¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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martes, 13 de agosto de 2024

MEDITANDO EN CHANCLAS (14): SANTOS ¡YA!

 
"Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto"
(Mt 5,48)

La llamada a la santidad es universal. Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1 Tm 2, 4) y "no quiere que nadie se pierda, sino que todos se conviertan" (2 Pe 3, 9).  

Sin embargo, cada uno de nosotros tenemos la voluntad y la libertad, dados por Dios, para elegir entre dos caminos divergentes: santidad o pecado, dicha o pena, salvación o condenación.

Es verdad que si dejamos la santidad a la que el Señor nos llama para más adelante, quizás nunca la alcancemos. Necesitamos tener claro cuál es el camino al cielo y que necesitamos hacer para llegar a Él. Y necesitamos hacerlo ya.

La Iglesia nos enseña que todos requerimos pasar por un proceso de purificación, porque en el cielo "no entrará nada profano" (Ap. 21, 27), que podemos realizar en la tierra o en otro estado intermedio entre la tierra y el cielo

Jesús también se refirió este estado intermedio  cuando habló de un perdón posterior a la muerte (cf. Mt 12, 32) y cuando comparó el pecado a una deuda que tenemos que saldar (cf. Lc 12, 58-59). Es lo que conocemos como el purgatorio. 

Pero, para evitar el purgatorio, tenemos que empezar con nuestra purificación ya, ahora mismo, y para ello, primero, hemos de saber qué significa ser santo.

Ser santo no significa ser un superhéroe de la fe ni tampoco realizar actos imposibles. La santidad está al alcance de todos porque si no, Dios no nos la pediría. El Señor no nos pide imposibles. La santidad supone hacer extraordinario lo ordinario teniendo a Jesús en nuestro corazón.

Sin embargo, en nuestro corazón conviven tres "yoes" a modo de interrogantes:

¿Quién quiero ser? Mis expectativas, mis anhelos, mis deseos.

¿Quién dice la gente que soy? Mi imagen pública, el modo en que me ven y mi trato con los demás.

¿Quién soy realmente? Mis virtudes, mis defectos, mis heridas y debilidades.

Tres preguntas que, por sí solas, no me llevan a la plenitud, a la felicidad, a la bienaventuranza, a la santidad. Necesito hacer sitio en mi corazón a Jesús. 

Cuando le abro la puerta de mi vida al Señor, Él me habla de las bienaventuranzas (Mt 5, 3-11), el auténtico manual para ser santo y que suscitan la pregunta: ¿Quién soy para Dios?
Las Bienaventuranzas son la idea de hombre que Dios tiene pensada para mi desde el principio de la creación; son el mismo retrato de Cristo.

Son las obras que realiza Dios en mi para hacerme semejante a su Hijo, que dibujan el rostro de Jesús, describen su confianza plena en el Padre, su amor y misericordia hacia todos; son el único camino al cielo; son la vocación a la que Dios me llama. 

Bienaventurado, dichoso, santo, perfecto es el:
  • pobre en el espíritu: ¿Reconozco mi pobreza, mi debilidad y mi necesidad ante Dios? ¿Me humillo y mendigo a Dios su gracia? ¿Soy consciente de que sin Dios nada tengo y nada puedo?
  • manso y humilde de corazón: ¿Me asemejo a Cristo? ¿Soy humilde? ¿Acepto la voluntad de Dios? ¿Muestro bondad y autocontrol? 
  • desconsolado: ¿Estoy triste y afligido? ¿Cansado y agobiado? ¿Mi dolor y sufrimiento me abren a una relación con Dios? ¿Es Cristo para mí el consuelo definitivo?
  • hambriento y sediento de justicia: ¿Soy justo con los demás?¿Tengo sed de Dios? ¿Le busco constantemente?
  • misericordioso: ¿Me compadezco de las debilidades y sufrimientos de los demás? ¿Soy misericordioso con los demás? ¿Amo al prójimo?
  • limpio de corazón:¿Es puro mi corazón? ¿Son buenas mis intenciones? ¿Busco hacer siempre el bien?
  • pacífico: ¿Comunico paz y evito conflictos? ¿Tengo serenidad? ¿Pongo paz y eludo peleas?
  • perseguido, mártir: ¿Obedezco a Dios antes que a los hombres? ¿Entrego la vida a Cristo y no a los placeres del mundo? ¿Soy perseguido y acosado por causa de Cristo?
  • calumniado: ¿Soy rechazado y calumniado por ser cristiano? ¿Insultan y desprecian mi fe?
Para ser santo, más que faltarme muchas cosas que Dios me pide ser, me sobran muchas más... 

Me sobra mucha soberbia, orgullo, pereza, ira...Me sobra juzgar a otros, mirarlos mal, señalarlos...

Me sobra mucho tiempo y me falta mucha más oración, me sobra impaciencia y me falta mucha más calma, me sobra mucha ira y me falta mucha más paz...

Me falta darme más a los demás, preocuparme más por ellos, caminar con ellos...

Por eso, tengo que empezar a ser santo...¡ya!

lunes, 7 de agosto de 2023

MEDITANDO EN CHANCLAS (8): SAL Y LUZ, GUSTO Y SENTIDO

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. 
Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. 
No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, 
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, 
para que vean vuestras buenas obras 
y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: 
no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra 
que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes 
y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos
(Mt 5,13-19)

El evangelio de hoy se enmarca dentro del sermón de la montaña y como continuación de las bienaventuranzas de los versículos anteriores (v. 1-12), Jesús compara a sus discípulos, a nosotros los cristianos, con la sal de la tierra y con la luz del mundo. Nos invita a todos a poner las bienaventuranzas en práctica.

Y al final del pasaje, el Señor nos remarca que la fe cristiana es una continuación de la judía. La voluntad de Dios sigue siendo la misma...Él sigue siendo el mismo...justo y misericordioso. Por eso, Jesús resume la Ley en el amor, a Dios y al prójimo, y nosotros debemos cumplirla (con la mente)...pero más aún...debemos vivirla (con el corazón).

Sal de la tierra
La sal se utiliza para dar sabor pero en la antigüedad, se utilizaba para evitar que los alimentos se pudrieran o se estropearan, para evitar la descomposición. Es un símbolo de “permanencia”, de "conservación". En definitiva, de "fidelidad" o de "alianza". 

Por tanto, Jesús nos invita a ser los que demos sabor a la tierra, a evitar que el mundo se "descomponga" y se "corrompa", permaneciendo fieles a Dios, viviendo las bienaventuranzas que son la esencia del cristiano, que son su DNI.

Pero si la sal se vuelve sosa...si no vivimos las bienaventuranzas, perdemos nuestra "esencia"...perdemos nuestro "sabor" a Cristo, y la gracia recibida es pisoteada...y se pierde. La sal ya no sirve para la función encomendada y por eso hay que tirarla, prescindir de ella.
Luz del mundo
La luz sirve para iluminar y dar calor. En la antigüedad, la luz del mundo se aplicaba a Jerusalén, la ciudad de la luz, la ciudad de la presencia de Dios. Además, alrededor de la luz se compartía la sabiduría de los mayores, y también, la luz señalaba el rumbo de los viajeros por la noche. 

Por tanto, Jesús se refiere a la comunidad cristiana, a la nueva Jerusalén, a la Iglesia...que “no se puede ocultar”, que debe guiar y enseñar. Los cristianos no podemos vivir las bienaventuranzas en solitario ni la fe como una experiencia íntima y personal o en secreto. 

Pero si la lámpara deja de alumbrar y de brillar...dejamos de ser cristianos, dejamos de testimoniar a Jesús, dejamos de aprender la sabiduría de Dios y perdemos el sentido de nuestra vida. El sabor (sal) y el saber (luz) son la esencia y la vocación verdaderas del cristiano: dar testimonio de Cristo viviendo las bienaventuranzas, dar  gusto (sal) y sentido (luz) a la vida (mundo).  

Vivir con sabor es vivir con gusto, saber qué y cómo vivo.
Vivir con saber es vivir con sentido, saber por qué y para qué vivo.

JHR

viernes, 17 de septiembre de 2021

EL SERMÓN DE LA MONTAÑA: LA "NUEVA" LEY Y SU JUSTICIA


"Os digo que si vuestra justicia no es mayor 
que la de los escribas y fariseos, 
no entraréis en el reino de los cielos" 
(Mateo 5,20)

Me sigue sorprendiendo que algunos católicos interpreten erróneamente el Nuevo Testamento en detrimento del Antiguuo. Precisamente, el tema central del Evangelio de Mateo (y también de los de Marcos, Lucas y Juan) es afirmar que Jesús es el cumplimiento de todas las profecías del Antiguo Testamento y por tanto, el Mesías esperado. 

En el capítulo cinco de Mateo, que hoy reflexionamos, el evangelista presenta el comienzo de la predicación de Jesús con el Sermón de la Montaña, que representa la carta magna de la libertad cristiana en la que se expone la justicia del reino de Dios, es decir, la voluntad de Dios, el propósito único y pleno de la Ley o "Torah". Cristo une y da plenitud a la Justicia del Antiguo Testamento con la Misericordia del Nuevo.

El Señor, lejos de abolir la "Ley y los Profetas", viene a darle cumplimiento y plenitud (Mateo 5,17), explicando a través del "Evangelio" su sentido más profundo: Jesucristo es el cumplimiento de la historia de la salvación del Antiguo Testamento, la Nueva Alianza (Isaías 42,6) y la Nueva Ley. 

Por tanto, existe discontinuidad entre Torah y Evangelio, pero no ruptura: el vino nuevo requiere odres nuevos. El "vino nuevo" es Jesucristo y "los odres nuevos" son la radicalidad y plenitud del amor. 

Sin comprender a Jesús como el Mesías prometido, como el cumplimiento de "la Ley y los Profetas" es imposible integrar Torah Evangelio. Por eso, Cristo nos pide ir más allá de la letra de la Ley (odres viejos) y ver perfectamente cumplidos los mandamientos de Dios y modeladas las Bienaventuranzas en su divina persona.
Las Bienaventuranzas 

Las Bienaventuranzas son las bendiciones prometidas en los pactos de Dios de la antigüedad con el pueblo de Israel (con Noé, Abraham, Moisés y David) pero con una dimensión plena, universal y eterna: La “Tierra Prometida” es el Reino de los Cielos, abierto a todos los hombres.

Las Bienaventuranzas son las bendiciones de la filiación divina y la vida divina, reveladas por el amado y perfecto Hijo de Dios, y ofrecidas a cada uno de nosotros, a quienes nos enseña a invocar a Dios como “Padre Nuestro” (Mateo 6,9). De hecho, Mateo utiliza  17 veces la palabra “Padre” en los capítulos cinco, seis y siete de su evangelio. 

Las Bienaventuranzas, según algunos padres de la Iglesia, se corresponden con los siete dones del Espíritu (Isaías 11,2-3), con las siete peticiones del “Padre Nuestro” (Mateo 6,9-13), con los siete “ayesque Jesús dirige a los escribas y fariseos (Mateo 23,13-36) y con la misión mesiánica profetizada en el Antiguo Testamento (Isaías 61,1-11). 

Las Antítesis

En el versículo 20, Jesús advierte que la entrada al Reino de los Cielos requiere una justicia mayor que el "legalismo" de los escribas y fariseos, es decir, un concepto más pleno y profundo de los mandamientos dados por Dios a Moisés.

A partir del versículo 21, Jesús comienza a explicar la Ley de Dios con su pedagogia divina mediante "antítesis" que comienzan y terminan con la misma fórmula "Habéis oído que se dijo..." y "Pero yo os digo...":

1ª antítesis (vs. 21-26). Mansedumbre. Para un cristiano, "matar" no sólo significa "asesinar" sino también guardar rencor, demostrar ira, criticar, juzgar o insultar al prójimo.

2ª antítesis (vs. 27-30). Pureza. Para un cristiano, "cometer adulterio" no es sólo el acto y el signo exterior de la voluntad sino también el deseo y el signo interior del corazón.

3ª antítesis (vs. 31-32). Justicia. Para un cristiano, "divorciarse" no forma parte del propósito inicial de Dios. La indisolubilidad del matrimonio es un derecho de igualdad para los dos conyuges.

4ª antítesis (vs. 33-37). Verdad. Para un cristiano, "jurar en falso", o simplemente, "jurar" supone no cumplir lo prometido, mentir, engañar, faltar a la vedad, no ser digno de confianza.

5ª antítesis (vs. 38-42). Generosidad. Para un cristiano, el "ojo por ojo y diente por diente” (la ley del talión o venganza) no es un derecho ni una reclamación ante ningún agravio o afrenta. Esta antítesis sugiere una posible razón de que no aparezca el “no robarás” como la antítesis que falta para que sean "siete".

6ª antítesis (vs. 43-48). Amor. Para un cristiano, "amar a Dios y al prójimo" implica también "amar a los enemigos". Esta es la plenitud y el cumplimiento de la Ley, la perfección, la santidad.

Las antítesis de Mateo guardan una estrecha relación con la perícopa del joven rico narrada en los tres sinópticos (Mateo 19, 16-21; Marcos 10, 17-27; Lucas 18 18-27), quien dice cumplir los mandamientos fundamentales de la Ley o "Torah", pero a quien Jesús le pide ir más allá, a "dejarlo todo y seguirlo" (Mateo 19,21).

Los Mandamientos

La observancia de los mandamientos es indispensable y básica para la convivencia en comunidad, aunque no suficiente para alcanzar la "vida eterna". 

Jesús "rompe esquemas y sacude mentalidades", nos pide ir más allá de la "letra", del "cumplimiento" de la Ley, para mostrarnos, no sólo cómo debemos vivir, sino además, qué debemos hacer, o mejor dicho, cómo debemos ser"perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mateo 5,48). 

Mateo es el único de los sinópticos que añade al final, como la culminación de los preceptos precedentes, la última "antitesis": "Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo" (Levítico 19, 18), "pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mateo 5,43-44)

La Ley suprema del amor es una moción interior, sin duda suscitada por el Espíritu Santo, por la que los cristianos no cumplimos normas y reglas por obligación sino que nos ofrecemos y entregamos libre y voluntariamente a los demás.

Eso es exactamente lo que el Señor hizo en la Cruz: entregarse libre y voluntariamente a la voluntad de Dios, amar hasta el extremo a sus enemigos y pedir al Padre la misericordia divina para que los perdonara (Lucas 23,34). 

Cristo es la perfección del amor, es decir, la plenitud y el cumplimiento de la voluntad de Dios"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15,13). Los "amigos", los "discípulos", los "hermanos" de Cristo, "la nueva familia de Dios" son todos aquellos que escuchan y cumplen la voluntad de Dios (Mateo 12,50; Marcos 3,31-35; Lucas 8,19-21), es decir, aquellos que aman a Dios Padre y a sus hermanos.
En conclusión, el Sermón de la Montaña nos propone:

los Mandamientos, que constituyen y establecen las normas y leyes morales (que no legalismos) necesarias para la buena convivencia en comunidad.

- las Bienaventuranzas, que dibujan el perfil del verdadero cristiano necesario para la salvación y el acceso al Reino de los Cielos.

- las Antítesis, que esbozan un modo revolucionario de "ser" del cristiano ("luz del mundo" y "sal de la tierra"), que manifiesta con sus obras la justicia y la misericordia de Dios (Antiguo y Nuevo Testamento como un "todo"), y que forma una nueva y santa familia (la familia de Dios).

martes, 6 de abril de 2021

RECONOCIENDO EN LAS APARICIONES AL RESUCITADO

"Así está escrito: el Mesías padecerá, 
resucitará de entre los muertos al tercer día"
(Lucas 24,46)

A partir del tercer día, es decir, del domingo de resurrección, Cristo Resucitado se aparece en diez ocasiones a los discípulos, durante cuarenta días, antes de su ascensión a los cielos. Hoy meditamos y reflexionamos sobre su significado, sus características y su propósito.

Las diez cristofanías tienen tres características esenciales:

-IniciativaEl Resucitado toma la iniciativa. San Pablo lo explica en 2 Timoteo 1,9-10: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos, la cual se ha manifestado ahora por la aparición de nuestro Salvador, Cristo Jesús, que destruyó la muerte e hizo brillar la vida y la inmortalidad por medio del Evangelio.

La fe es la consecuencia del encuentro y no el origen de la experiencia. Jesús siempre se anticipa y nos interpela con preguntas y, como si no supiera las respuestas, quiere escucharlas de nuestros labios. Así ocurre cuando le pregunta a María Magdalena qué busca o cuando les pregunta a los dos de Emaús qué ha ocurrido con Jesús el nazareno.

-Reconocimiento: Los discípulos lo buscan donde no pueden encontrarlo. Lo buscan muerto pero está vivo. San Pablo en 1 Corintios 15,42-45 explica la resurrección de los muertos como la semilla que se siembra y que florece de otra forma"Se siembra un cuerpo corruptible, resucita incorruptible; se siembra un cuerpo sin gloria, resucita glorioso; se siembra un cuerpo débil, resucita lleno de fortaleza; se siembra un cuerpo animal, resucita espiritual. Si hay un cuerpo animal, lo hay también espiritual (...) el primer hombre, Adán, se convirtió en ser viviente. El último Adán, en espíritu vivificante. 

Por eso, al Resucitado se le reconoce progresivamente como consecuencia de la gracia divina y no de nuestra razón humana. Se le distingue y se le contempla en la medida que maduramos espiritualmente y nos formamos en la fe.

-Sentido: Jesús envía a sus discípulos a la misión. San Mateo la expone así: "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mateo 28,19-20).

De la misma forma que Cristo vino a cumplir la voluntad del Padre, a servirle y a dar testimonio de Él, nosotros, su Iglesia, los cristianos, tenemos la obligación de testimoniar y servir a Dios en medio del mundo. Nuestra tarea es ser testigos de que Cristo ha resucitado y proclamar la salvación eterna a todos los hombres, hasta los confines de la tierra.
Además de estas tres características, encontramos en las apariciones del Resucitado unas providenciales analogías con las Bienaventuranzas descritas en Mateo 5,3-12. 

En Dios no existe la casualidad ni el azar. Todo tiene un propósito eterno. Y así, estas diez cristofanías no sólo están dirigidas a los discípulos cristianos del primer siglo, sino que también, con ellas, el Resucitado nos llama a ser santos:

Bienaventurados los mansos y los que lloran 
El Resucitado se aparece a los mansos, a los pecadores, a los humildes, a los que lloran. Se aparece (de madrugadaMaría Magdalena, Juana, Salomé y María, la de Santiago, que van al sepulcro y lo encuentran vacío. Allí encuentran a dos ángeles que les dicen que ha resucitado. 
Al salir del sepulcro, María Magdalena, volviéndose, se encuentra a Jesús pero no le reconoce, y piensa que es el jardinero (en realidad, en clara alusión al que cuida del Edén). Hasta que el "Rabunní" (que significa espiritualmente, maestro, y a la vez, marido) la llama por su nombre, entonces le "ve" y le reconoce. Es la Palabra de Dios la que convierte la mente y el corazón, la que nos consuela y la que nos conduce a las bodas del Cordero.
         
Después, las "envía" a todas, diciéndoles que vayan a contárselo a los discípulos para que le busquen en Galilea, es decir, en "tierra de misión" (Mateo 28,1-10; Lucas 24,1-11; Marcos 16,1-10; Juan 20,10-18). 

Por eso, es importante que nosotros no permanezcamos inmóviles y atenazados en el misterio de la Cruz, llorando la pasión y muerte del Señor. Allí no encontraremos las principales respuestas a la certeza de nuestra fe. Es necesario que nos acerquemos al misterio del sepulcro para ser capaces de ver al Resucitado. Sólo aproximándonos a la certeza de nuestra fe con pureza de intención, arrepentimiento y humildad, seremos capaces de ver y reconocer al Resucitado, y entender cuál es nuestra vocación, nuestro propósito: amar y servir.

Bienaventurados los limpios de corazón y los misericordiosos
Jesús se aparece (por la mañana del mismo día) a los puros de corazón, a los obedientes, a los agobiados. Se aparece Pedro cuando, después de ver el sepulcro vacío, se vuelve a casa solo, aunque esta escena no se narra en los evangelios sino en la carta de Pablo a los Corintios (1 Corintios 15,5). 
El Señor confirma a Cefas en la fe tras la negación del apóstol días atrás, y le calma el agobio que se había instalado en el corazón de "Piedra", es decir, de "Pedro", aunque limpio y lleno de amor al Maestro.

De igual manera, nosotros somos confirmados en la fe y aliviados por el Señor cuando, a pesar de nuestras negaciones y traiciones, acudimos rápidamente a Él, con una actitud de obediencia, sinceridad y deseo de santidad. Entonces, Jesús nos reconforta y nos resucita para que, de la misma forma, seamos misericordiosos con los demás.

Bienaventurados los pobres de espíritu y los que buscan la paz
El Señor se aparece a quien reconoce su pobreza y su debilidad, a quien se ha alejado de Dios pero le busca por el camino de la vida. Se aparece a Cleofás y el otro discípulo de Emaús (al atardecer) de camino a su aldea (Lucas 24,15-35).
Los dos de Emaús buscaban la paz de sus almas tras la pérdida de Jesús, y aunque la buscaban en un sentido contrario, la encuentran cuando abren su corazón a la Paz de Cristo.

Análogamente, también nosotros somos capaces de reconocer al "inesperado Caminante" cuando, a pesar de nuestras desilusiones y decepciones, de nuestros resentimientos y quejas, abrimos el corazón a la Palabra de Dios para que el propio Jesucristo, autor y protagonista de ella, lo inflame mientras nos habla de Él.

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia
El Resucitado se aparece a los que buscan la justicia, la rectitud y la honradez, a quienes permanecen reunidos en torno al Maestro. Y se aparece en torno a la mesa, en el cenáculo, en la Eucaristía:

- a los Diez apóstoles (sin Tomás) en el cenáculo en Jerusalén (al anochecer) mientras están con Cleofás y el otro discípulo de Emaús en Jerusalén (Lucas 24,36-48; Marcos 16,14; Juan 20,19-24). 

- a los Once apóstoles (con Tomás) en el cenáculo en Jerusalén (a los ocho días) cuando Jesús deja que Tomás introduzca su mano en sus llagas (Juan 20,26-30).
Jesús también se aparece a nosotros, quienes, aunque justos y rectos de intención, dudamos y titubeamos. El Señor busca a quienes tenemos sed y hambre de Él para que perseveremos y seamos fieles. Y nos busca sólo si permanecemos en comunidad, en comunión, en fraternidad.

Bienaventurados los perseguidos y los injuriados
Cristo se aparece a los que van a ser perseguidos, injuriados y martirizados por Su nombre y en cumplimiento de la misión encomendada. Se aparece:

a los Siete apóstoles en el mar de Tiberíades (al amanecercuando Pedro, Tomás, Natanael, Juan y Santiago (los Zebedeos) y otros dos discípulos están pescando. Jesús realiza el milagro de la pesca, símbolo de la Eucaristía donde encontramos fortaleza ante las dificultades (Mateo 28,16-20; Juan 21,1-14).

- a los Once en un monte de Galilea cuando les envía a la misión de evangelizar (Mateo 28,19-20; 1 Corintios 15,5-6). Además de los Once, había otros quinientos discípulos cuando se aparece Jesús.

- a Santiago el menor en un lugar indeterminado (1 Corintios 15,7)

- a los Once en Betania, cuando Jesús asciende al cielo (Marcos 16,19-20; Lucas 24,50-53; Hechos 1,9-12).

- a Pablo, camino a Damasco (1 Corintios 15,8; Hechos 9,3-9; 22,6-11; 26,12-18).
El Señor se manifiesta en nuestra vida de misión, en nuestro servicio a Dios y a los hombres: cuando todo parece oscuro; cuando estamos dispersos; cuando, aún sabiendo lo que debemos hacer, no obtenemos resultados; cuando, aún llenos de celo, no somos capaces de ver; y también cuando somos perseguidos, señalados o insultados.

Jesús quiere hacernos ver lo transitorio de la economía de sus apariciones. Primero, diciéndonos a través de María Magdalena, que su nueva presencia es en el Espíritu“Suéltame”, No te apegues a ellas", "No me busques donde no puedes hallarme"

Segundo, diciéndonos a través de los dos de Emaús y de Tomás, que su nueva presencia es la certeza de la fe: "¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas!", "¿Por qué os alarmáis?, "¿Por qué surgen dudas en vuestro corazón?", "Bienaventurados los que creáis sin haber visto".

Y tercero, diciéndonos a través de los Once en Galilea, en Betania, de Pablo en Damasco o en cualquier tierra de misión, que su nueva presencia se hace plena en el servicio por medio del Espíritu Santo: "Paz a vosotros", "Recibid el Espíritu Santo", "Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos". 

En definitiva, con sus apariciones, el Resucitado nos llama a ser santos, a ser bienaventurados y a proclamar con fe y alegría que:

¡¡Jesucristo ha resucitado!!!

miércoles, 30 de diciembre de 2020

UN CAMINO DE SUBIDA

"Sed para mí santos, 
porque yo, el Señor, soy santo, 
y os he separado de los demás pueblos
 para que seáis míos"
(Levítico 20,26)

Jesucristo, el Santo, hizo un camino de bajada a la tierra, por amor, para llevarnos a todos los hombres a la santidad, es decir, para llevarnos de la mano por un camino de subida al cielo, a la comunión con el Padre, que habíamos perdido "en el principio", por causa de Adán.

Jesucristo, la Verdad, nos interroga, en la encrucijada de nuestras opciones existenciales, para que decidamos si seguimos en el valle cómodo y atractivo que nos sugiere el mundo (o incluso descendemos aún más, al precipicio, que nos sugiere el Enemigo), o iniciamos el camino de ascenso, difícil y escarpado, hacia el cielo.

A nosotros nos toca elegir: ser alpinistas que ascienden hacia la cumbre, que buscan la Luz de la gloria y los amplios horizontes del Amor, o ser mineros que descienden hacia las oscuridades de las grutas tenebrosas del pecado, que buscan algo que no pueden hallar.  

A nosotros nos toca decidir: ser salmones surgidos de las desembocaduras del mar y que nadan contracorriente en pos de su vocación, o ser culebras de agua que se dejan arrastar por la corriente hacia el mar y bucean en los peligros del caos.

El "Mapa"

El camino que nos muestra Cristo es un camino escarpado y sinuoso que requiere esfuerzo y supone fatiga pero que merece la pena, porque "arriba", en la cumbre, se respira aire puro, se percibe la amplitud del horizonte y, sobre todo, se encuentra a Dios.

Llegar a la cima no es fácil. Nos espera sufrimiento y persecución, llanto y calumnias, falta de paz y de justicia... pero Cristo nos promete (¡ocho veces!) ser dichosos, bienaventurados, felices...santos: 

"Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos"
(Mateo 5, 2-10)

Las Bienaventuranzas son la Carta Magna del cristiano, la Constitución del católico, las Nuevas Tablas de la Ley del amor y de la alegría. Son el mismo rostro de Jesús, el retrato del discípulo de Cristo.
Los hombres hemos sido creados para la felicidad, para la santidad, para el amor. Nuestro deseo tiene su cumplimiento en Cristo. Él es nuestra respuesta, nuestro camino, nuestro mapa. Él es el secreto de nuestra victoria. 

Pero es preciso entender que toda victoria supone esfuerzo, confianza y compromiso, y que es una lucha hasta la muerte. Cristo venció esta batalla, recorriendo y mostrándonos todo el camino, hasta la muerte en cruz. Y no lo hizo por Él, sino por nosotros. 

De la muerte surge la vida, del abismo del pecado surge la cima de la gracia, del viejo Adán surge el "nuevo" Adán. 

Las Bienaventuranzas son el "mapa del tesoro" que nos muestra el itinerario y la "brújula" que nos indica la dirección. Un "camino de subida" que Cristo ha recorrido antes que nosotros para demostrarnos que "sí, se puede". Porque el amor todo lo puede, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13,7).
Un camino que es el propio Jesucristo, el más pobre de los pobres, el más manso de los mansos, el más justo de los justos, el más misericordioso, el más limpio de corazón, el más pacífico y el más perseguido. 

Un viaje que no recorremos solos. Con Cristo, que nos da la mano y camina a nuestro lado, y con el Espíritu Santo que nos guía y nos da fuerzas, podemos recorrer este viaje de "ascenso" hacia la felicidad, esta "escalada" hacia la plenitud, esta "subida" hacia la comunión con el Padre.

El "Itinerario"

Todos estamos llamados a la santidad. La santidad no es una misión imposible. O, sí lo es, si la miramos desde una convicción humana de obras y méritos propios. Sólo la gracia y los méritos de Cristo pueden conducirnos a ella: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos" (2 Timoteo 1,9).

La santidad, tras el encuentro con Cristo, supone un "trastorno" de nuestra historia y de nuestra vida, un "cambio" de nuestros planes y de nuestros proyectos, una conversión de nuestra mentalidad y de nuestra actitud, una renovación del corazón que el Espíritu Santo produce en nuestra alma, conformándonos al corazón del Hijo.

La santidad se realiza en la vida cotidiana, en el día a día. No supone una "vida extraordinaria en obras y milagros" sino una "vida ordinaria en amor y servicio". 

La santidad es un itinerario personal, adecuado a la vocación de cada uno. Ningún santo es igual a otro. No tiene por qué serlo. Cada uno tiene un ritmo y un paso. Pero todos tienen que converger en la experiencia gozosa del encuentro y la comunión íntima con Dios.
La santidad es un camino de subida que no admite dudas ni vacilaciones: o subes o no subes. Y si no subes, bajas. Es un camino angosto, incómodo y lleno de peligros que no depende de nuestras capacidades sino de seguir a Cristo.

La santidad es un ascenso "en el Espíritu" que requiere dejarse guiar con docilidad, confianza y obediencia por el Espíritu Santo. Un peregrinaje que ya han recorrido otros santos, allanándonos la senda.

La santidad no consiste en un viaje de auto-perfeccionamiento, ni de auto-satisfacción, ni de auto-ayuda, ni de auto-crecimiento. Es un recorrido de sanación por la gracia del Espíritu Santo, de acompañamiento por el Hijo hacia la feliz comunión con el Padre.

El cielo es nuestra patria. Somos ciudadanos del cielo, y como tales, no podemos esperar pasivamente ser "arrebatados" sin más. San Pablo nos exhorta a comprometernos activamente: "No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos" (2 Tesalonicenses 3,13; Gálatas 6,9-10).

El Reino de los Cielos se realiza progresivamente en nuestra cotidianeidad, en nuestras tareas terrenales, colaborando con el Creador para edificar una casa digna para el hombre, un mundo donde reine la justicia y la paz, un paraíso donde se encuentre la verdad y el amor, una Jerusalén celeste donde el hombre se reconcilie con Dios.

"Lo mismo que es santo el que os llamó, 
sed santos también vosotros 
en toda vuestra conducta
porque está escrito: 
Seréis santos, porque yo soy santo."
(1 Pedro 1,15-16)

miércoles, 2 de diciembre de 2020

¡BENDITA LOCURA!

"Alegraos y regocijaos, 
porque vuestra recompensa será grande en el cielo" 
(Mateo 5,12)

Recuerdo que de pequeño me preguntaban, como a todos los niños, qué quería ser de mayor. Yo decía cualquier cosa: futbolista, rico, famoso... Eran deseos de la infancia, pero lo que de verdad pensaba era... ser feliz.

Sí, lo reconozco abiertamente: hoy soy feliz. No me "duelen prendas" en reconocer mi alegría a pesar de la ausencia de trabajo, a pesar de los problemas económicos, a pesar de la situación incierta que atravesamos, a pesar de la carencia de seguridades materiales...

Llámame "loco" si quieres...que yo diré:

¡Bendita locura! que me ha alejado de la frivolidad, de la intrascendencia y de las falsas promesas de "este mundo" que me había "lobotomizado" con sus seducciones y engaños.

¡Bendita locura! que me ha curado de cincuenta años de "falsa cordura" a la que sucumbí y con la que jamás fui capaz de conseguir mis expectativas ni de satisfacer mis anhelos.

¡Bendita locura! que me ha enseñado a no buscar el bienestar efímero ni el placer inmediato, trampas inanes, que no son ni siquiera sucedáneos de la verdadera felicidad.

¡Bendita locura! que me ha mostrado mi debilidad, mi fragilidad y mi limitación, para reconocer a Dios y volver la mirada a Él, que es fuerte, todopoderoso e ilimitado.

¡Bendita locura! que me ha hecho ver el mundo a través de los ojos de la fe (o como dice mi mujer: con "las gafas de María") para entender que el sufrimiento y la prueba son parte del camino a la felicidad, a la santidad... a la presencia de Dios.

¡Bendita locura! que me ha abierto la puerta a la dicha y a la recompensa en el cielo. Y esa "puerta" es Cristo, siempre abierta aunque angosta: "Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos" (Juan 10,9)
Jesús es el Viajero que se hace el encontradizo, el Amigo que acompaña, el Desconocido que escucha, el Compañero que consuela, el Mediador que reconcilia, el Médico que cura y el Dios que salva.

Medio siglo he tardado en comprender y descubrir que la felicidad no está en "lo de abajo", en la instantaneidad del placer o en la falsedad del bienestar, sino en "lo de arriba", en los bienes eternos. 

Media vida ("nunca es tarde si la dicha es buena") he tardado en comprender que la auténtica felicidad no puedo encontrarla en la satisfacción de los deseos o de los instintos, ni en la acumulación de riquezas o posesiones, ni en las aspiraciones de poder o reconocimiento social. ¡No!... la felicidad no está en las "cosas de este mundo". Está en Dios.

El manual de felicidad está escrito...pero, como casi siempre, no somos capaces de reconocerlo. Se encuentra en el Evangelio de Mateo 5, 3-12: son las bienaventuranzas

Estas nueve frases conforman la "locura del Evangelio" y, a la vez, la "alegría del Evangelio": la generosidad y la pobreza en el espíritu, la entrega y el servicio, la búsqueda constante del rostro del Señor y de su Gracia, la respuesta a la verdadera vocación, el sufrimiento vivido en silencio y el abandono en manos de María, "causa de nuestra alegría".
Las llaves de la felicidad están depositadas, no en el fondo del mar, como dice la canción...sino en la Palabra de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas" (Mateo 22, 37-40).

La clave es el AMOR. La auténtica felicidad consiste en vivir una vida de entrega desde una perspectiva sobrenatural, mística, "divina", orientada siempre a la voluntad de Dios, abandonada a las exigencias del amor y confiada en la Providencia divina. 

El Reino de los Cielos es semejante a una rosa que necesita: buena tierra donde enraizar, agua pura para alimentarse, luz solar para crecer y cuidados para florecer. Una bella y atractiva flor de pétalos llamativos pero con tallo de espinas. Porque no hay vida sin cruz. No hay felicidad sin sufrimiento. No hay plenitud sin Dios.

"Puesto que sabéis esto, 
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica"
 (Juan 13, 17)

Esta es mi experiencia y mi testimonio. Esta es mi felicidad y mi alegría. Las de un "loco" enamorad0...¡Bendita locura!

lunes, 1 de julio de 2019

DICHOSOS Y ELEGIDOS POR DIOS



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"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios. 
Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 
Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados. 
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. 
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 
Dichosos los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el reino de Dios. 
Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros 
toda suerte de calumnias por causa mía."
(Mateo 5, 4-11)

Dios nos ha creado a todos los hombres y nos llama a ser santos, a ser sus hijos adoptivos; a servirle y amarle; y en última instancia, a estar con Él en el cielo, adorándole, por toda la eternidad. 

Pero además de esta llamada universal, nos llama a cada uno de nosotros de forma particular. Dios nos elige: "No me elegisteis vosotros a mí, sino yo a vosotros" (Juan 15, 16). Y siempre lo hace sin quebrantar nuestra libertad, que es la única condición que Dios mismo se ha auto impuesto. No quiere y no puede obligarnos a amarle.

La conocida frase de San Agustín "Dios no elige a los capacitados, sino que capacita a los elegidos" nos exhorta a vencer al miedo y a responderle siempre, a dejar de lado nuestros temores, nuestras excusas y pretextos con los que pretendemos escapar de la responsabilidad.

Dios nos ha dado dones y talentos para que los ejerzamos cada uno de nosotros, si aceptamos su llamada. Entre ellos, la fe. Y para conocer estos dones y talentos, Dios nos ha dado el discernimiento a través de la oración.

La fe es siempre un don de Dios, quien por medio de Su Espíritu, suscita las gracias, condiciones y los medios necesarios para llamar a sus elegidos. 

Resultado de imagen de frases gracias dios"Sin fe, es imposible agradar a Dios; porque aquel que se acerca a Dios debe creer que existe y que recompensará a aquellos que lo buscan." (Hebreos 11, 6).

"
Os aseguro que si tuvierais fe como un grano de mostaza, diríais a este monte: Vete de aquí allá, y se trasladaría; nada os sería imposible"  (Mateo 17, 20).

Dios, a través de su Palabra, nos muestra que elige siempre a personas con fe: Abel, Henoc, Noé, Abrahán, Isaac, Jacob, Esaú, José, Moisés, Gedeón, Barac, Sansón, Jefté, David, Samuel y los profetas, Amós, la Virgen María, los apóstoles, los mártires, etc. (Hebreos 11).

El discernimiento es un proceso de búsqueda activa e individual con el objetivo de conocer la voluntad de Dios en nuestra vida. Discernir es preguntar y después, escuchar. A esta comunicación entre Dios y nosotros la llamamos oración.

Resultado de imagen de oracion"Cuando recéis, no seáis como los hipócritas, que prefieren rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas para que los vea todo el mundo. Os aseguro que ya recibieron su recompensa. Tú, cuando reces, entra en tu habitación, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está presente en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Al rezar, no os convirtáis en charlatanes como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su mucha palabrería. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre conoce las necesidades que tenéis antes de que vosotros le pidáis." (Mateo 6, 5-8)

Dios nos llama constantemente. Pero quizás, somos nosotros, quienes no siempre escuchamos. A nosotros nos corresponde escuchar y, en nuestra libertad, responder a su llamada. 

Escucharle no es siempre fácil. El mundo es muy ruidoso y convulso.

Responder a su llamada supone siempre un desafío. 

Seguirle nos compromete, exige valentía y abandono a su voluntad, incluye renuncias, dificultades, persecuciones e incluso el martirio y la muerte.

Sin embargo, ser elegidos por Dios implica de nuestra parte cumplir algunas premisas que Jesús nos enseñó en el Sermón de la Montaña. Son las Bienaventuranzas.

Según el Catecismo de la Iglesia Católica: "Las Bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las dificultades; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos." (CIC 1716-1717).


"Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios"

Los "pobres" no son los que no poseen cosas materiales, sino aquellos que no tienen puesto su corazón en ellas, que no las anhelan, que dan la espalda a la codicia y la avaricia.

Son aquellos que se desprenden de lo superficial, que se privan de ellos mismos para darse a los demás, que ponen su corazón en Dios, que le aman y que sólo le necesitan a Él.

"Dichosos los mansos, porque ellos heredarán la tierra"

En este mundo violento donde prima el poder, la prisa, la maldad y la "ley del más fuerte", no es fácil ser manso. 

"Manso" no significa blando, indiferente, apático o pusilánime, sino más bien, humilde, afable, bondadoso, tranquilo y paciente. La mansedumbre es una virtud que implica firmeza de carácter y fortaleza, que no severidad.

"Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados"

Los que "lloran" son aquellos que ofrecen a Dios sus sufrimientos, sus pérdidas, sus dolores y sus heridas, con paciencia y confianza plena.

Aquellos que sonríen en la adversidad, que resisten el dolor y el duelo, o sencillamente, soportan las miserias cotidianas.

Aquellos que no se entristecen porque comprenden, porque aceptan, porque se abandonan al Padre que sabe y que decide.


"Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados"

Aquellos que tienen hambre de santidad y sed de justicia, de ser unos sólo con Él, que desean conformar sus pensamientos con los Suyos, que identificar su voluntad con la Suya.

Aquellos que están unidos a Cristo, que están resueltos a parecerse a Él en todas sus obras y actos, que tienen un hambre que sólo se saciará definitivamente con la unión eterna a Dios en el cielo.


"Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia" 

La misericordia es un acto de justicia para con nosotros mismos. Sólo se destruye el mal cuando se perdona. Perdonar es un poder divino.

"Misericordiosos" son lo que perdonan, los que no llevan cuenta del mal, los que aman y rezan por sus enemigos. Son el reflejo del amor misericordioso de Dios

"Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"

"Los limpios de corazón" son aquellos que actúan siempre como cristianos, en todo momento, en toda circunstancia. Aquellos, cuyas actitudes y decisiones los “caracterizan” como cristianos.

Aquellos que son fieles a su palabra, que son íntegros a sus convicciones y que no se doblegan al "espíritu del mundo", que no se dejan arrastrar por el mundo.

Aquellos que no tienen doblez, que son auténticos, sinceros y honestos, que no engañan ni mienten.

"Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios"

Una vez liberados de las pasiones humanas con las anteriores bienaventuranzas, de lo material y del orgullo, ofrecido el sufrimiento y desechada la mediocridad, con un corazón 
limpio y sin doblez, entonces la paz de Cristo puede desarrollarse ya en nosotros e irradiarse a nuestro alrededor.

Probablemente, nuestra paz no encontrará reciprocidad en el mundo, pero como dice San Pablo: "A ser posible, y cuanto de vosotros depende, tened paz con todos (Romanos 12,18), de nosotros depende...afrontar todo con valentía, a intentarlo todo, a atrevernos a todo, incluso aún a riesgo de fracasar...para
 ser llamados hijos de Dios.

Los cristianos debemos buscar siempre la paz y trabajar por ella, evitando la confrontación, la división, la lucha. Incluso, amando a nuestros enemigos.

"Dichosos los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el reino de Dios"

Dios nos pide valentía, decisión y compromiso para buscar la justicia y el reino de Dios.

Pero no sólo a buscarla, sino a defender los derechos de Dios y de los demás, a luchar y oponernos al mal, incluso a estar dispuestos a sufrir y ser perseguidos por ello.

"Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra vosotros toda suerte de calumnias por causa mía"

Como seguidores de Cristo, seremos injuriados, calumniados y perseguidos. "El criado no es más que su amo. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; y si han rechazado mi doctrina, también rechazarán la vuestra." (Juan 15, 20; Mateo 10,20; Marcos 13,13).

Pero Je
sús no nos ha dejado solos. Nos ha enviado al Paráclito, al Espíritu Santo, para que, como los apóstoles, proclamemos sin miedo todo aquello de lo que hemos sido testigos: "Cuando venga el defensor, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí." (Juan 15, 26).

Después de Pentecostés, vanas fueron las amenazas a Pedro y a Pablo y a los demás
apóstoles para que callasen porque "nosotros no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído" (Hechos 4, 20).

En conclusión, las Bienaventuranzas son el "ABC" del católico, el verdadero "carnet" del cristiano. Son las propias cualidades de Dios. Son las respuestas a una vida feliz.

Jesús nos llama a cultivarlas, porque así seremos discípulos suyos y porque así obtendremos recompensa: la felicidad.