¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 1 de junio de 2016

BAJAR DEL MONTE TABOR




Subir al monte Tabor es fatigoso, pero asciendes con ilusión y con expectativas. Una vez que lo consigues... te sientes un privilegiado al experimentar personalmente y con gozo, el rostro glorioso y resplandeciente de Cristo ¡Qué bien se está allí junto al Señor! 

Subir es aprender a obedecer los mandamientos, a cumplir la ley y a confesar la fe en Jesús como nuestro salvador. Pero hay algo mucho más importante: Debemos subir al Tabor para descubrir a Jesús, para verle con los ojos del corazón.

Algunos han subido y allí permanecen, asombrados y maravillados, calentitos y a gusto. Lo difícil es bajar, pues la tentación de todos es permanecer en la montaña, saboreando esta gloriosa experiencia espiritual y quedarnos allí para siempre con Él, plantando nuestras tiendas, privatizando a Jesús en busca de nuestra propia santidad.

Pero lo que debemos entender es que esta experiencia-cumbre es momentánea, que esta gracia de iluminación espiritual no es un fin en sí mismo, sino un don que nos ha sido regalado para fortalecer nuestra fe en el difícil camino que aún debemos recorrer. 

Subir al monte es necesario, pero quedarse allí es una equivocación. Cristo nos llama a bajar, a dejarnos vencer, a dejarnos transformar por el amor de Dios.

Bajar del monte es comprender el sentido de la vida que nos muestra el Señor y acompañar a los que sufren, a los perdidos en lo profundo de la llanura, ésa es la misión. Ser testigos de nuestra experiencia con el Señor y ser reflejos de su amor.

Bajar significa mirar hacia el mundo de una forma nueva, implica aprender a morir dando la vida. Es volver con Jesús al mundo que hemos dejado, retornando al sufrimiento y a la injusticia del valle. Pero eso sí, ahora con una nueva visión de nuestra misión: Bajar del monte para morir por los demás.

Bajar conlleva renunciar a todo, “dejarnos ir”, y re-aprender casi todo lo que antes hemos aprendido: ¡Tenemos que aprender a morir, en sentido radical, aprender a dar la vida, a vivir en, con y para los demás!

Bajar es aprender a poner nuestras vidas en manos de Dios, que promete sostenernos, guiarnos y protegernos, incluso cuando el mal amenaza con vencernos o cuando nuestra fe parece apagarse.

Seguir a Jesús implica mucho más que tener la certeza de que Él es el Mesías, significa sanarnos de nuestra ceguera espiritual, que nos impide ver las exigencias del amor que nos lleva a sacrificarnos por el Reino

Seguir a Jesús significa desprendernos de todo, dejar que pase todo, llenos y convencidos del poder del amor de Dios, negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz como parte de la búsqueda del Reino. Al igual que nuestro Señor, despojarnos de nosotros mismos, convirtiéndonos en servidores, humillándonos y siendo obedientes hasta la muerte.

La cruz y la muerte no nos debe preocupar, no nos debe atemorizar porque lo que deseamos es hacer la voluntad de Dios, que nos ha concedido estar con Él en la cumbre del monte Tabor, mirar desde arriba, a lo lejos y ver el cielo prometido, la gloria de la venida del Señor. Pero bajar, debemos bajar.



viernes, 8 de abril de 2016

SER (VIR) O NO SER (VIR): ESA ES LA CUESTIÓN



"Quien hace lo que quiere, no hace lo que debe"

La cultura occidental, enfocada en el individualismo y su libertad, difunde fundamentalmente el valor del respeto hacia la dignidad de la persona, favoreciendo su libre desarrollo y su autonomía, en detrimento de otros valores imprescindibles en el servicio, como la obediencia o la disciplina.

Cuando sirvo a otros como cristiano que soy, mi libertad individual, que lucha contra cualquier atisbo de disciplina o dependencia, corre el peligro de transformarse en relativismo (todo vale), y éste, en soberbia (porque yo lo valgo) y ésta, en rebelión al Creador (Dios no vale).

Es entonces cuando peco, al caer en una forma de idolatría y rebeldía, que no sólo no aumenta la libertad sino que esclaviza y conduce a la muerte.

¿Sirvo con obediencia y disciplina? 


Hoy, en esta sociedad, la obediencia “no se lleva”, “no es símbolo de libertad”, y la sustituimos por rebeldía; la disciplina no tiene “buena prensa”, es “políticamente incorrecta” y la interiorizamos como falta de tolerancia, flexibilidad y complacencia. 

¿Qué es la obediencia? Del latín ob audire = el que escucha, “capacidad que conduce de la escucha atenta a la acción, mediante la subordinación de la voluntad a una autoridad, a una instrucción, al cumplimiento de una demanda o la abstención de algo que prohíbe”.

¿Qué es la disciplina? Del latín discere = "aprender", “capacidad que actúa ordenada y perseverantemente para conseguir un fin”, mediante un determinado código de conducta u orden.

Mi servicio o ministerio a Dios y al prójimo requiere la presencia de ambas capacidades, las cuales a su vez, me conducen a:

  • ESCUCHA, ATENCIÓN y DILIGENCIA a quienes tienen conocimiento, experiencia, método o sabiduría. 
  • ACCIÓN aprendida e interiorizada.
  • ORDEN para que logremos los objetivos deseados.
  • ARMONÍA, porque todo guarda su lugar, su espacio y su proporción.
  • RESPETO, porque requiere que acatemos un consenso y unas directrices pactadas.
  • LÍMITE, porque un límite es una frontera que separa, pero que a la vez une.
  • COORDINACIÓN y SINCRONIZACIÓN, porque asegura la suma de todos nuestros esfuerzos complementarios y así, conseguir nuestro objetivo común.
  • EFICIENCIA, porque produce mayores resultados con menores esfuerzos.
  • SUMISIÓN e INCONDICIONALIDAD para cumplir la voluntad de la autoridad, que es, en definitiva, Dios.
  • DETERMINACIÓN y PROYECCIÓN DE METAS para saber por qué y a quién servimos.
¿A quién busco?

De la misma forma que a los primeros discípulos quienes, inseguros y dudosos, se dispusieron a seguir a Cristo, el Señor me pregunta: “¿Qué buscas?” (Juan 1, 38) y me interpela:

¿Qué busca mi corazón? ¿En qué cosas me afano? 
¿Me busco a mi mismo o busco al Señor mi Dios? 
¿Sigo mis deseos o los del que me ha dado la vida y la quiere realizar como Él quiere y conoce? 
¿Persigo mi gloria o la de Dios? ¿Obedezco a mis propias intenciones o a las ideas perfectas de Dios?
¿Cuál es mi anhelo? ¿A quién busco?

“Tu rostro buscaré, Señor” (Salmo 26, 8): ésta es mi respuesta, pues he comprendido la infinita grandeza de Dios y la soberanía de su voluntad; pero también es la respuesta de toda criatura humana en busca de verdad y felicidad. 

Hoy muchos ven negativamente toda forma de dependencia; pero es propio e innato de todo ser vivo, depender de Otro y, en la medida en que es un ser en relación, también de los otros.

Como cristiano, busco a Dios vivo y verdadero; el Dios que no he forjado yo a mi imagen y semejanza, sino el que me ha hecho a imagen y semejanza suya; el Dios que manifiesta su voluntad y me indica el caminos para alcanzarla; el Creador de quien depende mi existencia. 

La voluntad de Dios es amiga, benévola, quiere mi felicidad y mi realización, y desea mi libre respuesta de amor a su amor, para convertirme en un privilegiado instrumento de su amor infinito y misericorde.

¿Sigo a Jesús, el Hijo obediente al Padre?

Como cristiano, mi guía y mi ejemplo es Cristo, “a quien el Padre ama y se complace” (Mt 3, 17; 17, 5). Jesucristo me ha liberado por su obediencia: en Él todo es escucha y acogida del Padre (Jn 8, 28-29); toda su vida en la tierra es expresión y continuación de obediencia y disciplina al Padre hasta el punto de no hacer nada por sí mismo (Jn 8, 28), sino hacer en todo momento lo que le agrada al Padre. 

Por su “obediencia radical hasta la muerte”, “soy constituido justo” (Rm 5, 19). El rostro y el nombre de Cristo Jesús es Obediencia, Humildad y Oración.

De la misma manera, estoy llamado a seguir al Cristo obediente en mi vida cristiana como evangelizador, como instrumento de Dios o como servidor de los demás y así, obedezco y escucho como obedece y escucha el Hijo al Padre.


¿Sirvo o me sirvo?

Sirviendo sin obediencia, trabajo el doble y rindo la mitad; me disperso, exteriorizo mi desconcierto, mi caos y provoco desunión; extravío el rumbo y mis esfuerzos no se complementan con el resto del equipo; no cumplo los objetivos ni la voluntad del Señor.

Sirviendo sin disciplina, quebranto la unidad, instigo el espíritu de discordia y división, aliento los roces con los integrantes del grupo, disparo las quejas y lamentos por cuestiones menores, rompo acuerdos y normas, busco ventajas propias, hago perder el sentido de los esfuerzos conjuntos.

Sirviendo con disciplina, me convenzo de que mis ideas y soluciones no son siempre las mejores; de que no puedo hacer mi voluntad, sino la Suya; de que no siempre tengo la razón y que no son los otros quienes deben cambiar; de que no pienso sólo en mis cosas y me intereso por las necesidades de los demás.

Sirviendo con obediencia, Cristo resucitado se hace presente en mí, sigo su modelo de amor, cumplo la voluntad del Padre, me pongo al servicio del Reino y me uno fraternalmente a la familia de Dios en la tierra.

domingo, 13 de diciembre de 2015

BUSCANDO EL ROSTRO DE DIOS


 Mi corazón sabe que dijiste: Busca mi rostro. 
Y yo Señor, busco tu rostro, no lo apartes de mí. 
No alejes con ira a tu servidor, tú, que eres mi ayuda; 
no me dejes ni me abandones, mi Dios y mi salvador. 
Aunque mi padre y mi madre me abandonen, el Señor me recibirá. 
Indícame, Señor, tu camino y guíame por un sendero llano”.
(Sal 27,8-11).

Cuando vemos el rostro de una persona, estamos viendo mucho más que solo un rostro.  Podemos ver el rostro de alguien y saber si esa persona está enfadada, alegre, triste, cansada, preocupada, deprimida, herida, emocionada, enamorada, enferma, y la lista continua.  Un dicho popular dice que  “la cara es el reflejo del alma”.

El rostro de una persona revela mucho acerca de ella: sus pensamientos, su dolor, su gozo, su corazón. 

Buscar el rostro de Dios es entrar al corazón de Dios y ver lo que Él siente, lo que Él desea. Su rostro nos revela a Dios mismo, quién es, su amor, su compasión, su gracia, su cariño, su dolor, su ira.

Buscar el rostro de Dios es enfocarse en Él, en su carácter, en sus obras, en sus palabras. 

Buscar su rostro es realizar un esfuerzo para comprender sus pensamientos, es familiarizarse con Él, sobre todo en la oración, diálogo de amor entre Él y nosotros.

Buscar el rostro de Dios es ir a conocerle más, es fijar la mirada en las cosas que a Dios le agradan, lo que le hace reír, llorar, y hasta enojar.

Buscar el rostro de Dios es ver su presencia en nuestras vidas, en nuestro entorno, en la creación. Es descubrir su luz y su guía, su bondad y su cercanía, su amor y su misericordia.

Buscar el rostro de Dios es buscarle en Jesucristo, quien nos lo rebeló a lo largo de su vida con sus obras y sus palabras: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14, 9).


  “El Señor ilumine su rostro sobre ti y te sea propicio. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”. (Nm 6,25-26). Aquí se nos muestra una de las cualidades del Rostro de Dios: la de la luz que emana de Él. Todos estamos llamados a buscar, a contemplar y a ser reflejo de esa Luz divina que emana del Rostro de Dios.