas del cielo a la humanidad. Su sangre derramada en la cruz es el precio que Cristo pagó para que nuestros pecados fueran perdonados, para redimirnos y rescatarnos de la esclavitud del pecado. Un regalo que no merecíamos. Pero Dios es así.

"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, el justo. Él se ofrece en expiación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo." (1 Juan 2,1-2).

Resultado de imagen de confesionJesús, a través de su muerte en la cruz y su resurrección nos reconcilia con Dios. Él es el "Jardinero" que pide al "Dueño de la viña" que espere, que nos de tiempo para que Él "pueda cavar alrededor y abonar el terreno". 

Cristo es el intercesor entre nosotros y el Padre porque solo él está libre de pecadoÉl interviene constantemente a nuestro favor, restaurándonos como hijos perdonados. Él es quien nos ha transformado y ha dado sentido a nuestra vida.

En la Cruz nos dejó a su Madre, la Virgen María para acudir a Él y por ello, decidimos entregarnos apasionadamente a Él, a través de Ella. Ya no hacemos más lo que nos interesa o lo que nos apetece, ya no vivimos para satisfacer nuestro ego. Le entregamos nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra alma, y aún el valor de nuestras buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, para que se las entregue al Rey de nuestra vida, al dueño de nuestra existencia, en una esclavitud de amor. 

"Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados" (Salmo 32,1). ¡Qué alegría más grande trae el perdón! ¡Qué libertad nos confiere sabernos hijos de Dios. Nuestros pecados ya no cuentan, Dios los borra para siempre.

El perdón de Dios llena nuestro corazón de gratitud y amor hacia Él. Nos concede la oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva vida guiada por Él.

Dios está ansioso de perdonarnos. Nos perdona de inmediato y completamente. Nos hace una fiesta porque no es Dios quien nos acusa sino quien perdona. Pero el perdón de Dios requiere una transformación.


¿A qué esperamos para convertirnos?

viernes, 22 de marzo de 2019

¿LÍDERES O COORDINADORES?

"Yo soy el buen pastor. 
El buen pastor da su vida por las ovejas" 
(Juan 10,11)

Hoy quiero meditar sobre la diferencia entre "coordinadores" y "líderes" espirituales, sobre la divergencia existente entre "grupos" y "equipos" dentro del ámbito evangelizador y cristiano.

Un coordinador es una persona que asume una función y organiza el trabajo de otras personas y los medios que se utilizan para la consecución de esa acción común: coordina acciones, ejecuta procesos, sigue unas pautas. Nada más.

Un líder, según la traducción del término inglés "leader" es, por el contrario, una persona que guía conduce, dirige, motiva, influye, compromete a otros y se compromete, toma la iniciativa, encabeza, da ejemplo, anima, delega, gestiona, convoca, promueve, tiene incentiva y evalúa de forma eficaz y eficiente.

Un grupo es un conjunto de personas que se relacionan principalmente para compartir la información y tomar decisiones para ayudar a cada miembro a desenvolverse dentro de su responsabilidad. Sus formas de trabajo y actitudes no afectan al resto del grupo. No existe sinergia positiva y, por ello, el resultado final es la suma de los esfuerzos individuales.

Un equipo es un conjunto de personas que trabajan de manera coordinada en la ejecución de un proyecto. Cada uno de sus miembros está especializado en un área determinada y sus formas de trabajo y actitudes afectan al resto de compañeros y viceversa. Genera sinergias positivas a través de esfuerzos coordinados. Así, los esfuerzos individuales resultan en un resultado que es mayor a la suma de ellos.

Por tanto, desde un punto de vista espiritual, en la evangelización no existen coordinadores ni grupos. Existen líderes y equipos.

En primer lugar, hablar de "coordinadores", es utilizar un lenguaje "protestante" que se sustenta en una obsesión desmesurada por nuestra condición de pecadores, arrastrándonos hacia un "buenismo puritano", que nos induce a una falsa modestia para evitar tomar ninguna iniciativa propia. 

Por supuesto, que somos pecadores, pero estamos sustentados por la gracia.

En segundo lugar, en España tenemos un gran complejo con los anglicismos, sobre todo con éste. Y es porque no comprendemos su significado al adecuarlo a nuestra mentalidad latina. Liderar no es mandar ni dar órdenes. No es imponer, ni ordenar, ni ejercer poder. Un líder espiritual no es un mandón ni un tirano sino un cristiano que da ejemplo, que va a la cabeza.

En tercer lugar, Jesucristo es a quien seguimos. El mayor ejemplo de liderazgo es JesucristoEstamos llamados a ser como Él. También en el liderazgo. Él no asumió su papel con orgullo ni privilegios sino con humildad, oración y obediencia. Ese es nuestro ejemplo de liderazgo.

El no escogió a 12 discípulos porque estuvieran capacitados sino que los escogió para capacitarlos ("Dios capacita a los elegidos y no elige a los capacitados"). Ese es nuestro ejemplo de liderazgo. 

En cuarto lugar, Cristo no formó coordinadores. Formó a discípulos para que fueran lideres y enseñaran, para que formarán a otros líderes. Es decir,  dio ejemplo de servicio y, después delegó. Un líder tiene seguidores (discípulos), no súbditos. Sabe brindarse, servir, capacitar y formar, identificar las necesidades, detectar carismas, posibilitar el crecimiento y desarrollo de cada uno, organizar, comunicar, escuchar, confiar, transmitir un sentido de pertenencia.

Y en último lugar, en el servicio a Dios no hay coordinadores. Hay líderes que se ponen a la cabeza del servicio. Son los primeros servidores que sirven como los últimos, que inspiran, crean, motivan, animan, trazan un camino, que tienen una visión y una misión que cumplir.

El liderazgo tiene la capacidad de influir. No depende de la posición. De hecho, si la única influencia que tenemos proviene de un "título" o "cargo", no somos líderes.

Coordinador vs. Líder
-Un coordinador responde a lo que sucede. Un líder hace que las cosas "sucedan".

- Un coordinador se responsabiliza de asumir la misión y ejecutar la visión pero requerirá determinadas aptitudes que un líder ya tiene. Un líder es un catalizador que crea cambio, impulso y progreso.

- Un líder asume la responsabilidad y ama el desafío. Un coordinador se siente abrumado por ambos.

Para nosotros los cristianos, ser líder es una gran responsabilidad que debemos asumir con humildad, generosidad y obediencia. Exactamente como lo hizo Jesús.

El liderazgo perfecto de Jesús
Si nos ponemos en "modo Jesucristo", es decir, si nos fijamos en el liderazgo perfecto de nuestro Señor, un líder:

-Señala el Camino (Misión) que debemos seguir para alcanzar la plena felicidad, pero no sólo lo señala sino que es el primero en atravesarlo. Es decir, encabeza la acción y da ejemplo.

-Delega su Autoridad y su Poder (Gracia) a sus seguidores, no se guarda cosas para sí, al contrario comparte su sabiduría con quienes lo acogen en sus corazones.
-Desarrolla un Plan Estratégico (Plan de Salvación) totalmente incomprensible a las mentes humanas, pero que expresa y manifiesta de forma sencilla y según cada realidad.

-Establece una Organización (Iglesia, equipo) que soporte y haga efectivo ese Plan de Salvación que tiene Dios para nosotros.

-Nos guía y acompaña (compañero) en todos los momentos de nuestra vida, aunque en muchas ocasiones no le veamos o nos parezca que no está.

-Nos brinda la oportunidad de un diálogo constante con él (Oración) para conocerle, para conocer su voluntad, para apoyarnos y guiarnos.

-Da la vida por los suyos (Sacrificio), se sacrifica por otros, se "desvive" por otros, pide por  otros.

Como líder cristiano debo:

- Pedirle a Dios la capacidad de saber informar y comunicar al equipo lo que Él quiere de nosotros.

-Escuchar y entender los problemas de las miembros del equipo, anticiparme a sus dudas y responder sus preguntas.

-Tener visión y persuadir, sin pedir al equipo que simplemente sigan mis órdenes de forma ciega o vehemente. 

-Adoptar un pensamiento crítico para tomar decisiones y resolver problemas. Medir las acciones y posibles soluciones de acuerdo a sus costos y beneficios.

-Delegar sabiendo que es más productivo asignar trabajo a aquellos que pueden hacerlo igual de bien o mejor que uno mismo.

-Organizar y ordenar mis tareas y las del resto para hacer un trabajo eficiente.

-Asumir la responsabilidad, no sólo de mis propios actos, sino los de mi equipo. No culpar a otros por mis propios errores, y compartir los errores de otros.

-Perseverar para logran alcanzar los objetivos que Dios me ha encomendado.

-Ser flexible y adaptarse a la coyuntura cuando las cosas no salen como se espera. 

-Construir y desarrollar buenas relaciones con todos los miembros de mi equipo y mis superiores.

-Respetar y no mirar por encima del hombro a mi equipo.

-Ayudar ofreciendo siempre una mano al que la necesita.

-Manejar las crisis con respuestas rápidas y efectivas cuando aparecen los problemas.


¿Eres un líder o un coordinador?



JHR

sábado, 16 de marzo de 2019

UN MENSAJE ESCANDALOSO

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"Si uno viene a mí y no deja a su padre y a su madre, 
a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, 
y aun su propia vida, 
no puede ser discípulo mío. 
El que no carga con su cruz y me sigue, 
no puede ser mi discípulo." 
(Lucas 14, 26-27)

¡Qué fuertes resuenan las palabras de Cristo en el Evangelio de Lucas! ¡Qué duro es tener que dejar todo por Él, a nuestros padres, hermanos, mujer o hijos! ¡Parece una locura, un escándalo! 

Sin embargo, lo que la Palabra de Dios quiere hacernos entender es que no es posible ser discípulo de Cristo si queremos caminar con nuestras mochilas, con nuestras intereses, comodidades o preocupaciones.

Nos asegura que no es posible seguirlo a "nuestra manera", a "nuestro antojo", a nuestra conveniencia o a nuestro gusto. 

Nos dice que no es posible ser cristiano sin dejar de lado los apegos, esclavitudes y dependencias


Nos muestra el camino y nos señala la dirección pero no nos obliga a tomarlo.

Ento
nces ¿qué significa cargar nuestra cruz?

Mientras el mundo nos señala la libertad, la prosperidad, el éxito y la realización personal como el modo de vivir una v
ida feliz, Jesús nos dice todo lo contrario: la dependencia, la humillación, el abandono y la confianza conducen a la vida plena. La cruz es indispensable para seguirlo y llegar al cielo.

Para seguir a Jesús, ¿hace falta renunciar a nuestra familia?
Cualquier versión desvirtuada de vida cristiana que podamos imaginar distinta a la de abrazar la cruz no pasa de ser un cristianismo light, una fe descafeinada, un discipulado "fake".

Como tampoco vale cargarla "de mala manera" o "por cumplir".

Debemos abrazarla, es decir, desearla, amarla. ¡qué fuerte!...¿no? ¡...de locos"! ¿verdad? ¡Un mensaje escandaloso!

Pu
diera se que nos planteáramos servir a Dios desde una perspectiva cómoda, sencilla y libre de riesgos.

Pudiera ser que quisiéramos dar una imagen pública "políticamente correcta" al mundo, pretendiendo no "descolocar" u ofender a nadie y, así, pasar de puntillas por nuestro cristianism
o.

Sin emba
rgo, el apóstol Pablo deja muy claro que seguir a Cristo implica compromiso, incomodidad y sacrificio. Implica escándalo y locura. Valentía y decisión. Tenemos que "mojarnos". No valen los atajos ni los caminos fáciles. 

Pablo escribe a la igl
esia de Corinto: "El mundo con su propia sabiduría no reconoció a Dios en la sabiduría manifestada por Dios en sus obras. Por eso Dios ha preferido salvar a los creyentes por medio de una doctrina que parece una locura. Porque los judíos piden milagros, y los griegos buscan la sabiduría; pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero poder y sabiduría de Dios para los llamados, judíos o griegos. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres; y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres." (1 Corintios 1, 21-25).

Imagen relacionada Si el mensaje de la cruz supone un escándalo y una locura para el mundo, el estilo de vida basado en la cruz también será considerado una locura y un escándalo para el mundo. 

Pablo dice Dios le envió a predicar el evangelio "sin alardes literarios, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo" (1 Corintios 1,17), para que no suceda lo que le ocurrió en el areópago de Atenas, durante su segundo viaje apostólico, donde trató de "suavizar" el mensaje de Cristo, fracasando estrepitosamente.

Quizás algunos tratan de seguir a Cristo a través de un denodado activismo social con el que dirigir sus conciencias hacia un pensamiento que les convierta en buenas personas, en verdaderos discípulos de Cristo. 

Si bien estar activo en obras sociales o caritativas tienen su importancia, la manera más efectiva que Dios nos ha dado para cambiar el mundo es cambiar los corazones con un mensaje claro y contundente del Evangelio. 

Un mensaje que nos confronta y que nos interpe
la en nuestras propias vidas, en nuestros entornos. 

Las conversaciones de paz, los programas políticos o diplomáticos y las estrategias sociales o económicas no son las fuerzas de cambio que más necesita el mundo. Lo que el mundo necesita es el Evangelio presentado de forma clara y sin doblez por apóstoles valientes y seguros de Dios (2 Corintios 5, 16-21).

El estilo de vida de la cruz no es un ca
mino en el que buscamos la realización personal, complaciéndonos a nosotros mismos, sino que es una forma de vida en la que confiamos en que la alegría y la paz nos llegarán a través de la completa obediencia a Dios, según sus designios, como hace un hijo con su padre.

Al entregar nuestra vida al propósito de Dios, los cristianos sabemos que Su plan es llevar a otras almas junto a Él, aunque a veces, nos lleve por situaciones de riesgo o incomodidad, en las que debemos confiar ciega e implícitamente en Él, aún sin comprender.

Solo cargando la cruz, podemos encontrar la gr
acia de una vida victoriosa y alcanzar nuestro destino final: el cielo.

¡Señor, si Tú me dices ven...lo dejo todo!



miércoles, 13 de marzo de 2019

¿PERDONAMOS A LOS QUE NOS OFENDEN?


"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, 
que se imaginan que por hablar mucho les harán caso. 
No seáis como ellos, pues vuestro Padre sabe lo que os hace falta 
antes de que lo pidáis. 
Vosotros rezad así:
'Padre nuestro que estás en el cielo, 
santificado sea tu nombre, 
venga a nosotros tu reino, 
hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, 
danos hoy nuestro pan de cada día, 
perdona nuestras ofensas, 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, 
no nos dejes caer en la tentación, 
y líbranos del mal'. 
Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, 
también os perdonará vuestro Padre celestial, 
pero si no perdonáis a los hombres, 
tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas".
(Mateo 6, 7-15)


Pedir, dar y recibir perdón. ¡Cuánto nos cuesta pedir perdón por nuestras ofensas! y ¡Cuánto nos cuesta perdonar cuando nos hacen daño! 

Sin embargo, Jesús nos exhorta a cultivar el don del perdón, sin el cual no puede existir amor. Nos insiste en amarnos los unos a los otros, y sin perdón, no podemos cumplir este mandamiento.

Los cristianos no podemos vivir sin perdonarnos, porque somos conscientes de que cada día nos ofendemos unos a otros. Sabemos que todos nos equivocamos y erramos. Sabemos que todos caemos por causa de nuestra fragilidad, orgullo y egoísmo. Y aún así, Dios nos perdona. 

Jesús nos pide que curemos inmediatamente las heridas que nos provocamos unos a otros, que volvamos a tejer de inmediato el amor fraternal que rompemos con el rencor. 

Si aprendemos a perdonar de inmediato, sin esperar, el resentimiento no nos envenenará a nosotros mismos. No podemos dejar que acabe el día sin pedirnos perdón, sin hacer las paces entre marido y mujer, entre padres e hijos, entre hermanos y hermanas... entre nuera y suegra. 

Si aprendemos a pedir perdón inmediatamente y a darnos el perdón recíproco, se sanan todas las heridas y se fortalecen las relaciones. A veces, no es necesario hablar mucho. Es suficiente con un ademán, una caricia, un abrazo, una palabra cariñosa. Entonces, todo comienza de nuevo.

Por el contrario, si nos creemos poseedores de la razón y no somos capaces de mirar al otro con compasión, como Dios nos mira a nosotros, perdemos la paz  y el amor de Dios. Si no somos capaces de dar ese perdón, de ser misericordiosos con los demás, Dios no estará en nuestro corazón.

¿Quiénes somos nosotros para negar ese perdón al hermano cuando Cristo nos perdonó todos nuestros pecados muriendo en la Cruz? 

El espíritu del mundo nos incita a ser vengativos y justicieros. Nos anima a utilizar la estrategia perniciosa del "win/lose". Nos canta "no time for losers"Pero ante un desacuerdo entre cristianos, nadie gana. 

En la resolución de conflictos, yo utilizo una táctica que aprendí en la universidad y que me da resultados: "Para ti la razón y para mí, la paz". Así, siempre ganamos ambos. Es la estrategia de marketing "win/win"cuyo objetivo es que todas las partes salgan beneficiadas.

Contrario al espíritu del mundo, Dios nos insiste constantemente en la necesidad del perdón sanador y restaurador a lo largo de la Sagrada Escritura:

- La Parábola del hijo pródigo (Lucas 15, 11-32).
- El Padrenuestro (Mateo 6,14).
- El cultivo del amor (Proverbios 17,9). 
- La bondad y compasión con todos (Efesios 4, 32)
- La tolerancia (Colosenses 3,13). 
- La amabilidad (Efesios 4, 32).

Perdonar

Perdonar a los demás y a nosotros mismos nos ayuda a ser felices. Sin el perdón, se instala en nosotros el resentimiento, una enfermedad del alma y uno de los principales escollos para la felicidad".

El resentimiento es una auto-intoxicación psíquica, un auto-envenenamiento interno, que produce una respuesta emocional, mantenida en el tiempo, a una agresión percibida como real, aunque exactamente no lo sea. Esta respuesta consiste en un sentirse dolido y no olvidar.

Una persona resentida es una persona enferma. Tiene la enfermedad dentro, bloqueándole para la acción, al encerrarse en sí mismo, presa de su obstinación. 

Sin embargo, no siempre tiene por qué dar respuestas externas desagradables, violentas o llamativas. En ocasiones, puede actuar con gran sutileza, incluso con aparente delicadeza, y aún así, no perdona porque su corazón está herido y no responde con libertad; está preso de su propio resentimiento. La intoxicación está dentro y va haciendo su labor, envenenándole y corroyéndole interiormente.

Ademas, una persona resentida y rencorosa le concede a la otra persona la potestad de coartar su libertad para ser feliz, le está entregando la llave de su estado de ánimo. 

La felicidad nunca debiera estar sometida o depender de factores circunstanciales o externos porque ésta se encuentra en nuestro interior; tenemos que saber descubrirla en lo más profundo de nuestro corazó
n.

Al romper las cadenas
del resentimiento y optar por el perdón, recuperamos la libertad y la felicidad.

Ser perdonado

Mientras el resentimiento tiene que ver con los afectos, el perdón tiene más que ver con la voluntad. Al perdonar, optamos por cancelar la deuda moral que el otro ha contraído con su proceder, es decir, le liberamos en cuanto deudor. Le otorgamos también libertad y felicidad.

Para perdonar:

Ponte en el lugar del otro
Hay que aprender a ponerse en el lugar del otro, antes de juzgar sus acciones. Es decir, ser empáticos. Casi todas las actitudes y conductas humanas tienen una explicación.

Piensa que quizá necesita tu ayuda
Si hemos sido ofendidos o agredidos, el problema es del ofensor o agresor, porque es quien ha actuado mal. Perdonando, le tendemos la mano porque quizás, necesita nuestra ayuda.

No ofende quien quiere
Existe un dicho que dice "No ofende quien quiere sino quien puede". Tenemos que tener claro que nadie puede hacernos daño si nosotros no queremos. Está en nuestras manos levantar un muro que nos proteja de las ofensas.

No existe la perfección humana
Nadie es perfecto. "Equivocarse es de humanos y rectificar, de sabios". A veces, los problemas surgen cuando buscamos o exigimos una perfección exagerada en los demás, "cuando vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro". Todos somos falibles. Todos somos pecadores. 

Perdón frecuente, no excepcional

La novedad del mensaje de Cristo es el amor y la misericordia. No se trata de amar y perdonar a nuestros seres queridos o a nuestros amigos. 

El amor y la misericordia que Dios nos pide es para todos, incluso a nuestros enemigos. Pero además, debemos habituarnos a perdonar con frecuencia, no como algo excepcional. 

Para ello, es necesario que seamos conscientes de que los demás también son seres amados y pensados por Dios

Es preciso entender que el Señor ha pensado y creado a cada persona de una manera única y particular. Cada ser humano ha sido dotado por Dios con una luz primordial original y genuina.

Por ello, es preciso estar dispuestos y ser capaces de ver lo mejor del corazón del otro y llegar a poder decirle con un corazón misericordioso: "Sé que no eres así, sé que eres mucho mejor y te perdono. ¿Te he dicho alguna vez que te quiero?".

martes, 12 de marzo de 2019

CURAR NUESTRA CEGUERA

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"En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. 
Y le trajeron a un ciego, pidiéndole que lo tocase. 
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, 
le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo?. 
Levantando lo ojos dijo: Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. 
Le puso otra vez las manos en los ojos; 
el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. 
Jesús lo mandó a casa, diciéndole que no entrase en la aldea" 
(Marcos 8, 22-26)

Existe un dicho popular que dice que "no hay mayor ciego que el que no quiere ver"Y es que a menudo, construimos un mundo de seguridades ideológicas o emocionales, basadas en un egoísmo que nos ciega.

A veces, nuestra miopía a la hora de afrontar la vida desde los ojos de Dios nos conduce a una total ceguera espiritual. Y nuestro orgullo, nos impide querer ser curados.

El relato de Marcos nos dice "le trajeron", "le llevaron" un ciego a Jesús. A veces es necesario que "nos lleven a Jesús". Es preciso que alguien, próximo y cercano, capaz de reconocer y descubrir nuestra necesidad, nuestra ceguera, se comprometa y nos "lleve" de la mano hacia Jesús, quien nos acogerá con sus delicadas manos.

Y siguiendo el texto “le sacó de la aldea, le llevó de la mano…” ¿por qué le sacó de la aldea y cómo lo hizo?
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Situémonos ante Jesús, como el ciego que no articula palabra, pero que deja a Jesús que descubra su ceguera, le saque de su "aldea", de su zona de confort, de sus seguridades, de sus razonamientos lógicos y le conduce a su curación. En realidad, todos somos ciegos en un mundo de oscuridad.

Se trata de dejarse conducir por Él hasta una zona luminosa, dejarse tocar por Jesús, dejarse acompañar y conducir por Él sin prisas, sin querer ver todo claro desde el principio, asumiendo un proceso de claridad y luz, confiando siempre en la mano amiga que nos conduce hasta allí y teniendo la certeza de que Él quiere siempre curar nuestras cegueras.

Es el milagro que Jesús realiza en cada uno de nosotros para hacernos capaces de reconocer su presencia en los signos eucarísticos, en sus palabras y en la entrega de su vida en la Cruz.

El telón de fondo de este pasaje es el camino que Cristo recorre desde Galilea hasta Jerusalén, donde le espera la muerte (Marcos 8,27; 9,30-33; 10,1-17-32). Es el camino de la Cruz. 

No podemos entender el seguimiento de Jesús sólo por medio de la enseñanza teórica de su mensaje, sino por medio de un compromiso práctico, caminando con él por el camino del servicio, desde Galilea hasta Jerusalén. 

Imagen relacionadaNo podemos caer en el error de Pedro, es decir, desear un Jesucristo glorioso sin cruz, o nunca entenderemos nada, nunca veremos nada y nunca llegaremos a tener la actitud de un verdadero discípulo. 

Continuaremos ciegos, viendo árboles caminando, en lugar de personas (Marcos 8,24). Pues sin la cruz es imposible ver con nitidez, es decir, entender quién es Jesús y qué significa seguir a Jesús. 

El seguimiento a Cristo es el camino de la entrega, del abandono, del servicio, de la disponibilidad, de la aceptación, de la donación. La cruz no es un accidente que ocurre por el camino, ¡forma parte del camino! 

En un mundo que gira en torno al egoísmo y el hedonismo, el amor y el servicio sólo pueden existir en la cruz, en el sufrimiento y en la entrega. No podemos servir "cómodamente" desde nuestra aldea. Sólo saliendo de ella para dar la vida por otros, sólo haciendo de nuestra vida un camino de entrega a los demás, encontraremos la visión que Dios quiere darnos. Encontraremos nuestro destino, al que todos estamos llamados.

Sin embargo, una vez que hemos dejado nuestras erróneas certezas, nuestras falsas seguridades y comodidades, una vez que nos hemos dejado coger de la mano y tocar por Jesús, con qué facilidad dejamos el camino de la cruz y nos volvemos a "Betsaida", al lugar de nuestras cegueras. Con qué facilidad volvemos a instalarnos en nuestras rutinas y comodidades, en nuestra falta de motivación o en nuestra falta de radicalidad en el seguimiento de Cristo.

"No vuelvas a la aldea", le dice Jesús al ciego recién curado. "Vete a casa". ¡Nos está hablando a nosotros! Quiere que acudamos a ese espacio interior donde se produce el milagro del encuentro con el Maestro, que ofrece Luz que ilumina nuestras tinieblas, que nos indica el camino.

Pero además de "abrirnos los ojos", Cristo nos ofrece un ejemplo para ayudar a otros “ciegos” a cruzar la calle, a través de la acogida, la proximidad y el cariño, cuando dice “le llevó de la mano”.  Jesús nos lleva con delicadeza y sin quebrantar nuestra libertad para que enseñemos a otros que, aunque el camino es cuesta arriba (nunca mejor dicho) hacia el calvario, la recompensa merece la pena.
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Se trata de que veamos para que ayudemos a otros a "ver" pero también cuidando los gestos, las actitudes, los modos. Y si es necesario, volver a empezar cuando en nuestro servicio, no encontremos el resultado esperado como Dios hace con nosotros mismos.

“Le puso otra vez las manos en los ojos”.  ¿Cuántas veces nos vuelve a poner las manos en los ojos para que veamos? ¿Cuántas veces nos volvemos hacia atrás por tratar de evitar el sufrimiento? 

Jesús nos coge una y otra vez de la mano suavemente, delicadamente, para que no tengamos miedo, para que estemos tranquilos y seguros, para que perseveremos y no nos rindamos ante los primeros obstáculos.

Su propósito es llevarnos al cielo.

¿Me id
entifico con el ciego al que llevan a Jesús? o ¿soy el que lleva al ciego a Jesús? 

¿Mi encuentro con las personas me lleva a ser cercano y acogedor, a descubrir sus necesidades, a ayudarles, a acompañarles...? 

¿Me doy cuenta que en muchas situaciones he estado ciego y no lo reconozco? 

¿Soy consciente de que por mi mismo no hubiera podido curar mi ceguera?

¿Me doy cuenta que el Señor actúa para "sacarme de mi aldea", para que sea consciente de mi “ceguera” y curarme? 

Y cuando recupero la vista, quedo curado y veo con claridad ¿siento que el Señor ha actuado en mí?

¿Veo o prefiero continuar ciego?