¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 29 de noviembre de 2016

LA CONVERSIÓN PASTORAL DE NUESTROS SACERDOTES



A veces tengo la impresión de que algunos sacerdotes piensan que la conversión pastoral misionera a la que llama Dios a toda su Iglesia, no va con ellos, sino que es sólo tarea de los laicos.

Es preciso que la "conversión misionera" comience por los sacerdotes, pues "su ministerio está totalmente al servicio a los laicos: al servicio de su fe, de su esperanza y de su caridad... y para ayudarles a vivir en plenitud su papel específico en la misión de la Iglesia". (Pastores dabo vobis n. 16 y n. 17).

Una conversión misionera de nuestras parroquias requiere que, primero, los sacerdotes sean audazmente misioneros, haciéndose "todo para todos, para salvar de cualquier manera a algunos" (1 Corintios 9,22), sin acomodarse en su papel de líderes ni permanecer en el ámbito “protegido” del círculo de sus más próximos.

Debido a la ausencia de "conversión misionera" de los sacerdotes de algunas parroquias, surgen, inevitablemente, quejas sobre ellos. Incluso, las personas comprometidas con sus parroquias, tienen quejas. Y, siendo honestos, algunas de ellas no son justas porque los sacerdotes no son perfectos, pero otras sí lo son, porque los sacerdotes no cumplen su misión.

Sin embargo, estoy convencido de que no es posible que se produzca una conversión misionera ni que mejore el sacerdocio de nuestros queridos curas si no hay nadie que les diga en qué pueden mejorar. Desde la humildad y la corrección fraterna sin ánimo de crítica, he aquí algunas de las quejas más comunes:

Es controlador

Todas las decisiones son tomadas exclusivamente por el sacerdote. Todos pueden dar su opinión pero la decisión final, la toma él.

Está siempre a la defensiva

Normalmente, evita asumir desafíos. No se puede hablar con él acerca de un problema. Se niega a admitir que puede estar equivocado o que hace algo mal. 

Es rutinario

Disfruta tanto con las rutinas y las estructuras, que nunca intenta cambiar nada. Siempre está en actitud pasiva en lugar de activa.

Es miedoso

Ya sea por complacer a la gente o por falta de fe, teme el riesgo, hasta el punto de paralizar al equipo.

Es perezoso

En una ocasión, escuché esto de un sacerdote:"No hagáis lo que yo hago. Hacer lo que yo os digo, porque yo no voy a hacer nada."

Es impredecible 

Es inconsistente, sale por donde menos imaginas y hace que la gente nunca sepa a qué atenerse.

Es perfeccionista

No importa lo mucho que se avance, en lugar de celebrarlo, siempre está preguntando  ¿Y ahora que más?

Es confuso

Cuando marca el camino o establece la visión, los que tienen que ponerlo en práctica no le entienden. Y se frustran.

Es orgulloso

Se lleva toda la gloria y las medallas. ¡No hay más que decir!.

Es indeciso

Nunca es capaz de tomar una decisión. Y todo el mundo espera. Y espera. Y todo se para.

Está siempre ocupado

A veces está tan ocupado pensando en sus cosas, que los que tratan de seguirlo sienten que no se les escucha.

Es hipócrita

Su vida personal, y la que ven sus más allegados, no coincide con su imagen pública.

Está siempre agotado

Es un problema grave estar siempre anclado en la queja o en el cansancio, pues esa actitud lejos de motivar, desilusiona a los que le escuchan.



En la mayoría de las ocasiones, el sacerdote es totalmente ajeno a todas estas formas negativas. Por eso, desde una mayor distancia y una perspectiva externa, todos debemos ayudarles por el bien de toda la Iglesia de Cristo. 

Resultado de imagen de conversion pastoralEl dinamismo de una parroquia en misión permanente supone un proceso pedagógico con un itinerario pastoral en el que formamos corazones de discípulos misioneros en todos nosotros: bautizados, confirmados, ordenados para el ministerio sacerdotal y consagrados.

Nuestro discipulado misionero exige una conversión pastoral, es decir, la audacia de hacer más evangélica, discipular y participativa, la manera como construimos la Iglesia, según Cristo la fundó. 

La construcción de la Iglesia es tarea de todos pero comienza por aquellos que la lideran y guían. Y todo para la Gloria de Dios. 

La conversión personal de todos debe despertar nuestra capacidad de someterlo todo al servicio de la instauración del Reino de Dios en nuestras vidas. 

Por ello,  obispos, presbíteros, diáconos permanentes, consagrados y laicos, estamos llamados a asumir una actitud de permanente conversión pastoral, que implica escuchar con atención y discernir “lo que el Espíritu está diciendo a las Iglesias” (Apocalipsis 2, 29) a través de los signos de los tiempos en los que Dios se manifiesta.






domingo, 19 de julio de 2015

SER-HACER-TENER





A menudo, cometemos el gran “error” de invertir el paradigma “ser, hacer, tener”. Pensamos que primero hay que tener (capacidad, formación, dinero...), para luego hacer (una actividad, un trabajo, una misión...) que finalmente nos llevará a ser (rico, feliz, capaz…). En realidad es mucho más simple.

Dios, que tiene un plan para nosotros, nos quiere activos, diligentes y productivos. Nos llama a SER su pueblo y, por consiguiente, también a servirle y a darle gloria. Esto nos lleva a reflexionar y meditar sobre el “SER” más que sobre el “HACER”.

Para “SER” hijos suyos no es necesario cumplir ningún requisito especial, no tenemos que “HACER” nada por nosotros mismos. Es por su Gracia, que Dios nos ofrece y nos reconoce siempre nuestra dignidad filial.

No se trata tanto de “tener” ni de “hacer”, sino de “ser”. Muchos pueden pensar que no tienen capacidad o tiempo, que no tienen formación o preparación, que no pueden hacer gran cosa; el hecho es que pierden la visión del ser por la del tener o por del hacer.

La clave está en que cada uno “somos” porque Dios nos capacita con un don, con un regalo, con un talento (Mateo 24, 14-15) y nos llama a utilizarlo.

Estamos llamados al “ser”, a ser dignos de su amor y de su misericordia, a ser a su imagen y semejanza, a ser como Él: amor.

Para nosotros es un honor y un orgullo “ser” hijos de Dios, “ser la sal y la luz del mundo” (Mateo 5, 13-14) pero no debemos "ser" buscando reconocimiento ni halago por lo que “hacemos” o por lo que “tenemos”; somos, hacemos y tenemos para gloria de Dios. (1 Corintios 10:31).

Dios se enorgullece de lo que “somos” más que de lo que “hacemos” o de lo que “tenemos”. Para el Señor, nadie “es” menos. Todos “somos” sus hijos preferidos.

Cuando hacemos algo por nuestra familia, por nuestros hijos, por nuestros padres, por nuestros amigos, por los demás… no lo hacemos buscando una recompensa. Lo hacemos por AMOR.

De la misma manera, cuando “somos hijos de Dios”, cuando llegamos a experimentar el gozo y la alegría de “ser” su familia, trabajamos por y para Dios. No necesitamos la afirmación ni el reconocimiento de nadie más.

Y es tal el entusiasmo, que nos “hacemos” y nos “llenamos de su Ser” y el corazón se nos escapa del pecho porque “le tenemos”.

Enfocando nuestra mente, alma y corazón en el “SER”, llegaremos al “HACER” y al “TENER”.

jueves, 9 de julio de 2015

HEMOS OLVIDADO QUIENES SOMOS


Hoy nos enfrentamos a una crisis de la iglesia, de fe, de vocaciones, de matrimonio, de valores, económica, etc. pero la fundamental es una crisis de identidad.

La iglesia de Cristo no tiene simplemente una misión, sino que la misión de Jesús tiene una iglesia. No es una opción: somos una misión. El principal problema es que hemos olvidado quienes somos.

Las iglesias están llenas de actividades lejanas de su identidad: reuniones seglares, scouts, clases para niños, etc. que rara vez conducen a formar misioneros. 

Isaías 56,7: “Porque mi Casa será llamada Casa de oración para todos los pueblos”. Hoy, la Iglesia tampoco es una casa de oración y ha olvidado su principal misión: ser misioneros.

No es la primera vez que ocurre. Marcos 11,17: “¿No dice Dios en la Escritura: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones? ¡Pero ustedes la han convertido en una guarida de ladrones!”

Allí se relata la expulsión de los mercaderes del templo por Jesús, que no fue un acto de repentina ira, sino deliberado pues ya había ocurrido antes: “¿En cueva de bandoleros se ha convertido a vuestros ojos esta Casa que se llama por mi Nombre?” (Jeremías 7,11).

Misión de la Iglesia

Mateo 28, 19-20 indica cuál es la misión de la Iglesia: “Vayan, pues, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado a ustedes. Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia.”

El evangelio marca 4 tareas: Ir -  Hacer-  Bautizar -  Enseñar

La confusión de la Iglesia es que ha ido a todos, ha bautizado a todos y ha enseñado a todos pero NO HA HECHO DISCÍPULOS y NO HA PRODUCIDO FRUTOS.

Que es un discípulo

Es alguien que aprende, que está comprometido en un proceso de aprendizaje que dura toda la vida, que crece, que madura y esto ocurre cuando nos encontramos con Cristo, cuando le amamos, cuando nos enamoramos de él.

El objetivo de la evangelización es hacer discípulos. Son los que renuevan la Iglesia, los que dan, sirven, se convierten en apóstoles, en discípulos misioneros que hacen nuevos discípulos, que renuevan la Iglesia, que dan, que sirven y que se convierten en apóstoles…..Es un círculo continuo.

La Iglesia es maravillosa cuando funciona. 

Es como una fotocopiadora: coge el papel desde fuera, lo procesa, lo imprime y lo lanza fuera de nuevo. 

Pero ahora la fotocopiadora no funciona. Nada se mete, está atascada, nada se imprime y nada sale.

La Iglesia es como el Titanic, grande, veloz e insumergible. 

Une continentes y lleva a personas de un sitio a otro. Pero ahora se hunde aun habiendo pensado que era todopoderosa. 

Las parroquias son los botes salvavidas y hay gente en el agua muriendo de hipotermia. Pero no vamos a buscarlos. Decimos: “que naden ellos hacia aquí”. 

Pero Jesús nos dice: “Id”, pero no vamos. Hay una gran diferencia entre decir “Venid” y decir “Id”. Hemos olvidado nuestra identidad: “Id”.

Cuando la Iglesia es auto-referencial, sólo se mira a sí misma, ha cerrado sus puertas y sólo espera que la gente venga, está enferma, es un lugar oscuro, no hay luz. Ha olvidado su identidad.

Dos grandes tentaciones en la Iglesia:

Pelagianismo

Pelagio era un monje celta del siglo V que decía que no existía el pecado original, que el acto salvífico de Jesús era un acto de amor y un ejemplo para lo que debemos hacer: que solo tenemos que querer y elegir hacer el bien.

Pero San Agustín decía que no podemos salvarnos sin la Gracia de Dios, estamos rotos y no hay salvación fuera de la Gracia de Dios.

Hoy en la iglesia existe un neopelagianismo. Muchos piensan que la salvación es solo el resultado de lo que hacemos y no mediante Jesús.

Esta actitud nos impide recibir la buena noticia pues según este pensamiento, no hay malas noticias, no tenemos pecado, somos buenos.

Esto produce una cultura de minimalismo, todo lo que necesito saber es qué hacer, cumplir los mínimos requisitos. Pretendemos pagar lo menos posible. Pero esto no es la fe de Cristo.

Si no hay buena noticia, no hay deseo de compartirla con otros. No hay nada.

Clericalismo

Es la apropiación por parte del clero de aquello que es propio de los bautizados. 

La primera tarea del sacerdocio es proclamar la palabra de Dios. La segunda es administrar los sacramentos (sobre todo, la eucaristía) y la tercera, ser líderes del pueblo de Dios.

Las consecuencias del clericalismo son el aislamiento del clero y la inmadurez del laicado. La cultura de la Iglesia acepta la inmadurez de los laicos como algo bueno. Los laicos creen que no es su misión hacer nada sino sólo recibir.

Para que los sacerdotes sean líderes del pueblo de Dios, primero tienen que ser cristianos con los cristianos para ser luego sacerdotes de los cristianos,

Para renovar la iglesia debemos analizar la cultura de la Iglesia. Lo que es posible y lo que no, lo que es y lo que puede ser.

A lo que Jesús nos llama es a escuchar su Palabra y actuar.

Uno de los problemas actuales de la iglesia es la tendencia a sobre-espiritualizar, que no es sino una forma de quietismo: Todo lo que debemos hacer es escuchar la Palabra y orar, nada de acción. Pero la acción sin oración tampoco da fruto. San Agustín decía: “Ora como si todo dependiera de Dios y trabaja como si todo dependiera de ti”.

La oración tiene que llevarnos a la acción. Nuestras acciones demuestran aquello que valoramos.

Diez valores para la renovación

1. Trabajar para el fin de semana. 

2. Hospitalidad y acogida.

3. Música que eleve.

4. Homilías transformadoras, no sólo informativas.

5. Comunidad llena de sentido. No vale el cristianismo individual.

6. Claras expectativas. ¿Qué se espera de nosotros?

7. Ministerio basado en las fortalezas: las personas que sirven con talentos.

8. Comunidad de comunidades: grupos pequeños o medianos de conexión.

9. Experiencia del Espíritu Santo.

10. Cultura de invitación.



P. James Mallon, “Pasión por la renovación de las parroquias”, ENE 2014