¿QUIÉN ES JESÚS?
lunes, 19 de octubre de 2020
MARÍA, EL NUEVO ARCA
sábado, 17 de octubre de 2020
PASAR DEL "YO CREO" AL "NOSOTROS CREEMOS"
lunes, 12 de octubre de 2020
DEJARSE MOLDEAR POR DIOS
viernes, 9 de octubre de 2020
SI HA DE HABER LÁGRIMAS, QUE SEAN DE ALEGRÍA
Al contrario que las personas sin fe y apegadas a este mundo terrenal, que evitan el sufrimiento, que ocultan el dolor o que ignoran y esconden la muerte, yo pienso a menudo en ella, y me pregunto: ¿Consigo algo silenciándola o ignorándola? ¿Resuelvo el problema de mi existencia humana, negándola? ¿La elimino?
No pienso en la muerte porque la espere (no, de momento) ni porque la desee, sino porque es una puerta por la que, antes o después, todos vamos a tener que pasar: "Mors certa, sed hora incerta", "‘la muerte es segura, pero la hora incierta".
La muerte es un proceso inexorable que agrede el proyecto inicial divino en cuanto a la naturaleza del hombre creada a imagen y semejanza de Dios, un Dios vivo e inmortal que nos pensó para vivir eternamente.
La muerte es una violación de nuestro mayor derecho, el derecho a vivir, el derecho a la inmortalidad. Aunque constituye una realidad indiscutible y un fenómeno biológico adquirido como consecuencia de nuestro pecado, representa la más intolerable de las paradojas porque es anti-natural, contradictoria, absurda.
No deberíamos morir nunca pero, desgraciadamente, nacemos con una fecha de inicio pero también con una fecha de caducidad. Nacer es comenzar a ser, vivir es ser y morir es dejar de ser, es el "no-ser". Esa es la contradicción: el hecho de que, habiendo "sido", haya un instante en que "dejamos de ser".
Sin embargo, meditar sobre mi muerte da sentido a mi vida y luz a mi vocación como hijo de Dios, a quien agradezco todo lo que me ha dado y trato de aprovecharlo para su gloria. Desde luego, no me pregunto el por qué de la muerte (porque ya lo sé) sino el para qué (porque también lo sé).
Pero además, con su muerte en la Cruz, Jesús cambia radicalmente la forma de morir del hombre y me enseña cómo morir. Porque Cristo ¡murió por amor! y con su ejemplo, me invita a vivir esa misma muerte por amor, haciéndole frente, dándole sentido y asumiéndola con la misma fe y confianza que Él, diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Desde ese amor y esa fe que Dios me ha regalado, vivir cada día como si fuera el último, aprender y prepararme a morir, me proporciona una alegre y confortadora esperanza de llegar a disfrutar la misma gracia que me aguarda al traspasar ese umbral que mi Señor cruzó: "Dios, que vive, me llama a la vida eterna".
Enfocado en esas tres virtudes (fe, esperanza y amor) la muerte no tiene un poder definitivo sobre mi, sino que tan sólo supone un paso de un lugar temporal a otro eterno, un cambio de "nacionalidad": "dejar de ser" ciudadano del mundo para "ser" ciudadano del cielo. Y todo, por los méritos de Jesucristo, quien venció el poder de la muerte en la Cruz y nos concedió a todos los hombres el "visado permanente" para habitar el cielo.
"Jesucristo ha resucitado". Esa es mi certeza. Porque mi Señor, con su resurección, me ha abierto las puertas del cielo de par en par, a mí y a todos, para que los que creamos en Él, vivamos para siempre. De lo contrario, como dice San Pablo "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ".
miércoles, 7 de octubre de 2020
EL INCIDENTE DE ANTIOQUÍA: ¿AGRADAR A DIOS O A LOS HOMBRES?
lunes, 5 de octubre de 2020
DESDIBUJANDO LA EVANGELIZACIÓN
En ocasiones, el viajero debe hacer un alto para tomar aliento,
entrar en la "posada" para "beber y alimentarse","mirar el mapa" para tener una apropiada "visión del viaje"y sólo así, volver a ponerse en camino,con una mayor motivación, con una clara idea y con un renovado ánimo.
lunes, 21 de septiembre de 2020
EL ESPIRITU DEL MAL: DIVIDE Y VENCERÁS
domingo, 20 de septiembre de 2020
JESÚS, NUESTRO EJEMPLO DE SERVICIO
En el Evangelio de Mateo, Jesús nos descubre su "estilo". No se da importancia ni se presenta así mismo con palabras. Tan sólo nos pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?" (Mateo 16, 13-15). Siempre nos motiva a dar una respuesta, a dar un paso adelante.
Los rasgos principales de su ejemplo de servicio están basados en las tres reglas de oro: oración, humildad y obediencia a Dios.
Constantemente se apartaba del "ruido" para pasar tiempo a solas con Dios Padre. Oraba siempre y constantemente. Nunca hacía nada sin encomendarse primero al Padre.
Dios Padre era el único que podía entender su angustia y socorrer su necesidad. Nadie más.
Pero además, Cristo disfrutaba estando en comunión con Dios Padre porque le amaba y porque era amado (Mateo 17,5 ; Juan 17, 24). El Padre gozaba con el Hijo y viceversa.
Ese amor recíproco constituía un vínculo indisoluble con el que nos enseña a orar en el Padrenuestro, a buscar siempre la comunión con Dios, a tener un encuentro de intimidad con Él. ¡Confianza plena!
A éste, le siguieron muchos otros actos de humildad pero, quizás el más significativo fue el lavatorio de los pies a sus discípulos. Lavar los pies era una tarea exclusivamente de los esclavos. ¡Dios se hizo esclavo por amor!
¡Se negó a sí mismo!
Jesús tenía un plan de sucesión y delegación: envió a los discípulos por su propia cuenta, de dos en dos.
Les recordó, a menudo, que no siempre estaría con ellos. Les enseñó a tomar las decisiones correctas para que su mensaje fuera proclamado "hasta los confines de la tierra".
Delegó su autoridad y su poder a sus seguidores. No se guardó cosas para sí, al contrario, compartió su sabiduría con quienes le acogieron en sus corazones.
¡Y además, nos dejó a Su Madre!
Animó a su gente más allá de lo que ellos mismos sentían que eran capaces de hacer.