¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.
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domingo, 6 de junio de 2021

TOBÍAS: EL JUSTO ES PROBADO EN LA TRIBULACIÓN

"Si os volvéis a él de todo corazón 
y con toda el alma, 
siendo sinceros con él, 
él volverá a vosotros 
y no os ocultará su rostro. 
Veréis lo que hará con vosotros, 
le daréis gracias a boca llena"
(Tob 13,6)

Durante esta 9ª semana del tiempo ordinario hemos estado leyendo el libro histórico (y al vez, sapiencial) de Tobías (latín) o Tobit (griego), judío piadoso de la diáspora, temeroso de Dios, cumplidor de la Ley y bienhechor de su familia y de su pueblo, en el que se muestra un camino de perseverancia y fidelidad del justo en el sufrimiento, y un itinerario de fe para los esposos, en la elección del cónyuge dentro de la "familia cristiana", y para las familias, en la unidad y alegría dentro de una "casa cristina".
 
A través de la metáfora bíblica del "camino" (andar por el camino de la verdad y la justicia es vivir según la Ley de Dios) se nos muestra cómo, muchas veces, el mal y el dolor se ceban con el fiel y el compasivo, pero al que la justicia divina salvaguarda con la protección angélica y recompensa su virtud y fe con bendiciones abundantes "como el oro se prueba en el fuego, así el justo es probado en la tribulación" (Pro 17,3; Sab 3,5-6; Eclo 2,5; 1 Pe 1,6-7).

¿Cómo es posible que Dios permita que el sufrimiento del justo? La Providencia actúa en la vida de cada hombre, de cada familia cristiana, en la medida en la que nosotros colaboramos con Dios poniendo los medios a nuestro alcance para llevar a cabo la virtud en nuestro "caminar". Dios permite el sufrimiento y la tribulación, no para que comprendamos el sentido de la desgracia sino para que recurramos en oración personal a Su misericordia y nos abandonemos en sus manos con confianza y sin desesperación.

El drama de Tobit
Como Job, Tobit es privado de todos sus bienes pero no maldice al Señor (Job 1,8-22;Tob 1,20-2,1). Es probado físicamente, con la ceguera (2,9-10) y moralmente, con los reproches de su mujer (2,11-14) pero tampoco peca con sus labios (Job 2,3-10). 
Los reproches de Ana (como los de los amigos de Job) ponen en evidencia la extendida creencia popular judía de que la desgracia era la consecuencia de algún pecado (Tob 3,3-4; Ex 20,5; 34,7; Nm 14,18; Dt 9,5; Ez 18,20; Lc 13,2; Jn 9,2-3). 

Tobit, como Job, como Jonás y también como Sara, la prometida de Tobías, pedirá la muerte en momentos de debilidad como liberación al sufrimiento. Sin embargo, a través del diálogo con Dios, de la oración suplicante y confiada, responderá con la aceptación plena a la voluntad de Dios.

El drama de Sara
El drama de Sara se presenta de forma paralela al de Tobit y todo sucede simultáneamente "en aquel mismo día", es decir, el día en que Tobit oyó las injurias de su mujer (2,14). Sara sufre injurias, insultos y oprobios inmerecidos que la achacan la muerte de sus siete maridos.  Sus sentimientos de desgracia son más profundos que los de Tobit (3,1) y también la ponen al borde del suicidio.

Como Tobit, Sara busca la muerte. Se dirige a un lugar apartado, solitario, y sube al piso superior de la casa de su padre, como metáfora de la oración, donde se siente segura (cf. Judit 8,4). Allí, le ruega a Dios que disponga de su vida y la libere de su desolación. Es allí, en su noche oscura, en su oración confiada, donde encuentra el desahogo del corazón atribulado, el sosiego del alma fiel y la serenidad del espíritu virtuoso. 

En el mismo momento (3,11), con una triple invocación, bendición y petición a Dios, Sara extiende las manos hacia la ventana, hacia la tierra que el Señor ha dado a los padres, abre el corazón y se siente reconciliada, cambia de opinión y halla una alternativa a su situación desesperada.

En ambos dramas se desvela la presencia de Dios, que siempre acompaña al justo. Las oraciones de Tobit y de Sara son escuchadas favorablemente por el Señor que envía a uno de sus 7 ángeles principales, a san Rafael ("Dios cura" o "medicina de Dios"), para que acompañe a Tobías, libere a Sara y cure a Tobit.

Satanás, burdo imitador de Dios, había enviado a uno de sus 7 demonios malignos, a Asmodeo (del persa Aeshma Deva, "demonio de la lujuria", y del arameo shmd, "destructor, aniquilador"), para hacer sufrir y padecer a Sara (de forma parecida a cómo el diablo hizo con Job), y había dejado a Tobit inmerso en las tinieblas de la ceguera.

El viaje de ida  y vuelta
Tobit envía a su hijo Tobías de Nínive a Ecbátana y de allí, 350 kms hasta la lejana Ragués, en Media, para recuperar un depósito de diez talentos de plata que dejó en casa de un familiar, Gabael. Pero se trata de una excusa para organizar este largo y arriesgado viaje de ida y vuelta para que su hijo se despose con Sara, su prima. Antes de partir, le dará una serie de avisos y consejos morales sobre la conducta apropiada de un creyente y sobre su trato hacia los demás. 

Paralelamente, Dios responde las plegarias de los justos enviando al arcángel san Rafael, que le espera en la puerta de su casa y a quien Tobías contratará como experto guía y  acompañante idóneo, porque conoce bien todos los caminos y la casa de Gabael (5,6), para que le proteja y garantice el éxito del viaje.
La intervención de la Providencia divina no sólo hará que el ángel acompañe al joven Tobías en su viaje sino que, además, realizará la curación de su padre Tobit y la de su prima Sara, a quien ha escogido para que sea su esposa. 

El ángel Rafael revela a Tobías que Sara está destinada para él desde siempre. Es una profesión de fe en la providencia eterna de Dios sobre sus elegidos. Tobías salva a Sara y con la unión de ambos se cumple el plan divino sobre ella. Esta unión representa la alianza entre Dios y el hombre, el matrimonio entre Cristo y su Iglesia, las bodas entre el Cordero y la Novia. 

En Ecbátana suceden cuatro importantes acontecimientos: el contrato de matrimonio firmado por Ragüel y Edna, padres de Sara (7,1-14); la curación de Sara en la noche de bodas mediante un "exorcismo" (7,15-8,18); el banquete nupcial al día siguiente y que dura catorce días en  Ecbátana (8,19-21), y, por último, la recuperación del dinero depositado en casa de Gabael (9,1-6). 
Dos de las tres misiones encomendadas por Dios a Rafael están cumplidas: la liberación del demonio, y la boda de Sara y Tobías. Ahora comienza el viaje de vuelta de Ecbátana a Nínive para completar la última misión, anunciada casi desde el principio (3,17): la recuperación de la vista de Tobit.

El ángel Rafael convence a Tobías para que se adelanten, puesto que la llegada de Sara es el comienzo de una nueva vida. Por tanto, deben anticiparse para "preparar la casa" y, sobre todo, curar a su padre Tobit de la ceguera con la unción de la hiel del pez, para que pueda ver a Sara y el gozo sea completo.

El recibimiento de Tobías
La vuelta de Tobías a Nínive es el punto ágido del libro: la alegría de Ana al recobrar a su hijo se une a la luz de su padre, al recuperar la vista. Para ambos, es un "volver a vivir", un "resucitar", un "volver de la oscuridad a la luz".

Ana, quien "día tras día se asomaba al camino por donde su hijo había marchado" (Tobías 10,7), al ver a su hijo, se lo comunica primero a Tobit como acto de reconciliación por las disputas que habían tenido con la marcha de su hijo. 

Ana, quien "acudió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo (Tob 11,9), nos traslada a la escena del regreso del hijo pródigo a la casa del Padre "cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos" (Lc 15,20) y a la del regreso de José a la casa de su padre Jacob: "al verlo se le echó al cuello y lloró abrazado a él" (Gn 46,29).
Ana, quien, mientras abraza y besa a su hijo amado, dice: "Te he visto, hijo mío. Ahora ya puedo morir" (Tob 11,9) nos traslada a las palabras de Simeón en la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador" (Lc 2,29-30), y a las palabras de Jacob a José: "Ahora puedo morir, después de haber contemplado tu rostro y ver que vives todavía" (Gn 46,30).

Tobías, después de ser recibido por Ana, llega corriendo a la puerta de la casa de su padre y le cura de su ceguera. Tobit se echa a su cuello y entre lágrimas, exclama: "Te veo, hijo, luz de mis ojos (Tob 11,13).

El recibimiento de Sara
Tras el regreso de Tobías, éste le cuenta a su padre el éxito de su viaje: trae el dinero y se ha casado con Sara, la hija de Ragüel. 

Tobit, lleno de gozo y alabando a Dios, sale hacia la puerta de la ciudad, al encuentro de su nuera, la recibe con los brazos abiertos y la bendice solemnementeYa en la puerta de la casa, Tobit invita a Sara a que tome posesión de su nueva casa.

Se celebra en casa de Tobit la fiesta de bodas de su hijo, a la que todos los judíos de Nínive están invitados a participar de la alegría de esta familia, que ha pasado de la tristeza de la prueba al gozo pleno que se hace universal.

La revelación de Azarías
Una vez terminados los festejos nupciales, la misión del ángel Rafael ha concluido y es necesario ajustar cuentas. Todo ha salido mucho mejor de lo previsto y Tobías cree que su compañero de viaje, Azarías, merece mucho más de lo pactado porque ha sido un guía perfecto en el viaje de ida y vuelta, le ha librado del pez que quería devorarlo, ha sanado a su mujer y la ha liberado del demonio, ha colmado de alegría a sus padres, ha cobrado el dinero de Gabael,  ha devuelto la vista a Tobit y ha llenado de gozo y bendiciones a toda su casa. 

Pero Rafael se lleva a los dos en secreto y les habla con autoridad. Les invita a bendecir y agradecer a Dios, a reconocer su grandeza y a manifestar con valentía a todos los hombres lo que Dios ha hecho en sus vidas.
El ángel del Señor ha unido la tierra con el cielo, intercediendo y presentando ante el Señor las plegarias de los atribulados que acuden con sinceridad a Dios. El sufrimiento es la prueba a la que Dios somete a todos los justos para acrisolarlos, para purificarlos. No es nunca un castigo por sus malos actos. 

Rafael les revela su identidad: "Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia(12,15). La reacción de los personajes ante el hecho sobrenatural es la misma que en todos los casos que aparecen en la Palabra de Dios: Los dos hombres, llenos de turbación y temor, se postraron rostro en tierra (12,16). y las palabras tranquilizadoras del ángel también: "No temáis. Tened paz" (12,17).

Antes de desaparecer de su vista y elevarse al cielo, el ángel del Señor les conmina a bendecir, a alabar y a agradecer siempre a Dios y a contar lo que el Señor ha hecho en sus vidas. Es una escena que anticipa el pasaje de la Ascensión del Señor a los cielos ante los apóstoles.

A través de Tobit y de Tobías, el ángel del Señor nos dice toda la verdad nos abre los ojos del alma para que podamos comprender y descubrir la acción providencial de Dios en nuestras vidas, cómo es la mano de Dios la que nos guía, tanto en los momentos de oscuridad y de tinieblas como en los de luz y de gozo.

jueves, 24 de diciembre de 2020

ABANDONADOS EN UN PAIS EXTRAÑO

"Todo lo que hayáis hecho a uno de estos, 
mis hermanos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis"
(Mateo 25, 40).

El caso "Heurtel", jugador de baloncesto del FC Barcelona que ha sido abandonado en Estambul por sus compañeros y dirigentes me ha traído a la memoria un triste y similar episodio que sufrimos mi mujer y yo hace tres años, en una peregrinación a Medjugorje.

Nunca lo he hecho público pero hoy, "algo" me impulsa a contarlo...sin rencor ni resentimiento, pero con mucho dolor de corazón.

Días antes de partir a esa peregrinación, mi mujer y yo tuvimos un desagradable desencuentro con dos integrantes del grupo, a quienes conocíamos de la parroquia y de los grupos de Emaús. ¿Los motivos? En realidad, no importan. Ni tampoco quién tuviera razón o culpa: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" (Mateo 18,21). Lo que sí diré es que nosotros, con razón o sin ella, con culpa o sin ella, les pedimos perdón por el incidente. Un perdón que ellas siempre nos negaron e incluso nos dijeron que no éramos bienvenidos. 

Aún así, nosotros mantuvimos la intención de viajar puesto que teníamos pagado el billete de avión y una gran ilusión por un nuevo encuentro con nuestra Madre, la Virgen María. El grupo con el que partimos desde Barajas hacia Croacia estaba formado por un sacerdote, varias consagradas de las Hermanas del Amor Misericordioso y por varias decenas de católicos.
Cuando el avión aterrizó en Dubroknik, un autocar esperaba para trasladar a la expedición a Medugorje, distante unos 144 km del aeropuerto. Al autocar, subieron todos, incluso unos españoles que formaban parte de otra peregrinación. Subieron todos...excepto nosotros.

Es cierto que nosotros no teníamos derecho a subirnos en el autocar porque no lo habíamos contratado. No, no teníamos derecho a subir. Aún así, pensábamos que la caridad, la piedad y la misericordia (que se nos supone a los católicos) moverían los corazones y sucedería la reconciliación. Y si no nos permitían subir (algo impensable para nosotros), buscaríamos la manera de ir por nuestra cuenta.

Pero nadie lo hizo. Nadie nos invitó a subir. Nadie intercedió por nosotros. Ni siquiera nuestros amigos íntimos que también viajaban en la expedición. Todos miraron a otro sitio. Nadie nos permitió subir. Ni siquiera el sacerdote que, ante la única súplica de una amiga nuestra para que nos permitiera subir, dijo que ¡NO!

Tengo grabada la imagen de profundo dolor y desolación de mi querida mujer mientras el autocar partía, dejándonos solos en el aeropuerto, que lloraba desconsolada ante semejante insolidaridad, impropia de unos hermanos de fe. ¡Jamás olvidaré las lágrimas de impotencia  y los sentimientos de abandono de Mariajo, que me desgarraron el corazón!
No hay excusa, explicación o justificación posible. No hay mal ni pecado mortal que pudiéramos haber cometido que justificara semejante falta de caridad fraterna, y menos aún, que nunca fuera perdonado. No, de parte de católicos. No, de parte de un sacerdote. No, de parte de unas consagradas. No, de parte de unos amigos y hermanos cristianos...

Jamás nadie habló con nosotros. Ni cuando llegamos a nuestro destino, ni durante los cuatro días de peregrinación que hicimos en solitario, ni a la vuelta, cuando volvimos a compartir vuelo de regreso a España. Ni siquiera el sacerdote...quien nunca se dirigió a nosotros. Ni para conocer nuestra versión, ni para corregirnos ni para cumplir con su misión de pastor. 

Lo que tuvimos claro es que nosotros no somos "nadie" para juzgar a ninguno de ellos. Es a Dios a quien le corresponde (Mateo 5, 22-24). Fue una "prueba". Pero lo que sí diré es que hemos perdonado de corazón. A todos...

En Medjugorje rezamos mucho, pedimos mucho y lloramos mucho...la Virgen nos consoló y nos "acarició" como Madre bondadosa que es, pero... el daño subsistía, el desagravio perduraba, el dolor persistía...
                 
Hoy, nos sigue doliendo el alma, nos sigue atravesando el corazón una espada, nos sigue causando una gran tristeza...a pesar de que han pasado tres años...

Hoy, seguimos abandonados al borde del camino, como en la parábola del Buen Samaritano. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no viéramos...como si no sintiéramos...

"Para nosotros, cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es de ello la más límpida expresión. Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos en Dios". "El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre" (Papa Francisco, 21 de mayo de 2013 y 4 de junio de 2014). 

Una fe sincera implica una caridad auténtica, una piedad cristiana significa una verdadera mansedumbre, que activa el amor al prójimo: "La fe actúa por el amor" (Gálatas 5,6). El amor a Dios se manifiesta, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. El resto de las virtudes están siempre al servicio de la respuesta del amor.

Benedicto XVI dijo que “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”, y que el amor es en el fondo la única luz que “ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. 

"La vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que inicia un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios" (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6). 

Cuando vivimos la caridad, la acogida y el acercamiento a los demás, buscando y procurando su bien, abrimos nuestro corazón a los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que abrimos los ojos al amor para reconocer a nuestro prójimo, la gracia nos permite reconocer a Dios. 

El amor se da, no se exige


martes, 21 de abril de 2020

UN RESETEO PARA ACTUALIZARNOS

Javier Andres Muñoz | Santidad Extrema… | Página 6
"Desde los tiempos de vuestros antepasados 
os habéis rebelado contra mis mandatos y no los cumplís. 
Volveos a mí y yo me volveré a vosotros, 
dice el Señor del universo."
(Mal 3,7)

Hoy se cumplen cuarenta de confinamiento. Los mismos que duró el diluvio (Gn 7,12), los mismos que estuvo Moisés en el monte Sinaí antes de recibir las Tablas de la Ley (Ex 24,18; Dt 9, 9-11), los mismos que pasaron desde el nacimiento de Jesús hasta su presentación en el Templo (Lc 2, 22), los mismos que estuvo en el desierto (Mt 4, 2), los mismos que estuvo apareciéndose a sus discípulos desde su Resurrección hasta su Ascensión (Hch 1,3). 

"Cuarenta", un número que aparece a menudo en la Escrituras y que simboliza un tiempo de "preparación" y de "prueba", de "dificultad" y de "juicio", pero también de "cambio" y de "renovación".

Aún retumban en mis oídos las palabras del sacerdote el miércoles de Ceniza: "Convertíos y creed en el Evangelio" o las del Domingo de Resurrección: "Era verdad, Jesucristo ha resucitado".

Han sido cuarenta días de preparación y prueba: durante la Cuaresma, hemos ayunado, hemos penitencia y hemos rezado, para cuestionarnos nuestras vidas.

De dificultad y juicio: durante la Pasión, hemos agonizado en nuestro jardín, hemos sido flagelados, "coronados" de espinas, crucificados, para morir a nuestro "hombre viejo".

De conversión y renovación: durante la Resurrección y Pascua, hemos resucitado y transformado nuestros corazones, para vivir a un "hombre nuevo".


Nuestro "equipo" nos advertía constantemente de la necesidad de un reiniciado completo, aunque sin formateado de disco. Pero nosotros no queríamos o temíamos hacerlo por falta de espacio. 

Nuestro "procesador" nos notificaba un "refresco", aunque sin un "borrado" completo. Pero nosotros lo evitábamos o lo aplazábamos por falta de tiempo.

Por ello, Dios ha 
"reiniciado" nuestro disco duro", deteniendo el mundo, el tiempo y el espacio, para acortar la distancia entre nuestro pecado y su gracia; para que que pasemos de nuestra autosuficiencia a Su dependencia.

Dios ha "reseteado" nuestro "sistema operativo", frenando la prisa y silenciando el ruido de la tierra, para que resucitemos del sepulcro a la vida; para que pasemos del "confinamiento" al "confinamiento".

Dios ha "actualizado" nuestros "programas de trabajo", ofreciéndonos una inmunidad al mal, un "antivirus" contra el "malware", para que volvamos a ser como en el inicio, para que volvamos al "Amor primero".

Mientras se restablece el programa de fábrica, el cielo observa a la espera de nuestro "re-inicio".

sábado, 18 de abril de 2020

DELIRIOS DE INDEPENDENCIA

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"Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. 
Si alguien escucha mi voz y abre la puerta,
 entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo."
(Ap 3,20)

Me apasiona leer y escuchar al Cardenal Robert Sarah. Le conocí personalmente el año pasado y puedo afirmar con rotundidad que es un hombre santo, un hombre de Dios. Por ello, siempre medito atentamente sus palabras y reflexiones, para hacerlas mías. En relación a la situación actual, Sarah habla sobre el rechazo del hombre a ser dependiente a Dios.

Nuestra naturaleza humana se vio gravemente dañada por el pecado original. Una gran mancha nos sumió en la oscuridad y en la tiniebla, en el caos y la confusión, en la enfermedad y la muerte.

El gran pecado del hombre ha sido siempre, desde el inicio, el rechazo a la dependencia. Y más grave aún, a una dependencia de amor. El hombre se ha rebelado contra su filiación divina y ha preferido elegir libremente un individualidad radical. El hombre siempre ha querido ser como Dios. Mejor dicho, siempre ha querido ser Dios.

Sin embargo, su delirio materialista que le hacía creerse todopoderoso, su ilusorio bienestar que le hacía sentirse seguro de sí mismo, su inane orgullo que le hacía creerse invulnerable y su insano hedonismo que le hacía sentirse satisfecho... se han desmoronado.

Un virus microscópico, silencioso y desconocido ha confinado en casa al hombre orgulloso y engreído, que se contemplaba a sí mismo, enardecido por su rebeldía. Ha puesto de rodillas al hombre vacío e intrascendente, que se adoraba a sí mismo, satisfecho de su prolongado deicidio. Ha postrado en la cama al hombre lujurioso y lascivo que se complacía a sí mismo, ebrio de su constante obscenidad. Ha sepultado en una fosa de desolación al hombre ufano y vanidoso que se henchía a sí mismo, saciado de su persistente egoísmo.

El hombre, como hicieron nuestros primeros padres Adán y Eva hace miles de años, ha seguido prefiriendo comer del árbol de la independencia y de la libertad. 

El hombre ha negado su sometimiento a las leyes naturales, su acatamiento a las leyes morales, su dependencia de los vínculos familiares y sociales, y lo más trascendental, su sumisión a Dios. 

Radicalidad y Resistencia: LA RAIZ DEL PECADO: DECLARAR ...El hombre ha querido concebirse, "crearse" a sí mismo sin depender de nadie, sin pertenecer a una herencia o una filiación. Ha decidido ser libre e independiente.  

Y le ha llegado la muerte física. Y lo que es peor, la muerte espiritual.

De súbito, su desnudez ha quedado al descubierto por el virus. Quizás, ha silenciado parte de su rebeldía y se ha escondido (confinado) cuando ha escuchado una Voz que le ha preguntado: ¿dónde estás? ¿quién te ha dicho que estás desnudo? ¿qué has hecho? ¿es que has comido del árbol prohibido?

Al comer del árbol de la libertad, el ser humano ha tomado conciencia de la muerte, de que realmente existe, de que no es algo lejano o que hay que ocultar. Su prioridades anteriores han quedado en un segundo plano y... se esconde, consciente de que ya nada volverá a ser como antes...

Al comer del árbol del conocimiento, el ser humano ha tomado conciencia de cuán infundado, fútil e inconsistente era su deseo de sabiduría y su anhelo de autonomía, de cuán frágil, débil y vulnerable es su naturaleza, alejado e independizado de su Creador...

Cuando todo se cae y se muestra la desnudez, el ser humano se queda solo, aislado y asustado. Descubre, entonces, que depende de otros, que existen unos lazos invisibles que le unen con otros y le conectan a través del matrimonio, familia, amigos, sociedad, país, mundo. Descubre que está sujeto a unas leyes dictadas por Alguien superior.

La cuestión es... ¿se excusará y culpará a otro de sus faltas, como hicieron Adán y Eva? o ¿volverá la mirada a Dios y le pedirá perdón por sus culpas? ¿hablará con Dios?

Renunciar a la evidencia de que somos el resultado de un deseo amoroso de Dios, hará que toda esta situación sea mucho más dura y sin sentido. 


Negar la certeza de que Dios es amor y que no es indiferente a nuestro sufrimiento, hará que caigamos en la desesperación.

Apartar nuestra mirada de un Dios dispuesto a perdonar, hará que no encontremos la solución que necesitamos hallar.


Dios, que se compadece de nuestra vulnerabilidad, nos mira como un padre mira a un hijo que sufre, y se inclina hacia nosotros para abrazarnos con su misericordia.

Jamás abandona a un hijo suyo, aunque le haya dado la espalda. Si es preciso, deja a todos y sale al encuentro del perdido. Si le ve volver, deja todo y sale corriendo a abrazarle.

Ha quedado demostrado que el hombre no puede ampararse en la falsa libertad que nos ofrece el Tentador. El consumismo descontrolado, el falso bienestar basado en el materialismo, los intereses egoístas y los placeres individuales no son sino una dependencia de Aquel mal amo que nos hace esclavos y que nunca nos hará libres.

El Mentiroso, aquel que aseveró "Non serviam", nos ha confundido y engañado, ofreciéndonos su malévola quimera con mentiras como "hay más felicidad en ser servido que en servir", o "es mejor ser un lobo que una oveja", o "comiendo del árbol no moriréis sino que llegaréis a ser como Dios."

Sin embargo, de improvisto, en este momento de prueba hemos dejado de idolatrar a los "lobos" a quienes servir, para admirar y aplaudir a las "ovejas", los que sirven, a los "héroes de la puerta de al lado", "a los que dan la vida por los demás."


Imagen relacionadaDetrás de todos ellos, es Cristo quien se nos aparece en ellos, en su servicio, en su dedicación. Está de pie, llamando a nuestra puerta.

Dios no es una cuestión íntima, no es una convicción privada. Dios es de todos y para todos.

¿Qué haré? ¿seguiré buscando mi libertad aún a costa de mi propia vida? ¿volveré a caer en los mismos errores? 
¿seguiré comiendo el árbol prohibido u optaré por alimentarme del árbol de la vida? ¿seguiré poniendo excusas y culpando a otro o adoptaré una actitud de arrepentimiento, abandono y escucha a Dios? ¿le abriré la puerta de mi corazón?

Todo depende del uso que haga de mi libertad. Aquella a la que Dios, por amor, ha querido someterse.

"De la oración nacerá la unidad, surgirá la verdad"
(Cardenal Robert Sarah)

martes, 7 de enero de 2020

LA PRUEBA DEL AMOR

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"Hermanos míos, tened como suprema alegría 
las diversas pruebas a que podéis ser sometidos, 
sabiendo que la fe probada produce la constancia.
Dichoso el hombre que soporta la prueba;
porque si la ha superado, 
recibirá la corona de la vida 
que Dios ha prometido a los que le aman." 
(Santiago 1, 2-3 y 12)

Desde el principio, todas las criaturas de Dios somos probados en el amor. Los ángeles tuvieron que pasar la prueba. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, también. 

La Sagrada Escritura está llena de ejemplos de pruebas: Noé, Abraham, Job, José, Moisés, David. El mismo Jesucristo se enfrentó a la mayor prueba de amor: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15, 13).

Desde la rebelión en el mundo angélico, luego trasladada a la tierra, nos encontramos inmersos en una batalla espiritual, queramos o no. Todos debemos enfrentarnos a la prueba y hacer una elección. O Dios o el Enemigo. O el Amor o el Odio. O, como dice el cardenal Sarah, Dios o nada.

Dios nos ha dado y nos da permanentemente pruebas de su amor. “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3, 16). "Mirad cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de él. En esto consiste el amor; no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados." (1 Juan 4, 8-10).

El Señor viene siempre a nuestras vidas y reconforta nuestros corazones, cura nuestras heridas, nos repara, nos da fortaleza y aliento en nuestras caídas, para continuar caminando hacia Él. 

Dios nos regala un Amor gratuito, incondicional y sin límite, que no exige ni quebranta nuestra voluntad

Sin embargo, el amor, para ser completo, requiere reciprocidad. Por eso, nuestro amor a Dios depende sólo de nuestra libertad, una decisión de fe que demostramos ante la prueba.

Propósito de la prueba


Toda prueba tiene un propósito. Sólo si somos sometidos a la prueba, la calidad de nuestro amor y de nuestra fe a Dios se pone de manifiesto. 

Imagen relacionadaPorque el verdadero amor no se basa en sentimientos sino en una decisión de amar libre e incondicionalmente. El amor no se cuenta, se ofrece. No se explica, se da.

La prueba saca a relucir nuestra verdadera esencia, lo que hay en nuestro corazón: nos da la oportunidad de elegir entre amor u odio, agradecimiento o resentimiento, ganancia o pérdida, plenitud o vacío, vida o muerte.

A través de la prueba, el amor y la fe del cristiano se refuerzan y aumentan gracias y por medio de Jesucristo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4,13)

"Amar a Dios es guardar sus mandatos" (1 Juan 5, 3). Es la fe en el amor que Dios nos tiene (también expresado en los mandamientos) la que nos salva. La fe hace posible aquello que humanamente es imposible.

Recompensa de la prueba


Pero, además, la prueba tiene una recompensa. Sin prueba no hay progreso. La recompensa de la prueba es transformarnos a la imagen de Jesucristo (Romanos 8, 29). 

Resultado de imagen de regalo de diosEsta es nuestra meta, nuestra santificación, y por eso, toda prueba está diseñada para alcanzar la perfección en el amor. 

Cuando experimentamos su amor incondicional, su cuidado, su perdón, su poder sanador, entonces, ese Amor Verdadero comienza a germinar en nuestro corazón y surge en nosotros el deseo de amar a Dios y a los demás de la misma forma.

Cuando dejamos que el amor de Dios inunde todo nuestro ser, comenzamos a transformarnos y a asemejarnos a Él, a reflejar Su amor en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás. No podemos dar lo que no tenemos. 

Por eso, para poder dar amor verdadero necesitamos recibirlo primero. Y para recibirlo, debemos elegir querer recibirlo. Porque Dios ya nos la ha dado primero.

Es entonces cuando nos transformamos en amor y conseguimos la meta para la que hemos sido creados: estar junto al amor de Dios y amarle por toda la eternidad.

"El amor es paciente, es servicial; 
el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; 
no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; 
el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. 
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. 
El amor nunca falla" 
(1 Corintios 13, 4-8)

miércoles, 7 de noviembre de 2018

EL ESTILO CRISTIANO

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"Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre,
 a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, 
e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. 
Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí no puede ser discípulo mío. 
Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, 
no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? 
No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, 
se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo:
Este hombre empezó a construir y no ha sido capaz de acabar.
¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, 
no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres 
podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? 
Y si no, cuando el otro está todavía lejos,
 envía legados para pedir condiciones de paz. 
Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes 
no puede ser discípulo mío".
(Lucas 14, 25-33)

Jesús es rotundo: "El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo". 

No nos pide algo que no pueda hacerse. Él mismo ya lo recorrió antes: el camino de la obediencia, de la humillación, de la negación, de la donación. Jesucristo es el Camino, la Verdad y la Vida.

Cristo marca la línea roja del discípulo, el estilo del cristiano, el camino que todos sus discípulos hemos de recorrer.

Jesús nos exhorta a calcular los costes, a meditar si podremos llegar hasta el final, a discernir lo que significa seguirle.

El estilo cristiano es la senda de la Cruz, que la toma y sigue adelante. Un recorrido en el que no hay atajos, en el que no hay facilidades ni comodidades, en el que no hay cambios de sentido.

El estilo cristiano es el camino de la Verdad que lleva a la Vida. Un recorrido que exige negarnos a nosotros mismos, dar la vida y que discurre contrario al del egoísmo, de las necesidades y beneficios individuales, de las opiniones personales y de los propios apegos.

El estilo cristiano es el itinerario de la obediencia total, de la abnegación y la renuncia. Una ruta en dirección contraria a la de la queja, la protesta y la discusión.  

El estilo cristiano es el sendero de la ofrenda total a Dios, de la entrega total y sin excusas. Un recorrido en el que no hay cabida a reservarnos nada para nosotros, ni pedir nada para nosotros.

Imagen relacionadaEl estilo cristiano es el camino del sufrimiento, las dificultades y los problemas. Un trayecto en el que dejamos de lado nuestras seguridades y nuestras comodidades. 

El estilo cristiano es la ruta del crecimiento en las dificultades, de la madurez en los problemas, del aprendizaje en las caídas.

¡Cuántas veces le seguimos y a la primera dificultad o al primer contratiempo, lo dejamos!

¡Cuántas veces le acompañamos esperando beneficios propios, deseando asientos de honor y gloria, y cuando no lo conseguimos, abandonamos!

¿Estoy seguro de haber calculado los costes de seguir a Cristo?

¿He echado cuentas de lo que supone cargar con mi cruz? ¿Estoy seguro de querer seguirle para crecer y alcanzar mi meta?

¿Seré capaz de llegar hasta el final a pesar de todas las dificultades que encontraré por el camino? 

¿Caminaré agradecido sólo por las cosas buenas que Dios me regala o también por las cosas malas que me encuentre?

¿Me fortaleceré a través de las pruebas? o ¿me desanimaré a las primeras de cambio?

¿Seré capaz de transformar los problemas y sufrimientos, en bendiciones y gracias que aumenten mi amor, mi esperanza y mi fe?

"Por encima de todo, tened amor, que es el lazo de la perfección. 
Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, 
en la que fuisteis llamados para formar un solo cuerpo. 
Y sed agradecidos". 
(Colosenses 3, 14-15)

miércoles, 10 de octubre de 2018

OTRA VEZ...POR EL DESIERTO


“Él te condujo por el desierto, y en esa tierra seca y sin agua 
ha hecho brotar para ti un manantial de agua de la roca dura” 
(Deuteronomio 8,15)

De nuevo, me encuentro vagando por el desierto.... en soledad, en silencio, en oscuridad. 

Durante el día, todo es árido, inhóspito e incómodo. No hay nada, ni lo más elemental. Sólo sed, calor, cansancio y abatimiento. 

Durante la noche, todo es privación, vaciedad y carencias materiales. No hay nada, ni lo más necesario. Sólo hambre, frío, silencio  y soledad.

Desnudo y expuesto al calor abrasador de una sociedad materialista, camino hacia el misterio de Dios. Sólo a través de la oración y la comunión con Él, soy capaz de ser simplemente yo ante Él.

Descalzo y abatido, camino ante la inmensa aridez que me rodea...el vacío se abre a mis pies, la arena apenas me deja caminar con paso firme. Sólo a través de mi confianza plena en la insondable voluntad de Dios puedo mantenerme en pie.
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Despojado de mi propio yo y de las cosas prescindibles de mi vida, mi alma se desnuda, se desapega de lo innecesario y busca el oasis donde se halla la fuente de agua viva. Sólo a través de mi incansable búsqueda de Dios, soy capaz de resistirlo y soportarlo.


Frágil y limitado, mi fe experimenta la prueba y la purificación.
Sólo a través de mi seguimiento a Cristo soy capaz de mantener el sosiego, la calma y la paz.

Vulnerable y tentado, vadeo dunas, evito escorpiones, eludo serpientes y siento como si mi mundo se viniese abajo. Sólo a través del leve soplo del Espíritu, soy capaz de entenderlo y vivirlo.

Moises, Jesús, Pablo, caminaron por el desierto de la prueba, la tentación o la purificación.

Al igual que ellos y otros muchos, sé que debo pasar por él con confianza y humildad, con desapego y pobreza, con renuncia y austeridad. 

Sé que debo estar dispuesto a perderlo todo: mi seguridad, mi comodidad, mi interés, mi voluntad.

Y lo hago porque tengo la absoluta certeza de que Dios no me abandonará jamás. 

Aunque esté a mi lado y no pueda verle..

Aunque parezca distante y no pueda escucharle...

Sé que Dios está conmigo.

¡Gloria a Dios!