Esta proclamación
debe estar presente en cada homilía, en cada catequesis, en cada charla. El
ciclo es escuchar el kerigma, mantener una relación personal de Cristo y formar
una experiencia vital de comunidad cristiana.
La clave de la salvación no estriba en lo que nosotros “hacemos” por Dios, sino lo que Él ha hecho por nosotros a través de su hijo Jesucristo.
3. CLERICALISMO: Auto-complacencia
Quizás esta sea la tentación que más daño produce hoy en la Iglesia. El papa Francisco
describió el clericalismo como una manifestación de un complicidad
pecadora: el cura
clericaliza y el laico pide ser clericalizado.
- En una cultura de
mínimos a cumplir, la percepción del laico clericalizado es de absoluta laxitud y comodidad: él no debe ser
demasiado religioso ni hacer demasiado en lo referente a las actividades
externas y fuera de la asistencia a misa; para eso está el cura. Es la teología
popular, que produce bebes espirituales que nunca maduran ni crecen. Para el católico
medio, la santidad y la evangelización no son tareas propias, no son las cosas
que hacen los católicos ordinarios pero es que además, son incapaces de
hacerlas.
- El clericalismo también es la apropiación de lo
que es propio de todos los bautizados por parte de la casta clerical. En
virtud del bautismo, todos los católicos están llamados
a la santidad y a la misión, a dar testimonio de Cristo, a evangelizar y a la
madurez, es decir, a ser discípulos
misioneros.
Sin embargo, el clericalismo suprime esa identidad bautismal y convierte a los sacerdotes y las monjas en super cristianos con superpoderes, para hacer lo que los cristianos ordinarios no pueden y trae dos consecuencias:
- Aislamiento del clero, al
que se le deja el ser santo, se le carga con todo el trabajo que les
corresponde a TODOS los miembros de la Iglesia y con expectativas inhumanas, al
no permitírsele ni un solo fallo.
- Inmadurez de los bautizados, quienes
nunca asumen su responsabilidad ni su papel en la familia de Dios, así como
tampoco crecen en la fe.
Así, como dijo el papa, el sistema crea una dependencia mutua. El laico que quiere permanecer inalterado en su inmadurez debe fomentar continuamente el estatus del sacerdote como “un ser aparte” que él nunca podrá llegar a ser.
Es decir, el laico desea ser “actor pasivo, anhela ser sólo “público”: permanece a una distancia prudencial mientras aplaude al cura. El sacerdote, aislado del mundo, se cree omnipotente, por encima de cualquier pecado humano.
Durante todos estos
años y a causa del clericalismo, la
vocación bautismal se ha confundido con la vocación sacerdotal: profundizar
en la oración y madurar en la vida
espiritual, crecer en conocimiento teológico, evangelizar y llevar a otros a
conocer a Jesús y servir a los demás. Este debería ser el deseo de todo
cristiano y no sólo del sacerdote.
El ministerio sacerdotal ha adoptado en exclusiva la triple misión de
Jesús: profética, sacerdotal y real o lo que es lo mismo, predicar la Palabra
de Dios, celebrar y administrar los sacramentos y guiar al pueblo de Dios.
Fuera del
sacerdocio, ningún creyente ha sentido ningún deseo de predicar, celebrar la
eucaristía o la confesión y mucho menos guiar a la comunidad. Tampoco se le ha
dejado (aunque lo deseara) vivir plenamente su vocación bautismal, so pena de
ser enviado al seminario.
Entonces ¿Qué es lo que hacen los católicos
ordinarios? Pues, rezar, pagar y obedecer, es
decir, son sujetos pasivos en la misión de la Iglesia. Como mucho ayudar al cura en las misas, leer, recaudar fondos y escuchar.
Ser lector en la misa o distribuir la
comunión se ha considerado como la cumbre del ministerio cristiano de un laico.
La madurez
espiritual, el discipulado, el conocimiento y familiaridad con las Escrituras
han sido completamente ajenos a la mayor parte de los católicos. El
clericalismo ha sumido a la mayor parte de los católicos en una infancia
espiritual y ni siquiera los ha preparado para el ministerio.
Tras la llamada
universal del Concilio II a la misión, el clericalismo reaccionó sustituyendo enseguida el “apostolado laical” por “ministerio laical”, cuya relevancia es grande en cuestión de
referencialidad: “apostolado” es salir afuera, el envío, mientras que su
desaparición y sustitución por “ministerio” no hizo más que redefinir la vocación bautismal para
ser un ad intra en lugar de un ad extra.
Ahora nadie tiene
que salir sino que todo el mundo puede quedarse dentro como espectadores
pasivos y los realmente comprometidos, leer las lecturas y administrar la
comunión. Esta es la Iglesia
auto-referencial, vuelta hacia sí misma en lugar de hacia Cristo,
satisfecha con servirse y ciega en la contradicción que vive en lugar de
involucrada en la transformación del mundo.
El clericalismo
pues, produce lo que el padre Mallon llama, por un lado, el
“atrincheramiento y aislamiento del cura”, no exento de una cierta
dosis de comodidad, primacía y poder mientras los demás miran y por otro, “los adormecidos consumidores pasivos de una religión descafeinada”,
bebés espirituales, ignorantes de los fundamentos de su fe, incapaces de
orientarse en la Biblia y con una madurez orante propia de un niño de cinco
años. Y lo grave es que esto no parece
preocupar a nadie.
¿Cómo demoler esta doctrina para limpiar la basura?
Cuidado
pastoral: madurez y crecimiento
El apóstol San
Pablo define su ministerio pastoral en Colosenses 1,38, donde habla, no de la
búsqueda de la perfección moral de aquellos a los que sirve sino de cómo
hacerlos avanzar por un camino de
maduración y crecimiento constante.
Un buen cuidado
pastoral no debe aceptar la inmadurez en la fe como algo normal de la misma
forma que un padre de familia no admitiría ver a su hijo de veinticinco años
tumbado en el sofá y chupándose el dedo. Eso es lo que hace el clericalismo.
Una parroquia de
discípulos misioneros siempre debe tener una proporción considerable de
miembros que se encuentren en una infancia espiritual. Si no los tiene,
significará que no están naciendo bebés espirituales y que esa Iglesia es
estéril. Lo que no deben ser es mayoría.
La solución al clericalismo es redefinir el
cuidado pastoral,
que normalmente se ha referido normalmente al cuidado de los que están
enfermos, muriéndose o en duelo.
El término
“párroco” se refiere a “pastor” y la
tarea principal del pastor no es cuidar
de las ovejas débiles, enfermas o moribundas, ni la de ofrecer protección sino llevar a las ovejas hasta la comida y la bebida. Alimentar a las
ovejas para que puedan
crecer, madurar, dar fruto y reproducirse.
También, salir en busca de las descarriadas, pero la principal es
alimentarlas.
Equipar a los santos: Dones y carismas
En la carta a los
Efesios 4, 11-13, el apóstol San Pablo nos indica que el objetivo último
del cuidado pastoral es llevar a los cristianos a la madurez.
También nos habla de los distintos dones y carismas que Dios
da a la Iglesia y que son para equipar a los santos para el
“trabajo del ministerio”, es decir, que la otra tarea importante del pastor no es hacer él solo todo el trabajo ministerial sino
equipar a otros para que lo hagan.
Las parroquias donde
virtualmente nada funciona, albergan escasas actividades que tienen que estar
supervisadas por el sacerdote, nadie está equipado para el ministerio salvo él
y mucho menos para liderar una “salida a las periferias”.
Las parroquias
donde hay fruto y crecimiento, requieren que el párroco se centre en sus tres
tareas fundamentales: predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar
sacramentos y liderar la Iglesia. El resto de los ministerios no sólo pueden
ser sostenidos, sino que han de ser realizados por otras personas.
A medida que los
miembros de la comunidad parroquial maduran en su vida cristiana son llamados
al servicio de acuerdo con sus dones y equipados para servir un ministerio. Así se convierten
en discípulos misioneros que han sido
equipados y puestos en el ministerio, no para hacer un favor al sacerdote
sino interiorizado como ministerio propio en comunión con el cura.
El
objetivo de cada ministerio es suscitar y equipar a otros para que hagan el
trabajo y así, edificar la Iglesia. Esta multiplicación del ministerio
satisface las demandas internas para gestionar una parroquia y permite generar
discípulos misioneros maduros en Cristo que salen al exterior, anhelando
servir.
Entonces se establece una estructura de rendición de cuentas para el
mantenimiento del modelo sin un control clerical meticuloso.
Sólo
una Iglesia llena de discípulos misioneros puede cambiar el mundo.
En
la carta a los Efesios citada antes también se establece una diferencia entre oficio y carisma: Los ordenados tienen el oficio de
apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Su responsabilidad es
que haya fruto en la parroquia pero su
oficio no siempre coincide con el carisma.
Los carismas se reparten entre todos los miembros de la Iglesia. Todos están
llamados a identificar sus carismas y servir desde ellos.
Tanto
los unos como los otros son necesarios en la Iglesia de Cristo y ninguno se
excluye o amenaza al otro. Los roles y las responsabilidades son distintos pero
todos son necesarios.
Hoy,
al igual que la Iglesia del primer siglo, nos encontramos ante la situación de
que ser cristiano no es nada popular ni fácil sino más bien algo arriesgado que
conlleva burla, persecución, prisión e incluso muerte. Jesús nos dijo que
seguirle no era fácil pero si emocionante y gratificante.
Es
el momento de redescubrir nuestra identidad y esencia como bautizados que
consiste en ser discípulos misioneros, llamados a conocer a Jesús y darlo a
conocer. Es hora de que todos los que seguimos a Cristo maduremos y nos
equipemos para el servicio.
La
identidad más profunda de la Iglesia es ser una Iglesia misionera, llamada a
transformar creyentes bautizados en discípulos misioneros que salgan, por la
gracia divina, a construir el Reino de Dios.
P. James Mallon
Una renovación divina