¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

viernes, 30 de octubre de 2015

EL ANHELO HUMANO DE PLENITUD COMPLETA




“Me eleva tanto, que no quiero bajarme de la nube.
Soy adicto y no me canso.
Querido, sabes que eres mi demonio.
Y aunque nunca tengo bastante, lo necesito.
Y aunque no me llena, lo anhelo”

(I just can't get enough, Black Eyed Peas)

El egoísmo se centra en lo que uno tiene, pero su satisfacción es efímera, por lo que subyace un sentimiento profundo de inquieto anhelo por lo que uno no tiene, por "no tener suficiente", por “pensarse” incompleto. 

Muchos piensan que el relato del Génesis sobre Adán y Eva es una fábula. Yo quiero pensar que es un espejo donde mirarnos, un “tipo” que nos representa y nos define, también hoy en día.

El primer hombre y la primera mujer estaban más cerca de Dios que cualquier otra criatura en la tierra, tenían relación directa con Él, hablaban con Él y experimentaban su presencia.

Lo tenían todo, todo cuanto se puede desear: salud, perfección, eternidad y sus necesidades físicas completamente satisfechas. Y a pesar de todo, sucumbieron al espejismo del “quiero más” y comieron de la fruta del único árbol que Dios les prohibió. No tenían suficiente porque estaban centrados en lo que “no tenían” y no valoraban lo que sí tenían.

Hoy, al igual que Adán y Eva, nosotros comemos la fruta prohibida, no valoramos lo que tenemos: nuestro Dios, nuestra vida, nuestra familia, nuestro trabajo, etc. Tentados y engañados por la misma serpiente rastrera que lo hizo con nuestros primeros padres, nunca tenemos suficiente y deseamos más, y con ello, nos alejamos de Dios, que es lo que Satanás pretende.

Al alejarnos de Dios, que es el único que nos ofrece duradera alegría, auténtico propósito, vida plena y verdadera satisfacción, nuestro destino es “sudar por nuestro pan de cada día”, por tener más “hasta que volvamos a la tierra”. Cuánto más dinero, más contento; cuántas más cosas, más satisfacción; cuánto más éxito, más felicidad.

El hombre busca desesperadamente algo que ya tenía con Dios y que perdió al no valorarlo, al rechazarlo; y lo intenta recuperar a través de un ansia por lo nuevo, de un afán por lo mejor, y de un empeño por poseer más.

Esta continua insatisfacción es utilizada por el diablo para confundirnos y desviarnos hacia el consumo compulsivo de cosas materiales (tecnología, moda, dinero, posesiones) y espirituales (éxito, poder, yoga, meditación), como si de ello dependiera exclusivamente nuestra vida. El lema del mundo es: “consumo, luego existo”.

Sutilmente, interiorizamos que lo que tenemos nunca es suficiente, que nuestra razón de ser está vinculada a lo que no poseemos y que, por ello, debemos conseguirlo. Nos hallamos enredados en un bucle interminable que nos ofrece una vida sin propósito, que en sí misma es una “muerte en vida”.

La energía con que Satanás alimenta el deseo del “quiero más” genera una energía opuesta de igual intensidad (ley de Newton) que provoca finalmente nuestra caída y expulsión de la vida. Y cuando lo perdemos todo, nos damos cuenta de lo desnudos que estamos, de lo “poco” que somos.

Mientras tanto, sembramos infelicidad para nosotros mismos y para los demás. Con ello, estamos ayudando a conseguir el propósito del enemigo de Dios, que es establecer el infierno en la tierra: desasosiego, inquietud, aburrimiento, negatividad, ansiedad e insatisfacción. En una palabra, infelicidad. 

¿Cómo ha de responder un cristiano  a la tentación del “quiero más”? 
El Papa Francisco advierte: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada” (Evangelii Gaudium, 2).

Todos experimentamos, en mayor o menor medida, este deseo insatisfecho del “quiero más” debido, fundamentalmente, a dos causas externas: primero, como ya sabemos, porque hemos heredado el pecado original de nuestros primeros padres y segundo, porque al nacer en este “nuevo jardín” desarrollarnos esta cultura del “nunca es suficiente” y ello nos afecta 
directamente.

Sin embargo, este deseo insatisfecho no es una cuestión totalmente externa. Todos ambicionamos ser felices, y queremos serlo infinitamente, es decir, anhelamos saciarnos completamente y para siempre. En realidad, la cultura del consumo se aprovecha de una fuerza interior e innata del ser humano: el anhelo de plenitud completa

Para que un cristiano pueda responder a la tentación del “nunca es suficiente”, presente en el mundo y en nuestros corazones, debe cuestionarla profundamente. No para eliminarla de raíz sino para buscar lo que de verdadero tiene. 

Es en nuestro propio corazón donde podemos reconocer el anhelo de ser felices y preguntarnos si lo que nos propone el mundo y su amo lo puede llenar. 

Es allí donde debemos evitar que se instale el Tentador y hacer sitio al único que verdaderamente nos calmará esa sed. Y ese no es otro que Jesucristo, quien, en su infinitud y perfección, es el “agua que sacia mi sed”.



miércoles, 28 de octubre de 2015

MÁS SANTOS Y MENOS ESPANTOS



Todos los años tenemos que volver a lo mismo, a explicar por qué no es correcto que un cristiano celebre Halloween.

Aunque es una práctica muy extendida en nuestro país en los últimos años, por desgracia, muchas familias cristianas preferimos no participar en las celebraciones de Halloween y no dejarnos llevar por la corriente, lo que a veces motiva incomprensión y malas caras por parte del vecindario, que no entiende el por qué de nuestra negativa.

Incluso, algunos cristianos a veces, tratamos de justificar que nuestros hijos se vean envueltos en estos ritos en el colegio o en la comunidad de vecinos, con fiestas y disfraces, que aparentemente son inofensivos. Es preciso para un cristiano, ir contracorriente, negarse al juego del "truco o trato" y no ceder en algo que parece inofensivo, pero que no lo es.

El relativismo tan común en nuestros días, nos hace considerar al demonio como una mera representación del mal, una idea abstracta, un personaje mitológico para asustar a los niños y en fechas como la de Halloween, desdramatizarlo y convertirlo en un objeto de diversión.

Pero el demonio no es una fantasía. Una de sus mayores victorias es hacernos creer que no existe o que si existe, no es algo tan malo como se pinta. El papa Francisco nos alerta: “A esta generación y a muchas otras se les ha hecho creer que el diablo era un mito, una figura, una idea, la idea del mal ¡pero el diablo existe y nosotros debemos combatir contra él! ¡Lo dice San Pablo, no lo digo yo! ¡Lo dice la Palabra de Dios!”  (Homilía en Santa Marta el 30 de octubre de 2014).

Satanás siempre utiliza las mismas artimañas: engaña, confunde y crea división. A Eva la engañó en el paraíso presentando la tentación al pecado como algo atractivo, generando duda, haciendo cuestionarse el hecho de si realmente aquello podría ser tan malo.

Con la celebración de Halloween, hace lo mismo. Enreda a muchos padres para que traten de relativizar la seriedad del tema, y éstos lo hacen negando lo maligno y dañino que entraña el hecho, generando una opinión o una forma de pensar que les permita acomodar estas diabólicas manifestaciones a su propia conveniencia.  

¡Cuidado! es ahí, precisamente, donde triunfa el diablo, en hacernos creer que aunque nuestros hijos participen disfrazándose de una forma "inofensiva", no lo celebran. El diablo nunca tienta con cosas desagradables o difíciles de hacer; tienta con lo sencillo, con lo fácil, con lo sutil...

Recuerdo una cita de Anthony Hopkins en la película de "El Rito": "Aunque no creas en la existencia del diablo, ello no te libra de su influencia". Satanás disfraza todo, relativiza todo y desdramatiza todo.

Para aclararlo, éstas son 10 razones de peso para no participar ni celebrar Halloween:

1.Porque no es una celebración cristiana sino una adaptación de una fiesta celta pagana, que adoraba al dios de los druidas “Samhain” o “Señor de la Muerte”, mediante todo tipo de hechizos, magia, adivinación y de actividades paranormales.

2.Porque nos parece ridículo añadir una tradición ajena y que dista mucho de nuestro carácter y de nuestra cultura, ya de por sí netamente importadora.

3.Porque lleva implícita una actividad consumista que incita al gasto, alentada por el comercio, que favorece y fomenta una visión materialista de la sociedad.

4.Porque se trata de una oportunidad para dar rienda suelta a todo tipo de abusos y extra-limitaciones disfrazadas de gamberradas, en la que se da permiso para hacer el mal y que trasciende de cualquier celebración infantil, convirtiéndola en la noche “del todo vale”.

5.Porque no es una simple e inofensiva fiesta de disfraces para niños…sino un gran engaño: no hay magia blanca y magia negra, no existen brujas buenas y brujas malas. Sabemos que Satanás lo disfraza como algo divertido para ganar adeptos (y que mejor que empezar con los niños) pero oculta la propia finalidad demoníaca, aunque quien participe no sea consciente de lo que hace.

6.Porque además es una de las principales fiestas oficiales de satánicos, ocultistas, espiritistas y adoradores del diablo como la víspera del año nuevo de la brujería. Halloween es a un satánico, lo que a un cristiano, Nochebuena.

7.Porque Jesús nos dijo: “Vosotros sois la luz del mundo” y " Yo soy la Vida",  con lo que participar en esta fiesta se aleja completamente de estas dos definiciones y de su sentido, puesto que se fomenta, por un lado, la oscuridad y la maldad y por otro, la muerte. Nosotros servimos a un Dios de luz, no de tinieblas.

8.Porque los cristianos celebramos el día de Todos los Santos (“All Hallows Day”), instituido por el papa Gregorio IV, en el año 835 y que da un contenido espiritual de esperanza a la muerte en lugar de prestarse a una celebración eminentemente lúdica y pagana.

9.Porque preferimos marcar diferencias y elegir una alternativa de alabanza, adoración y oración a Dios que nos aleje de las prácticas de este mundo y de su principal gobernante, el diablo.

10. Porque la Palabra de Dios es muy clara y nos advierte sobre ciertas prácticas que alejan al cristiano de Dios y de su gracia:
  • No toméis parte en las obras de las tinieblas, donde no hay nada que cosechar; al contrario, denunciarlas” (Efesios 5, 11).
  • “Fuera los perros, los hechiceros, los impuros, los asesinos, los idólatras y todos los que aman y practican la mentira” (Apocalipsis 22, 15).
  • “... No imites las costumbres perversas de aquellos pueblos. …que nadie practique encantamientos o consulte a los astros; que no haya brujos ni hechiceros; que no se halle a nadie que se dedique a supersticiones o consulte los espíritus; que no se halle ningún adivino o quien pregunte a los muertos” (Deuteronomio 18, 9-11).
  • "No podéis beber al mismo tiempo de la copa del Señor y de la copa de los demonios ni podéis tener parte en la mesa del Señor y en la mesa de los demonios" (1 Corintios 10, 21).
  • "¡Ay de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien; que cambian las tinieblas en luz y la luz en tinieblas; que dan lo amargo por dulce y lo dulce por amargo!" (Isaías 5, 20).
  • "Se mezclaron con los paganos y aprendieron sus modos de comportarse. Sirvieron a los ídolos, que fueron una trampa para ellos; sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios" (Salmo 106, 35-37).
  • "No se dirijan a los brujos ni a los que llaman a los espíritus; no los consulten no sea que con ellos se manchen: ¡yo soy Yavé!" (Levítico 19, 31).


lunes, 26 de octubre de 2015

EL AMOR DE UN CORAZÓN NUEVO




“Así que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente a nuestros hermanos en la fe”.
Gálatas 6,10

Siempre he sido una persona muy extrovertida, social y abierta. Mi vida social ha sido siempre muy prolífica, rica y enriquecedora. Siempre me he sentido muy orgulloso de tener “buenos amigos” con los que he compartido grandes momentos de mi vida.

Pero últimamente, cuando quedo con alguno de mis mejores amigos, los de siempre, y nos reunimos a cenar, a celebrar un cumpleaños o a disfrutar de una fiesta, siento que algo ha cambiado, que ahora es diferente, noto que algo me falta; no me lleno como antes, no me emociono como antes, a pesar de que nos reímos bastante, disfrutamos de buenos momentos juntos y que los quiero.

Entonces ¿Qué pasa ahora? ¿Por qué tengo una sensación de vacío? ¿Qué falta? ¿Por qué no disfruto completamente?

Siempre se ha dicho que la amistad verdadera es difícil de encontrar y más aún, de mantener; y más si cabe, en este mundo individualista y materialista que se rige por intereses particulares o conveniencias explícitas.

La amistad verdadera es, sin duda, confraternidad, es decir, una relación como "de hermanos", pero sin parentesco de sangre. Y ésta se configura exclusivamente  a través del "amor fraternal", factor que identifica por antonomasia a la iglesia de Cristo.

Una de las características de este amor fraternal es la fidelidad. Un amigo fiel te levanta cuando has caído, y te socorre en la aflicción. "Es como un hermano en tiempo de angustia." (Proverbios 17,17). Precisamente es en el dolor cuando la amistad es probada.

La familiaridad con la que un hermano en Cristo compartirá tus gustos y tus disgustos, tus mismos intereses, actividades y pasiones, y por supuesto, la misma fe es comparable sólo a tu propia familia. Es en la familia de Dios donde la amistad cobra su máximo significado.

La confidencialidad cobra su máxima expresión puesto que ningún amigo verdadero tendrá tentaciones de sacar a la luz pública cualquier defecto, problema o secreto que hayas compartido con él.

La discreción es parte de su ADN y nunca te dejará en evidencia ante otros. Guardará lo que tenga que guardar por respeto y cariño a ti.

El amor fraterno nos encamina a desear el bien, nos enseña a compartir nuestros bienes y a llevar una convivencia sana y constructiva porque vemos en el otro un reflejo de nosotros mismos, lo que implica un perfecto conocimiento del otro y de sus necesidades.

Otra manifestación es el deseo mutuo de compañía, junto a un sentimiento compartido de preocupación, apoyo y ayuda

Un hermano en la fe siempre estará a tu lado y no rehusará jamás socorrerte y siempre tratará de protegerte; y si no puede él, rezará a Dios por ello.

El verdadero amigo se expone, incluso, a ser incomprendido, pero por causa de que su amor es altruista y desinteresado, te dirá la verdad, aunque te duela. No te adulará, ni te dará una palmadita en la espalda; más bien, te sacará de tu engaño, te dará luz en tus errores, te despojará de tus presunciones y te alejará de tus tentaciones.

La amistad en Cristo, a diferencia de la amistad “a secas”, comparte las cosas humanas y las divinas por la Gracia divina. Comparte un fervor que mueve a la acción: al servicio a los demás y al crecimiento espiritual.

El amor fraterno está guiado y protegido por el Espíritu Santo. Es la gran diferencia que existe con la amistad mundana, puesto que es quien nos acerca a Dios.

Jesús es el mejor amigo del hombre y lo demostró muriendo por todos. Esa es la prueba del amor genuino y el ejemplo de la amistad verdadera: el verdadero amigo ama hasta el fin, hasta lo sumo, hasta dar la vida por uno. “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos " (1 Juan 15:13).

Cuando amamos de verdad a nuestros amigos de fe, a nuestros hermanos, como a nosotros mismos, somos capaces de amar a Dios. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu inteligencia y con todas tus fuerzas y a tu prójimo como a ti mismo. No hay ningún mandamiento más importante que éstos”. Marcos 12,30-31.


No podemos decir que amamos a Dios y no a nuestros hermanos. No es posible amar lo que no se conoce “Si alguno dice: ‘Amo a Dios’, y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve." (1 Juan 4, 20).



El amor fraternal es un medio para conocer a Dios y una práctica para el amor divino. Decía S. Pedro, que el cristiano es el que ama de verdadero corazón. 

Con un “corazón nuevo”, como decía el profeta: “Os  daré un corazón nuevo y pondré dentro de vosotros un espíritu nuevo. Quitaré de vuestra carne ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu y haré que caminéis según mis mandamientos, que observéis mis leyes y que las pongáis en práctica. (Ezequiel 36, 26-27).

Por lo tanto, cuando un cristiano ama no ama con su viejo corazón humano, ama con el corazón nuevo que es el Espíritu Santo. Y cuando lo hacemos, es Dios mismo presente en nosotros, con su Espíritu, el que ama en nosotros y a través de nosotros.


Ahora ya sé lo que me falta con mis otros amigos: un amor que no necesita "motivos", ni “aspavientos”, ni “ficción”; un amor que brota de un “corazón nuevo”, lleno de Espíritu santo, lleno de amor, lleno de Cristo y que trasciende de lo humano hacia lo divino, hacia nuestro Padre. ES EL AMOR DE DIOS; ES DIOS MISMO.


lunes, 19 de octubre de 2015

AMAR ES SERVIR


"En verdad os digo 
que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis."
Mateo 25, 40


El papa Francisco nos llama a la necesidad de realizar obras de misericordia como la mejor, la más completa y eficaz manera de poner a la Iglesia en salida; para que ésta deje de mirarse el ombligo y se ponga en tensión misionera, se rejuvenezca y despierte al Espíritu Santo que la susurra al oído; y aún a riesgo de quedar herida e incluso a equivocarse, antes que quedarse inmóvil, acomodada y paralizada en su preocupación por el presente, nostalgia del pasado, o temor por el futuro.

En ocasiones, nos dejamos vencer por la tentación de buscar excusas con el propósito de mantener una actitud, asimilada durante mucho tiempo, de cómodo clericalismo, buscando únicamente ser receptores, un tanto "apalancados", de las verdades de la fe cristiana, en lugar de ser servidores.

Jesús concentra toda la Ley de Dios en dos mandamientos: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el gran mandamiento, el primero. Pero hay otro muy parecido: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Toda la Ley y los Profetas se fundamentan en estos dos mandamientos". (Mateo 22, 37-40).

Amar es servir y el servicio se conjuga en infinitivo: servir es dar, vestir, visitar, acoger, perdonar, escuchar, enseñar, corregir, consolar, rezar, interceder.

A menudo, tratamos de justificarnos con expresiones del tipo: "soy un pecador", "no soy digno", "necesito aprender", "no soy capaz", "soy mayor", "eso no es para mi"... pero Dios llama a TODA su Iglesia a la misión; no nos dice: "si puedes o si quieres"; no es algo optativo ni para cualificados; es un mandato a TODOS los bautizados.

Si Dios sólo buscara utilizar a personas perfectas para su propósito, poco o nada conseguiría hacer. Él capacita a los elegidos y rara vez, elige a los capacitados. Él ha otorgado dones y talentos a cada uno de sus hijos para que los pongan al servicio. 

Sin embargo, su enemigo, el diablo, trata de embaucarnos con la incitación a hacernos los "remolones", para que no los utilicemos; la gran argucia es hacernos pensar que sólo siendo santos y perfectos podemos dar gloria y servir a Dios.

Dios "tira" de cada uno de nosotros sólo si nos encontramos disponibles para Él, sólo si nos mostramos dispuestos a lo que nos pida, sólo si nos disponemos a servir. Y yo me pregunto:

¿Estoy dispuesto a amar? ¿Estoy dispuesto a servir? 




miércoles, 14 de octubre de 2015

MIS CHARLAS EN ALPHA: EL CRISTIANISMO FALSO, ABURRIDO E IRRELEVANTE?

“Si el cristianismo es falso, no es importante. 
Si es cierto, es infinitamente importante. 
Lo único que no puede ser es medianamente importante” 
— C.S. Lewis 


Durante muchos años me he sentido alejado de la fe católica y de la Iglesia por varias razones:

Me parecía una pérdida de tiempo y un sin sentido ir a misa.
Me parecía todo una gran mentira porque así me lo habían inculcado desde pequeño.
Me parecía que no aportaba nada de interés, nada que no supiera y nada que me afectara.
Me parecía un síntoma de debilidad apoyarme en algo no tangible.
Me parecía que yo no lo necesitaba, que era para otras personas perdidas y sin rumbo.
Además, qué podía ofrecerme alguien que vivió hace 2.000 años en un lugar muy alejado del mío, con unas personas muy diferentes a mí y con unas costumbres opuestas a las mías.

Echando la mirada atrás, estoy absolutamente convencido de que la culpa no era del cristianismo sino mía porque nunca había prestado mucha atención ni tampoco había abierto mi corazón a una frase que dijo Jesucristo que, en cierto modo, resume el cristianismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Juan 14,6).

YO SOY EL CAMINO (dirección para un mundo perdido)

Yo vivía bien, una vida sin necesidades básicas, sin problemas económicos o materiales: tenía mi casa, mi coche, mi mujer, mi familia, mis amigos, mi intensa vida social y laboral. Todo iba bien "por fuera". No me preocupaba por nadie y menos por nadie. Sencillamente creía vivir lo que era mi vida. Alcanzaba lo que creía querer, pero nunca tenía suficiente. siempre buscaba algo que estaba por llegar: éxito, felicidad, placer, diversión, fama, más dinero...pero cuando llegaba, no era suficiente.

Algo faltaba. Había siempre un vacío que no me llenaba. No tenía un camino ni un rumbo que me llevara a ningún sitio. Y aunque yo no era consciente y no sabía qué, un buen día empecé a llenarlo: al acercarme a la Iglesia cuando nos mudamos a un barrio nuevo gracias a la persistencia de mi mujer.

Cuando murió su bendita madre (mi suegra) empecé a acompañarla a misa porque creía que era mi deber para con ella y con mi suegra, por lo buena persona que fue toda su vida, por ejercer de madre conmigo y que justo antes de morir de cáncer y en la cama del hospital, me dijo al oído: Cuídala!

Y mira por dónde...hasta incluso hoy me sorprende: no sólo no me aburría, sino que interesaba lo que oía y me enganchaba. Empecé a oír con los "oídos de Dios" y a ver con los "ojos de Dios".

Hoy estoy convencido que la razón fue porque el Espíritu Santo puso en mi camino a personas que cambiaron mi forma de ver a la Iglesia, no como un lugar de "beatos y de monjitas" sino como un lugar donde se brinda ayuda, salud y conocimiento que, precisamente a mí, me faltaba. 

Surgieron las preguntas en mi corazón: cual era el propósito de mi vida, su significado, para que había venido yo a este mundo. También me planteaba de dónde vengo, a dónde voy, tiene algún sentido importante mi vida, si había venido a vivir unos años y luego morir, y después qué? Buscaba un camino que desconocía hasta entonces puesto que yo seguía el mío de forma egoísta e interesada.

El cambio no se produjo milagrosamente de la noche a la mañana. Fue con el tiempo y poco a poco, que accedí a ir formando parte de diversas actividades de la Iglesia:

Participé junto a mi mujer y mis hijos en una experiencia inolvidable y que fue un punto de inflexión: la JMJ con la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid, algo que hasta entonces nunca le había dado la más mínima importancia (la visita de u
n ancianito vestido de blanco ante el que todo el mundo se vuelve loco, pensaba).

Esa experiencia nos motivó tanto a mi mujer como a mi a formar parte de un grupo de matrimonios de vida y fe.

Conocimos a Luis José, párroco y amigo al que desde hace cuatro años seguimos de casa en casa y de parroquia en parroquia.

Fruto de los más de tres años que nos venimos reuniendo (este es el cuarto) todo el grupo de matrimonios editamos un libro sobre nuestro credo personal con mucho amor, orgullo y satisfacción de haber experimentado en varias ocasiones la presencia de Dios a través del Espíritu Santo (quién me ha visto y quién me ve).

Más tarde, empecé a ser parte activa, cada domingo sin falta (hubiera o no fútbol), en las homilías, no sólo escuchando atentamente sino preparándolas de antemano y recapacitando sobre ellas después. Hasta tal punto de gozar con el privilegio de ayudar a comulgar a los demás y de ser parte activa de la parroquia. (dice siempre mi mujer qué si me vieran mis padres o mis amigos, no lo creerían).

Creo que ahora sí puedo decir que soy cristiano. Sigo a Jesús, le tengo a mi lado y ha llenado mi corazón porque Él es el camino hacia Dios, hacia todo lo bueno que nos tiene preparado y prometido.

Y ahora, absolutamente convencido e involucrado como discípulo misionero en la tarea que Dios nos a encomendado de llevar la Buena Noticia "hasta el confín de la tierra", para que todo el que quiera, conozca a Jesús.

Finalmente, he comprendido que para ir al destino elegido hay que ir por la carretera correcta. Si no, o te pierdes o te equivocas.

YO SOY LA VERDAD (realidad en un mundo confundido)

Muchos  dicen que "no importa lo que creas con tal de que seas sincero". Bueno, también puedes estar sinceramente confundido (Hitler era sincero en sus creencias pero estaba completamente equivocado).

Otros dicen: "Puede que el cristianismo sea bueno para ti, pero no para mí"Al principio, pensaba igual: si Cristo no es verdad, no pasa nada, con seguir con mi vida, todos tranquilos! Pero luego me dije: y si es verdad?...entonces pasa mucho: porque Él permite alcanzar la plenitud interior y exterior. Y me pregunté: ¿qué pierdo por intentar descubrirlo?. Y así empecé.

Incluso, algunos cristianos conocen y creen que Jesús es la verdad, pero no le experimentan. Se consideran cristianos porque están bautizados, porque se casan en la Iglesia o porque van a misa los domingos por rutina, obligación y así cumplen para el resto de la semana. Pero Cristo no está presente en sus vidas.

El concepto de la verdad puede definirse como conocimiento intelectual sobre algo o alguien, pero además es conocimiento personal sobre algo o alguienyo sé que comer adecuadamente es bueno para la salud, pero si no como, si no lo experimento personalmente, cómo sé que es bueno, sólo porque lo digan otros?.

Contaré una anécdota: Siempre he sido desde pequeño, muy aficionado al fútbol,  a verlo y a practicarlo (llegué a ser casi profesional). Mi equipo siempre ha sido (y será) el Real Madrid y mi ídolo, cuando era pequeño, Carlos Santillana. A través de los periódicos y de la televisión veía sus goles, su forma de cabecear,  de ganar títulos, de luchar hasta el final, etc. Yo tenía conocimiento intelectual de Santillana, jugador.

Con el paso de los años, por casualidad, llegué a conocer personalmente a Santillana. Soy amigo íntimo suyo y él, mío; conoce a toda mi familia y yo a la suya, voy a su casa y él a la mía, compartimos vivencias, tomamos el aperitivo, salimos a comer o a cenar juntos, vamos al Bernabeu juntos, veraneamos juntos desde hace años en el mismo sitio e incluso jugamos juntos al fútbol (él mejor que yo, claro). Es decir, tengo conocimiento personal de él.

La Biblia nos habla de Jesús, de su vida, de su carácter, de su forma de hablar y de enseñar, de sus milagros, etc. Nos aporta conocimiento intelectual sobre Cristo. Pero Jesucristo es algo más: es una experiencia vital y de salvación y aunque, podemos asombrarnos con lo que sabemos sobre Él, si no lo experimentamos, no sirve de nada. Ahora que le conozco, le siento y le experimento en mi corazón, puedo ampliar lo mucho que dice la Escritura sobre Él, porque tengo conocimiento personal de Jesús.

YO SOY LA VIDA (vida en un mundo de tinieblas)

Jesús vino al mundo a morir para liberarnos de las cosas que destruyen la vida, de todo lo malo de la vida. Con su resurrección conquistó y venció a la muerte y nos ofreció la vida.

Dios me ama a mí y a ti, también. Y vino a la tierra a vivir con nosotros y como nosotros, dio su vida por nosotros porque nos ama, a pesar de  nuestros errores y de nuestros pecados.

En la cruz, cargó con todo lo que tú y yo y el resto de la humanidad hemos dicho mal, hemos hecho mal o pensado mal. Murió en nuestro lugar, murió por mi y por ti y por todos los seres humanos, creyésemos en Él o no. Así de grande es su amor. 

Por medio de la cruz y gracias a ella, nuestra culpa puede ser eliminada. Nos libera para transformarnos en las personas que realmente anhelamos ser (consciente o inconscientemente), nos rescata del miedo a la muerte y de todos los miedos, nos renueva para conocer a Dios y para amar de una forma nueva a los demás, tal y como Él nos enseñó.

¿Por qué es tan importante esto? porque se trata de salir de uno mismo e influir en el mundo, que urgentemente necesita ser transformado.

Y eso no es nada fácil. Hoy día no es sencillo ser cristiano: ser cristiano cuesta, pero no es nada aburrido sino emocionante y llena cualquier vacío. Yo lo he experimentado y lo experimento día a día.

Hay una anécdota preciosa que escuché en una homilía y que define cómo es el corazón humano: 

Un hombre había pintado un cuadro maravilloso. El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, de un reconocido artista. Llegado el momento, se descubrió el cuadro, que estaba tapado. Y todos lo recibieron con un caluroso aplauso.


Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa. Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía. 



Todos admiraban aquella preciosa obra de arte. Un observador muy curioso, encontró un fallo en el cuadro. La puerta no tenía cerradura. Y le preguntó al pintor: “¡Su puerta no tiene cerradura! ¿Cómo se va a poder abrir?“ ¡Vaya fallo! 

El pintor tomó su Biblia, buscó Apocalipsis 3, 20 y le pidió al observador que lo leyera:

"He aquí, yo estoy á la puerta y llamo: si alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” 



”Así es”, respondió el pintor. “Esta es la puerta del corazón del hombre: Sólo se abre por dentro.

Seguir a Jesús, ser cristiano no significa simplemente una adhesión externa y cómoda, o limitarse a recibir sus bendiciones. 



Implica un compromiso, renunciar a uno mismo, tomando la cruz del trabajo, del esfuerzo, de la burla o incluso de la persecución por causa de nuestra fe. 



Es necesario estar dispuesto a darlo todo, para ganarlo luego todo, según Su promesa. 

Requiere expresar nuestra gratitud y confianza en Él, en su misericordia y su perdón. 

Y para ello, es necesario CONOCERLE. Nadie puede confiar en alguien si no le conoce.


Por todo ello, El cristianismo…no es aburrido: consiste en vivir la vida al máximo; no es falso: es la verdad; no es irrelevante: transforma nuestras vidas completamente.





domingo, 11 de octubre de 2015

PASIÓN MISIONERA


“Un evangelizador no debería tener
permanentemente cara de funeral.
Recobremos y acrecentemos el fervor”.

Papa Francisco

La pasión misionera se contagia, el fervor apostólico se expande y el ardor evangelizador mejora nuestro mundo. ¡Es momento de contagiar ilusión! ¡Y se tiene que notar!

Como dice el Papa en su Evangelii Gaudium: “El gran riesgo del mundo actual es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente” (EG. 2).

Por eso es importante que al frente de nuestras parroquias se sitúen líderes evangelizadores que sean ejemplos de pasión, que no tengan cara de funeral, sino que se muevan con la alegría de una auténtica comunidad cristiana, incluso cuando hay que sembrar entre lagrimas y dolor, y que sean capaces de transmitirlo y contagiarlo a todos. 

La clave de la misión es orientarse en la capacidad de transformar la realidad desde los ojos de los que sufren, desde los ojos del que sufrió por nosotros sin quejarse, en la rotundidad de decir no a una sociedad individualista, injusta y excluyente, contraria al mensaje de la Buena Noticia de que Dios no excluye a nadie del poder salvífico del sacrificio de su Hijo.

Un buen evangelizador trabaja con entusiasmo, con la mira puesta hacia los demás, sobre todo, hacia los más afligidos, atrapados en esta jungla competitiva, donde impera la ley del más fuerte, donde el fuerte se come al débil, donde priva el individuo frente a la comunidad.

Estamos llamados a poner pasión en todo lo que somos, decimos y hacemos. Si damos lo mejor de nosotros mismos en cada cosa que hacemos, por pequeña que sea, damos gloria a Dios.

Nadie puede exigirnos que releguemos la religión a nuestra intimidad secreta. ¿Quién, estando enamorado, lo oculta en lo íntimo? ¿Quién mantiene en el anonimato una gran noticia? ¿Quién puede evitar que se le salga el corazón del pecho cuando le inunda el amor verdadero, de aquel que murió y resucitó por todos?

En una época tan falta de amor como la actual, son necesarios más que nunca, discípulos misioneros apasionados y enamorados de Cristo, que sean capaces de contagiar su pasión y su visión de transformar este mundo, que no viven la fe como una serie de cargas y obligaciones sino que crean espacios de altas expectativas y espacios de alta cercanía, generando un ambiente de auténtica comunidad cristiana.


El mundo actual, consumista y entristecido, necesita re-descubrir la alegría del Evangelio que llena el corazón y la vida de quien se encuentra con Jesús. “¡No nos dejemos robar el entusiasmo misionero! ni actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes los que no recibieron el anuncio no existieran". (Papa Francisco, Evangelii Gaudium).

Los discípulos misioneros estamos convocados por el Señor desde nuestro bautismo para compartir su vida, y enviados para comunicar su Palabra y ser testigos de su presencia a través de la acción del Espíritu Santo. 

Es precisamente el Espíritu de sabiduría y poder quien suscita en las personas el anhelo por conocer la verdad sobre Dios y nuestro entusiasmo misionero surge de la convicción de dar respuesta a este anhelo previo que anida en el corazón de las personas.

Sólo hay dos formas de vivir el evangelio: con pasión o con pasión. No existe otra opción. No te quejes e impregna todos tus actos de ilusión, amor y ardor, todas tus palabras de coraje y valentía. 

Y sobre todo, contágialo a todo tu entorno, pon todo tu corazón, tu mente y tu alma en todo lo que hagas, incluso en las cosas más sencillas. Y hazlo por amor. En ello reside el secreto, en la pasión que brota del amor de Cristo y a Cristo. Esa es la clave para alcanzar una vida plena.

     


miércoles, 7 de octubre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: LIMPIANDO BASURA


Dice el padre Mallon que cuando se reconstruye una casa, siempre hay que demoler algunas cosas y limpiar la basura: estructuras, actitudes o perspectivas teológicas, que entorpecen nuestra capacidad de cumplir el mandato misionero.

Entre otras, menciona tres tentaciones, de las que habló el papa Francisco en Aparecida contra el discipulado misionero y que son obra del “mal espíritu” y que propugnan la autorreferencialidad:

1. PELAGIANISMO: Auto-justificación

Pelagio (siglos IV-V) niega el pecado original, que sólo habría afectado sólo a Adán. El ser humano nace libre de culpa y por tanto, limpiar ese pecado, una de las funciones del bautismo, queda así sin sentido.

Afirma que la gracia divina no es necesaria para la salvación, ni gratuita, sino que es merecida por el esfuerzo humano, basta con hacer el bien, siguiendo el ejemplo de Jesús.

Ejercido por quienes “en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas, no necesitan recibir a Dios y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico pasado. 

Se trata de una cierta seguridad doctrinal que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario donde en lugar de evangelizar se analiza, se clasifica y se controla a los demás.

En la Iglesia, se manifiesta  de dos formas:
  • El católico de mentalidad tradicional que basa su vida cristiana en una lista de deberes y obligaciones en la que anotar sus logros y lo que hace por Dios: ir a misa, ser bueno, decir sus oraciones de vez en cuando…y entonces Dios le deja entrar en el cielo. 
  • El católico posmoderno que basa su vida cristiana no en las Escrituras o en las enseñanzas de la Iglesia sino en su propio sentido de autonomía absoluta y buenismo fundamental: Dios es mi colega y sólo le exige “ser sincero consigo mismo” y entonces le deja entrar en el cielo.
Y produce tres consecuencias:
  1. Una cultura de mínimos (minimalismo). No es una fe de alianza, de compromiso y de relación personal con Dios. Es un paganismo disfrazado de cristianismo, donde salvación, vida eterna y la respuesta a las oraciones son favores que buscan algunos católicos tras “cumplir unas mínimas obligaciones”.
  2. Una cultura de buenas acciones (buenismo) La gente que se cree justificada por sus buenas acciones o por su “buenismo” nunca será capaz de conocer la misericordia divina ni de comprender la buena noticia de la salvación y en consecuencia, tener la alegría distintiva de la auténtica vida cristiana o poder transmitirla a los demás. Demasiados católicos no tienen nada que cantar o por lo que reír en misa.
  3. Una cultura anti-evangelizadora (comodidad). Si muchos se mantienen en los mínimos a cumplir, no conocen la buena noticia ni a Cristo realmente, tampoco mostrarán entusiasmo alguno por evangelizar. Sólo los evangelizados pueden evangelizar; sólo los que han recibido la Buena Noticia pueden proclamarla a los cuatro vientos; compartir una buena noticia con otros nunca es una carga sino algo natural y bueno. Se vuelve una carga sólo cuando no podemos compartirla.
2. JANSENISMO:  Auto-santidad 

Cornelio Jansenio (siglo XVII) propugna el rigor, la disciplina y la perfección moral. Pretende mostrar la imagen de un Dios distante, frío e inaccesible y busca la perfección exenta de misericordia en la vida cristianaSe trata también de un rigorismo moral y elitista como prueba necesaria del favor de Dios y la gracia. 

Por ejemplo, para recibir la Sagrada Comunión no sólo es necesario estar exento de pecado mortal y estar  llenos de gracia, sino estar completamente libres de pecado. Esto, lógicamente, evita el acercamiento a la eucaristía de los creyentes en general, puesto que la perfección y el rigor reemplazan la gracia y la misericordia.

Muchos católicos se encuentran en una situación (que ellos mismos desconocen) en la que han perdido o nunca han tenido la ocasión de experimentar a Jesucristo personalmente. Su tendencia se encamina a reducir la fe a un rigorismo moral o a una simple ética. La moral sin la experiencia de Cristo hará que la Iglesia colapse.

¿Cómo demoler estas doctrinas para limpiar la basura? 

Kerigma

Es la proclamación la que abre corazones; es el Primer Anuncio el que debe ser oído y entendido por todos. El primer anuncio no es primero en sentido ordinal, porque esté al principio y luego se sustituye por otros contenidos catequéticos, sino que es primero en sentido cualitativo, porque es el anuncio principal y que siempre hay que volver a escucharlo y a anunciar de diferentes maneras y en diferentes momentos.

Esta proclamación debe estar presente en cada homilía, en cada catequesis, en cada charla. El ciclo es escuchar el kerigma, mantener una relación personal de Cristo y formar una experiencia vital de comunidad cristiana.

La clave de la salvación no estriba en lo que nosotros “hacemos” por Dios, sino lo que Él ha hecho por nosotros a través de su hijo Jesucristo.

3. CLERICALISMO: Auto-complacencia

Quizás esta sea la tentación que más daño produce hoy en la Iglesia. El papa Francisco describió el clericalismo como una manifestación de un complicidad pecadora: el cura clericaliza y el laico pide ser clericalizado.
  • En una cultura de mínimos a cumplir, la percepción del laico clericalizado es de absoluta laxitud y comodidad: él no debe ser demasiado religioso ni hacer demasiado en lo referente a las actividades externas y fuera de la asistencia a misa; para eso está el cura. Es la teología popular, que produce bebes espirituales que nunca maduran ni crecenPara el católico medio, la santidad y la evangelización no son tareas propias, no son las cosas que hacen los católicos ordinarios pero es que además, son incapaces de hacerlas.
  • El clericalismo también es la apropiación de lo que es propio de todos los bautizados por parte de la casta clericalEn virtud del bautismo, todos los católicos están llamados a la santidad y a la misión, a dar testimonio de Cristo, a evangelizar y a la madurez, es decir, a ser discípulos misioneros. 
Sin embargo, el clericalismo suprime esa identidad bautismal y convierte a los sacerdotes y las monjas en super cristianos con superpoderes, para hacer lo que los cristianos ordinarios no pueden y trae dos consecuencias:
  1. Aislamiento del clero, al que se le deja el ser santo, se le carga con todo el trabajo que les corresponde a TODOS los miembros de la Iglesia y con expectativas inhumanas, al no permitírsele ni un solo fallo.
  2. Inmadurez de los bautizados, quienes nunca asumen su responsabilidad ni su papel en la familia de Dios, así como tampoco crecen en la fe.
Así, como dijo el papa, el sistema crea una dependencia mutua. El laico que quiere permanecer inalterado en su inmadurez debe fomentar continuamente el estatus del sacerdote como “un ser aparte” que él nunca podrá llegar a ser. 

Es decir, el laico desea ser “actor pasivo, anhela ser sólo “público”: permanece a una distancia prudencial mientras aplaude al cura. El sacerdote, aislado del mundo, se cree omnipotente, por encima de cualquier pecado humano.

Durante todos estos años y a causa del clericalismo, la vocación bautismal se ha confundido con la vocación sacerdotal: profundizar en la oración y  madurar en la vida espiritual, crecer en conocimiento teológico, evangelizar y llevar a otros a conocer a Jesús y servir a los demás. Este debería ser el deseo de todo cristiano y no sólo del sacerdote.

El ministerio sacerdotal ha adoptado en exclusiva la triple misión de Jesús: profética, sacerdotal y real o lo que es lo mismo, predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar los sacramentos y guiar al pueblo de Dios.

Fuera del sacerdocio, ningún creyente ha sentido ningún deseo de predicar, celebrar la eucaristía o la confesión y mucho menos guiar a la comunidad. Tampoco se le ha dejado (aunque lo deseara) vivir plenamente su vocación bautismal, so pena de ser enviado al seminario.

Entonces ¿Qué es lo que hacen los católicos ordinarios? Pues, rezar, pagar y obedecer, es decir, son sujetos pasivos en la misión de la Iglesia. Como mucho ayudar al cura en las misas, leer, recaudar fondos y escuchar.  Ser lector en la misa o distribuir la comunión se ha considerado como la cumbre del ministerio cristiano de un laico.

La madurez espiritual, el discipulado, el conocimiento y familiaridad con las Escrituras han sido completamente ajenos a la mayor parte de los católicos. El clericalismo ha sumido a la mayor parte de los católicos en una infancia espiritual y ni siquiera los ha preparado para el ministerio.

Tras la llamada universal del Concilio II a la misión, el clericalismo reaccionó sustituyendo enseguida el “apostolado laical” por “ministerio laical”, cuya relevancia es grande en cuestión de referencialidad: “apostolado” es salir afuera, el envío, mientras que su desaparición y sustitución por “ministerio” no hizo más que redefinir la vocación bautismal para ser un ad intra en lugar de un ad extra.

Ahora nadie tiene que salir sino que todo el mundo puede quedarse dentro como espectadores pasivos y los realmente comprometidos, leer las lecturas y administrar la comunión. Esta es la Iglesia auto-referencial, vuelta hacia sí misma en lugar de hacia Cristo, satisfecha con servirse y ciega en la contradicción que vive en lugar de involucrada en la transformación del mundo.

El clericalismo pues, produce lo que el padre Mallon llama, por un lado, el “atrincheramiento y aislamiento del cura”, no exento de una cierta dosis de comodidad, primacía y poder mientras los demás miran y por otro,  “los adormecidos consumidores pasivos de una religión descafeinada”, bebés espirituales, ignorantes de los fundamentos de su fe, incapaces de orientarse en la Biblia y con una madurez orante propia de un niño de cinco años. Y lo grave es que esto no parece preocupar a nadie.

¿Cómo demoler esta doctrina para limpiar la basura?

Cuidado pastoral: madurez y crecimiento

El apóstol San Pablo define su ministerio pastoral en Colosenses 1,38, donde habla, no de la búsqueda de la perfección moral de aquellos a los que sirve sino de cómo hacerlos avanzar por un camino de maduración y crecimiento constante.

Un buen cuidado pastoral no debe aceptar la inmadurez en la fe como algo normal de la misma forma que un padre de familia no admitiría ver a su hijo de veinticinco años tumbado en el sofá y chupándose el dedo. Eso es lo que hace el clericalismo.

Una parroquia de discípulos misioneros siempre debe tener una proporción considerable de miembros que se encuentren en una infancia espiritual. Si no los tiene, significará que no están naciendo bebés espirituales y que esa Iglesia es estéril. Lo que no deben ser es mayoría.

La solución al clericalismo es redefinir el cuidado pastoral, que normalmente se ha referido normalmente al cuidado de los que están enfermos, muriéndose o en duelo.


El término “párroco” se refiere a “pastor” y la tarea principal del pastor no es cuidar de las ovejas débiles, enfermas o moribundas, ni la de ofrecer protección sino llevar a las ovejas hasta la comida y la bebida. Alimentar a las ovejas para que puedan crecer, madurar, dar fruto y reproducirse.

También, salir en busca de las descarriadas, pero la principal es alimentarlas.

Equipar a los santos: Dones y carismas

En la carta a los Efesios 4, 11-13, el apóstol San Pablo nos indica que el objetivo último del cuidado pastoral es llevar a los cristianos a la madurez. También nos habla de los distintos dones y carismas que Dios da a la Iglesia y que son para equipar a los santos para el “trabajo del ministerio”, es decir, que la otra tarea importante del pastor no es hacer él solo todo el trabajo ministerial sino equipar a otros para que lo hagan.

Las parroquias donde virtualmente nada funciona, albergan escasas actividades que tienen que estar supervisadas por el sacerdote, nadie está equipado para el ministerio salvo él y mucho menos para liderar una “salida a las periferias”.

Las parroquias donde hay fruto y crecimiento, requieren que el párroco se centre en sus tres tareas fundamentales: predicar la Palabra de Dios, celebrar y administrar sacramentos y liderar la Iglesia. El resto de los ministerios no sólo pueden ser sostenidos, sino que han de ser realizados por otras personas.

A medida que los miembros de la comunidad parroquial maduran en su vida cristiana son llamados al servicio de acuerdo con sus dones y equipados para servir un ministerio. Así se convierten en discípulos misioneros que han sido equipados y puestos en el ministerio, no para hacer un favor al sacerdote sino interiorizado como ministerio propio en comunión con el cura.

El objetivo de cada ministerio es suscitar y equipar a otros para que hagan el trabajo y así, edificar la Iglesia. Esta multiplicación del ministerio satisface las demandas internas para gestionar una parroquia y permite generar discípulos misioneros maduros en Cristo que salen al exterior, anhelando servir. 

Entonces se establece una estructura de rendición de cuentas para el mantenimiento del modelo sin un control clerical meticuloso.

Sólo una Iglesia llena de discípulos misioneros puede cambiar el mundo.

En la carta a los Efesios citada antes también se establece una diferencia entre oficio y carisma: Los ordenados tienen el oficio de apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Su responsabilidad es que haya fruto en la parroquia pero su oficio no siempre coincide con el carisma.

Los carismas se reparten entre todos los miembros de la Iglesia. Todos están llamados a identificar sus carismas y servir desde ellos.

Tanto los unos como los otros son necesarios en la Iglesia de Cristo y ninguno se excluye o amenaza al otro. Los roles y las responsabilidades son distintos pero todos son necesarios.

Hoy, al igual que la Iglesia del primer siglo, nos encontramos ante la situación de que ser cristiano no es nada popular ni fácil sino más bien algo arriesgado que conlleva burla, persecución, prisión e incluso muerte. Jesús nos dijo que seguirle no era fácil pero si emocionante y gratificante.

Es el momento de redescubrir nuestra identidad y esencia como bautizados que consiste en ser discípulos misioneros, llamados a conocer a Jesús y darlo a conocer. Es hora de que todos los que seguimos a Cristo maduremos y nos equipemos para el servicio.

La identidad más profunda de la Iglesia es ser una Iglesia misionera, llamada a transformar creyentes bautizados en discípulos misioneros que salgan, por la gracia divina, a construir el Reino de Dios.



P. James Mallon
Una renovación divina