¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 10 de agosto de 2021

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): LA PARADOJA DEL "MORIR PARA VIVIR"


"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, 
queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto. 
El que se ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiera servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará" 
(Juan 12,24-26)

Ha llegado la hora: Jesús tiene que morir para dar fruto, tiene que dar la vida para que su mensaje sea fecundo. Para eso ha venido al mundo. Ahora, ya en Jerusalén, a cinco días de su crucifixión, se lo explica a sus discípulos.

¿De qué sirve el grano de trigo en el granero? Allí no produce frutos. La caída en tierra es la condición de su fecundidad. Es necesario que muera y germine: una muerte de la que brota vida eterna. 

Cristo, con su ejemplo, nos llama al servicio, a la entrega total, al amor más grande, a dar la vida por los demás: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). 

Amar es servir con alegría y abnegación, y servir a la manera de Cristo es "pudrir el yo para que germine el nosotros", es decir, la renuncia voluntaria a la propia voluntad, a los propios deseos, afectos o intereses en beneficio de los demás. Amar es sacrificarse por los demás, es inmolarse por otros.
El Señor, en tres versículos, nos describe la verdadera esencia del cristiano, la paradoja cristiana: morir para vivir, perder para ganar. 

Morir a sí mismo es "desvivirse" por los demás, "abrirse" a los demás, "gastarse" en los demás". 

Negarse a sí mismo es renunciar a la propia vida para entregársela a los demás y resucitar multiplicando el fruto. 

Amarse a sí mismo es "perderse" y aborrecerse a sí mismo es "guardarse para la vida eterna". 

Seguir a Jesús no es sólo creer en Él. El seguimiento de Cristo significa estar donde está Él, es decir, en la cruz

La cruz significa disponibilidad para enfrentarse a la prueba, significa valentía para servir hasta la muerte de uno mismo, significa generosidad para entregarse sin buscar recompensa. 

La cruz es el camino para llegar a la luz...a la gloria...donde está Él.

sábado, 16 de marzo de 2019

UN MENSAJE ESCANDALOSO

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"Si uno viene a mí y no deja a su padre y a su madre, 
a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, 
y aun su propia vida, 
no puede ser discípulo mío. 
El que no carga con su cruz y me sigue, 
no puede ser mi discípulo." 
(Lucas 14, 26-27)

¡Qué fuertes resuenan las palabras de Cristo en el Evangelio de Lucas! ¡Qué duro es tener que dejar todo por Él, a nuestros padres, hermanos, mujer o hijos! ¡Parece una locura, un escándalo! 

Sin embargo, lo que la Palabra de Dios quiere hacernos entender es que no es posible ser discípulo de Cristo si queremos caminar con nuestras mochilas, con nuestras intereses, comodidades o preocupaciones.

Nos asegura que no es posible seguirlo a "nuestra manera", a "nuestro antojo", a nuestra conveniencia o a nuestro gusto. 

Nos dice que no es posible ser cristiano sin dejar de lado los apegos, esclavitudes y dependencias


Nos muestra el camino y nos señala la dirección pero no nos obliga a tomarlo.

Ento
nces ¿qué significa cargar nuestra cruz?

Mientras el mundo nos señala la libertad, la prosperidad, el éxito y la realización personal como el modo de vivir una v
ida feliz, Jesús nos dice todo lo contrario: la dependencia, la humillación, el abandono y la confianza conducen a la vida plena. La cruz es indispensable para seguirlo y llegar al cielo.

Para seguir a Jesús, ¿hace falta renunciar a nuestra familia?
Cualquier versión desvirtuada de vida cristiana que podamos imaginar distinta a la de abrazar la cruz no pasa de ser un cristianismo light, una fe descafeinada, un discipulado "fake".

Como tampoco vale cargarla "de mala manera" o "por cumplir".

Debemos abrazarla, es decir, desearla, amarla. ¡qué fuerte!...¿no? ¡...de locos"! ¿verdad? ¡Un mensaje escandaloso!

Pu
diera se que nos planteáramos servir a Dios desde una perspectiva cómoda, sencilla y libre de riesgos.

Pudiera ser que quisiéramos dar una imagen pública "políticamente correcta" al mundo, pretendiendo no "descolocar" u ofender a nadie y, así, pasar de puntillas por nuestro cristianism
o.

Sin emba
rgo, el apóstol Pablo deja muy claro que seguir a Cristo implica compromiso, incomodidad y sacrificio. Implica escándalo y locura. Valentía y decisión. Tenemos que "mojarnos". No valen los atajos ni los caminos fáciles. 

Pablo escribe a la igl
esia de Corinto: "El mundo con su propia sabiduría no reconoció a Dios en la sabiduría manifestada por Dios en sus obras. Por eso Dios ha preferido salvar a los creyentes por medio de una doctrina que parece una locura. Porque los judíos piden milagros, y los griegos buscan la sabiduría; pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero poder y sabiduría de Dios para los llamados, judíos o griegos. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres; y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres." (1 Corintios 1, 21-25).

Imagen relacionada Si el mensaje de la cruz supone un escándalo y una locura para el mundo, el estilo de vida basado en la cruz también será considerado una locura y un escándalo para el mundo. 

Pablo dice Dios le envió a predicar el evangelio "sin alardes literarios, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo" (1 Corintios 1,17), para que no suceda lo que le ocurrió en el areópago de Atenas, durante su segundo viaje apostólico, donde trató de "suavizar" el mensaje de Cristo, fracasando estrepitosamente.

Quizás algunos tratan de seguir a Cristo a través de un denodado activismo social con el que dirigir sus conciencias hacia un pensamiento que les convierta en buenas personas, en verdaderos discípulos de Cristo. 

Si bien estar activo en obras sociales o caritativas tienen su importancia, la manera más efectiva que Dios nos ha dado para cambiar el mundo es cambiar los corazones con un mensaje claro y contundente del Evangelio. 

Un mensaje que nos confronta y que nos interpe
la en nuestras propias vidas, en nuestros entornos. 

Las conversaciones de paz, los programas políticos o diplomáticos y las estrategias sociales o económicas no son las fuerzas de cambio que más necesita el mundo. Lo que el mundo necesita es el Evangelio presentado de forma clara y sin doblez por apóstoles valientes y seguros de Dios (2 Corintios 5, 16-21).

El estilo de vida de la cruz no es un ca
mino en el que buscamos la realización personal, complaciéndonos a nosotros mismos, sino que es una forma de vida en la que confiamos en que la alegría y la paz nos llegarán a través de la completa obediencia a Dios, según sus designios, como hace un hijo con su padre.

Al entregar nuestra vida al propósito de Dios, los cristianos sabemos que Su plan es llevar a otras almas junto a Él, aunque a veces, nos lleve por situaciones de riesgo o incomodidad, en las que debemos confiar ciega e implícitamente en Él, aún sin comprender.

Solo cargando la cruz, podemos encontrar la gr
acia de una vida victoriosa y alcanzar nuestro destino final: el cielo.

¡Señor, si Tú me dices ven...lo dejo todo!



martes, 12 de marzo de 2019

CURAR NUESTRA CEGUERA

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"En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida. 
Y le trajeron a un ciego, pidiéndole que lo tocase. 
Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, 
le untó saliva en lo ojos, le impuso las manos y le preguntó: ¿Ves algo?. 
Levantando lo ojos dijo: Veo hombres, me parecen árboles, pero andan. 
Le puso otra vez las manos en los ojos; 
el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad. 
Jesús lo mandó a casa, diciéndole que no entrase en la aldea" 
(Marcos 8, 22-26)

Existe un dicho popular que dice que "no hay mayor ciego que el que no quiere ver"Y es que a menudo, construimos un mundo de seguridades ideológicas o emocionales, basadas en un egoísmo que nos ciega.

A veces, nuestra miopía a la hora de afrontar la vida desde los ojos de Dios nos conduce a una total ceguera espiritual. Y nuestro orgullo, nos impide querer ser curados.

El relato de Marcos nos dice "le trajeron", "le llevaron" un ciego a Jesús. A veces es necesario que "nos lleven a Jesús". Es preciso que alguien, próximo y cercano, capaz de reconocer y descubrir nuestra necesidad, nuestra ceguera, se comprometa y nos "lleve" de la mano hacia Jesús, quien nos acogerá con sus delicadas manos.

Y siguiendo el texto “le sacó de la aldea, le llevó de la mano…” ¿por qué le sacó de la aldea y cómo lo hizo?
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Situémonos ante Jesús, como el ciego que no articula palabra, pero que deja a Jesús que descubra su ceguera, le saque de su "aldea", de su zona de confort, de sus seguridades, de sus razonamientos lógicos y le conduce a su curación. En realidad, todos somos ciegos en un mundo de oscuridad.

Se trata de dejarse conducir por Él hasta una zona luminosa, dejarse tocar por Jesús, dejarse acompañar y conducir por Él sin prisas, sin querer ver todo claro desde el principio, asumiendo un proceso de claridad y luz, confiando siempre en la mano amiga que nos conduce hasta allí y teniendo la certeza de que Él quiere siempre curar nuestras cegueras.

Es el milagro que Jesús realiza en cada uno de nosotros para hacernos capaces de reconocer su presencia en los signos eucarísticos, en sus palabras y en la entrega de su vida en la Cruz.

El telón de fondo de este pasaje es el camino que Cristo recorre desde Galilea hasta Jerusalén, donde le espera la muerte (Marcos 8,27; 9,30-33; 10,1-17-32). Es el camino de la Cruz. 

No podemos entender el seguimiento de Jesús sólo por medio de la enseñanza teórica de su mensaje, sino por medio de un compromiso práctico, caminando con él por el camino del servicio, desde Galilea hasta Jerusalén. 

Imagen relacionadaNo podemos caer en el error de Pedro, es decir, desear un Jesucristo glorioso sin cruz, o nunca entenderemos nada, nunca veremos nada y nunca llegaremos a tener la actitud de un verdadero discípulo. 

Continuaremos ciegos, viendo árboles caminando, en lugar de personas (Marcos 8,24). Pues sin la cruz es imposible ver con nitidez, es decir, entender quién es Jesús y qué significa seguir a Jesús. 

El seguimiento a Cristo es el camino de la entrega, del abandono, del servicio, de la disponibilidad, de la aceptación, de la donación. La cruz no es un accidente que ocurre por el camino, ¡forma parte del camino! 

En un mundo que gira en torno al egoísmo y el hedonismo, el amor y el servicio sólo pueden existir en la cruz, en el sufrimiento y en la entrega. No podemos servir "cómodamente" desde nuestra aldea. Sólo saliendo de ella para dar la vida por otros, sólo haciendo de nuestra vida un camino de entrega a los demás, encontraremos la visión que Dios quiere darnos. Encontraremos nuestro destino, al que todos estamos llamados.

Sin embargo, una vez que hemos dejado nuestras erróneas certezas, nuestras falsas seguridades y comodidades, una vez que nos hemos dejado coger de la mano y tocar por Jesús, con qué facilidad dejamos el camino de la cruz y nos volvemos a "Betsaida", al lugar de nuestras cegueras. Con qué facilidad volvemos a instalarnos en nuestras rutinas y comodidades, en nuestra falta de motivación o en nuestra falta de radicalidad en el seguimiento de Cristo.

"No vuelvas a la aldea", le dice Jesús al ciego recién curado. "Vete a casa". ¡Nos está hablando a nosotros! Quiere que acudamos a ese espacio interior donde se produce el milagro del encuentro con el Maestro, que ofrece Luz que ilumina nuestras tinieblas, que nos indica el camino.

Pero además de "abrirnos los ojos", Cristo nos ofrece un ejemplo para ayudar a otros “ciegos” a cruzar la calle, a través de la acogida, la proximidad y el cariño, cuando dice “le llevó de la mano”.  Jesús nos lleva con delicadeza y sin quebrantar nuestra libertad para que enseñemos a otros que, aunque el camino es cuesta arriba (nunca mejor dicho) hacia el calvario, la recompensa merece la pena.
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Se trata de que veamos para que ayudemos a otros a "ver" pero también cuidando los gestos, las actitudes, los modos. Y si es necesario, volver a empezar cuando en nuestro servicio, no encontremos el resultado esperado como Dios hace con nosotros mismos.

“Le puso otra vez las manos en los ojos”.  ¿Cuántas veces nos vuelve a poner las manos en los ojos para que veamos? ¿Cuántas veces nos volvemos hacia atrás por tratar de evitar el sufrimiento? 

Jesús nos coge una y otra vez de la mano suavemente, delicadamente, para que no tengamos miedo, para que estemos tranquilos y seguros, para que perseveremos y no nos rindamos ante los primeros obstáculos.

Su propósito es llevarnos al cielo.

¿Me id
entifico con el ciego al que llevan a Jesús? o ¿soy el que lleva al ciego a Jesús? 

¿Mi encuentro con las personas me lleva a ser cercano y acogedor, a descubrir sus necesidades, a ayudarles, a acompañarles...? 

¿Me doy cuenta que en muchas situaciones he estado ciego y no lo reconozco? 

¿Soy consciente de que por mi mismo no hubiera podido curar mi ceguera?

¿Me doy cuenta que el Señor actúa para "sacarme de mi aldea", para que sea consciente de mi “ceguera” y curarme? 

Y cuando recupero la vista, quedo curado y veo con claridad ¿siento que el Señor ha actuado en mí?

¿Veo o prefiero continuar ciego?

miércoles, 7 de noviembre de 2018

EL ESTILO CRISTIANO

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"Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre,
 a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, 
e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío. 
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, 
no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? 
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, 
se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, 
no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres 
podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? 
Y si no, cuando el otro está todavía lejos,
 envía legados para pedir condiciones de paz. 
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes 
no puede ser discípulo mío".
(Lucas 14, 25-33)

Jesús es rotundo: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo". 

No nos pide algo que no pueda hacerse. Él mismo ya lo recorrió antes: el camino de la obediencia, de la humillación, de la negación, de la donación. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Cristo marca la línea roja del discípulo, el estilo del cristiano, el camino que todos sus discípulos hemos de recorrer.

Jesús nos exhorta a calcular los costes, a meditar si podremos llegar hasta el final, a discernir lo que significa seguirle.

El estilo cristiano es la senda de la Cruz, que la toma y sigue adelante. Un recorrido en el que no hay atajos, en el que no hay facilidades ni comodidades, en el que no hay cambios de sentido.

El estilo cristiano es el camino de la Verdad que lleva a la Vida. Un recorrido que exige negarnos a nosotros mismos, dar la vida y que discurre contrario al del egoísmo, de las necesidades y beneficios individuales, de las opiniones personales y de los propios apegos.

El estilo cristiano es el itinerario de la obediencia total, de la abnegación y la renuncia. Una ruta en dirección contraria a la de la queja, la protesta y la discusión.  

El estilo cristiano es el sendero de la ofrenda total a Dios, de la entrega total y sin excusas. Un recorrido en el que no hay cabida a reservarnos nada para nosotros, ni pedir nada para nosotros.

Imagen relacionadaEl estilo cristiano es el camino del sufrimiento, las dificultades y los problemas. Un trayecto en el que dejamos de lado nuestras seguridades y nuestras comodidades. 

El estilo cristiano es la ruta del crecimiento en las dificultades, de la madurez en los problemas, del aprendizaje en las caídas.

¡Cuántas veces le seguimos y a la primera dificultad o al primer contratiempo, lo dejamos!

¡Cuántas veces le acompañamos esperando beneficios propios, deseando asientos de honor y gloria, y cuando no lo conseguimos, abandonamos!

¿Estoy seguro de haber calculado los costes de seguir a Cristo?

¿He echado cuentas de lo que supone cargar con mi cruz? ¿Estoy seguro de querer seguirle para crecer y alcanzar mi meta?

¿Seré capaz de llegar hasta el final a pesar de todas las dificultades que encontraré por el camino? 

¿Caminaré agradecido sólo por las cosas buenas que Dios me regala o también por las cosas malas que me encuentre?

¿Me fortaleceré a través de las pruebas? o ¿me desanimaré a las primeras de cambio?

¿Seré capaz de transformar los problemas y sufrimientos, en bendiciones y gracias que aumenten mi amor, mi esperanza y mi fe?

"Por encima de todo, tened amor, que es el lazo de la perfección. 
Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, 
en la que fuisteis llamados para formar un solo cuerpo. 
Y sed agradecidos". 
(Colosenses 3, 14-15)

lunes, 4 de diciembre de 2017

NO SIN CRUZ. NO SIN CRISTO

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"El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, 
cargue con su cruz cada día y venga conmigo".

La Cruz es el camino que Jesús ha recorrido antes. No hay fe cristiana fuera de la cruz: el camino de la humildad, del "abajamiento", de la humillación, de la negación a uno mismo, para después resurgir de nuevo. 

Este es el camino. Aunque duela. Aunque cueste. Aunque parezca impensable.

Dicen los deportistas que "no hay progreso sin dolor". Un dolor para mejorar. Una Cruz para salvar. Una muerte para vivir.

La fe, sin cruz no es cristiana, y sin Jesús, la cruz tampoco es cristiana. El cristiano toma su cruz con Jesús y le sigue adelante. No sin cruz, no sin Jesús.

Jesús nos ha dado el ejemplo y aun siendo Dios, se humilló a sí mismo, y se ha hecho siervo por nosotros. No vino para ser servido, sino para servir.

Este camino de negarse a sí mismo es para dar vida, es lo opuesto al camino del egoísmo, del apego a los bienes, incluso a la propia familia... 

Este camino está abierto a todos, porque ese camino que ha hecho Jesús, de anulación,  ha sido para dar vida.

Imagen relacionadaDice Jesús: "El que no toma su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo". No podemos ser cristianos ni discípulos suyos si no tomamos nuestra cruz y le seguimos. Con Cristo, la cruz es llevadera pero es que, además nos lleva a la resurrección.

La cruz constituye una de las columnas del cristianismo. Aunque hoy en día nadie quiere hablar de dolor y de sufrimiento, no por ello deja de estar presente en nuestras vidas. El dolor en sí mismo es un misterio. Es duro y, humanamente, rechazable. Sin embargo, es transformador.

No se trata de endulzar la cruz o de convertirla en una carga "light". Se trata de descubrir su valor cristiano y de darle un sentido. Sí, el auténtico cristianismo es exigente.

Jesús, no fue hacia el dolor de forma masoquista, como quien va a una fiesta. Fue para aliviar el dolor en los demás; y el dolor de la pasión le hizo temblar de miedo, cuando pidió al Padre que le librara de él; pero lo asumió, porque era necesario, porque era la voluntad de su Padre. Así, convirtió el dolor en redención, en fecundidad y en alegría interior. 

Imagen relacionadaSi quiero de verdad ser discípulo de Cristo tengo que despojarme de todos mis bienes, de mis esclavitudes, de mis conveniencias, hasta incluso de mi propia familia: "Y todo el que deje casa, hermanos o hermanas, padre o madre, o hijos o campos por mi causa recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna" (Mateo 19,29).
Sólo así, seré digno de Él y encontraré la paz y la felicidad que sólo Él puede darme. Y nadie me la podrá arrancar.

Debo revisar mi vida y ver cómo puedo transformar y dar sentido a mis pequeños dolores cotidianos, a mis sufrimientos. 

Debo reflexionar sobre qué me queda por entregar de todos mis bienes y así, seguir el ejemplo de Jesús que, desde el Huerto de Getsemaní, se convirtió en el gran profesional de la cruz, fuente de salvación y de realización para todos los hombres. 

Cristo murió, es cierto. Pero, lo hizo para resucitar, para devolvernos la vida. "Quien no muere para nacer del espíritu, no puede entrar en el Reino de los cielos" (Juan 3, 5).

Nuestra fe, nuestra certeza es la de una Persona viva que, paso a paso, camina a nuestro lado, enseñándonos el mejor modo de vivir, muriendo.


viernes, 29 de septiembre de 2017

VIACRUCIS EN EL VALLE


Hoy hemos vuelto a realizar el Vía crucis (en latín: "camino de la cruz") en el Valle de los Caídos. 

Una devoción centrada en los Misterios Dolorosos de Cristo, que se meditan y contemplan caminando y deteniéndose en las estaciones que, del Pretorio al Calvario, representan los episodios más importantes de la Pasión. 

También conocido como "estaciones de la cruz" y "vía dolorosa", se trata de un camino de oración con el que meditamos la pasión y muerte de Jesucristo en su camino al Calvario. 

Un acto de piedad con el que recordamos con amor y agradecimiento lo mucho que Jesús sufrió por salvarnos del pecado durante su pasión y muerte y además, nos otorga indulgencia plenaria.

Consta de 14 estaciones, cada una de las cuales se fija en un paso o episodio de la Pasión del Señor, para su meditación y contemplación. Va precedido y seguido de peticiones y oraciones. A veces, se añade una decimoquinta, dedicada a la resurrección de Cristo. 


Oración inicial
Por la señal, de la Santa Cruz de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

Oración en cada estación
V. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos.
R. Pues por tu santa cruz redimiste al mundo.

Le sigue la exposición del acontecimiento propuesto o la predicación sobre el mismo, así como la meditación silenciosa. 

Oración final
Te suplicamos, Señor, que nos concedas, por intercesión de tu Madre la Virgen, que cada vez que meditemos tu Pasión, quede grabado en nosotros con marca de actualidad constante, lo que Tú has hecho por nosotros y tus constantes beneficios. Haz, Señor, que nos acompañe, durante todas nuestras vidas, un agradecimiento inmenso a tu Bondad. Amén.

Virgen Santísima de los Dolores, míranos cargando la cruz de nuestro sufrimiento; acompáñanos como acompañaste a tu Hijo Jesús en el camino del Calvario; eres nuestra Madre y te necesitamos. Ayúdanos a sufrir con amor y esperanza para que nuestro dolor sea dolor redentor que en las manos de Dios se convierta en un gran bien para la salvación de las almas. Amén.

Las 14 estaciones son:

Imagen relacionadaI. Jesús es condenado a muerte.
II. Jesús lleva la cruz.
III. Jesús cae por primera vez.

IV. Jesús encuentra a su madre María.
V. Simón el Cirineo ayuda a Jesús a llevar la cruz.

VI. Verónica limpia el rostro de Jesús.
VII. Jesús cae por segunda vez.
VIII.Jesús consuela a las mujeres que lloran por él.
IX. Jesús cae por tercera vez.
X. Jesús es despojado de sus vestiduras.
XI. Jesús es clavado en la cruz.
XII. Jesús muere en la cruz.
XIII. Jesús es descendido de la cruz y puesto en brazos de María, su madre.

XIV. Jesús es sepultado.

Lo habitual es hacer un recorrido en grupo, deteniéndose en cada estación y haciendo una oración en cada una, una lectura de algún pasaje del evangelio y también una meditación. 


El Vía crucis se adentra en el misterio eucarístico. La oración del Vía crucis es un camino que conduce a la comunión profunda y espiritual con Jesús.

El Vía crucis no está dotado de una concepción meramente sentimental, y de cuyos riesgos el Señor, en la VIII estación, advierte a las mujeres de Jerusalén que lloran por él. No basta el simple sentimiento; el Vía crucis debe ser una escuela de fe, que por su propia naturaleza, "actúa por la caridad" (Gal 5, 6).



El Vía crucis nos muestra un Dios que padece él mismo los sufrimientos de los hombres, y cuyo amor no permanece impasible y alejado, sino que viene a estar con nosotros, hasta su muerte en la cruz (Flp 2, 8). 

El Dios que comparte nuestras amarguras, el Dios que se ha hecho hombre para llevar nuestra cruz, quiere transformar nuestro corazón de piedra y llamarnos a compartir también el sufrimiento de los demás; quiere darnos un "corazón de carne" que no sea insensible ante la desgracia ajena, sino que sienta compasión y nos lleve al amor que cura y socorre: "El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna" (Jn 12, 25; Mt 16, 25; Mc 8, 35; Lc 9, 24; 17, 33).

"El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga" (Mt 16, 24). Jesús mismo ofrece la interpretación del Vía crucis, nos enseña cómo hemos de rezarlo y seguirlo: es el camino del negarse a sí mismo, es decir, el camino del amor verdadero. Jesús ha ido por delante en este camino, camina con nosotros, en cada momento de nuestra vida de hoy, como aquella vez con los discípulos de Emaús.