¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

lunes, 13 de octubre de 2025

DIVISIONES Y CONFLICTOS EN LA IGLESIA

"Os ruego, hermanos, 
en nombre de nuestro Señor Jesucristo,
que digáis todos lo mismo 
y que no haya divisiones entre vosotros.
Estad bien unidos con un mismo pensar y un mismo sentir.
Pues, hermanos, me he enterado por los de Cloe
de que hay discordias entre vosotros.
Y os digo esto porque cada cual anda diciendo:
'Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo,
yo soy de Cefas, yo soy de Cristo'.
¿Está dividido Cristo?
¿Fue crucificado Pablo por vosotros?
¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?"
(1 Cor 1,11-13)

En su primera carta a la Iglesia de Corinto, el apóstol Pablo nos muestra los conflictos y las divisiones que surgieron desde el principio en aquella comunidad cristiana para ayudarnos a evitar los conflictos que siguen ocurriendo también hoy en la Iglesia del siglo XXI:

  • "Los de Pablo". Son el grupo de los gentiles, no judíos incorporados a la Iglesia, los nuevos conversos que tienden a criticar a quienes han estado siempre en la Iglesia.
  • "Los de Apolo". Son el grupo de los intelectuales de la Iglesia que se sienten superiores al resto de los cristianos y, en particular, a menospreciar a los conversos.
  • "Los de Cefas". Son el grupo de los judeocristianos, los legalistas y rigoristas de la Iglesia que quieren someter el evangelio al cumplimiento de las normas y las tradiciones.
  • "Los de Cristo". Son el grupo de los carismáticos de la Iglesia, que se tienen por más "santos" que el resto porque dicen no tener tentaciones ni pecados.

Estos partidismos eran síntomas de una mala comprensión del liderazgo cristiano que Pablo resuelve redirigiendo el enfoque erróneo de los corintios recordándoles que es Dios quien hace crecer a la Iglesia, no los líderes, que son meros servidores: "Yo planté, Apolos regó, pero fue Dios quien hizo crecer, de modo que, ni el que planta es nada, ni tampoco el que riega; sino Dios, que hace crecer" (1 Corintios 3,6-7). 
En nuestra sociedad actual podemos observar la gran polarización existente a nivel político, económico, social, conyugal, deportivo, incluso eclesial...Hoy en la Iglesia existen muchos movimientos, carismas y realidades que caminan hacia el mismo sitio de formas diferentes, pero deben hacerlo en unidad con los demás cristianos.

Una unidad que estaba ya amenazada cuando, en presencia del mismo Jesús, sus apóstoles más cercanos discutían entre ellos sobre quién era el más importante (cf. Lc 9, 46). El Señor, sin embargo, insistió mucho en la unidad en torno al Padre, porque todos somos hijos suyos, haciéndonos entender que nuestro anuncio y nuestro testimonio serán tanto más creíbles cuanto más capaces seamos de vivir en comunión fraterna.
Los conflictos en la Iglesia suelen ser consecuencia de distintas interpretaciones teológicas, rituales, doctrinales, tradicionales, de disputas internas de poder o de ambiciones personales. Pero, ante todo esto, nosotros, como miembros de la Iglesia, ¿Qué podemos y debemos hacer para mantener la unidad, la paz y la armonía dentro de la diversidad?

Lo primero, rezar por la unidad de los cristianos, y junto a la oración, reconocer las diferencias, buscar puntos en común y priorizar el diálogo abierto, la escucha activa, la empatía y la búsqueda de soluciones pacíficas.

En segundo lugar, las divisiones denotan falta de madurez espiritual. Para superarlas debemos crecer en la fe, pero no solo en conocimiento sino también en comportamiento, dejándonos guiar por la exhortación al amor de Pablo en 1 Cor 13.

En tercer lugar, no debemos fijarnos en lo que nos divide, sino en lo que nos une: todos creemos en Cristo y todos somos miembros de su cuerpo místico, ninguno es más importante que otro y todos somos necesarios como dice Pablo en 1 Cor 12:

"El cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. 
Si dijera el pie: 'Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo', 
¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? 
Y si el oído dijera: 'Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo', 
¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? 
Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿Dónde estaría el oído?; 
si fuera todo oído, ¿Dónde estaría el olfato? 
Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. 
Si todos fueran un solo miembro, ¿Dónde estaría el cuerpo? 
Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, 
el cuerpo es uno solo. 
El ojo no puede decir a la mano: 'No te necesito'; 
y la cabeza no puede decir a los pies: 'No os necesito'. 
Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. 
Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables 
los rodeamos de mayor respeto; 
y los menos decorosos los tratamos con más decoro; 
mientras que los más decorosos no lo necesitan. 
Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, 
para que así no haya división en el cuerpo, 
sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros" 
(1 Cor 12,14-25)

domingo, 12 de octubre de 2025

ABANDONAR NUESTRA MISIÓN

"Escuché la voz del Señor, que decía: 
¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros?
Contesté: Aquí estoy, mándame" 
(Is 6,8)

Durante esta semana, la Iglesia nos ha invitado a meditar el libro profético de Jonás, en el que Dios le llama a profetizar a Nínive, una ciudad pagana y lejana, y a la que Jonás no solo se niega a ir, sino que huye en dirección opuesta, a Tarsis.

Junto a Moisés y Jeremías, Jonás completa la terna de profetas que intentaron eludir la misión que Dios les encomendaba. Moisés buscó varias justificaciones para "evadirse": “No me creerán”, “Quién soy yo”, “No soy hombre de fácil palabra”... Jeremías tampoco es muy original y le pone excusas similares: "No sé hablar, porque soy niño"... 

Jonás no se excusa, sino que directamente huye. Sólo piensa en las dificultades e imposibilidades  de lo que se le había encargado y se deja tentar, poniendo en duda el éxito de la llamada de Dios. No confía en Su omnipotencia sino que se deja dominar por el temor a no ser capaz de cumplir lo que se le ha encomendado, olvidando que es Dios quien hace todo.

Cuando Dios nos hace partícipes de su gracia, nos encomienda una obra que no siempre es fácil y en la que nosotros debemos tener presente que somos meros instrumentos porque el éxito y la gloria es siempre de Dios. 
El Enemigo nos induce a huir de nuestro deber, desalentándonos ante las dificultades o haciéndonos pensar que el éxito de la misión depende de nosotros, de nuestras capacidades y nuestros talentos... y desistimos.

Pero nuestra misión no es "convertir" o "salvar" a otros, sino cooperar con Dios en Su obra salvífica. Damos testimonio de Dios, pero solo Dios puede atraer a las personas hacia Él. Plantamos semillas, pero solo Dios puede hacerlas fructificar. Abrimos nuestros corazones, pero sólo Dios puede convertir el corazón de otros. 

A menudo, confundimos nuestro papel con el de Dios y encontramos cualquier excusa o justificación para abandonar el barco, culpandonos o incluso culpando a otros. Olvidamos que los que hemos recibido una misión vamos a ser probados y que Dios está a nuestro lado para sostenernos y darnos la fuerza necesaria para realizar su plan.

El éxito de la misión, la eficacia del servicio está en proporción al amor, el entusiasmo y la perseverancia con que hagamos lo que el Señor nos encomienda. Dios llama a su obra a hombres que sientan un amor ardiente por las almas y una confianza inquebrantable en Él, en la certeza de que todo depende de Él.

Ninguna tarea es demasiado ardua, ninguna misión es demasiado desesperada porque Dios no nos pide imposibles. Para los imposibles, ya está Él. 
Tener éxito en la misión de Dios significa no enorgullecerse de las propias capacidades (o incapacidades) sino de obedecer con humildad y fe lo que nos confía, estar dispuestos a sacrificarnos aunque sea a regañadientes, invertir tiempo y esfuerzo en los demás aunque sea agotador. 

Nuestros orgullos, prejuicios y pretensiones, nuestras excusas en forma de debilidades o fragilidades, deben ceder el paso a la voluntad de Dios. Dios nos llama y nosotros debemos responderle, aunque no comprendamos lo que nos pide.

El libro de Jonás nos da una gran lección sobre cómo a pesar de las debilidades e incapacidades, a pesar de las excusas y justificaciones de quienes somos llamados a una misión, Dios obra poderosamente para que los hombres conviertan su corazón y se salven.

Tan sólo hay que responder: "Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad...Yo soy pobre y desgraciado, pero Señor, tú eres mi auxilio y mi liberación" (Sal 39,8-.18).

domingo, 5 de octubre de 2025

¿QUEDARSE EN EMAÚS O VOLVER A JERUSALÉN?

 
"No es bueno que el hombre esté solo" 
(Gn 2,18)

El pasaje de Emaús del evangelio según san Lucas es una doble catequesis: eucarística, porque recorre todas las partes integrantes de la misa, y pastoral, porque muestra cómo debe ser el discípulo de Cristo y qué debe hacer.

Cuando caminamos hacia Emaús, nuestras vidas están llenas de decepciones y quejas, nuestra esperanza se desvanece y nuestra fe se debilita. El Señor nos explica las Escrituras y nuestro corazón arde. Es entonces cuando le invitamos a quedarse con nosotros.

Cuando estamos en Emaús, Cristo comparte la mesa eucarística con nosotros, parte el pan y nos lo da. Se nos abren los ojos y le reconocemos pero desaparece de nuestra vista. Es entonces cuando surge la duda de quedarse allí en los recuerdos y los sentimientos o volver a la comunidad a contarlo.

Cuando volvemos a Jerusalén en la oscuridad de la noche y por el camino de la prueba, lo hacemos con valentía y animados por el Espíritu para encontrarnos con el Resucitado, que nos ha asegura estar presente en la Iglesia: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).
Mientras que en la soledad de nuestra aldea de Emaús no existe más comunión que la de los dos discípulos, en  Jerusalén la comunidad está formada por toda la Iglesia (terrestre y celeste), con Cristo a la cabeza, quien se hace presente y nos da la paz. 

¿Quedarse en Emaús o volver a Jerusalén? Esa es la pregunta. O como diría Hamlet, "ser o no ser, esa es la cuestión". "Ser" comunidad o "ser" individualidad, esa es la cuestión.

Es en la comunidad donde nos hacemos verdaderos discípulos de Cristo, quien nos abre el entendimiento a través de los sacramentos y de la formación: "bautizándonos...y guardando todo lo que nos ha mandado" (cf. Mt 28,19-20).

Es en la Iglesia donde recibimos a Cristo y al Espíritu Santo; donde se hace presente el Señor para mandarnos de nuevo en misión, a Galilea, donde le volveremos a ver resucitado. 

Por eso,  no podemos permanecer en el recuerdo de haber reconocido al Señor y por ello, quedarnos confinados en "Emaús", es decir, en un grupo "encerrado" en sus recuerdos y en experiencias pasadas. 

En Emaús hay calor y refugio, comodidad y bienestar, recuerdos y sentimientos, pero no hay visión ni misión. Tampoco hay comunión por mucho que nos empeñemos en ello. 

Por eso, debemos ir a Jerusalén, a la comunidad, comprometernos con la parroquia donde nos formamos como discípulos, donde recibimos a Cristo sacramentado y desde donde salimos de nuevo a cumplir nuestra misión evangelizadora con el resto de nuestros hermanos. 
La comunidad cristiana no es simplemente un grupo de personas; es un entramado de relaciones, valores compartidos y objetivos comunes que generan un sentido de pertenencia, de comunión, unidad y apoyo mutuo, que ofrecen formación y desarrollo espiritual, emocional y social. 

Formar parte de la comunidad crea un entorno seguro donde poder expresarse libremente, construir relaciones significativas, crear vínculos de “unión”, “comunión”, “fraternidad" y "solidaridad” que fortalezcan la autoestima, el compromiso y la participación.

La comunidad cristiana es esencial para el crecimiento espiritual y el fortalecimiento de la fe. Nos ayuda a mantenernos en el seguimiento de Cristo junto a otros cristianos, fomentar la unidad entre los creyentes, compartir nuestra fe y animarnos unos a otros a experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas.

Todo eso lo encontramos en Jerusalén, no en Emaús

sábado, 4 de octubre de 2025

LA HIPERESPIRITUALIDAD NARCISISTA

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. 
El Señor está cerca. 
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, 
en la oración y en la súplica, con acción de gracias, 
vuestras peticiones sean presentadas a Dios. 
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, 
custodiará vuestros corazones 
y vuestros pensamientos en Cristo Jesús
(Flp 4,5-7)

Me preocupa constatar que en la Iglesia de hoy ponemos en valor experiencias marcadamente "hiper espirituales" sin más filtro que considerar que lo bueno o correcto es "hacer muchas cosas para Dios" sin mesura ni moderación, sin oración ni discernimiento, fascinados por las cifras, por las experiencias y por las supuestas conversiones que llevan a un cristianismo de muy dudosa calidad, obsesionado por ciertas prácticas de piedad. 

De alguna manera, cuando la "hiper espiritualidad" lo invade todo, cuando todo el foco está puesto en una excesiva religiosidad y la convertimos en un fin en sí misma según nuestros propios criterios, centrándonos en el "yo siento", "yo experimento", acabamos perdiendo a Cristo por el camino y olvidamos que la espiritualidad es sólo un medio para crecer en la fe y madurar como cristianos.

Utilizar las experiencias espirituales para evitar o mitigar frustraciones sentimentales, heridas sin resolver, necesidades psicológicas o carencias emocionales no conducen a Dios, sino a una forma de narcisismo espiritual y de idolatría a nuestro ego.

La "hiper religiosidad" no determina nuestra posición ni nuestro valor ante Dios ni ante el prójimo, salvo que tengamos una insana pretensión de sentirnos espiritualmente superiores a otros y, en cierto sentido, "iluminados" frente al resto de "oscurecidos".

Por duro que parezca decirlo, a veces da la sensación de que lo que cuenta es tener la parroquia a mucha gente "hiper activa" o "hiper espiritual", sin que parezca preocuparnos la calidad de la fe que tiene la gente. Es como si se tratara de "hacer" por encima de "ser". 

Lo importante para un cristiano es preguntarse ¿para qué hago lo que hago? ¿para quién hago lo que hago? o ¿soy coherente entre lo que hago y lo que soy realmente? ¿lo que hago muestra lo que soy?

La verdadera espiritualidad es la no verbal. Es la religiosidad silenciosa, la que no pretende ser mostrada, la que no utiliza parafernalias ni tópicos, sino la que se vive en intimidad con Dios: "No seáis como los hipócritas, a quienes les gusta (...) que los vean los hombres (...) Tú, en cambio, entra en tu cuarto, cierra la puerta (...) y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará" (Mt 6,5-6).
La fe trata de mucho más que hacer cosas externas para Dios; es mucho más que buscar constantes experiencias  de "subidón espiritual"; es mucho más que idealizar un grupo o un retiro espiritual, si entendemos la fe como lo hacía santo Tomás de Aquino Agustín (credere Deo, credere Deum y credere in Deum). 

La fe auténtica es:
  • seguir a Cristo, amarlo y caminar confiados a su voluntad, dejando nuestras vidas en sus manos, no sólo cuando coincide con nuestros deseos, necesidades o intereses
  • vivir una vida auténtica y coherente en todo momento, no sólo cuando nos encontramos en cómodos entornos cristianos o en intensas experiencias espirituales 
  • buscar y experimentar a Dios en cada ocasión, ya sean momentos de consolación o de desolación, no en experiencias de "subidón espiritual"
  • tener una experiencia espiritual comunitaria, compartir nuestra fe y testimonio con todos los miembros de nuestra parroquia, no sólo con los de nuestro grupo
  • mantener un equilibrio entre doctrina y vivencia, entre teoría y práctica, entre piedad y apostolado, entre oración y acción

domingo, 28 de septiembre de 2025

JOB: EL DRAMA DEL JUSTO

"No podemos llegar hasta el Todopoderoso, 
sublime en poder y en equidad, 
justo, no viola el derecho" 
(Job 37,23)

El libro de Job es uno de los cinco libros sapienciales del Antiguo Testamento que aborda la cuestión del mal (teodicea) a través de las experiencias de un protagonista epónimo, es decir, representativo del hombre. Se trata de un drama épico que se desarrolla en cuatro tandas de diálogos paralelos y enfrentados, y un monólogo de Dios y de Job.

Estructura
  • c. 1-2: Prólogo con dos escenas, la primera en la tierra, la segunda en el cielo. ​Job es un hombre justo, honrado, temeroso de Dios y apartado del mal, con una vida acomodada, posesiones y una gran familia. S​atanás discute la fe de Job con Dios, afirmando que se alejaría de Dios si perdiera todo lo que posee. Dios permite que el "Acusador" ponga a prueba a Job, infringiéndole dolor y sufrimiento. Su mujer insta a maldecir a Dios pero Job no lo hace. 
  • c. 3-31: Monólogo inicial de Job y tres ciclos de diálogos entre Job y sus tres amigos, Elifaz, Bildad y Zofar (que evocan las tres tentaciones de Jesús en el desierto), quienes defienden la justicia de la retribución, por la que Dios, juez imparcial, premia a los buenos y castiga a los malos. En base a esta "sabiduría tradicional" de Israel, lo acusan de haber pecado y por ello, merecedor de su sufrimiento. El diálogo con Zofar ha sido sustituido por el poema de sabiduría (c. 28) acerca de la incapacidad humana de acceder a la sabiduría. Job protesta por su inocencia, muestra su desacuerdo con esta doctrina, desmentida por su experiencia, y apela un pleito con Dios.
  • c. 32-37​: Diálogo entre Job y un cuarto amigo enigmático llamado Elihú a quien podríamos identificar con el Espíritu Santo, y que anticipa y prepara la intervención redentora de Cristo. Afirma que el sufrimiento de Job no es necesariamente una consecuencia directa de un pecado cometido sino una prueba para su purificación. La justicia y la misericordia de Dios no se reducen a un simple sistema de recompensa/castigo, sino que abarcan una sabiduría y un propósito que escapan a la comprensión humana.
  • c. 38-41: Tres monólogos de Dios "desde el seno de la tempestad" que no explican el sufrimiento de Job, ni entran en confrontación con él ni defienden la justicia divina. Tampoco responden a su declaración de inocencia. Dios se centra en la fragilidad humana, contrastándola con inaccesibilidad a la sabiduría, el orden y la omnipotencia divinas. En el 2º monólogo, a pesar de que Dios permite la acción del mal, de "Behemoth" y "Leviatán", la limita y la pone coto. Job responde brevemente, pero el monólogo de Dios continúa, sin dirigirse nunca directamente a Job.​
  • c.42: Epílogo en el que Job confiesa el poder de Dios y su propia falta de conocimiento porque antes solo había oído a Dios, pero ahora sus ojos han visto a Dios. Dios reprueba a los tres amigos y aprueba a Job. Les ordena hacer una ofrenda con Job como intercesor, a quien le muestra su favor y le restaura la salud, la prosperidad y la familia.

Job representa a los justos que asumen los sufrimientos en su propia carne y los ofrecen para que otros comprendamos. Es el "grito del justo que brota desde lo hondo" (Sal 129,1). Es la fragilidad humana que suplica y busca denodadamente a Dios, mostrando que la debilidad es la fuerza del justo (2 Cor 12,9).

El justo (representado por Job) no sabe por qué ni para qué sufre; todo el mal que experimenta es un sinsentido... y todo eso es parte de la prueba. Dios parece ausente, lejano y misterioso ante el sufrimiento, y el hombre, como Jacob en su visión nocturna (Gn 32), lucha contra Dios y va a ser gloriosamente vencido por una sabiduría divina que supera todo saber humano.

Job es un libro provocativo, no apto para conformistas. No puede comprenderse sin sentirse interpelado o sin sentirse comprometido. Es un libro que nos transporta más allá, a la sabiduría y justicia divinas que nos corrigen y que transforman nuestro "modo humano" de pensar.

Dios gobierna el universo a través de su Providencia y todo tiene su momento y su sentido aunque el hombre no llegue a comprenderlo. Las pruebas y los sufrimientos son oportunidades para vencer al mal y para hacer que los afligidos sean más receptivos a la revelación, literalmente, "abrir sus oídos" (36,15) a la sabiduría divina.
La tradición cristiana ve a Job como figura profética que anuncia la pasión y la esperanza de la resurrección. Así, el clamor de Job en medio de la oscuridad se enlaza con la luz del Evangelio, mostrando que la verdadera respuesta al misterio del sufrimiento se encuentra en el amor de Dios revelado en la cruz de Jesucristo y en la promesa de vida eterna.

La entrega del Hijo en la cruz permite descubrir que el dolor puede ser fecundo, del mismo modo que el grano de trigo que muere produce fruto abundante. En Cristo se revela que el sufrimiento no encuentra su explicación definitiva en el orden de la justicia retributiva, sino en en la manifestación suprema del amor de Dios

La figura de Job es por tanto un tipo de Cristo aunque no es como el "siervo sufriente" de Isaías 53 que "aguantaba y no abría la boca", sino que se queja e inquiere. Sin embargo, como Cristo, al principio del libro, ofrece sacrificios de expiación por sus hijos, y al final, intercede por sus amigos y se reconcilia con ellos (cf. Hb 7,25). Como Cristo, no padece "sin motivo" porque "el Señor estuvo con él en la tribulación" (Sal 91,14-16).

De ambos podemos decir que "de sus cicatrices hemos aprendido". Job, como Cristo, "tenía que padecer y así entrar en la gloria(cf. Lc 24,26) representando a la humanidad sufriente que se pregunta por el sentido de su existencia.

El libro de Job nos enseña que la actitud ante el dolor y el sufrimiento debe ir unida al reconocimiento de la grandeza de Dios, pues la vida humana, con sus penas y alegrías, está en manos de Dios y nada escapa a su poder. 

Por ello, los cristianos ofrecemos nuestros sufrimientos, nuestra debilidad y nuestra falta de conocimiento para poder reconciliarnos, primero con nuestra propia condición humana caída por el pecado, y con nuestras ideas mezquinas y planteamientos estrechos, y finalmente, con Dios, con quien podemos dialogar en medio de nuestras dudas, como lo hace un hijo con su padre, sabiendo que tiene un plan superior que no alcanzamos a comprender.

Solo en el cielo, en presencia de "Dios, nuestro Salvador, que quiere que todos los hombres se salven, llegaremos al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2,3-4). Entonces, estaremos cara a cara con la Sabiduría.

sábado, 27 de septiembre de 2025

PROVERBIOS: UNA OFERTA DE SENSATEZ Y CORDURA

"Si alguno de vosotros carece de sabiduría, 
pídasela a Dios, 
que da a todos generosamente y sin reproche alguno, 
y él se la concederá" 
(Stg 1,5)

Iniciamos hoy un recorrido por los cinco libros sapienciales del Antiguo Testamento que forman una especie de "pentateuco sapiencial": Proverbios ("mashal"= parábolas de Salomón), Job, Eclesiastés (o Qohelet), Eclesiástico (o Sirácida, o Ben Sira) y Sabiduría. Si en el Pentateuco, el protagonista es Moisés, en los libros sapienciales, es Salomón.

Los libros sapienciales son un "corpus aparte" dentro del Antiguo Testamento: no narran sucesos (como los libros históricos Samuel o Reyes) ni se presentan como Ley (como el Pentateuco) ni se expresan en términos particulares ni denuncian o acusan (como los libros proféticos) ni son oración o poesía (como los Salmos o el Cantar de los Cantares). Son libros destinados a la enseñanza, que reflejan la esencia de la sabiduría del pueblo de Israel, tanto la popular como la de escuela.

La puerta de entrada a este "corpus sapiencial" es, sin duda, el libro de Proverbios, atribuido a Salomón (aunque no en exclusiva) y que proporciona una oferta de "sensatez", en el sentido de percepción, conocimiento, saber, orden o razón, y de "cordura", en el sentido transformación del corazón, sede de la vida consciente. 

Los 151 proverbios (50 sobre sabiduría, 28 sobre la familia, 29 sobre el corazón, 16 sobre el orgullo y la humildad, 28 sobre el dinero) no son un conjunto de leyes o mandatos sino una propuesta de sabiduría, no en el sentido intelectual de "adquirir conocimiento", sino en el sentido bíblico de "saber vivir".
Este "saber vivir" implica un "saber obrar" del hombre para ir "haciéndose", "formándose" y "modelándose" a través de tentativas, errores y enmiendas, de manera que vaya "responsabilizándose de sí mismo" y volviéndose "sensato". 

Se trata de usar la razón para razonar y hacerse razonable, es decir, ser sensato y cuerdo: la sensatez ofrece al hombre lucidez y cautela para descubrir, discernir y aconsejar; la cordura le capacita para percibir y observar, entender y comprender, juzgar y prevenir. 

Ambas capacidades llevan al hombre a ser racional, sabio y prudente con el propósito de hallar el sentido de su vida: ser bueno y feliz.

La enseñanza proverbial incluye avisos, consejos, reprensiones y correcciones para que el hombre "aprenda" a: rodearse de sabios y evitar a los necios (13,20), tener prudencia (17,18), tener humilde (11,2), deseo de aprender (18,19), no tenerse por sabio (26,12), ni fiarse de sí mismo (28,26), ni estar satisfecho de sí mismo (12,15), dejarse aconsejar (19,20; 22,17; 23,12.19.26), dejarse corregir (10,17; 12,1; 13,1).

La mayoría de los autores clasifican el libro en varias colecciones o partes, según sus epígrafes y sus temas:
  • 1-9: Epígrafe"Proverbios de Salomón, hijo de David, rey de Israel". Tema: la sabiduría
  • 10,1-22,16Epígrafe"Proverbios de Salomón". Temael buen comportamiento
  • 22,17-24,34Epígrafe"Dichos de los sabios". Temala templanza y la pereza
  • 25-29: Epígrafe"Otros proverbios de Salomón que copiaron los funcionarios del rey Ezequías de Judá". Tema: proverbios diversos
  • 30,1-14Epígrafe"Otros proverbios de Salomón que copiaron los funcionarios del rey Ezequías de Judá". TemaSabiduría de Dios
  • 30,15-33: Epígrafe"Las palabras de Agur". Tema: proverbios numéricos
  • 31,1-9Epígrafe"Las palabras del rey Lemuel de Massa. Temaconsejos a los reyes
  • 31,10-31Epígrafe"La mujer sabia". Tema: alabanzas a la mujer
En el capítulo 8 de Proverbios, la Sabiduría aparece descrita con rasgos personales, preexistente, nacida desde la eternidad y asociada al acto creador de Dios. Por ello:
  • Los Apóstoles y los autores neotestamentarios identificaron esta Sabiduría con Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne. Cristo aparece como la Sabiduría eterna del Padre (Jn 1,9; 1 Cor 1,24.30; 2,6; Col 2,3; Stg 3,17; cf. Ef 1,17; Ap 5,12), sabiduría trascendente (personificada) y a la vez humana (encarnada), que habla con profecías y con parábolas.
  • El propio Jesús se confirma como una "Sabiduría más alta que Salomón" (Mt 12,42) y utiliza fórmulas breves y concisas, comparaciones y parábolas, es decir, "proverbios" que corrigen la denominada "teología deuteronomista" o "sabiduría retribucionista" de Israel (véase Jn 1,46; 3,8; 7,24; 8,32; 15,13; 20,29), provocando la reflexión antes de mostrar una verdad nueva y superior (Mt 13,12; 16,25; 19,6; Mc 2,27; Lc 4,23;14,27; 16,10).
  • Los Padres de la Iglesia entendieron el libro de los Proverbios como una etapa previa de la Revelación, es decir, a la manifestación del misterio de la Trinidad.
El término "parábola" es la traducción del hebreo "mashal" (proverbio o parábola). Si los Proverbios son las "parábolas de Salomón", los Evangelios son las "parábolas de Jesús", puesto que las enseñanzas o dichos de Cristo, sobre todo, los del Sermón de la Montaña, son auténticos "proverbios" de sensatez (véase Mt 5,13. 14.25.29.45; 6,3.7.21.24; 7,1.3.6.8.13).

Jesucristo, con su Cruz y Resurrección, pone límite a la sensatez y a la cordura humanas, invalidando las pretensiones terrenales de Israel e instaurando una nueva sensatez, divina, universal, paradójica y salvadora: "Los judíos exigen signos, los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; pero para los llamados —judíos o griegos—, un Cristo que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1 Cor 1,22-24).

De esta forma, podemos entender mejor la frase "Jesús iba creciendo en sabiduría" (Lc 2,52) con la que la Palabra de Dios nos exhorta a los cristianos a crecer en sabiduría, a crecer en Cristo.

miércoles, 24 de septiembre de 2025

QUÉ HACER, QUÉ SER Y PARA QUÉ EVANGELIZAR

"Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" 
(Mt 28, 19-20)

Reconozco con mucha pena y dolor que los cristianos, en nuestra misión evangelizadora, no terminamos de hacer bien las cosas, o no acabamos de comprender lo que Cristo nos pide, o no utilizamos correctamente los medios que el Espíritu Santo nos pone a nuestro alcance

Lo primero que debemos tener en cuenta en la misión de evangelizar son las tres necesidades a las que debe hacer frente una parroquia misionera: el discipulado (qué hacer), la comunidad (qué ser) y la visión (para qué ser y hacer).

La parroquia no es simplemente un lugar de culto religioso a donde acudimos por tradición o costumbre, ni un edificio donde nos reunimos para realizar una tarea específica, y mucho menos, un club privado o "burbuja" donde socializamos.

La parroquia es el pilar fundamental sobre el que se asienta la vida comunitaria cristiana (CEC 278); un espacio donde celebramos la fe, donde estamos en presencia de Dios, donde recibimos dirección y formación para nuestro crecimiento espiritual, donde acogemos y servimos a nuestros hermanos, y desde donde salimos a evangelizar el mundo (CEC 174-306). 

Marcel LeJeune, católico evangelizador, autor de varios libros y fundador del programa Catholic Missionary Disciples, afirma que "la comunidad, en el ámbito católico, debe parecerse más a una familia que a un club, no se trata de estar de acuerdo o de llevarse bien, sino de quererse y cuidarse unos a otros, incluso a aquellos a quienes no te gustan o no les gustas. Así lo hacían los primeros cristianos, que vivían en una comunidad, se reunían regularmente, rezaban juntos, se servían y responsabilizaban los unos de los otros y se conocían entre ellos".

Por ello, no podemos llamarnos discípulos cristianos si no nos comprometemos y nos involucramos en la vida parroquial, si no hacemos a la parroquia como propia, no sólo porque no cumplimos la misión que el Señor nos encomienda, sino porque además no desarrollamos un sentido de pertenencia ni construimos una auténtica comunidad cristiana. 

¿Qué define a una auténtica comunidad cristiana?
Una auténtica comunidad cristiana es un grupo de discípulos cristianos con una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y espíritu (Flp 2,2; Hch 4,32).
La comunidad aporta un sentido de "pertenencia", una "identidad" que nos capacita para el servicio, priorizando las cosas importantes y anteponiendo a Dios a todo. El discipulado nos forma en la fe, nos anima a mostrar el amor de Dios a los demás y a perseverar en la esperanza del Reino de Dios.

Sin embargo, sucede que, con relativa frecuencia, los cristianos disfrutamos (pasión) con las cosas de Dios (misión), acudimos a maravillosas vivencias espirituales (a un retiro, a un grupo, a un movimiento, a una peregrinación..), pero éstas no pasan de ser experiencias pasajeras o efímeras en la medida en que no nos comprometemos, que no sentimos la comunidad como propia.

Y es que sucede que nos limitamos a ir de un sitio a otro, de parroquia en parroquia, de retiro en retiro, de grupo en grupo... "Hacemos cosas" pero no "somos" discípulos porque no maduramos ni crecemos... "Caminamos" pero quizás no hacia nuestra meta (visión). Nos conformamos con tener una "fe de biberón" pero no pasamos a una "fe de solomillo" con la excusa de no tener todavía "dientes", de "no estar preparados", es decir, no nos formamos como discípulos.

¿Qué define a un discípulo misionero? 
Discípulo es el quien ha tenido un encuentro profundo e íntimo con Jesús, vive y desarrolla su conversión con una clara visión, se forma, se compromete en la comunidad y sirve en la misión.
Y para comenzar a serlo, es necesario formarse en la fe con los sacramentos de iniciación cristiana ("bautizándolos y enseñándoles"). 

Se trata de una formación continuada en el tiempo porque nunca dejamos de aprender y de conocer a Dios; nunca dejamos de ser discípulos. 

Y en la medida que hacemos discípulos, somos discípulos misioneros, es decir, nos convertimos en instrumentos de Cristo para llevar a todos el misterio de la salvación.

¿Cómo lo hacemos?
  • Tomando la iniciativa: ser trata de "salir de nuestra zona de confort y liderar", aún estando "mal equipados", o sin tener experiencia, o incluso siendo "nuevos o inexpertos". No podemos esperar a que otros actúen por nosotros. Es necesario que alguien comience a formarse y a formar discípulos misioneros que edifiquen verdaderas comunidades cristianas.
  • Rezando juntos: se trata de abrirnos "al poder de Dios" y lograr un impacto espiritual en la vida de los demás, de comprometernos a rezar con y por aquellos que deseamos tener en la comunidad, incluso por quienes aún no conocemos. 
  • Invitando con sentido: se trata no sólo de invitar a alguien a un grupo, a un retiro o a una parroquia, sino de demostrar que esa persona nos importa y que queremos que forme parte de nuestra vida, de nuestras amistades cristianas, de nuestra comunidad. No es algo que haya que pensar mucho, tan solo hay que hacerlo.
  • Invirtiendo en otros: El "verdadero objetivo" está "en la inversión" de tiempo y de compromiso con otros y, por tanto, con la comunidad parroquial. Se trata de tener visión a largo plazo y una firme voluntad de servir en y a la comunidad.
  • Mirando a Jesús y haciendo lo que Él hizo: Él tomó la iniciativa por los suyos, rezó por ellos, les invitó e invirtió en ellos. Pasó tiempo con la gente, hizo crecer las relaciones, desafió a otros, les dio responsabilidades, los dejó fracasar y los perdonó. Se trata de relacionarse con la comunidad y de no quedarse "en la superficie", de conocerse y generar confianza, de compartir experiencias, de apoyarnos en los problemas y alegrarnos en los éxitos.
¿Qué define a una correcta visión? 
Una vez tenemos claro qué hacer (discípulos) y qué ser (comunidad), es necesario saber para qué hacerlo y serlo (visión).
La meta de un discípulo no es sólo "hacer" cosas, formarse, comprometerse o servir. Estos aspectos son medios o instrumentos que el Señor nos propone para cumplir la misión encomendada. 

El verdadero objetivo de todo discipulado y de toda comunidad cristiana es alcanzar la santidad, la propia y la de los demás. Esa es la visión que todo discípulo debe vivir, y vivirla con pasión.

No obstante, a muchos cristianos les sobrepasa y les atemoriza el término "santidad", lo ven como una utopía y piensan que sólo está al alcance de unos pocos. Pero esto no es verdad: Dios nos dice: "Sed para mí santos, porque yo, el Señor, soy santo" (Lv 20,26), "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

La santidad no es otra cosa que dejarse transformar por Dios, ser humilde y manso de corazón, cooperar con la gracia del Espíritu Santo, "dejándose hacer" para "renacer": "Confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo" (1 P 1,13-16).

martes, 23 de septiembre de 2025

LA FE: DON GRATUITO Y RESPUESTA LIBRE

"Bendito quien confía en el Señor 
y pone en el Señor su confianza"
(Jr 17,7)

Los cristianos (los creyentes) confesamos nuestra fe en el Credo y afirmamos "creo en Dios" pero... ¿Qué significa realmente para nosotros esta afirmación"? 

La carta a los Hebreos (Hb 11,1-40) nos muestra el significado de la fe y cómo se ha desarrollado a lo largo de la historia de la salvación: "La fe es fundamento de lo que se espera, y garantía de lo que no se ve".

La fe es un don gratuito, un regalo que Dios hace al hombre y que el hombre puede recibir o rechazar, en el uso de su libertad. Es un acto personal de la voluntad, una respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios, una confianza puesta en las promesas divinas aunque no se hagan realidad en la vida terrenal (Hb 11,39).

Santo Tomás de Aquino (Summa Teológica Pt. II-II, q. 1 sobre la fe) nos muestra tres tipos de fetres maneras de creer: 

Credere Deum: creer que Dios existe. Es la fe sensitiva que recibimos a través de los sentidos y por la que creemos que Dios existe. Es la fe impresa en nuestros corazones y de la que el apóstol Santiago nos habla: “Tú crees que hay un solo Dios. Haces bien. Hasta los demonios lo creen y tiemblan” (Stg 2,19).

Credere Deo: creer a Dios. Se trata de la fe intelectiva que recibimos a través de la razón y por la que creemos que lo que Dios dice en su Palabra es verdad. Es la fe revelada a la que se refiere el apóstol san Pablo: "La fe nace del mensaje que se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo" (Rom 10,17).

Credere in Deum: confiarse a Dios. Se trata de la fe auténtica que recibimos a través de la gracia divina, que engloba y supera a las dos anteriores. Es la fe como don gratuito para participar de la vida divina que nos mueve a realizar, con el asentimiento de la inteligencia y el consentimiento de la voluntad, un acto libre por el que nos comprometemos, nos entregamos y nos abandonamos a Dios. 
Santo Tomás de Aquino nos enseña que la fe es una virtud infundida por Dios en el alma, pero también presupone la libertad y la razón humanas: creer no es renunciar al entendimiento, sino elevarlo para que conozca la Revelación. 

San Agustín (Confesiones) y san Anselmo nos muestran que la fe abre la inteligencia del creyente a la verdad divina: “Creo para comprender”, "La fe que busca entender(“fides quaerens intellectum”). Es decir, dejarnos primero atraer por Dios (aceptar su palabra) y luego poner la inteligencia a trabajar para profundizar, explicar y vivir esa verdad.

Es la fe vivida con obras, a la que se refiere el apóstol Santiago: "¿De qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, si no tiene obras? La fe: si no tiene obras, está muerta por dentro" (Stg 2,14. 17.26).

Es la fe confiada de Abel y de Henoc, de Noé y de Abrahán, de Isaac y de Jacob, de José y de Moisés, de los jueces y de los profetas, de los mártires y de los santos (Hb 11,4-37) que involucra toda la persona: "Confía en el Señor con toda el alma, no te fíes de tu propia inteligencia; cuenta con él cuando actúes, y él te facilitará las cosas" (Prv 3,5-6); "Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará" (Sal 37,5).

Es la fe obediente de María: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1, 38. 45).

lunes, 1 de septiembre de 2025

¿PIEDRAS EN ASCUAS O LADRILLOS COCIDOS?

"También vosotros, como piedras vivas, 
entráis en la construcción de una casa espiritual 
para un sacerdocio santo, 
a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios 
por medio de Jesucristo. 
Por eso se dice en la Escritura: 
Mira, pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa; 
quien cree en ella no queda defraudado. 
Para vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, 
pero para los incrédulos la piedra que desecharon los arquitectos 
es ahora la piedra angular, 
y también piedra de choque y roca de estrellarse; 
y ellos chocan al despreciar la palabra. 
A eso precisamente estaban expuestos. 
Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, 
una nación santa, un pueblo adquirido por Dios 
para que anunciéis las proezas del que os llamó 
de las tinieblas a su luz maravillosa."
(1 Pe 2,5-9)

Escribo este artículo como continuación al de ayer, reflexionando sobre lo que hacemos con los distintos métodos evangelizadores que ponemos en práctica y discerniendo si dan (o deben dar) fruto inmediato o duradero.

Sin duda, los diferentes métodos de Primer Anuncio y Nueva Evangelización son poderosas experiencias que "reavivan" a los cercanos  y "prenden" a los alejados, pero no están exentos de "carencias" que impiden la conversión pastoral de las parroquias que los realizan. Prueba de ello son la:
  1. Falta de discipulado. Si las parroquias sólo reciben y acogen a las personas que llegan, pero no ofrecen un itinerario catequético y sacramental para convertirse en discípulos maduros, se acabarán "desinflando" y, entonces se produce el estancamiento espiritual.
  2. Falta de comunidades misionerasSi las parroquias se estancan porque se confunde camino con meta y no se construyen auténticas comunidades misioneras, todo tiende a volver a donde estaba, y entonces vuelven a ser una Iglesia de mantenimiento.
  3. Falta de visión. Si la parroquia pierde su pasión y su visión misioneras, y vuelve "a lo de siempre", a la "casilla de salida", las personas terminan regresando a sus "cosas" o marchándose a otros lugares, y entonces dejan de suscitar vocaciones y santos.
Lo que define nuestro modelo de parroquia no es lo que decimos sino lo que hacemos. Hacer Emaús, Effetá, Alpha, Proyecto de Amor Conyugal, Lifeteen, Seminarios de Vida en el Espíritu o lo que sea... con el único propósito de tener más gente en la parroquia y hacer lo de siempre, termina por agotarnos y por agotarse.

A estas alturas de la película, todos sabemos (o deberíamos saber) que los métodos no son un fin en sí mismo, sino el primer paso en el camino de una conversión personal, que consiste en cambiar la estructura mental y existencial, pero también de una conversión comunitaria, que consiste en cambiar la estructura de una Iglesia de llegada a la de una Iglesia en salida.

Ocurre que la mayoría de las parroquias que utilizan estos métodos no se preocupan demasiado por el fruto duradero, que es con el que damos gloria a Dios y como nos convertimos en discípulos de Cristo (cf. Jn 15,8.16). El fruto abundante y permanente pasa por formar discípulos que creen comunidad, que sean enviados y que lleguen a ser santos.  Son las "piedras vivas", todas distintas, necesarias y con el corazón en ascuas (Lc 24,32).
Desgraciadamente y por desconocimiento, se contentan con el fruto inmediato, que es el que queda estéril (cf. Mt 13,22), es decir, se conforman con recibir nuevos asistentes impactados que llenan bancos pero que no maduran ni se relacionan con otros miembros, salvo con los de su grupo. Son los "ladrillos cocidos" todos iguales, prescindibles y escaldados (Gn 11,3-4).

Por ello, es preciso discernir cómo hacemos lo que hacemos, es decir, analizar lo que hacemos para hacerlo con sentido. Y para eso, lo primero es preguntarnos:

¿Estamos engendrando hijos en la fe, a quienes acompañamos, alimentamos, educamos y damos cobijo hasta que alcancen la madurez y puedan salir al mundo, o nos limitamos a ser "playboys espirituales" que "engendran" y "procrean", para luego despreocuparse?

¿Estamos formando discípulos que generen comunidades sanas y en crecimiento o estamos estancados? o, peor aún, ¿estamos volviendo a la casilla de salida, al punto de partida?

¿Estamos construyendo verdaderas comunidades cristianas o estamos ofreciendo una amplia carta de actividades, grupos y eventos que no son transversales ?

¿Estamos suscitando vocaciones que testimonien su fe y su santidad para la salvación del mundo o estamos fabricando "buenas personas" sin más? 

¿Estamos "enardeciendo piedras vivas" o nos limitamos a "cocer ladrillos"?

Formar discípulos, construir comunidades y suscitar vocaciones solo es posible si, quienes utilizamos estos métodos, nos hacemos todos corresponsables en la edificación de una Iglesia de discípulos maduros, capaces de evangelizar para llevar la salvación al mundo entero por la gracia del Espíritu Santo y caminar todos juntos hacia el cielo.
Tras el método, llega la hora de la comunidad. Y ésta no se crea sola, por el mero hecho de poner en práctica un método. Requiere de una conversión formativa, catequética y sacramental profundas, y mucho más trabajo de parte de todos (sacerdotes y laicos) que el de un fin de semana o varias semanas de encuentros puntuales.

Somos muy agraciados. Dios nos está brindando muchas oportunidades (métodos) para seguir su camino, no para que nos quedemos a la mitad. El método es el primer paso, pero el itinerario sigue por la comunidad, y sólo su crecimiento da fruto: la vocación a la santidad a la que todos los hombres estamos llamados por Dios.

"Considerad, hermanos míos, un gran gozo 
cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, 
sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. 
Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, 
para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia. 
Y si alguno de vosotros carece de sabiduría, pídasela a Dios, 
que da a todos generosamente y sin reproche alguno, 
y él se la concederá. 
Pero que pida con fe, sin titubear nada, 
pues el que titubea se parece a una ola del mar 
agitada y sacudida por el viento"
(Stg 1,2-6)

domingo, 31 de agosto de 2025

¿HA PERDIDO EMAÚS SU ESENCIA?

"Todo el que viene a mí, 
escucha mis palabras y las pone en práctica... 
se parece a uno que edificó una casa: 
cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca; 
vino una crecida, arremetió el río contra aquella casa, 
y no pudo derribarla, porque estaba sólidamente construida. 

El que escucha y no pone en práctica 
se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, 
sin cimiento; arremetió contra ella el río, 
y enseguida se derrumbó desplomándose, 
y fue grande la ruina de aquella casa" 
(Mt 6,47-49)

Me temo que este artículo provocará algunas controversias y muchos no estarán de acuerdo conmigo, pero desde mi reflexión personal me siento en la obligación de encender los "warnings", quizás porque llevo mucho tiempo desanimado, desalentado y desmotivado a la vista de los derroteros que está tomando Emaús y hacia dónde se dirige...y me entristece el corazón.

Siempre digo (y no me cansaré nunca de decirlo) que Emaús es sólo el "trailer", que es tan sólo un método, que es sólo el principio del camino pero no es un fin en sí mismo, algo que muchos parecen no haber asumido. También, siempre digo que Emaús no va de números ni de cantidades, ni de "hacer retiros", algo que muchos parecen no haber asumido.

Hace ya más de siete años de la publicación de mi articulo ¿Corre peligro Emaús?en el que reflexionaba y meditaba sobre las posibles amenazas de convertir esta obra de Dios en un producto de hombres y, desgraciadamente, casi todas ellas se han ido cumpliendo, aunque no ocurran en todos los retiros de Emaús. 

Y creo que Emaús ha perdido la esencia (o la está perdiendo) porque:
  • hemos caído en una cierta "rutina evangelizadora", hemos abandonado sus sólidos cimientos originales y los hemos sustituido por nuestros "cimientos de arena"
  • hemos ido añadiendo nuestros propios criterios, opiniones y ocurrencias, convirtiéndolo en un método sincretista, entre lo profano y lo espiritual
  • hemos caído en el "efecto gravitatorio", en una especie de "rueda de hámster" sobre la que caminamos pero no avanzamos ni llegamos a ninguna parte...volvemos siempre al mismo sitio
  • hemos convertido el retiro en un "subidón espiritual", donde nos ponemos el "polo de cristianos" y "servimos", pero una vez fuera, nos desinflamos y nos olvidamos de Dios
  • hemos pasado a ser "católicos ocasionales" (un día a la semana, dos fines de semana al año), pero con escasa asistencia a los sacramentos (también, un día a la semana - eucaristía -, y algunos meses al año - confesión -)
  • nos reunimos semanalmente en nuestro club social, pero no adquirimos ningún compromiso con la parroquia ni con sus miembros, hasta el punto de que somos absolutos desconocidos para ellos
  • vivimos nuestra fe sólo en "Emaús", pero no buscamos el crecimiento espiritual, la constancia en la oración, la lectura de la Sagrada Escritura o la participación en las pastorales parroquiales
  • nos hemos transformado en "Judas" que caminamos junto al Señor pero no le amamos de corazón y, a la menor oportunidad (tras el retiro), le traicionamos
  • nos hemos apropiado del mérito, del protagonismo y de la gloria evangelizadora, buscando "deslumbrar" en lugar de "alumbrar", ansiando reconocimiento y admiración 
  • invitamos a caminar a todo tipo de personas, buscando más lo cuantitativo que lo cualitativo: el objetivo es llenar el retiro
  • nos hemos dedicado a "opinar", a "cumplir" y a "adquirir veteranía", olvidando rezar, obedecer y ser humildes
  • nos hemos convertido en "activistas espirituales descabezados" que hacemos cosas sin sentido, decimos "tópicos" sin propósito y no avanzamos en nuestra relación con Dios
  • hemos inventado un hipermercado de experiencias espirituales, "variantes de retiros especializados" según la vocación, la edad o el estado (de sacerdotes, de matrimonios, de niños, de discapacitados...) pero hemos olvidado construir comunidad
  • hemos adquirido una actitud de superioridad farisea sobre el resto de los métodos evangelizadores o sobre otros carismas, creyendo que Emaús es "lo más cristiano"
  • hemos obviado qué hacer con todas las personas tras el retiro, sobre todo, en cuestión de formación catequética, itinerarios de discipulado, compromiso eclesial y sacramentalidad
Quiero seguir manteniendo mi esperanza y mi confianza en Dios, sabiendo que el Señor se encargará de solucionar cualquier problema. Mientras tanto, seguiré rezando con los Salmos: 
"Vigilaré mi proceder, para no pecar con mi lengua; pondré una mordaza a mi boca. Señor, dame a conocer mi fin y cuál es la medida, para que comprenda.
Y ahora, Señor, ¿qué esperanza me queda? Tú eres mi confianza. Líbrame de mis inquietudes, no me hagas la burla de los necios. Enmudezco, no abro la boca, porque eres tú quien lo ha hecho. 
Escucha, Señor, mi oración, haz caso de mis gritos, no seas sordo a mi llanto; porque yo soy huésped tuyo, forastero como todos mis padres" 
(Sal 39,2-14) 
"Yo esperaba con ansia al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito: me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca, y aseguró mis pasos; me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios.  
Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor. Cuántas maravillas has hecho, Señor, Dios mío, cuántos planes en favor nuestro; nadie se te puede comparar. Intento proclamarlas, decirlas, pero superan todo número. 
Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: 'Aquí estoy para hacer tu voluntad'. 
Dios mío, lo quiero, y llevo tu ley en las entrañas. He proclamado tu justicia ante la gran asamblea; no he cerrado los labios, Señor, tú lo sabes. 
No me he guardado en el pecho tu justicia, he contado tu fidelidad y tu salvación, no he negado tu misericordia y tu lealtad ante la gran asamblea. 
Tú, Señor, no me cierres tus entrañas; que tu misericordia y tu lealtad me guarden siempre, porque me cercan desgracias sin cuento. Se me echan encima mis culpas, y no puedo ver; son más que los pelos de mi cabeza, y me falta el valor. 
Señor, dígnate librarme; Señor, date prisa en socorrerme. Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes"
(Sal 40, 2-18)

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