¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 29 de mayo de 2017

"CORAM DEO": VIVIR EN PRESENCIA DE DIOS



A menudo, escucho a algunas personas decir: "yo sólo voy a esa parroquia porque el cura es un crack; porque me transmite mucho; porque me gusta lo que dice y cómo lo dice. La mayoría de los sacerdotes no me dicen nada".

Esta actitud me lleva a reflexionar: cuando acudo a misa, ¿sé realmente a lo que voy? ¿voy a escuchar lo que quiero escuchar o lo que Dios quiere decirme? ¿voy a escuchar las anécdotas y la vida de un sacerdote o el mensaje evangélico de Dios por boca de su ungido? 

Acaso ¿sigo a un hombre o a Cristo? ¿intento hacerme un cura a la medida, una iglesia a la medida, una fe a la medida?

Como seguidor de Cristo, debo resistir la tentación de creer que la iglesia es un lugar donde puedo encontrar algo que se acomode a mí, a mis gustos y preferencias, un espacio donde "consumir" lo que me apetece, un lugar de "confort". 

Una iglesia no es una sastrería, donde elegir un traje a la medida, ni restaurante, donde comer a la carta.

Un cura no es un sastre, aunque me tome medidas y arregle mis descosidos; tampoco es un camarero que está para complaciente, aunque me atienda amablemente y me traiga alimento. 

El sacerdote es un pastor de Cristo llamado a ser su embajador en un mundo que le ha vuelto la espalda. Es un servidor de Dios que ejerce las competencias y habilidades de su vocación y que caracterizan su vida y su cuidado pastoral. Es su portavoz y su representante en la tierra.

En una ocasión, durante una homilía, un sacerdote me interpeló con la siguiente pregunta: "¿Cuál es la idea principal de nuestra fe? ¿Por qué hacemos todo lo que hacemos? ¿Para qué?".
"Para llevar a las personas a Cristo -dijo. "Para conducirlas a un encuentro personal con Él"- insistió.

Mi fe me dice con certeza que en la Eucaristía, estoy en presencia real de Cristo. Si no creo eso, ¿en qué creo? ¿para qué voy?
Al hilo de esa gran verdad, me pregunto: ¿cuál es el objetivo primordial y último de mi vida como cristiano? 

“La gran idea de la vida cristiana es lo que se llama "Coram Deo". Esta expresión, literalmente, hace referencia a algo que se lleva a cabo en la presencia de, o ante la presencia de Dios. 

Vivir "Coram Deo" es vivir siempre en la presencia de Dios, bajo la autoridad de Dios, para la gloria de Dios.

Vivir en la presencia de Dios es entender que todo cuanto hago como cristiano es actuar bajo la mirada de Dios. Dios es omnipresente. No existe un lugar donde pueda escapar a su mirada penetrante. No basta con pensar que sólo en misa está Dios. Cristo es real. Ha resucitado y está vivo y presente en mi vida.

Vivir en su presencia es también ser muy consciente de Su soberanía, de que Dios es Dios, el Creador y Rey del Universo. Vivir bajo la soberanía divina implica algo más que una sumisión motivada por el temor al castigo. Se trata de reconocer que no hay una meta más alta que ofrecer el honor y la gloria a Dios. Mi vida debe ser sacrificio vivo, oblación ofrecida hasta el extremo, en un espíritu de adoración y gratitud. Eso es lo que Cristo hizo.

Vivir "Coram Deo" es vivir una vida de integridad. Es una vida de plenitud, que encuentra su unidad y coherencia en la majestad de Dios. Por el contrario, una vida fragmentada es una vida desintegrado y caracterizada por la inconsistencia, la falta de armonía, confusión, conflicto, contradicción. En definitiva, el caos.

Si soy un cristiano tibio que separo mi vida en dos, lo religioso y no religioso, no he comprendido el mensaje.  La gran idea es que o todo es fe o nada es fe. "No puedo servir a dos señores" (Mateo 6,24) y Dios es claro a este respecto: "te vomitaré de mi boca" (Apocalipsis 3, 16).

Es vivir con un modelo de coherencia; el mismo dentro y fuera de la parroquia. Es vivir abierto a Dios y delante de Dios, y todo lo que hago, es por y para DiosEs una vida vivida por convencimiento, no por conveniencia; por humildad a Dios, no por orgullo propio. 

Coram Deo… estar ante el rostro y la mirada de Dios. Esa es la gran idea. Junto a esta idea, mis propósitos personales, mis intenciones profundas y mis egoístas ambiciones no tienen cabida.

El Apóstol Pablo le dijo a Timoteo: "Que nadie menosprecie tu juventud, sino que sea un ejemplo para los creyentes en la palabra, en la conducta, en el amor, en el espíritu, en la fe, en la pureza" (1 Timoteo 4,12). 

Un sacerdote, pastor de la Iglesia de Cristo debe tratar cada parte de su vida y de su ministerio con el máximo cuidado espiritual. Debe vigilar sus formas y sus mensajes (1 Timoteo 4,16). Y sobre todo, pensar, hablar y actuar "coram Deo". Lo mismo que un laico.

El apóstol Pablo le dijo a Timoteo que "prestara atención a la lectura, a la exhortación, a la doctrina" (1 Timoteo 4,13). Esto es, sin duda, un toque de atención tanto para los laicos como para los sacerdotes, una advertencia para no dejarnos guiar por nuestras preferencias sino por la voluntad de Dios y dejarnos guiar por la acción del Espíritu Santo.

Algunas personas no son capaces de discernir la importancia ni la necesidad de que el sacerdote tenga que ser riguroso y pulido en su homilía y en su servicio. Y, sencillamente, están absortos a la elocuencia, la simpatía o la retórica del sacerdote.

Un pastor del pueblo de Dios debiera esforzarse por eliminar cualquier parte de su discurso que distraiga a los oyentes de recibir lo que Dios quiere decirnos (1 Corintios 2, 1-2).

Dios no ha llamado a sacerdotes para que demuestren lo majos o simpáticos que son, sino para comunicar las verdades inmutables escritas en Su Palabra. Ni tampoco nos pide a nosotros que busquemos comodidad en su Iglesia. En todo caso, nos exhorta a cargar con nuestra cruz y seguirle.

De un sacerdote puede venir mucha gracia y también puede hacer mucho daño. Debiera tratar de ser consejero sabio y escrupuloso con respecto al cuidado espiritual del pueblo de Dios, siempre a la luz de la acción del Espíritu de Dios. 

Debiera buscar consejo y sabiduría en las Sagradas Escrituras, en la doctrina de la Iglesia o en otro sacerdote u obispo más experimentado.

El sacerdote es el pastor; las ovejas haremos lo que él nos diga, sin pensar. Por eso es tan importante que un sacerdote viva "Coram Deo" porque si no es así, descarriará a muchas ovejas y serán presa de los lobos.

Si la responsabilidad de la estructura y desarrollo de la pastoral de una parroquia recae en el párroco y en el vicario, el resto de la comunidad debemos prestar la debida atención a otros ministerios como la acogida, el acompañamiento, la evangelización, las finanzas, etc.

Por ende, debiera ser absolutamente necesario que los sacerdotes tengan un gran cuidado en la supervisión y conocimiento de los diversos ministerios y servicios de sus parroquias. Y siempre en "oración", es decir, en presencia de Dios.

Si un sacerdote no es capaz de explicar la visión y contagiar el compromiso de la parroquia con el Evangelio y con la voluntad de Dios, la comunidad no podrá evangelizar,  ni discipular,  ni acoger, ni acompañar ni realizar ningún otro servicio a Dios. Tan sólo será una visión reduccionista y disminuida de la primacía del "coram deo". 

Cuando esta clase de visión disminuida de Dios impregna la parroquia, el resultado es que la parroquia desarrolla una corriente de auto-justificación y de auto-consumo, que intenta "espiritualizar" su propia falta de pasión por la gloria de Dios.

A menudo escucho afirmaciones como "debemos esperar porque necesitamos orarlo y pensarlo antes". Eso podría ser cierto, pero también podría ser debido al hecho de que somos algo perezosos y muy cómodos, y que nuestro servicio a Dios carece de compromiso integral para vivir "coram deo", en cada rincón de la parroquia, en cada minuto de nuestro tiempo. 

Es posible, que mi ímpetu me lleve, en ocasiones, a impacientarme. O también, puede que mi ardor por Cristo me abrase y me lleve a precipitarme. Es posible. Soy un "poco Pablo".

Pero lo que quiero decir, cuando hablo de la necesidad de que los sacerdotes y las parroquias nos transformemos y re-descubramos nuestra identidad, es que deberíamos mostrar "una cierta locura" que nos haga ser apóstoles audaces y valientes, en lugar de parapetarnos en "una cierta sensatez", que nos paralice y nos mantenga en una situacion de desmotivación, convirtiéndonos  en meros funcionarios de la fe.

Estamos llamados a ser sacerdotes reflexivos y visionarios, apasionados y comprometidos con la oración, con la proclamación de la palabra de Dios, con la correcta administración de los sacramentos y con el rigor en las ceremonias de la parroquia. Estamos delante de Dios!!!

Estamos llamados a ser laicos comprometidos y dispuestos a realizar cualquier ministerio al servicio de Dios, de su voluntad y para su gloria. Estamos delante de Dios!!!

Seamos obedientes y serviciales a Dios, no a nuestro propio interés, y digamos: "Praesto sum". 

Estamos delante de Dios!!!





miércoles, 21 de diciembre de 2016

CUIDADO CON LOS GRUPOS ESTUFA

Cuando un grupo sólo comparte experiencias entre sus miembros…,
Cuando un grupo se centra sólo en sí mismo…,
Cuando un grupo no sirve a los demás…,
entonces se convierte en un grupo estufa, 
que sólo consume y consume, pero eso no es Iglesia

¿A quién no le gusta reunirse en una divertida cena con amigos y compartir nuestras vivencias? ¿Nos es un signo de amor mantener profundas conversaciones sobre verdades espirituales con las personas más cercanas a nosotros?

Sin duda, reunirse, conversar y compartir con amigos momentos maravillosos de fe son actividades recomendables, pero no construyen iglesia por sí solos.

Entonces ¿en qué consiste"construir comunidad?

Podemos afirmar que existen varios estilos de hacer iglesia. Hay aspectos positivos y negativos en cada modelo, pero algunos no están impulsados ​​por el deseo de ser parte de una comunidad cristiana auténtica. En ocasiones, simplemente pretenden esgrimir una excusa para reclamar que sus reuniones sean construir iglesia.

Existen algunos aspectos por las que estas reuniones de amigos no alcanzan el significado auténtico de lo que constituye formar Iglesia:

Sólo captamos una parte de la Iglesia

A veces, una reunión de amigos reduce todo lo que significa ser Iglesia a compartir y experimentar la fe en grupo  y formar comunidad.
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Estos son aspectos vitales de lo que significa ser una verdadera comunidad cristiana, pero se requieren otras actitudes: entre otras, es necesario ejercer liderazgo, apostolado y discipulado, y recibir sacramentos, guía y dirección espiritual de un sacerdote.

La Iglesia es un todo del que forman parte distintas personas, con distintas personalidades, carismas y talentos.

Nos conducen al egocentrismo

Cuando alguien desea romper con ser parte activa de una parroquia y en su lugar, lo sustituye por reunirse con amigos, la pregunta a considerar no es si podemos, sino si debemos.

Si nos sentimos llamados a crear un grupo de cristianos que haga que otros se encuentren con Cristo, entonces tal vez Dios utilice nuestro grupo para ello.

Pero aquí es donde necesitamos orar con el corazón y discernir desde la fe cristiana. Porque si, por otro lado, nos mueven sólo nuestras preferencias personales, nuestros deseos de ser distintos al resto de la comunidad parroquial, nuestra intención de consumir aquello que nos reporte un "subidón espiritual", o una fe "montaña rusa", debemos volver a involucrarnos en un parroquia tan pronto como sea posible.

Nos llevan al consumo de una fe particular

La historia está repleta de advertencias peligrosas de lo que sucede a aquellos que abandonan y minimizan la necesidad de reunirse como parte de una comunidad parroquial. Caemos entonces en una "fe a la medida", en una religión particular y eso no es el deseo de Dios.

La fe sólo se vive en comunidad. No es posible hacer la guerra por nuestra cuenta. No podemos ser "francotiradores de la fe" sino "soldados de Cristo", dentro de su Cuerpo Místico.
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Una reunión de amigos puede ser, en ocasiones peligrosa y servir como germen para ser tentados por el Enemigo, formando grupos que buscan sólo su propio consumo particular y alejarnos de la voluntad de Dios. 

Sin embargo, cuando sirves junto a personas diferentes a ti en la parroquia, con diferentes formas de ser y actuar, cuando tienes la guía y dirección espiritual de los sacerdotes, y acudes a los sacramentos, sin duda,  el camino de la fe se ilumina y nos acercamos a Dios. 

Impiden nuestro crecimiento espiritual

Todos necesitamos que otras personas también formen la Iglesia. Necesitamos a otras personas que no son como nosotros para ser la iglesia, para ser más como Cristo. Y el proceso de crecimiento y madurez espirituales se produce al pertenecer a una comunidad parroquial.

Otras personas que están en diferentes etapas de la vida que nosotros, tienen diferentes personalidades que nosotros, vienen de diferentes orígenes que nosotros, no sólo nos acompañan en nuestro camino de fe, sino que nos ayudan a evitar nuestras tendencias individualistas y egocéntricas.

Cuando sólo nos reunimos con amigos y personas afines a nosotros, eliminamos gran parte de la forma en que Dios utiliza a los demás dentro de la Iglesia para que maduremos y crezcamos en la fe.

Es, realidad, una falta de humildad. Con el deseo de estar sólo con personas de nuestra "cuerda", asumimos que sólo ellos pueden enseñarnos y ayudarnos a crecer. Rechazamos las contribuciones que otros pueden aportar (y aportan) para nuestra santificación.

Nos impiden servir correctamente

Cuando nos apartamos de una comunidad parroquial, no es posible desarrollar nuestros dones y talentos espirituales en plenitud ni tampoco involucrarnos en un servicio altruista a los demás.

Existen muchos caminos de crecimiento y servicio que nunca encontraremos si nos recluimos en un "grupo estufa" de amigos afines.
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La Iglesia se reúne para que sirvamos unos a otros, usando los dones que el Espíritu Santo nos concede y que en una comunidad cristiana desarrollamos.

Un "miembro inactivo de la Iglesia", sustituye la comunidad por la reunión con amigos y evita que recibamos las alegrías y bendiciones que Dios tiene reservadas para nosotros.

Puede ocurrir que, a veces, no nos encontremos a gusto dentro de la parroquia. Incluso que nos hieran y lastimen. Seguro! Pero quién permanece en la Iglesia de Cristo se conforma en Cristo. De hecho, Él ha prometido hacerlo.

Es comprensible el deseo de sentirse conectado con Dios a través de otras personas afines a nosotros, pero es por eso que las parroquias tienen pequeños grupos y Dios nos proporciona amigos dentro de ellas.

Jesús ha prometido estar en medio cuando dos o más estemos reunidos en su nombre, pero no ha llamado a eso Su Iglesia. Si te reúnes con un grupo de amigos para hablar sobre la vida y la fe, no te detengas pero tampoco lo confundas con lo que significa la esencia de la Iglesia.

Debemos buscar ser parte del Cuerpo de Cristo, donde todos somos necesarios y donde nadie sobra. Debemos ser la novia de Cristo, es decir, Iglesia, no tratar de reemplazarla.



jueves, 22 de septiembre de 2016

EXCUSAS PARA NO IR A MISA



Ir a misa es disfrutar de una celebración sin igual en nuestras vidas. Es encontrarnos con Dios para seguir participando de su sacrificio y agradecer el don infinito de la salvación que nos ha dado. Ir a misa es un adelanto de la gloria que viviremos con nuestro Padre en la vida eterna.

Sin embargo, cuántas veces nos hemos auto-convencido de no ir a misa bajo la tentación de alguna excusa: ¿Para qué ir si no entiendo nada? ¿Dónde dice que es obligatorio?, estoy cansado, es aburrido, vaya rollo…

He aquí las principales excusas:

La Iglesia está llena de hipócritas 

Todos somos pecadores, pero no debemos juzgar al prójimo.  Juzgar no ayuda a nadie, ni a ti ni a mi, ni a nadie y tampoco cambia la situación. "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". 

Precisamente porque somos todos pecadores, vamos a misa a buscar la misericordia de Dios. Por eso, es normal encontrar ahí a tantos hipócritas y pecadores, mentirosos y avaros, vanidosos y lujuriosos, etc. 

Ahora bien, si tu no eres nada de eso, sino que eres perfecto, no hace falta que vayas. El Papa Francisco dijo en una audiencia: "Si uno no se siente necesitado de la misericordia de Dios, si uno no se siente pecador, ¡es mejor que no vaya a Misa! Vamos a Misa porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús y participar en su redención y en su perdón"

No necesito la Iglesia para estar con Dios

Si un amigo te dijera que no necesita ir a verte a tu casa, ni hacer gestos concretos y explícitos para demostrarte su cariño porque le basta con recordarte, ¿no dudarías de que su amistad? 

Si un amigo no fuera a un funeral de un ser querido con la excusa de que le recuerda en su mente y en su corazón, ¿no dudarías de su cariño?

El movimiento natural del amor surge en el interior, se desborda y se manifiesta en el exterior.  Por eso, la misa es un recuerdo, un memorial al que asistimos los amigos de Jesús, porque no podemos (ni queremos) olvidar lo que hizo por nosotros. Lo hacemos presente, no como algo del pasado.

La misa es muy aburrida

Lo mismo le ocurría a mi hijo pequeño: se aburría con el fútbol hasta que vino un día al Bernabeu y le expliqué de qué iba todo ese lío, le expliqué las reglas, conoció de cerca a los jugadores, las tácticas, las distintas competiciones, etc.

No fue fácil. El proceso de incorporación a veces necesita tiempo, pero al final hace su trabajo. Hoy es un fanático empedernido (más que yo) del Real Madrid. 

Salvando todas las distancias, en el caso de la misa, uno se aburre por desconocimiento y falta de ganas de integración y entonces, es incapaz de disfrutar de las grandezas de la misa. Es necesario entrenarse: conocer mejor las reglas, los signos, la teología, y empezar a encontrarle el gusto. Cuesta. Es verdad, pero vale la pena. El tiempo se encargara de hacer su trabajo. 

Iré cuando lo sienta, nunca obligado

¿Acaso dices que solo tienes hambre de vez en cuando y que solo comerás cuando lo necesites, cuando lo creas conveniente? No, ¿verdad?. El cuerpo nos obliga a alimentarlo. Es cuestión de vida o muerte. Es inevitable. 

Lo mismo te pasaría si descubrieses esa hambre espiritual que clama desde lo hondo del corazón con intensidad. Es imposible no desear alimentar el espíritu. Es cuestión de vida o muerte:  "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida" (Jn 6, 53-55)".

No me gusta ir a misa

Utilizar el criterio de los sentimientos para decidir qué hacer o no hacer en la vida es una actitud infantil y poco madura. 

Si sólo hiciéramos lo que nos apetece, muchas actividades importantes de nuestra vida quedarían sin efecto. Si nos rigiésemos por esta ley caprichosa acabaríamos enfermos (no quiero esa medicina), siendo despedidos del trabajo (no quiero ir a trabajar) o no desarrollaríamos muchos de nuestros talentos (no quiero ir al colegio). 

La madurez nos descubre que los sacrificios son parte fundamental de la vida, son experiencias que nos permiten crecer y desplegar con plenitud nuestra existencia. 

Con un poco de esfuerzo y perseverancia muchas de las actividades que al inicio nos cuestan (y por ende no nos gustan), con el tiempo comienzan a adquirir el sabor de la familiaridad, de la sana rutina del buen hábito, del sacrificio que libera, del rito capaz de darle un profundo sentido a la vida; y así poco a poco se nos desvela la belleza y el gran valor que se nos ocultaban a primera vista. 

En el caso de la Eucaristía es tremendo poder descubrir la presencia real de Dios y la posibilidad de compartir con Él una hora junto a Él.

La misa es para los viejos

No es cierto. Depende del lugar. Aunque sí es cierto que en muchos lugares de Europa es así. Ahora bien, los ancianos nos dan una cátedra de vida en ese sentido: por la sabiduría adquirida a través de los años y por el aproximarse inminente de la inexorable muerte, logran vislumbrar con más claridad lo esencial de la vida que es invisible a los ojos, y se arriesgan, como pocos jóvenes lo harían, a dar ese salto de fe y a vivir contra-corriente, y llevar con coherencia su fe. 

Muchos vuelven a ir a misa y a rezar habitualmente porque saben que allí encuentran "ese fármaco de inmortalidad, ese antídoto para no morir, ese remedio para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía). 

Qué importa el qué dirán y las falsas apariencias de este mundo que pasa. Deberíamos aprender del testimonio y experiencia de nuestros mayores (como nos aconseja el Papa Francisco). 

¿Cómo evitar llegar a esa situación donde los jóvenes dejan de practicar la fe? Si tú eres uno de esos viejos sabios, sigue dando tu testimonio con valentía y trata de llevar a misa a tus nietos mientras se dejan llevar. Si tú eres uno de esos jóvenes inmortales que creen que la vida no acaba y la muerte no llega, y que ha puesto su fe en sí mismo, medita más sobre estos misterios y pregúntate ¿hacia dónde vamos? ¿qué hacemos aquí? ¿qué hay después de esta vida? ¿por qué tantas personas mayores van a misa? ¿qué ven ellos que no veo yo? Tal vez así podrás adquirir esa sabiduría profunda que falta en nuestros días y volverás a ir a misa.

Voy siempre a misa pero no veo ningún cambio en mi.

La comunión es el gran acto de fe. No todo lo que recibimos podemos medirlo, cuantificarlo con criterios perfeccionistas, efectivistas y pragmáticos. 

Hay un misterio que late allí que va mucho más allá de nosotros, mucho más allá de nuestro campo de comprensión, un cambio real que sucede siempre: el Cuerpo de Cristo crece, aumenta, se eleva, porque el Señor se hace presente en nuestro corazón. 

Por eso hay que creerle a Jesús cuando recibimos los sacramentos: "El que los recibe más frecuentemente, recibe más frecuentemente al mismo Salvador, porque el mismo Jesús así lo dice: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Timoteo de Alejandría). 

Si le creemos, necesariamente nuestra vida cambiará, es la lógica de la gravedad y de la inercia: si el centro es Cristo, las órbitas de nuestra vida cambian y eso se nota. 

No entiendo la dinámica de arrodillarse y levantarse todo el tiempo.

Somos seres espirituales y materiales. Por eso, no podemos vivir sin mediaciones, sin contacto, sin símbolos. La palabra símbolo viene del griego sym (con, juntos) y ballein (verbo que significa arrojar, poner), el resultado es elocuente, se trata de poner juntas dos cosas, que separadas no poseen un significado completo, con el fin de que adquieran la plenitud de este

Cada vez que nos arrodillamos, santiguamos, ponemos de pie, estamos realizando una serie de signos litúrgicos llamados a expresar simbólicamente una serie de realidades. 

En el caso de la misa lo más extraordinario es que muchos de los símbolos se vuelven no solo portadores de un mensaje o representación de un concepto, sino que realizan efectivamente aquello que significan. Por ejemplo, cuando el cura  alza la hostia y dice las palabras de la consagración esta “poniendo juntos”, la realidad material de un trozo de pan y una serie de oraciones formales; ambas cosas por separadas no pueden decirnos mucho, pero juntas, se convierten en el Cuerpo de Cristo. Nosotros por nuestra parte nos arrodillamos. Ese gesto que otras ocasiones podría no significar nada (me arrodillo para buscar un objeto que se cayó), en este momento al hacerlo delante de la hostia, que es el Cuerpo de Cristo, se convierte en un signo, un símbolo de verdadera adoración.

En mi parroquia no hay una misa sobria con recogimiento

Primero hable con su Párroco y vea cuál es el problema de fondo. Tal vez se lleve una sorpresa. Tenga presente que Dios ha suscitado toda clase de espiritualidades. 

La Iglesia sobreabunda de carismas con diversos matices y colores. No es que unos sean mejores que otros, simplemente somos distintos. Dios lo sabe y por eso nos regala tantos dones. Por eso, así como a ti no te ayudan los cantos en otro idioma y la música con guitarra, hay quienes, paradójicamente, no se recogen con el rito tridentino y con los cantos gregorianos. 

No juzgues, respeta y valora la pluralidad que es el signo de la grandeza de Dios, único capaz de sostener en unidad los polos opuestos. En todo caso, siempre puedes buscar otra Iglesia cercana que responda mejor a tu sensibilidad espiritual. 

Recuerda: sólo corrige allí donde no se cumplan las normas litúrgicas correspondientes o se practiquen abusos. Del resto, maravíllate y da gracias a Dios.

No soporto el contacto físico con desconocidos

La misa es la celebración cumbre de una comunidad que entra en comunión total, formando un solo Cuerpo. Aquí todo se mezcla: cuerpo, alma, espíritu. Todo se unifica en Cristo, Cabeza del Cuerpo. Por ende, si quieres evitar el contacto y consideras a tu prójimo un desconocido (y no un hermano), estás en el lugar equivocado. 

Aquí todo es contacto y hermandad. Como decía Pablo “Vivo yo, ya no yo, Cristo vive en mí”, y vive en mi hermano que comulga junto a mí y vive en todos los que participamos de Él. Todos formamos un solo Cristo, vivimos su vida, realizamos su misión. Somos una nueva humanidad, la humanidad en Cristo. Estrechamente unidos, más que por la sangre de familia, por la sangre de Cristo, y en Cristo, por Cristo, y para Cristo vivimos en este mundo.

No puedo concentrarme, me dan ataques de risa

Si es risa de alegría y gratitud por los dones recibidos (eucaristía significa acción de gracias) me parece legítimo. Hay gente que es espontáneamente alegre. Eso sí, trata de no molestar a los demás, es decir, ríete contenidamente. Tampoco se te ocurra reírte durante la consagración, pues allí se reactualiza la pasión de Nuestro Señor (que de gracioso tiene poco). 

Si por el contrario, tu risa es expresión de superficialidad burlesca e infantil, haz un esfuerzo y trata de madurar. Si no obtienes resultados pídele al Señor la gracia o llama a tu médico. Fuera como fuera, la meta es que la misa sea un reflejo de tu vida. 



jueves, 1 de septiembre de 2016

REALMENTE,¿LA GENTE ESCUCHA LAS HOMILÍAS?







En serio, ¿la gente escucha los sermones en las homilías durante la misa? ¿Y los jóvenes?

A veces, cuando voy a misa, me cuesta seguir las homilías. Y no es por falta de interés. a veces el problema viene desde el ambón. Normalmente, asistimos a misa tratando de encontrar algo que no encuentra en ningún otro lugar. 

En realidad, acudimos para escuchar a Dios. Dios se vale de nuestros sacerdotes que, ungidos por el Espíritu Santo, nos explican lo que el Señor nos quiere decir.

Pero, una inmensa cantidad de personas, cercanas o lejanas a la iglesia, no sólo lo piensa, si no que afirma categóricamente que las misas son aburridas

Y, sinceramente, yo no creo que Dios sea aburrido.

Lo que sucede es que nunca nadie se lo dice a los sacerdotes. Tampoco ellos son conscientes. Y es que ellos ni siquiera se dan cuenta de lo que está pasando. 

Después de todo, la gente parece mirarles con atención y ellos tratan de ser fieles y comprometidos con la Iglesia y con el Evangelio.

Pero, ¿realmente la gente en misa está escuchando la homilía?

Si hiciéramos una encuesta aleatoria con 25 personas de la parroquia, ¿serían capaces de decirnos lo que dijo el sacerdote el domingo pasado? o ¿sabrían decir sobre qué hablaba el Evangelio?

Si tenemos que pensar en ello durante más de cinco segundos, la respuesta es un "no" rotundo.

Si queremos que la gente preste atención ...

Podríamos preguntarnos...¿pueden ser más claras y cercanas las homilías?

Si se abandona el mensaje del Evangelio por intentar agradar a todos, no.

Si no se encomienda al Espíritu Santo para que les ayude a los sacerdotes a ser claros, y a los oyentes a que abran los ojos, los oídos y sobre todo, los corazones, no.

Si se empeñan en "cumplir el expediente", tampoco.

Entonces, ¿cómo hacer de las homilías un momento enriquecedor? A continuación se exponen algunas sugerencias:

1. Enfocar lo importante. Si hicieran la homilía cinco minutos más corta de lo habitual, podrían reforzar los puntos importantes de ella y repetirlos varias veces. Si dan excesivas vueltas sobre las cosas o se pierden o se enredan, la gente "desconecta".

2. Simplificar para reforzar. Una homilía escrita nunca se expresa de la misma forma que cuando uno habla normalmente. Y leerla, es aún peor. En lugar de eso, podrían utilizar palabras comunes y frases cortas, o cuando citan un versículo, explicarlo antes de leerlo.


3.Ilustrar lo obvio. Es muy efectivo explicar el Evangelio en términos actuales, con personas y situaciones reales, y acontecimientos de hoy. En realidad, ese es el propósito: aplicar el Evangelio a nuestras propias vidas. 

En lugar de ilustrar los versículos más teológicos o las ideas más complicadas, ilustrar lo que es obvio ayudaría mucho. Las imágenes simples o las ideas sencillas del pasaje activarían todo lo que se necesita para entenderlas.

4. Resumir lo básico. Es de suma ayuda para los oyentes, que el sacerdote explicara antes de comenzar el desarrollo, los puntos más importantes de los que se va a hablar. Y resumirlos, de nuevo, al final. 

Por otro lado, se trata de explicar lo que Dios nos dice en su Palabra y no tanto de resaltar anécdotas o sucesos de la parroquia ajenos al Evangelio.

5. Ser cercanos. Una tentación habitual de algunos sacerdotes es elevar el lenguaje de sus homilías hasta el punto de "hacerse raros a la audiencia". Cuando ocurre esto, la gente "desconecta" automáticamente. No se trata de lucirse sino de que Dios brille. Nadie habla de una forma coloquial a sus amigos y al rato, de forma científica. 

Jesucristo hablaba con palabras de su tiempo, con parábolas que todos entendían, era cercano y accesible. Él hablaba con gran poder, el poder de la Palabra y no con palabras altisonantes y elocuentes.






viernes, 25 de marzo de 2016

¿CÓMO ASIMILAR E INTEGRAR A LOS NUEVOS MIEMBROS EN LA COMUNIDAD?



Puede que nuestra parroquia tenga una gran multitud de asistentes a misa cada domingo y, sin embargo no tener una auténtica comunidad cristiana. 

Las personas que acuden a una iglesia deben ser asimiladas e integradas por y en la comunidad, es decir, debemos sacarlas del concepto de vernos como “vuestra iglesia” para que la vean como “su iglesia”, y luego sean miembros activos de “nuestra iglesia”.

La sociedad habla de “esa iglesia”, la gente de “esta iglesia” pero una comunidad cristiana habla de “mi iglesia”, de “nuestra iglesia”. Los miembros de hecho y de derecho de una parroquia tienen un gran sentido de propiedad. Contribuyen, no sólo consumen.

No obstante, debemos tener en cuenta que luchamos contra el individualismo al que nos aboca nuestro entorno. Es común encontrar cristianos "llaneros solitarios", quienes guardan y esconden su fe en la intimidad, cristianos “francotiradores”, que hacen la guerra por su cuenta y en soledad o cristianos "creyentes flotantes", es decir, cristianos que saltan de una iglesia a otra sin ninguna identidad ni compromiso. A ninguno se les ha enseñado que la vida cristiana implica algo más que creer, también incluye pertenecer. Crecemos en Cristo en relación, unidad y comunidad con otros cristianos.

Cuando se incorporan nuevos miembros  a nuestra parroquia, la plena integración en éstos no se produce de manera espontánea o automáticamente. Es preciso desarrollar un sistema y una estructura para asimilar, acoger, integrar y mantener a las personas que recibimos.

Antes de que las personas se comprometan a unirse a nuestra comunidad parroquial, es necesario dar respuesta a cinco preguntas básicas con cinco cuestiones implícitas:

¿Pertenezco a aquí?

ACEPTACIÓN. Podemos responder a esta pregunta mediante el establecimiento de grupos de afinidad dentro de la iglesia para que las personas con edades, intereses y problemas similares puedan encontrarse y relacionarse entre sí. 

Todo el mundo necesita su propio hogar, un espacio íntimo donde sentirse cómodo; es ahí donde los grupos pequeños juegan un papel crucial para satisfacer esta necesidad.

Debemos mostrarles que tenemos un lugar para ellos.

¿Alguien quiere conocerme?

AMISTAD. Podemos responder a esta pregunta mediante la creación de oportunidades para que las personas recién llegadas desarrollen relaciones dentro de nuestra comunidad. Pero se necesita una planificación. 

Recordemos, las personas no buscan tanto una iglesia amigable y acogedora como encontrar amigos.

Debemos darles una atención individual.

¿Soy necesario?

VALOR. Las personas ansían contribuir con sus propias vidas. Quieren que sus vidas cuenten, quieren sentir que son importantes y necesarios. Cuando les mostremos que sus dones y talentos son necesarios, querrán involucrarse. 

Posicionemos a nuestra parroquia como un lugar creativo que necesita la expresión de todo tipo de talentos y habilidades, no sólo de cantantes para el coro, lectores o personal de limpieza.

Debemos decirles que les necesitamos.

¿Qué saco al unirme?

BENEFICIO. Debemos ser capaces de explicar de forma clara y concisa las razones y los beneficios de formar parte de nuestra comunidad parroquial.

Debemos explicar las razones bíblicas, prácticas y personales para su adhesión.

¿Qué se requiere de los miembros?

EXPECTATIVAS. Debemos ser capaces de explicar las responsabilidades de los miembros de la parroquia tan claramente como indicamos los beneficios. La gente tiene derecho a saber qué se espera de ellos antes de que se integren.

Es necesario elaborar una manera concreta de abordar estas cuestiones tácitas y compartir nuestra visión con ellos. 

El tipo de afiliación, la forma de acogida, perseverancia y formación que una comunidad ofrece a sus nuevos miembros son de los asuntos más importantes en una parroquia.

Una comunidad con una fuerte acogida, una clara afiliación y una eficiente perseverancia construirá una parroquia fuerte.

Una con una débil acogida, confusa afiliación e ineficiente perseverancia construirá una parroquia débil.

Pero "fuerte" no significa necesariamente "pesada” ni “larga”. Significa enseñar con claridad lo que se espera de todos nuestros miembros y así provocar un alto nivel de compromiso. Los que optan por unirse a nuestra iglesia deben saber exactamente lo que se espera de ellos como miembros. 

La fuerza de un tipo de comunidad se determina por el contenido de su formación y por una llamada al compromiso, no por la duración de ambos.

Algunas iglesias tienen cursos de formación para sus miembros, pero ofrecen el material incorrecto. Llenan las reuniones con material de crecimiento espiritual o de doctrina básica. Estos temas, siendo de vital importancia, son más apropiados para las catequesis u otras formaciones más concretas (1ª comunión, confirmación, discipulado, etc.). 

El contenido de nuestras formaciones y perseverancias (afiliación) debe responder a las siguientes preguntas:
¿Qué es una iglesia?

 ¿Cuáles son los propósitos de la parroquia?

 ¿Cuáles son los beneficios de ser miembro?

 ¿Cuáles son los requisitos para ser miembro?

¿Cuáles son las responsabilidades de los miembros?

¿Cuál es la visión y la estrategia de esta parroquia?

¿Cómo está organizada la parroquia?

¿Cómo puedo participar en el servicio a la iglesia?

 ¿Qué hago ahora que soy miembro?

Algunas respuestas a estas preguntas y consejos para la afiliación a una comunidad:
  • Incluir una explicación clara sobre la fe cristiana, ya que pudiera haber personas que quieran unirse pero que aún no crean. Siempre debemos explicar que confiar en Cristo es el primer requisito para ser miembro.
  • Hacer nuestras reuniones interesantes e interactivas: uso de vídeos o presentaciones, un cuaderno-formulario para rellenar, la formación de grupos pequeños, y una buena comida juntos. 
  • Incluir documentación para explicar la historia, los valores, visión y dirección de nuestra parroquia
  • Ofrecer tres versiones de formación: versión infantil para niños de primaria, una versión juvenil para chicos de secundaria y universitaria, y una versión senior para adultos.
  • Aclarar que completar todas las formaciones y/o reuniones son un requisito para ser miembro. Las personas que no están interesados ​​o no quieren aprender los propósitos y estrategias de nuestra iglesia y el sentido de pertenencia, no demuestran comprender el tipo de compromiso que implica ser miembro de nuestra comunidad. Si ni siquiera se preocupan lo suficiente como para entender las responsabilidades de ser miembro, no se puede esperar que cumplan una vez lo sean.
  • La afiliación es un acto de compromiso y de motivación para que se involucren y se comprometan, donde mostramos la relación calidad-valor de los beneficios que obtendrán a cambio. Cuando las personas entienden y dan valor a la pertenencia, se entusiasman y se involucran - y lo que antes era sólo una multitud se convertirá en una comunidad cristiana.


sábado, 5 de septiembre de 2015

EL MAL DE LA IGLESIA ES LA AMNESIA

 

Hace algún tiempo, el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor D. Juan Antonio Reig Pla decía que “La Iglesia no puede limitarse a gestionar la decadencia de las parroquias, que envejecen y saturan al clero que queda, debe reorganizarse para evangelizar.” 

Hemos olvidado para qué es la Iglesia y hemos propiciado su decadencia por nuestra amnesia, la de todos.

En efecto, la iglesia se ha convertido en un lugar al que los laicos vamos sólo a recibir, al que vamos sólo a escuchar, al que vamos a “cumplir” y poco más.  Nuestros queridos y denodados sacerdotes se han dejado la piel (y siguen haciéndolo) tratando de gestionar esa actitud y “quemándose” ante la multitud de quehaceres, la mayoría de las veces, estériles y sin fruto. Y como consecuencia de ello, la vocación sacerdotal no goza de su mejor momento.

Todo esto en sí mismo no es malo, ni se trata de hallar culpables, porque tanto sacerdotes como laicos, hemos sido educados durante mucho tiempo en una pastoral de conservación y mantenimientoY por ello, hemos olvidado nuestra identidad, quienes somos y a qué estamos llamados. Nos hemos acomodado y vemos como se nos viene encima inexorablemente una decadencia a la que apenas prestamos atención.

Una decadencia por amnesia individual y colectiva que gestionamos a duras penas, intentando que nuestros hijos no olviden el signo de la cruz pero descuidando indicarle al mundo el camino a Cristo, que es el camino a la salvación. 

Un envejecimiento por alzheimer en el que apenas reconocemos a nuestra familia, a nuestros seres queridos, a nuestro Padre. Y da tanta lástima ver a alguien que no sabe quién es, lo que tiene que hacer o para qué vive...

La misión de la Iglesia, no es solo de unos pocos, como muchos creen erróneamente. Es la mía, la tuya, la de todos. Y como dice el papa Francisco, “se hace de rodillas”, es decir mediante la oración. Nada en la evangelización se da por hecho o está asegurado si no es por la oración, a través de la cual nos sumergimos “mar adentro”, en lo recóndito, donde nadie nos ve, salvo Él.

Es allí donde somos capaces, en silencio, de establecer una relación íntima con nuestro Padre y Creador. Es allí donde Dios, a través del Espíritu Santo, nos indica dónde “echar la red” y pescar en abundancia. Sólo tenemos que abandonarnos a Él,  confiar en Él.

En apariencia, Dios nos otorga la gestión de la evangelización, delega en nosotros la misión, pero la fecundidad pastoral y el fruto del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de valoración humana, sino de la lógica de la Cruz, la lógica provocativa de Jesucristo, la del salir de sí mismos y darse, la lógica del amor.

Jesús nos envía sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lucas 10,4). Pero no nos desampara, tenemos su amor, tenemos su guía, la del Espíritu Santo y tenemos su promesa eterna de salvación.

Para finalizar y haciendo mías las palabras de Tote Barrera, “la nueva evangelización es conversión pastoral”, es ahí donde está la clave de todo, es ahí donde sobrevienen todos los miedos y muchas de las desconfianzas, tanto de aquellos que se preguntan “¿qué es esa nueva moda de la evangelización?”, como incluso de cristianos ya “implicados” en la misión.

En definitiva, unos y otros continuamos teniendo nuestros  “tics” producto de nuestra educación religiosa, entre ellos, el de volver a encontrarnos como estábamos porque no hemos sido enseñados para cambiar sino para mantener. 

Algunos sacerdotes ven la evangelización desde un punto de vista erróneo, el de rejuvenecer las parroquias, de atraer a gente para volver a seguir haciendo lo mismo de siempre. 

Algunos laicos se embarcan en la misión pero al cabo de un tiempo, desfallecen y ansían regresar a lo de siempre, a la zona de confort y a la comodidad que nos da el refugio de nuestra parroquia favorita con nuestro cura favorito.

Y eso, creerme, si no lo remediamos entre todos, nos lleva de la decadencia al irremediable fin de la Iglesia de Cristo.