¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 14 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): "PÁGALES POR MI Y POR TI""

En aquel tiempo, mientras Jesús y los discípulos 
recorrían juntos Galilea, les dijo:
«El Hijo del hombre será entregado en manos de los hombres, 
lo matarán, pero resucitará al tercer día».
Ellos se pusieron muy tristes.
Cuando llegaron a Cafarnaún, 
los que cobraban el impuesto de las dos dracmas 
se acercaron a Pedro y le preguntaron:
«¿Vuestro Maestro no paga las dos dracmas?».
Contestó: «Si».
Cuando llegó a casa, Jesús se adelantó a preguntarle:
«¿Qué te parece, Simón? 
Los reyes del mundo, 
¿a quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?».
Contestó: «A los extraños».
Jesús le dijo: «Entonces, los hijos están exentos. 
Sin embargo, para no darles mal ejemplo, 
ve al mar, echa el anzuelo, coge el primer pez que pique, 
ábrele la boca y encontrarás una moneda de plata. 
Cógela y págales por mí y por ti».
(Mt 17,22-27)

El pasaje de hoy nos propone dos secciones que parecen inconexas pero que no lo son: la primera, el segundo anuncio de la llegada de la "hora" del Señor, es decir, del cumplimiento de su misión en la tierra; la segunda, el cumplimiento en el pago de impuestos a los gobernantes.

Mateo comienza de nuevo con la frase: "En aquel tiempo" (en griego, kairós), que la tradición exegética define literalmente como "el momento señalado, oportuno y elegido por Dios para hacer algo" o "el tiempo de Dios" o "el tiempo en que se cumple la voluntad de Dios".

Kairós se  diferencia del otro concepto de tiempo griego, Cronos en que, mientras éste mide el tiempo lineal, el tiempo en el que actúa el hombre, aquel mide el momento exacto, adecuado y oportuno en el que ocurre algo importante: se cumple la voluntad de Dios.

Es, por tanto, la "hora", el momento para que se cumpla la voluntad de Dios y por eso, Jesús, mientras aún está en Galilea con sus discípulos, les anuncia de nuevo su pasión, muerte y resurrección, hecho que les entristece: “lo entregarán (al odio de los hombres), lo matarán (sin culpa), pero resucitará (al tercer día)". 
Sin embargo, esta vez no se sorprenden tanto como en el primero (Mt 16,21-23), tan sólo dice que se entristecen. No sabemos si lo entienden (diríamos que no) pero lo ignoran como si no lo hubieran escuchado. Sólo lo entenderán cuando Jesús se les aparezca después de resucitado. 

Nos ocurre a todos: ante el sufrimiento, que queremos hacer como si no existiera, como si no hubiera ocurrido...y lo sacamos de nuestra mente. Sin embargo, Jesús nos anima a hacer frente al dolor y la muerte, a estar preparados para el momento de la gran prueba. No hay resurrección sin cruz, no hay ganancia sin pérdida...

En la segunda parte del texto, Jesús nos introduce en la cuestión del pago del impuesto destinado al mantenimiento del Templo (correspondiente al jornal de dos días de un obrero). 

No está obligado a pagarlo, porque el deber correspondía a los súbditos, no a los hijos del rey; de ahí la analogía que usa Jesús: El Señor del Templo es Dios y Jesús es su Hijo, está exento pero paga como uno más, para dar ejemplo, para evitar escándalos innecesarios y para que nadie pueda reprocharle nada.

¡Qué paradoja! Jesús anuncia el fin de su vida en la tierra y a la vez, está pendiente de ocuparse de los asuntos temporales, de los temas cotidianos y legales, de cumplir el pago de impuestos. Siendo Dios, se somete a las leyes humanas

Jesús se manifiesta como el Hijo de Dios, que debe morir para resucitar conforme a lo que indefectiblemente se va disponiendo en un escenario de injustica y legalidad, aunque siempre y ante todo, para que se cumpla la voluntad del Padre. Sin embargo, quiere cumplir también la voluntad humana, pagando impuestos que no le corresponde pagar.
"¿Qué te parece Simón?": una pregunta dirigida a mí, a cada uno de nosotros. Me interpela y me invita a cumplir con mi deber de ciudadano al igual que Él cumplió con su deber de Hijo de Dios. Por nuestra unión con Cristo también adquirimos la condición de hijos de Dios y por consiguiente, tampoco estaríamos obligados a pagar el impuesto.

Sin embargo, para no escandalizar a nadie el Señor le manda a Pedro (a nosotros) sacar una moneda de la boca de un pez y pagarlo. Es una actitud de respeto por lo que representa el Templo, que es la casa de Dios.

Jesús vuelve a preguntar "¿A quién le cobran impuestos y tasas, a sus hijos o a los extraños?" para señalar que los propios gobernantes judíos no le ven como uno de sus hijos sino como un extraño: "Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (Jn 1,11). Podríamos decir que es la antítesis de la parábola del Hijo pródigo. 

Sin embargo, Jesús aún rechazado por su propio pueblo, no se apena ni se enfada sino que asume la situación con el mayor amor y misericordia posibles. Va más allá y nos exhorta al cumplimiento de nuestras obligaciones humanas: "dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios", que pronunciara en su discurso escatológico (Mt 22, 15-21). 

Jesús, como hombre, no quiere hacer uso de ningún privilegio por ser Dios, sino que cumple con su deber y nos exhorta a nosotros a hacer lo mismo. Siempre nos da ejemplo, en todo. Entrega su vida y paga por nuestros pecados. Entrega su moneda y paga por nuestros impuestos...y todo lo hace por amor a nosotros, libremente, porque quiere. Nadie lo obliga. Se somete a la voluntad del Padre y a la del hombre

El Señor me muestra el camino a seguir, me invita a seguir su ejemplo, a ser responsable. Primero con Dios, pero también con mi ciudadanía y con mis obligaciones civiles. 

Los cristianos no somos insurrectos, insumisos ni insubordinados. Cumplimos con nuestros deberes a semejanza de Cristo. No podemos decir que cumplimos nuestros deberes con Dios si incumplimos antes nuestros deberes como ciudadanos, de la misma forma que no podemos amar a Dios si no amamos antes a nuestro prójimo.


JHR

lunes, 15 de agosto de 2022

MEDITANDO EN CHANCLAS (16): ¿QUIÉN PUEDE SALVARSE?

"En verdad os digo que difícilmente 
entrará un rico en el reino de los cielos. 
Lo repito: 
más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, 
que a un rico entrar en el reino de los cielos" 
(Mt 19,24)

La escena que contemplamos en el evangelio de hoy habla de salvación y comienza con un Jesús que insiste por dos veces a los discípulos en la dificultad de que un rico entre en el reino de los cielos, tras haberse cruzado con el joven rico, quien no fue capaz de darle el "sí" y seguirlo.

El joven rico preguntó qué era necesario hacer y qué le faltaba para obtener la vida eterna. Jesús, le dice que lo primero es el cumplimiento de la ley, después, el desprendimiento de las riquezas y por último, el seguimiento de Cristo.

El Señor nos pide primero que cumplamos la voluntad de Dios, pero que no nos quedemos ahí. El segundo paso, quizás el más difícil, que nos desprendamos de nuestras riquezas, que no son sólo las materiales, sino nuestros apegos, deseos o derechos: libertad, éxito, bienestar, comodidad, egoísmo...

Finalmente, una vez que cumplimos la voluntad de Dios y no la nuestra, Cristo nos pide que le imitemos y le sigamos en el camino hacia la vida eterna, que pasa imperiosamente por la negación de nosotros mismos para darnos a los demás. 

Por eso, Jesús recalca dos veces la dificultad de que una persona egoísta (rico) entre en el reino de los cielos, porque para entrar en él, lo primero que tenemos que hacer es priorizarlo, dejarlo todo, incluso a uno mismo. 

Si mis prioridades son otras, de nada me sirve "cumplir" las normas. Si mis apegos me esclavizan y me impiden seguir a Cristo, lo que me queda es vivir una vida triste, como la del joven: rico pero esclavizado.

El Señor me pide una fe de "máximos", no de "mínimos". Una fe de desprendimiento no sólo de "cumplimiento". Porque puede ocurrirme como al joven rico, que aunque sea "buena persona" porque no mate, no robe, no mienta...sí que me cueste poner a Dios en el primer lugar y desprenderme de "mí y de mis cosas". Por eso, Jesús dice que es imposible para mí, pero no para Dios: solo no puedo. 

Esa es la clave: mi salvación no depende de mis méritos sino de la gracia de Dios. Pero eso no significa que pueda "tumbarme a la bartola" y esperar que Dios lo haga todo. El cielo no funciona así...

Tengo que poner todo de mi parte, y a Dios en el primer lugar, es decir, desprenderme de "mi yo y de mis cosas" y acudir a Él con frecuencia, pedirle su gracia en la oración y en los sacramentos...y poder "pasar por el ojo de la aguja".



JHR



viernes, 17 de septiembre de 2021

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA: LA "NUEVA" LEY Y SU JUSTICIA


"Os digo que si vuestra justicia no es mayor 
que la de los escribas y fariseos, 
no entraréis en el reino de los cielos" 
(Mateo 5,20)

Me sigue sorprendiendo que algunos católicos interpreten erróneamente el Nuevo Testamento en detrimento del Antiguuo. Precisamente, el tema central del Evangelio de Mateo (y también de los de Marcos, Lucas y Juan) es afirmar que Jesús es el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento y por tanto, el Mesías esperado. 

En el capítulo cinco de Mateo, que hoy reflexionamos, el evangelista presenta el comienzo de la predicación de Jesús con el Sermón de la Montaña, que representa la carta magna de la libertad cristiana en la que se expone la justicia del reino de Dios, es decir, la voluntad de Dios, el propósito único y pleno de la Ley o "Torah". Cristo une y da plenitud a la Justicia del Antiguo Testamento con la Misericordia del Nuevo.

El Señor, lejos de abolir la "Ley y los Profetas", viene a darle cumplimiento y plenitud (Mateo 5,17), explicando a través del "Evangelio" su sentido más profundo: Jesucristo es el cumplimiento de la historia de la salvación del Antiguo Testamento, la Nueva Alianza (Isaías 42,6) y la Nueva Ley. 

Por tanto, existe discontinuidad entre Torah y Evangelio, pero no ruptura: el vino nuevo requiere odres nuevos. El "vino nuevo" es Jesucristo y "los odres nuevos" son la radicalidad y plenitud del amor. 

Sin comprender a Jesús como el Mesías prometido, como el cumplimiento de "la Ley y los Profetas" es imposible integrar Torah Evangelio. Por eso, Cristo nos pide ir más allá de la letra de la Ley (odres viejos) y ver perfectamente cumplidos los mandamientos de Dios y modeladas las Bienaventuranzas en su divina persona.
Las Bienaventuranzas 

Las Bienaventuranzas son las bendiciones prometidas en los pactos de Dios de la antigüedad con el pueblo de Israel (con Noé, Abraham, Moisés y David) pero con una dimensión plena, universal y eterna: La “Tierra Prometida” es el Reino de los Cielos, abierto a todos los hombres.

Las Bienaventuranzas son las bendiciones de la filiación divina y la vida divina, reveladas por el amado y perfecto Hijo de Dios, y ofrecidas a cada uno de nosotros, a quienes nos enseña a invocar a Dios como “Padre Nuestro” (Mateo 6,9). De hecho, Mateo utiliza  17 veces la palabra “Padre” en los capítulos cinco, seis y siete de su evangelio. 

Las Bienaventuranzas, según algunos padres de la Iglesia, se corresponden con los siete dones del Espíritu (Isaías 11,2-3), con las siete peticiones del “Padre Nuestro” (Mateo 6,9-13), con los siete “ayesque Jesús dirige a los escribas y fariseos (Mateo 23,13-36) y con la misión mesiánica profetizada en el Antiguo Testamento (Isaías 61,1-11). 

Las Antítesis

En el versículo 20, Jesús advierte que la entrada al Reino de los Cielos requiere una justicia mayor que el "legalismo" de los escribas y fariseos, es decir, un concepto más pleno y profundo de los mandamientos dados por Dios a Moisés.

A partir del versículo 21, Jesús comienza a explicar la Ley de Dios con su pedagogia divina mediante "antítesis" que comienzan y terminan con la misma fórmula "Habéis oído que se dijo..." y "Pero yo os digo...":

1ª antítesis (vs. 21-26). Mansedumbre. Para un cristiano, "matar" no sólo significa "asesinar" sino también guardar rencor, demostrar ira, criticar, juzgar o insultar al prójimo.

2ª antítesis (vs. 27-30). Pureza. Para un cristiano, "cometer adulterio" no es sólo el acto y el signo exterior de la voluntad sino también el deseo y el signo interior del corazón.

3ª antítesis (vs. 31-32). Justicia. Para un cristiano, "divorciarse" no forma parte del propósito inicial de Dios. La indisolubilidad del matrimonio es un derecho de igualdad para los dos conyuges.

4ª antítesis (vs. 33-37). Verdad. Para un cristiano, "jurar en falso", o simplemente, "jurar" supone no cumplir lo prometido, mentir, engañar, faltar a la vedad, no ser digno de confianza.

5ª antítesis (vs. 38-42). Generosidad. Para un cristiano, el "ojo por ojo y diente por diente” (la ley del talión o venganza) no es un derecho ni una reclamación ante ningún agravio o afrenta. Esta antítesis sugiere una posible razón de que no aparezca el “no robarás” como la antítesis que falta para que sean "siete".

6ª antítesis (vs. 43-48). Amor. Para un cristiano, "amar a Dios y al prójimo" implica también "amar a los enemigos". Esta es la plenitud y el cumplimiento de la Ley, la perfección, la santidad.

Las antítesis de Mateo guardan una estrecha relación con la perícopa del joven rico narrada en los tres sinópticos (Mateo 19, 16-21; Marcos 10, 17-27; Lucas 18 18-27), quien dice cumplir los mandamientos fundamentales de la Ley o "Torah", pero a quien Jesús le pide ir más allá, a "dejarlo todo y seguirlo" (Mateo 19,21).

Los Mandamientos

La observancia de los mandamientos es indispensable y básica para la convivencia en comunidad, aunque no suficiente para alcanzar la "vida eterna". 

Jesús "rompe esquemas y sacude mentalidades", nos pide ir más allá de la "letra", del "cumplimiento" de la Ley, para mostrarnos, no sólo cómo debemos vivir, sino además, qué debemos hacer, o mejor dicho, cómo debemos ser"perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48). 

Mateo es el único de los sinópticos que añade al final, como la culminación de los preceptos precedentes, la última "antitesis": "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" (Levítico 19, 18), "pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mateo 5,43-44)

La Ley suprema del amor es una moción interior, sin duda suscitada por el Espíritu Santo, por la que los cristianos no cumplimos normas y reglas por obligación sino que nos ofrecemos y entregamos libre y voluntariamente a los demás.

Eso es exactamente lo que el Señor hizo en la Cruz: entregarse libre y voluntariamente a la voluntad de Dios, amar hasta el extremo a sus enemigos y pedir al Padre la misericordia divina para que los perdonara (Lucas 23,34). 

Cristo es la perfección del amor, es decir, la plenitud y el cumplimiento de la voluntad de Dios"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Los "amigos", los "discípulos", los "hermanos" de Cristo, "la nueva familia de Dios" son todos aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios (Mateo 12,50; Marcos 3,31-35; Lucas 8,19-21), es decir, aquellos que aman a Dios Padre y a sus hermanos.
En conclusión, el Sermón de la Montaña nos propone:

los Mandamientos, que constituyen y establecen las normas y leyes morales (que no legalismos) necesarias para la buena convivencia en comunidad.

- las Bienaventuranzas, que dibujan el perfil del verdadero cristiano necesario para la salvación y el acceso al Reino de los Cielos.

- las Antítesis, que esbozan un modo revolucionario de "ser" del cristiano ("luz del mundo" y "sal de la tierra"), que manifiesta con sus obras la justicia y la misericordia de Dios (Antiguo y Nuevo Testamento como un "todo"), y que forma una nueva y santa familia (la familia de Dios).

viernes, 12 de febrero de 2021

FORMALISMO SIN AMOR

"Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, 
pero no tengo amor, 
no sería más que un metal que resuena 
o un címbalo que aturde. 
Si tuviera el don de profecía 
y conociera todos los secretos y todo el saber; 
si tuviera fe como para mover montañas, 
pero no tengo amor, no sería nada. 
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados; 
si entregara mi cuerpo a las llamas, 
pero no tengo amor, de nada me serviría"
(1 Corintios 13,1-3)

Hoy queremos meditar sobre la delgada línea roja que separa la formalidad del formalismo, la responsabilidad del escrúpulo, la sensatez del recelo, la caridad del reproche, dentro del ámbito eclesial de nuestras comunidades parroquiales. 

En ocasiones, ocurre que en nuestras parroquias damos más importancia al "qué" y al "cómo", que al "para qué" o al "por qué" de las cosas: cuando recriminamos a quien no hace la venia al altar; cuando miramos con escrúpulo a quien se arrodilla para comulgar (o a quien no lo hace); cuando criticamos a quien canta o reza en alto en una adoración; cuando condenamos a quien se equivoca, sea cura o laico; cuando reprochamos a quien expresa una actitud alegre a Dios y a sus hermanos; cuando nos fijamos en lo exterior en lugar de lo interior; cuando vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro.

Cuando hacemos todo esto, cuando actuamos con intransigencia y con exceso de severidad, cuando juzgamos y condenamos a nuestros hermanos, no amamos. Ni a ellos ni a Dios. 

El formalismo es una degradación de la formalidad. Ser formalista tiene poco que ver con ser formal. Y desde luego, nada que ver con ser cristiano. Ser formal es la forma correcta de exteriorizar todos nuestros deseos y deberes de acuerdo a la voluntad de Dios. Pero, a veces, olvidamos la esencia de Su voluntad y nos quedamos en el aspecto externo del formalismo, nos obstinamos en el cumplimiento riguroso de métodos, maneras y preceptos, nos atrincheramos en el exceso de celo en la observancia de nuestros deberes cristianos. 

El cumplimiento del resto de los mandamientos es, sin duda, necesario, aunque secundario. No es lo principal.  El amor es el árbol de la vida del paraíso, es el don en el que se resume toda la Ley de Dios (Mateo 24,3740) y su primer fruto es la alegría. Sin amor ni alegría ¿Qué sentido tiene cualquier obra que hagamos?
San Pablo nos recuerda que todo lo que hagamos, lo hagamos con amor (1 Corintios 16,14) y por amor a nuestro prójimo (Gálatas 5,13-14). "El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta" (1 Corintios 13,7).

Santa Teresa de Calcuta nos recuerda que lo importante no es lo que hacemos para Dios, sino el amor con que lo hacemos y que quien tiene a Dios en su corazón, desborda de alegría. Nada tiene sentido si no hemos comprendido la ternura del amor de Dios.

Con frecuencia traspasamos la línea que Cristo marcó con su dedo en el suelo: cumplir su voluntad con amor, paciencia y mansedumbre, en lugar de actuar con impulsos irreflexivos o actitudes hipócritas. Cuando acusamos y juzgamos a nuestros hermanos, les condenamos a muerte, les apedreamos, les lapidamos. 
Cristo, a través del Apocalipsis de San Juan, nos anima, como a la Iglesia de Éfeso, a ser eficientes y veraces, a luchar por la verdad y perseverar en la doctrina, a odiar la mentira y a combatir las herejías, a perseverar en la persecución, pero nos exhorta a recordar el amor primero

Nos invita a recordar el por qué y el para qué hacemos todas las cosas. Nos sugiere evitar el exceso de formalismo y de legalismo en detrimento del amor, porque una Iglesia sin amor está muerta, un cristiano sin amor no es cristiano.

A medida que el amor por Cristo y por nuestros hermanos comienza a apagarse, el servicio se convierte en un sentido del "deber" y no del "querer". A medida que la caridad se enfría, la fe duda y la esperanza desconfía.

Los cristianos debemos recordar siempre el entusiasmo de antaño, la frescura con la que un día nos abrimos al Evangelio, la prontitud con la que tuvimos un encuentro con el Señor y acogimos el verdadero amor…

Debemos partir del verdadero amor antes que de la doctrina. Acoger a quienes nos han sido confiados y corregir a quienes lo necesiten, sin apagar el Espíritu. Amar es saber estar entre Dios y los hombres

Sin amor no hay “frutos de vida” sino de muerte. Sin amor no hay vida eterna, no hay inmortalidad ni plenitud. 

El Árbol de la vida está delante de nosotros: es la Cruz donde Cristo derrochó todo su amor y nos convirtió en “Vivientes” como Él. Si somos sus seguidores, debemos seguir su ejemplo.

JHR

martes, 18 de agosto de 2015

LAS SIETE FRASES DE JESÚS EN LA CRUZ




Jesucristo murió en la cruz para redimir a la humanidad, para salvarnos de nuestros pecados a causa de su amor por nosotros.

Pero antes de morir y según consta en los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Jesucristo pronunció siete frases en la cruz.  El de Mateo y el de Marcos, mencionan solamente una, la cuarta. El de Lucas relata tres, la primera, segunda y séptima. El de Juan recoge las tres restantes, la tercera, quinta y sexta.

1- PERDÓN

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."
Lucas 23,34

La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra Jesús.Me dejareis sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.Se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad.

Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte.

Jesús mira hacia abajo, desde la cruz  y ora por los culpables de darle muerte, los soldados romanos que cruelmente, le han azotado, torturado escupido, golpeado, maltratado y que le han clavado en la cruz.

También por los que le han condenado a muerte, (Caifás y los sumos sacerdotes del Sanedrín), castigado a subir con su propia cruz, luego desnudado en público, tendido sobre la cruz, clavado a través de sus huesos de manos y pies.

Jesús también está pensando en sus apóstoles y compañeros que le han traicionado y abandonado, reza por Judas que lo ha vendido, por Pedro que lo ha negado tres veces, por la multitud voluble, que sólo unos días antes le alabaron, en su entrada a Jerusalén, y luego días más tarde prefirieron optar por Él frente a Barrabás, para ser crucificado, gritando su crucifixión. También por los que se reían y mofaban de Él.

Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros, para la humanidad entera, para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión. 
  
Pero Jesús no reacciona con ira. En el apogeo de su sufrimiento físico, su amor prevalece y le pide a su Padre que perdone, pero es por su mismo sacrificio en la Cruz que la humanidad es capaz de ser perdonada!

Hasta sus últimas horas en la tierra, Jesús predica el perdón. Él enseña el perdón en la oración del Señor: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mateo 6,12).

Cuando se le preguntó por Pedro, ¿cuántas veces deberíamos perdonar a alguien, Jesús responde setenta veces siete (Mateo 18, 21-22).

En la Última Cena, Jesús explica su crucifixión a sus apóstoles cuando les dice a beber de la copa: "Bebed todos de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados "(Mateo 26, 27-28).

Él perdona al paralítico de Cafarnaúm (Marcos 2,5), y la adúltera sorprendida en el acto ya punto de ser lapidada (Juan 8, 1-11).

E incluso después de su resurrección, su primer acto es comisionar a sus discípulos a perdonar: "Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados si los retengáis, les quedan retenidos." (Juan 20, 22-23).

2- SALVACIÓN

"En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso."
Lucas 23,43

Ahora no se trata sólo de los líderes religiosos o los soldados que se burlan de Jesús, sino de uno de los criminales que habla en favor de Jesús, explicando que ellos dos están recibiendo su justo castigo, mientras que "este hombre no ha hecho nada malo." Luego, dirigiéndose a Jesús, le dice: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23,42). 

La fe maravillosa de este pecador arrepentido hace que Jesús, haciendo caso omiso de su propio sufrimiento, le  responda con amor y misericordia con su segunda palabra, que es otra vez sobre el perdón, esta vez dirigido a un pecador.

Del mismo modo que la primera palabra, esta expresión bíblica se encuentra sólo en el Evangelio de Lucas. Jesús muestra su divinidad abriendo el cielo por un pecador arrepentido - tal generosidad de un hombre que sólo pidió ser recordado!

Pero el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí mismo. Lo más grande que puede poseer un hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo.

Hemos sido creados para vivir en comunión con él y por ello, nos ofrece esperanza para la salvación, ya que si volvemos nuestros corazones y oraciones a Él, también vamos a estar con Jesús Cristo al final de nuestras vidas.

3- IGLESIA

"Jesús le dijo a su Madre:" Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Esta es tu madre."
Juan 19,26-27

Jesús y María están juntos de nuevo, al comienzo de su ministerio en Cana y ahora al final de su ministerio público, a los pies de la Cruz.

El Señor se refiere a su madre como mujer en la fiesta de bodas de Caná (Juan 2, 1-11) y en este pasaje, recordando a la mujer en Génesis 3,15, la primera profecía mesiánica del Redentor, y anticipándose a la mujer vestida del sol en Apocalipsis 12.

Dios eligió a María desde siempre para ser Madre de Jesús, pero también para ser Madre de los hombres.

Jesús crucificado confía a María una nueva maternidad, crea desde la cruz “una familia nueva”. Forma la Iglesia y le otorga el papel maternal a la madre de Jesús, para que cuide de su nuevo hijo y al discípulo le enseña a quien debe querer, respetar y obedecer.

Qué dolor debe llenar el corazón de María, a ver a su Hijo denostado, torturado y crucificado. El sufrimiento de su hijo la hizo a Ella Corredentora, compañera en la redención.

Una vez más, se cumple en Cristo otra profecía, de Simeón en el Templo: “una espada atraviesa el alma de María” (Lucas 2,35).

Hay cuatro personas al pie de la cruz: María, su Madre, Juan, el discípulo a quien él amaba, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Él dirige su tercera palabra a María y Juan, el único testigo ocular de los escritores de los Evangelios.

De nuevo, Jesús se eleva por encima de la ocasión, y sus preocupaciones son para los que le aman. El buen hijo que Él es, Jesús se preocupa por el cuidado de su madre. De hecho, este pasaje ofrece una prueba de que Jesús era el único hijo de María, porque si él tenía hermanos o hermanas, se habrían preocupado por ella. Pero Jesús mira a Juan y le pide cuidar de ella.

También queda demostrado que San José estaba ausente; probablemente, habría muerto antes de la crucifixión, o de lo contrario habría sido el encargado de cuidar de María y también estaría allí.

4- SOLEDAD

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Mateo 27,46 y Marcos 15,34

Esta fue la única expresión de Jesús en los Evangelios de Mateo y Marcos. Ambos indican que fue en la novena hora, después de tres horas de oscuridad, cuando Jesús clamó esta cuarta palabra. La novena hora eran las tres en Judea.

Sorprende el tono angustiado de esta expresión, en contraste con las tres primeras palabras de Jesús. Este grito sale desde el corazón doloroso y humano de Jesús, que debió sentirse abandonado por su Padre y por el Espíritu Santo, amén de sus compañeros terrenales, los discípulos.

Para subrayar su absoluta soledad, Marcos incluso dice que sus seres queridos  estaban allí "mirando desde lejos," no cercanos a él. Jesús se siente separado de su Padre, ahora está solo y tiene que enfrentarse a la muerte por sí mismo.

Esto es exactamente lo que nos sucede a todos nosotros cuando llega el momento de nuestra muerte, que debemos afrontarla solos! Jesús vive por completo la experiencia humana, al igual que nosotros, y al hacerlo, nos libera de la esclavitud del pecado.

Su cuarta palabra es tal y como empieza el Salmo 22: su grito en la cruz recuerda el grito de Israel, y de todas las personas inocentes que sufren. En el Salmo 22, capítulos16-19, David hace una profecía sorprendente de la crucifixión del Mesías en un momento en que no se conocía la existencia de la crucifixión: "Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte. Perros innumerables me rodean, una banda de malvados me acorrala como para prender mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica".

No puede haber un momento más terrible en la historia del hombre como ese. Jesús, que vino a salvarnos es crucificado, y da cuenta del horror de lo que está sucediendo y lo que ahora está soportando. Está a punto de ser engullido por el mar embravecido del pecado. El mal triunfa, como admite Jesús: "ahora reinan las tinieblas, y es su hora" (Lucas 22,53). Pero es sólo por un momento. La carga de todos los pecados de la humanidad por un momento abruma la humanidad de nuestro Salvador.

Es en la derrota de su humanidad donde se completa el plan divino de su Padre. Es por su muerte que somos redimidos. "Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno." (I Timoteo 2, 5-6).

"El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados". (I Pedro 2,24)


5-SUFRIMIENTO

"Tengo sed".
Juan 19,28
La quinta palabra de Jesús es la única expresión humana de su sufrimiento físico. Jesús está ahora en estado de shock. Las heridas infligidas en la flagelación, la corona de espinas, y el clavado en la cruz están dando resultado, especialmente después de perder sangre en la caminata de tres horas por la ciudad de Jerusalén hasta el. Los estudios sistemáticos de la Sábana Santa de Turín, indican que la Pasión de Jesús fue mucho peor que uno pueda imaginarse.

El sufrimiento de Cristo simboliza también el sufrimiento del ser humano aun en la mayor de las fes.

Jesús tiene sed en un sentido espiritual. Él tiene sed de amor. Él tiene sed de amor de su Padre que lo ha abandonado durante esta hora terrible cuando Él tiene que cumplir su misión solo, no alejándose de Él, sino privándole de su socorro.

Y él tiene sed de amor y de la salvación de su pueblo, la raza humana. Jesús practicaba lo que predicaba: "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, dar la vida por sus amigos". Juan 15, 12-13

También evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la samaritana.

6- CUMPLIMIENTO

"Todo está cumplido"
Juan 19, 30

Se trata de la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora y la culminación del programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre. Más que una palabra de agonía, es de victoria, "todo está concluido".

Juan recuerda el sacrificio del Cordero de la Pascua de Éxodo 12 en este pasaje. El hisopo es una planta medicinal pequeña que se usó para rociar la sangre del Cordero Pascual en las puertas de las casas de los judíos (Éxodo 12,22). El Evangelio de Juan relata que fue el día de la preparación, el día antes de la Pascua real (Pesaj en hebreo, Pascha en griego y latín), cuando Jesús fue condenado a muerte (19,14) y se sacrificó en la cruz (19,31).

Juan continúa en los versículos 33-34: "Pero cuando llegaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas", recordando la instrucción en Éxodo 12,46 relativa al Cordero Pascual.

Murió a la hora novena (tres de la tarde), casi al mismo tiempo que los corderos de la Pascua fueron sacrificados en el Templo. Cristo se convirtió en el Cordero Pascual, como señaló Pablo: "Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado." (I Corintios 5, 7). El Cordero inocente fue sacrificado por nuestros pecados, para que nosotros pudiéramos ser perdonados. La sexta palabra es el reconocimiento de que el sufrimiento de Jesús ha terminado y se ha completado su tarea. Jesús es obediente al Padre y le da su amor por la humanidad al redimirnos con su muerte en la Cruz.

El día más oscuro de la humanidad se convirtió en el día más brillante para la humanidad. Y los Evangelios sinópticos, al unísono, capturaron esta paradoja,  narran el horror del evento, la agonía en el jardín, el abandono por parte de sus Apóstoles, el juicio ante el Sanedrín, la intensa burla y tortura sobre Jesús, su sufrimiento en soledad, la oscuridad sobre la tierra, y su muerte, crudamente retratada tanto por Mateo (27, 47-51) y Marcos (15, 33-38).

Por el contrario, la pasión de Jesús en el Evangelio de Juan expresa su realeza y demuestra que es su camino triunfal hacia la gloria. Juan presenta a Jesús como dirigiendo la acción durante todo el camino. La frase: "Consumado es" conlleva un sentido de logro

En Juan, no hay juicio ante el Sanedrín, sino que Jesús se presentó en el juicio romano como "He aquí vuestro Rey!" (Juan 19,14). Jesús no está tropezando o cayendo como en los evangelios sinópticos, sino que el camino de la cruz se presenta con majestad y dignidad, porque "Jesús salió llevando su propia cruz" (Juan 19,17). Y en Juan, la inscripción a la cabeza de la cruz está deliberadamente escrita "Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos" (Juan 19,19).

Cuando Jesús murió, "entregó" el Espíritu. Jesús mantuvo el control hasta el final, y es Él quien entregó su Espíritu. No hay que perderse el doble sentido aquí, porque esto también puede ser interpretado como que su muerte trajo el Espíritu Santo.

El Evangelio de Juan revela gradualmente el Espíritu Santo. Jesús menciona agua viva en Juan 4, 10-11 cuando se encuentra con la mujer samaritana en el pozo, y durante la Fiesta de los Tabernáculos se refiere a agua viva como el Espíritu Santo en 7, 37-39. En la Última Cena, Cristo anuncia que pedirá al Padre que envíe "otro Paráclito para estar con ustedes siempre, el Espíritu de verdad" (14, 16-17).

La palabra Paráclito también se traduce como Consolador, Abogado, Intercesor o Consejero. "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho." (14,26).

El simbolismo del agua para que el Espíritu Santo se hace más evidente en Juan 19,34: " sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua." La perforación de su lado cumple la profecía en Zacarías 12,10: " En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.". La perforación del costado de Jesús prefigura los sacramentos de la Eucaristía (la sangre) y el bautismo (agua), así como el comienzo de la Iglesia.

7-OBEDIENCIA

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Lucas 23,46

La séptima palabra de Jesús se encuentra en el Evangelio de Lucas, y se dirige al Padre en el cielo, justo antes de morir. Jesús recuerda el Salmo 31, 6: " En tus manos encomiendo mi espíritu, y tú, Señor, Dios fiel, me librarás." Se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual.

Lucas declara la inocencia de Jesús en repetidas ocasiones: con Pilatos (Lucas 23, 4, 14-15, 22), a través de Dimas (por la leyenda), el criminal (Lucas 23,41), e inmediatamente después de su muerte con el centurión, que cuando vio lo que había pasado, alabó a Dios y dijo: "Verdaderamente este hombre era justo" (Lucas 23,47).

Jesús fue obediente a su Padre hasta el final, y su última frase antes de su muerte en la cruz fue una oración a su Padre.

La relación de Jesús con el Padre se revela en el Evangelio de Juan, porque Él comentó: "El Padre y yo somos uno" (10,30), y de nuevo, en la Última Cena: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. "(14,10). Y Él puede regresar: " Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (16,28).

Jesús cumple su propia misión y la de su Padre en la cruz:

"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna”

Juan 3,16