¿QUIÉN ES JESÚS?
jueves, 28 de mayo de 2020
LAS 7 ALIANZAS DE DIOS CON EL HOMBRE
domingo, 24 de mayo de 2020
BAALITAS: LOS PERVERTIDOS DE HOY
viernes, 22 de mayo de 2020
GABAONITAS: LOS ESTRATEGAS DEL SENTIMIENTO
lunes, 18 de mayo de 2020
JOSUÉ: LA PACIENCIA DE DIOS ES NUESTRA SALVACIÓN
¡Deténte, sol, en Gabaón!
¡Y tú, luna, en el valle de Ayalón!
(Josué 10,12)
Nos encontramos hacia el año 1207 a. C., viajando por la Tierra Prometida con Josué y con el pueblo de Israel. Tras la conquista de la ciudad de Ay, volvemos al campamento en Guilgal.
Las noticias de las conquistas de Israel en Transjordania, Jericó y Ay llegan pronto a oídos de todos los reyes de Cisjordania (hititas, amorreos, cananeos, perizitas, heveos y jebuseos), adoradores de Baal, sacrificadores de niños y celebrantes de orgías, que se alían para hacerles frente.
Es exactamente lo mismo que ocurre hoy: cuando la Iglesia conquista corazones, los reyes de este mundo se alían para intentar acabar con el pueblo de Dios y con Cristo como anuncia la Palabra: “Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia” (Génesis 3,15).
Son los reyes que nos atraen e intentan apartarnos de Dios, a quienes debemos combatir con las armas que nos da el Señor: la fe, la oración y la perseverancia en sus mandamientos.
La astucia de Gabaón
Sin embargo, los astutos habitantes de Gabaón, ciudad al norte de Jerusalén, en lugar de aliarse con el resto de los cananeos, intentan engañar a Josué haciéndose pasar por mendigos pobres y siervos de Israel con la intención de llegar a un pacto con Josué.
Son “falsos hijos pródigos” que le dicen a Josué venir atraídos por la fama del Señor tu Dios, en lugar de “El Señor nuestro Dios” porque ellos tienen sus dioses; dicen traer pan duro porque su corazón es de piedra y vino estropeado en odres viejos porque no están arrepentidos de sus pecados; dicen calzar sandalias y vestidos rasgados porque no quieren seguir a Dios ni revestirse de su gracia; dicen venir de una “tierra lejana” (aunque en realidad, viven cerca), porque sus corazones están muy lejos del Señor.
¡Cuántas veces, nosotros nos queremos acercar a Dios con esta misma actitud falsa! ¡Como queriendo darle pena al Señor, pero sin arrepentimiento, sin pureza de intención y sin verdad, sino con hipocresía, manipulación y mentira!
Josué y los ancianos de Israel, sin consultarlo con Dios y sin que Dios les haya dicho nada sobre ellos, aceptan la alianza de paz que les proponen los gabaonitas, comparten sus provisiones y les prometen dejarles con vida. Es decir, les dan “Paz y Vida”, lo único que sólo Dios puede dar.
¡Cuántas veces, nosotros, hacemos cosas y tomamos decisiones sin consultarlo con Dios, sin rezarlo, sin dejarnos guiar por Él!¿Cuántas veces queremos ofrecer al mundo soluciones que no nos corresponden!
Dios espera nuestra humildad para mostrarnos su misericordia. Sin embargo, los gabaonitas (algunos de nosotros) usamos la “estrategia de sentimiento, del disimulo y del miedo” para hacer una alianza con otros y llevarlos a ser infieles a Dios.
Por ello, no podemos llegar a ningún acuerdo con personas que viven en pecado, que no están arrepentidas y que nos mienten. Eso no es misericordia sino “pactar con el pecado”.
Y desde luego, no podemos hacer nada sin rezarlo y consultarlo antes con Dios. Antes deben confesar la verdad, arrepentirse, venir con pureza de intención, dejar sus dioses atrás y, de corazón, aceptar al Señor como su único Dios y servirle. Entonces, sí serán hijos pródigos que Dios aceptará.
Israel descubre la mentira de los gabaonitas y, aunque Josué les conserva la vida por el juramento hecho, no les otorga la dignidad de hijos pródigos ni de pueblo de Dios, sino que los mantiene como esclavos. Israel incumple el mandato del libro del Deuteronomio de no mezclarse con otros pueblos paganos y de cortar de raíz el pecado.
La batalla de Gabaón
Al enterarse de la alianza de Gabaón con
Israel, Adonisédec, rey de Jerusalén, se alía con todos los reyes amorreos de
la montaña, del centro y del sur (Hebrón, Yarmut, Laquis y Eglón) para atacar
Gabaón.
Es lo mismo que ocurre hoy día, cuando
alguien se une a la Iglesia, los países en lucha contra Dios lo ven como una
traición y le persiguen. Y es que cuando
nos unimos a Cristo, debemos esperar enemistad.
Gabaón le pide ayuda a Josué, que parte a
la ciudad asediada a luchar contra estos cinco reyes.
Dios le dice a Josué que tendrá éxito en
la batalla porque es Él quien lucha por Israel: Lanzó desde el cielo un gran pedrisco que mató a más enemigos que la espada
de los hijos de Israel.
Los amorreos huyeron pero, al grito de Josué, se detuvo el sol, demorando su puesta casi un día completo, es decir, Dios “obedece” a Josué y “detiene el tiempo”, para que el pueblo de Israel extermine a sus enemigos.
Para Orígenes, la detención del sol prefigura
a Jesucristo, pidiendo a Dios Padre, la prolongación
del tiempo para la salvación de los hombres y la destrucción de los poderes
adversos.
A nosotros, la detención del sol nos muestra la
infinita paciencia de Dios con nosotros hasta que reconocemos
su luz y nos salva. Dios alarga el tiempo para salvarnos y lo acorta para
librarnos del sufrimiento.
La cueva de Maquedá
Los cinco reyes amorreos, cuando ven el milagro del
sol, salen huyendo y se esconden en una cueva en Maquedá, ciudad real de Canaán,
en la Sefelá.
Para San Jerónimo, los cinco
reyes amorreos que luchan contra
Israel, simbolizan nuestros cinco sentidos, es decir, nuestra humanidad debilitada por el pecado,
que nos impide caminar hacia Dios y conquistar la santidad. Jesucristo,
al encarnarse, sepulta esta humanidad pecaminosa y la da muerte.
El rey de Jerusalén, que simboliza a Satanás, junto con los otros cuatros reyes, que simbolizan todos los poderes malignos, son descubiertos en la cueva. Josué ordena que quiten la piedra de la cueva, en clara referencia a la resurrección de Cristo, que los saquen y pongan sus pies sobre la nuca, recordando la profecía de Génesis 3,15: “Aplastarás su cabeza.”
Los hiere de muerte y los ahorca en un árbol, en clara referencia a la Cruz, donde fueron colgados nuestros pecados. Al ponerse el sol, da orden de bajarlos de los árboles, prefigurando la bajada de la Cruz de Cristo y los otros dos, y arrojarlos en la cueva donde se habían escondido y los sepultan allí, cerrándola con grandes piedras, tipificando el sepulcro de Cristo, donde, tras su resurrección, queda sepultada la muerte. Es una prefiguración de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Según Orígenes, la bondad da muerte a la maldad que
antes reinaba en nuestros corazones y que nos prepara para nuestra
herencia. Las guerras de Israel contra los cananeos simbolizan nuestra lucha
contra el mal.
La conquista de los reinos del centro y del sur
Josué toma Maquedá y no deja a nadie con vida. A continuación, hace lo mismo con los reinos de Laquis, Libná, Horán, Eglón, Hebrón, Debir, conquistando todo el país: la Montaña, el Negueb, la Sefelá y las estribaciones de la montaña, con todos sus reyes, sin dejar un solo superviviente. Consagra al exterminio (anatema) a todos los seres vivientes, como el Señor, Dios de Israel, le había ordenado.
Josué conquista desde Cadés Barnea hasta Gaza y toda la región de Gosén hasta Gabaón en una sola ofensiva, porque el Señor, el Dios de Israel, pelea en favor de Israel.
Según Orígenes, “la obra de Dios destruye todas las estructuras diabólicas que Satanás ha construido en el alma humana, alzando en cada uno de nosotros torres de soberbia y murallas de arrogancia. La Palabra de Dios las derriba y edifica unas nuevas sobre el cimiento de los apóstoles y los profetas, con Jesucristo como la piedra angular, para erigir el templo de Dios en el Espíritu y ser introducidos en la heredad de la Tierra Santa. Nuestros enemigos son destruidos para que no puedan respirar en nosotros sino que sólo el Espíritu de Cristo respire en nosotros, mediante obras y palabras de entendimiento espiritual de acuerdo con las de Jesucristo, quien tiene el poder por los siglos de los siglos.”
Después, Josué se vuelve, con todo
Israel, al campamento de Guilgal.
La conquista de los reinos del norte
Todos
los reinos del norte, Jasor, Yobab, Madón, Simerón, Axaf, del valle al sur de
Kinerot, de la Sefelá y del distrito de Dor, al oeste; los cananeos de
oriente y occidente; los amorreos, los heveos, los perizitas, los jebuseos de
la montaña; los hititas de las faldas del Hermón, en la región de Mispá, parten
con todas sus tropas y se reúnen en un único campamento, cerca del arroyo de
Merón, para luchar contra Israel.
Ante
tal ejército, una muchedumbre innumerable como la
arena de la playa, con muchísimos caballos y carros, Dios le infunde
ánimo a Josué para que no tenga miedo porque Dios le dará la victoria.
De igual manera, hoy el Señor nos pide confianza y fidelidad, que conseguimos a través de la oración y la Palabra. Con ellas, nos infunde ánimo para no desfallecer y nos da la fuerza para continuar y enfrentarnos al gran ejército del mal, que se reúne para luchar contra nosotros, porque Él hará el resto.
La victoria es total y no deja un
alma con vida porque Dios así lo había ordenado, primero a Moisés y ahora,
a Josué. San Agustín dice el libro de Josué no trata de mostrar un Dios cruel
sino un Dios justo, que da a cada uno lo que merece. Cuando se refiere a no
dejar un alma con vida, está refiriéndose a no dejar ningún pecado impune y
destruirlos todos.
El capítulo 12 narra los treinta y un reyes a los que vencieron Moisés y Josué, y con cuyas conquistas, Dios cumplió su promesa por la fidelidad de sus siervos. Dios siempre se apoya en la fidelidad del hombre para enviarle sus dones y bendiciones, para que queden atestiguados por las obras y para enseñanza de todos.
El reparto
Capítulos 13-21
Josué era ya anciano cuando, aún quedando tierra por conquistar, el Señor le pide que, en el santuario de Guilgal, donde se encuentra el Arca de la Alianza, se haga el reparto de Cisjordania entre las nueve tribus y media que quedan.
El capítulo 13 rememora el reparto hecho por
Moisés en Transjordania, a las tribus de Gad, Rubén y media tribu de Manasés, y los capítulos 14-17, el de Cisjordania
por Josué y Eleazar. La tribu de Leví no va a tener tierra porque el Señor va a ser su
herencia, como tribu de sacerdotes.
El reparto es una prefiguración espiritual del reparto de las moradas que tiene el Señor preparadas para cada uno de nosotros en el cielo (Juan 14,2):
-Judá:
Comienza el reparto con Caleb, edomita incorporado a
la tribu de Judá y que significa "corazón", quien hace todo con prudencia y sabiduría.
Jefuné era su padre, que significa "conversión", un
convertido que engendra un hijo que es
todo corazón. Caleb, a la edad de 85 años, recibe Hebrón, que
"significa "unión o matrimonio".
Espiritualmente, se refiere a que Dios siempre
premia siempre a los que le abren el corazón y les lleva a una unión con
Él.
Se le asignan los amplios territorios del sur, que
incluye la ciudad de Belén,
de los que no llegan a expulsar a los jebuseos, y que prefigura la parábola del trigo y la cizaña, haciendo referencia a que dentro de
la Iglesia siguen conviviendo ambas, igual que en nuestros corazones, gracia y
pecado, se alternan. Dios permite que crezcan juntos, para que la cizaña se
convierta. La paciencia de Dios es
nuestra salvación.
-Efraín y
Manasés:
La zona central de Canaán, al norte de la de Judá, se
les asigna a los hijos de José, que al ser muchos, se configuraron en estas dos
tribus, que tendrán una gran importancia en la historia del pueblo de Israel. Ambas
formarán lo que luego se llamará Samaria.
ü Efraín: Significa “fructuoso, fructífero”. Le toca la
parte sur y su ciudad más importante es Siló
(30 kms al norte de Jerusalén y 30 kms al sur de Siquem), donde se va a
establecer el Arca de la Alianza, puesto que Josué pertenecía a esta tribu, y
que se quedará allí hasta tiempos de Samuel.
En esta zona existen cananeos, que como los jebuseos en Judá,
simbolizan el pecado en nosotros y dentro de la Iglesia, y a quienes tenemos
que combatir. Nuestros cananeos son el dinero, el poder, la envidia, la ira, la
lujuria, la pereza, la rutina, el miedo, la falta de confianza en Dios.
ü Manasés: Significa “olvido,
el olvidado o el que hace olvidar”. Recibe dos porciones, una que ya había
tomado en Transjordania y otra, aquí, en Cisjordania, al norte de la de Efraín.
Sus ciudades más importantes son Siquem
y Caná.
Josué envía a explorar y describir el resto del
territorio en siete partes, para repartirlo entre las tribus restantes, que se
sortearán en Siló, donde está El Señor.
-Benjamín:
Significa “hijo de la diestra, de la derecha”, como símbolo de fuerza o
virtud. La zona correspondiente a esta tribu está entre Efraín y Judá, al norte
del mar Muerto. Sus ciudades más importantes son Jericó, Emaús
y Jerusalén (Jebús), que será la futura
capital del país.
-Simeón:
Significa “Dios ha escuchado”, y le corresponde una
zona dentro de la de Judá, al sur, porque la de Judá era muy grande y se
partió. Su ciudad más conocida es Berseba.
-Zabulón:
Significa “morada, casa, hogar”, y le corresponde la
zona al norte de la de Manasés, que más adelante será Galilea.
-Isacar:
Significa "recompensado", y le
corresponde la tierra más fértil de todas, entre Samaria y Galilea. Su ciudad
más conocida es Sión.
En ella está el Monte
Tabor, donde se transfigurará el Señor.
-Aser:
Significa “felicidad”, y le corresponde un territorio al norte, junto al mar, fértil y donde abundaba el trigo y el aceite, limitando con Neftalí y Zabulón. Sus ciudades más importantes son Tiro y Sidón.
-Neftalí:
-Dan:
Toda la tierra está repartida pero queda una por heredar, la de Josué, quien espera hasta el final para adquirirla. Está dentro de la de Efraín, en el centro de todas.
Bibliografía:
"La Tierra Prometida" (Beatriz Ozores, Radio María)
domingo, 17 de mayo de 2020
JOSUÉ: LOS DONES DE DIOS SON PARA SU GLORIA
"Pero los hijos de Israel cometieron
un gran delito con lo consagrado"
(Josué 7,1)
Nos encontramos alrededor del año 1.400 a.C., y una
vez conquistada y destruida Jericó, continuamos viaje junto a Josué y
todo el pueblo de Israel en dirección este, recorriendo unos 18 kms, para
llegar a una ciudad fortaleza avanzada de Canaán, al este de Betel, llamada
Ay o Hai, que significa "ruina".
Acán, israelita de la tribu de Judá, desobedeciendo
las instrucciones de Josué, ha cometido delito contra Dios, al apropiarse, en secreto,
de parte del botín de Jericó, de lo consagrado al Señor, provocando la ira de
Dios contra los hijos de Israel, como vamos a ver.
Derrota en Ay
Josué envía unos exploradores a la ciudad de Ay (Hai), quienes regresan diciéndole que no es necesario que vaya todo el pueblo porque, para conquistarla, bastan dos o tres mil hombres. Es un claro signo del orgullo humano y de la infidelidad a Dios, pensar que "pueden sin la gracia".
Y así, envían a tres mil hombres, pero sufren una derrota y tienen que huir ante los hombres de Ay, que matan a unos treinta y seis israelitas.
Cuando cuentan lo sucedido y nadie entiende lo que ha pasado, desfallece el corazón del pueblo y se les derrite, pierden la fe en Dios y le culpan. Lo mismo nos ocurre a nosotros cuando hacemos las cosas por nuestra cuenta y no nos salen como pensábamos, o cuando nos sucede alguna desgracia: lo primero que hacemos es echar las culpas a Dios.
Incluso Josué, que junto con
los ancianos de Israel, se rasgan las vestiduras, se postran en tierra delante
del Arca del Señor hasta la tarde y se echan polvo sobre las cabezas en señal
de dolor. En cierta forma, recriminan a
Dios y le piden explicaciones de para qué le han obedecido: ¡Ah, Señor, Señor! ¿Para qué hiciste pasar el Jordán a este
pueblo? ¿Para darnos en manos de los amorreos y acabar con nosotros? ¡Ojalá nos
hubiésemos quedado al otro lado del Jordán!
Esta es la actitud del hombre
de todos los tiempos: perdemos la fe porque pensamos que Dios nos falla. Renegamos
del pacto del bautismo (cruzar el Jordán) y nos quedamos en la otra orilla, sin
más. Como los discípulos de Emaús, nos
quedamos en la queja y en el resentimiento, y decimos: “Nosotros esperábamos…” como si no compensara servir a Dios, como
si ser cristianos no llevara a ninguna parte…
Y nos quedamos en el qué dirán, en el qué pensarán los demás: ¿Qué voy a decir después que Israel ha vuelto la espalda ante sus enemigos? Se enterarán los cananeos y todos los habitantes del país: nos cercarán y borrarán nuestro nombre de la tierra. Nos arrepentimos de Dios y nos quejamos, como hicieron los israelitas, cuando vagaban por el desierto y le decían a Dios que “mejor hubiera sido quedarse en Egipto…” Consideramos que seguir a Dios es un fracaso.
Aún así, Josué, aunque se queja, no ha “tirado la toalla del todo” y se atreve a “echarle un órdago” a Dios con una oración “muy humana”: ¿Qué harás tú entonces por el honor de tu nombre? Josué le tira “la pelota a su tejado”, porque perder Su honor, es algo que Dios no puede permitir.
El pecado "oculto" de Acán
Dios, con su infinita y santa paciencia, después de escuchar sus quejas (como Jesús cuando camina con los dos de Emaús) le responde a Josué, diciéndole que se levante (refiriéndose a que vuelva la mirada al cielo, a Dios) y que purifique al pueblo (no basta sólo con pedir perdón, es necesario arrancar de raíz el pecado, porque es Israel quien ha pecado, porque ha violado las disposiciones que les dio de no quedarse con nada de lo consagrado en Jericó, refiriéndose a Acán que lo ha robado y lo ha escondido.
Según la economía de la Gracia, nuestra vida es un don de Dios que exige fidelidad y unidad de tal manera, que la infidelidad de uno solo, su desobediencia, repercute en todo el pueblo (como el de Adán repercutió en toda la humanidad), y así, todo el pueblo de Israel se ha hecho objeto de exterminio.
De la misma manera, cuando nosotros “caemos en el pecado”, el daño repercute en toda nuestra comunidad y en los que están a nuestro alrededor, rompiéndose la comunión de los santos. Análogamente, el bien de uno repercute en toda la comunidad como nos dice el apóstol Pablo en 1 Corintios 12, 26-27 cuando habla de la Iglesia, el Cuerpo místico de Cristo, del que todos somos miembros.
Y es que, Dios, que todo lo ve todo, todo lo sabe y a quien no podemos engañar, no puede estar donde hay pecado, porque no hay fidelidad ni comunión. Dios le dice a Josué (nos dice a cada uno de nosotros) que si rompen su pacto, mientras no se purifiquen del pecado, no podrán con sus enemigos.
Mientras no nos purifiquemos, mientras no arranquemos todo aquello que nos impide ser fieles y entrar en comunión con Dios, no podemos recuperar su gracia. Es preciso arrancar las malas hierbas del sembrado, sacar de la Iglesia todo aquello que la corrompe para seguir caminando hacia Dios.
Por eso, le dice que va a juzgar la infamia del robo, tribu por tribu, clan por clan, familia por familia y hombre por hombre para separar a quien ha pecado de quien no lo ha hecho, prefigurando el juicio final individual.
La confesión "pública" de Acán
Josué convoca a todas las tribus y Dios señala a la de Judá. Acán es descubierto y confiesa su ofensa a Dios delante de todos. Su “capricho”, que tan poco le duró (porque la seducción del pecado es efímera), que supuso treinta y seis muertos, así como la derrota de Israel en Ay, le va a llevar a un trágico final, tanto a él como a los suyos. Aún así, al confesar, está dando gloria a Dios, pone luz a la oscuridad y verdad a la mentira.
La
confesión glorifica al Señor. Cada vez que nos confesamos, damos gloria a Dios,
damos consentimiento para que su plan de salvación se cumpla en nosotros,
permitiendo que lave nuestros pecados con la sangre de Su Hijo y nos vaya
purificando, renovando nuestro bautismo, hasta hacernos uno en Cristo por medio
del Espíritu Santo, que es en lo que consiste la salvación.
Josué, junto a todo el pueblo, lleva a Acán, a toda su familia, sus posesiones y lo que había robado al valle de Acor (que significa “aflicción”, “tribulación”, “turbación”) donde les lapidan y queman sus pertenencias en una hoguera.
Allí, levantan un monumento de piedras en recuerdo
de esa purificación que aplaca la cólera del Señor (se cumple la Ley del Talión:
“ojo por ojo”).
Con esta dura escena, Dios quiere recalcarnos la importancia del pecado (cuyo detonante es la desobediencia a Dios) que lleva a la muerte, prefigurando la venida de Jesucristo, quien asume todos nuestros pecados con su muerte en la Cruz.
Representa la purificación de fuego realizada
por el Espíritu Santo, prefigurando la venida del Espíritu Santo en
Pentecostés.
Pero también nos recuerda la fidelidad de Dios a
su Alianza y su perdón, así como los múltiples medios que pone a nuestra
disposición para salvarnos, sobre todo y el más importante: el envío de su Hijo
para redimirnos.
La conquista de Ay
Dios anima a Josué y le da una serie de instrucciones, tanto estrategias militares como normas de fidelidad y obediencia a Él. Una vez purificado el pecado con la confesión y restaurada la pena, Dios utiliza nuestros actos anteriores para que aprendamos de nuestros errores y los rectifiquemos. Es el propósito de enmienda que sigue a la confesión y a la absolución.
Cristo, de forma
análoga, utilizará esta táctica con San Pedro que narra San Juan, confrontando
la hoguera
de la negación (Juan 18,15-27) con la hoguera de la confesión
(Juan 21,15-19). Entonces, le dice: “Apacienta
mis ovejas”, que es lo mismo que ahora le dice a Josué: “¡No tengas miedo ni te acobardes! porque voy
a poner en tus manos al rey de Ay, a su pueblo, su ciudad y su territorio.” (Josué
8,1).
Dios ordena a Josué tenderle una emboscada al rey de Ay, enviando primero a 30.000 guerreros a que se oculten en Betel, mientras el resto del pueblo fiel a Dios, con Josué a la cabeza, se acerca a la ciudad. Según llegan a la ciudad, “engañan” al Rey de Ay haciendo que huyen y éste sale de la ciudad, dejándola desprotegida. Situación que aprovechan los 30.000 guerreros escondidos para tomarla.
Cuando abandonamos “nuestra ciudad”, nuestra comunidad,
la dejamos desprotegida, de tal forma que al enemigo no le cuesta entrar en
ella, tomarla y devastarla. Dios nos invita a estar alerta y en guardia para
que el Enemigo no entre y se encuentre la casa vacía e indefensa.
Seguimos con Josué. Ahora, Dios permite que el pueblo conquiste y
destruya Ay, matando a espada a todos sus habitantes (unos 12.000), quemando la
ciudad, reduciéndola a cenizas y convirtiéndola en ruina y desolación para
siempre. Ahorcaron al rey de Ay y dejaron su cadáver a la entrada de la ciudad,
sepultándolo con piedras.
Josué construyó un altar a Dios de “piedras sin labrar” en el monte
Ebal, como había ordenado Moisés, el siervo
del Señor, en el que ofrecieron holocaustos y sacrificios al Señor y
escribió sobre las piedras, una copia de la ley de Moisés, que es leída en su
integridad a todo el pueblo de Israel, tanto las bendiciones como las
maldiciones. La confesión lleva a la
ofrenda a Dios.
Esta escena representa la ofrenda a Dios por nuestras victorias en el camino de la salvación y prefigura el sacrifico de Jesús en la Cruz. Por eso, ahora Dios le permite quedarse con el botín. Es, de nuevo, la prefiguración de la Eucaristía.
Bibliografía
"La Tierra Prometida" (Beatriz Ozores, Radio María)