¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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jueves, 18 de julio de 2024

¿CÓMO GESTIONAR LOS FRUTOS ESPIRITUALES DE UN RETIRO?

"No temas, porque yo estoy contigo; 
no te angusties, porque yo soy tu Dios. 
Te fortalezco, te auxilio, 
te sostengo con mi diestra victoriosa"
(Is 41,10)

Desde hace ya unos años, vivimos una gran efusión de Espíritu Santo que se derrama a través de retiros y encuentros espirituales de nueva evangelización como Emaús, Effetá, Alpha, Cursillos o Seminarios de Vida en el Espíritu, en los que las personas descubren o redescubren a Dios y salen transformadas.

Sin embargo, muchas de ellas no terminan de arraigar en parroquias o en movimientos eclesiales, bien por falta de compromiso o por exceso de individualismo, que tan habitual es en nuestra sociedad posmoderna (también en las parroquias). Otras, se unen a una comunidad, a un movimiento o a un servicio pero mantienen una mentalidad inmadura, de consumidor, y de poco avance espiritual. 

Disfrutan de una misma comida una y otra vez, pero con poco provecho y escaso desarrollo. Repiten un mantra una y otra vez (y muchos tópicos espirituales) sin saber lo que significa o el motivo por el que lo hacen. Y así, su vida espiritual se convierte en una espiral de repeticiones agradables pero carentes de verdadero sentido cristiano.

Tienen maravillosas experiencias de Dios, es cierto, pero son pasajeras. Se sienten muy cómodos y a gusto ejerciendo como buenos cristianos en un ambiente favorable y cómodo, pero por un tiempo limitado, con escaso crecimiento y con limitado compromiso.
Por ello, todos los que nos encontramos inmersos en estos métodos de primer anuncio nos enfrentamos ante el reto de dar respuesta al avivamiento de todas estas personas que llegan o que vuelven a la Iglesia para que sigan (sigamos) el camino y no desvíen (desviemos) la mirada de nuestro Señor. 

Indudablemente, todos estos métodos de evangelización mencionados anteriormente funcionan porque son obra de Dios, pero surge la gran pregunta de siempre: ¿y después qué? ¿qué debemos hacer a nivel individual y comunitario?

En mi opinión y por propia experiencia, lo primero que debemos plantearnos es cómo gestionar el fruto que estos métodos producen. Se trata de evitar la dispersión en experiencias de fin de semana, los activismos interminables, con escasos compromisos personales y comunitarios, y, en la mayoría de las ocasiones, con limitado o nulo crecimiento espiritual.

Creo que nos encontramos ante un momento de transformación parroquial donde sacerdotes y laicos debemos remar juntos y al unísono para generar nuevas y auténticas comunidades cristianas, que no se parezcan en nada a las existentes, de mucho cumplimiento y poco entusiasmo, de mucho pasado y poco futuro (por desgracia), y que recuperen el fervor y la unidad de las primeras comunidades cristianas.

Es preciso plantearse, de un modo serio, esta renovación parroquial y encontrar los procesos que la lleven a cabo de verdad, analizar los que funcionan y los que no, tanto de forma individual como comunitaria, estar pendientes a lo que el Espíritu Santo nos suscita y no a lo que, desde un razonamiento humano, nos parece que tenemos que hacer. 

Estoy hablando de discipulado, de formación, de compromiso, de servicio, de acogida...de discernir y comprender cuál es el rol que cada uno debe desempeñar dentro de la Iglesia y que, desde luego, no es un invento nuevo sino que lleva escrito más de dos mil años. 

Se trata de plantearse no tanto qué puede hacer la parroquia (o Dios) por mí sino qué puedo hacer yo por la parroquia (o por Dios). O mejor dicho...de preguntar: "Señor ¿qué quieres de mí?".
Como ya he mencionado en otros artículos, para construir comunidades cristianas auténticas, vivas, comprometidas y en continuo crecimiento es necesario que todas las personas que las integren tengan una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y un mismo espíritu. Algo que tampoco es nuevo ni original puesto que las iglesias cristianas del primer siglo tenían precisamente todo eso pero que, desgraciadamente, hemos perdido con el paso de los siglos.

Un cristiano que ha tenido un encuentro real con el Señor y que quiere ser un verdadero discípulo de Cristo, debe crecer y madurar en la fe, convertirse continua y diariamente, formarse en el discipulado, mientras se compromete en la comunidad y sirve en la misión.

Un verdadero discípulo tiene una identidad, un sentido de "pertenencia", de "corresponsabilidad" con una comunidad, grupo, carisma, espiritualidad o movimiento que le capacita para el compromiso y para priorizar lo importante.

Un auténtico seguidor de Cristo reza continuamente, vive eucarísticamente y camina escuchando la Palabra de Dios. No valen excusas ni pretextos para no crecer o madurar: el cristianismo es una forma de vida no un pasatiempo del que disfruto de vez en cuando.

Son sólo algunas ideas...hay más... pero, ante todo y lo primero que debemos preguntarnos ¿para qué hago lo que hago? ¿a quién sirvo? ¿a Dios y al prójimo? o ¿a mi mismo y a mi conciencia?

JHR


martes, 23 de marzo de 2021

HOGAR, DULCE HOGAR

"Cada uno dé como le dicte su corazón:
no a disgusto ni a la fuerza,
pues Dios ama al que da con alegría.
Y Dios tiene poder para colmaros de toda clase de dones,
de modo que, teniendo lo suficiente siempre y en todo,
os sobre para toda clase de obras buenas"
(2 Co 9,7-8)

Si echamos un vistazo a nuestras parroquias, comprobamos que, cada día en la Iglesia, sucede la parábola del hijo pródigo: los bautizados, los hijos de Dios, se han alejado del amor del Padre, tanto los que se han ido como los que se han quedado. 

Por un lado, los "hermanos menores" exigen su herencia, su libertad, y abandonan la casa del Padre para irse a un “país lejano”, engañados por sus falsas seducciones. Y por otro, los "hermanos mayores" están en el campo, cerca de la casa del Padre, ocupados en sus cosas y cumpliendo sus rutinas por obligación o por costumbre, pero no por amor al Padre. 

Y ocurre que cuando algún "hijo menor" regresa, hastiado y desencantado del "país lejano", el Padre sale a su encuentro y lo abraza. La vida y la alegría vuelven a Su casa porque su hijo estaba muerto y ha revivido. Lo viste y celebra una fiesta. 

Sin embargo, los "hijos mayores" se indignan al escuchar la "música y la danza", se molestan al ver "alegría", se irritan porque quieren seguir manteniendo su casa en silencio y sin "fiesta". No quieren que ocurra "nada", no quieren "líos". Exigen al Padre "sus" derechos y critican su forma de actuar. "Se van sin irse",  "mueren sin morir" , "abandonan a Dios sin marcharse".

Desgraciadamente, la Iglesia en general ha dejado de ser una comunidad dinámica, motivada y apasionada. Ha perdido la alegría, la vitalidad y el compromiso para convertirse en una casa triste, indiferente y de cumplimiento de normas. Se ha vuelto rutinaria, poco acogedora y nada hospitalaria.
 
La cuestión es: ¿Es esa la casa que Dios quiere? ¿Cómo regresar al proyecto original de Dios para su Iglesia?

Una casa compartida
Dios quiere celebrar fiesta cada día con sus "dos" hijos a su lado. Quiere verles alegres y compartiendo el amor fraternal y filial. Quiere que constituyan una comunidad unida, acogedora, hospitalaria y vital. Una casa de todos y para todos, donde se comparta la alegría y también la administración.
En la mayoría de las ocasiones, es el párroco quien carga sobre sus espaldas todo el peso de la gestión de las "actividades pastorales" y termina agotado. Aunque cuenta con la ayuda del consejo parroquial, lo cierto es que, en muchas ocasiones, está y se siente sólo.

Pero hay motivos para la esperanza. El primero es obvio y sencillo: tan sólo tiene que "Mirar" a los bancos de la parroquia y “Buscar” esas “piedras vivas” que precisa para construir el templo espiritual que Dios quiere. No se trata tanto de encontrar recursos humanos como de las personas adecuadas para las funciones concretas

Lo siguiente es “Descubrir” los dones y talentos que Dios suscita en su pueblo y ponerlos a trabajar, ponerlos a rendir. El párroco, como administrador fiel, no puede ni debe enterrar esos talentos en la tierra mientras espera la llegada de su Señor.

A continuación, es necesario “Motivara los que viven en la Hogar Común para que interioricen y asuman un sentido de pertenencia, es decir, que se sientan “en casa”, que se sientan "en familia".

Por ello, se requiere “Ser” un buen líder y un buen comunicador, y con el ejemplo, "Inspirara soñar; "Mostrar" la visión y la misión de la parroquia, lo que ésta ofrece y lo que pide; "Animar" a buscar más, a hacer más, a ser más.

Estamos hablando de poner en práctica el liderazgo compartido y capacitador que Cristo nos enseñó al elegir y delegar la Iglesia en sus apóstoles. Este liderazgo consiste en una administración y dirección parroquial que:

-fomente la colaboración y participación efectiva de todos en la gestión y gobierno de la parroquia, aportando cada uno, todos sus dones, capacidades y cualidades al servicio del Reino. El párroco no “lleva” la parroquia, la “lidera”... y sólo interviene cuando es necesario.

-quite presión al párroco, quien, al apoyarse en otros, tenga tiempo para sus tareas fundamentales (administrar sacramentos, dirigir espiritualmente, etc.) y para sí mismo (rezar, recogerse, cuidarse, descansar, etc.). Una menor implicación del sacerdote en ciertas tareas posibilita un mejor servicio en otras más importantes. 

-gestione eficientemente el tiempo y el servicio, permitiendo a los laicos participar activamente y comprometerse en el acompañamiento y la formación de otros. Un buen pastor conoce y escucha la voz de sus ovejas. Es más, un pastor "pastorea pastores".
-haga uso de los talentos y de la generosidad que Dios suscita entre su pueblo, con respeto y unidad en el proceso de decisión y gestión parroquial, delegando responsabilidad y ofreciendo apoyo, ánimo, motivación y libertad. Abierto a la colaboración compartida y a la confianza en el rebaño.

-valore el trabajo en equipo, la cooperación y el consenso. El párroco no “micro gestiona” ni controla de manera excesiva sino que escucha y apoya las decisiones de sus líderes de confianza. El pastor deja "pastar" a sus ovejas .

-busque nuevas perspectivas y opiniones distintas, que reúna información, abra el debate y tome decisiones, adoptando una "cultura del invitar", de bienvenida y acogida por parte de los laicos, primer contacto de todos los que llegan a la parroquia: "Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo Pastor" (Jn 10,16).

El liderazgo compartido produce un alto sentido de pertenencia comunitaria, de compromiso en el servicio y un crecimiento espiritual de toda la parroquia de una forma natural y no forzada.

Frente al viejo guion parroquial de “reza, paga y obedece” se establece uno nuevo: “reza, participa y oblígate”. 

Los laicos le dicen al párroco: “Déjanos ayudarte”, y el párroco, al “dejarse ayudar”, permite que los laicos pongan en acción su fe y su potencial, haciendo que la parroquia se redefina a sí misma: "Teniendo dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado, deben ejercerse así: la profecía, de acuerdo con la regla de la fe; el servicio, dedicándose a servir; el que enseña, aplicándose a la enseñanza; el que exhorta, ocupándose en la exhortación; el que se dedica a distribuir los bienes, hágalo con generosidad; el que preside, con solicitud; el que hace obras de misericordia, con gusto" (Rom 12, 6-8).

El liderazgo compartido produce un “efecto dominó” en toda la comunidad, potenciando una mayor implicación de todos, favoreciendo la multiplicación de las actividades pastorales y por tanto, consiguiendo la vitalización de la parroquia.

El liderazgo compartido establece un equipo de líderes gestores unido, fiel al Evangelio y a la Iglesia, capaz de contagiar a toda la comunidad parroquial. Invita, forma, compromete y responsabiliza a todos en la edificación del Reino de Dios en la tierra.

Una comunidad de servicio
Existen muchos desafíos que el liderazgo compartido debe gestionar en cuanto a la economía, la evangelización, la comunidad, la liturgia, el discipulado, etc.
No se trata tanto de “hacer cosas” como de “hacer discípulos” para llevarlos a una relación más profunda con Cristo. Discípulos que pongan en práctica sus dones y talentos al servicio de la parroquia y de su pastoral.

Dos buenas sugerencias para comenzar a hacer discípulos son:

-Servicio: enfocar las habilidades de los laicos como “donativos” a la Iglesia. Los talentos puestos al servicio de la parroquia redundan, por sí mismos, en un sentido de compromiso con el prójimo y con Dios, construyendo una auténtica comunidad fraterna: "El que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo" (Mt 20,26-27).

-Comunidad: generar un sentido de pertenencia a la parroquia y a la casa de Dios, para "contagiarlo" a otros mediante la acogida que, por sí misma, produce un sentido de “hogar”, favoreciendo el discipulado: "Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras; no faltemos a las asambleas, como suelen hacer algunos, sino animémonos tanto más cuanto más cercano veis el Día" (Hb 10,24-25).

Con estas dos sugerencias se consigue acercar a todos al corazón de Cristo sin que el párroco tenga que hacer "casi nada”.

De esta forma y con el paso del tiempo, se consigue dar a luz una comunidad en armonía y unidad que, de forma automática, suscitará “vocaciones”. No es posible la existencia de vocaciones sin una comunidad de las que nazcan: "Así como en un solo cuerpo tenemos muchos miembros, y no todos los miembros cumplen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, pero cada cual existe en relación con los otros miembros" (Rom 12, 4-5).

Una escuela de discipulado 

Para que conseguir una gran comunidad se requiere establecer un plan, una visión que desarrolle la formación/discipulado mediante distintas herramientas: grupos pequeños, catequesis, métodos, retiros, convivencias, peregrinaciones, actividades comunes, etc. 

Estas mismas herramientas sirven, a su vez, para llevar a cabo la evangelización de nuevas personas que, de forma automática, se unen a ellas para convertirse en nuevos discípulos y volver a comenzar este proceso continuo.

Además, es preciso construir un liderazgo orgánico que identifique lo que hace falta cambiar o modificar; que descubra lo que funciona o no funciona y por qué; que señale lo que se hace bien o mal.

Se trata de una evaluación continua de los 5 pilares básicos de la parroquia (Liturgia, Comunidad, Servicio, Discipulado y Evangelización) que requiere la formación continua de líderes comprometidos.

El liderazgo compartido servirá también para ver las necesidades presentes y futuras, y que, ante un posible cambio del párroco, la comunidad pueda seguir funcionando con normalidad.

La sucesión del párroco es una cuestión en la que no se piensa pero es importante tenerla en cuenta ya que la parroquia no pertenece al párroco sino a los parroquianos. Es necesario que exista un diálogo permanente entre parroquia y diócesis que detecte las necesidades de una y de otra. Esto es labor del párroco junto con el arcipreste y el vicario episcopal.

Además, es recomendable establecer un plan de sucesión y un equipo de transición pastoral de la parroquia para salvaguardar los avances realizados en materia de liderazgo que implique, prepare, guie y apoye a nuevos líderes laicos, lo que facilitará la integración del nuevo párroco, cuando se produzca.

Una renovación espiritual

La misión del cristiano es desarrollar un corazón para Jesús que le dé siempre el primer lugar. Comienza siempre por la conversión individual, es decir, por la relación amorosa con Dios que despierta la fe y enardece el corazón, que lo transforma de uno de piedra a uno de carne.

La conversión individual da paso a la mistagogia o madurez espiritual, un tiempo de profundización en su compromiso de ser y vivir como un hombre nuevo. Es un largo camino en el que Jesús nos acompaña y que se realiza mediante la vida interior, la oración, la meditación, los sacramentos, la lectura espiritual, la vivencia de la fe, el discipulado, etc.
Una vez producida la conversión personal y a través del liderazgo compartido, ésta se prolonga a toda la comunidad, es decir, la gracia suscita la conversión pastoral de la parroquia, renovándola y convirtiéndola en luz para el mundo, como consecuencia de la acción del Espíritu Santo que se derrama sobre la Iglesia de Cristo.

domingo, 2 de abril de 2017

ALPHA, UNA EXPERIENCIA TRANSFORMADORA


¿Cómo van a invocar a aquel en quien no creen?
¿Cómo van a creer en él si no han oído hablar de él?
¿Y cómo van a oír hablar de él si nadie les predica?

Romanos 10,14


El Papa Francisco en su exhortación apostólica Evangelii Gaudium nos dice que “la conversión pastoral de las parroquias se produce por la formación de pequeñas comunidades de discípulos, comprometidos y conscientes de la urgencia de vivir en estado permanente de misión. Es preciso, por tanto, revisar las actuaciones de los ministros ordenados, consagrados y laicos, superando la acomodación y el desánimo. El discípulo de Jesucristo percibe que la urgencia de la misión supone desinstalarse e ir al encuentro de los hermanos”

Este ha sido el caso de nuestra parroquia "Nuestra Señora de Madrid", en la que la implantación de un plan estratégico para la conversión pastoral ha conducido a su transformación, como espacio comunitario, a su reconstrucción, como estructura funcional y a su revitalización, como instrumento evangelizador. 

Era principios del verano de 2014, y pocos imaginábamos lo que Dios nos tenía preparado en pleno Paseo de la Castellana. A la sombra de las cuatro torres, símbolo del Madrid más vanguardista, se mantenía a “duras penas” en pie, una sencilla y casi imperceptible parroquia llamada Nuestra Señora de Madrid, de la que casi nadie había oído hablar nunca. 

La Madona (sobrenombre cariñoso y fundamentado) se había convertido en una parroquia conservadora y de mantenimiento; de puertas cerradas y entrada en años; sin llantos de bebés ni bullicio de niños; con más funerales que bautizos, con más viudas que matrimonios; con más nostalgia de tiempos pasados que inversión en estructuras, instalaciones o personas; de bancos vacíos, de comunidad mermada…una parroquia con una inexorable fecha de caducidad. 

Aquiles y Príamo 

Todo comenzó con la llegada a la parroquia de un sacerdote junto a un ejército de cristianos en tropel (asemejándose a Aquiles y los griegos), procedente de los barrios nuevos y cercanos, y la fraternal acogida de otro sacerdote con un ejército un tanto más reducido (asemejándose a Príamo y los troyanos), perteneciente a la circunscripción territorial.

Resultado de imagen de troyaProvidencialmente, este "choque de trenes" favoreció el inicio de la reconstrucción y revitalización de la parroquia. 

Se trataba de superar un modelo de iglesia piramidal, basado en el binomio clérigos-laicos, sustentado en el paradigma “comportarse-creer-pertenecer”, para sustituirlo por un modelo de Iglesia misionera, basado en el trinomio comunidad-servicio-evangelización, estableciendo el paradigma “pertenecer-creer-comportarse”. 

El hombre posmoderno del siglo XXI necesita, primero, pertenecer a un grupo, para luego, creer en algo y finalmente, comportarse como alguien. Las cosas que funcionaron antaño no tienen por qué funcionar hoy (de hecho, no funcionan) y por eso, la parroquia debía transformarse para crecer tanto cuantitativa como cualitativamente. 

A la Madona no le quedaba otra: “Renovarse o morir”, como decía Unamuno, para luego ir “todos a una”, como decía Lope de Vega en Fuenteovejuna. 

Desde un principio, la opción estratégica de integración adoptada, al unísono, por nuestro párroco D. Ramón (Príamo) y nuestro vicario D. Luis José (Aquiles), fue buscar una metodología evangelizadora que fuera efectiva y diera frutos a corto plazo en la construcción de una auténtica comunidad parroquial. Era absolutamente necesario combatir la tentación de establecer dos bloques antagónicos: los autóctonos (Troya) y los forasteros (Grecia). 

Alpha: el principio 

Y así llegó Alpha (cual caballo de Troya) a la Madona, un método evangelizador y de primer anuncio altamente efectivo que se convirtió en el “principio” de la transformación parroquial y una experiencia de auténtica comunidad cristiana y de Espíritu Santo. 

A través de su puesta en marcha, fue naciendo una ilusionante conciencia de desarrollo de la vocación individual de cada uno y de la misión general de todos. 

Al principio se trataba de una apuesta por la reconstrucción y revitalización de una comunidad mermada y en peligro de extinción, para más tarde enfocar la mirada hacia la renovación pastoral y la recuperación del ADN propio de la Iglesia, es decir, la identidad misionera para la que Jesucristo la instituyó. 

Dirigidos y encabezados por la unión de dos carismas muy diferentes pero complementarios, el cambio de rumbo pastoral y la consolidación de una comprometida comunidad, favorecieron una mayor disponibilidad general para participar activamente en la realización de diferentes tareas, servicios y ministerios para la reconstrucción de la parroquia. 

Para quien no lo conozca, el formato de Alpha es simple: “todos tenemos preguntas trascendentales de la vida, lo que nos falta es un lugar donde hacerlas en un ambiente cordial, de amistad, de libertad y de confianza”. 

Alpha es un método de primer anuncio (kerigma) que consiste en una serie de reuniones interactivas que se desarrollan a lo largo de 10 sesiones, de dos horas de duración en una casa, cafetería, sala o iglesia. Incluye una cena, una charla breve y un espacio para el diálogo donde puedes compartir tus ideas y pensamientos, cualesquiera que sean. Las charlas están diseñadas para el debate y para explorar los elementos básicos de la fe cristiana sin presión, seguimiento o coste. 

Alpha ha sido para la Madona, una experiencia auténtica de comunidad, una experiencia personal de Jesucristo y una experiencia transformadora del Espíritu Santo. 

Nuevas formas, nuevas actitudes 

Con la reconstrucción de una comunidad, integrada por hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, solteros y casados, incorporados al mundo laboral o al estudiantil, con distintas preocupaciones y sensibilidades, cambia también el análisis de la realidad, las preocupaciones, los intereses, los medios desde los cuales afrontarlos, el lenguaje utilizado, las formas, las relaciones... y la Madona se renueva.

Generalmente, la gente identifica la imagen pública de la Iglesia con sus dirigentes: el Papa, los obispos, los curas. Llegar a la Madona y encontrarse con unos “curas” distintos, que acogen y escuchan y que, en comunión con laicos comprometidos de distintas edades, se muestran a la sociedad posmoderna como “normales”, sorprende muy agradablemente a todos. 

Nuestra parroquia ha ido cambiando esa imagen negativa generalizada de la Iglesia; esa sensación de que los curas son hombres “distintos”, separados de la realidad y que se mueven al margen del resto de la sociedad; esa costumbre de que los laicos que se acercan los domingos son personas pasivas que consumen fe y sacramentos para convertirse en miembros que acogen, dialogan y sirven a los demás. 

Espacios más plurales, nuevos Ministerios

En la parroquia, el Consejo Parroquial se ha transformado en un espacio de información y corresponsabilidad en el que participan y están representados todos los componentes de la comunidad, en la elaboración de los Planes Pastorales y de Evangelización, aportando pluralidad, riqueza y diversidad. 

La incorporación activa de todos los miembros de la comunidad parroquial en la tarea de la Evangelización derivó en el replanteamiento de los distintos ministerios. 

Y así, hemos aprendido a utilizar sin temor las palabras ministerio laical y servicio pastoral, a vencer los miedos y recelos del binomio cura/laico, a abandonar las habituales costumbres del clericalismo, del paternalismo clerical, de vivir en una permanente minoría de edad en la Iglesia para servir a Dios y al prójimo. 

El ministerio pastoral no es un poder que detentan los sacerdotes sino un servicio “de todos para todos” y la parroquia Nuestra Señora de Madrid no es un cortijo, ni el patrimonio personal de un párroco, sino un espacio donde se atienden necesidades y personas, donde se funden varias generaciones en armonía y servicio. 

Laicos formados y corresponsables 

En la medida en que los laicos hemos ido desarrollando tareas dentro de la parroquia, hemos descubierto la necesidad de encontrar herramientas pastorales y de profundización teológica

La formación contribuye a ahondar en la identidad creyente, aporta claves para el diálogo con el mundo posmoderno, ayuda a tomar conciencia de la vocación y tarea del laicado y de la Iglesia, y aporta criterios y herramientas para llevarla adelante. 

En la Madona, todos los laicos se sienten comprometidos y responsables con el servicio, ilusionados con el proyecto en el que se han implicado, realizan la toma de decisiones en consenso con los curas y en base a las circunstancias y necesidades de cada persona y área pastoral, toman la iniciativa, exponen sus ideas, sienten que tienen algo que decir y aportar, que son escuchados y trabajan en equipo guiados por los curas, delegando éstos las tareas que pueden y deben delegar. 

Mirando hacia Dios 

Al contrario del hecho constatado de que la Iglesia, en los últimos años, ha involucionado hacia posiciones más conservadoras, en la Madona se ha producido un importante avance en la corresponsabilidad laical. El modelo de laicado es el del seglar corresponsable frente al colaborador, del servidor frente al mero ejecutor de las indicaciones del cura, del comprometido frente al consumidor de fe, del activo frente al pasivo. 

La realidad impone sus decretos: la Iglesia no se sostiene, y cada vez menos, se va a sostener sólo con los curas. Contar con los laicos para desarrollar juntos la tarea evangelizadora no es ni será una opción. Y todo con la ayuda y para Gloria de Dios.

En la Madona, nuestros jóvenes viven una fe más vivencial, experiencial y participativa, toman la iniciativa, discipulan con su ejemplo, se sienten parte importante de la parroquia y van creciendo en número y compromiso. 

Nuestros mayores se sienten cuidados, atendidos y escuchados, y no simples espectadores en un espacio de calidad que reconoce su dignidad y capacidades. 

La parroquia puede cumplir, por la gracia de Dios, este año su 50 aniversario, habiéndose situado en clave de cooperación y no de competencia. Ya no existen forasteros pues todos pertenecemos a la comunidad de la Madona. Sacerdotes y laicos tampoco son adversarios en una lucha de poder, sino seguidores de Jesús que quieren responder a su llamada, transformar el mundo y amar al prójimo, sirviéndolo. Es decir, discípulos misioneros.

Alpha ha sido y es, el principio. Es el comienzo de un camino de servicio que dura toda la vida. Alpha es el arranque de una comunidad...pero no hemos hecho más que empezar y queda mucho por "hacer"...por "ser".

miércoles, 29 de marzo de 2017

LO QUE HEMOS PERDIDO...


Llevamos algún tiempo hablando sobre la crisis de la Iglesia, sobre la necesidad de una conversión pastoral y sobre la falta de crecimiento (cualitativo y cuantitativo) en las parroquias. 

Hemos tomado conciencia de que la Iglesia no está en su mejor momento, de que es preciso hacer algunos cambios de actitud y de que para que un organismo viva, crezca y se desarrolle, es necesario que se alimente y se cuide. La misión de todo organismo vivo es crecer y dar fruto.

Pero ¿cómo podemos ser fructíferos? Lo hemos escuchado y meditado muchas veces pero seguimos parados y ensimismados, sin hacer nada, esperando y anhelando que nuestras parroquias, por ciencia infusa, se abran a los alejados, vayan y hagan verdaderos discípulos de Cristo. Con decirlo no basta. Es momento de ponerse en acción.

No cabe duda de que solos no podemos; de que debemos abandonarnos en los brazos de Dios y de su Espíritu Santo. Pero tenemos que "movernos". 

Entonces, ¿Cuál es el problema? Creo que, fundamentalmente, podemos sintetizarlo en tres factores:

Hemos perdido nuestra admiración por Jesús

Es un hecho constatado que la mayoría de los cristianos de Occidente, hemos perdido la admiración por nuestro Salvador, la ilusión por ir a su encuentro, las ganas de seguirlo. Incluso puede que algunos, hemos perdido la certeza de que Cristo ha resucitado, que es real y que vive, aquí y ahora. 

En el evangelio de Marcos podemos apreciar cuántas veces las personas que le seguían se sorprendían, se asombraban y se maravillaban de lo que Jesús decía y hacía. E inmediatamente se iban a contarles a otros acerca de Él. 

Por ejemplo, en Marcos 1, 21-28: 
"Entraron en Cafarnaún, y, el sábado, Jesús fue a la sinagoga y se puso a enseñar. Todos se maravillaban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los maestros de la ley. En la sinagoga había un hombre poseído de un espíritu inmundo, que se puso a gritar: "¿Qué tenemos que ver contigo, Jesús Nazareno? ¿Has venido a perdernos? Sé quién eres: ¡El santo de Dios!". Jesús le increpó: "Cállate y sal de él". Y el espíritu inmundo, retorciéndole y gritando, salió de él. Todos quedaron estupefactos y se preguntaban unos a otros: "¿Qué es esto? ¡Una doctrina nueva con tanta autoridad! ¡Manda a los espíritus inmundos y le obedecen!". Y su fama se extendió rápidamente por todas partes en todo el territorio de Galilea." 

Esa es la forma en que debemos actuar en nuestras vidas cristianas: Nuestra admiración y asombro por Jesús nos obliga a hablar de Él. No podemos callárnoslo; no queremos callárnoslo. Sin embargo, es de suponer que si no estamos hablando de Él y de su mensaje, podríamos haber perdido nuestra admiración por Él. 

No podemos evangelizar si Jesús es, para nosotros, tan sólo un concepto moral o ético, una rutina o un mero cumplimiento de normas. Imposible!!!

Hemos perdido nuestra pasión por proclamar a Jesús

Me asombra escuchar, en algunas parroquias, homilías que dan poca o ninguna pista de cómo encontrarse y seguir a Jesús. No digo que haya sacerdotes que no quieran decírnoslo, pero he escuchado homilías que todavía me hacen preguntarme "¿Qué debemos hacer para salvarnos?" (Hechos 16,30). Incluso las homilías que tratan de llegar al evangelio y acercarnos a Jesús, son a veces tan secas y desapasionadas, que no me mueven demasiado a hacer lo que me ofrece el cura.
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Me asombra ver personas que se consideran cristianos y que no tienen interés en encontrarse con Jesús y seguirlo. O que creen que eso no "va" con ellos o que creen que ya lo hacen, pero en la intimidad, de puertas adentro. 

Y me pregunto...nosotros, el pueblo de Dios, todos, ¿hacemos caso a Jesús? cuando nos dice"Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura" (Marcos 16, 15)¿De verdad proclamamos a los cuatro vientos nuestro gozo y pasión por Jesucristo "a toda criatura"? ¿vamos alegres por todo el mundo? o ¿ escondemos a Cristo por el "qué dirán" o le tenemos sólo para nosotros?

Cuando alguien ama apasionadamente, no hace falta preguntarle. Va... y lo dice... lo grita... a todo el mundo!!!

Hemos perdido nuestra confianza en el poder de Jesús

Y es que para confiar en alguien hay que conocerle, hablarle. Y con Dios lo hacemos a través de la oración. Generalmente, oramos poco y cuando lo hacemos, es sólo para pedir, sólo cuando le necesitamos, cuando no tenemos otra opción, cuando nos enfrentamos a algo que no podemos arreglar por nuestra cuenta. ¿Por qué? Porque estamos más pendientes de nuestras capacidades, absortos en nuestros "yoes" e inmersos en nuestros talentos, que olvidamos la grandeza de Jesucristo y el poder de su Espíritu Santo.

Nos parecemos demasiado a los discípulos de Marcos 9, 31-34 cuando Jesús "les decía: El hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y, después de muerto, a los tres días resucitará". Pero ellos no entendían estas palabras y no se atrevían a preguntarle. Llegaron a Cafarnaún y, una vez en casa, les preguntó: "¿Qué discutíais por el camino?". Pero ellos callaban, porque en el camino habían sobre quién entre ellos sería el más grande."

O a los discípulos de Emaús en Lucas 24, 13-35: "mientras ellos hablaban y discutían, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar con ellos. Pero estaban tan ciegos que no lo reconocían. Y les dijo: "¿De qué veníais hablando en el camino?". Se detuvieron entristecidos." 
En dos ocasiones Jesús dice "de qué discutíais (hablabais) por el camino". De la misma forma, Jesús se encuentra con nosotros "en el camino" y nos pregunta ¿de qué discutís?. Y nosotros, ¿le hacemos caso o le ignoramos? ¿vamos pendientes de lo nuestro o estamos centrados en lo Suyo?

Es cierto que, aunque podemos hacer mucha iglesia con los dones y talentos que Dios nos ha dado, no podemos cambiar nuestros corazones ni el de de los que no creen (2 Corintios 4, 3-5). Eso es obra de Dios. 

Cristo es nuestra alegría, nuestro gozo, nuestra esperanza. Un cristiano jamás puede estar triste o amargado. O es feliz o no es cristiano.

¿Somos felices en las misas? ¿gozamos de la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿disfrutamos del amor en nuestras parroquias? ¿Hablamos con pasión de Jesús? Ninguna parroquia ni ninguna persona que viva para y por sus propias capacidades y referencialidades puede crecer espiritualmente y seguir a Cristo.