¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

jueves, 7 de enero de 2021

¿CREEMOS EN EL PURGATORIO?

"Quien hable contra el Espíritu Santo 
no será perdonado ni en este mundo ni en el otro" 
(Mt 12,32)

Muchos católicos abandonan a sus difuntos en el Purgatorio pensando que ya descansan en el Cielo, en la presencia de Dios. 

Se trata de un error teológico muy común, aunque muy humano. Creer que todos los cristianos, cuando mueren, por el hecho de ser católicos (o de parecerlo), van directamente al cielo es una imprudencia. Decir que ya están en la Casa del Padre es una temeridad. Y lo es porque, antes del cielo, existe un estado intermedio: el Purgatorio.

El Purgatorio, si bien no es un espacio físico ni una "forma" de Infierno, es un estado transitorio de purificación y expiación del alma, que se encuentra en apertura a Dios, pero de un modo imperfecto, previo a la bienaventuranza plena, y por tanto, al acceso a la visión beatífica de Dios.

El Purgatorio es la última etapa de santificación para llegar a la patria celestial en la que las almas que allí se encuentran ya están salvadas, pero sufren debido a que pueden ver la gloria del Cielo, pero aún no pueden ser partícipes de ella. Por tanto, no todo el cristiano que muere va al cielo de forma inmediata.
Si los Sacramentos, durante la vida terrenal, son oportunidades que Dios nos ofrece para alcanzar la Gracia santificante, el Purgatorio es otra (la última) de las incontables oportunidades que Dios nos ofrece para santificarnos, incluso, después de la muerte física, porque "Dios es rico en misericordia" (Efesios 2,4), paciente, clemente y compasivo, y no quiere que ningún alma se pierda: "El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos accedan a la conversión" (2 Pe 3,9).

Sin embargo, es importante recordar, en primer lugar, que la entrada en el cielo está reservada a los santos, y para ser santo, hay que llegar en estado completo de gracia, es decir, totalmente purificados. En el cielo no puede existir nada "impuro" ni nada "imperfecto".

En segundo lugar, que la existencia del Purgatorio es una enseñanza de la Palabra de Dios y del Magisterio de la Iglesia, y por tanto, doctrina que debemos creer, meditar y, aún sin entenderla, guardar en nuestro corazón.

Y en tercer lugar, que toda bendita alma del Purgatorio necesita plegarias, oraciones, indulgencias, misas, ofrendas, reparaciones y votos de ánimas o actos heroicos de caridad para acortar su estancia en dicho estado.

Según San Agustín, todas estas obras buenas que se ofrecen por las almas del purgatorio producen cuatro efectos: 

-meritorio. Aumenta la gracia de quien la hace, y no puede cederse. 
-propiciatorio. Aplaca la ira de Dios
-impetratorio. Inclina a Dios a conceder lo que se le pide. 
-satisfactorio. Ayuda a satisfacer o pagar la pena por los pecados, ofreciendo a Dios una compensación por la pena temporal debida. 
Nuestros difuntos no necesitan tanto palabras de "buenismo sentimental" y poco cristiano que presupongan, indiquen o asuman que ya están en el cielo, como de nuestra ayuda, caridad e intercesión. Porque si los vivos nos olvidamos de ellos, si no nos preocupamos por su santidad, seguirán sufriendo y en situación de desamparo, y puede que a nosotros nos ocurra lo mismo el día que el Señor nos llame.

El Purgatorio en la Biblia

En Lc 12, 58-59 y en Mt 5,25-26Cristo nos habla del Purgatorio. Ambos evangelios se refieren a purificarse "mientras vas de camino", es decir, mientras se vive, o de lo contrario, será necesario pasar por una especie de "cárcel temporal", o sea, el Purgatorio, y "no saldrás de allí hasta que no pagues la última monedilla". No puede referirse, por tanto, al Infierno, porque una vez en él, nadie puede salir, ni siquiera "pagando".

San Juan, en su visión de la Jerusalén celeste, es decir, del cielo, en Ap 21,27 asegura que el Purgatorio es una necesidad y una consecuencia lógica de la santidad de Dios, ya que si Él es el tres veces santo (Isaías 6,3), o sea, es la plenitud de la santidad y la perfección, quienes estén junto a Él también deben de serlo (Mateo 5,48). En la ciudad celestial no puede entrar nada impuro, profano o pagano. Sólo los santos, los inscritos en "el libro de la vida del Cordero".

Mt 12,31-32 dice que "algunos pecados serán perdonados en este mundo o en el otro", lo que prueba la existencia del purgatorio, ya que no puede referirse ni al cielo, al que se accede sin pecado (ni mortal ni venial), ni al infierno, al que uno se arroja con pecado (mortal).

En Mt 18,21-35, Jesús compara el Reino de los Cielos con quien pide y recibe perdón pero que se niega a concederlo; aun así advierte que el hombre puede pagar su deuda. Habla de "ser entregados a los verdugos hasta que paguen toda la deuda... si cada cual no perdona de corazón a su hermano". Dado que en el cielo no hay "verdugos", es en el Purgatorio, ese "lugar intermedio", donde el hombre debe purificar y pagar sus deudas pendientes.

En 1 Co 3,13-15, San Pablo habla del Purgatorio cuando habla del "fuego", es decir, la purificación, que probará y dejará patente la obra de cada uno, y del "salario", es decir, la recompensa, la corona, el cielo. El que no acceda (directamente) al cielo será "castigado", es decir, "purificado" por el fuego, esto es, por el Espíritu Santo. Una vez, pasado por el crisol del Espíritu, podrá acceder al cielo.
El Antiguo Testamento (Dn 12,10; Zc 13,8-9; 2 Ma 12,45se refiere a esa purificación, limpieza o "purga" como una pena temporal necesaria porque aún habiendo sido confesado y perdonado el pecado, el "rastro" o "marca" que deja debe ser restituido, reparado y "blanqueado".

Una explicación coloquial de los tres estados (cielo, purgatorio e infierno) podría ser que las almas "negras" van al infierno, las "blancas", al cielo, y las "grises", al purgatorio. Éstas últimas no pueden ir al infierno, puesto que sus pecados no son mortales (veniales), ni tampoco al cielo, porque nos son perfectos. Por ello, necesitan ser "blanqueadas" en el purgatorio.

El Purgatorio en el Magisterio de la Iglesia

Además de la Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia enseña la doctrina de la existencia del Purgatorio a través de:

-el Catecismo

"Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su salvación eterna, sufren una purificación después de su muerte a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en el gozo de Dios" (CIC 1030).

"La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados" (CIC 1031).

"Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos. Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios en su favor, en particular el sacrificio eucarístico (DS 856), para que, una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia en favor de los difuntos" (CIC 1032).

"El Purgatorio es el estado de los que mueren en amistad con Dios pero, aunque están seguros de su salvación eterna, necesitan aún de purificación para entrar en la eterna bienaventuranza. En virtud de la comunión de los santos, los fieles que peregrinan aún en la tierra pueden ayudar a las almas del Purgatorio ofreciendo por ellas oraciones de sufragio, en particular el sacrificio de la Eucaristía, pero también limosnas, indulgencias y obras de penitencia" (Compendio CIC 210-211).
-los Padres de la Iglesia:

"Nosotros ofrecemos sacrificios por los muertos..." (Tertuliano, 211 d. C.)

"El justo cuyos pecados permanecieron será atraído por el fuego (purificación)..." (Lactancio, 307 d. C.).

"Algunos pecadores no son perdonados ni en este mundo o en el próximo no se podría decir con verdad a no ser que hubieran otros (pecadores) quienes, aunque no se les perdone en esta vida, son perdonados en el mundo por venir." (San Agustín, 354 d. C.).

"No debemos dudar que nuestras ofrendas por los muertos les lleven un cierto consuelo..." (San Juan Crisóstomo, 386 d. C.)

"Respecto a ciertas faltas ligeras, es necesario creer que, antes del juicio, existe un fuego purificador..." (San Gregorio Magno, 580 d. C.).

“El purgatorio no es un elemento de las entrañas de la Tierra, no es un fuego exterior, sino interno. Es el fuego que purifica las almas en el camino de la plena unión con Dios” (Benedicto XVI, 2010 d. C.).
​-los Concilios:

"Las almas que partieron de este mundo en caridad con Dios, con verdadero arrepentimiento de sus pecados, antes de haber satisfecho con verdaderos frutos de penitencia por sus pecados de obra y omisión, son purificadas después de la muerte con las penas del Purgatorio" (Concilio de Lyon, 1254 y Concilio de Florencia, 1439).

"Como la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, a la luz de las sagradas Escrituras y de la antigua tradición de los Padres, haya enseñado en los sagrados concilios, y enseñe últimamente en este concilio ecuménico, que existe un purgatorio, y que las almas allí detenidas son socorridas por los sufragios de los fieles, y sobre todo por el santo sacrificio del altar; el santo concilio prescribe a los obispos que se esfuercen diligentemente para que la verdadera doctrina del purgatorio, recibida de los Santos Padres y de los santos concilios, se enseñe y predique en todas partes a fin de que sea creída y conservada por los fieles”. (Concilio de Trento, 1545-1563).

"Algunos de sus discípulos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican, mientras otros son glorificados. [...] Santo y saludable es el pensamiento de orar por los difuntos para que queden libres de sus pecados" (Concilio Vaticano II, 1962-1965).

Concluyendo, el Purgatorio existe, y por tanto, los cristianos tenemos el "deber" por la fe, no sólo de creer en él, sino  la "obligación" por el amor, de interceder por las almas que se encuentran purificándose en él.

miércoles, 6 de enero de 2021

LA MUJER EN EL PLAN DE DIOS

"Una mujer fuerte, ¿quién la hallará? 
Supera en valor a las perlas. 
Su marido se fía de ella, pues no le faltan riquezas. 
Le trae ganancias, no pérdidas, todos los días de su vida...
Todavía de noche, se levanta a preparar la comida a los de casa
y repartir trabajo a las criadas. 
Se ciñe la cintura con firmeza y despliega la fuerza de sus brazos. 
Comprueba si van bien sus asuntos, 
y aun de noche no se apaga su lámpara. 
Abre sus manos al necesitado y tiende sus brazos al pobre...
Se viste de fuerza y dignidad, sonríe ante el día de mañana.
Abre la boca con sabiduría, su lengua enseña con bondad. 
Vigila la marcha de su casa, no come su pan de balde. 
Sus hijos se levantan y la llaman dichosa, 
su marido proclama su alabanza...
La que teme al Señor merece alabanza. 
Cantadle por el éxito de su trabajo, 
que sus obras la alaben en público"
(Pro 31,10-31)

Cuando escucho afirmar que la religión católica oprime a la mujer, o que Biblia es machista, o que Dios discrimina a la mujer, no tengo más remedio que contestar que lo hacen desde la más absoluta ignorancia o desde la más torticera malicia. 

Para hablar de algo, es necesario, ante todo, estar bien informado sobre el asunto a tratar, o se corre el riesgo de hacer el ridículo y perder toda credibilidad.

Dios tiene a la mujer en muy alta consideración y Su Palabra está llena de ejemplos en los que se describe y se alaba a la mujer como pieza fundamental y de vital importancia en Su plan de salvación

Mujeres que adquieren especial importancia en la Biblia, habida cuenta del contexto histórico en el que fue escrita y de la cultura judía que consideraba (aún hoy día lo hace) a la mujer indigna, marginada, inferior, dependiente del hombre (ya sea el padre o el marido) y desprovista de derechos, sobre todo, si era soltera, viuda o estéril. 

Posiblemente, este concepto judío sobre la mujer tenga su origen en las palabras de Dios dirigidas a Eva en Gn 3,16: "Mucho te haré sufrir en tu preñez, parirás hijos con dolor, tendrás ansia de tu marido, y él te dominará". 

Adán, el hombre y Satanás, la serpiente, fueron malditos; no así Eva, la mujer. Ese "sufrir en la preñez" y "parir con dolor" y ese "ansia y dominio del Esposo",  en realidad, están tipificando a la futura Iglesia de Cristo, "madre de todos los que viven".
En ningún sitio de la Escritura se discrimina a la mujer (desde luego no por parte de Dios), ni se dice que la marginación de la mujer sea o forme parte del plan de Dios, pues, en el principio creó al hombre y a la mujer con la misma dignidad y con la potestad de dominar a todos los seres vivientes (Gn 1, 26-28), pero nunca con la intención de que el uno dominara al otro. 

Es más, cuando dice Dios "No es bueno que el hombre esté sólo(Gn 2,18), está resaltando a la mujer, está diciendo que el hombre, sin Eva, sin la mujer, no puede valerse por sí solo. Sin duda, esta afirmación es mucho más que un simple halago, es la corroboración de la importancia de la mujer para Dios y de la necesidad de la mujer para el hombre.

Por tanto, la voluntad de Dios no pasa por establecer un dominio u hostilidad entre hombre y mujer o viceversa, sino por favorecer una complementariedad entre ambos. Más bien, como leemos en Génesis 3, la serpiente, Satanás, es maldita por ser quien genera siempre la división y el enfrentamiento y la mujer no. Por eso, la hostilidad es entre la mujer y la serpiente (y sus descendencias), nunca entre la mujer y el hombre. 
El ejemplo más importante, significativo y sublime del papel de la mujer en el desarrollo de la voluntad divina es la Virgen María, Madre de Dios: "¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! (...) Bienaventurada la que ha creído (...) Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí" (Lc 1,42-48).

Pero le siguen otros muchos ejemplos de mujeres a las que Dios ensalza: como la alabanza y el canto a la mujer fuerte (Pro 31, 10-31); Sara, la mujer de Abrahán y madre del pueblo judío (Gn 12); Miriam, la profetisa (Ex 15,20-21); Débora, la juez (Jue 4 y 5), Rut, abuela del Rey David y linaje del Mesías (Rut 1-4 y Mt 1,5); Ana, madre de Samuel (1 Sa); Judit, aclamada por Israel (Jud 13); Ester, reina de Persia (Est 2), Ana la profetisa (Lc 2,36-38), Isabel, la madre de Juan el Bautista reconoció a María como la Madre del Salvador (Lc 1,44), etc.

Cada una de estas mujeres tuvo un rol diferente de las otras y en ningún caso, secundario en relación al hombre. Algunas, fueron madres de hijos importantes en la historia (reyes, profetas) o incluso, de Aquel que la cambiaría; otras, esposas que acompañaron y ayudaron a sus maridos en su misión; y otras, fueron protagonistas principales de su pueblo como reinas, jueces, discípulas, luchadoras o evangelizadoras.
Nunca trataron de equipararse al hombre ni pidieron igualdad ni desearon tener otro cometido o protagonismo distintos al suyo, sino que cada una de ellas cumplió su vocación, aquella misión para la que fueron creadas por Dios. 

Pero por si todos estos ejemplos fueran insuficientes, los Evangelios revelan el modo con el que Jesús acogió a algunas mujeres entre sus discípulos y seguidores, la manera en la que rompió todos los esquemas patriarcales judíos por el trato especial que dio a mujeres que se encontró durante su vida pública como la samaritana que dio de beber a Jesús (Jn 4,27), la hemorroísa que tocó el manto de Cristo (Mc 5, 25-34), la mujer encorvada (Lc 13, 10-16), la mujer adúltera que iba a ser apedreada (Jn 8, 3-11), la prostituta que le besó los pies y le ungió con perfume (Lc 7, 36-50), la suegra de Pedro, a la que curó (Mc 1, 29-31), la mujer pecadora de Betania, en casa de Simón (Mc 14, 3-9), la cananea que insistió a Jesús con fe (Mt 15, 21-28). la viuda de Naim a la que Jesús la devuelve su hijo muerto (Lc 7,11-17), la viuda pobre que dio todo lo que tenía (Lc 21,1-4), Marta y María de Betania (Lc 10, 38-42), etc.

Muchas mujeres desafiaron el sistema cultural de la época al seguir a Jesús, al hablar a solas con Él, al tocar su cuerpo, al dirigirse a Él en público y al servirle como discípulas. Muchas demostraron un amor sincero y una fe firme en Jesucristo. Muchas demostraron estar más cerca de Dios que muchos hombres. 

De crucial importancia es el papel de las mujeres que fueron testigos de la Pasión y Muerte de Cristo, y posteriormente, de su Resurrección (Lc 23, 26-30), entre las que se encontraba María Magdalena, María la de Cleofás (Jn 19,25), Salomé (Mc 15,40-41) y otras, pues fueron las primeras en ver a Jesús resucitado y en recibir el encargo de anunciarlo a los discípulos (Mt 28, 7; Mc 16, 7; Lc 24,9; Jn 20,18), condición indispensable para ser incluidas como Apóstoles de Cristo (Hch 1, 22).

Asimismo, demostraron su papel fundamental en la acción misionera de la Iglesia y su participación activa en el origen del cristianismo mujeres como Lidia, la primera cristiana conversa de Europa (Hch 16, 15) o Priscila, destacada discípula de San Pablo y formadora de Apolo (Hch 18,24-26; 1 Co 16,19; Rom 16,3-5), Febe, diaconisa de Cencreas (Rom 16,1-2), Junia, compañera de prisión de San Pablo en Roma (Rom 16,7), Cloe, acomodada comerciante cristiana y responsable de una Iglesia de Corinto (1 Co 1,11) y  Ninfa de la Iglesia de Laodicea (Col 4,15).

Por todo ello, quien acusa a Dios de discriminación a la mujer, no se ha enterado de nada. Quien le tacha de machista es que no conoce a Dios. Quien tilda a la Iglesia de marginar a la mujer no se da cuenta de que es la mujer la que sostiene a la Iglesia.

Por una mujer, Dios se hizo hombre y nos salvó. Por una mujer, la Iglesia comenzó su andadura a los pies de la cruz. Y por un grupo de mujeres, nuestra fe cobra todo su valor al anunciarnos que JESUCRISTO HA RESUCITADO.

lunes, 4 de enero de 2021

HIJOS CONTRA SUS PADRES


"Se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. 
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; 
pero el que persevere hasta el final, se salvará
(Mateo 10,21-22)

Está escrito en la Palabra de Dios. Cristo nos anticipa una terrible realidad: "vuestros hijos se rebelarán contra vosotros y os matarán." Pero, como siempre, también nos hace una promesa: quien persevere hasta el final, tendrá recompensa.

Muchos padres sufrimos esta situación con nuestros hijos en primera persona y en propia carne. Algunos, durante muchos años. Impotentes ante esta terrible experiencia, nos preguntamos ¿Por qué? ¿Cómo resolverlo? ¿Qué hacer?

El Diablo siempre utiliza la misma táctica: instiga a los hijos de Dios a rebelarse contra su Padre, con la excusa de la libertad y con el propósito de "matarlo", de "eliminarlo" de sus vidas. Y hace lo mismo con nuestros hijos. 

Por tanto, nuestra lucha no es contra nuestros hijos sino contra el poder del mal. Quizás, lo que deberíamos plantearnos todos, tanto padres como hijos, es ¿cómo reclamo la libertad que mi Padre me concede? ¿trato de obtenerla aunque ello suponga "asesinarle"? ¿sé utilizarla correctamente? 

En un mundo gobernado por el Enemigo y, por tanto, edificado sobre el odio, la división y el egoísmo, seguir a Cristo nos lleva irremediable a chocar con el plan del Adversario, quien pondrá toda su maquinaria en contra nuestra, incluso a nuestros hijos, para causarnos el mayor dolor posible.
No es nada fácil manejar esta dura y dolorosa experiencia personal, y colectiva, a la vez. No, si no pienso y medito en el dolor de la Pasión y Muerte de Dios. Sus criaturas más amadas, sus propios hijos, le "crucifican" y le "matan". Por lo tanto, si yo soy cristiano, tengo que saber que esto también me va a ocurrir a mí.

Aún así, Jesús, desde el Calvario, no me pide que luche contra ellos o que busque soluciones por mis medios, como algunos de sus discípulos pensaban en el Huerto, o como algunos soldados romanos le increpaban para que se salvase a sí mismo en el Gólgota. Cristo me llama a perseverar, a aguantar, a mantenerme firme en la fe y confiado en la voluntad del Padre. Como hizo Él.

En mi Getsemaní particular, puedo pedirle a Dios que pase de mí este cáliz. En mi Cruz personal, puedo preguntarle por qué me ha abandonado. Es humano. Pero como imitador de Cristo, lo que debo decirle al Padre es "que pase de mí este cáliz, pero que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya". Como seguidor de Cristo, debo pedirle a Dios: "perdónales porque no saben lo que hacen". También, como cristiano, hijo suyo y amado, debo ofrecerle: "en tus manos encomiendo mi espíritu", es decir, poner mi vida en sus manos y que se cumpla Su voluntad.

La parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32) refleja a la perfección esta situación que sufrimos muchos padres: nuestros hijos se rebelan contra nosotros, nos piden su "herencia" (su libertad) y nos "matan", para marcharse a un "país lejano". 
Según la costumbre judía, ningún hijo tenía derecho a heredar nada hasta que el padre no muriera. La exigencia del hijo menor de recibir su herencia no sólo implica una rebelión contra su padre, impensable para un judío, sino que además supone el "asesinato" del padre: para heredar, debe matarlo. El Padre, consciente de ello, no quebranta la libertad de su hijo y se le da. Es más, da su vida...por amor a su hijo. Y espera...

En ocasiones, quienes sufrimos esta situación angustiosa, pensamos que no somos capaces de vivir esta tristeza de corazón y que la resolución de este problema es imposible. Y nos asomamos al precipicio de la desesperación. Pero, debemos persistir en la certeza de que "para Dios nada hay imposible" (Lucas 1,37), y que "sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien" (Romanos 8,28).

Por eso y aunque sea tremendamente duro y doloroso, debemos aprender a vivir esta circunstancia con plena confianza en el Plan de Dios. Y, aún a pesar de todo el mal que nos desgarra el corazón y nos hiere profundamente el alma por lo que nuestros hijos digan o hagan, debemos amarles hasta el extremo, morir por ellos.

La parábola del hijo pródigo, o mejor, del Padre misericordioso, nos exhorta a hacerla nuestra y a vivirla como la vivió el Padre: con amor incondicional. Y además, a asumirla con la fe y la esperanza de que nuestros hijos, algún día, "vuelvan a casa", para salir corriendo a su encuentro, para abrazarles, cubrirles de besos y celebrar una gran fiesta.

A mi, personalmente, me ayuda mucho encontrar respuestas a mi cruz en la Palabra de Dios y a asumirla como Cristo me pide para seguirle:

Proverbios 22,6 dice: "Educa al muchacho en el buen camino: cuando llegue a viejo seguirá por él". Yo tengo la esperanza de que la semilla sembrada en sus corazones, tarde o temprano, crecerá. Yo la planté y Dios la hará germinar. Estoy seguro.

Gálatas 5,22-23 da la clave para soportar esta cruz con los frutos del Espíritu: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí". Por eso, siempre le pido al Espíritu Santo, no tanto que me resuelva la papeleta y solucione mis problemas, sino que me de sabiduría, entendimiento, consejo y fortaleza para vivirlos con perseverancia. 

El profeta Isaías 49,15 me da tranquilidad y paz cuando asegura: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré". Aunque yo olvidara mi amor por mis hijos, aunque yo me enfade con ellos y, a veces, hasta pierda los "papeles", Dios jamás lo hará. 

San Pablo en 1 Corintios 10,13 me da seguridad y ánimo"No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla".

En 1 Tesalonicenses 5, 14-17 me desvela la manera de actuar con mis hijos: "Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal; esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos. Estad siempre alegres. Sed constantes en orar".

1 Pedro 5,7-10 me da la solución: "Descargad en Dios todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros. Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que vuestra comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos. Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará." 

Es en Dios y en su Gracia en quien debo descargar mis agobios. Él cuida de mí y de los míos. Yo sólo tengo que resistir a mi adversario, y como yo, otros que están pasando por los mismos sufrimientos. Dios resolverá todas nuestras angustias y todos nuestros problemas.

Señor, Padre todopoderoso,
te doy gracias por el don de mis hijos
que generosamente me has concedido.

Acepto con serenidad y paciencia, 
las preocupaciones y fatigas
que ellos me cuestan.

Dame consejo para guiarlos,
paciencia para instruirlos,
fe para servirles de ejemplo,
sabiduría para comprenderlos
y luz para ayudarlos a encontrarte.

Ayúdame a amarlos hasta el extremo
y a entregar mi vida por ellos.

 Amén

miércoles, 30 de diciembre de 2020

UN CAMINO DE SUBIDA

"Sed para mí santos, 
porque yo, el Señor, soy santo, 
y os he separado de los demás pueblos
 para que seáis míos"
(Levítico 20,26)

Jesucristo, el Santo, hizo un camino de bajada a la tierra, por amor, para llevarnos a todos los hombres a la santidad, es decir, para llevarnos de la mano por un camino de subida al cielo, a la comunión con el Padre, que habíamos perdido "en el principio", por causa de Adán.

Jesucristo, la Verdad, nos interroga, en la encrucijada de nuestras opciones existenciales, para que decidamos si seguimos en el valle cómodo y atractivo que nos sugiere el mundo (o incluso descendemos aún más, al precipicio, que nos sugiere el Enemigo), o iniciamos el camino de ascenso, difícil y escarpado, hacia el cielo.

A nosotros nos toca elegir: ser alpinistas que ascienden hacia la cumbre, que buscan la Luz de la gloria y los amplios horizontes del Amor, o ser mineros que descienden hacia las oscuridades de las grutas tenebrosas del pecado, que buscan algo que no pueden hallar.  

A nosotros nos toca decidir: ser salmones surgidos de las desembocaduras del mar y que nadan contracorriente en pos de su vocación, o ser culebras de agua que se dejan arrastar por la corriente hacia el mar y bucean en los peligros del caos.

El "Mapa"

El camino que nos muestra Cristo es un camino escarpado y sinuoso que requiere esfuerzo y supone fatiga pero que merece la pena, porque "arriba", en la cumbre, se respira aire puro, se percibe la amplitud del horizonte y, sobre todo, se encuentra a Dios.

Llegar a la cima no es fácil. Nos espera sufrimiento y persecución, llanto y calumnias, falta de paz y de justicia... pero Cristo nos promete (¡ocho veces!) ser dichosos, bienaventurados, felices...santos: 

"Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos"
(Mateo 5, 2-10)

Las Bienaventuranzas son la Carta Magna del cristiano, la Constitución del católico, las Nuevas Tablas de la Ley del amor y de la alegría. Son el mismo rostro de Jesús, el retrato del discípulo de Cristo.
Los hombres hemos sido creados para la felicidad, para la santidad, para el amor. Nuestro deseo tiene su cumplimiento en Cristo. Él es nuestra respuesta, nuestro camino, nuestro mapa. Él es el secreto de nuestra victoria. 

Pero es preciso entender que toda victoria supone esfuerzo, confianza y compromiso, y que es una lucha hasta la muerte. Cristo venció esta batalla, recorriendo y mostrándonos todo el camino, hasta la muerte en cruz. Y no lo hizo por Él, sino por nosotros. 

De la muerte surge la vida, del abismo del pecado surge la cima de la gracia, del viejo Adán surge el "nuevo" Adán. 

Las Bienaventuranzas son el "mapa del tesoro" que nos muestra el itinerario y la "brújula" que nos indica la dirección. Un "camino de subida" que Cristo ha recorrido antes que nosotros para demostrarnos que "sí, se puede". Porque el amor todo lo puede, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13,7).
Un camino que es el propio Jesucristo, el más pobre de los pobres, el más manso de los mansos, el más justo de los justos, el más misericordioso, el más limpio de corazón, el más pacífico y el más perseguido. 

Un viaje que no recorremos solos. Con Cristo, que nos da la mano y camina a nuestro lado, y con el Espíritu Santo que nos guía y nos da fuerzas, podemos recorrer este viaje de "ascenso" hacia la felicidad, esta "escalada" hacia la plenitud, esta "subida" hacia la comunión con el Padre.

El "Itinerario"

Todos estamos llamados a la santidad. La santidad no es una misión imposible. O, sí lo es, si la miramos desde una convicción humana de obras y méritos propios. Sólo la gracia y los méritos de Cristo pueden conducirnos a ella: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos" (2 Timoteo 1,9).

La santidad, tras el encuentro con Cristo, supone un "trastorno" de nuestra historia y de nuestra vida, un "cambio" de nuestros planes y de nuestros proyectos, una conversión de nuestra mentalidad y de nuestra actitud, una renovación del corazón que el Espíritu Santo produce en nuestra alma, conformándonos al corazón del Hijo.

La santidad se realiza en la vida cotidiana, en el día a día. No supone una "vida extraordinaria en obras y milagros" sino una "vida ordinaria en amor y servicio". 

La santidad es un itinerario personal, adecuado a la vocación de cada uno. Ningún santo es igual a otro. No tiene por qué serlo. Cada uno tiene un ritmo y un paso. Pero todos tienen que converger en la experiencia gozosa del encuentro y la comunión íntima con Dios.
La santidad es un camino de subida que no admite dudas ni vacilaciones: o subes o no subes. Y si no subes, bajas. Es un camino angosto, incómodo y lleno de peligros que no depende de nuestras capacidades sino de seguir a Cristo.

La santidad es un ascenso "en el Espíritu" que requiere dejarse guiar con docilidad, confianza y obediencia por el Espíritu Santo. Un peregrinaje que ya han recorrido otros santos, allanándonos la senda.

La santidad no consiste en un viaje de auto-perfeccionamiento, ni de auto-satisfacción, ni de auto-ayuda, ni de auto-crecimiento. Es un recorrido de sanación por la gracia del Espíritu Santo, de acompañamiento por el Hijo hacia la feliz comunión con el Padre.

El cielo es nuestra patria. Somos ciudadanos del cielo, y como tales, no podemos esperar pasivamente ser "arrebatados" sin más. San Pablo nos exhorta a comprometernos activamente: "No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos" (2 Tesalonicenses 3,13; Gálatas 6,9-10).

El Reino de los Cielos se realiza progresivamente en nuestra cotidianeidad, en nuestras tareas terrenales, colaborando con el Creador para edificar una casa digna para el hombre, un mundo donde reine la justicia y la paz, un paraíso donde se encuentre la verdad y el amor, una Jerusalén celeste donde el hombre se reconcilie con Dios.

"Lo mismo que es santo el que os llamó, 
sed santos también vosotros 
en toda vuestra conducta
porque está escrito: 
Seréis santos, porque yo soy santo."
(1 Pedro 1,15-16)

martes, 29 de diciembre de 2020

SERVIR A LA CAUSA DE CRISTO

"Os entregarán al suplicio y os matarán, 
y por mi causa os odiarán todos los pueblos"
(Mto 24,9)

En ocasiones, hemos escuchado la frase "servir a la causa de Cristo", pero ¿a qué se refiere?¿qué significa "su causa? ¿cuál es su causa"?

Según el diccionario, "causa" es el fundamento u origen de algo, el motivo o razón para obrar, la misión en que se toma interés o partido. Y también,  justicia, litigio o pleito.

Veamos pues qué es la causa de Cristo...

¿Qué es?
La causa de Cristo es el fundamento, el origen, la razón y la misión de Cristo. Es una metonimia de Jesucristo mismo, es decir, es a la vez, causa y efecto. 

La causa de Cristo es Jesucristo mismo, quien, al despojarse de su divinidad y encarnarse en un hombre, sirvió y se humilló hasta el extremo para dar su vida por nosotros, ofreció el Amor de Dios e impartió Su Justicia, y con su resurrección, nos concedió el acceso de todos nosotros a Dios, restringido desde el principio por el pecado. 

La causa de Cristo es la justicia (Mt 5,20-21) porque Él es el Justo, es la santidad porque Él es el Santo (Mt 5,48), es el amor porque Él es el Amor (1 Jn 4,8), es el camino verdadero a la vida porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).

Mientras que la causa de Adán es condena, pecado y muerte, la causa de Cristo es salvacióngracia y vida (Rom 12-21), es la fe en Dios.

¿Cómo se recibe?
La causa de Cristo se recibepor medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Rom 3,22), “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil 3,9).

La causa de Cristo se sigue por la vivencia de Jesucristo"Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20), por la inhabitación trinitaria en el corazón y en el alma del cristiano: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).

¿Qué implica?

Hasta aquí, todo es fácil y bonito, pero si ahondamos en las implicaciones que supone el seguimiento de Cristo, ¿estaremos dispuestos a servir a Su causa?
La causa de Cristo no tiene medias tintas, implica vivir y morir como Cristo, para luego resucitar. Y por ello, es:

-"subversiva" porque supone no sólo creer en Dios sino padecer por y como Él: "Porque a vosotros se os ha concedido, gracias a Cristo, no sólo el don de creer en él, sino también el de sufrir por él" (Fil 1,29-30).

-"escandalosa" porque comporta desapego, carencia, servicio y entrega, y a la vez, rechazo, persecución, calumnia y martirio: "Pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad (1 Co 4, 11-13). 

-"irracional" porque significa negarse a sí mismo y despojarse de todo, cargar la propia cruz y seguir a Jesús, a "contracorriente" de la justicia y de la razón del mundo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24).

¿En qué consiste?

La causa de Cristo consiste, fundamentalmente, en luchar contra nuestros tres principales enemigos: la carne, el mundo y el demonio. 
Y aunque Cristo ya los ha vencido, quiere, si le seguimos con nuestra adhesión libre y voluntaria, que nos enfrentemos a esa lucha contra:

-el Pecado, la carne. Es el gran enemigo a batir, mientras estemos en este mundo. A pesar de nuestro "sí" a la causa de Cristo, el pecado persiste en nuestras vidas, por eso Jesús nos advierte siempre que estemos vigilantes y alerta a la voz del Espíritu Santo.

Luchar contra el pecado y contra la carne es escuchar, meditar y guardar en nuestro corazón la Palabra de Dios, seguir el consejo y la guía de la Iglesia, y vivir una vida de oración y de sacramentos.

- el Mundo, el mal. Es el campo donde se desarrolla nuestro servicio a la causa de Cristo. Jesús nos advirtió de que, aunque estamos en el mundo, no somos parte de él. Somos ciudadanos del cielo, de la Jerusalén celestial.

Luchar contra el mundo es desenmascarar el mal que hay en él y no adaptar nuestra fe y vivencia cristiana a sus costumbres. Es ir contracorriente, proclamar la Verdad y denunciar la mentira, es vivir con integridad y perseverancia la fe con la ayuda de la gracia de Dios. 

-Satanás, el Diablo. Es real. Existe. Ha sido vencido por Cristo en la cruz pero sigue dando coletazos buscando la forma de devorarnos. Podrá golpear nuestro cuerpo y tentar nuestro espíritu pero no podrá separarnos del amor de Cristo, de la causa de Cristo. 

Luchar contra el diablo es huir de todo su poder infernal, de todo lo que pretende separanos de nuestro Señor. No se trata de luchar con nuestras fuerzas o méritos, sino de perseverar en la causa de Cristo porque Él ya ha vencido

Servir a la causa de Cristo es seguir los pasos de nuestro Señor, es dejarlo todo por amor para sufrir y padecer por Cristo pero, una cosa es segura: Nadie podrá quitarnos la vida a quienes ya se la hemos entregado a Dios.

viernes, 25 de diciembre de 2020

GOLLUM: EL EFECTO DEL PECADO

"Donde está tu tesoro, 
allí estará tu corazón...
Nadie puede servir a dos señores"
(Mateo 6,21 y 24)

Gollum, protagonista de este artículo, es uno de los personajes más característicos de J.R.R Tolkien, presente en toda su obra (El Señor de los Anillos y El Hobbit), que simboliza el efecto esclavizante del poder del pecado en el hombre, y en el que están alegóricamente representados Adán y Caín, y por ende, todos nosotros: "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios" (Romanos 3,23)

Para comprender el significado de la obra de Tolkien es preciso señalar que no es sólo una historia fantástica o de ficción que narra un viaje a través de la Tierra Media (la tierra, el camino, el espacio que hay entre el cielo y el infierno), sino que es también un relato sobre el viaje del yo personal al interior de otra tierra, la de la conciencia, en la que se desenvuelve el drama de la voluntad y la libertad. 

No obstante, Gollum, esta criatura metafórica y monstruosa, no siempre fue así. En realidad, una vez tuvo apariencia humana, antaño fue un Hobbit cuyo nombre era Sméagol. Tolkien toma este nombre del adjetivo del inglés antiguo "sméah", que significa "reptil, penetrante ", y que, relacionado con la serpiente o Diablo, fue también aplicado por los anglosajones a Caín.

El día de su cumpleaños, Sméagol se encontraba pescando con su primo Déagol, cuando éste encontró por accidente el Anillo Único de Sauron, cuyo poder atrajo a Sméagol hacia la oscuridad del mal, de tal forma, que asesinó a su primo para arrebatárselo. Desde aquel momento, Sméagol llamó al Anillo su "regalo de cumpleaños" y también su "tesoro". 
Se trata de una alegoría de Tolkien al asesinato de Abel por su hermano Caín a causa de la envidia (Génesis 4,8), o también, de la petición de Salomé al rey Herodes Antipas para que le diera la cabeza de Juan el Bautista como regalo de cumpleaños. 

De esa forma, Sméagol fue desterrado de su pueblo y vagó en solitario por tenebrosas y oscuras grutas, buscando cualquier tipo de alimento, en alusión a Adán y a Caín, castigados por Dios, el primero, a comer con fatiga (Génesis 3, 17-24) y el segundo, a andar errante y perdido por la tierra (Génesis Génesis 4,12), 

Durante 500 años, el Anillo otorgó a Sméagol longevidad antinatural y se convirtió en una carga muy pesada (culpa) que fue deformando y corrompiendo su mente y su cuerpo, y a quien todos (trasgos, hombres y hobbits) querían matar, una referencia a las palabras de Caín dirigidas a Dios en Génesis 4,12 y 14: "Mi culpa es demasiado grande para soportarla...y cualquiera que me encuentre me matará."
Sméagol, solitario y deshumanizado, comenzó a sisear y hablar consigo mismo en primera persona del plural, su yo se encuentra divido en dos: el bien y el mal. Y así, se transforma en una metáfora viviente de los efectos de la posesión del poder del pecado en el corazón humano. Tolkien le otorga a Sméagol un nuevo nombre muy significativo que surge de la emisión de sonidos guturales y gorgoteos de deglución: "Gollum".

Gollum es un "guiño" del autor británico al término hebreo Golem, que se refiere a un ser "informe" o "sin forma" (Salmo 139,16), y con el que la cultura judía denominaba a un ser animado fabricado artificialmente a partir de materia inanimada, barro o arcilla, al que se da vida a través de medios sobrenaturales y que está destinado a servir incondicionalmente a su creador, en referencia también a Adán, modelado del barro (Génesis 2,7). 

Los Golem aparecen en la película de El Hobbit, un viaje inesperado, de Peter Jackson (2012) y en Noé, de Darren Aronofsky (2014) y muestran a los "Nefilim" (Nephilim, en hebreo הַנְּפִלִ֞ים, "gigantes" o "caídos"), también llamados hijos de Anac ("Anaquim" o anaquitas), gigantes de piedra y arcilla surgidos de la unión antinatural entre los ángeles caídos y las "hijas de los hombres" (Génesis 6,1-4; Números 13,33).
              
Gollum (el "hombre pecador", el "hombre caído"), alejado de la Luz y de la Verdad, es un ser con una identidad desnaturalizada, deshumanizada y autómata, que carece de libertad (esclavo del pecado) y de discernimiento (gracia), por lo que "de su boca sale tanto bendición como maldición" (Santiago 3,10) y "vive en tinieblas y miente" (1 Juan 1,6).

El poder del Anillo Único genera en el interior de Gollum una voz secreta que dice: "mío" ("mine", en inglés), "mi tesoro" ("my treasure"), "mi preciosidad" ("my precious"), para expresar un deseo egoísta, desenfrenado e irracional por el cual el poder que le confiere su tesoro no debe ser compartido con nadie ni, por supuesto, entregado a nadie.

Sin embargo, los cristianos sabemos que los talentos recibidos de Dios deben ser utilizados con rectitud, y dispuestos a la entrega y al sacrificio de la propia vida en función del Bien y la Verdad. 

"Adueñarse", "poseer" y "apoderarse" de un tesoro (don inmerecido) y encontrado por casualidad (concedido por la Gracia), como algo propio y exclusivo al servicio de uno mismo, en lugar de para servir a los demás, oscurece la razón y deforma la voluntad, con lo que las "necesidades", los "derechos" o los "méritos" de otros quedan eclipsados y anulados.

Pero igual que Gollum y que casi todos los demás personajes de Tolkien, los hombres sentimos la tentación del poder, y buscamos excusas y argumentos para, a través del pecado, "poseerlo", para hacerlo "nuestro", en lugar de "entregarlo" a los demás. Creemos ser merecedores del "poder" e incluso creemos que nos vuelve "invisibles" a los ojos de Dios. 

Sin embargo, es el poder del Anillo (del pecado) el que nos va poseyendo, esclavizándonos y deformando nuestra voluntad para llevarnos hacia el Monte del Destino, donde enfrentarnos a la lucha final entre el bien y el mal.

A pesar de todo, existe siempre, en la condición humana, un resquicio de luz, una posibilidad , una esperanza que, traspasando el orgullo y la avaricia, permita la conversión de la conciencia y del corazón. De lo contrario, caeremos indefectiblemente junto con el pecado, en el lago de fuego o Gehena. 
       

El Anillo Único simboliza el poder del mal, que atrae y esclaviza. Sauron, que simboliza al Diablo, forja distintos anillos de poder (oro) que simbolizan las tentaciones y las seducciones a las que muchos ceden. Una vez que deslizamos esos anillos en nuestros dedos, caemos inevitablemente en la esclavitud de su poder y en la lealtad a su dueño: 

"Un Anillo para gobernarlos a todos,
un Anillo para encontrarlos a todos, 
un Anillo para atraerlos a todos 
y atarlos en las tinieblas"