¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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viernes, 9 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (10): DAR FRUTO

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«En verdad, en verdad os digo: 
si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; 
pero si muere, da mucho fruto.
El que ama a sí mismo, se pierde, 
y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, 
se guardará para la vida eterna. 
El que quiere servirme, que me siga, 
y donde esté yo, allí también estará mi servidor; 
a quien me sirva, el Padre lo honrará».
(Jn 12,24-26)

Nos encontramos en el capítulo 12 del evangelio de San Juan, comienzo del llamado libro de la gloria, donde el Señor quiere dejar claro que ha llegado su "hora", la hora de su pasión y glorificación. Y lo hace con la sencilla parábola del grano de trigo, pero de profundo significado. 

Cristo tiene que morir para "dar fruto", para ser fecundo. No es una muerte que derrota sino que triunfa, de la que brota la salvación y la vida eterna. Tiene que morir para que el hombre viva. Muere solo y resucita acompañado de "muchos, multiplicando sus frutos.
Dice san Pablo que servir es sembrar, y el que siembra con generosidad, a manos llenas,  abundantemente cosechará. Servir es poner el corazón en el otro, no a disgusto y a la fuerza, sino con alegría y totalmente, y el Señor nos colmará de dones y de frutos (2 Cor 9,6-10).

Darme a los demás... pero no de cualquier forma, sino al estilo de Jesús, no para ser servido sino para servir, no para ser reconocido sino para dar vida, para "desvivirse" por otros. Sólo entregando mi propia vida puedo engendrar vida, sólo "desviviéndome", puedo hacer vivir a los demás. 

La caridad me "exige" darme sin esperar recibir, entregarme sin buscar nada a cambio, y entonces, recibiré mucho más de lo que doy. La vida es fruto del amor, y brota en la medida en que me entrego. Sin entrega verdadera no hay servicio, no hay fecundidad, sólo activismo y esterilidad.

Caer en tierra y morir es condición para que el grano fecunde, pues el fruto comienza en y del mismo grano que muere. Si quiero ser grano pero no quiero morir, no daré fruto nunca. Si quiero seguir siendo grano porque temo a la humedad, a la desaparición bajo la tierra, no seré fecundo jamás.
 
Pero sólo si muero a mí mismo nacerá una nueva planta que producirá nuevos frutos, que se reproducirá muchas veces así misma. El don total de uno es lo que hace que la vida de otra persona sea realmente fecunda y también la de uno mismo: el fruto es la vida eterna. 
Amar gratuitamente y sin egoísmos, darme totalmente y sin comodidades, entregarme hasta el extremo es servir sin medidasin cálculos y sin resultados ni eficacias. Ese es el objeto de toda donación, ofrecer lo que tengo gratuitamente en favor de otra persona. 

Es el amor que Cristo nos manda imitar: que nos amemos unos a otros, como Él nos ha amado" (Jn 13,34). Ese es el amor más grande, dar la vida por los amigos (Jn 15,13) y lo que nos diferencia y nos distingue a los cristianos del resto del mundo. 

Dice Jesús en el evangelio de san Lucas que no tenemos mérito si amamos a los que nos aman, si hacemos el bien sólo a quien nos lo hace, porque es buscar reciprocidad y esperar algo a cambio pero no es fecundo ni germina vida eterna, ni tampoco nos distingue del resto. 

El verdadero mérito del amor es amar a los demás, incluso a los enemigos, a aquellos que nos odian. Sí, tarea ardua pero eso es lo que nos pide el Señor si queremos alcanzar la una gran recompensa que nos promete (Lc 6,32-35).

Pero para que el grano germine y de fruto necesita unas condiciones adecuadas: sol, lluvia y abono... 

Si quiero servir y seguir a Dios, necesito la luz de su Palabra, la lluvia de su Gracia y el abono de su Voluntad... y todo eso sólo puedo encontrarlo donde Él se hace presente, en la Eucaristía, en los sacramentos. Donde esté Él, allí estaré yo, su servidor.


JHR

martes, 25 de mayo de 2021

CONQUISTAR Y COLONIZAR ALMAS

"Os he destinado para que vayáis y deis fruto, 
y vuestro fruto permanezca" 
(Jn 15,16)

Durante mucho tiempo hemos formado parte de una sociedad cristiana, de un mundo conquistado por el mensaje de Jesucristo y colonizado por el amor de Dios. Sin embargo, poco a poco, a lo largo de años, hemos ido permitiendo invasiones que han asaltado los territorios del alma, deteriorando e incluso, destruyendo sus fortines, esto es, los corazones de los hombres.

Jesucristo, sabedor de las necesidades el hombre y anticipándose a ellas, nos ha encomendado una misión a sus seguidores... también a nosotros, a los cristianos del siglo XXI: reconquistar almas para Dios. En eso consiste la nueva evangelización, en la recuperación de los territorios donde, otrora, Dios habitaba, es decir, la restauración de los corazones en el amor del Padre.

Conquistar almas es una tarea muy gratificante (que no beligerante), en la que el Señor nos da la oportunidad y el privilegio de servir en su ejército celeste para contribuir a la edificación de Su Reino de amor.

Ninguno de nosotros se alista en el ejército de Dios por su propia iniciativa. Es Jesús quien nos elige, y lo hace en función, no de nuestros méritos ni capacidades, sino de su plan. Una vez que elige a sus soldados, los forma. Su primera enseñanza es que nos dejemos conquistar por Él, que abramos nuestra fortaleza de piedra, nuestro corazón endurecido, y que le dejemos entrar. 

La novedad de la conquista de Jesús es que nunca toma la forma de una invasión violenta ni de un asedio agresivo. Cristo necesita ser invitado a entrar en nuestras vidas. Nos mira con ternura y nos regala su amor mientras espera a que le abramos la puerta y nos dejemos conquistar por Él, nos dejemos seducir y amar por Él. Tras la conquista, el Señor coloniza nuestro corazón y habita en él.

Cuando entramos en intimidad con Jesús, nos convertimos en sus amigos. Se establece amigablemente en nosotros, es decir, vive y permanece en nosotros con el propósito de poblarnos, desarrollar y potenciar las riquezas y los talentos que nos ha dado y que nosotros todavía no hemos explotado, bien por desconocimiento o por dejadez.

Es entonces cuando nos convoca a salir, a conquistar y colonizar almas, aunque en realidad, nosotros ni conquistamos ni colonizamos, simplemente, salimos a buscar almas y las acercamos a Cristo. 

Dispuestos a conquistar 
La conquista de almas, es decir, la evangelización, significa estar dispuestos a seguir el ejemplo de Jesús. Es estar dispuestos a tener la misma mirada de Cristo hacia todas las almas, es decir, a verlas como Dios las ve. Es estar dispuestos a sentir pasión por ellas, a enamorarnos de ellas, como Dios lo está de todos los hombres: 

Conquistar almas significa rescatar personas de las garras del Diablo, liberarlas de las esclavitudes del mal, sacarlas de las tinieblas de este mundo oscuro, mostrándoles el amor y la luz de Dios a través de nuestras palabras y obras.
Conquistar almas no consiste sólo desear el bien de los demás, sino procurarlo, lo cual exige hacer todo aquello que esté en nuestra mano para que las personas sean felices. Requiere nuestra entrega hasta el extremo, es decir, dar la vida por los demás. 

Conquistar almas no consiste en ganar batallas (discusiones) ni firmar rendiciones (persuasiones) ni hacer prisioneros (captaciones), sino en acercar y atraer almas a Dios compartiendo a Cristo, es decir, compartiendo Su amor con ellas, para que después, el propio Jesús colonice sus corazones.

Conquistar almas no consiste en desarrollar métodos, ni cumplir procedimientos ni realizar actividades, sino en reflejar que nos amamos unos a otros. En eso conocerán que somos discípulos de Cristo (Jn 13,35).

Conquistar almas no consiste en ser resultadistas ni estar pendientes de qué hacemos para Dios, sino qué hace Él a través de nosotros. Basta un corazón entregado, dócil y lleno de Espíritu Santo para poder trabajar unidos hacia la conquista. Unos estudiarán el terreno, algunos planearán la estrategia y otros la ejecutarán, pero sólo Dios conquista y coloniza (1 Corintios 3,7). 

Conquistar almas sólo es posible si tenemos a Cristo como el centro de nuestra vida. Sólo así, nuestro corazón arderá de pasión y, en la medida en que nuestra pasión por Jesús aumente, deseando saber más de Él a través de su Palabra y de la oración, aumentará nuestro celo por servirle a Él y a los demás. 

Dispuestos a colonizar 
Tras la conquista viene la colonización, es decir, entrar en las vidas de esas personas. Entrar en sus vidas significa interesarnos, acogerlos, escucharlos y ayudarlos... "a la manera de Jesús":

Colonizar almas requiere ser coherentes, veraces y auténticos, tanto en nuestras palabras como en nuestras acciones, de forma que las personas vean cómo la verdad nos hace libres a todos (Jn 8,32).

Colonizar almas supone mostrar compasión, identificarnos y empatizar con sus situaciones, preocupaciones y necesidades, demostrar deseo auténtico de ayudarles y, por supuesto, rezar por ellos.
Colonizar almas implica acompañar, enseñar y formar en el camino hacia Cristo a todos aquellos que no le conocen o que le han perdido de vista. Darles a conocer aquello que nosotros hemos experimentado, sobre todo, a través del testimonio personal.

Colonizar almas entraña ofrecer una amistad genuina, en contraste con el interés egoísta que muestra el mundo, brindar amabilidad, simpatía y disponibilidad. De esta manera, seremos luz para ellos (Mt 5,14).

Dispuestos a perder
Para ganar almas para Dios, los cristianos debemos estar dispuestos, primero, a perder. Perder significa "darlo todo", vaciarnos de nosotros, e incluso hasta perder nuestra vida. 

Debemos estar dispuestos a perder nuestro tiempo y dinero para darselo a otros; nuestras comodidades para buscar oportunidades de servir; nuestros egoísmos para volcarnos en las necesidades de otros; nuestras vergüenzas para hablar de Dios; nuestras ideas para seguir el plan de Dios; nuestras imposiciones para escuchar con atención; nuestros miedos a los desconocidos; nuestros prejucios para no juzgarlos;  y nuestras prisas por convencerlos.

Se trata de perder para ganar, de morir para vivir, de dejarse amar por Dios para amar a los demás, de dejarse llevar por Cristo para conducir a otros hacia Él, de dejarse cautivar por Jesús para ser un apasionado suyo.

Y si no estamos dispuestos a todo esto, significará que tampoco estaremos dispuestos a amar y a seguir a Cristo, para conquistar u colonizar almas.

jueves, 22 de abril de 2021

LA MUERTE NO ES EL FINAL

"Nadie me quita la vida, 
sino que yo la entrego libremente. 
Tengo poder para entregarla 
y tengo poder para recuperarla:
 este mandato he recibido de mi Padre" 
(Juan 10,18)

Cesáreo Gabaráin, sacerdote católico español, compuso la emocionante canción cristiana "La muerte no es el final"que las Fuerzas Armadas Españolas adoptaron como himno para homenajear a los fallecidos en acto de servicio y que los cristianos deberíamos también hacerla nuestra.

La muerte no es el final, en efecto, porque nuestra esperanza se convierte en certeza cuando proclamamos que Jesucristo ha resucitado. Esa es la gran novedad, esa es la buena noticia del Señor: "Mira, hago nuevas todas las cosas (Apocalipsis 21, 5).

En la Encarnación, el Santo y Justo se despoja de su divinidad para servir al Padre y al hombre: "Vino a los suyos, y los suyos no le recibieron" (Juan 1, 11). Es más, lo rechazaron. Y ese rechazo lo llevó directamente a su muerte en la Cruz, libremente abrazada, convirtiéndose en fuente salvífica para todos los hombres y en el acto de amor servicial más sublime. 

En la Última Cena, el Maestro nos invita a imitarle, nos llama al servicio: "el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mateo 20,27-28).
En la Cruz, el Cordero nos entrega a la Virgen (tipo de la Iglesia) como relevo suyo y nos la ofrece como nuestra guía, ayuda y modelo perfecto de servicio, humildad, abnegación y obediencia: "Ahí tienes a tu madre" (Juan 19,27), para, como el discípulo amado, desde aquella hora, recibirla como algo propio.

En nuestra vida cotidiana, el Resucitado nos llama a servir como Él, a dar la vida por los demás, a morir en acto de servicio: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Dice Cristo que nadie le quita la vida sino que la entrega libremente. Sí, en efecto, el amor es la entrega libre de la vida por los demás. Y por tanto, la muerte nos tiene que encontrar en el servicio, en la muerte a uno mismo, a nuestro ego. 

Servir "exige" entregar la propia vida"Requiere" abajarse y humillarse. "Supone" despojarse de todo egoísmo, orgullo, posición o  comodidad. "Implica" desvivirse por los demás. Reclama escuchar al que sufre o atender al que tiene necesidad. Obliga a darse por completo hasta el final.

La muerte no es el final sino el principio de todo, de nuestro encuentro con Dios y de nuestra recompensa: el amor infinito de Dios que se funde con el amor gratuito del hombre en el servicio. Sin duda, en el encuentro abnegado y desinteresado con el prójimo, es el lugar donde hallamos a Dios.

Por ello, es imperativo, para el bien de las almas y nuestra propia santificación, salir al encuentro de quienes están desesperanzados, afligidos, solos o excluidos. Es preceptivo ofrecerles una sonrisa que les llene de alegría, un abrazo que les devuelva la dignidad, un oído dispuesto a escuchar. 

No hace falta esperar a una ocasión propicia. Todos los días son una maravillosa oportunidad de expresar con alegría ese amor de servir al prójimo. No es preciso esperar a servir en una parroquia, en un retiro, en una actividad evangelizadora o en una labor social. Cualquier ambiente es idóneo para entregar la vida por otros: en el familiar, en el laboral, en el social... 

El mundo está necesitado del amor de Dios, sobre todo, ahora que la pandemia asola la tierra. Y la manera de mostrárselo y ofrecérselo es sirviendo, amando, escuchando, ofreciendo una palabra de aliento y un hombro donde enjugar las lágrimas. 
El servicio surge de un amor genuino y gratuito que no es nuestro, sino de Dios, que es quien toma siempre la iniciativa. Por tanto, "preocuparse" por otros significa "ocuparse antes" por ellos que por nosotros. "Despreocuparse" por nosotros implica "abandonarnos" a la Providencia divina.

A través de nuestra docilidad en el servicio y dejando actuar siempre al Espíritu Santo, Dios interviene en la historia del hombre, mostrando su gloria, su justicia y su misericordia. Nosotros, con nuestros "pequeños/grandes servicios de amor", contribuimos a la edificación del Reino de Dios en la tierra.
Y lo hacemos cuando dejamos nuestro "yo" a un lado para centrarnos en el "tú"; cuando salimos de nuestra zona de comodidad para "acomodar" a los demás; cuando dejamos nuestras prioridades personales para "volcarnos" en las de otros; cuando nos "abajamos" de nuestra posición para levantar al caído; cuando, a imitación de nuestro Maestro, nos "quitamos el manto y nos ceñimos la toalla para lavarles los pies" (Juan 13,4) porque “No es el siervo más que su amo” (Juan 15,20)

Pero, además, con nuestro servicio todo son ventajas, incluso, también para nosotros: nos sentimos profundamente amados por un Dios que se preocupa de sus hijos, recibimos Su gracia que nos modela para ser menos egoístas y más serviciales, y más "perfectos", más santos.



JHR

miércoles, 2 de enero de 2019

AS TIME GOES BY (MIENTRAS PASA EL TIEMPO)

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"Las cosas fundamentales suceden mientras pasa el tiempo".
(As Time Goes By- Frank Sinatra)


La vida es un río siempre en movimiento, en continuo cambio y progreso, que fluye inexorablemente hacia el mar. Su cauce discurre fugazmente por lugares no marcados. A veces, tranquilos y otras, sinuosos o agitados. Un río que se bifurca en afluentes para dejar parte de su esencia, que elude obstáculos y amplía su caudal, para seguir su devenir. Y al final, en su desembocadura, se insinúa el mar, su destino final: el cielo.

Hoy quiero volver la mirada atrás hacia la eternidad de los instantes importantes de mi río

Hoy quiero recordar las cosas fundamentales que me han sucedido mientras ha pasado el tiempo. 

Hoy quiero evocar aquel instante en el que encontré a mi ángel. Hoy quiero rememorar aquel momento en el que unimos nuestras almas ante Dios, y del que más tarde, como regalos del cielo, nacieron nuestros queridos hijos.

Pero, sobre todo, quiero revivir aquel encuentro cara a cara con Dios, "fuente de agua viva", cuando parecía que mi río dejaba de fuir, estancándose en los problemas y que, sin embargo, emergió con renacida serenidad y confianza, creciendo en caudal y profundidad.

Miro hacia atrás y el pasado se revela ante mí. No me detengo. Mi río sigue hacia adelante y el futuro se vislumbra ante mí, sosegando mi conciencia en el presente, al descubrir el misterio de la luz, que abrasa mi corazón, ante la manifestación del fuego insondable del amor de Dios. 

Aquí, es donde no es posible perder el tiempo. Aquí, en la profundidad de los instantes de amor, es donde aparece un atisbo de eternidad. Aquí, es donde aparece Dios.

¿Cómo fue mi pasado? 
De mí depende no quedarme estancado en el pasado y hacer de mi curso fluvial un deseo de amar siempre. Porque el tiempo siempre pasa, aunque casi siempre pase inadvertido. Su huella será aprendizaje, unas veces. Sufrimiento, otras. Pero Amor, siempre. En todo caso, dejo mi pasado en manos de Su misericordia.

Imagen relacionada¿Cómo será mi futuro? 
Será corriente, cascada o remolino. Será como Dios lo haya escrito en su mapa geográfico, pero siempre abandonado a su ProvidenciaSon tantas las variables que pueden llegar a ser a lo largo de mi cauce que, si me dedicara a intentar visualizarlas, o aún, a tratar de controlarlas, no tendría tiempo de fluir, de vivir, de amar. 

¿Cómo es mi presente? 
Mi presente es asunto enteramente mío, y de mi libre voluntad depende dar la vida para recibirla. De mí, depende abrazar todo lo que a mi paso encuentro, como un regalo de Dios. En cada instante, voy muriendo en mí y naciendo en Dios.  En cada segundo, voy dejando de ser río para convertirme, poco a poco, en parte del mar.

Envejezco y a la vez, rejuvenezco al amar. Muero y renazco al conectarme con mi Creador. Soy consciente de que debo morir para vivir. Sé que debo encontrar el sentido de mi vida en cada renuncia, en cada abandono, en cada experiencia de Dios.

¡Cuánto he vivido! ¡Cuánto he surcado! Un "cuánto" que se disuelve en el Quién, y que es lo que importa. Un "cuánto" que se diluye en un "cómo" vivo cada día, en un "para quién" vivo cada instante, en un "a Quién" le ofrezco cada segundo.

Me queda mucho terreno que surcar en mi proceso continuo de búsqueda. ¿Cómo compaginar alegría y tristeza, gracia y desgracia, reposo y actividad, luz y oscuridad? ¿Vivir es acaso durar? o ¿Es amar mientras tanto?

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La vida es corta y lo importante es aquello que haga con el tiempo que se me ha dado. Podría Dios prolongar mis años, podría alargar mi cauce, y no por ello sería "más río". 

Lo que al final cuenta no es cuánto he durado, cuánto he vivido, sino cuánto he amado. Lo que importa es la profundidad e intensidad del amor con el que he regado los terrenos que he surcado.

Si no ejercito el amor, mi corazón se jubila, mi río se detiene y se seca. Si no aumento mi caudal adecuadamente, no podré llegar a mi meta. Si me detengo en los apegos que me estancan, arruino mi propio devenir. 

Si no conecto la cabeza al corazón, no comprenderé el sentido de mi vida. Si no renazco encendido por el fuego interior que Dios ha puesto en mí, no podré saborear las primicias del "Mar". 

Si no vivo esa presencia Suya, no podré experimentar la gratuidad de la Gracia, la infinidad de su Amor incondicional, que en cada recodo, en cada curva, en cada recoveco, me hace ser más libre para amar y fluir hacia el anhelo de la felicidad plena.

Mientras pasa el tiempo... mi amor permanece. 

martes, 27 de junio de 2017

PECAR POR OMISIÓN

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"El que sabe hacer el bien y no lo hace, comete pecado." 
(Santiago 4, 17)


"Cumplo los mandamientos, me confieso, voy a misa los domingos, comulgo, soy bueno..." 

No es suficiente...Peco por omisión.

El Papa Pío XII dijo: ”El pecado del siglo es la pérdida del sentido del pecado.” El pecado se produce, como sabemos, por pensamiento, palabra, obra u omisión. Peco por "ser" y por "no ser", por "decir" y por "no decir", por "hacer" y también por "no hacer".

Es verdad que el sufrimiento que existe en el mundo se genera por la maldad que en él impera, pero también por la apatía o la omisión de las personas de buena fe. El "mal" actúa mientras el "bien" lo permite. 

Pecar por omisión es 


Pecar por omisión es "no hacer bien el bien", es "saber lo que puedo hacer y no hago", es "quedarme de brazos cruzados", es "lavarme las manos"...

Es justificar mi indiferencia diciendo "no puedo hacer nada", " no tengo tiempo", "no tengo la culpa"...frases con las que "aplaco" mi conciencia ante aquello que pudiéndolo dar, no doy; ante aquello que pudiéndolo hacer, no hago; ante aquello que ser, no soy.

Imagen relacionadaEs ver la lágrima en el rostro de mi hermano y no secarla, por no querer involucrarme...

Es intuir el dolor en una relación rota y no aliviarlo, por no "meterme donde no me llaman"...

Es ver un mal cometido y no enmendarlo, porque fue otro quien lo hizo...

Es dejar de compartir los dones, talentos y bienes que Dios me regala con otros porque me los he ganado con mi esfuerzo, porque me los merezco... 

Es evitar la corrección fraterna, por no meterme en líos que no son míos... 

Resultado de imagen de pecar por omisionEs omitir una palabra de aliento a quien encuentro afligido, por temor o por vergüenza...

Es negarme a escuchar a mis hijos, a mi mujer o a quien necesita hablar y ser escuchado, por no tener tiempo... 

Es dejar de ofrecer una limosna, por no querer contribuir a la mendicidad....

Es eludir estrechar la mano a alguien, porque otros no piensen mal o por no sentirme juzgado...

Es desagraviar al que me hiere o me lastima, por el temor a que si callo y perdono creerá que soy débil... 

Resultado de imagen de pecar por omisionEs negar la sonrisa a todo el que me encuentro en mi camino, porque no tiene nada que ver conmigo... 

Es olvidar orar por quien nadie reza, porque tengo muchos por quien rezar...

Es rehusar dar la explicación que alguien espera y que nunca doy, por orgullo y vanidad...

Es eludir una visita a ese enfermo que está sólo y desamparado y que nunca voy a ver, por pereza...

Es excusarme cientos de veces y "buscar atajos", para justificarme y salirme con la mía...

Imagen relacionadaEs "lavarme las manos" como Pilato, porque "no va conmigo"... 

Es utilizar máscaras cada día, por el qué dirán o por ponerme "medallas"...

Es pensar egoístamente en mi propio bien, ignorando lo que siente y necesita mi prójimo...

Es convencerme de que con hacer "lo que toca", es decir, hacer algún bien o evitar algún mal, me he ganado el cielo, y ya soy bueno... 

Es negarme a alzar mi voz y testimoniar que Jesucristo ha resucitado...

Es olvidar que puedo cambiar el mundo desde mi entorno más cercano...

Y es que... No soy consciente de que estoy haciendo lo que no me cuesta..

No soy consciente que mi fe es una fe de "mínimos", de "cumplimiento", de "pasotismo", de "comodidad"...

No soy consciente de que no regalo amor al que lo necesita...

No soy consciente de que mi fe me mueve a la acción y a "dar la vida por los demás"...

No soy consciente de que debo trabajar y "moldearme" para ser semejante a Dios...

No soy consciente de que debo "ser" pero también "hacer"...

No soy consciente de que PECO POR OMISIÓN...



lunes, 15 de agosto de 2016

AMOR SÓLIDO: DAR LA VIDA POR LOS DEMÁS


"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, 
con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; 
y a tu prójimo como a ti mismo"
Lucas 10, 27

Vivimos una época donde la moda generalizada es el "amor líquido", es decir, amor sin vínculos, sin afectividad. Un amor frío, superficial, etéreo, sin compromiso y en todo caso, interesado.

Los cristianos estamos llamados al amor sólido, al amor comprometido con Dios y con nuestro prójimo. Amar a Dios requiere entrega total de corazón, alma, fuerzas y mente. Dios lo hizo por nosotros. 

Cristo, con su ejemplo y muerte en la cruz, nos dice : "no hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos". (Juan 15, 13). Y cuando dice "amigos" se refiere a todos, porque para Él no hay enemigos. El dio la vida por nosotros.

Amar al prójimo como a uno mismo no es nada fácil, porque requiere "dar la vida", darse a los demás, todos. Y se nos exhorta a hacerlo como si nos lo diésemos a nosotros mismos. Ahí está la cuestión: porque darse para uno mismo no cuesta; darse a unos pocos tampoco; darse a "los tuyos, menos, pero darse a todos cuesta, porque no tratamos ni queremos a todos igual. 

Por tanto, ser cristiano, seguir a Cristo es "dar la vida" por los demás. Es llevar el mensaje de amor de Cristo a otros manifestando un "amor total". El amor es el verdadero mensaje. 

Dar la vida es
  • Amar a alguien por sí mismo. "Amor total" significa amar no en relación a algo, sino de una manera absoluta
  • Subordinarse, entregarse a la persona amada, sin ningún interés más allá del hecho de amar. 
  • Exponerse por otros.
  • Arriesgarse saliendo de nuestra comodidad. 
  • "Molestarse", "incomodarse" por el bien de las personas. 
  • Comprometerse, "desvivirse", es decir, salir de la propia vida para interesarnos por la del otro.
  • Servir, desprenderse de uno, de sus cosas y dar lo mejor de sí. 
  • Salir de uno mismo, participar generosa y solidariamente nuestra vida con el otro.
  • Sentir la felicidad o la tristeza, los éxitos o fracasos de los demás como propios. 
  • Preocuparse de corazón por sus problemas, por su sufrimiento, por su angustia.
  • Responsabilizarse por otros. 
  • Donarse desinteresadamente.
Dar la vida implica
  • Experimentar que hay más alegría en dar que en recibir
  • Obtener una mayor felicidad y realización personal.
  • Descubrir que lo importante no es lo que se da o cuánto se da, sino por el amor con el que da. 
  • Acompañar lo que damos con ternura, afecto y alegría
  • Compartir no sólo cosas materiales, sino tiempo, atención, amor, experiencias, momentos, etc.
  • Aprender no a dar cosas, sino aprender a darse uno mismo. No es dar lo que nos sobre, sino dar lo que somos. 
  • Enriquecer a otros con nuestros propios valores
  • Colaborar en la transformación de la sociedad con los dones y cualidades que Dios nos ha dado a cada uno. 
  • Estar atento y saber reconocer la necesidad del otro.
  • Aprender a que el servicio a los demás debe ser una actitud habitual, firme y perseverante, aún a costa de los beneficios propios.
  • Comprometerse nos obliga a dejar nuestra comodidad e intereses inmediatos por el bien de otros. 
  • Da sentido a nuestra propia vida.









miércoles, 1 de junio de 2016

BAJAR DEL MONTE TABOR




Subir al monte Tabor es fatigoso, pero asciendes con ilusión y con expectativas. Una vez que lo consigues... te sientes un privilegiado al experimentar personalmente y con gozo, el rostro glorioso y resplandeciente de Cristo ¡Qué bien se está allí junto al Señor! 

Subir es aprender a obedecer los mandamientos, a cumplir la ley y a confesar la fe en Jesús como nuestro salvador. Pero hay algo mucho más importante: Debemos subir al Tabor para descubrir a Jesús, para verle con los ojos del corazón.

Algunos han subido y allí permanecen, asombrados y maravillados, calentitos y a gusto. Lo difícil es bajar, pues la tentación de todos es permanecer en la montaña, saboreando esta gloriosa experiencia espiritual y quedarnos allí para siempre con Él, plantando nuestras tiendas, privatizando a Jesús en busca de nuestra propia santidad.

Pero lo que debemos entender es que esta experiencia-cumbre es momentánea, que esta gracia de iluminación espiritual no es un fin en sí mismo, sino un don que nos ha sido regalado para fortalecer nuestra fe en el difícil camino que aún debemos recorrer. 

Subir al monte es necesario, pero quedarse allí es una equivocación. Cristo nos llama a bajar, a dejarnos vencer, a dejarnos transformar por el amor de Dios.

Bajar del monte es comprender el sentido de la vida que nos muestra el Señor y acompañar a los que sufren, a los perdidos en lo profundo de la llanura, ésa es la misión. Ser testigos de nuestra experiencia con el Señor y ser reflejos de su amor.

Bajar significa mirar hacia el mundo de una forma nueva, implica aprender a morir dando la vida. Es volver con Jesús al mundo que hemos dejado, retornando al sufrimiento y a la injusticia del valle. Pero eso sí, ahora con una nueva visión de nuestra misión: Bajar del monte para morir por los demás.

Bajar conlleva renunciar a todo, “dejarnos ir”, y re-aprender casi todo lo que antes hemos aprendido: ¡Tenemos que aprender a morir, en sentido radical, aprender a dar la vida, a vivir en, con y para los demás!

Bajar es aprender a poner nuestras vidas en manos de Dios, que promete sostenernos, guiarnos y protegernos, incluso cuando el mal amenaza con vencernos o cuando nuestra fe parece apagarse.

Seguir a Jesús implica mucho más que tener la certeza de que Él es el Mesías, significa sanarnos de nuestra ceguera espiritual, que nos impide ver las exigencias del amor que nos lleva a sacrificarnos por el Reino

Seguir a Jesús significa desprendernos de todo, dejar que pase todo, llenos y convencidos del poder del amor de Dios, negarnos a nosotros mismos, cargar con nuestra cruz como parte de la búsqueda del Reino. Al igual que nuestro Señor, despojarnos de nosotros mismos, convirtiéndonos en servidores, humillándonos y siendo obedientes hasta la muerte.

La cruz y la muerte no nos debe preocupar, no nos debe atemorizar porque lo que deseamos es hacer la voluntad de Dios, que nos ha concedido estar con Él en la cumbre del monte Tabor, mirar desde arriba, a lo lejos y ver el cielo prometido, la gloria de la venida del Señor. Pero bajar, debemos bajar.



lunes, 23 de mayo de 2016

EL CARÁCTER CRISTIANO: TOMA TU CRUZ



"Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, 
tome su cruz y sígame. 
Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, 
pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. 
Pues ¿de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? 
O ¿qué puede dar el hombre a cambio de su vida?" 
Mateo 16, 25-26



El apóstol nos muestra cuál es el verdadero "estilo cristiano", la manera en que Jesús ya ha recorrido antes el camino hacia la plenitud. El "carácter cristiano" es el propio de Jesús, quien nos ha dado ejemplo negándose a sí mismo, tomando su Cruz y dando su vida por el mundo entero. 



El jueves pasado, durante la Adoración del Santísimo, puse ante el Señor mi preocupación ante la disyuntiva de acudir a verle en mi retiro de silencio anual o quedarme en casa a ver la final de la Champions League. 

Ambas opciones me apasionan pero sentía que debía optar entre ambas por una sola. 

Mientras escuchaba las meditaciones en silencio, mi corazón me decía: ¿de qué te sirve ganar la Champions si me pierdes a mí? ¿y tu que ganas con ella? ¿quieres disfrutar de un placer temporal o de uno eterno? ¿quién te dará la vida? ¿tu equipo o Yo?

En un instante lo tuve claro: "si le quiero, si he sentido su amor, si estoy implicado en seguir sus pasos y su ejemplo, si busco la plenitud, no puedo hacerlo a tiempo parcial, cuando me venga bien o cuando no entorpezca mis placeres". 

El texto me susurraba tres cosas que Jesucristo mismo ya hizo POR MÍ:
  1. “Negarme a mí mismo”. Me llama a no anteponer nada a Él, a ponerle en primer lugar. Mi humanidad pecaminosa y mi orgullo me piden anteponer el partido, negarle como Pedro, olvidarme de Él por una noche, hasta que cante el gallo. Sin embargo, Él, teniéndolo todo, se lo negó POR MÍ.
  2. “Tomar mi (propia) cruz”. Está en mi libre decisión implicarme en no buscar mi comodidad o mi placer. Significa estar dispuesto a ir hasta las últimas consecuencias por sostener mi "sí" a Jesús. Él lo hizo: se sacrificó y dio su vida "hasta el extremo" para transformar el sufrimiento en una fuente inagotable de vida; y lo hizo POR MÍ.
  3. “Seguirlo”. Tengo claro que mi objetivo y mi prioridad son seguir sus pasos para alcanzar su promesa de vida plena. Él dejó todo, su divinidad, su inmortalidad y su trono POR MÍ.
Esa imagen de "felicidad" no puede convertirse en sí misma en un fin para mí. Debo moldear mi vida entera, en toda ocasión hacia la Cruz para recibir allí la vida resucitada. 

La Cruz (mi compromiso con Él) no sólo es simplemente para que la contemple sino para hacerla realidad en cada momento de mi vida. De esa manera, soy partícipe con Jesús tanto en la muerte a la "vida terrenal" (las cosas materiales y de este mundo) como en la resurrección a la plenitud que hay tras la Cruz.

Aún así, le pido, que si es su voluntad, mi equipo gane la Champions.

¿Testarudo como Pedro?