¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

domingo, 26 de noviembre de 2017

LÁPICES EN MANOS DE DIOS

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"Y sabemos que Dios ordena todas las cosas para bien de los que le aman,
de los que han sido elegidos según su designio."
(Romanos 8, 28)

Dios nos ha creado a cada uno de nosotros con un propósito. Nos ha creado para servirle y hacer grandes cosas, cosas extraordinarias. 

La madre Teresa de Calcuta se definía a sí misma como un simple instrumento en las manos del Señor, “un lápiz en sus manos”.

El mérito nunca es del lápiz, sino de quien escribe: Dios. Es nuestra confianza en la gracia divina, no en nuestras propias fuerzas, la que nos hará escribir en el papel de nuestra vida.

Todos somos lápices en manos de Dios que escribiremos lo que Él quiera que escribamos y dibujaremos lo que Él quiera que dibujemos.

Unas veces estaremos en el plumier y otras, en Su mano. Borrará lo que hemos dibujado si no ha sido con su mano.

En ocasiones, nos romperemos, nos quebraremos pero siempre dejaremos nuestro trazo y nuestra marca.

Dios mueve el lápiz por donde quiere, no se guía por los renglones, ni por los márgenes porque el amor no tiene fronteras.

Dios nos elige una y otra vez para escribir el milagro.

El Plumier


Algunas veces estaremos guardados en el plumier, con el resto de pinturas e instrumentos.

Quizás pensemos que prefiere utilizar las pinturas de colores, que no servimos para nada o que nuestra vida no tiene sentido.

Nosotros sólo debemos esperar a que Dios nos saque del plumier y nos utilice según su voluntad.

El plumier es la Iglesia, nuestra comunidad.


La Mano


Sólo si nos dejamos sostener por su mano, dibujaremos, porque por nosotros mismos no podemos.

Muchos querrán que pintemos en la mesa o en la pared, pero no fuimos creados para eso. 

Dejemos que quién nos creó nos tome en su mano y nos use.

La mano es la Palabra de Dios, su Voluntad.


El Sacapuntas


Cada vez que quiera hacer algo nuevo con nosotros, Dios nos sacará punta con Su sacapuntas

Experimentaremos el dolor o el sufrimiento cada vez que lo haga y pensaremos que nos está dañando o castigando. 

Son nuestras pruebas de santificación con las que dibujaremos algo grande.

Nuestro lápiz debe tener la punta afilada punta para que haga los mejores trazos, líneas y bocetos.

El sacapuntas es la Eucaristía, la Adoración.


La Goma de borrar


Cometeremos muchos errores, mucho borrones en la vida. 

Sin embargo, Dios tiene una goma de borrar con la que borrará todos los errores que cometamos.

Simplemente, los borrará y volveremos a escribir.

La goma de borrar es la Confesión.



La Mina


La parte más importante de nosotros como lápices que somos, es lo que llevamos dentro de nosotros: la mina.

Por fuera nos pueden rallar, quitar la pintura o morder, pero eso no es lo importante. 

Lo mas valioso está dentro de nosotros. Aquello que puede dibujar en el papel.

La mina es el don de la fe que nos da el Espíritu Santo.



El Trazo


En cualquier superficie que seamos usados por Dios dejaremos nuestro trazo, nuestra marca.

No importan las circunstancias o las condiciones, deberemos seguir escribiendo y dibujando.

Todos sabrán que pasamos por allí, todos verán nuestro dibujo.

La marca es el amor, el distintivo de un discípulo de Cristo.



La Rotura

Habrá momentos en la vida en los que personas o circunstancias nos partirán en uno o en varios pedazos.

Cuando eso suceda, podríamos pensar que no vale la pena seguir escribiendo o dibujando porque nuestra vida se ha roto.

Entonces, recordemos que con el sacapuntas podemos sacarle punta a los pedazos rotos de nuestra vida. y así, estaremos listos para escribir o dibujar más cosas con esos pedazos que cuando eramos de una sola pieza.

La rotura es la enfermedad, la muerte, el sufrimiento.






"Señor, hazme instrumento de tu paz
donde haya odio ponga amor
donde haya ofensa perdón
donde haya error ponga yo verdad

Donde haya tinieblas ponga luz
donde haya duda ponga fe
donde haya tristeza alegría

Oh mi Señor, ponga yo tu amor
Porque dando, yo recibiré
olvidándome te encontraré
comprendiendo al hombre te seguiré

Oh mi Señor, enséñame a querer
Porque dando, yo recibiré
olvidándome te encontraré
comprendiendo al hombre te seguiré

Oh mi Señor, enséñame a querer"

(San Francisco)

lunes, 20 de noviembre de 2017

¿CÓMO ESTÁ MI LÁMPARA?

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¿La lámpara de mi fe brilla por el aceite del amor o está apagada por la tibieza?


Hoy reflexionamos sobre la parábola de las diez vírgenes, que leemos en el Evangelio de Mateo 25, 1-13 y que Jesús utiliza adecuadamente conociendo a la perfección las costumbres del pueblo judío sobre la importancia de la ceremonia nupcial. 

La familia judía era una institución con una sólida estructura patriarcal, en la que el cabeza de familia, el esposo, tenía poder y autoridad sobre todos los que estaban bajo su protección. Previamente a una boda, las familias de los novios acordaban las condiciones de la unión (dote), celebraban los desposorios (pedida de mano) en los que la pareja quedaba prometida mediante un contrato escrito y por último, se fijaba la fecha de la boda, con bastante antelación. 

Para los judíos, la formación de una nueva familia tenía gran importancia por lo que una boda era un acontecimiento muy alegre, con fastuosos festejos que duraban una semana y en ocasiones, hasta dos. Éstos solían comenzar a la hora del crepúsculo, cuando el día iba de caída y la oscuridad se adueñaba de todo (como en el relato de Emaús, Cristo siempre ilumina en la oscuridad). 

El novio iba a la casa de la novia acompañado de sus amigos y ataviado con corona como un rey. Las amigas de la novia, también vírgenes, aguardaban junto a ella, la llegada del novio, para acompañarla en cortejo hasta la casa del padre del novio, portando lámparas de aceite para iluminar la oscuridad de la noche, por lo que si el trayecto hasta la casa del padre del novio era largo, debían llevar reserva de aceite. 

Encender una lámpara apagada era, sin duda, una tarea compleja ya que no existían las cerillas ni el fósforo, por lo que habitualmente se mantenía siempre encendida una lámpara. Para ello, era necesario cuidar y vigilar que esa lámpara nunca se apagase.

Diez vírgenes: sentidos carnales y espirituales

Generalmente, el numero de vírgenes que podían acompañar a la novia no estaba estipulado por lo que podían ser tantas como desearan los prometidos. Entonces, ¿por qué Jesús se refiere a cinco prudentes y cinco necias?
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San Jerónimo, uno de los padres de la Iglesia y autor de "la Vulgata" (Biblia traducida al latín) afirma que "las cinco vírgenes son como nuestros cinco sentidos, de los cuales unos caminan hacia el Señor, anhelando '"las cosas y moradas de lo alto' y, los otros, preocupados por los afanes del mundo, carecen de luz en sus corazones".

Por lo tanto, todos disponemos de cinco sentidos corporales (vista, oído, gusto, tacto y olfato) que tienen sus correspondientes sentidos espirituales, según nos muestran las Escrituras (1 Jn 1,1; Sal 33,9; Cant 1,3; 2 Cor 2,15).

Así, podemos vivir en función de nuestros sentidos carnales o en función de los espirituales: Quien actúa de acuerdo a los carnales, los utiliza para el mal, para complacer su orgullo, egoísmo y vanidad, comparándose con los demás. En definitiva, para satisfacer sus pasiones. Por el contrario, quien actúa en función de los sentidos espirituales, está siempre vigilante, orientado hacia su propósito y vocación, y siempre tiene presente a Dios.

Las vírgenes prudentes (nuestros sentidos espirituales) están continuamente vigilantes y a la expectativa de la llegada del novio... con aceite de sobra para no quedarse sin luz; vigilando que ninguna circunstancia les desvíe su atención de la llegada del Novio. ¡Qué alegría vivir así, esperando al novio! ¡Qué fe, esperanza y caridad para recibir al Novio! 

Las cinco vírgenes necias

Las vírgenes necias se duermen, se les apaga la luz por falta de aceite, por falta de cuidado, por falta de previsión. No esperan realmente de corazón la llegada del novio. Esperan la ayuda de las otras y se comparan con ellas. ¡Qué poca fe! ¡Qué poco amor! ¡Que poca esperanza!

Resultado de imagen de parabola de las vírgenesLas cinco vírgenes necias son personas tibias y mediocres, católicos de cumplimiento que hacen lo mínimo necesario para no cargar con más aceite, cristianos de consumo que creen que con una pequeña cantidad tendrán suficiente, y si no lo tienen, podrán pedírselo a otros.

Son personas de término medio: aferradas a las cosas materiales y a los afanes del mundo, contentándose a sí mismas, viviendo una fe a la medida, con la cantidad justa de aceite, eludiendo cualquier compromiso en la fe, justificándose de sus faltas por haber nacido en pecado original y por ello, consideran que su escaso esfuerzo y compromiso son suficientes para entrar en el Cielo.

Sin embargo, cuando llegue el momento, cuando venga Jesucristo, no las conocerá. Dios es muy duro con los tibios: "Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueses frío o caliente. Pero porque eres tibio, y no eres ni frío ni caliente, te voy a vomitar de mi boca." (Apocalipsis 3, 15-16)

Dormir y prever

Podría ocurrir que, a veces, el novio se retrasara o tardara más de lo previsto. Sin embargo, en la parábola, Jesús se refiere a un retraso exageradamente intencionado, por lo que las diez vírgenes (todas) ceden al cansancio y se duermen.

Jesús no recrimina el hecho de que todas se duerman sino la falta de previsión de las cinco vírgenes necias. Y es que todos, hasta los santos e incluso el mismo Jesús, a las puertas de la muerte, pasamos por períodos de aridez donde los sentidos se apagan, y cae la noche oscura. 

También, en ocasiones, podemos sentirnos inmersos en las realidades de la vida. Son momentos en los que no logramos alcanzar el horizonte sobrenatural y damos una cabezada, es decir, prestamos atención a los aspectos materiales: la salud, la familia, el alimento o las necesidades económicas.

Cuando esto nos ocurre, debemos guardar una vasija de aceite, símbolo de una vida interior sólida, con mucha vigilancia, de modo que pasada la necesidad de cuidar de lo concreto, volvamos a elevar la mirada hacia las cosas celestiales.

Cuántas veces cabeceamos hasta el punto de caer en un sueño profundo y nos olvidamos de aprovisionarnos de aceite...abandonamos las cosas de Dios, dejamos de rezar o de asistir a misa, o nos dejamos llevar por el pecado...Pero cuidado, porque si nos relajamos puede que cuando menos lo esperemos, llegue el Novio. Por eso, mucha vigilancia y oración, pues sin la ayuda del Espíritu Santo, ninguna criatura está en estado de gracia constante.

¿Por qué no prestar nuestro aceite?

Las vírgenes prudentes no prestaron su aceite a las necias cuando éstas se lo pidieron, y no lo hicieron por egoísmo sino por derecho a disponer de lo que habían previsto. Por eso, las mandaron a comprar aceite. Pero ¿cómo iban a encontrar una tienda abierta a esas horas? Imposible.

Cuando dejamos de esperar al Novio y vamos a comprar aceite, esto es, en busca del consuelo del mundo, husmeamos entre los vendedores de aceite, que son aduladores, que alaban lo falso o lo desconocido e inducen a las personas al error...Buscamos donde no podemos encontrar.

Entonces ¿por qué las vírgenes prudentes no compartieron su aceite? Por una sencilla razón: no se pueden transferir los méritos de unos a otros. Cada persona debe adquirir los suyos y velar por ellos porque cada uno seremos juzgados individualmente. Indirectamente, las vírgenes prudentes, más que darles un consejo, les recuerdan su falta.

Cuando llegue el Novio, la simple condición de "vírgenes" (católicos) no nos dará el derecho a entrar en la fiesta. Tampoco habrá tiempo para cambiar (salvo por la Gracia de Dios) ni podremos modificar nuestros actos en un instante, ni hacer lo que deberíamos haber hecho. De ahí el error de muchos: "¡Dios es bueno! me llamará antes y en último momento me arrepentiré, rezaré y Él me perdonará". Porque es tarde. Es de noche. Las tiendas están cerradas.

Lámpara, aceite y luz

La lámpara es nuestra esperanza en Dios, la luz es la fe y el aceite es la caridad. Sin caridad, no puede haber esperanza. Sin esperanza no puede haber fe. Y sin fe, Cristo no nos reconoce. 

Debemos vigilar y tener siempre aceite, cuidar nuestra vida espiritual, orar, comulgar y confesar con regularidad. Puede que nuestra fe se apague si no existen obras de amor, si no existe la oración constante. Por eso, ¡Qué importante es mantener encendidas nuestras lámparas y llevar siempre aceite para alimentarlas!

Cuántas veces nos despistamos, nos dormimos o malgastamos el aceite y nuestra lámpara se apaga, haciéndonos vivir en la oscuridad. Entonces, queremos utilizar el aceite de otro, o incluso, ponernos a la luz de otro. Pero cada uno tiene su lámpara, su aceite y su luz. 

Dios nos ha dado a cada uno, una lámpara, un aceite y una luz particular, que nos hacen ser nosotros mismos y por eso, no podemos usar las de otros. Algunas luces son más potentes, otras más débiles, otras parpadean o cambian constantemente…

Cada uno debemos cuidar y dar cuenta de esa luz que recibimos de Dios y que nos acompañará a lo largo de nuestra vida. Y porque Dios me la ha regalado para mí, tengo que aceptarla. Y tengo que cuidarla. 

Puede que no me guste mi lámpara, que no me guste mi luz o puede que gaste mi aceite. 

Puede que a veces utilice mis cualidades para presumir o a veces, quiera ocultar esa luz, esas virtudes o defectos. Incluso a veces, no quiero mi lámpara.

Puede que piense que no me va bien esta lámpara, que merezco otra mejor, con más capacidad de aceite, para que ilumine más. 

Puede que desee la lámpara o el aceite de los otros. Pero, en realidad, la lámpara que tengo es la mejor, ¡porque es mi lámpara! Es un regalo de Dios. Lo importante es ver mi vida y mi historia desde los ojos de Dios y no desde una mirada humana. He de elevar la mirada, contemplar la maravillosa obra de Dios en mi vida y darle las gracias.

Velad y Orad

El Señor acaba la parábola con un mensaje importante para todos nosotros: que estemos vigilantes. El mismo objetivo que les dijo a sus discípulos en Getsemaní (Mt 26,41) y al anunciarles los últimos días y su venida (Lc 21, 36): "Velar, orar y estar despiertos". 

Debemos orar par no caer en la tentación, tal y como pedimos en el Padrenuestro pero además es necesario que estemos vigilantes y alerta. 
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Vigilar significa tener los ojos bien abiertos y puestos en Dios. Significa que los sentidos espirituales (las vírgenes prudentes) dominen a los carnales (las vírgenes necias).

Un dicho popular dice: "No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy". Hagamos acopio de aceite hoy porque esta misma noche podría venir el Novio.: "Pero de aquel día y hora nadie sabe, ni siquiera los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Mt 24,36).

Pidamosle a nuestro Señor Jesucristo, por intercesión de María Santísima, la gracia de ser vigilantes en nuestros deseos, acciones y pensamientos, teniendo los ojos puestos en la santidad a la que todos estamos llamados.


Fuente:
Revista Heraldos del Evangelio, nº 172, noviembre 2017
Comentario al Evangelio S. Mateo 25, 1-13.
Mons. Joâo Scognamiglio Clá, EP



viernes, 10 de noviembre de 2017

LA FUERZA DEL SILENCIO VS. LA DICTADURA DEL RUIDO

"La verdadera revolución viene del silencio, 
donde se forja nuestro ser personal, 
nuestra propia identidad 
nos conduce hacia Dios y los demás, 
para colocarnos humildemente a su servicio. "

Tras el éxito de "Dios o nada" (Palabra, 2015), el Cardenal Robert Sarah publica un nuevo libro de notable altura espiritual, que nos hace entrar en el corazón del misterio de Dios: el silencio, necesario para todo encuentro con el Señor, en la vida interior y en la liturgia. Encuentro con un hombre habitado por Dios.

El Cardenal Sarah nos recuerda que el ruido es un dictador que nos impide ser libres. El ruido genera desconcierto, desasosiego y preocupación en el hombre, mientras que el silencio forja nuestra verdadera identidad personal, nuestra unión con nuestro Creador.

En el silencio escuchamos los latidos del corazón, y somos conscientes de que la sangre se mueve por todo nuestro cuerpo. 

De la misma forma, en el silencio escuchamos a Dios, que nos susurra, que habita en nuestro corazón, en la profundidad de nuestra alma, y se manifiesta allí. De esta forma, le acogemos y le integramos en nuestra vida y nos elevamos hacia Él.

En el silencio ocurren los grandes acontecimientos, cuando nuestro corazón, tocado por el amor de Dios, interpela a nuestro espíritu para ponernos en acción y dar fruto. 

Su voz es silenciosa, calmada y profunda. Dios no habita en el ruido ni en el tumulto, sino en la paz, en la tranquilidad y en el sosiego. Jesús con frecuencia, se apartaba del ruido para ir a orar, a escuchar a su Padre.
Según el Cardenal Sarah, el silencio no es ausencia de palabra sino manifestación de una presencia. Toda la creación es una manifestación silenciosa de Dios: los árboles, las montañas, la vida... manifiestan el poder divino. Sólo en el silencio podemos ser capaces de admirar todo eso.

El silencio no es un concepto, sino un estado que habla de Dios y un camino que permite al hombre ir a Dios. La verdadera revolución viene del silencio que nos conduce a Dios y hacia los otros para ponernos humildemente a su servicio.

El mundo, con su escandalosa rutina, con su ruidoso activismo, es el que nos aparta de Nuestro Señor, el que nos saca y aleja de la auténtica morada de Dios: nuestro corazón, templo sagrado donde aguarda a sus hijos.


Dios está silenciosamente presente en nuestra vida. Es en el recogimiento donde Él actúa y transforma nuestra alma, nuestro ser, nuestra existencia.

La dictadura del ruido

Sin embargo, todos somos víctimas de la superficialidad, del egoísmo y del espíritu mundano que propaga la sociedad mediatizada. Estamos sometidos a la dictadura del ruido. Nos perdemos en luchas de influencia, en conflictos entre personas, en un activismo narcisista y vano. Nos hinchamos de orgullo, de pretensión, prisioneros de una voluntad de poder. 

Sí, hace falta valor para liberarse de todo lo que ensordece nuestra vida, a la que tanto le gustan las apariencias, las máscaras y la superficialidad de las cosas. 

Empujado hacia lo exterior, por su necesidad de contarlo todo, el hablador se aleja de Dios, incapaz de toda actividad espiritual profunda.

La fuerza del silencio

Por el contrario, el silencioso es un hombre libre. Las cadenas del mundo no le esclavizan. Ninguna dictadura puede nada contra el hombre silencioso. A un hombre no se le puede robar su silencio.

Nuestra aspiración como cristianos es encontrar al Padre eterno para ser lo que Él quiere que seamos. 

Pero no lo hallaremos en los asuntos temporales, ni en el activismo  ni en los afanes del mundo sino en la vida interior, en la oración y en la meditación del Plan divino para cada uno de nosotros.

La vida interior debe preceder a la vida activa. De esa forma entenderemos lo que Dios desea que seamos y que hagamos.

La caridad, el amor que Dios nos pide nace del silencio que escucha, conoce, comprende y acoge a nuestro prójimo.

El ruido mundano nos anestesia, nos narcotiza ante las necesidades de los demás. Nos despista, nos pierde y nos desvía de lo verdaderamente valioso, de lo importante: el amor. El ruido nos esclaviza y se convierte en una droga sin la cual nos vemos incapaces de "vivir", de "ser", de "hacer".

El silencio en la liturgia

El silencio sagrado de la liturgia es el lugar donde podemos encontrar a Dios, porque nosotros vamos hacia Él con la actitud del hombre que tiembla y se asombra ante Dios. Ante la majestad de Dios, nuestras palabras se pierden.

Rechazar este silencio impregnado de temerosa confianza y de adoración, significa impedir a Dios la libertad de comunicarnos su amor y, por tanto, de manifestarnos su presencia. 

Debemos aprender lo que significa el temor filial de Dios, el carácter sagrado de nuestra relación con Él. Debemos aprender de nuevo a temblar de estupor ante la santidad de Dios y ser conscientes de la gracia extraordinaria de su presencia. 

A través de la adoración es como la humanidad camina hacia el amor, hacia Dios. El silencio sagrado da paso al silencio místico, donde se transparenta la intimidad del amor entre Dios y el ser humano. 

Bajo el yugo de la diosa razón "piensa, luego existes", bajo la poderosa influencia del dios relativismo del "todo vale", hemos olvidado que lo sagrado y el culto son las únicas puertas de entrada a la vida espiritual.

Tratar de explicar a Dios con la lógica, tratar de hallarle en la corriente general del mundo, hemos impedido su acción en nuestra alma. 

El silencio sagrado es una necesidad esencial, inevitable, de toda celebración litúrgica, porque el silencio nos permite entrar en contacto con el misterio que se celebra. 

El Concilio Vaticano II subraya que el silencio es un medio privilegiado para favorecer la participación del pueblo de Dios en la liturgia. La solicitud pastoral de los padres conciliares vino a manifestar y a explicar lo que es verdaderamente la participación litúrgica, es decir, el acceso al misterio de Dios:
Bajo el pretexto de aproximarse más fácilmente a Dios, algunos han querido que en la liturgia todo sea inmediatamente inteligible, racional, horizontal, fraternal y humano. Actuando así se corre el peligro de reducir el misterio sagrado sólo a buenos sentimientos.
Así, bajo el pretexto de pedagogía, algunos sacerdotes se permiten interminables comentarios (que no homilías) insignificantes y puramente horizontales. Tienen miedo de que el silencio ante el Altísimo dañe a los fieles. Creen que el Espíritu Santo es incapaz de abrir los corazones a los misterios divinos mediante la infusión de la luz, la gracia santificante. 

En la liturgia, el silencio sagrado es un bien precioso para los fieles y los sacerdotes no deben privarlos de este tesoro. Nada debería empañar la atmósfera silenciosa que debe impregnar nuestras celebraciones. 

Sin embargo, no basta con decretar momentos de silencio, el silencio sagrado es una actitud del alma. No se trata de una pausa entre dos ritos, sino que el silencio mismo es un rito que constituye la inmersión en el misterio de Dios.

En la liturgia, por tanto, el lenguaje de los misterios que se celebran es silencioso. El silencio no oculta, sino que revela profundamente. 

Prisioneros de numerosos discursos humanos ruidosos, interminables, tendemos a elaborar un culto a nuestro gusto, dirigido a un Dios hecho a nuestra imagen
A menudo las celebraciones son ruidosas, aburridas y agotadoras. Podemos decir que la liturgia está enferma y el síntoma más llamativo de esta enfermedad es la omnipresencia del micrófono.
El micrófono es tan indispensable que uno se pregunta: ¿Cómo ha sido posible celebrar los santos misterios antes de su invención? El ruido que viene de fuera y nuestros propios tumultuosos interiores nos hace extraños a nosotros mismos. 

El hombre que está permanentemente en el ruido no puede más que hundirse cada vez más en la banalidad. Lo que dice es superficial, hueco, y habla sin parar hasta que encuentra algo que decir. Sus palabras son una especie de mezcolanza o galimatías irresponsable, entre bromas de más o menos buen gusto y palabras insulsas, incluso negativas, que provocan desorden, confusión, incluso hostilidad y rencor en quien las escucha. 

Con frecuencia, salimos de esas liturgias superficiales y ruidosas sin haber encontrado a Dios y sin haber buscado la paz interior que el Señor nos quiere ofrecer. 

Por eso, el silencio litúrgico es una disposición esencial que necesitamos respetar. Es una conversión del corazón. Convertirse, etimológicamente, es 'volverse hacia Dios'. No hay silencio verdadero en el marco de la liturgia si no estamos de todo corazón vueltos hacia el Señor. Es necesario convertirnos, volvernos hacia el Señor para mirarlo, contemplar su rostro y caer a sus pies para adorarlo. 

Romano Guardini en su obra 'Le Dieu vivant' dice: "Las grandes cosas se realizan en el silencio, no en el ruido y la puesta en escena de acontecimientos exteriores, sino en el brillo de una mirada interior, en el movimiento discreto de la decisión, en los sacrificios y en las victorias oculta, cuando el amor toca el corazón, cuando la acción solicita el espíritu libre. Los poderes silenciosos son los poderes verdaderamente fuertes. Nosotros queremos prestar nuestra atención al acontecimiento más oculto, el más silencioso, donde las fuentes secretas se pierden en Dios, inaccesibles a las miradas humanas".

martes, 7 de noviembre de 2017

SER BUENO NO ES SUFICIENTE



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Reconozco que me apasiona seguir y aprender de todo lo que dice el Cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos.

En una entrevista de la periodista Izabella Parowicz en abril de 2016, tras la publicación de su libro “Dios o nada. Una conversación sobre la fe”, el cardenal Sarah nos ofrece una visión sobre vivir con Dios, la fe, la santidad y el amor, que quiero compartir con todos.

Resultado de imagen de dios o nada libroEl ser humano necesita y anhela la trascendencia. Su drama es que ahora no la busca en donde ha estado siempre, y en donde sigue estando, en Dios sino que quiere buscarla por su cuenta en otros lugares con auto-suficiencia, o también, porque algunos de aquellos que deberían mostrársela se han hecho irrelevantes, mundanos o perezosos, o sencillamente, no lo hacen porque han pasado de ser servidores de Dios a funcionarios religiosos.

Las palabras del cardenal Sarah son alentadoras y esperanzadoras pero también exigentes. Nos recuerda nuestra necesidad de volver a las raíces, a basar nuestra vida en el anhelo que se hala impreso en nuestro corazón: la búsqueda constante de Dios.

Una búsqueda que no ha de ser superficial o banal sino a través de un compromiso de vida, de diálogo y de escucha a través de la oración, el modo más directo para conocer la voluntad de Dios.

Una sociedad que ya no reza, excusándose en la falta de tiempo, se esclaviza en una carrera desenfrenada hacia ningún lugar, empeñada en hacernos dioses de nosotros mismos y de los demás.

Vivir sin Dios

Para todos los seres humanos, y especialmente, para los cristianos, la vida sin Dios pierde su significado.

Si por el bautismo, reconocemos ser hijos de Dios y, por tanto, seguidores de Cristo, nos hayamos ante la tesitura de que, o Dios es todo para nosotros o nuestra vida será en vano, en la búsqueda de la satisfacción continua de nuestro “ego”. 

El reto, especialmente para nuestro mundo de hoy (nos es tanto que haya matado a Dios, sino que lo ha relegado a la indiferencia) es poner a Dios en el centro

Tanto Benedicto XVI como Francisco nos han recordado que de la indiferencia hacia Dios viene la indiferencia hacia los demás. De hecho, si no nos reconocemos a nosotros mismos como hijos de un mismo Padre, ¿cómo vamos a reconocernos unos a otros como hermanos? 

Ser santos

Europa y el mundo occidental en general, han dejado de vivir la fe. Hoy, muchos católicos no están dispuestos a llevar una vida santa y se niegan deliberadamente a tratar de ser santos, principalmente por dos razones:

Porque consideran que la santidad es exclusiva de unos pocos y perfectos 

El cardenal Sarah nos recuerda que cuando Jesús llamó al primer apóstol, Pedro, que fue quien le traicionó al encontrarse en peligro de muerte… éste era todo menos perfecto. 

Imagen relacionadaSan Juan Pablo II a lo largo de su papado ha tratado de hacernos entender que la santidad se encuentra en la vida diaria para todo el mundo: mientras que lo deseemos y mientras que tengamos el compromiso de seguir verdaderamente a Cristo. 

En esencia, la santidad no es una llamada para cambiar el mundo, o a hacerlo mejor. La santidad es una llamada a amar a Dios, permitirle entrar en nuestros corazones y vivir Su amor todos los días de nuestra vida. 

Porque consideran que la santidad es una superstición innecesaria

Excluir a Dios de nuestra vida nos lleva a rechazar toda posibilidad de que Dios nos salve de nuestros pecados, pretender hacerlo por nosotros mismos y a ser auto-suficientes.

Sin embargo, Dios nos llama a todos a ser santos porque:
  • Dios es santo, todos nosotros como hijos suyos, debemos ser semejantes a Él, es decir, llegar a ser santos. (1 Pedro 1,15- 16; Levítico 11,44-45; 19,2).
  • Dios nos ha escogido desde antes de la fundación del mundo para ser santos y sin mancha. (Efesios 1,6-7; 2 Tesalonicenses 2,13-15; 1 Corintios 1, 2).
  • Es la voluntad de Dios. (Romanos 8, 27-30).
  • El sacrificio de Cristo en la cruz nos permite poder llegar a ser santos. (1 Corintios 1,30; Hebreos 10, 10 y 14).
  • Sin la santidad nadie puede ver a Dios. (Hebreos 12,14). Para los cristianos, alcanzar la santidad es un requisito imprescindible para ir al cielo. 
  • Mientras la buscamos, somos más felices en este mundo (2 Timoteo 4,8; Santiago 1,12; 1 Pedro 5,4;  Apocalipsis 2,10; 1 Corintios. 9,24-27; Filipenses 3,13).
Para ser santos no se requiere tiempo ni perfección; tan sólo mucho amor. El punto de partida y el de llegada es el mismo: el amor de Dios

Amamos a Dios y a nuestro prójimo, sólo porque Dios nos ha amado primero

El amor es un término del que se ha abusado y se ha desfigurado en la sociedad contemporánea. El amor no es un sentimentalismo abstracto y pasajero, de usar y tirar, sino duradero y eterno

Hoy en día nos enfrentamos a un tipo de tecnicismo compasivo, según el cual en el nombre del amor llegamos al punto de matarnos unos a otros (a través de la eutanasia o el aborto) ¡con el fin de liberar a la otra persona de su sufrimiento! Usamos la palabra amor, sentimiento, afecto ¡para justificar lo que es un acto de muerte

El amor es exigente. Amar verdaderamente es amar hasta la muerte, hasta el extremo. 

El hecho es que hoy en día parece más fácil no comprometerse a vocaciones mayores: vivimos en una sociedad pulverizada, en una cultura donde los deseos personales se convierten en derechos. 

El hombre debe entender que la santidad es un camino diario, ofreciendo a Dios el valor de las cosas que hacemos: en la familia, en el trabajo, en la vida social y comunitaria. Esto es lo que los grandes santos de la Iglesia nos enseñan. Y no hay nada más hermoso.


La herejía del "buenismo"

En el mundo, hoy muchas personas piensan que no importa lo que hagan, siempre que sean buenos. No les hace falta la confesión ni el arrepentimiento ni la misericordia de Dios.

Esto es parte de una ideología contemporánea, relativista y muy peligrosa: “basta con ser bueno”. Esto presupone que cualquier Verdad, Valor o Principio puede ser pisoteado y refutado. Esto nos lleva a considerar todo como “bueno”, falsificando de esta forma incluso todo lo que es realmente parte de la vida del hombre. 

El hombre contemporáneo confunde la caridad con el simple deseo del bien (en el mejor de los casos) o la limosna (en el peor de los casos). Sin embargo, la caridad es el amor de Dios: por lo tanto, “somos” caridad, y damos testimonio de la caridad hacia los demás porque Dios nos amó primero. 

De la misma manera, entiende superficialmente la misericordia como un borrón de los pecados. Sin embargo, no hay perdón si no hay arrepentimiento. Jesús no dijo a la adúltera: “Bueno, vete y sigue haciendo lo que estás haciendo, ya que te perdono". ¡No! Debido a que se arrojó a sus pies y le pidió perdón, dice: “Vete y no peques más”

Es cierto que Jesús siempre va delante de nosotros y nos espera con los brazos abiertos pero ¡nos corresponde a nosotros avanzar también hacia Él! Jesús murió en la cruz, con los brazos extendidos hacia todos: Murió pidiendo el perdón del Padre para nosotros. ¿Quién puede hacer esto, sino sólo Dios mismo? ¿Cómo no lo podemos reconocer?

Vivir la fe en oración

No hay fe sin la oración. La fe no es espiritualidad o sentimentalismo sino un viaje que comienza con un encuentro, el encuentro personal con Dios.

Resultado de imagen de santidadLa fe no es algo que se adquiere de una vez para siempre y ya está, sino una relación que se alimenta con la oración, con el diálogo con Dios. Mejor dicho, con la escucha a Dios.

La fe no es una cuestión de tiempo ni de espacio, sino una vivencia día a día y en todo lugar. No se trata de dedicar una hora los domingos para ir a la Iglesia a escuchar misa.

Cuando amas a una persona, lo que deseas es pasar más tiempo de calidad con ella. Quieres hablar con ella y escucharla, continuamente. Quieres vivir con esa persona a todas horas y en todo lugar, y para el resto de tu vida. 

Ahora, si decimos que amamos a Dios, ¿cómo podemos pensar en estar sin Él,  sin hablar con Él, sin vivir con Él? No vale sólo ser buena persona, la fe se nutre de obras, se alimenta dialogando y escuchando, se vive. 

Dios nos ha amado primero, nos ha hecho sus hijos y sólo en virtud de esto podemos amar al prójimo como a un hermano. Esto es amor; el amor de Dios al que estamos llamados a vivir cada día con los demás.




domingo, 29 de octubre de 2017

CÓMO CONOCER LA VOLUNTAD DE DIOS

"Por consiguiente, no actuéis como necios, 
sino procurad conocer cuál es la voluntad del Señor."  
(Ef 5, 17)

El apóstol Pablo, en la carta a los Efesios, nos dice que actuemos con inteligencia para conocer la voluntad del Señor. Entonces ¿cuál es el plan de Dios para mí? ¿Por qué estoy aquí, y que debo hacer? ¿Cómo puedo obrar con inteligencia y saber la voluntad de Dios para mi vida?

Lo primero que debemos tener en cuenta es que Dios raramente nos da a conocer su voluntad de manera directa y específica. Más bien, nos permite tomar decisiones a la luz del Evangelio, que siempre redundan en nuestro beneficio y que estén de acuerdo con su Plan para nosotros. 

Cumplir la voluntad Dios es una virtud del cristiano, que haciendo éste buen uso de su libre albedrío, reconoce que sólo Dios puede proporcionarle la felicidad plena y conducirle al mejor destino eterno.

Cumplir la voluntad de Dios es una manifestación de confianza en Dios al reconocerlo como a un padre amoroso que quiere caminar de la mano con nosotros, guiarnos y protegernos.

Los seres humanos estamos encadenados y esclavizados (pecado) y existe muchas llaves distintas (caminos) para abrir esas cadenas, pero sólo Dios conoce las únicas que las abren (la Verdad, la Bondad y la Belleza). 
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El que no hace la voluntad de Dios, es aquel que va probando una a una las llaves muriendo en el intento. 

En cambio, el que hace la voluntad de Dios, es aquel que simplemente le pregunta al que conoce todas las llaves, cuál de ellas es la que corresponde, y luego simplemente la utiliza pudiéndose liberar y salir caminando.


Por eso, hacer la Voluntad de Dios nos hace libres y no hacerla nos hace esclavos. Es una elección libre de la cual depende nuestra vida y nos permite ejercitar las virtudes cristianas de la Humildad, la Obediencia y la Fe.

El Plan de Dios (Su Voluntad) es el camino que ha trazado para cada persona desde antes de su nacimiento. Aparte de este plan particular para cada persona, dios tiene un plan general o universal que es común a todos: "La Santidad".

La voluntad de Dios sólo se encuentra viviendo y caminando a la luz de Dios: en todo lo bello, en todo lo bueno y en todo lo verdadero. (Ef 5,9):

Verdad
Vivir en la verdad de Dios es cumplir su voluntad, significa alejarse de la duplicidad, de la simulación, de la hipocresía, de la mentira. 

Santo Tomás decía que los hombres "no pueden vivir juntos sin confianza recíproca", es decir, si no se manifiesta la verdad.

Jesús dijo que los cristianos auténticos se diferenciarían de los falsos por sus frutos, es decir, por sus obras y enseñanzas (Mt 7,15-17, 20). Y es que, inevitablemente, lo que entra en la mente y el corazón de las personas determina lo que estas producen (Mt 15,18, 19).

Vivir en la verdad exige confianza. En primer lugar, en Dios, y después, en los demás. Un cristiano que confía, da frutos verdaderos.

Bondad
La bondad nos lleva a hacer el bien independientemente de nuestra intención (tan voluble) o de las circunstancias (tan cambiantes).

Por lo general, a los seres humanos no nos cuesta ser bondadosos con las personas que más queremos, como nuestros familiares, con nuestros amigos. 


Ahora bien, la bondad es en esencia una cualidad divina y, como dijo Jesús, nuestro Padre celestial no solo es bueno con quienes lo aman, sino también “con los ingratos”. De hecho, Cristo instó a sus discípulos a imitar el ejemplo perfecto de Dios cuando los animó a “ser perfectos, como su Padre celestial es perfecto” (Lc 6,35; Mt 5,48; Ex 34,6).

Como hemos sido creados a la imagen de Dios, tenemos la capacidad de ser bondadosos (Gn 1,27). Eso significa que podemos imitarlo y mostrar bondad más allá de nuestro círculo familiar. La Biblia indica que esta cualidad es parte del fruto que produce el espíritu santo de Dios, su fuerza activa (Gal 5,22). 

De modo que, cuanto más bondadosos seamos mas nos acercaremos al Creador y a su voluntad.

Belleza
La mentira y la maldad van ligadas a la fealdad. La mentira presenta lo feo como bello utilizando máscaras, ofrece una belleza falsa, sin verdad; una belleza que "da el pego" momentáneamente pero que no resiste el paso del tiempo ni el deseo de ir más allá de lo superficial.

La maldad pervierte la belleza, pretende convertir en bello lo siniestro, en bonito lo feo, en lindo lo horrible. La belleza, en cambio, proporciona ilusión, alegría y placer. Motiva las emociones e impulsa a crear.
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Verdad, bondad y belleza convergen en el amor, la ley fundamental de Dios. Dios está en todo lo verdadero, en todo lo bueno y en todo lo bello.

Su plan para nuestra vida, su voluntad, no la descubrimos a través de los sentimientos. Dios no es un sentimiento ni su voluntad algo místico. Dios es real y su plan, práctico.

La voluntad de Dios para nuestra vida la descubrimos cuando comenzamos una relación y una amistad con Él y no tanto, cuando cumplimos una lista de normas y tareas.

La descubrimos cuando le conocemos a Él, cuando vemos su belleza creadora, comprendemos su verdad eterna y somos amados en su bondad infinita.