¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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martes, 9 de enero de 2018

MIS QUERIDOS Y SANTOS MAYORES

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"Ponte en pie ante el hombre de canas, 
honra al anciano y teme a Dios: yo, el Señor." 
(Levítico 19, 32)

Tengo que confesar que hace algunos años, mi contacto con las personas mayores en la parroquia era nulo. Generacionalmente, había un abismo. Me limitaba a entablar relación con los de mi "quinta". Estaba convencido que las personas mayores y yo, no teníamos nada en común y, menos aún, que pudieran aportarme algo interesante. ¡Qué equivocado estaba!

Con el paso del tiempo he llegado a entender profundamente el sentido y el valor de la vejez, he llegado a comprender su plena dimensión espiritual, moral y teológica al relacionarme con algunas personas mayores. Y he llegado a respetarlas, admirarlas y apreciarlas. ¡Qué digo! ¡A quererlas! 
La Palabra de Dios está repleta de pasajes ensalzando y bendiciendo la vejez: de la anciana Sara y del fiel centenario Abrahán nació el Pueblo elegido; de manos del anciano Moisés, el pueblo de Dios recibió la sabiduría y los mandamientos del Señor; del vientre estéril de Isabel y de un viejo cargado de años, Zacarías, nació Juan el Bautista, precursor de Cristo.

A veces, cuestionamos la utilidad y las aportaciones de nuestros mayores de la parroquia, a medida que envejecen. Incluso, ellos mismos las cuestionan. ¡Qué gran error! Nuestros mayores no sólo son parte esencial de la Iglesia, del Cuerpo de Cristo, sino que son bendecidos por Dios y, además, nos aportan sabiduría y experiencia. 

La vida de la parroquia no es igual sin ellos, ni mucho menos. Por lo tanto, debemos recordar a todos los miembros más mayores de nuestra parroquia que no sólo son amados por Dios, sino que también son amados por nosotros, los menos mayores. Amados y necesitados.

Y ¿por qué os necesitamos?

Necesitamos vuestras oraciones

Mis amigas Lola, Rosa, Julia, Mari, Mª José, Mª Jesús, Marisa, Maca, etc. y mis amigos Jesús, Goyo, Enrique, D. José, etc. son cristianos encomiables, con una larga y provechosa vida de fe y oración.
Cada tarde, siempre que pueden y la salud o sus quehaceres diarios se lo permiten, les podemos ver en el rezo del Santo Rosario, en la Eucaristía, en la Adoración, en Cáritas, en las Romerías, en cualquier actividad de la parroquia... dando apoyo y ayuda tanto a los sacerdotes como al resto de nosotros. 

Su presencia es una bendición y una demostración patente de cómo vivir la fe a lo largo de los años, sin desfallecer, sin arrojar la toalla.

Todos ellos son una bendición y una necesidad para toda la comunidad parroquial y nunca se lo hacemos saber. Nunca les decimos cuánto les queremos. Nunca les demostramos nuestro cariño. 

Queridos mayores, necesitamos  vuestra presencia, vuestra compañía, vuestra amistad. Y también, vuestras oraciones cargadas de fe sólida y confianza profunda.

"La gloria de los jóvenes es su vigor; el ornato de los ancianos, los cabellos blancos" (Proverbios 20,29).


Necesitamos vuestra sabiduría

Estoy muy agradecido a estas personas que durante muchos años, han transmitido y continúan transmitiendo, su conocimiento y su formación en la fe, su experiencia de vida, hasta que literalmente no pueden. Y lo hacen enseñando, predicando con el ejemplo, compartiendo su fe, animando y acompañándonos a todos nosotros.
Todos los que componemos la Iglesia necesitamos la sabiduría que proviene de décadas de vida en la fe y en la Iglesia mezcladas con años de experiencia de vida. 

Queremos hacer realidad la misma Palabra de Dios: "De los ancianos, el saber; de la longevidad, la inteligencia" (Job 12, 12). Santos mayores, por favor seguid hablándonos con sabiduría, amor, verdad y gracia.

La Iglesia necesita vuestra sabiduría no sólo porque seáis mayores o por vuestra experiencia, sino porque nos contagiáis de la sabiduría de la fe que sólo proviene de caminar con Cristo en las alegrías y tristezas de la vida.

Necesitamos vuestro apoyo

Vuestro apoyo, vuestra acogida, vuestras palabras de aliento son importantes para todos nosotros.
Soy testigo de vuestra perseverancia y fidelidad a Dios, de vuestros matrimonios de plata e incluso de oro, de vuestra experiencia tanto en las cosas cotidianas como en las cosas de Dios.

El salmista exclama: "Aun en la vejez y las canas, Oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos los que han de venir" (Salmo 71 ,18).

Por favor, necesitamos que compartáis con nosotros vuestras historias de fe, gracia y perdón, y que nos recordéis la bondad y fidelidad de Dios. Necesitamos vuestro apoyo.

Necesitamos vuestra presencia

Sabemos que algunos necesitáis mucho esfuerzo para venir a misa, para estar disponibles. Seguramente, necesitáis que nosotros nos acerquemos a vosotros, en lugar de que vosotros os acerquéis a nosotros. En cualquier caso, necesitamos vuestra presencia.

Por eso, pedirnos ayuda si la necesitáis, como nos relata el Evangelio de San Juan, con la escena de Jesús resucitado diciéndole a Pedro: “cuando eras joven, tú mismo te ponías el cinturón e ibas adonde querías; pero, cuando llegues a viejo, extenderás tus brazos, otro te sujetará y te llevará adonde no quieras” (Juan 21,18). En el fondo, es casi una actitud egoísta por nuestra parte. Necesitamos vuestra presencia junto a nosotros.
Necesitamos vuestra presencia para que nos habléis de cómo Dios nunca os ha abandonado, para que nos contéis como imitáis esa misma fidelidad de Dios, para que proclaméis lo que Dios ha obrado en vuestras vidas, tal y como reza el Salmo 145, 4-7:"Una generación ponderará tus obras a la otra, proclamarán tus proezas; hablarán del esplendor de tu gloriosa majestad, contarán tus milagros; publicarán el poder de tus prodigios y pregonarán tus grandezas; divulgarán el recuerdo de tu inmensa bondad, aclamarán tu justicia."  

Os necesitamos. Por favor, no dejéis de estar con nosotros. Seguid enseñándonos cómo seguís el ejemplo de Cristo, pues bien sabéis que el triunfo nace de la derrota; la ganancia resurge de la pérdida y la vida resucita de la muerte. "En la vejez aún llevarán fruto, se mantendrán lozanos y floridos, 16.proclamando que el Señor es justo" (Salmo 92, 15).

Seguid con nosotros, seguid haciendo el bien evocando las palabras del apóstol San Pablo
"lo que uno ha sembrado, eso cosechará. El que sembró en el Espíritu, del Espíritu cosechará la vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien que, a su tiempo, si no desfallecemos, vendrá la cosecha. Mientras tengamos oportunidad hagamos el bien a todos" (Gálatas 6,7-10). 

lunes, 25 de diciembre de 2017

EL SILENCIO EN LA LITURGIA

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Aún a riesgo de ser monótono y reiterativo, sigo desgranando el libro del cardenal Sarah "La fuerza del silencio", un compendio de formación teológica y litúrgica, que comparto en mis artículos de reflexión.

Hoy, me detengo en el capítulo III, donde el prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos habla del "silencio litúrgico".


El Cardenal Sarah señala que, en Occidente, existe un cierto maltrato intencionado hacia la noción de sagrado.  De hecho, afirma que hay en la Iglesia quienes mantienen una pastoral horizontal centrada más en lo social y político que en lo sagrado, fruto de la ingenuidad y del orgullo.

A menudo, en la Iglesia occidental se desprecia la sacralidad, considerándola una actitud infantil y supersticiosa, la cual manifiesta - dice Sarah- el "engreimiento de unos niños mimados". 

Ante Dios, que quiere comunicarnos su amistad y su intimidad, los hombres sólo podemos alcanzarla con una actitud humilde y sincera, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra miseria. 

Imagen relacionadaSin esta actitud de humildad radical no hay amistad posible con Dios. Ante su grandeza, el hombre debe empequeñecerse. ¿Quién es el osado que se atreve a alzar la voz ante el Todopoderoso? Ante su majestuosidad, nuestras palabras carecen de sentido y ni, por asomo, están a la altura de su Infinitud. 

Las Sagradas Escrituras nos exhortan a guardar silencio ante Dios "¡Silencio ante el Señor Yahveh," (Sofonías 1, 7) pero no como una prohibición que Dios nos impone ante su poder sino como una forma de adoración para comunicarse mejor con nosotros "¡Escuchadme en silencio!" (Isaías 41,1).

En "Orientale Lumen", S. Juan Pablo II nos exhorta a la "necesidad de aprender un silencio que permita a Dios hablar, cuando y como quiera".  El silencio sagrado permite al hombre ponerse gustosamente a disposición de Dios y a abandonar esa actitud arrogante y vanidosa  de que Dios está a nuestra merced y pendiente de nuestros caprichos infantiles.

El silencio sagrado en la liturgia nos ofrece la posibilidad de apartarnos del "mundanal ruido" y del "profano tumulto". El silencio es el lugar donde podemos encontrarnos con Dios al abandonarnos a Él en una confianza plena. 

El silencio sagrado debe limitar al mínimo las palabras durante la celebración eucarística. Los sacerdotes, las religiosas dedicadas al servicio, los ministros deben limitar palabras y movimientos, porque están en presencia de Aquel que es la Palabra.

Imagen relacionadaA partir de la reforma de Pablo VI, dice el cardenal, "se ha instalado en la liturgia un aire de familiaridad inoportuna y ruidosa, bajo el pretexto de intentar hacer a Dios fácil y accesible". 

Esta intención humanamente loable, reduce nuestra fe a simples buenos sentimientos, con los que "algunos sacerdotes se permiten comentarios interminables, planos y horizontales" en el convencimiento de que el silencio aleja a los fieles de Dios. 

"Algunos sacerdotes, con una actitud negligente y despreocupada,  se acercan al altar con aire triunfal, charlando, riendo o saludando  a los asistentes para hacerse los simpáticos, en lugar de sumirse en un silencio sagrado y reverencial ante la presencia del Todopoderoso, convirtiendo las celebraciones litúrgicas en tristes y superficiales espectáculos llenos de ligereza y mundanidad". 

Y es que, por desgracia, somos testigos en algunas ocasiones, de cómo sacerdotes y obispos actúan como "speakers" o  animadores de espectáculos y se erigen en "protagonistas de la Eucaristía". Todos deberíamos tener claro que el único protagonista de la Eucaristía es Jesucristo. El problema es que muchos dudan o incluso, no creen que Cristo esté presente.

Estoy completamente de acuerdo con Sarah cuando dice que "muchas veces, las palabras contienen una ilusión de transparencia, una espiritualidad deslumbrante que pretende entenderlo todo, dominarlo todo, ordenarlo todo".

Algo en lo que siempre debemos estar atentos, tanto laicos como sacerdotes, cuando damos testimonio de Dios o cuando hablamos en una homilía, es que nuestro objetivo debe ser siempre "alumbrar" y no "deslumbrar", nuestra meta debe ser mostrar a Dios y nunca a nosotros mismos.

La modernidad es charlatana porque es orgullosa. Las palabras deslucen todo aquello que las supera. Hechizados por el ruido de los discursos humanos y prisioneros de él, corremos el peligro de construir un culto a nuestra medida, un dios a nuestra imagen o como dice S. Juan Pablo II en Orientale Lumen, "el misterio sagrado se cubre de un velo silencioso para evitar que, en lugar de Dios, construyamos un ídolo, un becerro de oro".

Dios se nos revela a través de su Palabra pero cuando la traducimos a "palabra humana" pierde valor y rotundidad para hablar de su inmensidad, de su profundidad y de su misterio. Sencillamente, está lejos del alcance de nuestro pobre lenguaje humano. Querer definir al Señor con nuestras miserables y diminutas palabras es, cuanto menos, una sacrílega forma de empequeñecer a Dios. 

Dios es demasiado grande para tratar de comprenderlo y, menos aún, para tratar de definirlo. Nuestros testimonios u homilías deberían prepararse en el silencio de la oración, delante del Santísimo, donde Dios nos interpela, nos habla y nos hace saber lo que quiere de nosotros; y estoy seguro de que lo último que quiere es que hablemos de nosotros mismos.

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Como dice el cardenal Sarah "para hablar de Dios hay que empezar por callar, pues una homilía no consiste en una suma de conocimientos teológicos o de un compendio de interpretaciones exegéticas, sino en el eco de la palabra de Dios". 

De la misma forma, nuestro testimonio no debe ser una sucesión de hechos y vivencias sino la presencia evidente de Dios en nuestra vida.

Continúa diciendo que "la liturgia está enferma porque algunos sacerdotes, durante las celebraciones, ceden a la gran tentación de ser originales, introduciendo improvisaciones que no hacen sino banalizarla y desposeerla de su carácter sagrado". Habla, con rotundidad, de que las celebraciones se desarrollan con una "locuacidad ruidosa" por culpa de la "omnipresencia del micrófono" que las convierten en simples conferencias superficiales humanas.

El silencio litúrgico no es una pausa entre palabras o rituales, sino que es una disposición radical, una conversión. Etimológicamente, "conversión" significa "girarse", "volverse hacia Dios". 

Imagen relacionadaAsí, el cardenal defiende la celebración de cara a Oriente, es decir, el sacerdote de espaldas a la asamblea y vuelto hacia el Señor, porque "le protege de la tentación de convertirse en un espectáculo (show), en un actor protagonista, en un profesor que mira a su clase y que reduce el altar a un estrado cuyo eje no es la cruz sino el microfono".

Y es una realidad que yo he observado en algunos sacerdotes. No utilizan el mismo tono cuando oran en público, cuando están hablando al Señor, que cuando se dirigen a "su público". Parecen elevarse, e incluso ponerse por encima de Dios. Es cuando todas sus frases comienzan por "yo"...

Aparte de la homilía, durante la misa es necesario prescindir de cualquier discurso o explicación porque si no corremos el riesgo de convertir el culto de adoración y acción de gracias en la exhibición y exaltación del sacerdote. 

Cuando nuestra asistencia a la Eucaristía depende de la locuacidad o de la capacidad de expresarse del sacerdote, es señal inequívoca de que Dios no es lo importante para nosotros. 

Cuando los aplausos irrumpen  en la liturgia, es prueba evidente de que la Iglesia ha perdido la esencia de lo sagrado. 

Cuando el sacerdote se eleva al papel de actor protagonista, cuando habla de sí mismo, la liturgia deja de ser para gloria de Dios y santificación de los hombres y se convierte en un mitin personal en el que dejamos de mirar a Dios y miramos al hombre.

Me gustaría hacer mías las palabras tanto de Monseñor Guido Marini: "el silencio de los laicos durante la Eucaristía no significa inactividad o ausencia de participación, sino que nos sumerge en el acto de amor con el que Jesús se ofrece al Padre en la Cruz para salvarnos a todos", como las de Benedicto XVI, "las oraciones que hace el sacerdote en silencio le invitan a personalizar su tarea, a entregarse al Señor".

Podemos asegurar que el silencio exterior es la ausencia de ruido, de palabras y de actos, mientras que el silencio interior es la ausencia de afanes o deseos desordenados. 

Imagen relacionadaPor tanto, el ruido caracteriza al individuo que quiere ocupar un lugar preeminente o importante, que quiere presumir o exhibirse. 

El silencio interior caracteriza a la persona que quiere ceder su lugar a otros y sobre todo, a Dios, alguien en disposición hacia Dios, alguien "vuelto hacia Dios". 

Y nuestro mayor ejemplo de silencio y disposición humildes es nuestra Madre María, la Virgen Santísima, que nos prepara, precede y muestra el camino para el encuentro con Dios. 

El "Hágase en mí según tu palabra" que debemos imitar de María implica silencio, humildad y obediencia para que la Palabra de Dios hable y cobre vida en nosotros.

En conclusión, tenemos que guardar silencio, no por una cuestión de ociosidad sino de actividad. Un silencio activo en el que nuestro móvil interior esté con plena batería y con la máxima cobertura para poder recibir la llamada de Dios.


miércoles, 23 de agosto de 2017

POR SUS CUALIDADES LOS RECONOCERÉIS

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"Los paganos, admirados de la fraternidad entre los seguidores de Jesús, 
murmuran envidiosos: 'Mirad cómo se aman', 
mientras ellos sólo se odian entre sí. 
'Mirad cómo están dispuestos a morir el uno por el otro', 
mientras que ellos están más bien dispuestos a matarse unos a otros."
 (TERTULIANO, Apologético, 39, 1-18)

En el anterior artículo, reflexionábamos sobre los frutos del Espíritu. Hoy hablaremos de otras cualidades por las que se reconocía a un cristiano en el siglo I y que no deberían quedar en el olvido.

Los primeros cristianos vivían lo que creían. Se ayudaban unos a otros, lo compartían todo, visitaban a los que estaban en la cárcel debido a su fe, cuidaban a sus hijos… Es decir, hacían visible el amor de Dios.

Esta concepción de Iglesia como comunidad basada en el amor, donde todos vivían la fe fue el fermento que expandió el cristianismo en los primeros siglos.

Hoy, veinte siglos después, la cuestión es ¿no habrá sido precisamente el abandono de esa concepción la que ha determinado un  evidente retroceso y una cierta decadencia de la Iglesia? ¿Nos miran los alejados con admiración y envidia? ¿Exclaman eso de "mirad cómo se aman"?

El amor de los cristianos conlleva intrínsecamente cualidades como:

Sacrificio/Servicio

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"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, 
para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." 
(Juan 3,16)

El sacrificio de Jesús en la cruz muestra el inconmensurable amor de Dios hacia la humanidad. 

Es el sacrificio perfecto y nada ni nadie puede igualarlo, pero esto no quiere decir que no debamos continuar con el legado que nos dejó Jesús a través del servicio a Dios y a los demás. 

El amor es la condición para seguir a Cristo, el servicio es lo que verifica la autenticidad del amor. 

Los cristianos debemos ser conocidos por servir a Dios y al prójimo hasta el extremo, sin esperar nada a cambio. 

Abnegación/Entrega

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"Preocupándoos no sólo de vuestras cosas, 
sino también de las cosas de los demás. "(Filipenses 2, 4)

La abnegación presenta una imagen que dice: "Todo lo que necesites, estoy aquí para darme a ti". Es una cualidad que antepone los demás a uno mismo, y a Dios ante todo.

La abnegación es la actitud que Jesucristo nos enseñó: "negarse a si mismo para entregarse por completo, hasta el extremo de dar la vida por los demás",

Si el servicio es la verificación del amor, la abnegación es lo que garantiza la entrega desinteresada en el servicio a Dios y a los demás.

Compromiso/Testimonio

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"Sea vuestro lenguaje: 'Sí, sí; No, no: 
que lo que pasa de aquí viene del Maligno."
(Mateo 5,37)

Cuando los cristianos decimos que haremos algo, debemos asegurarnos de que lo haremos. 

A pesar de que todos cometemos errores, reflejar la imagen del compromiso con los demás muestra uno de los mayores atributos de Jesús.

Debemos mostrarle al mundo que somos dignos de confianza, y que nuestra palabra no se rompe.

Pero lo más importante es que debemos mostrarle al mundo a Jesús, proclamar su mensaje de amor y dar testimonio de él con nuestra vida, obras y palabras.

Si la abnegación es la garantía de la entrega, el testimonio es la confirmación del compromiso con la verdad.

Respeto/Reverencia

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"Respetad a todos, amad a los hermanos, reverenciad a Dios, honrad al rey. 
Esclavos, someteos con todo respeto a los amos; 
no sólo a los buenos y amables, sino también a los de carácter duro."
(1 Pedro 2,17-18)

Los cristianos encontramos todos los días personas con puntos de vista diferentes a nosotros, lo que no significa que no debamos ser respetuosos en nuestro desacuerdo. 

Los cristianos debemos ser conocidos como una comunidad de personas respetuosas con todos que, incluso en desacuerdo, pueden mostrar amabilidad y consideración.

Pero el principal respeto y gratitud de un cristiano es hacia a Dios, a través de la Eucaristía y Adoración. Los cristianos son reconocidos porque son personas respetuosas y agradecidas a Dios.

Si el testimonio es la confirmación de nuestro compromiso con Dios, el respeto es la demostración de nuestra adoración y reverencia a Dios.



lunes, 2 de enero de 2017

ORGULLOSO DE SER CRISTIANO

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Estoy orgulloso de ser cristiano, de seguir a Cristo. Él es real, es el Camino, la Verdad y la Vida. Nada me va a apartar de Él, pero la intolerancia con la que algunos actúan me rompe el corazón.  Esta es mi lucha.

A veces me pregunto, "Dios, ¿por qué dejas que estas personas te ataquen? o incluso peor, ¿por qué dejas que ataquen a tus hijos?"

Todos tenemos derecho a una opinión y por supuesto, una creencia, pero eso no significa que nuestras opiniones tengan que ser censuradas con impiedad y crueldad. Todo lo que hago lo intento hacer con amor y decirlo con respeto. Pero te censuran o te atacan. Es desalentador. 

Sin embargo, Dios ya me ha respondido a mis preguntas. Me llama a ser misericordioso, a devolver bien por mal, a perdonar a mis enemigos. Y eso cuesta, sobre todo, para alguien como yo, que dista mucho de ser santo.

En la Palabra de Dios, el concepto de amor y de misericordia son constantes. Pero mientras creo que estas verdades son tan reales como que el sol sale cada mañana, supongo que algunos opinan lo contrario. 

Lo repito, estoy orgulloso de ser cristiano, pero no puedo decir que me guste la forma en que otras personas actúan. Yo sería el primero en dar mi vida por Aquel que dio la suya por mí, pero eso no significa que sea capaz de hacerlo por aquellos que me atacan. Esta es mi asignatura pendiente. Sé que tengo que trabajar en ello. Y mucho...

El segundo mandamiento que Jesús nos dio es: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Marcos 12,31. Además, en Lucas 6, 35-36, el apóstol nos exhorta: "Pero vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar remuneración; así será grande vuestra recompensa y seréis hijos del altísimo, porque él es bueno con los desagradecidos y con los malvados. Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" 

Sé que no puedo ignorarlo, sé que debo obedecer aunque me cueste. Sé que el amor es algo que no puedo ignorar como seguidor de Jesús. No es que quiera justificar mis palabras, mis acciones o mis malos pensamientos, pero no lo llevo bien. No siempre soy capaz de amar a mi enemigo.

Sé que mi misión como seguidor de Cristo consiste en reflejar amor, el mismo amor que Jesús mostró sobre la cruz. No soy tan iluso como para creer que por ser cristiano voy a ser amado o respetado por todas las personas. De hecho, Jesús me advirtió sobre ello: "Seréis odiados por todos por causa mía, pero el que se mantenga firme hasta el fin, ése se salvará" (Mateo 10,26).

Sé que sin amor, sin compasión y sin misericordia, ser cristiano no tiene sentido. Sin amor estoy sin Jesús. El fue odiado, perseguido y asesinado, y por tanto, Jesús mismo es la imagen que debo reflejar, y mi misión es amar porque él me amó primero. A todos, incluso a los siguen queriendo verle crucificado.

Como cristiano debo aprender a mostrar al mundo una imagen consecuente del amor de Dios a través de cada faceta de mi vida, incluso en las redes sociales. Sé que el AMOR tiene el poder de cambiar el mundo.

Por eso, le pido a Dios ayuda. Le pido que me envíe su Espíritu, y a María, su Gracia, porque sin ellos, no puedo.