¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 6 de abril de 2019

TRAICIÓN EN VIERNES SANTO

"Jesús le dijo: Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre?" 
(Lucas 22, 48)


Con ocasión de la publicación del nuevo libro de entrevistas del cardenal Robert Sarah con Nicolas Diatme"Le soir approche et déjà le jour baisse (Ya está cayendo la tarde y se termina el día), me hago eco de algunas de sus brillantes, iluminadoras y acertadas reflexiones.
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Sin duda, el prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, es siempre claro, directo y contundente en su mensaje. Habla de "Traición en Viernes Santo".

Para muchos católicos y no católicos, decir con claridad la verdad significa ser un radical y un extremista, en los conceptos peyorativos de las palabras.

Sin embargo, yo me identifico completamente con todo lo que dice, pues no expresa otra cosa que fidelidad al mensaje de Cristo y a la fe católica, aunque pueda resultar duro en su examen de conciencia sobre la Iglesia.

Traición 

Es evidente que la Iglesia atraviesa una gran crisis y los escándalos, reales o imaginarios, se producen continuamente.


Los fieles nos preguntamos y nos cuestionamos muchas de las cosas que ocurren dentro de la Iglesia. Mientras muchos la abandonan, otros permanecemos atónitos ante los acontecimientos, y nos sentimos como "ovejas sin pastores".

Imagen relacionadaPara el cardenal Sarah, la situación de la Iglesia es similar a la del Viernes Santo, cuando los apóstoles abandonaron a Cristo, cuando Judas le traicionó, porque el traidor quería un Mesías preocupado por los asuntos políticos.

Resultado de imagen de soldados en getsemani mel gibsonDe igual manera y por desgracia, hoy en día, "numerosos sacerdotes y obispos están literalmente hechizados y preocupados más por los asuntos políticos o sociales que por buscar respuestas en Cristo".

Abandonan al Maestro y le dan la espalda, cayendo en la oscuridad. Huyendo de Él no encontraran respuestas que iluminen sus caminos, porque Cristo es la única luz: 'Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida' (Juan 8, 12)

"¿Cómo puede su Iglesia darle la espalda a esta Luz?", se pregunta el cardenal Sarah.

Abandono

El cardenal denuncia a “los pastores que abandonan a su rebaño", algo que no es propio sólo de nuestro tiempo sino que ya en el Antiguo Testamento ocurría, según habla el profeta Isaías: pastores malos, hombres a los que les gusta aprovecharse de la carne y la lana de sus rebaños ¡sin ocuparse de ellos! .

Siempre ha habido traiciones en la Iglesia. Hoy en día, también. Afirma el cardenal: "hay sacerdotes, obispos e incluso cardenales que tienen miedo de proclamar lo que Dios enseña y de transmitir la doctrina de la Iglesia". 

Imagen relacionadaTienen miedo de no ser aceptados, de ser considerados unos radicales. Y así, afirman y enseñan cosas confusas, vagas, imprecisas con el fin de no ser criticados, y se alían con la evolución estúpida del mundo, que no es otra cosa que "el humo de Satanás".

Es una traición a Dio
s y a su pueblo: si el pastor no guía a su rebaño a aguas mansas, hacia los pastos de yerba fresca de los que habla el salmo, si no lo protege contra los lobos, es un pastor criminal que está abandonando a su grey. Jesús dice: “Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño” (Mateo 26, 31). 

Es lo que pasa desgraciadamente hoy. Aunque la mayoría de los sacerdotes son fieles a su misión, existen otros también, que ceden a la tentación enfermiza y perversa de "amoldar" la Iglesia a los valores e ideologías del mundo actual.  

Corrección política

El cardenal señala que "Existe una tentación que se ha instalado en el interior de la Iglesia: Amar lo políticamente correcto". 

En efecto, algunos se afanan por quedar bien a ojos de los demás como si fuera posible, tratando de ser políticamente correctos para no contradecir a quienes atacan impunemente a la Iglesia, olvidándose de Dios e incluso al Diablo, y tratando de 'adecuarse' al mundo, lo que indefectiblemente les llevará hacia su perdición"

Resultado de imagen de "Le soir approche et déjà le jour baissePriorizan una fe del sentimiento, del "cómo se sentirán", es decir, quieren adecuar el mensaje de Cristo al sentimentalismo, al "buenismo". Se afanan en obviar la verdad y contar la mentira, en ocultar el pecado. Y eso ya sabemos de quien viene...

Jesucristo nunca se adecuó al mundo en el que vivió ni fue nunca políticamente correcto ni pretendió dar beneplácito a todos, por "el qué dirán". Más bien al contrario, su mensaje provocó escándalo y fue signo de contradicción y de conflictos que lo llevaron a la cruz: "la piedra que los constructores desecharon [es decir, Jesucristo], en piedra angular se ha convertido, en piedra de tropiezo y roca de escándalo (1 Pedro 2,7-8).

Jesús, símbolo de la paz y de la humildad nos advirtió que no había venido a traer paz a la tierra. Por tanto, debemos ser conscientes como católicos que la verdad siempre tiene un precio. "Bienaventurado el que no se escandalice de mí" (Mateo 11,6). 

Estamos llamados a ejercer una verdadera resistencia espiritual a poner de nuevo en el centro a Cristo", porque sólo Cristo es el Camino y la Esperanza del mundo.  

Jesús logró una unidad perfecta con el Padre al someterse a la voluntad del Padre, incluso hasta la muerte. Refiriéndose a Su Padre, Jesús dijo: "El que me ha enviado está conmigo y no me deja solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él" (Juan 8,29). 

Nuestra mirada ha de estar puesta en Cristo, que nos acompaña para que también cumplamos la voluntad de Dios y llegar a "ser perfectos con nuestro Padre es perfecto". 

Debemos llenarnos de la misma alegría que Cristo impregnó a los dos de Emaús cuando le invitaron a quedarse: “Quédate con nosotros, porque es tarde y el día va de caída" (Lucas 24, 29).

Falseamiento 

Continúa, el cardenal, diciendo que existe una tendencia perversa consistente en falsear la pastoral, oponerla a la doctrina y presentar a un Dios misericordioso que no exige nada. "¡Pero no existe un padre que no exija nada a sus hijos! Dios, como todo buen padre, es exigente, porque ambiciona grandes cosas para nosotros. Quiere lo mejor para nosotros".

"Algunos quieren, ante todo, que se diga de la Iglesia que es abierta, acogedora, atenta y moderna". 
No nos engañemos. El mundo quiere una Iglesia que no es la Iglesia de Cristo, quiere una Iglesia a su "medida":

- amaestrada, dócil y sumisa, que acepte sus consignas y sus modas.

- "democrática" y "abierta", en la que se vote y decida lo que es pecado y lo que no. 

- simplona y cómoda, que hable mucho del amor y nada del pecado; mucho de ir todos al cielo y nada de castigos ni de infiernos. 

- "ornamental" y estética, que celebre bodas, bautizos, comuniones y funerales "civiles", sin "rollos" ni misas.

- "buenista" y relativista, que no tenga mandamientos ni moral ni complicaciones, que acepte el divorcio, que promueva  el aborto y justifique la eutanasia.

"progre", moderna y nada "carca", que bendiga los matrimonios entre homosexuales, que acepte la ideología de género, la fecundación artificial o la experimentación con embriones humanos.

"La Iglesia no está hecha para escuchar, está hecha para enseñar: ella es mater et magistra, madre y educadora. Aunque ciertamente, una madre escucha a su hijo, su papel, primero, es el de enseñar, orientar y dirigir, porque conoce mejor que sus hijos la dirección que hay que tomar". 

El cardenal deja en evidencia a "algunos que han adoptado las ideologías del mundo actual con el pretexto falaz de abrirse al mundo; sería necesario, más bien, hacer que el mundo se abriera a Dios, fuente de nuestra existencia".

Afirma con rotundidad que "no podemos sacrificar la doctrina por una pastoral reducida a una porción mínima de la misericordia: Dios es misericordioso, pero sólo en la medida en que reconozcamos que somos pecadores. Para que Dios pueda ejercer su misericordia, hay que volver a Él, como el hijo pródigo".

Hay hombres en la Iglesia, algunos en altos niveles de la jerarquía, que han empañado la Iglesia, han desfigurado el rostro de Cristo, pero la traición de Judas no debe llevarnos a rechazar a todos los apóstoles. 

Estos graves fallos no condenan a la Iglesia; al contrario, demuestran que Dios confía incluso en personas débiles para demostrar el poder de su amor por nosotros. No confía su Iglesia a héroes excepcionales, sino a hombres sencillos, para demostrar que es Él el que actúa por medio de ellos.


miércoles, 27 de marzo de 2019

VOLVER A EVANGELIZAR A "LOS NUESTROS"

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"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" 
(Mateo 28, 19-20)


A lo largo de su historia, la Iglesia se ha ocupado de cumplir el mandato de Jesús de ir, hacer discípulos, bautizar y enseñar la fe cristiana hasta los confines de la tierra. 

Sin embargo, en los últimos tiempos nos hemos "olvidado" (o nos hemos despreocupado) de hacer discípulos dentro de nuestras parroquias, llevados por la inercia de pensar que "todo estaba hecho", que "todos estaban evangelizados", "que "todos estaban convertidos". 

Poco a poco, la Iglesia Católica ha ido convirtiéndose (en el sentido equivocado del término) en una "Iglesia de llegada", que acogía a los cristianos de conversión o a los cristianos de nacimiento. Hemos hecho "cristianos" pero no discípulos, hemos nacido católicos pero no nos hemos convertido, y muchas personas que estábamos dentro de la Iglesia, nos hemos ido.

Ahora, tenemos que "volver a ser una Iglesia en salida", como dice el Papa Francisco, para recuperar su esencia evangelizadora, para volver a su origenNo para romper ni cambiar la Iglesia sino para redescubrirla, para reiniciarla

Así pues, nos encontramos de vuelta a 'la Iglesia primitiva' del siglo I, para que reiniciemos la misión que Cristo nos encomendó. Tenemos que "volver a evangelizar a los nuestros". Pero ¿cómo hacerlo? ¿a qué problemas nos enfrentamos? ¿cuáles son nuestras debilidades y fortalezas?
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Debilidades

1-Falta de discipulado
Nos hemos dejado la fe por el camino porque la hemos dado "por supuesta" y ahora no sabemos qué hacer. No sabemos cómo evangelizar. No sabemos como "convertir". No sabemos cómo hacer discípulos. Nos hemos olvidado de cómo hacerlo.

2- Falta de enfoque.
La evangelización comienza siempre con cercanía, empatía e interés genuino hacia las personas a las que nos dirigimos y esto se hace a través de la acogida, la escucha y la construcción de relaciones auténticas. 

3-Falta de comunidad real
Es triste admitirlo, pero en nuestras parroquias casi nadie nos conocemos, casi nadie nos saludamos, casi nadie nos interesamos por el que se sienta delante o detrás nuestro y casi nadie comparte su fe. 

Vamos a la iglesia, "consumimos" sacramentos y nos vamos a casa.

4-Falta de "herramientas".
Necesitamos herramientas para que todos podamos compartir la fe, es decir, evangelizar. 

Obviamente, la formación es una parte importante de equipar a las personas para el apostolado. 

Dios ya ha provisto a su Iglesia todo lo que necesita para hacerlo. Él ha dado dones y talentos para evangelizar a laicos, hombres y mujeres, y les ha dotado con celosos sacerdotes para que proclamen y enseñen la fe. 

5-Falta de motivación
Tendemos a pensar que la evangelización es sólo labor de unos pocos. Pero no es cierto. 

Los dones del Espíritu Santo son repartidos por Dios con un propósito: la edificación del cuerpo místico (Efesios 4, 11-16).  

Por lo tanto, es labor de todos descubrir y liberar los dones inherentes al apostolado en nuestras comunidades para formar, motivar y dirigir a todos en el servicio misionero y la evangelización. 

Fortalezas

1-Visión. 
Ante todo, tenemos que saber lo que debemos hacer y, a continuación, hacerlo. Se trata de fomentar el modelo de vida cristiana para motivar a todos los católicos y a los que no lo son: "enseñamos lo que sabemos, pero expresamos lo que somos".

Tenemos que cambiar la inercia y darnos cuenta que el problema no está fuera, sino dentro de la misma Iglesia. Reconstruir una Iglesia de "primer momento", de "primer anuncio" para que nuestras las parroquias vuelvan a ser verdaderas comunidades cristianas del siglo XXI. 

2- Mensaje que señale a la Fuente.
Toda la vida parroquial ha de estar enfocada en y hacia Jesús. Nuestras parroquias deben ser, ante todo, "cristocéntricas.

No se trata de enseñar o imponer una moral, una doctrina o una religión, sino de favorecer un encuentro íntimo y personal con Jesús. Porque sólo puede amarse lo que se conoce. Y conocer a Jesús nos lleva a amarle. 

Nuestro testimonio, nuestro mensaje no trata sobre nosotros ni de normas, sino de una persona: Dios. Se trata de mostrar que somos gente de Jesús, que camina junto a Jesús y que transforma su vida por medio de Jesús. Jesús es atractivo incluso para las personas que han sido heridas por los pecados de la Iglesia o que rechazan la religión. 

Cristo cierra todas las cicatrices que nadie más puede. Señalamos a las personas a Jesús y nos damos cuenta de que la Iglesia es una herramienta, pero no la fuente. Jesucristo es la fuente de "agua viva" que hace todo nuevo, incluso en esta sociedad post-cristiana.

3-Celebrar vidas transformadas
Cuando las personas tienen un encuentro real con Jesucristo vivo y resucitado, sus vidas cambian y eso crea y aumenta el interés hacia lo que Jesús ha hecho por cada uno de nosotros. 

Nuestra Iglesia debe ser un espacio donde está bien "no estar bien", donde está bien no ser "perfectos", donde acoger personas que combaten luchas reales, que tienen grandes heridas abiertas y testimonios demoledores, que buscan una esperanza real que solo pueden encontrar en Jesús. 

Se trata de testimoniar cómo Dios actúa en nuestras vidas y celebrarlo con una fiesta, la Eucaristía, como hace el Padre cuando regresa el hijo pródigo.

4-Comunidades celulares. Nuestras parroquias deben estar formadas por grupos celulares y estructuradas en pequeñas comunidades de fe.

Al igual que los primeros cristianos se reunían en las casas y eran comunidades vivas que compartían todo, hoy tenemos que volver al lugar donde la gente se conoce y reza junta, donde comparte y testimonia su fe.

Necesitamos crear espacios de intimidad donde nuestra fe crezca, se desarrolle y se multiplique.

5-Al servicio a los demás
Nuestros principios evangelizadores deben estar orientados al servicio a los demás. 

Se trata de encontrar a personas que sufren y brindarles nuestra ayuda; personas desesperadas y darles el regalo de la esperanza; hombres y mujeres, adolescentes y niños para presentarles al Salvador, para que luego, ellos también puedan encontrar personas y hacer discípulos.

6-Crear un ambiente de autenticidad. 
La Iglesia debe ser también un espacio comunitario donde tomar conciencia de que todos corremos el riesgo de tropezar y caer una y otra vez en nuestro caminar hacia Dios. 

Una Iglesia donde todos somos pecadores y donde todos tenemos heridas. Una Iglesia donde Dios nos quiere a su lado para perdonarnos y sanarnos. 

Se trata de ser auténticos en un mundo de máscaras y estereotipos.

7- Una misión de todos y para todos
Buscar el Reino es tarea de todos. Dios nos llama a todos a contribuir en la instauración del Reino, no sólo a unos pocos. 

Necesitamos una "Iglesia de adultos", corresponsales en la misión, donde hace falta que todo el mundo reme y elimine las excusas para no evangelizar a amigos, familiares y vecinos. 

El apostolado parece haberse convertido en algo impersonal, etéreo. Algo que no va con todos. Algunos católicos no saben con qué ojos mirar a las personas que no creen.  No saben cómo ayudarles ni cómo escucharles. 

Hemos creado católicos "socialmente torpes" que viven una fe sin relación con los demás, sin preocupación por los demás, sin atención a los demás.

8- Nuevos métodos y lenguajes
Muchos de los problemas de la nueva evangelización vienen motivados porque "hablamos idiomas distintos" de los que habla la gente alejada de Dios, porque utilizamos métodos y catequesis que "no funcionan". 

Por tanto, es preciso ser audaces, valientes y creativos para replantear objetivos, estructuras, estilos y métodos para reconfigurar hacia donde ir y cómo hacerlo. 

Necesitamos cambiar el estilo, cambiar lo accesorio sin cambiar lo esencial. No se trata de cambiar las cosas, sino la manera de comunicarlas. 

Nuestra tarea es demostrar que nosotros somos tan "normales" como ellos. No somos "mejores" que ellos. Somos iguales pero con una diferencia: conocemos a Dios y queremos mostrarles cuánto nos ama.

9-Transformar el mundo
Evangelizar es algo más que una palabra "extraña". La Buena Nueva del Evangelio es un cometido que reúne recursos espirituales, humanos y materiales para cubrir necesidades y que trasciende la salvación y la santidad individuales. 

Incluye ambas, sin duda, pero también implica la transformación de comunidades fragmentadas, de sociedades perdidas y ciegas, de instituciones injustas, de sistemas opresivos y de medio-ambientes destruidos. 

El Evangelio es una buena noticia para toda la creación, para todo el mundo.

10-La única esperanza
El mundo, que camina en oscuridad, no puede darnos ninguna  luz de verdadera esperanza para una vida plena y eterna. 

Las personas anhelan una trascendencia que colme sus necesidades más profundas y que el mundo no puede ofrecer, aunque lo intente con espiritualidades que sólo conducen hacia un túnel existencial que genera personas solitarias, rotas y vacías. 

Sólo Dios puede cubrir ese espacio en lo más hondo del corazón humano y para ello, nos da más tiempo y una segunda oportunidad.  

En definitiva, sólo hacen falta tres cosas: rezar con esperanza, creer en el poder del Espíritu Santo y poner nuestra confianza plena en Dios.
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UN LIBRE ACTO DE AMOR

“Perdona nuestras ofensas 
como también nosotros 
perdonamos a los que nos ofenden…”
(Mateo 6, 12)

A diario, repetimos en el Padrenuestro la petición a Dios de perdón y la intención de perdonar, quizás, sin pararnos a pensar detenidamente que en ella se concentra toda la esencia del concepto cristiano de misericordia y amor que Dios nos concede. 

En este  tiempo de Cuaresma en el que Dios nos llama a la conversión, nos conmina también al perdón. Pero, ¿realmente perdono a los demás? ¿pido sinceramente perdón a Dios y a los demás? ¿me perdono a mi mismo?

Existen dos cosas que me impiden recibir la Gracia, el Amor y la Misericordia de Dios: el rencor y la culpa. Y la forma de superarlos es el perdón.

El perdón es un maravilloso acto de amor y la mejor forma de manifestar la grandeza de alma y la pureza de corazón, porque de la misma manera que Dios está dispuesto a perdonar todo de todos, mi capacidad para perdonar no puede ni debe tener límites, ni por la magnitud de la ofensa ni por el número de veces que debo perdonar: 
"Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó: Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces? Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete” (Mateo 18, 21).

Si he sido perdonado de todos mis pecados, ¿cómo no voy a perdonar a los demás siempre? Cuando no perdono a quienes me ofenden, no puedo esperar que Dios me perdone a mí. 

Pero además, la falta de perdón me esclaviza y me hace prisionero de quien me ha ofendido. El rencor, que conduce al odio, me envenena a a mi mismo y no a quien me ofende.

En ocasiones, puede que me resulte fácil perdonar a otros, pero ¿soy capaz de pedir humildemente perdón? o ¿me lo impide mi orgullo y egoísmo?

Perdonar a otros

Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos. Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados; dad y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros” (Lucas 6, 35-37).

Perdonar a otros (incluso a mis enemigos) sin esperar nada es un acto heroico de amor pero es que, además, es una experiencia liberadora y sanadora. Cuando perdono, recobro la libertad que el rencor y el resentimiento me hicieron perder. 

Perdonar es un acto heroico de misericordia que me hace ser compasivo con los demás y poder obtener un corazón como el de Cristo. 

El  verdadero perdón no consiste en olvidar, sino en aprender a recordar sin dolor y evitar todo rencor hacia aquellos que de una u otra manera me han ofendido, agredido, difamado, herido, etc. durante mi vida.

¿Cuántas veces "juego" al falso perdón? ¿Cuántas veces digo “yo perdono, pero no olvido”? ¿Soy capaz de acercarme a Dios sin haberme reconciliado antes con mi hermano?

“Y cuando os pongáis a orar, perdonad lo que tengáis contra otros, para que también vuestro Padre del cielo os perdone vuestras culpas.” (Marcos 11, 25-26).
Si no soy capaz de perdonar las ofensas de los demás, es que no soy consciente del perdón y de la misericordia que Dios tiene conmigo. Así, no puedo acercarme a Él: 

“Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mateo 5, 23-24) 

El rencor y el recuerdo de los agravios ajenos endurecen mi alma, la llenan de resentimiento, malestar e insatisfacción, y todo ello me aleja de Dios y de los demás. 

Perdonar no significa quitarle importancia a lo ocurrido, sino sanar mi corazón y mis recuerdos, permitiendo recordar lo que me causó dolor o daño sin experimentar odio o rencor hacia quien me ofendió. 

Perdonar no significa olvidar, sino transformar heridas de odio y rencor, en amorSi olvido, programo mi mente para no recordar aquellos sucesos que me han herido. Pero es una “programación” ficticia porque, en el fondo, ese recuerdo permanecerá siempre en mi memoria. 

Perdonar es comprender la importancia que tiene para Dios la persona que me ofendió y así, amarla libre y voluntariamente. “Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás.” (Lucas 17, 3-4).

Perdon
ar es permitir que Jesús entre en mi corazón y me llene de paz. Jesús siempre me da primero, aquello que me pide. Ayudado de su Divina Gracia, podré perdonar y amar a quien me hirió. Tan sólo tengo que pedírselo, ponerlo a los pies de la Cruz, entregárselo y dejar que sea Él quien se lo presente al Padre. 

Perdonarme a mí

Pero, para saber perdonar a los demás, lo primero que debo hacer es empezar por perdonarme a mí mismo, algo a veces que me puede resultar mucho más difícil que perdonar a otros. A veces, los remordimientos y culpabilidades ahogan mi capacidad de abrirme al amor de Dios.

Jesucristo ha muerto en la Cruz por mis pecados y todo me ha sido ya perdonado. Si Dios, que conoce mi gran debilidad y pobreza, mis múltiples caídas e infidelidades… ha dado Su vida por mí para salvarme y perdonarme, ¿cómo no voy yo a perdonarme a mí mismo? ¿Acaso soy yo más que Dios? 
Cuando como hijo pródigo, soy consciente de mi pecado, de mis "despilfarros" y "derroches", de mis límites e incapacidades, experimento la necesidad de volver a la casa del Padre.

Cuando soy conocedor del gran amor que Dios me tiene, de que me está esperando siempre y sale a mi encuentro para abrazarme, experimento la necesidad de dejarme abrazar por Él.

Cuando reconozco que le he fallado y ofendido, cuando me arrepiento de corazón de mi infidelidad, experimento la necesidad de reconciliarme con mi Padre.

Cuando me perdono a mi mismo experimento la necesidad y el deseo de volver a sentir su perdón y amor infinitos.

Pedir perdón a Dios

Dios, grande en misericordia y generosidad, me vuelve a demostrar lo mucho que me quiere y me hace otro regalo: el sacramento de la confesión.
Cuando acudo a confesarme, con verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda, el Señor no sólo me perdona (mi pecado deja de ser mío y pasa a pertenecer a Cristo, que lo ha comprado y pagado con su sangre en la Cruz) sino que, además, me infunde nuevamente los dones de su Espíritu Santo, que me ayudan y me fortalecen para no caer nuevamente en la tentación del pecado. 

Sólo Dios puede liberarme de mis pecados, pero necesito pedirle perdón a Él porque su infinita misericordia se pone de manifiesto en este sacramento: “Dios nunca se cansa de perdonarnos; somos nosotros los que, a veces, nos cansamos de pedir perdón” (Papa Francisco 17/03/13).

Mi vida cristiana y mi crecimiento espiritual necesitan del perdón de mis pecados para alejarme de ellos y dejar espacio en mi corazón al amor de Dios. 

Pedir perdón a otros

Además de pedirle perdón a Dios, debo pedir perdón a otros cuando, consciente o inconscientemente, les ofendo o les daño. Sé que al ofender a mi hermano, antepongo mi orgullo y mi egoísmo, y con ello, ofendo también a Dios.
Pedir perdón es un acto de humildad por el que me reconozco pecador, teniendo presente que todos somos limitados, que todos cometemos errores, y que no existen errores imperdonables.

Pedir perdón es una expresión de arrepentimiento y una forma de reparación por el error y el daño causados. 

Pedir perdón es un acto de liberación de remordimientos y culpabilidades que me ayuda a vivir la caridad cristiana en plenitud.

Pedir perdón es una expresión de sinceridad por el que expreso a la otra persona que soy consciente y que siento de corazón el mal o el daño que le ha causado, incluso aunque no lo haya hecho a propósito o no me haya dado cuenta

Pedir perdón supone un propósito de enmienda y un compromiso de reparar o sustituir lo que se ha roto o dañado.

El Perdón es un acto de compasión y misericordia, 
de grandeza de alma y pureza de intención, 
de generosidad y de magnificencia,
de sinceridad y humildad, 
de sanación y reparación, 
de reconciliación y arrepentimiento.

El Perdón es un libre acto de amor.

martes, 26 de marzo de 2019

¿A QUÉ ESPERAMOS PARA CONVERTIRNOS?

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"En aquel momento se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos, 
cuya sangre había mezclado Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. 
Jesús respondió:
'Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos 
porque han padecido todo esto? 
Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo. 
O aquellos dieciocho sobre los que cayó la torre en Siloé y los mató,
¿pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? 
Os digo que no; y, si no os convertís, 
todos pereceréis de la misma manera.
Y les dijo esta parábola:
Uno tenía una higuera plantada en su viña, 
y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. 
Dijo entonces al viñador:
“Ya ves, tres años llevo viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. 
Córtala. 
¿Para qué va a perjudicar el terreno?.
Pero el viñador contestó:
Señor, déjala todavía este año 
y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, 
a ver si da fruto en adelante. 
Si no, la puedes cortar”.
(Lucas 13, 1-9)

El Evangelio de este 3º domingo de Cuaresma nos llama a la conversión, exhortándonos a interpretar los signos de los tiempos. Jesús nos enseña a no interpretar los sucesos desde un punto de vista humano, sino a transformarlos en un examen de conciencia: "Os lo aseguro: ¡si no os convertís, perecereis todos!, para después, regalarnos una nueva parábola con la que nos muestra la misericordia, la paciencia y el perdón de Dios.

Aún así, pudiera ser que algunos cristianos llegáramos a malinterpretar el perdón de Dios. Pudiera ser que pensáramos que todo nos será perdonado, sólo porque Dios es misericordioso, sin más. Sin poner de nuestra parte. Entonces, pudiera ser que estuviéramos tergiversando el Evangelio. O peor aún, instrumentalizando a Dios para nuestros intereses.

Por eso, como seguidores de Cristo tomamos conciencia de nuestros propios pecados y errores, para comprender que el fin (la muerte) puede llegar en cualquier momento, y así, dejamos de vivir pensando que la compasión de Dios es infinita, como justificación para hacer lo que sea, lo que nos apetezca hasta el último momento (Eclesiástico,1-13). Dios nos llama a cambiar el corazón, nos conmina a la conversión ¡Ya!

La vida pasa muy rápido y por eso, dejamos de pensar que podemos hacer lo que nos dé la gana, confiando en la misericordia infinita de Dios. Evitamos caer en la temeridad y en el riesgo de creer que siempre tendremos oportunidad de librarnos de su justicia, de que siempre tendremos tiempo para ser perdonados por Él. 

Evitamos dejarnos llevar por nuestras comodidades o apetencias o por las pasiones de nuestro corazón y nos mantenemos alerta y vigilantes para dominarlas. Porque si no somos capaces de dominarlas, serán ellas las que nos dominen. 

Resultado de imagen de tu estas aqui señorRehuimos pensar: "Bueno, hasta ahora me ha perdonado, así que seguiré así… porque la compasión de Dios es infinita y me perdonará siempre mis muchos pecados". No. Hasta ahora puedo haber sido perdonado, sí, pero en adelante, no lo sé… 

Los cristianos no perdemos ni un sólo segundo en convertirnos al Señor, en lugar de esperar a mañana para cambiar de vida, ni intentamos posponerlo de un día para otro, porque sabemos que podemos quedarnos sin tiempo.

"No tardes en convertirte": es la invitación que nos hace el Señor en este tiempo de cuaresma, hoy, ahora mismo. No podemos dejarlo para mañana, o para cuando nos venga bien...no debemos.

Esta invitación a la conversión nos conduce a realizar un examen de conciencia cada día y a tomar conciencia de la santidad de Dios, que nos ha creado para tener una relación de amor con Él, y que, sin embargo, se ve comprometida por nuestros pecados. 

No caemos en el error de pensar que la conversión sólo concierne a aquellos que no creen para que se vuelvan creyentes, que sólo atañe a los pecadores para que sean justos, que sólo se refiere a los perdidos para que sean encontrados.

No pensamos, ni por un instante, que nosotros, que ya somos cristianos y que ya conocemos a Cristo, no tenemos necesidad de convertirnos. Ni suponemos que eso no va con nosotros. Porque es precisamente de esta presunción vanidosa, de esta suposición orgullosa de la que estamos llamados a convertirnos.


¿Qué es la conversión?

La auténtica conversión significa dejar de confiar en uno mismo o en nuestras propias fuerzas, para abandonarse a Dios, que nos perdona, y dejarse guiar por su Gracia, que nos santifica.

La conversión es un acto de la inteligencia humana iluminada por la gracia divina, por el que tomamos la decisión de realizar la voluntad de Dios y sus mandamientos, y en especial el del amor.

La conversión es una transformación del corazón, un cambio esencialmente interior, aunque puede tener y tiene expresiones externas (Mateo 7,15-20; Marcos 7,16-23), basado, sobre todo, en la bondad de Dios y en su deseo de que participemos en Su amor sobrenatural.
La conversión es una tarea que supone la gracia, que se realiza por la fe y que responde a la llamada de Dios, sin olvidar que Dios actúa en cada uno de los pasos que damos en nuestro retorno hacia Él. 

La conversión es, sobre todo, un sí a Jesucristo, a sus hechos y a sus enseñanzas. Es por medio de Jesús, que Dios se acerca a la humanidad para llevarnos a Él. Cristo es quien nos invita a la conversión, no sólo a los publicanos y prostitu­tas, no sólo a los "no cristianos", sino también a los fariseos y a las personas observan­tes de la Ley. Jesús sitúa a todo hombre, bueno o malo, justo o impío, ante la necesidad de convertirse al Reino de Dios (Mateo 10,39; Marcos 8,35; Lucas 17,33).

La conversión es una característica de la vida cristiana: aunque pecadores, pedimos la gracia que nos lleve hacia el Padre, vivimos en comunión con Cristo que nos conduce a realizar su voluntad, que nos purifica de los pecados, y que, progresando en su seguimiento, nos sentimos plenamen­te comprometi­dos al servicio del amor. 

La conversión es la superación de la esclavitud del propio aislamien­to y una participación en la vida comunitaria de la Iglesia. No podemos ser "francotiradores de la fe". Dios nos llama a una conversión en comunidad.

Pero además, la conversión es un motivo de alegría, pues hemos encontrado Algo por lo que vale la pena entregarlo todo, como nos indican las parábolas del tesoro y de la perla (Mateo 13,44-46). Jesús muestra la alegría de la conversión cuando nos habla de banquetes de boda, de vestidos nupciales, de júbilo que se manifiesta incluso en el cielo cuando un pecador se convierte (Lucas 15,7). 

Dios desea que vivamos en comunión con Él. Anhela perdonar nuestros pecados, reconciliarse con nosotros y restaurarnos en su amistad, y por ello, perdona siempre. Pero nos dice: "no peques más", "conviértete", "transforma tu vida".

Dios es justo y misericordioso. Ambas cosas no pueden separarse con el objetivo de aprovecharnos egoístamente del amor y de la misericordia divinos. Por ello, tomamos consciencia de que el pecado es el alejamiento de Dios. Pecar significa vivir separados de Dios. Por lo tanto, no se puede estar en pecado y, a la vez, cerca de Dios. Es imposible.

¿Cómo nos perdona Dios?

Dios en su amor misericordioso pone a nuestro alcance muchos medios para nuestra conversión y perdón:

Confesión
"Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad" (1 Juan 1,9).

Imagen relacionadaLo primero es expresar y reconocer las cosas malas que hemos hecho, contárselas a Dios. Y para eso, nos regala el sacramento de la reconciliación.

Él conoce todo y lo sabe todo. Somos nosotros los que necesitamos aceptar con humildad, en su presencia, que le hemos fallado, que le hemos dado la espalda y que hemos huido de Él. Este paso que damos en la confesión, nos abre las puertas para que su perdón fluya y su gracia nos alcance

Dios es, ante todo, reconciliación, nos limpia de toda maldad. No hay absolutamente nada que podamos confesarle, que Él no pueda perdonar. Su amor y su perdón alcanzan y cubren cada rincón de nuestro corazón.

Arrepentimiento
Nuestro Señor no tarda en cumplir su promesa, aunque algunos puedan pensar que tarda en hacerlo o que no lo hace. Es más, muestra una gran paciencia con nosotros, y nos da "tiempo extra" porque no quiere que nadie muera, sino que todos se arrepientan (2 Pedro 3,9).

Resultado de imagen de arrepentimientoPero no basta con confesar y reconocer las cosas malas que hemos hecho. ¡Necesitamos arrepentirnos! El arrepentimiento es el primer peldaño de nuestra conversión. Cuando nos arrepentimos expresamos el dolor que nos causa ver los errores que hemos cometido y eso nos impulsa a hacer los cambios necesarios para comenzar a actuar como Dios quiere. Y sobre todo, reconocemos el dolor que le hemos causado a Dios.

Dios desea que todos nos arrepintamos, que reconozcamos que le necesitamos a nuestro lado, en nuestra vida. Quiere que nos reconciliemos con él y le recibamos como Señor y Salvador. Él no desea que ningún ser humano pase la eternidad lejos de él. Por eso espera con paciencia nuestro arrepentimiento.

Propósito de enmienda
Tras reconocer nuestras faltas, es necesario tener un propósito de enmienda. Si realmente no deseamos en nuestro corazón cambiar, transformarnos, convertirnos, no podremos encontrar el perdón, todo nuestro esfuerzo será inútil.

El perdón divino sólo se obtiene con pureza de intención, con el deseo de cambiar, con propósito de enmienda.
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Nuestro modelo es el hijo pródigo de la parábola de Lucas 15, que arrepentido, se dirige por el camino de vuelta a casa, preparando lo que le va a decir a su padre, quien, sin embargo, ni siquiera lo deja hablar, sino que sale a su encuentro, lo abraza y lo cubre de besos.

Nuestro destino es el Padre misericordioso que... ¡No te deja hablar! ¡No te deja que pierdas tu dignidad! Tú comienzas a pedir perdón y Él te hace sentir esa enorme alegría de sentirte amado y perdonado, antes de que tú hayas terminado de decir todo. Sale a tu encuentro y te abraza. 

Pero, además, Dios va más allá cuando perdona: celebra una fiesta. Borra toda tristeza y la cambia por alegría. Dios todo lo olvida porque lo que le importa es encontrarse con nosotros, reconciliarse con nosotros.

Nos envía a su Hijo
Dios nos envía a su único hijo Jesucristo para obtener el perdón y la salvación. Él abre las puertas del cielo a la humanidad. Su sangre derramada en la cruz es el precio que Cristo pagó para que nuestros pecados fueran perdonados, para redimirnos y rescatarnos de la esclavitud del pecado. Un regalo que no merecíamos. Pero Dios es así.

"Hijos míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos junto al Padre un defensor, Jesucristo, el justo. Él se ofrece en expiación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino por los de todo el mundo." (1 Juan 2,1-2).

Resultado de imagen de confesionJesús, a través de su muerte en la cruz y su resurrección nos reconcilia con Dios. Él es el "Jardinero" que pide al "Dueño de la viña" que espere, que nos de tiempo para que Él "pueda cavar alrededor y abonar el terreno". 

Cristo es el intercesor entre nosotros y el Padre porque solo él está libre de pecadoÉl interviene constantemente a nuestro favor, restaurándonos como hijos perdonados. Él es quien nos ha transformado y ha dado sentido a nuestra vida.

En la Cruz nos dejó a su Madre, la Virgen María para acudir a Él y por ello, decidimos entregarnos apasionadamente a Él, a través de Ella. Ya no hacemos más lo que nos interesa o lo que nos apetece, ya no vivimos para satisfacer nuestro ego. Le entregamos nuestra vida, nuestro cuerpo y nuestra alma, y aún el valor de nuestras buenas acciones, pasadas, presentes y futuras, para que se las entregue al Rey de nuestra vida, al dueño de nuestra existencia, en una esclavitud de amor. 

"Dichoso aquel a quien se le perdonan sus transgresiones, a quien se le borran sus pecados" (Salmo 32,1). ¡Qué alegría más grande trae el perdón! ¡Qué libertad nos confiere sabernos hijos de Dios. Nuestros pecados ya no cuentan, Dios los borra para siempre.

El perdón de Dios llena nuestro corazón de gratitud y amor hacia Él. Nos concede la oportunidad de un nuevo comienzo, de una nueva vida guiada por Él.

Dios está ansioso de perdonarnos. Nos perdona de inmediato y completamente. Nos hace una fiesta porque no es Dios quien nos acusa sino quien perdona. Pero el perdón de Dios requiere una transformación.


¿A qué esperamos para convertirnos?