¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

domingo, 13 de diciembre de 2020

A QUIEN MUCHO AMA, MUCHO SE LE PERDONA

"Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles...
Si tuviera el don de profecía 
y conociera todos los secretos y todo el saber...
 si tuviera fe como para mover montañas... 
Si repartiera todos mis bienes entre los necesitados... 
si entregara mi cuerpo a las llamas...
pero no tengo amor, 
de nada me serviría"
(1 Corintios 13,1-3)


El artículo de hoy pretende reflexionar sobre el pasaje de Lucas 7, 36-50 que narra la escena de Jesús, el fariseo y la pecadora, de profunda significación y rico contenido para el modo de vida de un cristiano: el amor.

Lucas nos presenta, por un lado, a un fariseo que tiene nombre: Simón. Un judío "practicante" y cumplidor de la Ley que quiere estar con Jesús y le invita a comer a su casa. Un "religioso" que habla mucho (quizás, demasiado) pero que cree poco, que desprecia y que juzga. 

Por otro lado, una mujer anónima, a la que no se la presenta por su nombre, sino por su actuar. Es, simplemente, una "mujer" y además, "pecadora". Dos aspectos altamente reprobables en la sociedad judía, tan rigurosa, tan cumplidora y tan machista.  La mujer no "habla". Tan sólo anhela estar con el Maestro. Tan sólo obra con fe, con amor y con agradecimiento.
Y en tercer lugar, a Jesús, que mediante una parábola y como siempre, pone las cosas en su sitio. Sin enfadarse ni soliviantarse, el Maestro nos enseña...

Tanto el fariseo como la mujer deseaban estar con Jesús y compartir con él.  Sin embargo, el texto evangélico los confronta: Simón se distrae, no está tan pendiente de su invitado especial sino que está preocupado de juzgar a la "pecadora". No ejerce como buen anfitrión e incluso llega a criticar a Jesús. La mujer está completamente centrada en el Maestro...porque cree de verdad en Él, porque tiene fe. 

Este episodio nos recuerda otro escenario muy parecido que también relata Lucas 10,38-42: el de Marta y María en Betania, en el que ésta última está absorta en el Señor mientras que la primera, pendiente de las cosas menos importantes, juzga y critica a su hermana e incluso a Jesús. 

Ambas escenas nos sitúan en torno a una mesa, en medio de una celebración, en la presencia de Cristo, es decir, en la Eucaristía. Ambas nos cuestionan y nos interpelan: ¿Qué actitud muestro en presencia de Dios? ¿Cómo me comporto delante del Señor? ¿Soy el fariseo que cree que no tiene pecado o la mujer arrepentida? ¿Critico incluso a Dios?

¿Tengo más derechos adquiridos con Dios que los demás porque "cumplo" aunque no muestre amor, fe o arrepentimiento? ¿Juzgo a otros por lo que hacen en lugar de verles por lo que son? ¿soy religioso o amoroso? 

¿Riego los pies de Jesús con mis lágrimas de contrición? ¿Beso Sus pies como signo de alabanza y adoración? ¿Le perfumo con mis oraciones?

Y es que, muchas veces, nos convertimos en Simón o en Marta, que no son "malos", sino simplemente, están equivocados...porque ellos también son pecadores que necesitan a Dios. 

Todos somos muy proclives a pensar más en el "cumplir" que en el "creer", en el "hacer" más que en el "ser", en la "religión" más que en la fe, en la acción más que en la contemplación, en el juzgar más que en el amar...

Aún así, Jesús no se enfada ni con Simón ni con Marta ni con nosotros. Con ternura y pedagogía, nos muestra cuál es el camino correcto, cuál es el modo de actuar que cautiva a Dios.

La misericordia y el perdón de Dios no se alcanzan con el cumplimiento de sus normas, ni con "hacer muchas cosas para el Señor". Tampoco con sacrificios y grandes obras, sino a través del amor expresado desde el corazón, desde la fe vivida con autenticidad y desde la humildad de reconocernos pecadores. 

La salvación se alcanza por la toma de conciencia de saberme amado y necesitado de Dios, porque todos somos pecadores. Mi misión como cristiano es amar mucho para que se me perdone mucho: "A quien mucho ama, mucho se le perdona".

¿Cuántas veces mi desprecio y desdén por los actos de otros me impiden reconocer al mismísimo Jesucristo compasivo que siempre está dispuesto a perdonarme? 

¿Cuántas veces mi orgullo me lleva a creerme superior y más digno que otros ante Dios? 

¿Cuántas veces mi autosuficiencia me impide abandonarme en la misericordia de Dios o incluso me coloca en el papel de fiscal y juez? 

¿Cuántas veces mi falta de amor, de fe y de esperanza me hace dudar de Cristo y decir "Quién es este, que hasta perdona pecados"?

"Señor, perdona nuestras ofensas 
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden"

jueves, 10 de diciembre de 2020

DOCE CIMIENTOS DE LA IGLESIA

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"Y designó a doce para que estuvieran con él 
y para enviarlos a predicar con poder de echar los demonios:
 Simón, a quien llamó Pedro; Santiago y su hermano Juan, 
hijos de Zebedeo, a quienes llamó Boanerges, que significa hijos del trueno; 
Andrés y Felipe; Bartolomé y Mateo; Tomás y Santiago, hijo de Alfeo; 
Judas Tadeo y Simón el cananeo, y Judas Iscariote, el mismo que le traicionó." 
(Marcos 3, 14-19; Lucas 6, 12-16; Mateo 10, 1-4)

Jesús sube a una montaña donde pasa toda la noche en oración con Dios Padre, con el propósito de elegir a doce como sus discípulos, como sus amigos íntimos. 

Con los doce apóstoles, el Señor establecerá las doce piedras fundamentales de su Iglesia, citados en Apocalipsis 21, 14, es decir, los doce cimientos del muro de la Nueva Jerusalén, que tendrán inscritos sobre ellos los nombres de los doce apóstoles.

Los doce son galileos, excepto Judas Iscariote, que era de Judea. Todos acompañarán a Jesús y aprenderán de Él. Le darán su apoyo, creerán en Él como el Mesías, Hijo de Dios y le seguirán. 

Serán ordenados sacerdotes por Cristo en la Última Cena y llamados discípulos hasta la Ascensión, donde recibirán de Jesús la misión de predicar el Evangelio en todo el mundo (Mateo 28, 19-20). Desde ese momento, serán Apóstoles, que significa "quienes son enviados"
Uno de ellos, Judas, traicionará al Maestro, y los doce abandonarán a Jesús en Getsemaní. Aún sabiéndolo, Cristo los nombra primeros obispos de la Iglesia, con Pedro a la cabeza.

Más tarde, serán testigos de la Resurrección de Jesús y en Pentecostés recibirán al Espíritu Santo, poder con el que entenderán y actuarán según el Evangelio. 

Estos doce hombres elegidos... cambiaron el sentido del mundo…”: 
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PedroSimón, hijo de Juan (Mateo 16,18), renombrado por Jesús como Pedro y cabeza de la Iglesia (Marcos 3,16). Murió en Roma crucificado boca abajo hacia el año 67 d. C. 

Santiago, el Mayor. Hijo de Zebedeo y hermano de Juan (Boanerges). Fue el primero de los doce en convertirse en mártir. Murió decapitado con una espada en el año 44 d. C en Jerusalén.

Juan. El menor de los doce: Hijo de Zebedeo y hermano de Santiago el Mayor (Boanerges) (Marcos 3,17). El único que murió de muerte natural en el 101 d. C en Turquía. 

Andrés. Hermano de Pedro y ex discípulo de Juan el Bautista. Murió crucificado en una cruz con forma de aspa ("X") a finales del siglo I en Grecia.

Bartolomé. Hijo de Talemai, llamado también Natanael de Caná. Fue decapitado, desollado vivo y luego crucificado, con la cabeza hacia abajo en Siria.

Santiago, el Menor. Hijo de Alfeo y hermano de Judas Tadeo, también conocido por el nombre Jacobo o YagoMurió lapidado y rematado por un batanero, que le aplastó el cráneo de un mazazo en el año 62 d. C en Jerusalén.

Judas Iscariote. Hijo de Simón (Juan 6,71; Juan 13,26). Se suicidó, ahorcándose en Jerusalén. 

MatíasSucesor de Judas Iscariote, elegido a suertes por los apóstoles (Espírsitu Santo)en el Monte de la sangre (Hechos 1, 12-26). Murió lapidado en el año 80 d. C en Georgia.

Judas Tadeo.  Hermano de Santiago el Menor (Lucas 6,16). Murió atravesado por flechas en el monte Ararat (Turquía) entre los años 60 y 70 d. C.

Mateo. El publicano o recaudador de impuestos, llamado también Leví. Murió mártir en Etiopía en el 74 d. C.

Felipe. Galileo de Betsaida. Murió crucificado en Hierápolis en el año 80 d. C.

Simón. El Cananeo, el Zelote (guerrillero). Murió crucificado junto a Judas Tadeo entre los años 60 y 70 d. C en Turquía.

Tomás. También llamado Dídimo o Mellizo. Murió atravesado por una lanza en el año 72 d. C en la India.
En adelante, el nuevo pueblo de Dios ya no estará formado sólo por judíos; los paganos (gentiles) también formarán parte de él. Además de los elegidos directamente por Jesús, en el Nuevo Testamento y en el libro de los Hechos, son también llamados Apóstoles, porque fueron enviados por el Espíritu Santo a predicar el Evangelio: Pablo de Tarso, Bernabé, Lucas, Silas, Timoteo, Tito, Filemon, Andrónico, Joias, Cefas, Jacobo, entre otros muchos.

La Iglesia Católica es la única que puede llamarse Apostólica porque su historia se remonta hasta los apóstoles del primer siglo, testigos presenciales de Cristo (Efesios 2, 19-20). 

La sucesión apostólica de la Iglesia Católica se compone de 266 Papas, desde San Pedro (44-67 d.C.) a Francisco (2013-) . 
Es la única que tiene la autoridad para enseñar el mensaje de Jesucristo, pues el mismo Señor se la dio al enviarles (Mateo 28, 18-20) y la hizo depositaria del Espíritu Santo (Juan 20,21-23). Por ello, conserva y transmite, con la ayuda del Paráclito, que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito y las palabras sanas oídas a los apóstoles» (CIC 857).

miércoles, 9 de diciembre de 2020

LOS "AY" DE LA BIBLIA

"¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra 
por los toques de trompeta que faltan, 
por los tres ángeles que están a punto de tocar!"
(Apocalipsis 8,13)

La Palabra de Dios utiliza con frecuencia el término "ay" para manifestar lamento, como "¡Ay de mí …!" (Salmo 120,5), para significar advertencia, como ¡Ay del malvado!" (Isaías 3,11), para anunciar  angustiacomo "¡Ay, ay, ay de los habitantes de la tierra! (Apocalipsis 8-12), o para expresar un sentimiento de compasión, como "¡Ay de las que estén encintas o criando en aquellos días!" (Mateo 24,19).

Encontramos este término tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo Testamento:

Los "ay" del Antiguo Testamento

Los dos primeros "ay" de la Biblia son pronunciados por el rey Salomón en Proverbios 23, 29 y en Eclesiastés 10, 16, sobre los malos y necios gobernantes
Los profetas son un oráculo de lamento constante por las consecuencias del pecado. Es el mismo Dios quien se lamenta de la infidelidad del hombre y de su alejamiento del Amor, y, sin embargo, se compadece de él.

Isaías 
"Ay" de los corruptos (1,4), de los rebeldes (3,9-11), de los codiciosos (5,8), de los lincenciosos y de los viciosos (5,11-12), de los blafemos, de los mentiroros y de los orgullosos (5,18-21), de los adictos y de los sabios (5,22-23), de los opresores y los tiranos (10,1-5), a los que también hacen referencia los capítulos 13 al 23, las naciones en contra de Dios y que son tipos de imperios antidivinos: Babilonia, Asiría, Filistea, Moab, Damasco, Egipto, Tiro, Tarsis, etc.

"Ay" de los que se apartan de Dios, de los que se vuelven idólatras y traidores, de los que confían en la política y en economía del mundo más que en Dios, de los que critican y pleitean (28,1; 29,1; 29,15; 30,1; 31,1; 33,1; 45,9-10).

Jeremías
"Ay" de los maliciosos y de los necios (4,13 y 19), de los soberbios, malvados y obstinados en la mentira (13,27), de los injustos y los interesados (22,13 y 18), de los pastores que dispersan a las ovejas del rebaño (23,1).

Ezequiel
Ezequiel, como Isaías, hace referencia al juicio sobre las naciones opositoras a Dios (babilonia, Egipto, Tiro, etc). "Ay" de los idólatras y los ignominiosos (16,23), de los sanguinarios (24,6-9), de (30,2), de los pastores que no cuidan del rebaño de Dios, es decir, de los sacerdotes malvados (34,2).

Profetas menores 
"Ay" de los que se apartan de la Iglesia y de Dios (Oseas 7,13; 9,12), de los que serán juzgados (Joel 1,15), de los "falsos cristianos" (Amós 5,16-18; 6,1-6), de los criminales y de los ladrones (Miqueas 2,1), de los mentirosos, perversos y avaros (Nahún 3,1), de los codiciosos, ladrones  y asesinos (Habacuc 2,6-15), de los rebeldes y los que se oponen a Dios (Sofonías 2,5; 3,1), de los malos sacerdotes ( Zacarías 11,17).

Los "ay" del Nuevo Testamento

Mateo
En el Evangelio de Mateo, Jesús es quien proclama siete "ay", que son "tipo" de las siete copas de  la ira de Dios del Apocalipsis y que dirige específicamente a los escribas y fariseos
Sus palabras no contienen odio o ira, sino más bien, expresan compasión, tristeza y angustia por ellos. Porque le rehúsan, porque son injustos con el Pueblo, porque son hipócritas, falsos y codiciosos (Mateo 23,14-36). Se lamenta de los ricos y de los falsos profetas, de los que escandalizan y se compadece de las embarazadas en los dias de tribulación (Mateo 18,7).

Lucas
"Ay" de los ricos, de los frívolos y de los que buscan fama (6,24-26), de los que no escuchan el Evangelio (10,13), de los fariseos e hipócritas y de los que buscan reconocimiento social, de los que no tienen amor (11,42-52), de los que escandalizan y no perdonan (17,1), de las que estén encintas el día del juicio 21,23). 

Judas 
"Ay" de los blasfemos e injuriadores (1,11).

1 Corintios
"Ay" de los que no anuncian ni viven el Evangelio (9,16)

Apocalipsis
San Juan, en el Apocalipsis, nos muestra tres "ay" o lamentaciones sobre las tragedias (interiores) que vendrán al mundo, la gran tribulación sobre la Iglesia y las copas de la ira de Dios, y que están relacionados con las tres últimas trompetas (8,13; 9,12; 11, 14; 12,12). 
Podríamos decir que, teológicalmente, los "ay" son la "otra cara" de las Bienaventuranzas, pero Dios no pretende pronunciar una maldición, juicio, condena o castigo, sino son más bien expresiones de la infinita misericordia de Dios, la cual busca desesperadamente la conversión de los hombres:

Bienaventurados los pobres en el espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos (Mateo 5,3)
¡Ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! (Lucas 6,24)

Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mateo 5,5)
¡Ay de los que ahora reís, porque haréis duelo y lloraréis! (Lucas 6,25)

Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados (Mateo 5,6)
¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre! (Lucas 6,25)

Bienaventurados vosotros cuando os insulten, os persigan y os calumnien por mi causa (Mateo 5,11)
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! (Lucas 6, 26)

Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo, que de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros (Mateo 5, 12)
Eso es lo que vuestros padres hacían con los falsos profetas (Lucas 6,26)

Los "ay" son los pálpitos de un corazón que ama, que espera y que perdona. 

Son las lágrimas de un corazón que llora en Betania y que acompaña a los dos de Emaús. 

Son los latidos de un corazón que sufre en Getsemaní y que salva en el Calvario.

sábado, 5 de diciembre de 2020

UNA VOZ QUE GRITA EN EL DESIERTO

"¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?; 
¿cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?; 
¿cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 
y ¿cómo anunciarán si no los envían?" 
(Romanos 10,14-15)

Dios, a través de su Palabra, la Sagrada Escritura, nos exhorta a los cristianos a ser profetas como Juan el Bautista, antecesores y precursores de Cristo. Nos invita a cada uno a ser “una voz que grita en el desierto" que prepare los corazones para acoger al Señor

Esta frase que, en principio, podría parecernos chocante, inútil o absurda - gritar en el desierto ¿qué, para qué y a quién? - sin embargo, encierra la importante vocación, la misión profética y evangelizadora a la que todos los cristianos somos llamados.

El desierto

Ir al desierto significa salir de la esclavitud de Egipto, de la servidumbre al mundo, y adoptar un modo de vida nada seductor, carente de atractivos, de halagos y de confort: el modo de vida cristiano. Un desierto de silencio y soledad donde encontramos una misión dura y difícil... pero que nos conduce a la Tierra Prometida, a la vida eterna. 
El desierto es el lugar donde:

- somos llevados por el Espíritu Santo, donde somos tentados y probados por Satanás (Mateo 4,1) y donde oramos al Padre (Lucas 5,16).

- nos vestimos con "piel de camello y correa de cuero", es decir, en el que nos convertimos de una vida de pecado a una una vida, austera y humilde, de amistad con Dios (Marcos 1,6).

- nos alimentamos del "maná" que cada día viene del cielo, es decir, de la Eucaristía, donde Jesucristo se hace presente como "pan de vida"  (Éxodo 16,4), y de "saltamontes y miel silvestre", es decir, de la fe del Magisterio y la Tradición de la Iglesia, y de la Palabra de Dios (Marcos 1,6).

- se manifiesta la voz de Dios y nos revela su "nombre", es decir, donde nos revela, a través de Su Palabra, su voluntad (Éxodo 3,14) y respondemos: "Aquí estoy, Señor, mándame" (Isaías 6,8-11).

La voz

Gritar a pleno pulmón, como sonido de trompeta (Apocalipsis 1,10), significa que Dios pone Su Voz en nuestras bocas y Su Espíritu en nuestras almas (Isaías 51,16; 61,1) para que pidamos la conversión de los pecadores (Isaías 58, 1).
La voz que grita en el desierto es la voz:

- que clama el alma enamorada de Dios (Cantar de los Cantares 8,5).

- que no puede ser callada, distorsionada o manipulada (Hechos 4,20).

- que prepara el camino al Señor, testificando la Verdad del Evangelio (Isaías 40 3,5: Juan 1,23).

- que anuncia a toda la humanidad que el protagonismo es de "Uno más fuerte que viene detrás de nosotros, al que no merecemos desatarle las sandalias", a Jesucristo (Marcos 1,6-7).

- que proclama la grandeza de Dios en el desierto de un mundo inhóspito, árido e infértil hasta los confines de la tierra (Marcos 16, 15-18).

- que rompe el silencio del desierto de las desesperanzas y las dificultades. y proclama una promesa de salvación para todos (Hechos 4,12).

- que ilumina a las naciones, que están en tinieblas (Isaías 49, 6) y atrae a todas las personas a la luz, a la salvación (Isaías 499). 

San Pablo, en su carta a los Romanos 10, 14-15, nos exhorta mediante cuatro preguntas de sentido común a anunciar a Cristo sin dilación, a hablar de Él a quienes no ha oído hablar de Él, a quienes no creen en Él, a quienes no le aman. Y lo hace porque nadie puede experimentar el amor de Cristo si nadie es enviado, si nadie habla de Él. 

¿He escuchado la voz del Señor en el silencio del desierto? Si es así, ¿a qué espero para ser la voz que grita y anuncia a Cristo? ...¿a que las condiciones me sean favorables?... ¿a que sea un momento oportuno? ... ¿ a estar preparado?... ¿a tener ganas o fuerzas?

Es muy fácil ser "voz" en un retiro, es muy cómodo estar en un "monte Tabor" donde Dios se transfigura y nos habla, y donde el Espíritu Santo derrama toda su gracia y poder. ¡Qué fácil es ser cristiano allí!
Pero necesito cuestionarme: ¿me he acostumbrado a proclamar a Cristo solamente en un ambiente favorable y "cuesta abajo"? ¿Sirvo a Dios solamente en un retiro? ¿Confundo el monte con el desierto? 

Aunque el desierto puede también tener algunos montes, normalmente, no suele estar muy lejos de nosotros: el desierto es nuestra propia casa, nuestros propios hijos, padres o hermanos, nuestros propios amigos o compañeros de trabajo. 

Allí es donde hemos sido enviados. Allí es donde estamos llamados a ser realmente "una voz que grita en el desierto"...aunque no sea fácil, aunque nos resulte incómodo, aunque no sea el momento, aunque no tengamos ganas o aunque nos dé vergüenza...

"Una voz que grita en el desierto" no siempre necesita de palabras. A veces ese "grito" es silencioso. Un silencio que trabaja con coherencia y humildad en el ejemplo diario, en el servicio cotidiano, en la "soledad" de la oración contemplativa, en la entrega altruista diaria, sin halagos, sin reconocimientos, sin "medallas". 

¿Soy voz que grita en el desierto o que calla en el oasis?

miércoles, 2 de diciembre de 2020

¡BENDITA LOCURA!

"Alegraos y regocijaos, 
porque vuestra recompensa será grande en el cielo" 
(Mateo 5,12)

Recuerdo que de pequeño me preguntaban, como a todos los niños, qué quería ser de mayor. Yo decía cualquier cosa: futbolista, rico, famoso... Eran deseos de la infancia, pero lo que de verdad pensaba era... ser feliz.

Sí, lo reconozco abiertamente: hoy soy feliz. No me "duelen prendas" en reconocer mi alegría a pesar de la ausencia de trabajo, a pesar de los problemas económicos, a pesar de la situación incierta que atravesamos, a pesar de la carencia de seguridades materiales...

Llámame "loco" si quieres...que yo diré:

¡Bendita locura! que me ha alejado de la frivolidad, de la intrascendencia y de las falsas promesas de "este mundo" que me había "lobotomizado" con sus seducciones y engaños.

¡Bendita locura! que me ha curado de cincuenta años de "falsa cordura" a la que sucumbí y con la que jamás fui capaz de conseguir mis expectativas ni de satisfacer mis anhelos.

¡Bendita locura! que me ha enseñado a no buscar el bienestar efímero ni el placer inmediato, trampas inanes, que no son ni siquiera sucedáneos de la verdadera felicidad.

¡Bendita locura! que me ha mostrado mi debilidad, mi fragilidad y mi limitación, para reconocer a Dios y volver la mirada a Él, que es fuerte, todopoderoso e ilimitado.

¡Bendita locura! que me ha hecho ver el mundo a través de los ojos de la fe (o como dice mi mujer: con "las gafas de María") para entender que el sufrimiento y la prueba son parte del camino a la felicidad, a la santidad... a la presencia de Dios.

¡Bendita locura! que me ha abierto la puerta a la dicha y a la recompensa en el cielo. Y esa "puerta" es Cristo, siempre abierta aunque angosta: "Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos" (Juan 10,9)
Jesús es el Viajero que se hace el encontradizo, el Amigo que acompaña, el Desconocido que escucha, el Compañero que consuela, el Mediador que reconcilia, el Médico que cura y el Dios que salva.

Medio siglo he tardado en comprender y descubrir que la felicidad no está en "lo de abajo", en la instantaneidad del placer o en la falsedad del bienestar, sino en "lo de arriba", en los bienes eternos. 

Media vida ("nunca es tarde si la dicha es buena") he tardado en comprender que la auténtica felicidad no puedo encontrarla en la satisfacción de los deseos o de los instintos, ni en la acumulación de riquezas o posesiones, ni en las aspiraciones de poder o reconocimiento social. ¡No!... la felicidad no está en las "cosas de este mundo". Está en Dios.

El manual de felicidad está escrito...pero, como casi siempre, no somos capaces de reconocerlo. Se encuentra en el Evangelio de Mateo 5, 3-12: son las bienaventuranzas

Estas nueve frases conforman la "locura del Evangelio" y, a la vez, la "alegría del Evangelio": la generosidad y la pobreza en el espíritu, la entrega y el servicio, la búsqueda constante del rostro del Señor y de su Gracia, la respuesta a la verdadera vocación, el sufrimiento vivido en silencio y el abandono en manos de María, "causa de nuestra alegría".
Las llaves de la felicidad están depositadas, no en el fondo del mar, como dice la canción...sino en la Palabra de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas" (Mateo 22, 37-40).

La clave es el AMOR. La auténtica felicidad consiste en vivir una vida de entrega desde una perspectiva sobrenatural, mística, "divina", orientada siempre a la voluntad de Dios, abandonada a las exigencias del amor y confiada en la Providencia divina. 

El Reino de los Cielos es semejante a una rosa que necesita: buena tierra donde enraizar, agua pura para alimentarse, luz solar para crecer y cuidados para florecer. Una bella y atractiva flor de pétalos llamativos pero con tallo de espinas. Porque no hay vida sin cruz. No hay felicidad sin sufrimiento. No hay plenitud sin Dios.

"Puesto que sabéis esto, 
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica"
 (Juan 13, 17)

Esta es mi experiencia y mi testimonio. Esta es mi felicidad y mi alegría. Las de un "loco" enamorad0...¡Bendita locura!

EN EL HOGAR DE NAZARET

"El niño, por su parte, 
iba creciendo y robusteciéndose, 
lleno de sabiduría; 
y la gracia de Dios estaba con él" 
(Lucas 2, 40)

El hogar de la Sagrada Familia en Nazaret es, sin duda, el primer santuario mariano de la historia, donde se anuncia la Encarnación del Mesías y donde se desarrolla la maternidad de la Virgen María, que no sólo significa la concepción, gestación y parto de nuestro Señor, sino que además, abarca el cuidado, desarrollo y formación del Hijo de Dios. 

El hogar de Nazaret es el primer sagrario de Dios, donde a través del misterio de la Encarnación del Hijo, el Amor quiso habitar entre nosotros, y eligió la mejor "custodia" para hacerlo"Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Juan 1, 14).
El hogar de Nazaret se convierte en el primer templo cristiano, en el que Jesús desarrolla su vida oculta de fe y en el que ejerce su humanidad al resguardo de una familia en la que crecerá seguro y confiado en brazos de Santa María, en la que aprenderá el oficio artesano de manos de San José, como signo de dignidad humana, y en la que se preparará discretamente para la misión que su Padre le encomendó.

El hogar de Nazaret es la esencialidad de la familia, la primera célula de la sociedad, donde cobra importancia la comunión, la paz y la armonía, donde sucede la intimidad, donde se comparte la vida, donde se respeta la confidencialidad, donde se genera la confianza y donde crece la fe.
El hogar de Nazaret es el primer cielo donde el tiempo se detiene para dar paso a la contemplación, donde el espacio se llena de silencio para dar paso a la alabanza y la acción de gracias, donde "lo sencillo" y "lo pequeño", cobra toda su dimensión humana y divina. 

El hogar de Nazaret es la "escuela de María", la primera escuela de virtudes y valores cristianos, donde se construye la unidad en la fe, donde se fragua la humildad, donde se vive de forma excelsa la esperanza, donde se forja la perseverancia y donde se abraza el milagro del Amor. 

El hogar de Nazaret es la primera Iglesia, donde se comparte, donde se acoge, donde se alaba, donde se adora. Es la primera comunidad cristiana, donde se aguarda, donde se espera, donde se cree, donde se ama. 

El hogar de Nazaret es la primera academia de oración, en la que Madre e Hijo se disponen durante treinta años de oración, preparación y capacitación para el misterio de la Redención: María, meditando todas las cosas en su corazón y Jesús, creciendo en sabiduría y gracia. Un lugar donde María, de maestra de su Hijo se convierte en humilde discípula del Maestro.

El hogar de Nazaret es el primer hogar del cristianodonde se define la proporción de la misión evangelizadora: treinta años de vida interior (preparación, formación y oración) y tres, de vida exterior (servicio, proclamación y testimonio).

El hogar de Nazaret es la morada segura a la que siempre "se vuelve", es la casa acogedora en la que el Padre y la Madre siempre "esperan" y "reciben" con los brazos abiertos, es el lugar alegre en el que se "celebra" una gran fiesta, es el hogar sereno en el que transcurre la vida oculta con Cristo en Dios (Colosenses 3, 3)

martes, 1 de diciembre de 2020

TEOLOGÍA PAULINA (2): DOCTRINA MORAL Y ESCATOLÓGICA

"Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, 
por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; 
pues en él habéis sido enriquecidos en todo: 
en toda palabra y en toda ciencia; 
porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo" 
(1 Corintios 1, 4-6)

Continuamos, en este segundo artículo, reflexionando la teología paulina y, en concreto, hoy nos centraremos en la moral y escatología de san Pablo.

A lo largo y ancho de sus cartas a las iglesias, que empezó a escribir hacia el 50 d.C., apenas veinte años de la muerte y resurrección del Señor, cada vez que san Pablo toca asuntos eclesiales, inevitablemente surgen advertencias y recomendaciones sobre la conducta de los creyentes en Cristo. Esos consejos son también para nosotros.

San Pablo llama a todos los cristianos, sin excepción y sin dilación, a una conducta moral intachable y coherente con el Evangelio de Cristo, y para ello, no tiene problema alguno en corregir las conductas desviadas al respecto que puedan surgir en cada comunidad.

A los Tesalonicenses, primeros destinatarios de sus cartas, les expondrá su primera catequesis y les recordará sus enseñanzas y su aplicación a las necesidades de la comunidad, les hablará sobre la pureza y la santidad, del amor fraternal y de la parusía.

A los Gálatas les explicará las diferencias entre los "frutos del Espíritu" y las "obras de la carne" y les expondrá el gran tema de la justificación por la fe y no por la Ley. 

A los Filipenses les hablará sobre la humillación (muerte) y gloria (resurrección) del Señor, el himno cristológico más importante de todo el Nuevo Testamento, y también, sobre la estructura jerárquica de la Iglesia.

A los Colosenses les introducirá en el misterio de Cristo como destino del creyente, y les advertirá de los peligros del gnosticismo.

A los Corintios les aconsejará sobre la conducta del cristiano en comunidad, sobre el matrimonio y la virginidad, sobre el peligro de la idolatría, sobre la unidad de la Iglesia como cuerpo de Cristo y sobre la resurrección de los muertos.

A los Efesios, desde su primera cautividad romana, les hablará de las leyes de la vida doméstica y familiar, de la salvación por Cristo y del nacimiento del hombre nuevo.

Pero será a los Romanos, que viven en la capital del Imperio "perverso", a quienes les expondrá una síntesis de su pensamiento moral: sobre el pecado original, que afecta tanto a paganos como a judíos; sobre la justificación y el fin de la Ley; sobre la salvación, que viene sólo de Cristo; sobre la fe, la esperanza y la caridad; sobre el bautismo, que da a luz a la nueva criatura en Cristo; sobre la vida en el Espíritu, en clara confrontación al "espíritu imperial"; y sobre todo, sobre la imitación a Cristo como nuestro Salvador.  

Discurso moral

Una característica sobresaliente del pensamiento paulino es que conecta la moral con la redención subjetiva o justificación

Resulta particularmente chocante el capítulo 6 de la carta a los Romanos. En el bautismo "el hombre viejo es crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado sea destruido con el fin de que no sirvamos ya más al pecado" (Romanos 6, 6). 
Nuestra incorporación al cuerpo místico de Cristo, a la Iglesiano es solamente una transformación y una metamorfosis, sino una acción real, el nacimiento de un nuevo ser, sujeto a nuevas leyes y, por consiguiente, a nuevos deberes, y a nuevas relaciones: la filiación a Dios Padre, la consagración al Espíritu Santo, la identidad mística con nuestro salvador Jesucristo y la hermandad con los otros miembros de Cristo. Pero esto no es todo. 

Pablo dice a los conversos: "Gracias sean dadas a Dios porque, siendo siervos del pecado, habéis obedecido de corazón a la doctrina en la que habéis sido liberados . . . . Pero ahora, siendo libres del pecado, habiéndoos convertido en los siervos de Dios, tenéis el fruto de la santificación, y en la vida eterna" (Romanos 6, 17, 22). 

Por el acto de fe y su sello, el bautismo, el cristiano se hace libre y voluntariamente siervo de Dios y soldado de Cristo. 

La voluntad de Dios, que el cristiano acepta de antemano en la medida en que se manifiesta, se convierte, de ahí en adelante, en su código de conducta

Así es que el código moral de San Pablo descansa por un lado en la voluntad positiva de Dios dada a conocer por Cristo, promulgada por los apóstoles, y aceptada virtualmente por los neófitos en su primer acto de fe, y por otro lado, en la regeneración por el bautismo y en la nueva relación que él produce. Todos los mandamientos y recomendaciones de Pablo son una mera aplicación de estos principios.

Discurso escatológico

El discurso escatológico paulino está fundamentado en tres conceptos: Parusía, Resurrección y Juicio Final.
La descripción gráfica de la parusía paulina (1 Tesalonicenses 4, 16-17; 2 Tesalonicenses 1, 7-10) contiene casi exactamente los mismos puntos esenciales del gran discurso escatológico de Cristo (Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21). 

Una característica común de estos pasajes es la proximidad aparente de la parusía. San Pablo no afirma que la venida del Salvador esté próxima. En cada una de las cinco epístolas en las que expresa el deseo y la esperanza de ser testigo presencial de la venida de Cristo, considera al mismo tiempo la probabilidad de la hipótesis contraria, demostrando así que carece de certeza y de revelación explícita en este punto. Sabe sólo que el día de la venida del Señor será inesperado, como llega un ladrón (1 Tesalonicenses 5, 2-3), así es que aconseja a los neófitos el estar listos sin descuidar los deberes de estado (2 Tesalonicenses 3, 6-12). 

Aunque la llegada de Cristo sea súbita, estará precedida por tres signos
  • apostasía general (2 Tesalonicenses 2, 3)
  • aparición del Anticristo (2, 3-12)
  • conversión de los judíos (Romanos 11, 26)
Una circunstancia particular de la predicación de San Pablo es que el justo que viva en la segunda venida de Cristo pasará a la inmortalidad gloriosa sin morir (1 Tesalonicenses 4, 17; 1 Corintios 15, 51; 2 Corintios 5, 2-5).

Debido a las dudas de los Corintios, Pablo trata de la resurrección en Cristo con algún detalle. No ignora la resurrección de los pecadores, que afirmó ante el Gobernador Félix (Hechos 24, 15), pero no habla de ella en sus epístolas. Cuando dice que "los muertos que están en Cristo surgirán primero" (1 Tesalonicenses 4, 16), su “primero” no se refiere a otra resurrección sino a la gloriosa transformación de los vivos. 

Para san Pablo sólo existe la resurrección gloriosa de los justos. La resurrección de los réprobos no entra en su horizonte teológico, y así, sus argumentos con respecto a la resurrección, se pueden reducir a tres

-la unión mística del cristiano con Cristo
-la presencia en nosotros del Espíritu y la convicción interior
-la fe sobrenatural de los apóstoles. 

¿Cuál es la condición de las almas de los justos entre la muerte y la resurrección? Gozar de la presencia de Cristo (2 Corintios 5., 8); su heredad es envidiable (Filipenses 1 23); de donde se deduce que es imposible que sean sin vida, sin actividad, sin conciencia.
El juicio, según san Pablo, y según los sinópticos, está relacionado estrechamente con la parusía y la resurrección. Son los tres actos del mismo drama que constituyen la ley del Señor (1 Corintios 1, 8; 2 Corintios 1, 14; Filipenses  1, 6, 10; 2, 16). "Dado que todos debemos comparecer ante el juicio de Cristo, que todos debemos recibir de acuerdo con nuestros hechos sean ellos buenos o malos" (2 Corintios 5, 10).

De este texto se deducen dos conclusiones:
  • El juicio será universal, ni los justos ni los réprobos lo eludirán (Romanos 24, 10-12), ni siquiera los ángeles (1 Corintios 6, 3); todos los que comparezcan deberán dar cuenta de la utilización de su libertad.
  • El juicio será según las obras: esta es una verdad reiteradamente expuesta por San Pablo hablando de los pecadores (2 Corintios 11,15), de los justos (2 Timoteo 4, 14), y de todos los hombres en general (Romanos 2, 6-9). San Pablo considera dos justificaciones, la primera, necesariamente gratuita dado que el hombre era incapaz de merecerla (Romanos 3, 28; Gálatas 2, 16), y la segunda, de acuerdo con sus obras (Romanos 2, 6: kata ta erga), dado que el hombre, una vez ornado con la divina gracia es capaz de mérito como de demérito. La recompensa celestial es "una corona de justicia que el Señor, juez justo, otorgará" (2 Timoteo 4, 8) a aquellos que la hayan ganado legítimamente.
En dos palabras, la escatología de san Pablo no es tan distintiva como se la ha hecho siempre aparecer. Quizá su característica más original sea la continuidad entre el presente y el futuro del justo, entre la gracia y la gloria, entre la salvación incipiente y la salvación consumada. 

Un gran número de términos: redención, salvación, justificación, reino, gloria y, especialmente, vida, son comunes a los dos estados o, más bien, a las dos fases de la misma existencia unidas por la caridad “que perdurará siempre”.

Para profundizar en la teología de san Pablo, un buen comienzo sería la lectura del corpus paulino, es decir, de las cartas a las iglesias y después, las cartas a Timoteo, Tito y Filemón.

Para conocer más a fondo la vida y figura del apóstol, lo más sugerente es leer el libro de los Hechos de los Apóstoles.