¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 6 de septiembre de 2020

EL EVANGELIO NO SE PUEDE CONFINAR

"Pero a mí no me importa la vida, 
sino completar mi carrera 
y consumar el ministerio que recibí del Señor Jesús: 
ser testigo del Evangelio de la gracia de Dios.
(Hechos 20,24)

El Covid-19 ha trastocado todos los aspectos sociales, económicos, políticos, laborales y también, espirituales en todo el mundo. 

La pandemia ha cerrado casi todos los lugares de culto, templos e iglesias, ha interrumpido muchas actividades pastorales, ha suspendido todos los métodos, procesos y retiros evangelizadores, hasta el punto que pareciera que el Evangelio ha sido confinado.

Pero eso no significa que no podamos seguir haciendo apostolado porque los cristianos no podemos callar lo que hemos conocido y vivido. La pregunta es ¿cómo evangelizar en este tiempo de pandemia?

Dios, en su infinita sabiduría, nos invita a seguir el ejemplo del apóstol San Pablo, quien incluso confinado en la cárcel en Roma, continuó evangelizando, discipulando y dando ánimos a los cristianos de todas las Iglesias que fundó. Y todo por la Gracia divina.

De igual manera, en este tiempo de incertidumbre y de interrogantes, es la gracia de Dios la que nos invita al discernimiento y a la escucha orante, es decir, nos ofrece una ocasión para reconocer Su presencia en medio de nosotros y nos exhorta a comprender los signos de los tiempos que vivimos.

No olvidemos que la situación mundial de pandemia que Dios permite (como permitió la prisión de San Pablo) es también un tiempo favorable y de gracia, un kairós, un signo de los tiempos. Y así, Dios utiliza los medios más insospechados para cumplir su plan salvífico. 

Dios nos quiere revelar algo, nos quiere enseñar una manera diferente de evangelizar, nos invita:

- al silencio y a la reflexión. Nuestra misión evangelizadora no trata tanto de "hacer" como de "ser", es decir, debemos reflexionar, meditar y comprender lo que Dios nos pide "ser" en estos momentos de duda y de perplejidad.

- a la vida interior y sacramental. Debemos mirar y escuchar a Cristo en nuestra oración y en el altar. Él nos susurrará lo que debemos hacer en cada momento. Nos llama a escucharle, a prestarle atención, alejándonos del "ruido" y del "activismo". Es tiempo de oración, penitencia y sacrificio.

- a la compasión y a la caridad. De forma personal y comunitaria, los cristianos debemos tomar conciencia de los problemas y sufrimientos de las personas. "Ser compasivos" significa "padecer con" los que están solos o desesperanzados, con los que han perdido el trabajo o la salud, con los que han perdido a un ser querido, para acompañarlos y socorrerlos, y así, dar testimonio del amor de Dios.
-a la docilidad a la acción del Espíritu Santo. Sólo con humildad y sumisión al Espíritu Santo seremos capaces de afrontar con fe y confianza estos tiempos difíciles y los que seguirán a la pandemia. Nuestra confianza y esperanza en el futuro no pueden estar depositadas en las respuestas que el mundo (o nosotros) aporte, sino en el Plan perfecto de Dios.

- a la conversión personal. Necesitamos un cambio de mentalidad y de vida que nos aleje de cualquier voluntarismo pelagiano, activismo vano o cansancio escéptico. Son los pequeños gestos cotidianos, los milagros de "andar por casa", las virtudes heroicas y anónimas", las acciones realizadas "en lo escondido" las que, por sí mismas, harán la obra evangelizadora que el Espíritu de Dios nos suscita.
- a la conversión pastoral. Los obispos y sacerdotes, como mediadores y pastores del pueblo de Dios, están llamados a ofrecer una mayor cercanía, solidaridad y disponibilidad con los que sufren, y a mantener la unidad y fraternidad de los fieles ante las nuevas situaciones. Los laicos, como pueblo de Dios, estamos llamados a formarnos, a estar alerta y vigilantes.

Cristo nos exhorta a llevar esperanza allí donde todo parece perdido, a poner cercanía allí donde hay soledad, a sacar una sonrisa allí donde hay tristeza. Nos invita a iluminar todo nuestro alrededor con la luz con la que hemos sido iluminados por Él.

Es tiempo de elegir entre lo verdaderamente importante y lo superfluo, de optar entre lo efímero y lo eterno, de escoger entre lo necesario y lo prescindible.

Nuestros miedos e inseguridades, nuestras súplicas y ruegos despiertan a Jesús en medio de la tempestad. Él nos insta a no tener miedo, a ser valientes, a no preocuparnos y a confiar en Él porque está con nosotros en la barca, que es la Iglesia.

Cristo nos llama a ser una Iglesia evangelizadora, es decir, a seguir su ejemplo y a hacer lo que hizo Él: anunciar la buena nueva del Reino de Dios, hacer discípulos, enseñar, curar enfermos, compartir tiempo con pecadores, dar de comer a hambrientos y de beber a los sedientos. 
El Señor nos llama a ser una Iglesia apostólica, es decir, dar vista a los ciegos, liberar a los cautivos y oprimidos, evangelizar a los pobres, anunciar la gracia y la misericordia de Dios, servir al prójimo y procurar la salvación de todas las almas.

Nos llama a ser pescadores de hombres, a remar mar adentro, a lanzar la red por el otro lado, a pescar en circunstancias y tiempos adversos, a no confiar en nuestros conocimientos y pareceres. Nos llama a tener fe y confianza.


El Evangelio no se puede confinar
.

sábado, 16 de noviembre de 2019

DIOS ES MI ÚNICO PÚBLICO

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"¿A quién busco agradar?
¿A los hombres o a Dios?
 ¿Acaso tengo que agradar a los hombres? 
Si tratara de agradar a los hombres, 
no agradaría a Dios."
(Gálatas 1,10)

En la facultad me enseñaron que lo importante es la imagen, la fachada. Aprendí a dar a conocer al mundo "mi producto", comunicar bien sus fortalezas, para "venderlo" al mayor número de personas posibles.

En la sociedad me enseñan lo mismo: que lo importante es dar una buena imagen al exterior, "quedar bien", presumir de lo que hago bien, mostrar mis méritos, que los demás sepan qué importante soy y el lugar que ocupo en la escala social.

Pero todo eso...es agotador. Y es que todos estamos expuestos a un público que determina, en buena medida, nuestras actitudes y nuestros comportamientos.
Vivimos en una sociedad de la imagen y la tecnología donde parece que nuestra vida dependa de los "likes" de las redes sociales, de la cantidad de amigos o "vistas" que tengamos. En definitiva, obsesionados por gustar a todo el mundo.

Vivimos en una cultura exterior que nos esclaviza, que nos hace completamente dependientes de la imagen que damos a los demás, sin darnos cuenta de que hay Alguien que lo ve todo.

Hemos cambiado nuestra vida interior por la exterior. Hemos cambiado nuestra vocación de agradar a Dios por gustar a los hombres. Hemos dejado nuestra intención de adorar a Dios para dejarnos alabar por el mundo.

Sucumbimos ante el engaño de pensar que lo importante es hacer cosas para que nos vean, decir cosas para quedar bien, o querer demostrar lo que no somos o, incluso, "lo buenos cristianos que somos".
En mi camino de fe he aprendido una máxima: Dios es mi único público. Porque he sido creado por y para Él. Y no tengo que dar cuentas al mundo ni aparentar algo que no soy.

Porque es Dios quien, desde la distancia, observa cómo edifico mi vida conforme a Su voluntad, cómo trabajo para Su Reino y, sobre todo, cómo amo de verdad. 

Porque Dios jamás se entromete en mi vida ni en mis decisiones. Pero siempre que le necesito, allí está. Siempre que le pido consejo, allí está. Siempre que le pido ayuda, allí está... en lo escondido, en el silencio.

Porque Dios me ha liberado del juicio externo del mundo para hacerme comprender que soy como Él ha querido que sea y que no tengo que intentar ser de otra manera.Porque mi identidad más honda no es la que yo formo hacia el exterior, sino la que me ha sido dada por Dios.

Porque a Dios no puedo engañarle ni dar una falsa apariencia de como soy. Él ve las verdaderas intenciones y las motivaciones más profundas de mi corazón.

Y porque sé que si mi prioridad se basa en las críticas o en los aplausos
 de los demás, nunca contentaré a todos, nunca podré agradar a todos. Ahora, mi único objetivo es agradar a Dios.

El apóstol Pablo en su carta a los Gálatas 1, 10 nos pregunta a quien queremos o a quien tenemos que agradar. El evangelista Mateo 6,1-7 nos exhorta a no ser hipócritas ni charlatanes; a no hacer cosas para que nos vean, de "cara a la galería"; a no buscar el agrado o la alabanza del mundo porque ello no conlleva mérito alguno; a que todo lo hagamos sea en secreto y para agradar a Dios, y Él nos recompensará.

Se puede decir más alto, pero no más claro: Dios es mi público y es a Él a quien tengo que agradar... cuando sirvo, cuando doy, cuando rezo...en todo momento.

martes, 8 de enero de 2019

¿QUÉ IMPORTANCIA TIENE LA MÚSICA EN UNA ADORACIÓN?

"Vive Jesús, el Señor,
vive Jesús, el Señor. 
Él vive, Él vive, Él vive,
vive, vive Jesús el Señor. "
(Lucas Casaert)

Hace ya algunos años, en Medjugorje descubrí la Adoración Eucarística. Fue realmente una experiencia sobrenatural, encontrarme en medio de cinco mil personas, contemplando, orando, cantando y meditando en distintos idiomas. Sin lugar a dudas, Dios se hace presente y manifiesta su Amor en cada Adoración.

Antes, no sabía ni que existía la Adoración. Ahora, sé que es una continuación de la Eucaristía, en la que ante su presencia le damos gracias, le contemplamos y le alabamos. Estoy convencido de que el mundo la necesita, desesperadamente. Necesitamos primero, contemplar a Dios, para después reconocerle, amarle y servirle en esta sociedad que camina perdida en oscuridad.

Jesús nos espera en el Santísimo Sacramento del Altar, yo diría, que hasta con un ansia, una pasión y un amor desmedidos. Y con un anhelo de derrocharse, derramarse, desbordarse en nuestros corazones. 

De un tiempo a esta parte, son muchas las parroquias que ven sus comunidades transformadas al recuperar e impulsar la Adoración Eucarística. Los coros y grupos musicales cristianos se han vuelto omnipresentes en las Adoraciones Eucarísticas de nuestras parroquias. 

Las notas de un teclado, de un violín o de una guitarra se funden con las voces armónicas del grupo musical o del coro para "elevarnos al cielo" y así, resonar suavemente en nuestros corazones, tras cada meditación, tras cada pausa, tras cada silencio.  Y eso es bueno. Muy bueno.

Pero, realmente, ¿la música es, en sí misma, lo más importante en una Adoración? 
Sinceramente, no. Podríamos decir que los aspectos más importantes de una Adoración son, primero, desear estar en presencia de Dios; segundo, prepararnosutilizando medios que nos ayuden a ponernos en situación, abriendo nuestro corazón a la Gracia y al Amor de Dios; y tercero, hacer silencio

El deseo debe partir de nosotros. Los medios para ponernos en situación pueden ser varios: la meditación, la oración o la música. Todos son vehículos de la gracia. La música, también, es un medio que nos ayuda a tomar mayor conciencia de su cercanía, pero no es el fin. El fin último es encontrar a Dios. En el silencio. En la contemplación.

Medio y Fuente

La Palabra de Dios nos muestra, en numerosos pasajes, que existe una conexión entre la música y la actividad del Espíritu Santo, es decir, la presencia de Dios. Los profetas y los Salmos, utilizan la música y los instrumentos musicales para alabar y glorificar a Dios. Dios mismo, utiliza a menudo la música y los instrumentos para manifestarse y hacerse presente al ser humano.

La música es, por tanto, un medio. Dios es la fuente. Dios a menudo usa medios físicos para hacer su trabajo. Pero cuando comenzamos a ver un medio de la gracia como una "necesidad" imperiosa, podemos caer en el riesgo de desviarnos de la Fuente.

A través de la música, el Espíritu Santo puede manifestar la presencia de Dios o dar indicaciones para conocer la presencia de Dios o construir un escenario donde proclamar su presencia, pero la música no es el actor principal ni el objetivo final. Hay una diferencia entre ver la música como algo que Dios usa y verla como algo que Él necesita. 

Dios no necesita nada de nosotros. Pero quiere "necesitarnos" para acercarse a nosotros. Cuando nos abrimos al Señor, su Poder se derrama, su presencia se manifiesta. Y la música es un excelente medio, pero sólo eso.

Perspectiva y Enfoque

La música nos afecta emocionalmente, suaviza nuestros corazones para escuchar los susurros de Dios, nos inspira un sentido de expectativa y de espera, crea una atmósfera de paz y serenidad. Hace que las transiciones entre meditación y silencio sean menos bruscas. Establece un tono reverente y un ambiente orante. Pero eso no significa necesariamente que Dios nos esté haciendo conscientes de su presencia a través de la música.

Debemos ser extremadamente cautelosos para no pretender dar la impresión de que Dios está más presente cuando hay música que cuando no; debemos ser muy cuidadosos para no querer dar la sensación de que la adoración es mejor o más favorable con música que sin ella; debemos ser excesivamente prudentes para no interpretar que la presencia de Dios en una Adoración dependa de que haya o no música.

La música pone la perspectiva en la emotividad. El Espíritu Santo se enfoca en Cristo. 

La música es un lenguaje emocional que nos conmueve (con o sin palabras) iluminando la presencia de Cristo en nuestros corazones, distribuyendo los dones espirituales y abriendo nuestros ojos y nuestros labios para adorar y alabar a Dios. El Espíritu Santo es un lenguaje sobrenatural que habla, incluso, en el silencio.

La música conecta nuestra cabeza con nuestro corazón. El Espíritu Santo conecta nuestra alma con Dios. 

Dios nos llama a la Adoración, no para que estemos en un ambiente cómodo, agradable y relajado, donde la música nos embargue y, así, facilitarle al Espíritu Santo su acción. No, o no sólo. Dios se nos manifiesta en Cristo, nos hace tomar conciencia de que somos templo de su Espíritu. Y para ello, utiliza todo tipo de medios: las meditaciones, el canto, la música, la luz tenue, etc.

La música no es lo que nos une, ni el medio por el cuál nos acercamos a Dios, ni por el que Dios se acerca a nosotros. Lo que nos une y acerca a Dios es Jesús, nuestro Salvador y Mediador.

Agradezcamos a Dios por el don de la música que fomente Adoraciones apasionadas y fervorosas pero también asegurémonos de no otorgar a la música un poder que nunca tuvo, tiene ni tendrá.

En la Adoración, todos nuestros sentidos deben estar puestos en Jesucristo, presente y manifestado en el Santísimo Sacramento del Altar.

jueves, 16 de agosto de 2018

¿QUÉ OCURRIÓ REALMENTE EN GETSEMANÍ?


"Jesús fue con ellos a un huerto llamado Getsemaní (...)
y comenzó a sentir tristeza y angustia.
Y les dijo: 'Me muero de tristeza. Quedaos aquí y velad conmigo'.
Avanzó unos pasos más, cayó de bruces y se puso a orar así:
'Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz;
pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú'.
Volvió a los discípulos, los encontró dormidos y dijo a Pedro:
'¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo?
Velad y orad para que no caigáis en tentación.
El espíritu está dispuesto, pero la carne es débil'.
De nuevo, por segunda vez, se fue a orar, diciendo:
'Padre mío, si no es posible que este cáliz pase sin que yo lo beba,
hágase tu voluntad'.
Volvió y los encontró dormidos, vencidos por el sueño.
Los dejó y volvió a orar de nuevo,
por tercera vez, repitiendo las mismas palabras."
(Mateo 26, 36-44; Marcos 14,32-42; Lucas 22,39-46)

Este es mi segundo artículo sobre la agonía de Jesucristo en el huerto de Getsemaní (https://cristianosdigitales.blogspot.com/2016/07/getsemani-es-decirte-si-hasta-el-final.html) pero desde otro punto de reflexión. De hecho, repito foto de cabecera porque expresa a la perfección aquel momento dramático.

Cada vez que veo la película "La Pasión de Cristo" de Mel Gibson, para mí, obra maestra del cine religioso, me sobrecoge la espeluznante escena del Huerto: niebla, oscuridad, soledad, sufrimiento...idas y venidas, desesperación...sonidos desgarradores que brotan de la garganta de Jesús, en una lengua, el arameo, que retumba en mis oídos como una súplica agónica y turbada, que se clava directamente en mi corazón. 
Imagen relacionada

Jesús llega al huerto de Getsemaní con sus discípulos Pedro, Santiago y Juan (los mismos que subieron con Él al Tabor) y, enseguida, comienza a sentir tristeza y angustia, hasta el punto de decir: "Me muero de tristeza". El verdadero Dios y el verdadero hombre, se muere...de pena. ¡Qué expresión tan tremenda!

Apartándose de ellos ("a un tiro de piedra", curiosa y simbólica forma de describir la distancia), se fue a orar. Lo que vio allí le causó tanto desasosiego y tanta aflicción, tanta presión, que comenzó a sudar literalmente gotas de sangre. "Algo" le horrorizó tanto, que sus capilares reventaron, casi causándole la muerte.

¿Qué vio que tanto le turbó? 

Mateo 26, 37 nos da una pista: dice que cuando Jesús oró, "comenzó a entristecerse y angustiarse". "Comenzó" significa que vio algo mientras rezaba, algo que no había experimentado hasta ese momento. Y le turbó poderosamente. 

La palabra griega utilizada como "entristecerse" es muy dura y su traducción podría ser "horrorizarse". Algo terrorífico.

Resultado de imagen de jesus sweating drops of bloodNo parece que Jesús se encamine hacia su muerte con el coraje y la valentía a que nos tenía acostumbrados durante su vida pública, con esa confianza y seguridad de quien sabe su final y no teme. 

De hecho, en el Huerto se muestra débil, casi asustado. Tiembla, tartamudea, va y viene frenéticamente, de un lado para otro, de Dios a sus discípulos y viceversa, preguntándole al Padre si hay otro camino, o recriminando a los discípulos su abandono. 

Mateo incluso dice que, en un momento determinado, Jesús se desploma y cae de bruces; está tan débil que no puede mantenerse en pie. Pero no es una debilidad física, no es un cansancio humano.

Y lo realmente inusual y extraño de esta escena, la diferencia con todos los demás lugares  por donde pasó Jesús, es que en todos ellos, siempre mostró un ánimo y un coraje inquebrantables frente al peligro. Poco antes de ir a Getsemaní, por ejemplo, los discípulos de Jesús tratan de disuadirlo para que no entre en Jerusalén porque era muy peligroso para él, pero Él les dijo que tenía que ir. 

¿Qué no vio que tanto le desesperó?

Entonces, ¿qué pasó allí, en este momento? En realidad, la pregunta debería ser ¿Qué no vio?

Resultado de imagen de jesus sweating drops of bloodLa respuesta nos la da el versículo 39 del mismo capítulo de Mateo, cuando llama a Dios su Padre, como lo había hecho en tantas ocasiones a lo largo de su vida,y  no obtiene respuesta. Se dirige a Él como "Abba", un término extremadamente íntimo y cercano que podríamos traducir como "Papá". Pero, por primera vez en toda la eternidad, su Padre guardó silencio.

Allí está Jesús, Aquel que caminó sobre el mar embravecido y sofocó las tormentas más temibles; Aquel que expulsó demonios, que sanó enfermos y resucitó muertos; Aquel que ahora está tan horrorizado por algo que ve, que se siente "morir".

Y así, vuelve con sus discípulos, buscando, quizás, algún tipo de consuelo, de apoyo, de compañía. Pero de los discípulos también recibe silencio porque están dormidos. Entonces regresa nuevamente al Padre, diciendo exactamente lo mismo que había dicho anteriormente. Y de nuevo, un gélido y solitario silencio. Y así, en tres ocasiones.

En Getsemaní, Dios le desvió su rostro, le dio la espalda. El juicio por nuestros pecados ya había comenzado. Antes de que el primer clavo fuera introducido en su cuerpo, el alma de Jesús estaba siendo abandonada por Dios.

¿Cómo explicar y comprender este silencio del Padre?

A simple vista, parece algo realmente extraño. Jesús había vivido toda su vida con la aprobación del Padre, y ahora, en el momento en que Jesús más necesitaba a su Padre, Dios le daba la espalda. Y Jesús se tambaleó bajo su peso, casi al borde de la muerte. Jesús fue a estar con su Padre antes de su muerte y encontró, en lugar del cielo, el infierno abierto de par en par ante Él.

Imagen relacionadaNo sólo estaba ante una silenciosa soledad. Si no ante el rechazo. ¿Cómo sentiría perder el infinito amor y la poderosa presencia de Aquel a quien conocía desde toda la eternidad?

De alguna manera, en ese momento, Jesús vislumbró a la humanidad abocada a un infierno para toda la eternidad. Porque esa es la esencia de lo que es el infierno: el completo abandono de Dios, la ausencia del Creador.

Cristo no se horrorizó ni se tambaleó por temor a la muerte física, y eso a pesar de que su pasión, desde la flagelación hasta la muerte en cruz, fue terrible. Jesús se horrorizó, se tambaleó y cayó en tierra porque sintió el abandono de Dios. 

Ese fue el horror que reiteraría en la cruz, cuando  la tierra se cubrió de tinieblas: "Eloi Eloi lama sabactani", "Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?" (Mateo 27, 47). Con esta expresión el Hijo del Hombre hace suyas las palabras del Salmo 22, dándole todo su sentido: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¡Las palabras que lanzo no me salvan! Mi Dios, de día llamo y no me atiendes, de noche, más no encuentro mi reposo".

Resultado de imagen de darknessPero también es un grito trascendente de victoria, de valor, de sacrificio, de amor por la humanidad y comprensión de su real jerarquía celestial, que traducido más literalmente diría: "Dios mío, Dios mío, para este propósito me has elegido, para esto fui reservado" .

El sufrimiento físico de su Pasión, por malo que fuera, no era la esencia del Calvario sino el abandono de Dios. En el Huerto, Jesús bebió de lleno en la copa de la ira de Dios, abrumándole tanto que casi lo mata. 

Getsemaní, en arameo "Gath-Šmânê", significa 'prensa de aceite', y eso es precisamente lo sucedió aquella noche: la ira de Dios contra nuestro pecado "prensó" literalmente a Jesús; la carga de nuestros pecados  le "exprimió" la vida.

Oró en tres ocasiones, suplicando a su Padre: "Papá, si es posible, que pase de mí este cáliz". Dos voluntades se enfrentan por un momento, la humana y la divina, para confluir luego en un abandono de amor ya anunciado por Jesús: "Es necesario que el mundo comprenda que amo al Padre, y que lo que el Padre me manda, yo lo hago" (Juan 14, 31).

¿Alguna vez Jesús había rezado alguna oración que no fuese respondida por Dios Padre? Tan sólo esta vez
.

Isaía
s 51,17-18 describe la ira de Dios contra nuestro pecado como un veneno tóxico guardado en un cáliz al que nadie se acerca: "Despierta, despierta, levántate, Jerusalén; tú que has bebido de la mano del Señor la copa de su cólera; el cáliz del vértigo lo has bebido hasta las heces. No hay nadie que la guíe entre los hijos que ha dado a luz, nadie que la tome de la mano entre todos los hijos que ha criado." 

Cuando se le ofreció este cáliz a Jesús, lo bebió por nosotros. Este cáliz era nuestro, o lo bebíamos nosotros o lo bebía Él. Si lo bebíamos nosotros, entonces estaríamos separados de Dios para siempre. Nuestra salvación es algo que sólo Cristo podía lograr.

¿Qué hizo Dios por su 'Hijo el amado' en Getsemaní? 

La actitud de Dios casi parece cruel y, en cierto sentido, un tanto áspera: ¿Qué pasaría si nosotros hubiéramos visto lo que vio Jesús? ¿Acaso lo que vio le hizo retroceder? ¿Por qué no esperó Dios hasta que Jesús fuera clavado en la cruz para mostrarle todo esto?

Dios lo hizo así para que l
os hombres pudiéramos ver a Jesús ir a la cruz voluntariamente, sabiendo muy bien lo que estaba experimentando; para que su amor por nosotros se mostrara aún más; para que pudiéramos ver la magnitud del precio que estaba dispuesto a pagar al ocupar nuestro lugar, el de todos nosotros; para ensalzarlo y glorificarlo. ¿Cómo?


Resultado de imagen de pasion de cristo el diabloLucas 22, 43 nos dice que un ángel vino a Jesús en ese momento para reconfortarle y para animarle. Pero no parece que el ángel hiciera disminuir su dolor, porque el evangelista prosigue diciendo: "Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra" (Lucas 22,44).

Dios envió al ángel, no para que le consolara precisamente, como quien trata de aplacar el sufrimiento; Dios a través de aquel ángel, lo que hizo, fue "darle fuerzas": no le evitó los obstáculos ni le abrió otro camino más fácil, sino que le dio fuerzas para recorrerlo

¿Y cómo le "dio fuerzas"? Jesús estaba exhausto, sin fuerzas. El plan de Dios permite que el hombre esté sin fuerzas, para que en ese momento, se vuelva a su Dios y Señor Todopoderoso, quien le da la fortaleza necesaria.

No sabemos lo que dijo el ángel, ni siquiera si le habló. A buen seguro, su misión no consistió en palabras, en consejos, en argumentos ni en promesas. Tampoco en explicaciones lógicas sobre la voluntad del Padre. Jesús la conocía por completo. Tampoco le curó su frente ensangrentada ni le acarició ni le abrazó. Jesús no necesitaba eso.

Resultado de imagen de passion of the christ cinematographyEl ángel solamente le hizo compañía en su oración. Aquel ángel fue ante todo un testigo. Jesús no estaba sumergido en un mar de protestas ni de quejas contra su Padre. Jesús ni esperaba, ni quería, ni le hacía falta alguien a quien expresar su dolor para aliviarse. 

Lo que Jesús sí quería y, en cierto sentido esperaba y necesitaba, era un testigo. Su naturaleza humana reclamaba, ante todo, la gloria de Dios. Y aquel ángel es la primera expresión de la gloria divina, en el acto de la obediencia y amor del Hijo al Padre. 

En aquella noche de tinieblas, la tenue luz del ángel es el amanecer de la gloria. Aquel ángel, enviado por Dios para compartir la oración más sublime que podamos imaginar, alaba con todo su ser al Padre y al Hijo, y es así el primer testigo de la gloria que Dios habría de revelar en la obra de la redención. Y esto dio fuerzas a Jesucristo.

¿Qué hizo Jesús por su 'Padre el amado' en Getsemaní? 

Tras ello, Jesús se levantó de allí para ir a cumplir la voluntad de su Padre, y lo hizo "con decisión" porque se le mostró algo. 

Resultado de imagen de pasion de cristo¿Qué vio ante Él en ese momento? ¿Qué vio Jesús que iba a obtener que hizo que la cruz "valiera la pena"?

Solo una cosa: a
nosotros. No había otra manera de salvarnos, y a la vez, de unirse a la humanidad ¡y lo hizo de buena gana! Cuando rezó en Getsemaní: "pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú", sus lágrimas y su sudor  ensangrentado no era por su desgracia, sino por la nuestra.

Él tomó nuestros pecados y nuestras penas y los hizo suyos; llevó la carga al Calvario y sufrió y murió solo. Y todo para enseñarnos el camino al cielo.

“El suyo es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que viene del amor y lleva en sí la redención, la victoria del amor” (Benedicto XVI).

¡Qué maravilloso! ¡No hay amor más grande que el que da la vida por sus amigos!





miércoles, 31 de enero de 2018

ENJOY THE SILENCE


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Words like violence 
Break the silence 
Come crashing in 
Into my little world. 

Painful to me 
Pierce right through me 
Can't you understand 

All I ever wanted 
All I ever needed 
Is here in my arms 

Words are very unnecessary 
They can only do harm 
Vows are spoken 
To be broken 
Feelings are intense 
Words are trivial 
Pleasures remain 
So does the pain
Words are meaningless 
And forgettable 

(Enjoy the silence, Depeche Mode 1990) 


El pasado fin de semana estuve en un retiro en silencio. Es una de las experiencias espirituales que realizo varias veces al año y que aconsejo a todo el mundo.

En el silencio (exterior e interior), dispongo mi espíritu a la Gracia divina abriendo cuerpo, alma y corazón a la acción silenciosa del Espíritu Santo, que me transporta y me hace avanzar hacia el amor de Dios. Yo, guardo silencio y Dios, hace el resto.

Dios me trae al silencio para hablarme en lo más profundo de mi ser y así, llegar al entusiasmo (del griego enthousiasmós, que significa "lleno de Dios"). Es Dios, quien desde mi silencio interior, se manifiesta y se desborda.

Es entonce
s cuando, uno es capaz de ver "flashes", "gotas de cielo", "cachitos de cielo", es decir, gracias sensibles e inmediatas de la acción de Dios, que le hacen entender y descubrir que para encontrar a Dios, no tengo que buscarlo en el exterior, donde sólo hay ruido y distracción, sino en mí.

Encontrar a Dios requiere silencio y recogimiento; requiere concentración y conocimiento de mi mismo; ahondamiento en mi corazón, discernimiento en mi mente y examen en mi conciencia. 
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El silencio no es simplemente la ausencia de ruido o palabras sino una profunda comunión con Dios que no necesita sonidos. El silencio no habla, siente; es callar y contemplar su Amor.

Una de las clásicas tentaciones de Satanás es el excesivo y narcisista uso de palabras con el cual "hacer ruido" para no escuchar a Dios. Por eso, igual de necesario es un "silencio de labios", que un "silencio de pensamientos" con el que poder escuchar a Dios estando alerta, y vigilante.

La voz de Dios es una luz íntima que resplandece silenciosamente, y que jamás se impone. El fruto del silencio es distinguir la sutil, delicada y respetuosa voz de Dios que nunca se abalanza, ni presiona; una voz discreta y sosegada que nunca obliga a nuestra libertad y que nunca abusa de nuestra debilidad.

El silencio es un camino que comienza del esfuerzo, continúa en el deseo y termina en una necesidad. Eso es el verdadero encuentro con el Amor: a solas, en silencio y en intimidad, yo le miro y Él me mira. 

El silencio es un lenguaje puesto que Dios no se encuentra en el ruido ni habla mediante sonidos que debemos aprender a reconocer. Un lenguaje de amor, bellamente descrito por San Agustín:

"una luz que brilla desbordando el espacio
un sonido que suena más allá del tiempo
un olor que no se disipa en el aire
un sabor que no causa hastío
un abrazo que nunca se separa"

El silencio es un espacio de prueba y examen ante las distracciones, los pensamientos, los deseos y las emociones. En silencio, el hombre encuentra a Dios, evitando ceder a la fascinación y seducción de lo externo y volviéndose a lo interno, evitando salir de sí mismo, dejándose atraer por su amor y sumergirse en él... porque lo esencial lo pone Dios.

El silencio es
 un ascensor hacia el cielo que permite encontrarse con Dios subiendo piso a piso, rellano a rellano, sin prisa pero sin pausa. El hombre quiere "todo"deprisa; quiere ver, sentir y oír a Dios pero no le busca en la dirección correcta; pretende subir en el ascensor desde el bajo directamente al ático, sin parar, sin detenerse, sin dejar de hablar...

Imagen relacionadaEl silencio es una trascendencia del amor humano para conocer el amor divino. No podemos encontrar ni entender a Dios sin la perspectiva de la vida eterna. El hombre es impaciente y ruidoso por causa de su compulsiva relación con el tiempo. Sin embargo, Dios es paciente y silencioso porque es eterno, porque no es esclavo del tiempo. 

Dios es "palabra sin voz", "comunión silenciosa"y por tanto, no debemos buscar el silencio por el silencio, sino la intimidad de Dios por medio del silencio.

El silencio es una escuela de mansedumbre, de humildad, de sabiduría y de confiado abandono en los brazos de Dios. Una escuela donde aprendemos a perder el miedo y la angustia ante lo que no hace ruido porque no estamos solos. 

En el silencio: Estamos con Dios. Estamos en Dios. Somos para Dios.
¡Que todo enmudezca para que Dios se haga oír!


lunes, 25 de diciembre de 2017

EL SILENCIO EN LA LITURGIA

Resultado de imagen de silencio en la liturgia

Aún a riesgo de ser monótono y reiterativo, sigo desgranando el libro del cardenal Sarah "La fuerza del silencio", un compendio de formación teológica y litúrgica, que comparto en mis artículos de reflexión.

Hoy, me detengo en el capítulo III, donde el prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos habla del "silencio litúrgico".


El Cardenal Sarah señala que, en Occidente, existe un cierto maltrato intencionado hacia la noción de sagrado.  De hecho, afirma que hay en la Iglesia quienes mantienen una pastoral horizontal centrada más en lo social y político que en lo sagrado, fruto de la ingenuidad y del orgullo.

A menudo, en la Iglesia occidental se desprecia la sacralidad, considerándola una actitud infantil y supersticiosa, la cual manifiesta - dice Sarah- el "engreimiento de unos niños mimados". 

Ante Dios, que quiere comunicarnos su amistad y su intimidad, los hombres sólo podemos alcanzarla con una actitud humilde y sincera, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra miseria. 

Imagen relacionadaSin esta actitud de humildad radical no hay amistad posible con Dios. Ante su grandeza, el hombre debe empequeñecerse. ¿Quién es el osado que se atreve a alzar la voz ante el Todopoderoso? Ante su majestuosidad, nuestras palabras carecen de sentido y ni, por asomo, están a la altura de su Infinitud. 

Las Sagradas Escrituras nos exhortan a guardar silencio ante Dios "¡Silencio ante el Señor Yahveh," (Sofonías 1, 7) pero no como una prohibición que Dios nos impone ante su poder sino como una forma de adoración para comunicarse mejor con nosotros "¡Escuchadme en silencio!" (Isaías 41,1).

En "Orientale Lumen", S. Juan Pablo II nos exhorta a la "necesidad de aprender un silencio que permita a Dios hablar, cuando y como quiera".  El silencio sagrado permite al hombre ponerse gustosamente a disposición de Dios y a abandonar esa actitud arrogante y vanidosa  de que Dios está a nuestra merced y pendiente de nuestros caprichos infantiles.

El silencio sagrado en la liturgia nos ofrece la posibilidad de apartarnos del "mundanal ruido" y del "profano tumulto". El silencio es el lugar donde podemos encontrarnos con Dios al abandonarnos a Él en una confianza plena. 

El silencio sagrado debe limitar al mínimo las palabras durante la celebración eucarística. Los sacerdotes, las religiosas dedicadas al servicio, los ministros deben limitar palabras y movimientos, porque están en presencia de Aquel que es la Palabra.

Imagen relacionadaA partir de la reforma de Pablo VI, dice el cardenal, "se ha instalado en la liturgia un aire de familiaridad inoportuna y ruidosa, bajo el pretexto de intentar hacer a Dios fácil y accesible". 

Esta intención humanamente loable, reduce nuestra fe a simples buenos sentimientos, con los que "algunos sacerdotes se permiten comentarios interminables, planos y horizontales" en el convencimiento de que el silencio aleja a los fieles de Dios. 

"Algunos sacerdotes, con una actitud negligente y despreocupada,  se acercan al altar con aire triunfal, charlando, riendo o saludando  a los asistentes para hacerse los simpáticos, en lugar de sumirse en un silencio sagrado y reverencial ante la presencia del Todopoderoso, convirtiendo las celebraciones litúrgicas en tristes y superficiales espectáculos llenos de ligereza y mundanidad". 

Y es que, por desgracia, somos testigos en algunas ocasiones, de cómo sacerdotes y obispos actúan como "speakers" o  animadores de espectáculos y se erigen en "protagonistas de la Eucaristía". Todos deberíamos tener claro que el único protagonista de la Eucaristía es Jesucristo. El problema es que muchos dudan o incluso, no creen que Cristo esté presente.

Estoy completamente de acuerdo con Sarah cuando dice que "muchas veces, las palabras contienen una ilusión de transparencia, una espiritualidad deslumbrante que pretende entenderlo todo, dominarlo todo, ordenarlo todo".

Algo en lo que siempre debemos estar atentos, tanto laicos como sacerdotes, cuando damos testimonio de Dios o cuando hablamos en una homilía, es que nuestro objetivo debe ser siempre "alumbrar" y no "deslumbrar", nuestra meta debe ser mostrar a Dios y nunca a nosotros mismos.

La modernidad es charlatana porque es orgullosa. Las palabras deslucen todo aquello que las supera. Hechizados por el ruido de los discursos humanos y prisioneros de él, corremos el peligro de construir un culto a nuestra medida, un dios a nuestra imagen o como dice S. Juan Pablo II en Orientale Lumen, "el misterio sagrado se cubre de un velo silencioso para evitar que, en lugar de Dios, construyamos un ídolo, un becerro de oro".

Dios se nos revela a través de su Palabra pero cuando la traducimos a "palabra humana" pierde valor y rotundidad para hablar de su inmensidad, de su profundidad y de su misterio. Sencillamente, está lejos del alcance de nuestro pobre lenguaje humano. Querer definir al Señor con nuestras miserables y diminutas palabras es, cuanto menos, una sacrílega forma de empequeñecer a Dios. 

Dios es demasiado grande para tratar de comprenderlo y, menos aún, para tratar de definirlo. Nuestros testimonios u homilías deberían prepararse en el silencio de la oración, delante del Santísimo, donde Dios nos interpela, nos habla y nos hace saber lo que quiere de nosotros; y estoy seguro de que lo último que quiere es que hablemos de nosotros mismos.

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Como dice el cardenal Sarah "para hablar de Dios hay que empezar por callar, pues una homilía no consiste en una suma de conocimientos teológicos o de un compendio de interpretaciones exegéticas, sino en el eco de la palabra de Dios". 

De la misma forma, nuestro testimonio no debe ser una sucesión de hechos y vivencias sino la presencia evidente de Dios en nuestra vida.

Continúa diciendo que "la liturgia está enferma porque algunos sacerdotes, durante las celebraciones, ceden a la gran tentación de ser originales, introduciendo improvisaciones que no hacen sino banalizarla y desposeerla de su carácter sagrado". Habla, con rotundidad, de que las celebraciones se desarrollan con una "locuacidad ruidosa" por culpa de la "omnipresencia del micrófono" que las convierten en simples conferencias superficiales humanas.

El silencio litúrgico no es una pausa entre palabras o rituales, sino que es una disposición radical, una conversión. Etimológicamente, "conversión" significa "girarse", "volverse hacia Dios". 

Imagen relacionadaAsí, el cardenal defiende la celebración de cara a Oriente, es decir, el sacerdote de espaldas a la asamblea y vuelto hacia el Señor, porque "le protege de la tentación de convertirse en un espectáculo (show), en un actor protagonista, en un profesor que mira a su clase y que reduce el altar a un estrado cuyo eje no es la cruz sino el microfono".

Y es una realidad que yo he observado en algunos sacerdotes. No utilizan el mismo tono cuando oran en público, cuando están hablando al Señor, que cuando se dirigen a "su público". Parecen elevarse, e incluso ponerse por encima de Dios. Es cuando todas sus frases comienzan por "yo"...

Aparte de la homilía, durante la misa es necesario prescindir de cualquier discurso o explicación porque si no corremos el riesgo de convertir el culto de adoración y acción de gracias en la exhibición y exaltación del sacerdote. 

Cuando nuestra asistencia a la Eucaristía depende de la locuacidad o de la capacidad de expresarse del sacerdote, es señal inequívoca de que Dios no es lo importante para nosotros. 

Cuando los aplausos irrumpen  en la liturgia, es prueba evidente de que la Iglesia ha perdido la esencia de lo sagrado. 

Cuando el sacerdote se eleva al papel de actor protagonista, cuando habla de sí mismo, la liturgia deja de ser para gloria de Dios y santificación de los hombres y se convierte en un mitin personal en el que dejamos de mirar a Dios y miramos al hombre.

Me gustaría hacer mías las palabras tanto de Monseñor Guido Marini: "el silencio de los laicos durante la Eucaristía no significa inactividad o ausencia de participación, sino que nos sumerge en el acto de amor con el que Jesús se ofrece al Padre en la Cruz para salvarnos a todos", como las de Benedicto XVI, "las oraciones que hace el sacerdote en silencio le invitan a personalizar su tarea, a entregarse al Señor".

Podemos asegurar que el silencio exterior es la ausencia de ruido, de palabras y de actos, mientras que el silencio interior es la ausencia de afanes o deseos desordenados. 

Imagen relacionadaPor tanto, el ruido caracteriza al individuo que quiere ocupar un lugar preeminente o importante, que quiere presumir o exhibirse. 

El silencio interior caracteriza a la persona que quiere ceder su lugar a otros y sobre todo, a Dios, alguien en disposición hacia Dios, alguien "vuelto hacia Dios". 

Y nuestro mayor ejemplo de silencio y disposición humildes es nuestra Madre María, la Virgen Santísima, que nos prepara, precede y muestra el camino para el encuentro con Dios. 

El "Hágase en mí según tu palabra" que debemos imitar de María implica silencio, humildad y obediencia para que la Palabra de Dios hable y cobre vida en nosotros.

En conclusión, tenemos que guardar silencio, no por una cuestión de ociosidad sino de actividad. Un silencio activo en el que nuestro móvil interior esté con plena batería y con la máxima cobertura para poder recibir la llamada de Dios.