¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 5 de octubre de 2025

¿QUEDARSE EN EMAÚS O VOLVER A JERUSALÉN?

 
"No es bueno que el hombre esté solo" 
(Gn 2,18)

El pasaje de Emaús del evangelio según san Lucas es una doble catequesis: eucarística, porque recorre todas las partes integrantes de la misa, y pastoral, porque muestra cómo debe ser el discípulo de Cristo y qué debe hacer.

Cuando caminamos hacia Emaús, nuestras vidas están llenas de decepciones y quejas, nuestra esperanza se desvanece y nuestra fe se debilita. El Señor nos explica las Escrituras y nuestro corazón arde. Es entonces cuando le invitamos a quedarse con nosotros.

Cuando estamos en Emaús, Cristo comparte la mesa eucarística con nosotros, parte el pan y nos lo da. Se nos abren los ojos y le reconocemos pero desaparece de nuestra vista. Es entonces cuando surge la duda de quedarse allí en los recuerdos y los sentimientos o volver a la comunidad a contarlo.

Cuando volvemos a Jerusalén en la oscuridad de la noche y por el camino de la prueba, lo hacemos con valentía y animados por el Espíritu para encontrarnos con el Resucitado, que nos ha asegura estar presente en la Iglesia: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).
Mientras que en la soledad de nuestra aldea de Emaús no existe más comunión que la de los dos discípulos, en  Jerusalén la comunidad está formada por toda la Iglesia (terrestre y celeste), con Cristo a la cabeza, quien se hace presente y nos da la paz. 

¿Quedarse en Emaús o volver a Jerusalén? Esa es la pregunta. O como diría Hamlet, "ser o no ser, esa es la cuestión". "Ser" comunidad o "ser" individualidad, esa es la cuestión.

Es en la comunidad donde nos hacemos verdaderos discípulos de Cristo, quien nos abre el entendimiento a través de los sacramentos y de la formación: "bautizándonos...y guardando todo lo que nos ha mandado" (cf. Mt 28,19-20).

Es en la Iglesia donde recibimos a Cristo y al Espíritu Santo; donde se hace presente el Señor para mandarnos de nuevo en misión, a Galilea, donde le volveremos a ver resucitado. 

Por eso,  no podemos permanecer en el recuerdo de haber reconocido al Señor y por ello, quedarnos confinados en "Emaús", es decir, en un grupo "encerrado" en sus recuerdos y en experiencias pasadas. 

En Emaús hay calor y refugio, comodidad y bienestar, recuerdos y sentimientos, pero no hay visión ni misión. Tampoco hay comunión por mucho que nos empeñemos en ello. 

Por eso, debemos ir a Jerusalén, a la comunidad, comprometernos con la parroquia donde nos formamos como discípulos, donde recibimos a Cristo sacramentado y desde donde salimos de nuevo a cumplir nuestra misión evangelizadora con el resto de nuestros hermanos. 
La comunidad cristiana no es simplemente un grupo de personas; es un entramado de relaciones, valores compartidos y objetivos comunes que generan un sentido de pertenencia, de comunión, unidad y apoyo mutuo, que ofrecen formación y desarrollo espiritual, emocional y social. 

Formar parte de la comunidad crea un entorno seguro donde poder expresarse libremente, construir relaciones significativas, crear vínculos de “unión”, “comunión”, “fraternidad" y "solidaridad” que fortalezcan la autoestima, el compromiso y la participación.

La comunidad cristiana es esencial para el crecimiento espiritual y el fortalecimiento de la fe. Nos ayuda a mantenernos en el seguimiento de Cristo junto a otros cristianos, fomentar la unidad entre los creyentes, compartir nuestra fe y animarnos unos a otros a experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas.

Todo eso lo encontramos en Jerusalén, no en Emaús

miércoles, 24 de septiembre de 2025

QUÉ HACER, QUÉ SER Y PARA QUÉ EVANGELIZAR

"Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; 
enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" 
(Mt 28, 19-20)

Reconozco con mucha pena y dolor que los cristianos, en nuestra misión evangelizadora, no terminamos de hacer bien las cosas, o no acabamos de comprender lo que Cristo nos pide, o no utilizamos correctamente los medios que el Espíritu Santo nos pone a nuestro alcance

Lo primero que debemos tener en cuenta en la misión de evangelizar son las tres necesidades a las que debe hacer frente una parroquia misionera: el discipulado (qué hacer), la comunidad (qué ser) y la visión (para qué ser y hacer).

La parroquia no es simplemente un lugar de culto religioso a donde acudimos por tradición o costumbre, ni un edificio donde nos reunimos para realizar una tarea específica, y mucho menos, un club privado o "burbuja" donde socializamos.

La parroquia es el pilar fundamental sobre el que se asienta la vida comunitaria cristiana (CEC 278); un espacio donde celebramos la fe, donde estamos en presencia de Dios, donde recibimos dirección y formación para nuestro crecimiento espiritual, donde acogemos y servimos a nuestros hermanos, y desde donde salimos a evangelizar el mundo (CEC 174-306). 

Marcel LeJeune, católico evangelizador, autor de varios libros y fundador del programa Catholic Missionary Disciples, afirma que "la comunidad, en el ámbito católico, debe parecerse más a una familia que a un club, no se trata de estar de acuerdo o de llevarse bien, sino de quererse y cuidarse unos a otros, incluso a aquellos a quienes no te gustan o no les gustas. Así lo hacían los primeros cristianos, que vivían en una comunidad, se reunían regularmente, rezaban juntos, se servían y responsabilizaban los unos de los otros y se conocían entre ellos".

Por ello, no podemos llamarnos discípulos cristianos si no nos comprometemos y nos involucramos en la vida parroquial, si no hacemos a la parroquia como propia, no sólo porque no cumplimos la misión que el Señor nos encomienda, sino porque además no desarrollamos un sentido de pertenencia ni construimos una auténtica comunidad cristiana. 

¿Qué define a una auténtica comunidad cristiana?
Una auténtica comunidad cristiana es un grupo de discípulos cristianos con una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y espíritu (Flp 2,2; Hch 4,32).
La comunidad aporta un sentido de "pertenencia", una "identidad" que nos capacita para el servicio, priorizando las cosas importantes y anteponiendo a Dios a todo. El discipulado nos forma en la fe, nos anima a mostrar el amor de Dios a los demás y a perseverar en la esperanza del Reino de Dios.

Sin embargo, sucede que, con relativa frecuencia, los cristianos disfrutamos (pasión) con las cosas de Dios (misión), acudimos a maravillosas vivencias espirituales (a un retiro, a un grupo, a un movimiento, a una peregrinación..), pero éstas no pasan de ser experiencias pasajeras o efímeras en la medida en que no nos comprometemos, que no sentimos la comunidad como propia.

Y es que sucede que nos limitamos a ir de un sitio a otro, de parroquia en parroquia, de retiro en retiro, de grupo en grupo... "Hacemos cosas" pero no "somos" discípulos porque no maduramos ni crecemos... "Caminamos" pero quizás no hacia nuestra meta (visión). Nos conformamos con tener una "fe de biberón" pero no pasamos a una "fe de solomillo" con la excusa de no tener todavía "dientes", de "no estar preparados", es decir, no nos formamos como discípulos.

¿Qué define a un discípulo misionero? 
Discípulo es el quien ha tenido un encuentro profundo e íntimo con Jesús, vive y desarrolla su conversión con una clara visión, se forma, se compromete en la comunidad y sirve en la misión.
Y para comenzar a serlo, es necesario formarse en la fe con los sacramentos de iniciación cristiana ("bautizándolos y enseñándoles"). 

Se trata de una formación continuada en el tiempo porque nunca dejamos de aprender y de conocer a Dios; nunca dejamos de ser discípulos. 

Y en la medida que hacemos discípulos, somos discípulos misioneros, es decir, nos convertimos en instrumentos de Cristo para llevar a todos el misterio de la salvación.

¿Cómo lo hacemos?
  • Tomando la iniciativa: ser trata de "salir de nuestra zona de confort y liderar", aún estando "mal equipados", o sin tener experiencia, o incluso siendo "nuevos o inexpertos". No podemos esperar a que otros actúen por nosotros. Es necesario que alguien comience a formarse y a formar discípulos misioneros que edifiquen verdaderas comunidades cristianas.
  • Rezando juntos: se trata de abrirnos "al poder de Dios" y lograr un impacto espiritual en la vida de los demás, de comprometernos a rezar con y por aquellos que deseamos tener en la comunidad, incluso por quienes aún no conocemos. 
  • Invitando con sentido: se trata no sólo de invitar a alguien a un grupo, a un retiro o a una parroquia, sino de demostrar que esa persona nos importa y que queremos que forme parte de nuestra vida, de nuestras amistades cristianas, de nuestra comunidad. No es algo que haya que pensar mucho, tan solo hay que hacerlo.
  • Invirtiendo en otros: El "verdadero objetivo" está "en la inversión" de tiempo y de compromiso con otros y, por tanto, con la comunidad parroquial. Se trata de tener visión a largo plazo y una firme voluntad de servir en y a la comunidad.
  • Mirando a Jesús y haciendo lo que Él hizo: Él tomó la iniciativa por los suyos, rezó por ellos, les invitó e invirtió en ellos. Pasó tiempo con la gente, hizo crecer las relaciones, desafió a otros, les dio responsabilidades, los dejó fracasar y los perdonó. Se trata de relacionarse con la comunidad y de no quedarse "en la superficie", de conocerse y generar confianza, de compartir experiencias, de apoyarnos en los problemas y alegrarnos en los éxitos.
¿Qué define a una correcta visión? 
Una vez tenemos claro qué hacer (discípulos) y qué ser (comunidad), es necesario saber para qué hacerlo y serlo (visión).
La meta de un discípulo no es sólo "hacer" cosas, formarse, comprometerse o servir. Estos aspectos son medios o instrumentos que el Señor nos propone para cumplir la misión encomendada. 

El verdadero objetivo de todo discipulado y de toda comunidad cristiana es alcanzar la santidad, la propia y la de los demás. Esa es la visión que todo discípulo debe vivir, y vivirla con pasión.

No obstante, a muchos cristianos les sobrepasa y les atemoriza el término "santidad", lo ven como una utopía y piensan que sólo está al alcance de unos pocos. Pero esto no es verdad: Dios nos dice: "Sed para mí santos, porque yo, el Señor, soy santo" (Lv 20,26), "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

La santidad no es otra cosa que dejarse transformar por Dios, ser humilde y manso de corazón, cooperar con la gracia del Espíritu Santo, "dejándose hacer" para "renacer": "Confiad plenamente en la gracia que se os dará en la revelación de Jesucristo. Como hijos obedientes, no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos, porque yo soy santo" (1 P 1,13-16).

lunes, 1 de septiembre de 2025

¿PIEDRAS EN ASCUAS O LADRILLOS COCIDOS?

"También vosotros, como piedras vivas, 
entráis en la construcción de una casa espiritual 
para un sacerdocio santo, 
a fin de ofrecer sacrificios espirituales agradables a Dios 
por medio de Jesucristo. 
Por eso se dice en la Escritura: 
Mira, pongo en Sión una piedra angular, elegida y preciosa; 
quien cree en ella no queda defraudado. 
Para vosotros, pues, los creyentes, ella es el honor, 
pero para los incrédulos la piedra que desecharon los arquitectos 
es ahora la piedra angular, 
y también piedra de choque y roca de estrellarse; 
y ellos chocan al despreciar la palabra. 
A eso precisamente estaban expuestos. 
Vosotros, en cambio, sois un linaje elegido, un sacerdocio real, 
una nación santa, un pueblo adquirido por Dios 
para que anunciéis las proezas del que os llamó 
de las tinieblas a su luz maravillosa."
(1 Pe 2,5-9)

Escribo este artículo como continuación al de ayer, reflexionando sobre lo que hacemos con los distintos métodos evangelizadores que ponemos en práctica y discerniendo si dan (o deben dar) fruto inmediato o duradero.

Sin duda, los diferentes métodos de Primer Anuncio y Nueva Evangelización son poderosas experiencias que "reavivan" a los cercanos  y "prenden" a los alejados, pero no están exentos de "carencias" que impiden la conversión pastoral de las parroquias que los realizan. Prueba de ello son la:
  1. Falta de discipulado. Si las parroquias sólo reciben y acogen a las personas que llegan, pero no ofrecen un itinerario catequético y sacramental para convertirse en discípulos maduros, se acabarán "desinflando" y, entonces se produce el estancamiento espiritual.
  2. Falta de comunidades misionerasSi las parroquias se estancan porque se confunde camino con meta y no se construyen auténticas comunidades misioneras, todo tiende a volver a donde estaba, y entonces vuelven a ser una Iglesia de mantenimiento.
  3. Falta de visión. Si la parroquia pierde su pasión y su visión misioneras, y vuelve "a lo de siempre", a la "casilla de salida", las personas terminan regresando a sus "cosas" o marchándose a otros lugares, y entonces dejan de suscitar vocaciones y santos.
Lo que define nuestro modelo de parroquia no es lo que decimos sino lo que hacemos. Hacer Emaús, Effetá, Alpha, Proyecto de Amor Conyugal, Lifeteen, Seminarios de Vida en el Espíritu o lo que sea... con el único propósito de tener más gente en la parroquia y hacer lo de siempre, termina por agotarnos y por agotarse.

A estas alturas de la película, todos sabemos (o deberíamos saber) que los métodos no son un fin en sí mismo, sino el primer paso en el camino de una conversión personal, que consiste en cambiar la estructura mental y existencial, pero también de una conversión comunitaria, que consiste en cambiar la estructura de una Iglesia de llegada a la de una Iglesia en salida.

Ocurre que la mayoría de las parroquias que utilizan estos métodos no se preocupan demasiado por el fruto duradero, que es con el que damos gloria a Dios y como nos convertimos en discípulos de Cristo (cf. Jn 15,8.16). El fruto abundante y permanente pasa por formar discípulos que creen comunidad, que sean enviados y que lleguen a ser santos.  Son las "piedras vivas", todas distintas, necesarias y con el corazón en ascuas (Lc 24,32).
Desgraciadamente y por desconocimiento, se contentan con el fruto inmediato, que es el que queda estéril (cf. Mt 13,22), es decir, se conforman con recibir nuevos asistentes impactados que llenan bancos pero que no maduran ni se relacionan con otros miembros, salvo con los de su grupo. Son los "ladrillos cocidos" todos iguales, prescindibles y escaldados (Gn 11,3-4).

Por ello, es preciso discernir cómo hacemos lo que hacemos, es decir, analizar lo que hacemos para hacerlo con sentido. Y para eso, lo primero es preguntarnos:

¿Estamos engendrando hijos en la fe, a quienes acompañamos, alimentamos, educamos y damos cobijo hasta que alcancen la madurez y puedan salir al mundo, o nos limitamos a ser "playboys espirituales" que "engendran" y "procrean", para luego despreocuparse?

¿Estamos formando discípulos que generen comunidades sanas y en crecimiento o estamos estancados? o, peor aún, ¿estamos volviendo a la casilla de salida, al punto de partida?

¿Estamos construyendo verdaderas comunidades cristianas o estamos ofreciendo una amplia carta de actividades, grupos y eventos que no son transversales ?

¿Estamos suscitando vocaciones que testimonien su fe y su santidad para la salvación del mundo o estamos fabricando "buenas personas" sin más? 

¿Estamos "enardeciendo piedras vivas" o nos limitamos a "cocer ladrillos"?

Formar discípulos, construir comunidades y suscitar vocaciones solo es posible si, quienes utilizamos estos métodos, nos hacemos todos corresponsables en la edificación de una Iglesia de discípulos maduros, capaces de evangelizar para llevar la salvación al mundo entero por la gracia del Espíritu Santo y caminar todos juntos hacia el cielo.
Tras el método, llega la hora de la comunidad. Y ésta no se crea sola, por el mero hecho de poner en práctica un método. Requiere de una conversión formativa, catequética y sacramental profundas, y mucho más trabajo de parte de todos (sacerdotes y laicos) que el de un fin de semana o varias semanas de encuentros puntuales.

Somos muy agraciados. Dios nos está brindando muchas oportunidades (métodos) para seguir su camino, no para que nos quedemos a la mitad. El método es el primer paso, pero el itinerario sigue por la comunidad, y sólo su crecimiento da fruto: la vocación a la santidad a la que todos los hombres estamos llamados por Dios.

"Considerad, hermanos míos, un gran gozo 
cuando os veáis rodeados de toda clase de pruebas, 
sabiendo que la autenticidad de vuestra fe produce paciencia. 
Pero que la paciencia lleve consigo una obra perfecta, 
para que seáis perfectos e íntegros, sin ninguna deficiencia. 
Y si alguno de vosotros carece de sabiduría, pídasela a Dios, 
que da a todos generosamente y sin reproche alguno, 
y él se la concederá. 
Pero que pida con fe, sin titubear nada, 
pues el que titubea se parece a una ola del mar 
agitada y sacudida por el viento"
(Stg 1,2-6)

domingo, 13 de julio de 2025

ISLAS QUE FORMAN UN ARCHIPIÉLAGO

"Sobrellevaos mutuamente con amor, 
esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu 
con el vínculo de la paz. 
Un solo cuerpo y un solo Espíritu, 
como una sola es la esperanza de la vocación 
a la que habéis sido convocados. 
Un Señor, una fe, un bautismo. 
Un Dios, Padre de todos, que está sobre todos, 
actúa por medio de todos y está en todos. 
A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia 
según la medida del don de Cristo" 
(Ef 4,2-7)

Existe una gran diferencia entre ser un grupo y ser una comunidad: los grupos son un conjunto de personas que comparten intereses, actitudes y creencias comunes; las comunidades, además, implican una relación entre las personas y entre los grupos.

Muchas parroquias que están formadas por un cúmulo de personas, de grupos, de realidades diferentes que hacen cosas distintas con buena intención pero, por desgracia, no son comunidad porque no están intercomunicadas ni interconectadas. Establecen instancias autónomas que no buscan "abrirse" a otras, sino permanecer como "islas separadas" en medio de un océano, que viven de la "pesca" individual pero sin compartirla con el resto de las islas, que trabajan con autosuficiencia, siempre dentro de los límites de su "zona costera". En definitiva: "son islotes aislados que no se relacionan".

Sin embargo, todas estas "islas" forman parte de un archipiélago, que es la comunidad cristiana. Tienen un mismo objetivo, forman un "todo" unitario y mantienen una dependencia unas de otras. 
Los primeros cristianos vivían en comunidad, se reunían regularmente, rezaban juntos, se servían unos a otros, se responsabilizaban los unos de los otros y se conocían entre ellos.  Se relacionaban entre ellos y con otras comunidades. Eran "islas" que formaban un "archipiélago" unido e interdependiente en medio de un hostil "océano": el imperio romano.

Soy un firme defensor de los grupos pequeños dentro de las parroquias, de catequesis, de oración, de formación bíblica, de matrimonios, de jóvenes, de evangelización...pero no existe cristianismo sin comunidad ni caridad sin relación, no existe evangelización sin unión ni encuentro con Cristo sin relación con el resto de nuestros prójimos. 

Podemos tener parroquias con muchos grupos y con muchas actividades pero, sin interrelación, sin vínculos entre ellos, no existe una verdadera comunidad de fe.
Por eso, para crear una verdadera y sólida comunidad cristiana que vincule y relacione a los distintos grupos parroquiales se requiere una "CEPA" mediante personas que actúen transversalmente a modo de vínculos entre ellos, a modo de "puentes" entre unas islas y otras. Una "CEPA" formada por:

Celebraciones conjuntas
Es necesario animar a celebrar todos juntos los sacramentos y, sobre todo, asistir a los momentos cumbres del año litúrgico (Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua, etc.) para que todos fortalezcan su sentido de pertenencia a la comunidad. 

Espacios de encuentro y diálogo
Es preciso organizar retiros, convivencias, conferencias, peregrinaciones, eventos, etc. que permitan a los diferentes miembros de la parroquia conocerse y construir relaciones sólidas de amistad y fraternidad.

Participación activa y comprometida
Es vital que invitemos a los todos los miembros de la parroquia a involucrarse y a comprometerse en las distintas actividades: grupos de liturgia, de catequesis, de voluntariado, de música, de oración/adoración, de matrimonios, de jóvenes, de mayores, etc. 

Acogida y cercanía
Es importante acoger a todos los que forman la parroquia con independencia de cuál sea su grupo, edad, situación o realidad personal. En la parroquia todos son "de los nuestros", todos somos hermanos de la misma familia. No podemos ser "hijos mayores" que no se alegran por la llegada de otros "hijos pródigos".

Crear comunidad es el único modo de edificar una parroquia (el archipiélago) formada por grupos unidos y sólidos (las islas) que cumplan con la misión de la Iglesia (el continente) de hacer presente el Reino de Dios en la tierra (la pesca) y cuyo objetivo es caminar juntos al cielo (el destino final).


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jueves, 18 de julio de 2024

¿CÓMO GESTIONAR LOS FRUTOS ESPIRITUALES DE UN RETIRO?

"No temas, porque yo estoy contigo; 
no te angusties, porque yo soy tu Dios. 
Te fortalezco, te auxilio, 
te sostengo con mi diestra victoriosa"
(Is 41,10)

Desde hace ya unos años, vivimos una gran efusión de Espíritu Santo que se derrama a través de retiros y encuentros espirituales de nueva evangelización como Emaús, Effetá, Alpha, Cursillos o Seminarios de Vida en el Espíritu, en los que las personas descubren o redescubren a Dios y salen transformadas.

Sin embargo, muchas de ellas no terminan de arraigar en parroquias o en movimientos eclesiales, bien por falta de compromiso o por exceso de individualismo, que tan habitual es en nuestra sociedad posmoderna (también en las parroquias). Otras, se unen a una comunidad, a un movimiento o a un servicio pero mantienen una mentalidad inmadura, de consumidor, y de poco avance espiritual. 

Disfrutan de una misma comida una y otra vez, pero con poco provecho y escaso desarrollo. Repiten un mantra una y otra vez (y muchos tópicos espirituales) sin saber lo que significa o el motivo por el que lo hacen. Y así, su vida espiritual se convierte en una espiral de repeticiones agradables pero carentes de verdadero sentido cristiano.

Tienen maravillosas experiencias de Dios, es cierto, pero son pasajeras. Se sienten muy cómodos y a gusto ejerciendo como buenos cristianos en un ambiente favorable y cómodo, pero por un tiempo limitado, con escaso crecimiento y con limitado compromiso.
Por ello, todos los que nos encontramos inmersos en estos métodos de primer anuncio nos enfrentamos ante el reto de dar respuesta al avivamiento de todas estas personas que llegan o que vuelven a la Iglesia para que sigan (sigamos) el camino y no desvíen (desviemos) la mirada de nuestro Señor. 

Indudablemente, todos estos métodos de evangelización mencionados anteriormente funcionan porque son obra de Dios, pero surge la gran pregunta de siempre: ¿y después qué? ¿qué debemos hacer a nivel individual y comunitario?

En mi opinión y por propia experiencia, lo primero que debemos plantearnos es cómo gestionar el fruto que estos métodos producen. Se trata de evitar la dispersión en experiencias de fin de semana, los activismos interminables, con escasos compromisos personales y comunitarios, y, en la mayoría de las ocasiones, con limitado o nulo crecimiento espiritual.

Creo que nos encontramos ante un momento de transformación parroquial donde sacerdotes y laicos debemos remar juntos y al unísono para generar nuevas y auténticas comunidades cristianas, que no se parezcan en nada a las existentes, de mucho cumplimiento y poco entusiasmo, de mucho pasado y poco futuro (por desgracia), y que recuperen el fervor y la unidad de las primeras comunidades cristianas.

Es preciso plantearse, de un modo serio, esta renovación parroquial y encontrar los procesos que la lleven a cabo de verdad, analizar los que funcionan y los que no, tanto de forma individual como comunitaria, estar pendientes a lo que el Espíritu Santo nos suscita y no a lo que, desde un razonamiento humano, nos parece que tenemos que hacer. 

Estoy hablando de discipulado, de formación, de compromiso, de servicio, de acogida...de discernir y comprender cuál es el rol que cada uno debe desempeñar dentro de la Iglesia y que, desde luego, no es un invento nuevo sino que lleva escrito más de dos mil años. 

Se trata de plantearse no tanto qué puede hacer la parroquia (o Dios) por mí sino qué puedo hacer yo por la parroquia (o por Dios). O mejor dicho...de preguntar: "Señor ¿qué quieres de mí?".
Como ya he mencionado en otros artículos, para construir comunidades cristianas auténticas, vivas, comprometidas y en continuo crecimiento es necesario que todas las personas que las integren tengan una misma visión, misión y pasión, un mismo corazón y un mismo espíritu. Algo que tampoco es nuevo ni original puesto que las iglesias cristianas del primer siglo tenían precisamente todo eso pero que, desgraciadamente, hemos perdido con el paso de los siglos.

Un cristiano que ha tenido un encuentro real con el Señor y que quiere ser un verdadero discípulo de Cristo, debe crecer y madurar en la fe, convertirse continua y diariamente, formarse en el discipulado, mientras se compromete en la comunidad y sirve en la misión.

Un verdadero discípulo tiene una identidad, un sentido de "pertenencia", de "corresponsabilidad" con una comunidad, grupo, carisma, espiritualidad o movimiento que le capacita para el compromiso y para priorizar lo importante.

Un auténtico seguidor de Cristo reza continuamente, vive eucarísticamente y camina escuchando la Palabra de Dios. No valen excusas ni pretextos para no crecer o madurar: el cristianismo es una forma de vida no un pasatiempo del que disfruto de vez en cuando.

Son sólo algunas ideas...hay más... pero, ante todo y lo primero que debemos preguntarnos ¿para qué hago lo que hago? ¿a quién sirvo? ¿a Dios y al prójimo? o ¿a mi mismo y a mi conciencia?

JHR


jueves, 16 de septiembre de 2021

LA IGLESIA DEBERÍA...

"Al ver a las muchedumbres, se compadecía de ellas, 
porque estaban extenuadas y abandonadas, 
'como ovejas que no tienen pastor'. 
Entonces dice a sus discípulos: '
La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; 
rogad, pues, al Señor de la mies 
que mande trabajadores a su mies'" 
(Mt 9,36-38)

Sin duda, una de las mayores y graves preocupaciones actuales de la Iglesia es la falta de vocaciones religiosas, tanto al sacerdocio como a la vida consagrada. Y la pregunta inmediata es ¿cómo hemos llegado a esto?

Basta con "echar un vistazo" a nuestro alrededor. La falta de vocaciones es una consecuencia directa de la secularización y descristianización del mundo, en general y de nuestra sociedad occidental, en particular. El hombre, al negar y alejarse de Dios, queda abandonado como "oveja sin pastor".

Esta "negación", o cómo mínimo, este "alejamiento" de Dios ha provocado además la consiguiente disminución de fieles en las parroquias, es decir, la ausencia de "comunidades vivas" que puedan suscitar vocaciones.

¿Cómo pueden las comunidades suscitar vocaciones?
 
No se trata tanto de "importar" sacerdotes de otros continentes o de "asumir" consagrados de otros lugares. Tampoco de formar y adiestrar "aceleradamente" diáconos permanentes que "echen un cable" dentro del orden sacerdotal. Esas... no son soluciones definitivas, son respuestas humanas del todo insuficientes. 

La Sagrada Escritura nos da la pauta para que se susciten vocaciones, mostrándonos el ejemplo de la Iglesia del primer siglo: "perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones" (Hch 2,42).

Lo primero y más importante es... rezar. En el mundo falta oración. Y en la Iglesia, quizás, también. San Pablo nos exhorta: "Sed constantes en orar" (1 Tes 5,17). La Iglesia debería rezar más constantemente...para ser esa Esposa que ruega al Esposo que "envíe trabajadores a su mies" porque "las muchedumbres están extenuadas y abandonadas"... para ser la Servidora que le insiste al Señor "No tienen vino".
Lo segundo es salir. En el mundo falta acción. La Iglesia no puede quedarse de "brazos cruzados"...esperando...porque muchos están cansados y perdidos en la oscuridad y no conocen el camino. La Iglesia debería salir a buscar a sus hijos pródigos, para ser esa Madre con los brazos abiertos y el corazón dispuesto a amarlos. 
Lo tercero es acoger. En el mundo falta aceptación. Vivimos una "cultura del descarte" en la que se conceptúa a las personas como objetos que se desechan. La Iglesia debería acoger a todos en la comunidad. Y la mejor forma de hacerlo es atendiendo las necesidades de las personas: las materiales, a través de la caridad; y las espirituales, a través de los sacramentos y la dirección espiritual.
¿De qué sirve que una Madre rece y salga a buscar si, luego, en casa no atiende a sus hijos? ¿De qué sirve que una Madre reciba a "los pequeños, a los huérfanos y a las viudas" si luego no les presenta al Padre?

¿Cómo van a escuchar la llamada de Dios si no le conocen? 

Jesús dio un mandato claro e inequívoco a su Iglesia: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt 28,19-20). El Señor nos pide que le demos a conocer.

Lo cuarto es enseñarLa Iglesia debería enseñar. La Iglesia como Maestra y Doctora, no puede guardarse la Buena Noticia que Cristo le ha confiado. Debe comunicarla al mundo. Debe formar corazones para Cristo. Debe hacer discípulos. 
Los hombres de hoy no saben cómo encontrar a Dios ni cómo comunicarse con Él. Quizás ni tan siquiera crean en Él...Entonces ¿cómo van a escuchar la llamada de Dios si no creen en Él, si no le conocen, si no se comunican ni se relacionan con Él? ¿cómo van a amar a Quien no conocen? 

San Pablo se pregunta lo mismo: "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; ¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; ¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? y ¿Cómo anunciarán si no los envían?" (Rom 10,14-15).

¿Cómo enseñar a relacionarse con Dios? 

Primero, suscitando la necesidad de rezar. Desde que nace, el hombre es un ser "necesitado". Su primera y principal necesidad, es la necesidad de Dios, de hablar con Él, de comunicarse con Él. 

Ese anhelo de establecer una relación con su Padre y Creador, aunque impreso en su corazón, a veces le es desconocido o extraño, porque nadie se lo ha mostrado, porque nadie se lo ha enseñado. 

Después, originando el hábito de rezar. Dado que el hombre también es un ser "de costumbres", necesita disponer de su tiempo y espacio para realizar las actividades que necesita. Necesita "habituarse" a la oración. Y para ello, necesita buscar el momento y lugar adecuados para hacerlo.

¿Dónde enseñar a rezar? 

El primer ámbito de intimidad con Dios es la "Iglesia familiar". Si no enseñamos a rezar en casa a nuestros hijos ¿cómo van a conocer a Dios? Y si no le conocen ¿cómo van a amarle? Y si no le aman ¿cómo van a servirle?

El segundo ámbito de contacto con Dios es la "Iglesia docente". Si no enseñamos a rezar en nuestros colegios a nuestros hijos ¿cómo van a seguirlo? Si no les enseñamos a adoptar hábitos de oración y a perseverar en la fe ¿cómo van a vencer las tentaciones materialistas del mundo?

El tercer ámbito de encuentro con Dios es la "Iglesia comunitaria". Si no llevamos a nuestros hijos a misa ¿cómo van a experimentar su amor? Si no les enseñamos a buscar a Dios ¿cómo van a encontrarse con Él?  Y si no les formamos ¿cómo van a saber de Él?

Por tanto, la Iglesia debería... todos deberíamos... 

"Estar siempre en oración y súplica, 
orando en toda ocasión en el Espíritu, 
velando juntos con constancia, 
y suplicando por todos los santos" 
(Ef 6,18)

jueves, 3 de junio de 2021

EL IMPERATIVO DEL DISCIPULADO


¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?
¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 
y ¿Cómo anunciarán si no los envían?"
(Rom 10,14-15)

Hablábamos en un artículo anterior de la necesidad de la formación cristiana: nos referíamos al discipulado. Jesús, en Mt 28,19-20, nos dice que es imperativo ir, primero, y después, hacer discípulos: "Id, pues, y haced discípulos". No hay dudas ni excusas para no hacerlo. Es Palabra del Señor. No se trata de estar aparcados en el hangar sino de conducir nuestra fe en "piloto manual".

Cristo utiliza un imperativo, "Id", para enviarnos a la misión, para salir de nuestras comodidades y rutinas, para salir de donde estamos, a buscar a los que están fuera. Y ese "id" significa, fundamentalmente, "al mundo", es decir, a todos. No hace falta salir del país para estar "en misión", ni de la ciudad ni del barrio, ni siquiera de nuestras parroquias. 

El mandato sigue con un "Pues"...para decirnos ¿a qué esperáis? El Señor no nos dice... "cuando podáis" o "cuando queráis" ni tampoco "esperad a que vengan", sino "Id ya", "ahora"... hoy mismo. Tenemos que ponernos en acción ya mismo.

La urgencia imperativa de la evangelización es palmaria y notoria en las palabras de Jesús, porque el tiempo se agota, porque los que se han alejado de Dios y de la Iglesia no se van a acercar por sí solos. Nosotros (todos) tenemos que salir a buscarlos a los caminos por donde se han perdido, incluso en aquellos que están dentro de nuestras comunidades parroquiales. 

¿Para qué ir? para "Haced discípulos". El discipulado es la razón de "ir". Significa que, una vez hemos ido en busca de los que están alejados de Dios, ya sean hermanos prójimos o hermanos mayores, tenemos que mostrarles a Cristo para que tengan una experiencia real del Resucitado. Sólo así, uno se convierte en discípulo. 
¿Cómo hacer discípulos? "Bautizándolos", es decir, lo primero de todo es introducir a quienes han experimentado a Cristo en la Iglesia, integrarles en la familia de Dios trino.  Sólo así, un discípulo se convierte en hijo de Dios.

¿Para qué bautizarles? para "enseñarles todo lo que Jesús nos ha mandado", es decir, formarles en la fe cristiana, enseñarles la doctrina de la Iglesia, configurarles en Cristo. Sólo así, un discípulo se convierte en cristiano.

Para concluir, Jesús nos asevera con rotundidad "Y sabed estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos". No es una simple frase de despedida sino una solemne afirmación de que Cristo está con nosotros, en la Iglesia. Está esperando...

Hacer discípulos en casa
Pero hoy querríamos referirnos a ir y hacer discípulos dentro de nuestras parroquias. No todos los creyentes son discípulos (Diferencias entre un creyente y un cristiano

Reconozco que mi fervor de "joven cristiano", de "hijo pródigo", de "converso" y mi pasión por Dios pueden "chocar" con algunos que son creyentes católicos hace mucho tiempo. 
Puede que algunos de mis hermanos mayores se hayan vuelto distraídos, complacientes o incluso apáticos. Puede que consideren que, por el hecho de estar en la casa del Padre, "sirviendo y sin desobedecer nunca" (Lc 15,29), tienen todo hecho, cumplido y ganado.

Puede que se hayan convertido en observadores pasivos, en cumplidores de ritos o quizás en creyentes sonámbulos. Puede que se hayan transformado en espectadores o consumidores de sacramentos y crean que han llegado ya a su máximo grado de madurez espiritual.

Puede que hayan perdido de vista sus necesidades espirituales más profundas o su interés por seguir creciendo en el amor de Dios. Puede que hayan perdido la "sed" o que hayan puesto su fe en "piloto automático". No lo afirmo, tan sólo digo que..."puede".

Lo que sí afirmo es que el crecimiento espiritual de una comunidad parroquial es su característica más importante y su objetivo principal. 

Un cristiano siempre está deseoso de crecer; un seguidor de Cristo siempre está ávido por aprender de Él; un discípulo siempre está sediento de una relación más profunda con Cristo; un cristiano siempre está dispuesto a comprometerse más con Él y siempre está presto a ofrecerle su corazón. Si no es así...es que su corazón no arde...es que algo falla.

El discipulado es...
El discipulado es un proceso que dura toda la vida, un camino de profundización en la relación con Jesucristo, un viaje y no un destino en el que siempre es posible aprender y crecer, madurar y profundizar espiritualmente. 

El discipulado no tiene como objetivo buscar personas para "llenar huecos", ni buscar voluntarios para "hacer cosas", ni buscar feligreses para "aligerar cargas" al párroco. El discipulado es la base del crecimiento espiritual individual y colectivo de una parroquia

El discipulado es el foco central de una comunidad vibrante y entusiasta en la que sus miembros descubren y potencian los dones y talentos que Dios les ha dado, y los ponen a Su servicio. 
El discipulado supone la continua renovación espiritual y pastoral de toda la parroquia a través del compromiso individual y colectivo, y que conduce a la edificación de una comunidad cristiana espiritualmente madura, sólida e inspiradora.

El discipulado conduce hacia la adopción de un fuerte sentido de pertenencia, de unión y de identificación con la comunidad. 

El discipulado crea un efecto contagioso que se expande a las relaciones, no sólo entre las personas sino con Dios, y que traspasan las paredes de la parroquia. El discípulo no acude sólo a la Eucaristía en el templo sino que vive una vida eucarística.

Tener un plan de discípulado
Pero, por sí mismo, participar activamente en las actividades parroquiales no contribuye a un crecimiento del amor a Dios y a los hermanos ni garantiza un mayor compromiso con Cristo. 

Es necesario, primero, evaluar nuestra parroquia ¿En qué tiene que crecer?

En segundo lugar, elaborar un plan de discipulado ¿Qué hacer y quién debe hacerlo? revisarlo continuamente ¿Produce frutos? 

En tercer lugar, buscar los talentos que Dios ha colocado entre los bancos de la parroquia ¿Dónde están? y ponerlos a rendir ¿Nos sigues?

En cuarto lugar, exhortar a todos a dar el siguiente paso ¿Hacia dónde vamos? es decir, todo debe conducir al encuentro con Cristo.

El discipulado favorece poderosamente el crecimiento espiritual, conduce hacia un mayor compromiso y generosidad, genera un "efecto dominó", provoca una mayor participación y aportación de recursos humanos y materiales, y produce un mayor sentido de unión y comunidad fraterna...nos hace "sentirnos en casa".

¿Vamos, pues, y hacemos discípulos?

sábado, 17 de agosto de 2019

EL CRECIMIENTO EFICAZ DE LA IGLESIA PRIMITIVA


El libro de los Hechos de los Apóstoles nos enseña el modelo de expansión milagrosa y crecimiento eficaz de la Iglesia que empieza a raíz de Pentecostés, con la venida del Espíritu Santo. 

Al principio, la Iglesia contaba con, al menos, 120 creyentes, que oraban constantemente. "Todos ellos hacían constantemente oración en común con las mujeres, con María, la madre de Jesús, y con sus hermanos. Un día de aquellos, en que se habían reunido unos ciento veinte" (Hechos 1, 14-15).

Tras Pentecostés, las conversiones se producían continuamente y los cristianos aumentaban exponencialmente, llegando a 3.000 bautizados."Y los que acogieron su palabra se bautizaron; y aquel día se agregaron unas tres mil personas."
(Hechos 2, 41).

El número de cristianos había crecido hasta los 5.000. "Muchos de los que oyeron el discurso creyeron; y el número de los hombres llegó a unos cinco mil." (Hechos 4, 4). Si contamos a las mujeres y a los niños, la iglesia tenía al menos 15.000 personas.
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Los cristianos seguían creciendo en numero y se producían muchos milagros. "Y el número de hombres y mujeres que creían en el Señor aumentaba cada vez más. De las aldeas próximas a Jerusalén acudía también mucha gente llevando enfermos y poseídos por espíritus inmundos, y todos eran curados." (Hechos 5, 14-16). "La palabra de Dios crecía, el número de los fieles aumentaba considerablemente en Jerusalén, e incluso muchos sacerdotes abrazaban la fe." (Hechos 6, 7).

La Iglesia crecía y, a la vez, era perseguida. La persecución hizo que los cristianos se dispersaran por todo el mundo conocido, produciendo así la expansión de la fe cristiana.

Uno de los mas fervientes perseguidores de los cristianos fue Saulo, quien, camino de Damasco, se convirtió milagrosamente. Y así, nació en la Iglesia la gran figura del Apóstol de los Gentiles, San Pablo, que llevó el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra.

Con la predicación de San Pablo, la Iglesia de Cristo crecía y se multiplicaba, pasando de los judíos a los gentiles. "Mientras tanto la palabra del Señor crecía y se multiplicaba." (Hechos 12, 24). "La palabra del Señor se difundía por todo el país." (Hechos 13, 49). 
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Con los viajes evangelizadores de San Pablo, se fundaban muchas iglesias y se instituían presbíteros. "Instituyeron presbíteros en cada Iglesia" (Hechos 14, 23). "Muchos judíos abrazaron la fe, así como gran número de paganos, mujeres distinguidas y hombres." (Hechos 17, 12).

Hechos 21,20 nos relata que la Iglesia contaba con decenas de miles de cristianos. Podríamos estar hablando probablemente  de 50.000 a 100.000 cristianos.

En sólo 25 años, la Iglesia de Cristo creció y creció de forma milagrosa. ¿Por qué? ¿Cuál fue la razón de este crecimiento?

La clave del crecimiento 

En Hechos 5, 42 nos da la clave de este crecimiento: "Todos los días pasaban tiempo en el templo y en una casa tras otra. Nunca dejaron de enseñar y decir las buenas noticias de que Jesús es el Mesías". 
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Se reunían en grupos  grandes en el templo para el culto y proclamar la Palabra, y en grupos pequeños en casas para hacer comunidad y formarse. 

Este modelo bíblico tan eficaz todavía funciona hoy pero apenas lo utilizamos. Si queremos que nuestras parroquias crezcan, tenemos que reunirnos en grupos pequeños para afianzar la comunidad, y en grupos grandes, para alabar a Dios. Y sobre todo, "nunca dejar de enseñar".

¿Qué hicieron estos primeros grupos pequeños? ¿Cuáles fueron los pilares sobre los que se construyó y creció la Iglesia de Cristo?

Discipulado

Los apóstoles ponían en práctica el mandato de Cristo "Haced discípulos". Enseñaban en el templo el domingo, y la gente estudiaba sus enseñanzas con mayor profundidad en sus hogares. 

No dejaban de enseñar y de anunciar la Buena Nueva ni un solo día. Al hacerlo, todos crecían y maduraban espiritualmenteAquí está la cuestión: anunciamos a Jesús pero no enseñamos acerca de Él. Y sin alimento, no se puede madurar.

La formación es nuestra asignatura pendiente. Y lo es porque la damos por hecho, y mucha gente desconoce aspectos doctrinales básicos.  La fe que no se enseña ni se comparte, se pierde.

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"Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles." 
(Hechos 2, 42)

"No dejaban un día de enseñar, en el templo y en las casas, 
y de anunciar la buena noticia de que Jesús es el mesías." 
(Hechos 5,42)

Comunidad

Eran constantes. Perseveraban. Hacían comunidad. Vivían en fraternidad y unidad. Compartían todo.

Comían juntos y desarrollaban relaciones entre sí. Alababan a Dios y eran bendecidos con su gracia.

¡Cuántas veces nuestra inconstancia y falta de compromiso hace que nos rindamos! ¡Cuántas veces miramos hacia otro lado ante las necesidades de nuestros hermanos! ¡Cuántas veces "consumimos" una fe particular y privada! ¡Cuántas veces chismorreamos y juzgamos a los demás creando división!
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"Eran constantes en la unión fraterna (...).
Todos los creyentes vivían unidos y lo tenían todo en común. 
Vendían las posesiones y haciendas, 
y las distribuían entre todos, 
según la necesidad de cada uno". 
(Hechos 2, 42 y 45)

"Partían el pan en las casas, 
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 
alabando a Dios y gozando del favor de todo el pueblo. 
El Señor añadía cada día al grupo 
a todos los que entraban por el camino de la salvación." 
(Hechos 2, 46 y 47)

Adoración

Estos primeros grupos pequeños de cristianos participaban en la comunión y adoraban juntos en el templo. Iban todos los días. Vivían la Eucaristía.

Los Apóstoles perseveraban en  la oración, en el culto y la proclamación de la Palabra.

¡Cuántas veces nos olvidamos de rezar! ¡Cuántas veces acudimos a misa pero estamos "ausentes", pensando en nuestras cosas!
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"Todos los días acudían juntos al templo
(Hechos 2, 47)

"Nosotros perseveraremos en la oración y en el ministerio de la palabra" 
(Hechos 6, 4)

Servicio

Se ayudaban los unos a otros por caridad. Vendían sus posesiones para ayudar a los que lo necesitaban. Se apoyaban mutuamente.

Todo lo tenían en común. No había mendigos ni indigentes. Repartían todo a quienes tenían necesidades.

¡Cuántas veces vamos cada uno a lo nuestro! ¡Cuántas veces acaparamos "nuestras cosas" y no las compartimos! ¡Cuánto nos cuesta repartir nuestros dones y nuestros recursos con los demás!
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"Vendieron propiedades y posesiones para dar a cualquiera que lo necesitara" 
(Hechos 2,45)

"Todos los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma, 
y nadie llamaba propia cosa alguna de cuantas poseían, 
sino que tenían en común todas las cosas(...) 
No había entre ellos indigentes, 
porque todos los que poseían haciendas o casas las vendían, 
llevaban el precio de lo vendido, lo ponían a los pies de los apóstoles
 y se repartía a cada uno según sus necesidades." 
(Hechos 4, 32, 34 y 35)

Evangelización

Anunciaban la Palabra de Dios y evangelizaban. No podían callar lo que habían visto y oído.

Los Apóstoles no se quedaban quietos. Iban y evangelizaban por todas las aldeas. Era, en efecto, una "Iglesia en salida".

Si las personas se convertían a la fe en Cristo diariamente, ¡eso significa que la Iglesia veía al menos 365 conversiones al año! Dios bendecía estos grupos haciendo crecer el número de creyentes todos los días.

¡Cuántas veces pensamos que eso de evangelizar es labor de curas! ¡Cuántas veces creemos que eso no va con nosotros! ¡Cuántas veces preferimos la propia comodidad frente al sacrificio por otros!
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"Nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído (...) 
y anunciaban con absoluta libertad la palabra de Dios." 
(Hechos 4, 20 y 31)

"El Señor añadía a su número todos los días a los que se salvaban". 
(Hechos 2, 47)

¿Por qué fue eficaz?

La Iglesia Primitiva fue eficaz porque:

la fundó Jesucristo.
- estaba llena del Espíritu Santo. 
- era un estilo de vida de amor y alegría.
- estaba unida y utilizaba los dones de todos.
vivían la Eucaristía y rezaban a diario.
se formaban y testificaban con su vida.
todos eran apóstoles misioneros.
compartían todo y se ayudaban mutuamente.
- creaban comunidad en grupos.

Estos pequeños grupos que describe el libro de Hechos constituyeron un microcosmos dentro de la Iglesia. Células evangelizadoras que multiplicaron la gracia de Dios, desde lo pequeño a lo grande, desde el interior al exterior, haciendo crecer y fructificar a la Iglesia.

Y lo hicieron a través de los cinco propósitos de la Iglesia: Adoración, Comunidad, Discipulado, Servicio y Evangelización. 

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La Iglesia actual debe fijarse en la primitiva. Sólo si tenemos a Cristo como centro y nos llenamos de Espíritu Santo, pueden ocurrir milagros. 

Sólo si aplicamos los cinco propósitos de la Iglesia de forma natural, el crecimiento será automático y exponencial. Sólo si existe amor y alegría entre nosotros, los demás querrán tener lo que nosotros tenemos y unirse a nosotros. 

¿Ponemos esos propósitos en marcha en nuestras parroquias? ¿Imitamos el modelo de la Iglesia primitiva para que crezca nuestra Iglesia? ¿Seguimos nosotros hoy escribiendo el libro de los Hechos de los Apóstoles?