¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

miércoles, 27 de marzo de 2019

UN LIBRE ACTO DE AMOR

“Perdona nuestras ofensas 
como también nosotros 
perdonamos a los que nos ofenden…”
(Mateo 6, 12)

A diario, repetimos en el Padrenuestro la petición a Dios de perdón y la intención de perdonar, quizás, sin pararnos a pensar detenidamente que en ella se concentra toda la esencia del concepto cristiano de misericordia y amor que Dios nos concede. 

En este  tiempo de Cuaresma en el que Dios nos llama a la conversión, nos conmina también al perdón. Pero, ¿realmente perdono a los demás? ¿pido sinceramente perdón a Dios y a los demás? ¿me perdono a mi mismo?

Existen dos cosas que me impiden recibir la Gracia, el Amor y la Misericordia de Dios: el rencor y la culpa. Y la forma de superarlos es el perdón.

El perdón es un maravilloso acto de amor y la mejor forma de manifestar la grandeza de alma y la pureza de corazón, porque de la misma manera que Dios está dispuesto a perdonar todo de todos, mi capacidad para perdonar no puede ni debe tener límites, ni por la magnitud de la ofensa ni por el número de veces que debo perdonar: 
"Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 21).

Si he sido perdonado de todos mis pecados, ¿cómo no voy a perdonar a los demás siempre? Cuando no perdono a quienes me ofenden, no puedo esperar que Dios me perdone a mí. 

Pero además, la falta de perdón me esclaviza y me hace prisionero de quien me ha ofendido. El rencor, que conduce al odio, me envenena a a mi mismo y no a quien me ofende.

En ocasiones, puede que me resulte fácil perdonar a otros, pero ¿soy capaz de pedir humildemente perdón? o ¿me lo impide mi orgullo y egoísmo?

Perdonar a otros

Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros” (Lucas 6, 35-37).

Perdonar a otros (incluso a mis enemigos) sin esperar nada es un acto heroico de amor pero es que, además, es una experiencia liberadora y sanadora. Cuando perdono, recobro la libertad que el rencor y el resentimiento me hicieron perder. 

Perdonar es un acto heroico de misericordia que me hace ser compasivo con los demás y poder obtener un corazón como el de Cristo. 

El  verdadero perdón no consiste en olvidar, sino en aprender a recordar sin dolor y evitar todo rencor hacia aquellos que de una u otra manera me han ofendido, agredido, difamado, herido, etc. durante mi vida.

¿Cuántas veces "juego" al falso perdón? ¿Cuántas veces digo “yo perdono, pero no olvido”? ¿Soy capaz de acercarme a Dios sin haberme reconciliado antes con mi hermano?

“Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.” (Marcos 11, 25-26).
Si no soy capaz de perdonar las ofensas de los demás, es que no soy consciente del perdón y de la misericordia que Dios tiene conmigo. Así, no puedo acercarme a Él: 

“Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24) 

El rencor y el recuerdo de los agravios ajenos endurecen mi alma, la llenan de resentimiento, malestar e insatisfacción, y todo ello me aleja de Dios y de los demás. 

Perdonar no significa quitarle importancia a lo ocurrido, sino sanar mi corazón y mis recuerdos, permitiendo recordar lo que me causó dolor o daño sin experimentar odio o rencor hacia quien me ofendió. 

Perdonar no significa olvidar, sino transformar heridas de odio y rencor, en amorSi olvido, programo mi mente para no recordar aquellos sucesos que me han herido. Pero es una “programación” ficticia porque, en el fondo, ese recuerdo permanecerá siempre en mi memoria. 

Perdonar es comprender la importancia que tiene para Dios la persona que me ofendió y así, amarla libre y voluntariamente. “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás.” (Lucas 17, 3-4).

Perdon
ar es permitir que Jesús entre en mi corazón y me llene de paz. Jesús siempre me da primero, aquello que me pide. Ayudado de su Divina Gracia, podré perdonar y amar a quien me hirió. Tan sólo tengo que pedírselo, ponerlo a los pies de la Cruz, entregárselo y dejar que sea Él quien se lo presente al Padre. 

Perdonarme a mí

Pero, para saber perdonar a los demás, lo primero que debo hacer es empezar por perdonarme a mí mismo, algo a veces que me puede resultar mucho más difícil que perdonar a otros. A veces, los remordimientos y culpabilidades ahogan mi capacidad de abrirme al amor de Dios.

Jesucristo ha muerto en la Cruz por mis pecados y todo me ha sido ya perdonado. Si Dios, que conoce mi gran debilidad y pobreza, mis múltiples caídas e infidelidades… ha dado Su vida por mí para salvarme y perdonarme, ¿cómo no voy yo a perdonarme a mí mismo? ¿Acaso soy yo más que Dios? 
Cuando como hijo pródigo, soy consciente de mi pecado, de mis "despilfarros" y "derroches", de mis límites e incapacidades, experimento la necesidad de volver a la casa del Padre.

Cuando soy conocedor del gran amor que Dios me tiene, de que me está esperando siempre y sale a mi encuentro para abrazarme, experimento la necesidad de dejarme abrazar por Él.

Cuando reconozco que le he fallado y ofendido, cuando me arrepiento de corazón de mi infidelidad, experimento la necesidad de reconciliarme con mi Padre.

Cuando me perdono a mi mismo experimento la necesidad y el deseo de volver a sentir su perdón y amor infinitos.

Pedir perdón a Dios

Dios, grande en misericordia y generosidad, me vuelve a demostrar lo mucho que me quiere y me hace otro regalo: el sacramento de la confesión.
Cuando acudo a confesarme, con verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, el Señor no sólo me perdona (mi pecado deja de ser mío y pasa a pertenecer a Cristo, que lo ha comprado y pagado con su sangre en la Cruz) sino que, además, me infunde nuevamente los dones de su Espíritu Santo, que me ayudan y me fortalecen para no caer nuevamente en la tentación del pecado. 

Sólo Dios puede liberarme de mis pecados, pero necesito pedirle perdón a Él porque su infinita misericordia se pone de manifiesto en este sacramento: “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que, a veces, nos cansamos de pedir perdón” (Papa Francisco 17/03/13).

Mi vida cristiana y mi crecimiento espiritual necesitan del perdón de mis pecados para alejarme de ellos y dejar espacio en mi corazón al amor de Dios. 

Pedir perdón a otros

Además de pedirle perdón a Dios, debo pedir perdón a otros cuando, consciente o inconscientemente, les ofendo o les daño. Sé que al ofender a mi hermano, antepongo mi orgullo y mi egoísmo, y con ello, ofendo también a Dios.
Pedir perdón es un acto de humildad por el que me reconozco pecador, teniendo presente que todos somos limitados, que todos cometemos errores, y que no existen errores imperdonables.

Pedir perdón es una expresión de arrepentimiento y una forma de reparación por el error y el daño causados. 

Pedir perdón es un acto de liberación de remordimientos y culpabilidades que me ayuda a vivir la caridad cristiana en plenitud.

Pedir perdón es una expresión de sinceridad por el que expreso a la otra persona que soy consciente y que siento de corazón el mal o el daño que le ha causado, incluso aunque no lo haya hecho a propósito o no me haya dado cuenta

Pedir perdón supone un propósito de enmienda y un compromiso de reparar o sustituir lo que se ha roto o dañado.

El Perdón es un acto de compasión y misericordia, 
de grandeza de alma y pureza de intención, 
de generosidad y de magnificencia,
de sinceridad y humildad, 
de sanación y reparación, 
de reconciliación y arrepentimiento.

El Perdón es un libre acto de amor.

martes, 26 de marzo de 2019

¿A QUÉ ESPERAMOS PARA CONVERTIRNOS?

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"En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, 
cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús respondió:
'Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos 
porque han padecido todo esto? 
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. 
O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 
Os digo que no; y, si no os convertís, 
todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, 
y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. 
Dijo entonces al viñador:
“Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. 
Córtala. 
¿Para qué va a perjudicar el terreno?.
Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año 
y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 
a ver si da fruto en adelante. 
Si no, la puedes cortar”.
(Lucas 13, 1-9)

El Evangelio de este 3º domingo de Cuaresma nos llama a la conversión, exhortándonos a interpretar los signos de los tiempos. Jesús nos enseña a no interpretar los sucesos desde un punto de vista humano, sino a transformarlos en un examen de conciencia: "Os lo aseguro: ¡si no os convertís, perecereis todos!, para después, regalarnos una nueva parábola con la que nos muestra la misericordia, la paciencia y el perdón de Dios.

Aún así, pudiera ser que algunos cristianos llegáramos a malinterpretar el perdón de Dios. Pudiera ser que pensáramos que todo nos será perdonado, sólo porque Dios es misericordioso, sin más. Sin poner de nuestra parte. Entonces, pudiera ser que estuviéramos tergiversando el Evangelio. O peor aún, instrumentalizando a Dios para nuestros intereses.

Por eso, como seguidores de Cristo tomamos conciencia de nuestros propios pecados y errores, para comprender que el fin (la muerte) puede llegar en cualquier momento, y así, dejamos de vivir pensando que la compasión de Dios es infinita, como justificación para hacer lo que sea, lo que nos apetezca hasta el último momento (Eclesiástico,1-13). Dios nos llama a cambiar el corazón, nos conmina a la conversión ¡Ya!

La vida pasa muy rápido y por eso, dejamos de pensar que podemos hacer lo que nos dé la gana, confiando en la misericordia infinita de Dios. Evitamos caer en la temeridad y en el riesgo de creer que siempre tendremos oportunidad de librarnos de su justicia, de que siempre tendremos tiempo para ser perdonados por Él. 

Evitamos dejarnos llevar por nuestras comodidades o apetencias o por las pasiones de nuestro corazón y nos mantenemos alerta y vigilantes para dominarlas. Porque si no somos capaces de dominarlas, serán ellas las que nos dominen. 

Resultado de imagen de tu estas aqui señorRehuimos pensar: "Bueno, hasta ahora me ha perdonado, así que seguiré así… porque la compasión de Dios es infinita y me perdonará siempre mis muchos pecados". No. Hasta ahora puedo haber sido perdonado, sí, pero en adelante, no lo sé… 

Los cristianos no perdemos ni un sólo segundo en convertirnos al Señor, en lugar de esperar a mañana para cambiar de vida, ni intentamos posponerlo de un día para otro, porque sabemos que podemos quedarnos sin tiempo.

"No tardes en convertirte": es la invitación que nos hace el Señor en este tiempo de cuaresma, hoy, ahora mismo. No podemos dejarlo para mañana, o para cuando nos venga bien...no debemos.

Esta invitación a la conversión nos conduce a realizar un examen de conciencia cada día y a tomar conciencia de la santidad de Dios, que nos ha creado para tener una relación de amor con Él, y que, sin embargo, se ve comprometida por nuestros pecados. 

No caemos en el error de pensar que la conversión sólo concierne a aquellos que no creen para que se vuelvan creyentes, que sólo atañe a los pecadores para que sean justos, que sólo se refiere a los perdidos para que sean encontrados.

No pensamos, ni por un instante, que nosotros, que ya somos cristianos y que ya conocemos a Cristo, no tenemos necesidad de convertirnos. Ni suponemos que eso no va con nosotros. Porque es precisamente de esta presunción vanidosa, de esta suposición orgullosa de la que estamos llamados a convertirnos.


¿Qué es la conversión?

La auténtica conversión significa dejar de confiar en uno mismo o en nuestras propias fuerzas, para abandonarse a Dios, que nos perdona, y dejarse guiar por su Gracia, que nos santifica.

La conversión es un acto de la inteligencia humana iluminada por la gracia divina, por el que tomamos la decisión de realizar la voluntad de Dios y sus mandamientos, y en especial el del amor.

La conversión es una transformación del corazón, un cambio esencialmente interior, aunque puede tener y tiene expresiones externas (Mateo 7,15-20; Marcos 7,16-23), basado, sobre todo, en la bondad de Dios y en su deseo de que participemos en Su amor sobrenatural.
La conversión es una tarea que supone la gracia, que se realiza por la fe y que responde a la llamada de Dios, sin olvidar que Dios actúa en cada uno de los pasos que damos en nuestro retorno hacia Él. 

La conversión es, sobre todo, un sí a Jesucristo, a sus hechos y a sus enseñanzas. Es por medio de Jesús, que Dios se acerca a la humanidad para llevarnos a Él. Cristo es quien nos invita a la conversión, no sólo a los publicanos y prostitu­tas, no sólo a los "no cristianos", sino también a los fariseos y a las personas observan­tes de la Ley. Jesús sitúa a todo hombre, bueno o malo, justo o impío, ante la necesidad de convertirse al Reino de Dios (Mateo 10,39; Marcos 8,35; Lucas 17,33).

La conversión es una característica de la vida cristiana: aunque pecadores, pedimos la gracia que nos lleve hacia el Padre, vivimos en comunión con Cristo que nos conduce a realizar su voluntad, que nos purifica de los pecados, y que, progresando en su seguimiento, nos sentimos plenamen­te comprometi­dos al servicio del amor. 

La conversión es la superación de la esclavitud del propio aislamien­to y una participación en la vida comunitaria de la Iglesia. No podemos ser "francotiradores de la fe". Dios nos llama a una conversión en comunidad.

Pero además, la conversión es un motivo de alegría, pues hemos encontrado Algo por lo que vale la pena entregarlo todo, como nos indican las parábolas del tesoro y de la perla (Mateo 13,44-46). Jesús muestra la alegría de la conversión cuando nos habla de banquetes de boda, de vestidos nupciales, de júbilo que se manifiesta incluso en el cielo cuando un pecador se convierte (Lucas 15,7). 

Dios desea que vivamos en comunión con Él. Anhela perdonar nuestros pecados, reconciliarse con nosotros y restaurarnos en su amistad, y por ello, perdona siempre. Pero nos dice: "no peques más", "conviértete", "transforma tu vida".

Dios es justo y misericordioso. Ambas cosas no pueden separarse con el objetivo de aprovecharnos egoístamente del amor y de la misericordia divinos. Por ello, tomamos consciencia de que el pecado es el alejamiento de Dios. Pecar significa vivir separados de Dios. Por lo tanto, no se puede estar en pecado y, a la vez, cerca de Dios. Es imposible.

¿Cómo nos perdona Dios?

Dios en su amor misericordioso pone a nuestro alcance muchos medios para nuestra conversión y perdón:

Confesión
"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1,9).

Imagen relacionadaLo primero es expresar y reconocer las cosas malas que hemos hecho, contárselas a Dios. Y para eso, nos regala el sacramento de la reconciliación.

Él conoce todo y lo sabe todo. Somos nosotros los que necesitamos aceptar con humildad, en su presencia, que le hemos fallado, que le hemos dado la espalda y que hemos huido de Él. Este paso que damos en la confesión, nos abre las puertas para que su perdón fluya y su gracia nos alcance

Dios es, ante todo, reconciliación, nos limpia de toda maldad. No hay absolutamente nada que podamos confesarle, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestro corazón.

Arrepentimiento
Nuestro Señor no tarda en cumplir su promesa, aunque algunos puedan pensar que tarda en hacerlo o que no lo hace. Es más, muestra una gran paciencia con nosotros, y nos da "tiempo extra" porque no quiere que nadie muera, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3,9).

Resultado de imagen de arrepentimientoPero no basta con confesar y reconocer las cosas malas que hemos hecho. ¡Necesitamos arrepentirnos! El arrepentimiento es el primer peldaño de nuestra conversión. Cuando nos arrepentimos expresamos el dolor que nos causa ver los errores que hemos cometido y eso nos impulsa a hacer los cambios necesarios para comenzar a actuar como Dios quiere. Y sobre todo, reconocemos el dolor que le hemos causado a Dios.

Dios desea que todos nos arrepintamos, que reconozcamos que le necesitamos a nuestro lado, en nuestra vida. Quiere que nos reconciliemos con él y le recibamos como Señor y Salvador. Él no desea que ningún ser humano pase la eternidad lejos de él. Por eso espera con paciencia nuestro arrepentimiento.

Propósito de enmienda
Tras reconocer nuestras faltas, es necesario tener un propósito de enmienda. Si realmente no deseamos en nuestro corazón cambiar, transformarnos, convertirnos, no podremos encontrar el perdón, todo nuestro esfuerzo será inútil.

El perdón divino sólo se obtiene con pureza de intención, con el deseo de cambiar, con propósito de enmienda.
Resultado de imagen de parabola hijo prodigo
Nuestro modelo es el hijo pródigo de la parábola de Lucas 15, que arrepentido, se dirige por el camino de vuelta a casa, preparando lo que le va a decir a su padre, quien, sin embargo, ni siquiera lo deja hablar, sino que sale a su encuentro, lo abraza y lo cubre de besos.

Nuestro destino es el Padre misericordioso que... ¡No te deja hablar! ¡No te deja que pierdas tu dignidad! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa enorme alegría de sentirte amado y perdonado, antes de que tú hayas terminado de decir todo. Sale a tu encuentro y te abraza. 

Pero, además, Dios va más allá cuando perdona: celebra una fiesta. Borra toda tristeza y la cambia por alegría. Dios todo lo olvida porque lo que le importa es encontrarse con nosotros, reconciliarse con nosotros.

Nos envía a su Hijo
Dios nos envía a su único hijo Jesucristo para obtener el perdón y la salvación. Él abre las puertas del cielo a la humanidad. Su sangre derramada en la cruz es el precio que Cristo pagó para que nuestros pecados fueran perdonados, para redimirnos y rescatarnos de la esclavitud del pecado. Un regalo que no merecíamos. Pero Dios es así.

"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, el justo. Él se ofrece en expiación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo." (1 Juan 2,1-2).

Resultado de imagen de confesionJesús, a través de su muerte en la cruz y su resurrección nos reconcilia con Dios. Él es el "Jardinero" que pide al "Dueño de la viña" que espere, que nos de tiempo para que Él "pueda cavar alrededor y abonar el terreno". 

Cristo es el intercesor entre nosotros y el Padre porque solo él está libre de pecadoÉl interviene constantemente a nuestro favor, restaurándonos como hijos perdonados. Él es quien nos ha transformado y ha dado sentido a nuestra vida.

En la Cruz nos dejó a su Madre, la Virgen María para acudir a Él y por ello, decidimos entregarnos apasionadamente a Él, a través de Ella. Ya no hacemos más lo que nos interesa o lo que nos apetece, ya no vivimos para satisfacer nuestro ego. Le entregamos nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra alma, y aún el valor de nuestras buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, para que se las entregue al Rey de nuestra vida, al dueño de nuestra existencia, en una esclavitud de amor. 

"Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados" (Salmo 32,1). ¡Qué alegría más grande trae el perdón! ¡Qué libertad nos confiere sabernos hijos de Dios. Nuestros pecados ya no cuentan, Dios los borra para siempre.

El perdón de Dios llena nuestro corazón de gratitud y amor hacia Él. Nos concede la oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva vida guiada por Él.

Dios está ansioso de perdonarnos. Nos perdona de inmediato y completamente. Nos hace una fiesta porque no es Dios quien nos acusa sino quien perdona. Pero el perdón de Dios requiere una transformación.


¿A qué esperamos para convertirnos?

viernes, 22 de marzo de 2019

¿LÍDERES O COORDINADORES?

"Yo soy el buen pastor. 
El buen pastor da su vida por las ovejas" 
(Juan 10,11)

Hoy quiero meditar sobre la diferencia entre "coordinadores" y "líderes" espirituales, sobre la divergencia existente entre "grupos" y "equipos" dentro del ámbito evangelizador y cristiano.

Un coordinador es una persona que asume una función y organiza el trabajo de otras personas y los medios que se utilizan para la consecución de esa acción común: coordina acciones, ejecuta procesos, sigue unas pautas. Nada más.

Un líder, según la traducción del término inglés "leader" es, por el contrario, una persona que guía conduce, dirige, motiva, influye, compromete a otros y se compromete, toma la iniciativa, encabeza, da ejemplo, anima, delega, gestiona, convoca, promueve, tiene incentiva y evalúa de forma eficaz y eficiente.

Un grupo es un conjunto de personas que se relacionan principalmente para compartir la información y tomar decisiones para ayudar a cada miembro a desenvolverse dentro de su responsabilidad. Sus formas de trabajo y actitudes no afectan al resto del grupo. No existe sinergia positiva y, por ello, el resultado final es la suma de los esfuerzos individuales.

Un equipo es un conjunto de personas que trabajan de manera coordinada en la ejecución de un proyecto. Cada uno de sus miembros está especializado en un área determinada y sus formas de trabajo y actitudes afectan al resto de compañeros y viceversa. Genera sinergias positivas a través de esfuerzos coordinados. Así, los esfuerzos individuales resultan en un resultado que es mayor a la suma de ellos.

Por tanto, desde un punto de vista espiritual, en la evangelización no existen coordinadores ni grupos. Existen líderes y equipos.

En primer lugar, hablar de "coordinadores", es utilizar un lenguaje "protestante" que se sustenta en una obsesión desmesurada por nuestra condición de pecadores, arrastrándonos hacia un "buenismo puritano", que nos induce a una falsa modestia para evitar tomar ninguna iniciativa propia. 

Por supuesto, que somos pecadores, pero estamos sustentados por la gracia.

En segundo lugar, en España tenemos un gran complejo con los anglicismos, sobre todo con éste. Y es porque no comprendemos su significado al adecuarlo a nuestra mentalidad latina. Liderar no es mandar ni dar órdenes. No es imponer, ni ordenar, ni ejercer poder. Un líder espiritual no es un mandón ni un tirano sino un cristiano que da ejemplo, que va a la cabeza.

En tercer lugar, Jesucristo es a quien seguimos. El mayor ejemplo de liderazgo es JesucristoEstamos llamados a ser como Él. También en el liderazgo. Él no asumió su papel con orgullo ni privilegios sino con humildad, oración y obediencia. Ese es nuestro ejemplo de liderazgo.

El no escogió a 12 discípulos porque estuvieran capacitados sino que los escogió para capacitarlos ("Dios capacita a los elegidos y no elige a los capacitados"). Ese es nuestro ejemplo de liderazgo. 

En cuarto lugar, Cristo no formó coordinadores. Formó a discípulos para que fueran lideres y enseñaran, para que formarán a otros líderes. Es decir,  dio ejemplo de servicio y, después delegó. Un líder tiene seguidores (discípulos), no súbditos. Sabe brindarse, servir, capacitar y formar, identificar las necesidades, detectar carismas, posibilitar el crecimiento y desarrollo de cada uno, organizar, comunicar, escuchar, confiar, transmitir un sentido de pertenencia.

Y en último lugar, en el servicio a Dios no hay coordinadores. Hay líderes que se ponen a la cabeza del servicio. Son los primeros servidores que sirven como los últimos, que inspiran, crean, motivan, animan, trazan un camino, que tienen una visión y una misión que cumplir.

El liderazgo tiene la capacidad de influir. No depende de la posición. De hecho, si la única influencia que tenemos proviene de un "título" o "cargo", no somos líderes.

Coordinador vs. Líder
-Un coordinador responde a lo que sucede. Un líder hace que las cosas "sucedan".

- Un coordinador se responsabiliza de asumir la misión y ejecutar la visión pero requerirá determinadas aptitudes que un líder ya tiene. Un líder es un catalizador que crea cambio, impulso y progreso.

- Un líder asume la responsabilidad y ama el desafío. Un coordinador se siente abrumado por ambos.

Para nosotros los cristianos, ser líder es una gran responsabilidad que debemos asumir con humildad, generosidad y obediencia. Exactamente como lo hizo Jesús.

El liderazgo perfecto de Jesús
Si nos ponemos en "modo Jesucristo", es decir, si nos fijamos en el liderazgo perfecto de nuestro Señor, un líder:

-Señala el Camino (Misión) que debemos seguir para alcanzar la plena felicidad, pero no sólo lo señala sino que es el primero en atravesarlo. Es decir, encabeza la acción y da ejemplo.

-Delega su Autoridad y su Poder (Gracia) a sus seguidores, no se guarda cosas para sí, al contrario comparte su sabiduría con quienes lo acogen en sus corazones.
-Desarrolla un Plan Estratégico (Plan de Salvación) totalmente incomprensible a las mentes humanas, pero que expresa y manifiesta de forma sencilla y según cada realidad.

-Establece una Organización (Iglesia, equipo) que soporte y haga efectivo ese Plan de Salvación que tiene Dios para nosotros.

-Nos guía y acompaña (compañero) en todos los momentos de nuestra vida, aunque en muchas ocasiones no le veamos o nos parezca que no está.

-Nos brinda la oportunidad de un diálogo constante con él (Oración) para conocerle, para conocer su voluntad, para apoyarnos y guiarnos.

-Da la vida por los suyos (Sacrificio), se sacrifica por otros, se "desvive" por otros, pide por  otros.

Como líder cristiano debo:

- Pedirle a Dios la capacidad de saber informar y comunicar al equipo lo que Él quiere de nosotros.

-Escuchar y entender los problemas de las miembros del equipo, anticiparme a sus dudas y responder sus preguntas.

-Tener visión y persuadir, sin pedir al equipo que simplemente sigan mis órdenes de forma ciega o vehemente. 

-Adoptar un pensamiento crítico para tomar decisiones y resolver problemas. Medir las acciones y posibles soluciones de acuerdo a sus costos y beneficios.

-Delegar sabiendo que es más productivo asignar trabajo a aquellos que pueden hacerlo igual de bien o mejor que uno mismo.

-Organizar y ordenar mis tareas y las del resto para hacer un trabajo eficiente.

-Asumir la responsabilidad, no sólo de mis propios actos, sino los de mi equipo. No culpar a otros por mis propios errores, y compartir los errores de otros.

-Perseverar para logran alcanzar los objetivos que Dios me ha encomendado.

-Ser flexible y adaptarse a la coyuntura cuando las cosas no salen como se espera. 

-Construir y desarrollar buenas relaciones con todos los miembros de mi equipo y mis superiores.

-Respetar y no mirar por encima del hombro a mi equipo.

-Ayudar ofreciendo siempre una mano al que la necesita.

-Manejar las crisis con respuestas rápidas y efectivas cuando aparecen los problemas.


¿Eres un líder o un coordinador?



JHR

sábado, 16 de marzo de 2019

UN MENSAJE ESCANDALOSO

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"Si uno viene a mí y no deja a su padre y a su madre, 
a su mujer y a sus hijos, hermanos y hermanas, 
y aun su propia vida, 
no puede ser discípulo mío. 
El que no carga con su cruz y me sigue, 
no puede ser mi discípulo." 
(Lucas 14, 26-27)

¡Qué fuertes resuenan las palabras de Cristo en el Evangelio de Lucas! ¡Qué duro es tener que dejar todo por Él, a nuestros padres, hermanos, mujer o hijos! ¡Parece una locura, un escándalo! 

Sin embargo, lo que la Palabra de Dios quiere hacernos entender es que no es posible ser discípulo de Cristo si queremos caminar con nuestras mochilas, con nuestras intereses, comodidades o preocupaciones.

Nos asegura que no es posible seguirlo a "nuestra manera", a "nuestro antojo", a nuestra conveniencia o a nuestro gusto. 

Nos dice que no es posible ser cristiano sin dejar de lado los apegos, esclavitudes y dependencias


Nos muestra el camino y nos señala la dirección pero no nos obliga a tomarlo.

Ento
nces ¿qué significa cargar nuestra cruz?

Mientras el mundo nos señala la libertad, la prosperidad, el éxito y la realización personal como el modo de vivir una v
ida feliz, Jesús nos dice todo lo contrario: la dependencia, la humillación, el abandono y la confianza conducen a la vida plena. La cruz es indispensable para seguirlo y llegar al cielo.

Para seguir a Jesús, ¿hace falta renunciar a nuestra familia?
Cualquier versión desvirtuada de vida cristiana que podamos imaginar distinta a la de abrazar la cruz no pasa de ser un cristianismo light, una fe descafeinada, un discipulado "fake".

Como tampoco vale cargarla "de mala manera" o "por cumplir".

Debemos abrazarla, es decir, desearla, amarla. ¡qué fuerte!...¿no? ¡...de locos"! ¿verdad? ¡Un mensaje escandaloso!

Pu
diera se que nos planteáramos servir a Dios desde una perspectiva cómoda, sencilla y libre de riesgos.

Pudiera ser que quisiéramos dar una imagen pública "políticamente correcta" al mundo, pretendiendo no "descolocar" u ofender a nadie y, así, pasar de puntillas por nuestro cristianism
o.

Sin emba
rgo, el apóstol Pablo deja muy claro que seguir a Cristo implica compromiso, incomodidad y sacrificio. Implica escándalo y locura. Valentía y decisión. Tenemos que "mojarnos". No valen los atajos ni los caminos fáciles. 

Pablo escribe a la igl
esia de Corinto: "El mundo con su propia sabiduría no reconoció a Dios en la sabiduría manifestada por Dios en sus obras. Por eso Dios ha preferido salvar a los creyentes por medio de una doctrina que parece una locura. Porque los judíos piden milagros, y los griegos buscan la sabiduría; pero nosotros anunciamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero poder y sabiduría de Dios para los llamados, judíos o griegos. Pues la locura de Dios es más sabia que los hombres; y la debilidad de Dios, más fuerte que los hombres." (1 Corintios 1, 21-25).

Imagen relacionada Si el mensaje de la cruz supone un escándalo y una locura para el mundo, el estilo de vida basado en la cruz también será considerado una locura y un escándalo para el mundo. 

Pablo dice Dios le envió a predicar el evangelio "sin alardes literarios, para que no se desvirtúe la cruz de Cristo" (1 Corintios 1,17), para que no suceda lo que le ocurrió en el areópago de Atenas, durante su segundo viaje apostólico, donde trató de "suavizar" el mensaje de Cristo, fracasando estrepitosamente.

Quizás algunos tratan de seguir a Cristo a través de un denodado activismo social con el que dirigir sus conciencias hacia un pensamiento que les convierta en buenas personas, en verdaderos discípulos de Cristo. 

Si bien estar activo en obras sociales o caritativas tienen su importancia, la manera más efectiva que Dios nos ha dado para cambiar el mundo es cambiar los corazones con un mensaje claro y contundente del Evangelio. 

Un mensaje que nos confronta y que nos interpe
la en nuestras propias vidas, en nuestros entornos. 

Las conversaciones de paz, los programas políticos o diplomáticos y las estrategias sociales o económicas no son las fuerzas de cambio que más necesita el mundo. Lo que el mundo necesita es el Evangelio presentado de forma clara y sin doblez por apóstoles valientes y seguros de Dios (2 Corintios 5, 16-21).

El estilo de vida de la cruz no es un ca
mino en el que buscamos la realización personal, complaciéndonos a nosotros mismos, sino que es una forma de vida en la que confiamos en que la alegría y la paz nos llegarán a través de la completa obediencia a Dios, según sus designios, como hace un hijo con su padre.

Al entregar nuestra vida al propósito de Dios, los cristianos sabemos que Su plan es llevar a otras almas junto a Él, aunque a veces, nos lleve por situaciones de riesgo o incomodidad, en las que debemos confiar ciega e implícitamente en Él, aún sin comprender.

Solo cargando la cruz, podemos encontrar la gr
acia de una vida victoriosa y alcanzar nuestro destino final: el cielo.

¡Señor, si Tú me dices ven...lo dejo todo!