¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 23 de julio de 2019

CÓMO ESCUCHAR UNA HOMILÍA

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"Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla"
(Stg 1, 22)

Sospecho que la mayoría de nosotros, los católicos, nunca nos hemos planteado cómo escuchar una homilía. No nos paramos a pensar cuál es la manera correcta de hacerlo. Sencillamente, nos sentamos y escuchamos.

Es cierto que la mayoría de las homilías que escuchamos de nuestros sacerdotes nos proporcionan un bien espiritual. Sin embargo, me pregunto cuántas nos llegan todo lo que deberían, cuantas de ellas han pasado de nuestros oídos a nuestra mente. Cuantas de ellas, a nuestro corazón. Y cuántas, a nuestra vida.

Es importante que sepamos cómo escuchar una homilía para sacar el mejor provecho. Creo que la palabra clave para hacerlo es "apertura".

Escuchar requiere estar "abierto a Dios" con un alma preparada, una mente alerta, un corazón receptivo y un espíritu dispuesto para la acción.

Alma preparada 
Lo primero es que necesitamos es que el alma esté preparada. La mayoría de nosotros, asumimos que la homilía comienza cuando el sacerdote termina de proclamar el Evangelio y empieza a hablar. Sin embargo, escuchar una homilía, en realidad, comienza antes. 

Comienza cuando preparamos nuestra alma para la Eucaristía. Mientras nos dirigimos a la Iglesia, nuestros pensamientos deberían comenzar a volverse hacia el Señor. Si es posible, habiendo leído con anterioridad el Evangelio del día.

Comienza cuando, una vez en la Iglesia, nuestra disposición es "orante" y nuestra actitud "activa" más que "acudir a ver qué pasa". Se trata de orar mientras escuchamos para saber qué nos quiere decir el Señor, a través de su Palabra, más que en lo bien que hable el sacerdote, o lo simpático que sea. 

Mente atenta
Dios transforma nuestras vidas, primero, apelando a nuestra mente y renovando nuestro entendimiento: "Y no os acomodéis a este mundo; al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto" (Rom 12, 2 ). 

Entonces, cuando escuchamos al sacerdote, nuestras mentes necesitan estar completamente  en alerta, atentas y comprometidas con Dios. 

Estar atento requiere respeto y disciplina. Nuestras mentes tienden a divagar y a irse hacia nuestras preocupaciones cotidianas. 

A veces, estamos más pendientes del reloj, o de lo que hemos hecho hoy, o de lo que vamos a hacer cuando acabe la misa, y empezamos a volar con nuestra imaginación, lejos de la Casa de Dios. Y así, es imposible escuchar Su voz.

Necesitamos mostrar el respeto debido a Dios, que está hablando por boca del sacerdote, y por tanto, escuchar atentamente.

Reconozco que, aunque no lo hago a menudo, alguna vez he tomado notas en una homilía. Hasta el punto que, después de misa, se me ha acercado el sacerdote, a preguntarme qué hacía.

Tomar notas (aunque sean mentales), previa lectura del Evangelio del día, me parece una excelente manera de concentrarme tanto durante la lectura como durante la homilía. 

Soy consciente de que mi memoria no es una de mis grandes virtudes. Por eso, también escribo. Escribir es una ayuda valiosa para la memoria. El acto físico de escribir me ayuda a colocarlo y ordenarlo en mi mente. 

Además, tengo la ventaja añadida de que "lo escrito, escrito queda" . Y así, tengo referencias para futuras ocasiones. Incluso, obtengo un gracia adicional cuando leo, rezo y hablo de mis escritos sobre el Evangelio y de la homilía con alguien, después de misa. Incluso con el propio sacerdote.

Tampoco está de más que, una vez en casa, abramos nuestra Biblia para confrontar que lo que hemos escuchado de boca del sacerdote esté en consonancia con las Escrituras y lo hablemos en familia. 

El apóstol San Pablo lo plantea cuando dice: "Los judíos de Berea eran más abiertos que los de Tesalónica, y recibieron la palabra con buena disposición, estudiando diariamente las Escrituras para ver si todo era así" (Hch 17, 11). 

Pablo no sólo no criticó a los de Berea por ello, sino que, al contrario, alabó su compromiso de comprobar que lo que Él les decía, estaba de acuerdo con las Escrituras.

Corazón receptivo 
Pero escuchar a Dios a través de la homilía del sacerdote, escuchar realmente, requiere algo más que nuestras mentes atentas. También requiere un corazón abierto de par en par y receptivo a lo que nos suscita el Espíritu Santo.

Lo repito: Algo muy importante sucede cuando escuchamos una homilía: Dios nos habla. 

A través de Su Espíritu, calma nuestro miedo, consuela nuestro dolor, remueve nuestra conciencia, expone nuestra debilidad, proclama Su Gloria y nos da paz. 

Escuchar una homilía nunca puede ser simplemente un ejercicio intelectual o racional. 

Necesitamos recibir la Palabra de Dios, guardarla, conservarla y meditarla en nuestro corazón, exactamente igual que hacía nuestro mayor ejemplo, Nuestra Madre la Santísima Virgen María.

Espíritu dispuesto para la acción 
Lo último, tras una homilía, es tener un espíritu dispuesto a poner en práctica lo que hemos escuchado y aprendido. "La Palabra de Dios es viva y eficaz" (Hb 4, 12) y se aplica directa y particularmente a nuestras vidas diarias. 

El Espíritu Santo nos interpela, nos suscita, nos inspira siempre lo que debemos pensar, lo que debemos decir, cómo debemos decirlo, lo que debemos callar, cómo debemos actuar, lo que debemos hacer, para gloria de Dios, bien de las almas y nuestra propia Santificación. Nos da agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza para interpretar, gracia y eficacia para hablar, acierto al empezar, dirección al progresar y perfección al acabar(Oración del cardenal Verdier).

Siempre hay algo que Dios quiere que hagamos en respuesta a la proclamación y predicación de su Palabra. Ella misma nos mueve a la acción. 
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El apóstol Santiago nos exhorta a no contentarnos con sólo escuchar y olvidarnos, sino a ser "activos cumplidores", "hacedores de la Palabra": 

"Cumplid la palabra y no os contentéis sólo con escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque si uno escucha la palabra y no la practica, es semejante a un hombre que mira su cara en un espejo y, después de haberla visto, se olvida en seguida de cómo era. Pero el que considera atentamente la ley perfecta de la libertad y persevera en ella, no como un oyente olvidadizo, sino como un activo cumplidor, será dichoso en practicarla."  (Stg 1, 22-25)

Hemos meditado algunas de las cosas que podemos hacer para saber escuchar una homilía.

Hay algunas más, seguramente. Pero la mejor manera de saber si hemos escuchado correctamente a Dios en una homilía es por la forma en que vivimos nuestras vidas. 

Nuestras vidas deben repetir y poner en práctica las palabras que hemos escuchado. En eso consiste ser cristiano. 

Cristo mismo nos lo dice: "Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8, 21; Mc 3, 34-35; Mt 12,49-50). 

San Pablo, inspirado por el Espíritu, lo describe de forma sublime: "Mi carta sois vosotros, carta escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; pues es claro que vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y escrita, no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros corazones." (2 Cor 3, 2-3)

lunes, 18 de febrero de 2019

ESCUCHANDO LA VOZ DE DIOS

"Mis ovejas escuchan mi voz. 
Yo las conozco y ellas me siguen" 
(Juan 10, 27)

Escuchar a Dios en nuestra vida no es nada fácil. En nuestra cotidianidad existe mucho ruido, mucha perturbación que nos impide estar atentos. 

Escuchar Su voz requiere, ante todo, ser ovejas suyas, ser parte de su rebaño, de su Iglesia. Escuchar a Dios exige fe. Y esfuerzo.

A Dios le escuchamos en la oración, en la Adoración y en la Eucaristía, a través de la Palabra. Pero no necesariamente es siempre así. Si aprendemos a escuchar su voz en nuestra vida, en nuestro entorno, en nuestros seres queridos, en las personas y situaciones que nos encontramos, podremos tener la seguridad de que también escucharemos su voluntad, el amor que nos tiene y cómo nos cuida.

Pero lo maravilloso es que Dios no sólo existe, sino que interviene en nuestras vidas de múltiples maneras: a través de situaciones, personas y circunstancias. Pero es necesario que seamos sensibles a Su voz, tener todos nuestros sentidos abiertos a Él, abrir nuestros ojos y oídos a sus inspiraciones y susurros. 

Dios, a través de su Espíritu Santo, nos revela continuamente sus planes, sus deseos y sus propósitos para nuestra vida. Desea comunicarse en cada momento con nosotros a través de su creación. Y para ello, lo primero que hay que hacer es ser receptivo para escuchar y sensible, para después, discernir y entender lo que nos quiere decir, que no siempre es fácil, pero puede entrenarse.

¿Qué necesito para escuchar la voz de Dios?

En primer lugar, para escuchar la voz de Dios, necesitamos un corazón abierto y humilde:"Me buscaréis y me hallaréis, porque me habréis buscado de todo corazón. Yo me dejaré encontrar por vosotros" (Jeremías 29, 13-14).

Resultado de imagen de riposa in paceEn segundo lugar, necesitamos hacer silencio exterior. Debemos ponernos en situación, es decir, buscar el silencio del cuerpo y para ello, evitar los "ruidos exteriores".

Es muy difícil (yo diría que imposible) escuchar a Dios si estamos en un estado o en un ambiente agitado, ruidoso y disperso: "Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mateo 6, 6). 

Es, por tanto, imprescindible mantenernos sosegados, serenos, tranquilos y en paz.

En tercer lugar, y una vez conseguido el silencio exterior, necesitamos hacer silencio interior, debemos buscar el silencio del alma para encontrarnos con el Señor. Debemos aprender a reconocer y superar los "ruidos interiores” silenciosos y sutiles que se encuentran en la profundidad de nuestro corazón y que nos impiden "conectar" con Dios.

¿Qué me impide escuchar la voz de Dios?

Los ruidos interiores que me impiden escuchar la voz de Dios son:

Odio. Si mi corazón está lleno de odio hacia otros, la comunicación con Dios se hace inviable: “Todo el que aborrece a su hermano es un asesino” (1 Juan 3, 15).

Reproche. Si mi corazón está lleno de reproches a Dios por lo malo que me pasa o por lo que veo, me distancia de nuestro Señor y elimina toda posibilidad de diálogo con Él. "He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con galeras, has hecho matar para él el becerro gordo" (Lucas 15, 29-30)

Resultado de imagen de ruido interiorRencor. El resentimiento por algo o contra alguien daña mi salud física y psicológica. Si mi corazón no esta reconciliado con Dios o con mis hermanos, no existe "cobertura" para escucharle: "Por tanto, si al llevar tu ofrenda al altar te recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda delante del altar y vete antes a reconciliarte con tu hermano; después vuelve y presenta tu ofrenda"(Mateo 5, 23-24).

Orgullo. Si mi corazón alberga cualquier tipo de egoísmo o exceso de amor propio, jamás estará necesitado de Dios, por lo que no estaré interesado en escucharle. "Los soberbios no resisten delante de tus ojos, aborreces a todos los malhechores" (Salmo 5,6).

Envidia. Si mi corazón es envidioso, negará toda acción de Dios en mi propia vida y creará tensión entre Él y yo. "No tengas envidia de los pecadores, antes bien, teme siempre al Señor" (Proverbios 23, 17)

Miedo. Si mi corazón está atemorizado, me impedirá confiar en Dios y en su providencia. Incluso me hará creer que no le importo. "No temas, porque yo estoy contigo; no te asustes, pues yo soy tu Dios. Yo te doy fuerza, soy tu auxilio y te sostengo con mi diestra victoriosa" (Isaías 41, 10).

Inquietud. Si mi corazón está sumergido en la preocupación y en la angustia exageradas, si me mantiene ensimismado en mis cosas, toda mi atención desaparecerá y me impedirá acercarme a Dios. "No os inquietéis por cosa alguna, sino más bien en toda oración y plegaria presentad al Señor vuestras necesidades con acción de gracias" (Filipenses 4, 6).

Resultado de imagen de ruido interiorDebilidad. Si mi corazón se instala en la impotencia, si creeo que no es posible la conversación con Dios, o que es ineficaz o inútil, si no sé qué hacer o decir, seguramente prefiera no escuchar ni hablar con Dios. "Mi cuerpo y mi corazón ya languidecen; el sostén de mi corazón, mi patrimonio, es Dios por siempre" (Salmo 73, 26).

Pecado. Si no estoy en gracia, o si me encuentro acomodado o complacido en el pecado, será imposible sintonizar con Dios porque estaré muy alejado de Él. Y cuando uno está alejado de alguien, ni puede escucharle ni puede hablarle. "Si decimos: No tenemos pecado, nos engañamos y la verdad no está en nosotros. Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos los pecados y purificarnos de toda injusticia. Si decimos: No hemos pecado, le hacemos mentiroso y su Palabra no está en nosotros" (1 Juan 1, 8-10).

Mundanidad. Si mi corazón está inclinado o amoldado a la mentalidad del mundo, a sus anhelos y a sus frivolidades, será inviable prestar atención a Dios, pues todo ello acaparará mi atención y hará que considere la comunicación con Dios como algo no prioritario en mi vida. "No atesoréis en la tierra, donde la polilla y el orín corroen y donde los ladrones socavan y roban. Atesorad, más bien, en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corroen, ni los ladrones socavan ni roban; porque donde está tu tesoro, allí está también tu corazón" (Mateo 6, 19-21).

Nostalgia. Si mi corazón está anclado en los errores o circunstancias del pasado en lugar de ver mi destino final futuro, me será imposible mantener una relación o una experiencia con Dios. "El que pone la mano en el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios" (Lucas 9, 62).

Sentimentalismo. Si mi corazón está ensordecido con el ruido de las fantasías, los sentimientos y la imaginación desbordada, seré incapaz de escuchar la voz de Dios. "Ansiedad en el corazón deprime al hombre, pero una palabra buena le causa alegría" (Proverbios 12, 26).

¿Cómo sé si lo que escucho es la voz de Dios?

Si lo que escucho, me despierta y me saca de la mediocridad, si me compromete y complica mi vida, pero la llena y da sentido..., es voz de Dios.

Resultado de imagen de voz de diosSi me hace salir de mi zona de confort y me lanza al mundo entero..., es voz de Dios.

Si me llama al servicio, al amor, a la generosidad, a la valentía..., es voz de Dios.

Si me invita a ser profundamente feliz y a hacer felices a los demás... si habla el lenguaje de la confianza..., es voz de Dios. 

Si me descubre mi pequeñez, mi realidad, mi pobreza ("Solo no puedo", "No soy capaz"), pero que todo lo que puedo con su ayuda..., es voz de Dios. 

Si me libera de la esclavitud de mis cosas, de mis egoísmos, de mis mismo; si rompe mis planes (como se los cambió a la Virgen Santísima)..., es voz de Dios. 

Si me hace permanecer en este mundo como levadura, sal, luz..., es voz de Dios. 

Si me invita a acercarme, a estar y a sentir a los más pobres, a dar vida, alegría, esperanza, plenitud, sentido..., es voz de Dios. 

Resultado de imagen de voz de diosSi no me avasalla, si no me presiona, si no me llena de planes, sino que, en ocasiones, calla y hace silencio invitándome a la reflexión, a la búsqueda humilde y a la oración paciente.... es voz de Dios. 

Si me invita a centrarme en Cristo, a seguirlo, a convivir con Él, a ser su amigo..., es voz de Dios. 

Si no puedo sacármelo de la cabeza, si le veo en cualquier situación, circunstancia o persona..., es voz de Dios. 

Si me invita a extender su Reino, a mejorar el mundo, a hacerlo más humano, a anunciar a Cristo y su Buena Nueva, y no a mi mismo..., es voz de Dios. 

Si soy más feliz escuchando y siguiendo su llamada..., es voz de Dios.


lunes, 13 de junio de 2016

EL CAMINO DE MEDJUGORJE: MI EXPERIENCIA DE PAZ





El pasado mes de febrero, mi querida mujer celebró su 50º cumpleaños. Ante tan importante conmemoración, se me ocurrió hacerla un regalo muy especial: un viaje a Medjugorje.

Al principio, me pareció una ocurrencia original, sin más. Ella, consagrada a la Virgen, estaba entusiasmada por visitar a la Reina de la Paz. Por supuesto, yo no pensaba ir y ella no quería ir sin mí. Mi corazón era reacio a viajar a un lugar donde se aparece diariamente la Virgen Maríadesde hace más de treinta años,  y de donde muchos vuelven diciendo que han "visto y experimentado milagros". Me costaba mucho creerlo y además...era un gasto económico con el que yo no contaba.

Algunos amigos que ya habían decidido ir, me animaban (mejor dicho, se empeñaban) para que fuera porque en el peor de los casos, volvería igual que me iría, y en el mejor...quién sabe!!! 

El caso es que, sin pensarlo mucho, me animé a acompañarla porque entre otras cosas, siempre vamos juntos a todas partes y porque además, hemos iniciado un hermoso y fructífero camino de fe y servicio.

Aquí comienza mi camino de peregrinaje, aunque evidentemente, trataré de resumirlo, pues lo que allí ocurrió daría para escribir un libro. Tan sólo contaré las circunstancias que más me "tocaron" el corazón y desde luego, sin ningún ánimo de sugestionar, convencer o alarmar a nadie. La intención es recordar y no olvidar.

Día 1 - Jueves: Llegada a Medjugorje


Nos levantamos el último jueves de abril, a las 04:oo de la mañana para coger un vuelo a las 07:00.

Siempre he odiado volar, a pesar de tener que hacerlo en muchas ocasiones. Pues bien, despegamos de Barajas rumbo a Alemania.

Tras hacer escala durante cinco horas en Munich, volamos a Split, y de allí en autocar a Medjugorje, donde por fin, llegamos sobre las 19:30. Más de 15 horas hasta que llegamos.

Una odisea de viaje, aeropuertos, aduanas y rosarios. "Mal empezamos"- pensé-.

Nos acomodamos en una humilde pero limpia pensión, regentada por gente fantástica y servicial, siempre con una sonrisa de cálida acogida en sus rostros; algo que a primera vista, me sorprendió y me agradó especialmente. 

 No me sentí turista ni extranjero ni tampoco protesté por la sencillez de las instalaciones.

Como el tiempo acompañaba y aún no había anochecido, un pequeño grupo fuimos a dar una vuelta de reconocimiento sobre el terreno.

Inmediatamente, algo me provocó una cierta hilaridad, una sensación negativa: la multitud de tiendas con artículos religiosos (vírgenes, rosarios, medallas, ángeles, etc) que había cada cinco metros y que me llevó a pensar negativamente (otra vez): "Mal seguimos, esto no es más que un negocio" -pensé-. 

Continuamos hacia la explanada donde se encuentra la parroquia con miles de bancos en el exterior, en busca de la escultura del Cristo Resucitado, que al parecer, se encontraba en su sitio de siempre, pero que mi queridísima amiga Loreto (veterana en Medjugorje) no terminaba a encontrar (¿casualidad?). Yo seguía en una actitud "poco católica", mientras anochecía.

De repente, llegaron oscuras nubes y comenzamos a ver relámpagos y a escuchar truenos. Me puse a contar después de cada relámpago. "Seguro que la tormenta se aleja, rodeando los dos montes" - pensé-. 

Pero no. No sólo no se alejó sino que en cuestión de segundos, cayó tal cantidad de agua como yo nunca había visto antes. 

Las calles eran auténticos ríos, nos empapamos por completo a pesar de ir preparados con ropa de lluvia y paraguas, y sentimos una cierta inquietud e incluso un cierto temor, por lo que, con cierta ironía y mientras huíamos buscando refugio, dije en voz alta: "entendido, ya dejo de protestar". 

No me vais a creer pero, al cabo de no mucho tiempo, dejó de "diluviar". Y nos fuimos, como pudimos (empapados) hacia la pensión.

Ahora tengo la certeza de que La Reina de la Paz nos lavó primero "por fuera", para irnos preparando a lo que habría de acontecer después y que debíamos experimentar en nuestras propias carnes, porque nuestra actitud (la mía y la de alguien más) comenzó a cambiar en el momento en el que abrimos el corazón y se lo entregamos a Ella. 


Día 2 - Viernes: Castillo de Patrick y Nancy


Son las 6:00 y nos despertamos con música. Brilla el sol y vemos todo de manera distinta: "después de la tempestad, viene la calma"

Experimentamos un clima de paz, de calma, de serenidad que se intuye en las personas, en las tiendas, en el ambiente...mientras nos encaminamos a la misa matutina.

Después de la Eucaristía y tras desayunar, nos dirigimos al castillo de Patrick y Nancy, dos canadienses afincados en Medjugorje desde hace unos años. Nancy nos cuenta su experiencia de vida y Patrick, su testimonio de conversión; nos habla de "su vida mundana, de "sus mensajes" y de su "llamada".

Comemos y por la tarde vamos a la explanada a rezar el Rosario y a venerar la Cruz. Más tarde, de compras. 

Lo que el día anterior veía como "el negocio", hoy lo veía como una oportunidad de acercarnos más a la Virgen. Pensando en todas las personas por las que hemos rezado e intercedido, aprovechamos la variedad de tiendas y el amplio surtido de objetos y nos aprovisionamos de regalos para ellos.

Vuelta al hotel. Conocemos al P. Roel, un joven sacerdote mexicano, legionario de Cristo, "marianólogo" que dejó el Vaticano para instalarse en Medjugorje. 

Su charla de bienvenida, es apasionante: nos introduce en la espiritualidad que se vive allí, nos habla de la apertura del corazón, de la paz y del perdón.


Día 3 - Sábado: Una jornada muy completa

Son las 04:00 y nos despertamos con música. Aún es de noche. Hoy tenemos un plan afortunado y nada fácil de conseguir: vamos en autocar a un pueblo cercano, Krehin Grac.

Allí vamos a conocer y a escuchar a Vicka Ivankovic-Mijatovic, una de las 6 videntes a la que se le aparece la Virgen todos los días.



Dicen que tiene uno de los dones más extraños del Espíritu Santo: un fenómeno que se conoce como bilocación, la posibilidad de estar presente en más de un lugar al mismo tiempo.

La intención que la Virgen le confió a ella en particular es orar por los enfermos y junto con Jacob, fue llevada por Ella al Paraíso, al Purgatorio y al Infierno.

La vida de Vicka ha estado marcada por el sufrimiento físico, pero sobre todo por la alegría radiante con la que siempre impresiona a las personas que la conocemos. Ella ha tomado el sufrimiento voluntariamente para sí misma con el objetivo de avanzar en los planes de la Virgen María, pero siempre mantiene la cautela de no hablar de ello.

Lo que nos contó no voy a escribirlo pero lo que sí os diré es que hemos rezado, y mucho: 7 Padrenuestros, 16 Avemarías y 7 Glorias. En mi vida he rezado tanto en una sola mañana. Hemos orado por todos los sacerdotes, por todos los enfermos y también por ellos, los videntes.

Son las 10:00 y volvemos a la explanada para la Eucaristía. El P. Ramón nos obsequia con una homilía espectacular.

Después, visitamos la estatua del Cristo Resucitado, sí aquella que no encontrábamos el primer día. 

Se trata de una escultura de bronce, de seis metros de altura y cuatro de ancho y cuyo peso es de tres toneladas. Allí experimentamos un fenómeno fuera de toda razón y lógica humanas: una estatua que "llora".

La estatua, colocada en 1998, comenzó a gotear líquido de una de sus piernas en el 2001, y de la otra pierna lo comenzó a hacer en el 2012, pero siempre en forma intermitente. 

Si bien la naturaleza del líquido en sí es un misterio, el goteo del líquido ha demostrado ser impredecible  puesto que en varias ocasiones, se ha detenido durante períodos prolongados de tiempo, en otra ocasión salía copiosamente y en otra, la sustancia que emanaba de la rodilla era de color rojo.

Algunos dicen que se trata de líquido sinovial humano y otros que tiene poderes curativos. Uno tiene reticencias a la llamada "fe mágica" pero al final, el Espíritu de Dios te abre los ojos y entiendes.

Después, vuelta al hotel a comer y a descansar.

Son las 14:00 y nos encaminamos a la Comunidad del Cenáculo, otra visita experiencial y testimonial que no contaré tampoco por su carácter confidencial. Una experiencia ejemplarizante.

Son las 17:00 y nos encaminamos al monte Podbrdo. Un lugar "sobrenatural".


Allí es donde la Virgen se apareció el 25 de Junio de 1981 por primera vez a los niños Ivanka Ivankovic, Mirjana Dragicevic, Vicka Ivankovic, Ivan Dragicevic, Jakov Colo y Marija Pavlovic. Nos dividimos en dos grupos, los que ya han estado anteriormente y los que venimos por primera vez y comenzamos la "ascensión".


Los "veteranos" suben guiados por el P. Luis José y los "novatos", subimos dirigidos por el P. Roel en las meditaciones en cada una de las cinco estaciones que realizamos hasta llegar a la Virgen Blanca. ¡Maravilloso!

Allí, en el monte ocurrieron (ocurren) milagros, sí; algunos, externos, sobrenaturales, que todos pudimos ver pero que carecen de importancia si los comparamos con otros más íntimos y personales que experimentamos. 

Como mi pretensión es contar este viaje desde mi experiencia, obviaré lo que nuestros ojos vieron y me limitaré a contar lo que yo experimenté allí arriba: un aluvión de paz y de sosiego y me sentí totalmente perdonado y aliviado. 

Es difícil expresarlo con palabras. No queríamos bajar de allí, como si se tratara de nuestro "Monte Tabor" personal.

Pero bajamos para cenar puesto que la jornada aún no había terminado. Después, todo el grupo fuimos de nuevo a la explanada para disfrutar de otra experiencia motivadora y espectacular: la Adoración del Santísimo.

Miles de personas de distintas nacionalidades, en silencio absoluto, orando y agradeciendo, escuchando una música celestial que penetra el alma y nos dispone a la maravillosa presencia del Señor. 

¡Un silencio que "clamaba al cielo"!

Día 4 - Domingo:  reflexión y testimonios

Son las 07:00 y nos levantamos con la intención de subir el Via Crucis del monte Krizevac, 
también llamado el Monte de la Cruz.

Resultado de imagen de krizevacSu nombre es debido a la presencia en su cima de una gran cruz de cemento colocada el 15 de marzo de 1934. 

En ella, está grabada la leyenda: "A Jesucristo, Redentor de la humanidad, como signo de nuestra fe, de nuestro amor y de nuestra esperanza, y en memoria del 1900 aniversario de la Pasión de Jesús".

Nos aconsejan hacer el Via Crucis en la explanada de Medjugorje, alrededor del cementerio terminando en el Cristo de las velas, al lado de la parroquia. 


El P. Roel nos guia a lo largo de las 15 estaciones que nos colman de paz, amor y perdón.



Terminamos y vamos al hotel a comer y a descansar.
Son las 16:00 y quedamos en una cafetería para compartir testimonios. Tres horas de comunión fraterna, lloros, abrazos y mucho amor.

Por la noche y después de cenar, charla teológica sobre la Intercesión de la Virgen María, dirigida y guiada por nuestros sacerdotes, el P, Ramón y el P. Luis José. Después nos despedimos del otro grupo y del P. Roel.

Día 5 - Lunes:  estamos de vuelta

Son las 05:00 y nos apresuramos a desayunar para tomar un autocar que nos lleve al aeropuerto de Zadar, a unos 300 kms de Medjugorje.

De allí a Frankfurt, donde comemos unas salchichas típicas en el aeropuerto pues no hay mucho tiempo en el enlace a Madrid.

Aterrizamos en Madrid sobre las 19:30, exhaustos pero inmensamente felices. Nuestra experiencia ha sido absolutamente maravillosa. No somos los mismos. Volvemos volando (y no me refiero al avión) al mundo real, al ruido, a las prisas, al desasosiego. Nos sentimos completamente extraños, como si no perteneciéramos a él.

La única pretensión de este testimonio es rememorar de nuevo mi vivencia en Medjugorje. Una experiencia  inolvidable, que ha marcado en mí un antes y un después. 


Lo importante no es si uno cree lo que allí sucede o no, o si la Iglesia se ha pronunciado o no, lo trascendente es vivir la espiritualidad que existe en Medjugorje y volver con el corazón colmado de gozo, alegría, paz y perdón.

Allí se viven los sacramentos con una intensidad fuera de lo normal, tanto la eucaristía, como la adoración y la confesión. Allí reina la paz, la serenidad y la calma. Allí se respira armonía y conciliación. Allí se experimenta el amor misericordioso de Dios.

Un deseo unánime subyace en el grupo: ¡Queremos regresar a Medjugorje ya! ¡Dios está allí! Y no queremos perdérnoslo.