¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 10 de julio de 2021

PRINCIPIO, PLENITUD Y FIN DE LOS TIEMPOS

"En el principio de los tiempos habló Dios Padre,
en la plenitud de los tiempos habló Dios Hijo,
y en el fin de los tiempos habló Dios Espíritu Santo"

Existe un error muy común al confundir principio, plenitud y fin de los tiempos con el fin del mundo, cuando en realidad, son fases distintas de la historia de la salvación que, como sabemos, es la intervención, revelación y presencia de Dios trino en la historia del hombre.

Cuando hablamos de "el principio de los tiempos", nos referimos a la intervención, revelación y presencia de Dios Padre en la historia del hombreque comenzó tras el pecado original en el Edén con la promesa divina de Génesis 3,15: "Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia; esta te aplastará la cabeza cuando tú la hieras en el talón". Cuando la Palabra dice "descendencia" (de la mujer) está hablando de Jesucristo.
Cuando hablamos de la plenitud de los tiempos”, nos referimos a la intervención, revelación y presencia de Dios Hijo en la historia del hombre, que comenzó con la Encarnación de Jesucristo, el primer misterio gozoso de la Revelación de Dios y el momento establecido por Dios para cumplir la alianza que había hecho con el hombre en el paraíso y por la cual, su descendencia daría un Mesías. 

En su carta a los Gálatas 4,4, San Pablo denomina a la plenitud de los tiempos como "la fecha histórica en que el Hijo eterno toma naturaleza humana" y el papa Francisco la denomina como "la presencia en nuestra historia del mismo Dios en persona". 

Como escribe el hagiógrafo de la carta a los Hebreos: "En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo. Él es reflejo de su gloria, impronta de su ser. Él sostiene el universo con su palabra poderosa" (Hebreos 1,1-3).

La llegada de Dios Hijo al hombre señala el comienzo de una nueva era: la antigua alianza llega a su consumación y plenitud, así como la capacidad reveladora de Diospues a partir del Mesías, "Todo se ha cumplido". 
Ya no vendrá del cielo nada esencialmente nuevo, sino sucesivas profundizaciones y progresivos desarrollos del mensaje divino por la acción del Espíritu Santo, alma de la Iglesia, para que nuestro tiempo, nuestra historia, nuestra existencia llegue a su plenitud a través del encuentro personal con Jesucristo, Dios hecho hombre.

Cuando hablamos del "fin de los tiempos", nos referimos la intervención, revelación y presencia de Dios Espíritu Santo en la historia del hombre, al fin de la historia de la salvación, el tiempo dado por Dios para la conversión de los gentiles, es decir, de los no judíos, de nosotros. 

El fin de los tiempos es la era mesiánica, la era de la Iglesia, de la Cristiandad, o también el tiempo del Apocalipsis, que comienza con la Resurrección de Cristo y su Ascensión a los cielos. Consumada la plenitud de los tiempos”, el fin de los tiempos comienza con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés y termina con el fin del mundo. 

Cuando hablamos del "fin del mundo", nos referimos a la conclusión del mundo natural y físico con la 2ª Venida de Jesucristo, momento en el que se producirá el Juicio final, la resurrección de los muertos y la instauración de su reino divino y eterno. 
 
Es importante hacer notar que la Palabra de Dios nunca habla del "fin del mundo", sino del "fin de los tiempos", el "día de Yahvé", el "día del Juicio", la "Venida de Cristo", "la resurrección final", "la Parusía" o la " llegada del Reino de Dios", para referirse a una transformación y purificación: "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apocalipsis 21, 1-5). 

Sin embargo, para muchas personas,  el fin del mundo significa la extinción de la civilización y la especie humana y de la vida en la tierra causadas por sucesos naturales (biológicos, geológicos, atmosféricos o astronómicos), por sucesos humanos (bélicos, químicos/nucleares, económicos o informáticos) o por sucesos sobrenaturales (alienígenas, extraterrestres). 

A lo largo de muchos siglos, muchos hombres, grupos y sectas religiosas han elucubrado y profetizado el día y la fecha en que acontecería el fin del mundo. Pero no ocurrió porque la Palabra de Dios nos asegura que nadie sabe el día o la hora, sólo Dios Padre"En cuanto al día y la hora, nadie lo sabe ni los mismos ángeles del cielo, ni siquiera el Hijo de Dios. Solamente el Padre lo sabe" (Mateo 24, 36; Marcos 13, 32). 

Las Sagradas Escrituras nos dicen lo que debemos hacer

"Aguardad que se cumpla la promesa del Padre, de la que me habéis oído hablar...No os toca a vosotros conocer los tiempos o momentos que el Padre ha establecido con su propia autoridad" (Hechos 1, 4 y 7).

"Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre" (Mateo 24, 44).

"Vosotros sabéis perfectamente que el Día del Señor llegará como un ladrón en la noche...vivid sobriamente, revestidos con la coraza de la fe y del amor, y teniendo como casco la esperanza de la salvación. Porque Dios no nos ha destinado al castigo, sino a obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo" (1 Tesalonicenses 5, 2 y 8-9).

"El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión. Pero el Día del Señor llegará como un ladrón
" (2 Pedro 3,10).

"Así, pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta. Que el mismo Señor nuestro, Jesucristo, y Dios, nuestro Padre, que nos ha amado y nos ha regalado un consuelo eterno y una esperanza dichosa, consuele vuestros corazones y os dé fuerza para toda clase de palabras y obras buenas" (2 Tesalonicenses 2, 15-17).
Las Sagradas Escrituras nos anuncian que "la venida de Cristo será pronto" pero antes es necesario un tiempo de espera para discernir los signos y señales que antecederán al Reino de Dios:

-Falsas religiones y sectas: "Vendrán muchos en mi nombre, diciendo: 'Yo soy el Mesías', y engañarán a muchos" (Mateo 24,4).

-Guerras: "Vais a oír hablar de guerras y noticias de guerra. Cuidado, no os alarméis, porque todo esto ha de suceder, pero todavía no es el final" (Mateo 24,6).

-División, hambre, epidemias y terremotos: "Se levantará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá hambre, epidemias y terremotos en diversos lugares; todo esto será el comienzo de los dolores" (Mateo 24,7-8).

-Persecución y odio: "Os entregarán al suplicio y os matarán, y por mi causa os odiarán todos los pueblos." (Mateo 24,9).

-Renuncias y traiciones: "Muchos se escandalizarán y se traicionarán mutuamente, y se odiarán unos a otros" (Mateo 24,10).

-Apostasía, falsos profetas: "Aparecerán muchos falsos profetas y engañarán a mucha gente" (Mateo 24,11). "Que nadie en modo alguno os engañe. Primero tiene que llegar la apostasía y manifestarse el hombre de la impiedad, el hijo de la perdición (2 Tesalonicenses 2,3).

-Iniquidad, maldad y falta de amor: "Y, al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría; pero el que persevere hasta el final se salvará" (Mateo 24,12). "Porque el misterio de la iniquidad está ya en acción; apenas se quite de en medio el que por el momento lo retiene, entonces se manifestará el impío, a quien el Señor Jesús destruirá con el soplo de su boca y aniquilará con su venida majestuosa. La venida del impío tendrá lugar, por obra de Satanás, con ostentación de poder, con señales y prodigios falsos, y con todo tipo de maldad para los que se pierden, contra aquellos que no han aceptado el amor de la verdad que los habría salvado" (2 Tesalonicenses 2,7-10).

-Mentira e injusticia: "Así, todos los que no creyeron en la verdad y aprobaron la injusticia, recibirán sentencia condenatoria" (2 Tesalonicenses 2, 12).

-Tribulación"Habrá una gran tribulación como jamás ha sucedido desde el principio del mundo hasta hoy, ni la volverá a haber. Y si no se acortan aquellos días, nadie podrá salvarse. Pero en atención a los elegidos se abreviarán aquellos días" (Mateo 24,21-22).

-Evangelización: "Y se anunciará el evangelio del reino en todo el mundo como testimonio para todas las gentes, y entonces vendrá el fin" (Mateo 24,14)

Los cristianos sabemos que el fin del mundo significa la intervención definitiva de Dios conforme a su plan inicial creador y que el mensaje de Jesucristo no es un mensaje de miedo, tragedias y catástrofes sino una "buena noticia"  que nos regala la oportunidad de vivir eternamente en paz, amor, justicia y alegría.

Puede ser que mientras esperamos su venida, encontremos nuestra propia muerte, nuestro día de juicio particular, nuestro destino último y definitivo en la presencia de Cristo. Por eso, debemos estar preparados para que, en ese momento, podamos presentarnos ante Él habiendo vivido una vida sobria de fe, esperanza y amor conforme al Evangelio. 

Y mientras llega ese momento final, le repetimos en cada Eucaristía:

"¡Maranatha!
¡Ven, Señor Jesús!"
(Apocalipsis 22, 20)

viernes, 9 de julio de 2021

¡ESTÁN SONANDO LAS TROMPETAS!

"Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. 
Convertíos y creed en el Evangelio"
(Mc 1,15)

Quienes me conocen bien, saben de mi gran pasión por la lectura espiritual en general, por la de la Palabra de Dios en especial, y por la del Apocalipisis de San Juan en particular . Quizás por ello, suelen llamarme "apocalítico".

Sin embargo, como escribíamos en otro artículo (El cristiano apocalíptico), ser "apocalíptico" no significa ser ni trágico ni catastrofista. Tampoco implica ser dramático ni mucho menos pesimista. En realidad, todos los cristianos somos (o deberíamos ser) apocalípticos.

A propósito de ello, el pasado mes de noviembre escribíamos un artículo (La caída del Imperio) en el que reflexionábamos sobre las similitudes de los signos y señales existentes entre la caída del Imperio romano y la caída de la gran Babilonia mencionada en los capítulos 17 al 19 de Apocalipsis.

Sin duda, para el apóstol San Juan, Roma representaba a la gran Babilonia y prefiguraba al "Imperio de la iniquidad" del fin de los tiempos. La mayoría de los profetas mayores del Antiguo Testamento (Jeremías, Isaías, Ezequiel y Daniel), junto con San Juan, profeta del Nuevo Testamento, nos exhortan a discernir los signos de los tiempos"Bienaventurado el que lea y escuche esta profecía" y "el que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu le dice".

Los cristianos no deberíamos estar sordos ni ciegos ante las evidencias y los signos que se producen en nuestro mundo actual (crisis moral, política, social, ecológica, económica, financiera y, ahora, también sanitaria) y que nos conducen inexorablemente a la deducción y comprensión de que nos hallamos en el fin de los tiempos, de los que habla San Juan en el Apocalipsis. 

Por ello, es imperativo escuchar lo que el Espíritu Santo habla a la Iglesia a través de su Palabra y, también a través de  la Virgen María, en sus múltiples apariciones (La Salette, Lourdes, Fátima, Medugorje...): ¡Convertíos, orad y creed en el Evangelio! 

¡Están sonando las trompetas... el tiempo de Dios, ha llegado...El sonido de las trompetas del libro de Apocalipsis manifiestan el "Kairós" del evangelio de san Marcos 1,15, es decir, la inminente intervención de Dios, que clama ante la devastación provocada por el Mal en la creación...

¡Están sonando las trompetas!...y lo están haciendo hoy, aquí y ahora. Sólo hay que ver, oír y discernir los signos de nuestro tiempo: el enfriamiento de la fe, odio y persecución de los cristianos (1ª trompeta/2º jinete rojo/1ª y 3ª copa), la perversión y corrupción social, política, religiosa, económica y ecológica (2ª y 3ª trompetas/4º jinete amarillo pálido/2ª copa), la oscuridad ante la falta de esperanza por causa de la mentira (4ª trompeta/3º jinete negro/4ª copa), la inmoralidad sexual y el pecado contra el Espíritu (5ª trompeta/1º"ay"/5ª copa), los falsos profetas, la apostasía y la idolatría con las ideologías totalitarias del mundo (6ª trompeta/2º"ay"/6ª copa) y la nueva evangelización ante el enfriamiento del amor del mundo (antes de la 7ª trompeta/7ª copa).

En Apocalipsis 10,6, el ángel del Señor (el Espíritu Santo), jura "por el que vive por los siglos de los siglos, el que creó el cielo y cuanto contiene, la tierra y cuanto contiene, el mar y cuanto contiene: ¡se ha terminado el tiempo!"
 
Es la última y definitiva llamada de Dios a la purificación y a la conversión del mundo. Tras su sonido, el Señor desvelará todo su plan secreto de salvación. Con el Juicio final, dirá "¡Basta! "... "Todo está cumplido" (Jn 19,30).

Pero no se trata de que los cristianos alberguemos temor por los acontecimientos que suceden ni por los que han de suceder. Tampoco significa que debamos combatir físicamente a los seguidores del Enemigo.

Lo que Dios nos quiere decir con el sonido de las trompetas y con el derramamiento de las copas, es que nuestra liberación está cerca. El Apocalipsis no es un libro de tragedia sino de esperanza y de perseverancia.

Por eso, los cristianos tenemos que combatir el combate espiritual con las armas espirituales, la perseverancia en la fe y la constancia en la oración, para alcanzar nuestra liberación y conseguir la corona de la vida. El mismo combate que combatió San Pablo y el resto de los apóstoles. La misma corona que ostentan sus santas cabezas.



JHR

miércoles, 30 de junio de 2021

UNA REVOLUCIÓN FRANCESA GLOBALIZADA

"Para la libertad nos ha liberado Cristo. 
Manteneos, pues, firmes, 
y no dejéis que vuelvan a someteros a yugos de esclavitud"
(Gálatas 5,1)

La Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 18 y la Carta de los Derechos Fundamentales de la Unión Europea en su artículo 10, reconocen que "toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia".

La Constitución Española en su artículo 16 "garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la Ley".
A pesar del reconocimiento universal de estos dos derechos fundamentales, existe en la actualidad un sentimiento revolucionario y generalizado de hostilidad, discriminación e intolerancia hacia los cristianos (cristianofobia), que no sólo restringe su libertad de pensamiento y de expresión sino que, además alienta su persecución, encarcelamiento e incluso, su asesinato. 

Según algunos estudios, alrededor de 70 millones de cristianos han sido asesinados por su fe desde el siglo I, de los cuales 45 millones (es decir, 65% del total) corresponden a cristianos ejecutados durante el siglo XX.

De todos es conocida (aunque callada y obviada) la persecución religiosa indiscriminada de los cristianos en países islámicos o comunistas. Sin embargo, en las democracias occidentales, como es el caso de España, también existe acoso y asedio a los cristianos: primero, mediante la imposición de ideas, tendencias y lenguajes laicistas en el pensamiento social, para después, su traslación al ámbito legal, donde son convertidas y reguladas por leyes inhumanas, normativas y reglamentos inmorales que conculcan el derecho a la libertad de pensamiento y de expresión de los cristianos.
Entre ellas, se encuentran la prohibición de la exhibición de signos religiosos cristianos (crucifijos, imágenes, etc.) en diversos contextos (centros educativos y entidades públicas); la negación del derecho a la libertad de educación religiosa y el sometimiento a enseñanzas contrarias a las creencias familiares cristianas (Lomloe o Ley Celá); los ataques, agresiones y profanaciones a los símbolos cristianos (iglesias, imágenes, cruces, tumbas, etc.) tanto por parte de asociaciones radicales y grupos anticristianos progresistas/LGTBI, como de la propia administración pública (Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia (ORLC))​.

Y yo me pregunto:

¿Qué clase de justicia es aquella que dictamina la retirada de crucifijos en los colegios porque "vulneran los derechos fundamentales"? 

¿Qué clase de tolerancia es aquella que ataca símbolos, profana iglesias o agrede a personas católicas porque son contrarios a su forma de pensar? 

¿Qué clase de libertad es aquella que se obliga a acatar o que se concede a unos y se niega a otros? 

¿Qué clase de igualdad es aquella que excluye, discrimina y margina a unos en beneficio de la inclusión, aceptación e imposición de otros?

Y afirmo, sin temor a equivocarme, que nos hallamos ante una nueva Revolución Francesa, ahora globalizada, cuyas impuestas consignas no hacen sino guillotinar cualquier valor o principio fundamental: 

-una falsa libertad impuesta que poco tiene que ver con la tolerancia.
-una falaz igualdad obligada que poco tiene que ver con la justicia.
-una artificial fraternidad que poco tiene que ver con la solidaridad. 
El exigido "apostolado laicista" enarbola la bandera de la libertad individual pero, al mismo tiempo, con su odio cainita, su beligerante intolerancia y su hostil pensamiento único, la cercena. Más pronto que tarde veremos como arremeterá contra el arte, la pintura, la escultura o la literatura cristianas para dirimir qué es aceptable y qué es inaceptable.

La obligada "militancia secular" pretende, por todos los medios, evitar que la fe y la moral desempeñen un papel importante en el corazón del hombre y de la sociedad. Reduciéndolas a la mínima expresión e imponiendo su verdad por encima del bien y del mal, dictamina qué es el bien y qué es el mal. 

El generalizado "activismo ateísta" postula la negación de toda realidad sobrenatural y decide qué es verdad y qué no lo es. Propone una "total liberación" del hombre en todos los órdenes de-construyendo el lenguaje, las relaciones sociales y familiares, la reproducción, la sexualidad, la educación, la cultura, etc.

La autoritaria "ideología de géneroreniega también de toda esencia natural, en aras de una igualdad inclusiva forzada que se rebela contra las propias exigencias de las leyes físicas, naturales y biológicas más elementales: El hombre no es creado por un ser superior sino que se construye así mismo, convirtiéndose en un dios para sí mismo.
De nuevo, el hombre ante el árbol del conocimiento del bien y del mal. De nuevo, el hombre tentado y seducido por la serpiente. De nuevo, el hombre rebelándose contra Dios...

La "nueva creatura" (burda imitación de Satanás que trata siempre de plagiar negativamente a la creatura de Dios) exige sumisión y obediencia ciega a su verdad retorcida, a su moral irracional y a su género antinatural, consecuencia de su voluntad rebelde y orgullosa, y no de su naturaleza humana (más bien, demoníaca). 

El pensamiento único laicista y ateo ha ser acatado por todos mediante la imposición global de ideas coercitivas, lenguajes siniestros y leyes intimidatorias que obligan al hombre a "transformarse en dios o en marginado".

El Diablo no busca que le adoren hombres-libres, sino que apostaten de Dios hombres-dioses a cualquier precio...

martes, 29 de junio de 2021

FRENTE AL DESCARTE, ENCUENTRO Y ACOGIDA


"Amarás al Señor, tu Dios, 
con todo tu corazón y con toda tu alma 
con toda tu fuerza y con toda tu mente. 
Y a tu prójimo como a ti mismo"
(Lucas 10,27)

La parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,30-37) interpela a un mundo que ha dejado de ser solidario y justo. Jericó representa a una sociedad hostil que ha dejado de ser "civilizada", el sacerdote y el levita personifican a una comunidad que se ha deshumanizado y desnaturalizado, toda vez que ha dejado de contemplar los valores innatos a la dignidad humana para hacerlo en términos utilitaristas, económicos o productivos.  

La cultura del "tener", del materialismo o del consumismo es, en realidad, la cultura del hedonismo y del placer, que oculta bajo una falsa apariencia de "bienestar", un amor narcisista, endiosado y ególatra. El mismo orgullo de Satanás, quien se vanagloria de atacar los dos principales mandamientos de Dios, amar a Dios y amar al prójimo, para amarse a sí mismo y destruir al hombre.
Dice el papa Francisco que "la globalización nos ha hecho más cercanos pero no más hermanos" porque ha dado paso a "la cultura del descarte", que consiste en categorizar a los seres humanos por su poder adquisitivo, por su fragilidad y vulnerabilidad, por su color de piel, por su condición social, religiosa o económica o, simplemente, por sus creencias o ideas, de tal modo que quienes no cumplen los requisitos estandarizados del Nuevo Orden Mundial son, sistemáticamente, descartados y situados en el ámbito de la marginalidad.
La cultura de la indiferencia, del desprecio y de la muerte arremete fundamentalmente contra los más frágiles y vulnerables, que son descartados porque no aportan, porque no producen, porque no consumen.

Y así, los no nacidos (seres humanos inocentes) son descartados con leyes del aborto, los ancianos (testigos de la memoria colectiva y de la tradición), desechados con leyes de la eutanasia, las familias (pilares de la sociedad) destruidas con leyes del divorcio, y los pobres (los predilectos de Jesús) marginados con injustas leyes exclusivas. 

Frente a la cultura del descarte, el papa Francisco nos exhorta a practicar "la cultura del encuentro y la acogida". Nos llama a ser una Iglesia samaritana que acoja y abrace sin esperar reconocimientos ni gratitudes; que sea cercana y que no se desentienda de nadieque sea prójima y que no pase de largo; que se acogedora y dedique tiempo y espacio e incluso, dinero con los "descartados".
¿Quién es mi prójimo?
Los judíos seguían el mandamiento levítico de amar al prójimo entendido como "próximo", es decir, como pariente o persona cercana en su comunidad. 

Amar a nuestros seres queridos, a nuestros familiares y a nuestros amigos es fácil, pero Jesús va más allá cuando nos dice: "Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos" (Mateo 5,44-45). Para ser hijos de Dios debemos amar y rezar por nuestros enemigos. Y eso, sí que cuesta...

Además nos dice: "No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13), refiriéndose con  el termino "amigos" a todos los hombres. Es el amor el que nos da ojos para ver, corazón para sentir, y manos para servir.

Los cristianos debemos dar la vida por todos..."Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,46-48). Para ser perfectos en el amor como Dios debemos amar a todos. Y eso sí que merece la pena...

Así pues, "prójimo" no es aquel que me es más cercano por razones de parentesco, nacionalidad, cultura o religión, sino aquel a quien me acerco en su necesidad, a quien me aproximo en su sufrimiento, a quien me uno en su dificultad.
Amar al prójimo requiere "pararme", no por curiosidad sino por disponibilidad. Supone superar mis prejuicios, acoger y ayudar a quienes me necesitan. Implica sentir su misma hambre y su mismo dolor, asumir su situación compasivamente, es decir, "padecer-con" ellos. 

Supone comprometerme y preocuparme por quien sufre, por quien tiene necesidades, por quien está indefenso o herido. Porque no puedo ser espectador silencioso o desentendido ni inhibirme por temor a mancharme las manos, por recelo a entretenerme y ofrecer mi tiempo, por suspicacia a pararme y ofrecer mi ayuda. 

Pero además, no puedo despreocuparme de mi prójimo porque eso significará que me estoy desentendiendo del propio Jesús: "Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme” (Mateo 25,35-36).

Frente a la cultura del descarte, como cristiano debo vivir una cultura de la compasión, del compromiso y de la comunión: sentir con y por los que sufren, servir por amor a los necesitados y edificar una comunidad amorosa con mis prójimos y con Dios.

Y ahora...
..."Anda y haz tú lo mismo"
(Mateo 10,37)

sábado, 26 de junio de 2021

SIGNOS MESIÁNICOS EN SAN JUAN

"Jesús tomó los panes, 
dijo la acción de gracias 
y los repartió a los que estaban sentados, 
y lo mismo todo lo que quisieron del pescado" 
(Juan 6, 11)

San Juan, hijo de Zebedeo y de Salomé, y hermano de Santiago el Mayor, denominado "Juan el teólogo", es el autor del cuarto evangelio, caracterizado por su profundidad teológica.

Su evangelio es la cumbre de la revelación trinitaria: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el centro de sus escritos. El tema principal es la presentación de Jesucristo como el enviado del Padre para salvar al mundo

Son innumerables las referencias litúrgicas con las que el apóstol nos introduce en el misterio de la Palabra encarnada y en el Pan de vida

Con el trasfondo del libro del Éxodo, San Juan nos conduce a la Eucaristía, es decir, nos invita a vivir en estado permanente de Éxodo, a vivir eucarísticamente. 

Hoy nos detendremos en la lectura orante del capítulo seis del evangelio de San Juan donde aparecen dos signos, la multiplicación de los paces y los peces, y Jesús caminando sobre el agua, preámbulos del discurso mesiánico del Pan de vida

La multiplicación de los panes y peces (Juan 6,1-15)

La multiplicación de los panes y peces es el único milagro de Jesús en los cuatro evangelios explicado con sumo detalle, lo que significa que es de excepcional importancia.

Íntimamente relacionado con su primer signo, en las bodas de Caná, cuando convirtió 600 litros de agua en vino (Juan 2,1-10), este milagro se encuentra descrito entre dos discursos: el del “Agua de vida” (Juan 4,5-15) y el del “Pan de vida” (Juan 6,26-50).

Para meditarlo, lo dividiremos en siete partes:

-el paso del mar (v.1): Jesús atraviesa el mar de Galilea (o de Tiberíades), como Moisés cruzó el Mar Rojo (Éxodo 16,1-35; Números 11,18-23).

-la multitud liberada (v.2): Mucha gente seguía a Jesús”, como a Moisés “le seguía una multitud inmensa” (Éxodo 12,38) Una multitud débil, con muchos enfermos, hambrienta y sin esperanza que sigue a Jesús, como el pueblo judío siguió a Moisés, porque ve en él al Salvador que libera, sana y da vida.

La región de Galilea representa el pueblo pobre y marginado por el centro del poder, es decir, Jerusalén; y no sólo por los romanos sino también por los jefes religiosos judíos. El primer éxodo terminó en la tierra prometida. Este “nuevo éxodo” comienza en ella.

-el monte (v.3): Jesús sube al monte como Moisés subió al monte Sinaí (Éxodo 24,12-18). El monte es el lugar de la presencia de Dios, de su gloria y de la alianza con el hombre.

-la pascua (v.4): Se acercaba la pascua, celebración de la liberación y de la constitución del pueblo de Israel (Éxodo 12), y todo judío debía subir a Jerusalén. Sin embargo, esta multitud sigue a Jesús para liberarse del yugo del carácter institucional de los jefes religiosos.

-la escasez y la prueba (v.5-8): Jesús se preocupa de las necesidades materiales del pueblo e interviene, igual que Dios con el pueblo de Israel en el desierto, lugar de prueba (Éxodo 16).

En el caso del Éxodo, el pueblo puso a prueba a Dios. Ahora es Jesús quien pone a prueba a Felipe y a Andrés, de quienes se vale para señalar la injusticia del sistema político, económico, religioso y social de la época:

Felipe intenta solucionar el problema con dinero. En este sistema humano, el vendedor dispone de alimento en abundancia, pero que no lo pone al alcance de los demás, sino que establece él mismo un precio. Ni doscientos denarios, el salario de 6 meses de trabajo, es suficiente. Análogamente, el pan (la vida) no está directamente a disposición del pueblo, sino que está mediatizado y controlado por los jefes religiosos. 

Andrés vislumbra y propone otra solución que no depende de comprar. Se percata de la presencia de un niño (el más débil de la sociedad) que tiene cinco panes y dos peces (la comida de un pobre) y se los presenta a Jesús. Siete elementos que tampoco son suficientes por las limitaciones humanas. 

-la abundancia y el milagro (v.9-13): Jesús parece ignorar las soluciones humanas y el pesimismo de Felipe y de Andrés, y ordena que la gente se siente en la hierba, rememorando el Salmo 23,1-2: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar” y las palabras de Éxodo 14,1: “Acampad allí, mirando al mar”.

Jesús interviene realizando un signo mesiánico: toma los panes del mismo pueblo y da gracias a Dios, indicando que la solución para todas nuestras necesidades (materiales y espirituales) proviene de la generosidad de Dios y no de las estructuras de un sistema injusto y antihumano, ni tampoco del esfuerzo y trabajo individual.

El Señor reparte los panes y los peces, que se multiplican en abundancia para dar de comer a un pueblo hambriento y necesitado colmando cualquier expectativa y limitación humana. 

-Reacciones del pueblo (v.14-15): Después de haber comido y de haberse saciado, Jesús dice sus discípulos: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada”. Es decir, Cristo se entrega y quiere compartirse también con todos los hombres, más allá de su propio pueblo y de su propia Iglesia.

Entonces, la multitud reconoce a Jesús como el nuevo Moisés, el “Profeta que debe venir al mundo” (Juan 6,14), según estaba anunciado en la Ley de la Alianza (Deuteronomio 18,15-22) y le quieren hacer rey a Jesús. 

Este intento de exaltación del pueblo rememora la idolatría del pueblo en el Éxodo, cuando quisieron adorar a Dios construyendo el becerro de oro. Ante este hecho, Jesús como Moisés, huye al monte para estar a solas con su Padre, es decir, para orar.

Cristo quiere “lo poco” de mí para darme “lo mucho” de Él. De mi pobreza, saca abundancia. Pero necesito tener fe fe: creer y confiar en Él. Tengo poco que ofrecer a Dios, pero a Él le basta sólo con mi fe, y lo poco que ofrezco, que sea con amor y generosidad.


Jesús camina sobre el mar (Juan 6,16-21)

En el Éxodo, el pueblo marcha para obtener la libertad y Moisés se la concede dominando el mar para que lo cruce (Éxodo 14,22) y llegue a la orilla a salvo. 


En el evangelio de Juan, los discípulos se embarcan solos hacia Cafarnaúm y se encuentran un fuerte viento y un mar encrespado. Jesús domina al mar caminando sobre las aguas, le vence impidiendo que la barca de sus discípulos zozobre y hace que todos lleguen salvos a la otra orilla.

Dios siempre se anticipa a nuestras necesidades, camina hacia nosotros sobre las aguas de nuestras dificultades, incluso antes de que se lo pidamos, antes de que “le recojamos a bordo”. 

Cristo está con nosotros en los momentos buenos pero, sobre todo, en las circunstancias adversas, sobre todo, en la oscuridad de la prueba. 

Nos exhorta a reconocerle, a no temer, a confiar plenamente en que Él satisfará nuestras necesidades, aunque para nosotros pueda parecer difícil o imposible.

viernes, 25 de junio de 2021

EVANGELIZAR "A LA MANERA DE CRISTO"

"Así nos lo ha mandado el Señor: 
Yo te he puesto como luz de los gentiles, 
para que lleves la salvación hasta el confín de la tierra" 
(Hechos 13,47)

El mundo se halla inmerso en una gran transición sociocultural, económica, política e ideológica. En definitiva, nos hallamos ante una transformación a todos los niveles (globalización) que se nos "vende" como luz pero que es oscuridad. 

La vivencia espiritual ha dejado paso a una experiencia secularizada en la que los valores morales han quedado arrinconados en favor de la permisividad, el individualismo, el pragmatismo, el laicismo, el materialismo y el relativismo. Dios apenas entra en ningún plan humano y el cristianismo parece haber perdido toda su relevancia.

Mientras, muchos cristianos se han "fosilizado", asumiendo un complejo de inferioridad social y transformando su experiencia religiosa en una vivencia privatizada, íntima y personal en sus "guetos parroquiales". La catolicidad de la Iglesia ha dejado de ser una de sus principales características en favor de una introspección temerosa de "ir y hacer discípulos".

Por tanto, urge, más que nunca, la re-evangelización del mundo. Y por ello, los Papas, durante más de setenta años, vienen exhortando sobre la imperiosa necesidad de la "Nueva Evangelización", recordando que es un compromiso que debe asumir todo bautizado con la ayuda del Espíritu Santo. 

Sin embargo, es comprensible que nos preguntemos ¿Cómo podemos evangelizar a un mundo completamente descristianizado y que rechaza a Dios?

Para responder a este gran reto, la actitud evangelizadora no puede estar basada en métodos obsoletos que causan rechazo o en esquemas desfasados que ya no funcionan. No podemos seguir desgastándonos con una apologética que no convence, ni con un proselitismo que no llega, ni tampoco "imponer doctrina a golpe de martillo en forma de cruz". 

Se trata de evangelizar a "la manera de Cristo":
La "manera de Cristo" implica una renovación pastoral que coloque al Señor en el centro, que pase del mantenimiento y la conservación, de la nostalgia y la seguridad, del intimismo y de la subsistencia a una dimensión orgánica, misionera, global, aperturista, atractiva y comprometida de cada parroquia con las necesidades del mundo que la circuncida.

La "manera de Cristo"  significa una renovación estructural que mantenga las puertas de la Iglesia siempre abiertas de par en par: puertas giratorias...para salir y entrar, para enviar y recibir, para ir y acoger; parroquias que actualicen sus catequesis, métodos, lenguajes y voluntariados para hacerse mucho más cercana a las realidades existenciales del siglo XXI.

La "manera de Cristo" supone una renovación personal que evangelice "de persona a persona", "de corazón a corazón", no tanto por lo que decimos o hacemos, sino por lo que somos; que ofrezca un testimonio vital y una escucha atenta; que muestre una acogida cálida y auténtica; que manifieste una coherencia y una corresponsabilidad en todo.

La "manera de Cristo"  comporta una renovación conceptual que proclame que la fe no es creer en algo, sino en Alguien: Jesucristo; que la fe no es cumplir normas sino hacer una realidad cotidiana a Dios amor; que la fe no es asistir a misa sino vivir en coherencia; que la fe no es sentimentalismo sino vitalidad y pasión; que la fe siempre está en búsqueda, alimentada por dudas y certezas; y sobre todo, que la fe es gratuita y es para todos, como dice San Pablo a los Romanos:

"En efecto, no hay distinción entre judío y griego, 
porque uno mismo es el Señor de todos, 
generoso con todos los que lo invocan, 
pues todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. 
Ahora bien, ¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; 
¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?;
¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 
y ¿Cómo anunciarán si no los envían?" 
(Romanos 10,12)

jueves, 24 de junio de 2021

VÍCTIMAS DEL RESULTADO


"Por nosotros precisamente se escribió 
que el que ara debe arar con esperanza 
y el que trilla con la esperanza de tener parte en la cosecha."
(1 Corintios 9,10)

Nuestro mundo mercantilista y competitivo nos impone la obtención de resultados inmediatos y nos exige la rendición de cuentas. Lo que importa son las cifras, los números, los beneficios... en definitiva, el éxito/triunfo. 

A menudo, se nos impone la máxima resultadista de que "el fin justifica los medios", y además, la cortoplacista del "aquí y ahora". Sin embargo, buscar resultados sin fijar un contexto de tiempo y un sentido de lo que hacemos, no conduce a alcanzar la meta verdadera, pues nuestra búsqueda insaciable del resultado nunca llegará a ser "ni suficiente ni perfecta". 

Los cristianos también nos hemos convertido (quizás, a la fuerza y sin darnos cuenta) en víctimas del resultado, sobre todo, cuando acometemos actividades evangelizadoras:
¿Cuántas veces estamos más pendientes de los frutos de un retiro o de los resultados de una catequesis que del propio sentido evangelizador y misionero?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "hacer" que de "ser"? 
¿Cuántas veces estamos más pendientes de la conversión de otros que de la nuestra?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "lo accesorio" que de "lo importante"?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "ser Dios" que de "dejar a Dios ser Dios"?
Lo que hacemos, ¿lo hacemos por amor a Dios y a los demás o lo hacemos por egoísmo, por gula espiritual o por afán de reconocimiento?
Esta tentación del resultadismo/cortoplacismo nos impide concentrarnos en el proceso del servicio humilde y obediente al que todo auténtico cristiano debe aspirar, para enfocarnos en un estado orgulloso y vanidoso, cuando todo sale de acuerdo a nuestro plan, o en un estado frustrado y colérico, cuando no sale cómo habíamos proyectado.
Entonces… ¿Cómo podemos los cristianos dejar de ser “resultadistas” y "cortoplacistas"? 

Es cierto que no es tarea fácil superar esta tendencia tan humana, pero lo que sí podemos hacer es plantearnos las preguntas adecuadas sobre nuestra actitud evangelizadora, en lugar de dejarnos condicionar por el resultado final:
¿Amo de verdad a los demás o me transformo en un autómata de la conversión? ¿Sirvo a los demás como debo o fuerzo situaciones para conseguir "mis" objetivos? 
¿Miro a los demás con la mirada de Cristo o con la mía? ¿Confío en Dios o en mis capacidades? 

Cuando las cosas no suceden como yo quiero o deseo ¿me abandono en la voluntad del Señor o me frustro? ¿Comprendo y acojo a los demás o les impongo mis razones, mis creencias, mis convicciones...?  
¿Escucho y perdono a otros o les exijo y obligo que acaten mis ideas? ¿Soy consciente de los problemas y las circunstancias de los demás o intento que asuman mis imposiciones a toda costa?
¿Acepto a los demás o pretendo que me acepten? ¿Comprendo y acojo a otros o les prejuzgo y etiqueto? ¿Proclamo la Verdad o impongo "mi" verdad moralista e interesada?

¿Me abro al corazón de otros o me encierro en mi circunstancia? ¿Contagio mi amor o exijo mi autoridad? ¿Soy ejemplo de coherencia cristiana o de doble rasero? ¿Me dejo amar por Dios y por mi prójimo o impongo mi "dignidad superior"? ¿Siembro o intento cosechar?

 

Cristo nos da todas las respuestas en su Palabra y lo hace, a menudo, con parábolas. En la parábola de la vid y los sarmientos de Juan 15,1-8 nos dice que Él es la verdadera vid y el Padre, el labrador. Nosotros, sarmientos que debemos permanecer en Él. Sólo así daremos fruto abundante porque sin Jesús no podemos nada. Sólo así, lo que pidamos se nos concederá. Sólo así, seremos discípulos suyos.

En la parábola del hijo pródigo de Lucas 15,1-32 vemos que el Padre no lleva cuentas de todo lo que ha hecho mal su hijo menor, como tampoco de todo lo que ha hecho bien el mayor. Dios no calcula los méritos de cada uno porque todos nuestros dones y capacidades nos los ha dado Él. Tan sólo desea que estemos a su lado, para abrazarnos, para que nos dejemos amar por Él, para celebrar una fiesta y para que seamos felices a su lado. 

El amor de Dios depende poco (nada) de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque somos sus hijos amados, no por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer. Nada de lo que hagamos o de lo que dejemos de hacer, bueno o malo, podrá separarnos de Su amor.

Por tanto, a nosotros nos toca ser creyentes confiados y no resultadistas, discípulos esperanzados y no cortoplacistas, cristianos enamorados y no interesados. Somos sarmientos unidos a la vid, que es Cristo.


JHR