¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 12 de julio de 2021

EVANGELIZAR NO ES HACER PROSÉLITOS

¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, 
que viajáis por tierra y mar para ganar un prosélito, 
y cuando lo conseguís, 
lo hacéis digno de la gehenna el doble que vosotros! 
(Mateo 23,15)

En el artículo anterior reflexionábamos y meditábamos sobre la misión que Jesucristo encomendó a sus discípulos y que nos concierne a todos. Sin embargo, debemos tener especial cuidado para no confundir evangelizar con hacer proselitismo, ni celo apostólico por sectarismo.

Proselitismo, del griego ροσήλυτος/prosêlütos y del latín prosélytus, "nuevo venido", es el empeño o afán de una persona por convencerinducir o incluso forzar a otra a cambiar su parecer, sin tener en cuenta su libertad, su dignidad o su capacidad de elección voluntaria.

Hacer proselitismo no tiene nada que ver con evangelizar. El empeño exagerado e incluso impertinente por captar o atraer a la fe a otras personas a cualquier precio no es evangelizar, sino hacer "esclavos de la fe". Imponer la fe de un modo exigente, obligatorio y coactivo no procede de una pureza de intención cristiana. 

Hacer proselitismo es adoptar una actitud sectaria por la que alguien llega a considerarse un "fiscal de la fe", un "juez de la fe", un "hermano mayor", o incluso "espiritualmente superior", obligando y forzando a los demás a "acatar la verdad a la fuerza". 

Nosotros, los cristianos, no somos fiscales, ni abogados ni jurados ni jueces. Somos testigos que, llamados al estrado, damos testimonio de que Jesucristo ha resucitado y vive, pero no acusamos, ni defendemos, ni damos un veredicto, ni dictamos sentencia. Sólo el pecado acusa, sólo el Espíritu Santo defiende y sólo Dios juzga los corazones.

Hacer proselitismo es transformarse, sin saberlo, en traficantes de esclavos de la fe. Es ir a la selva, capturar violentamente a otros e introducirlos a la fuerza en un barco negrero que jamás puede llevar el nombre de "Iglesia de Cristo". Los cristianos no somos comerciantes ni nos dedicamos a la trata de hombres. Somos misioneros que damos gratis lo que hemos recibido gratis (Mateo 10,8).
Dios respeta por encima de todo la libertad y la dignidad del hombre, y nunca fuerza ni quebranta su voluntad. Si Jesús jamás hizo proselitismo durante su vida pública ¿por qué habríamos de hacerlo nosotros?

Este afán de "captar esclavos para la fe" parte de una idea errónea y tergiversada del concepto y del proceso de conversión. La conversión espiritual o "metanoia" es un acto libre e interior de la voluntad por el que el hombre "se vuelve" a Dios, no por un empeño forzado. 

La conversión es siempre un movimiento "interno" del alma y nunca se provoca desde afuera, es decir, nadie convierte a nadie. Es uno mismo quien decide cambiar su corazón y transforma su mente al confrontar su vida ante Dios Todopoderoso, no por la acción empecinada de otro.

Forzar, obligar o presionar a cualquier persona para abrazar la fe no es obra de un cristiano sino de un sectario. Un seguidor de Cristo jamás irrumpe, coacciona y violenta un corazón, sino que lo conquista y lo atrae con el amor, con el ejemplo y con el testimonio de Jesucristo.
Imponer la Verdad por la fuerza, asaltar a las personas por la calle, "condenar" a quien no conoce a Cristo no es obra de un cristiano sino de un tirano. Un cristiano tan sólo anuncia y testimonia a Jesucristo, para que Su justicia y misericordia penetren en el alma con suavidad y firmeza al mismo tiempo.

Un cristiano sabe que "el mundo tiene más necesidad de testigos que de maestros" (Pablo VI) y que el fruto de la misión no le pertenece a él, sino que brota de la Gracia. Por ello, más que imponer lo absoluto y lo divino, lo ejemplariza y lo testimonia, mostrando el cielo en la tierra.

Cristo hace discípulos por atracción, no por imposición. El Señor hace amigos por fascinación, no "adeptos" por obligación. Jesús hace hombres libres, no esclavos. Por tanto, si somos discípulos de Cristo, ¿no deberíamos hacer lo mismo?

jueves, 27 de mayo de 2021

NECESITAMOS FORMACIÓN

"¿Hasta cuándo, ignorantes, amaréis la ignorancia,
y vosotros, insolentes, recaeréis en la insolencia,
y vosotros, necios, rechazaréis el saber?
Prestad atención a mis razones,
derramaré mi espíritu sobre vosotros,
quiero comunicaros mis palabras"
(Proverbios 1,22-23)
Hace algún tiempo, en un retiro de Emaús, me regalaron una pulserita verde que siempre llevo en mi muñeca y en la que está escrita una inscripción de San Alberto Hurtado que dice: "¿Qué haría Jesús en mi lugar?" 

Reconozco que esta pregunta me ha sacado de mi ignorancia, de mi insolencia y de mi necedad anteriores. Sin duda, ha sido una gran ayuda colocarme en el lugar de Cristo para saber cómo obrar en cada momento, sobre todo, cuando le sirvo, en el ámbito de la evangelización

Pero ¿Cómo responder a la pregunta si no conozco a fondo a Cristo? ¿Cómo discernir lo que Jesús haría en mi lugar si no tengo una relación lo suficientemente estrecha como para saberlo? ¿Cómo salir de mi ignorancia, de mi insolencia y de mi necedad?

La fe cristiana es el encuentro y la relación íntima con Jesucristo. Una vez que nos hemos encontrado con Él y le hemos reconocido, necesitamos establecer una profunda e íntima relación con Él, seguir dejándonos amar y rociar por el Espíritu Santo, escuchar y alimentarnos de lo que nos dice a través de su Palabra, de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, entablar un diálogo personal con Él en la oración, para finalmente, servirle y amarle.  

Porque lo que Jesús haría en mi lugar sería, sin duda, amar y servir. Pero para amar y servir tengo que conocer. Y no se puede servir y amar lo que no se conoce. Por tanto, necesito profundizar en el conocimiento de Cristo, es decir, necesito formación. Todos la necesitamos, y la necesitamos ya.
Formarme no significa convertirme en teólogo o en un erudito en cristianismo, sino conocer cuánto me ha amado Dios en Jesús, saber cómo puedo agradarle siempre más y ofenderle menos, conocer su voluntad y saber qué tiene pensado para mí. 

Como discípulo del Maestro, mi misión es estar constantemente aprendiendo de Él, entender su plan para mí, conocer la vocación a la que me llama, para así, ser sal de la tierra y luz del mundo.

Sin conocer la Verdad, sin ser fiel a la doctrina de la Iglesia, a quien Cristo ha encomendado la misión de evangelizar, no sólo no puedo saber lo que Jesús haría en cada circunstancia de mi vida, tampoco puedo ser un apóstol eficaz.
"El arte del apostolado es arriesgado. La solicitud por acercarse a los hermanos no debe traducirse en una disminución de la verdad.... Sólo el que es totalmente fiel a la doctrina de Cristo puede ser eficazmente apóstol. Y sólo el que vive con plenitud la vocación cristiana puede estar inmunizado de los errores con los que se pone en contacto(Pablo VI).
Pero no necesito dejar de evangelizar hasta alcanzar una formación completa, un conocimiento total de Cristo. Si esperara a eso, nunca haría nada. Puedo ser discípulo junto a otros discípulos, aprender mientras enseño a otros, compartir mientras comparto con otros, formarme mientras formo a otros...como hacían los apóstoles. 
"El imperativo de actuar hoy y con urgencia procede de las necesidades que son verdaderamente inmensas para quien sabe darse cuenta... He aquí la hora de los laicos. Es preciso empezar a trabajar hoy mismo, porque tal es la ley de la conciencia cristiana. Cuando se ha oído enunciar un deber no se dice: 'lo haré mañana'. Se debe actuar inmediatamente"  (Pablo VI).
En el mundo actual, el Enemigo ha cambiado el terreno original de la batalla espiritual. La Serpiente antigua ha modificado sus tácticas y sus estrategias llevándolas al plano ideológico, cultural y educacional, donde consigue mejores resultados que en el físico. 
Hoy, Satanás no busca una lucha frontal de sangre y destrucción como antaño, sino una guerra incruenta de confusión y corrupción; no quiere matar con actos sino envenenar con ideas; no quiere mártires sino apóstatas; no quiere víctimas sino desertores. 

Para poder entrar en el combate ideológico de nuestro tiempo, tenemos muchas armas que Dios pone a nuestra disposición:

Necesitamos estar alerta y vigilar a través de la oración para que nuestra fe, esperanza y caridad aumenten. 

Necesitamos leer, estudiar, meditar a través de la formación en la Tradición y el Magisterio de la Iglesia. 

Necesitamos obtener los dones de sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios a través del Espíritu Santo para que nuestra voluntad se ponga en marcha.

Necesitamos recibir la gracia y la paz a través de los sacramentos para que nuestra perseverancia haga frente a las insidias y maldades con las que el Enemigo quiere hacernos caer.

Necesitamos conocer la Luz y la Verdad de Cristo a través de la Palabra de Dios para que nuestra resistencia haga frente a las mentiras y falsedades con las que Satanás pretende desvirtuar nuestras conciencias.
En definitiva, necesitamos formación y misión, oración y acción, verdad y justicia. Y en todo, amor.
"Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado; el que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá apreciar si mi doctrina viene de Dios o si hablo en mi nombre. Quien habla en su propio nombre busca su propia gloria; en cambio, el que busca la gloria del que lo ha enviado, ese es veraz y en él no hay injusticia"(Juan 7,16-18).



 

JHR

miércoles, 1 de abril de 2020

ALMA DE APÓSTOL

Amor y Perdón | Del Islam al Cristianismo | Testimonio Ex Musulmán
"Porque no nos predicamos a nosotros mismos, 
sino a Jesucristo, el Señor; 
nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús. 
Pues el mismo Dios iluminó nuestros corazones 
para que brille el conocimiento de la gloria de Dios, 
reflejada en el rostro de Cristo. 
Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, 
para que aparezca claro que esta pujanza extraordinaria 
viene de Dios y no de nosotros."
(2 Corintios 4,5-7)



Dios, en su bondad infinita, ha querido comunicarse con sus dones a toda su creacción y revelarse con sus bienes a sus hijos, los hombres, a través de su Hijo Jesucristo. 

En virtud de su Encarnación y Redención, Cristo es la única fuente de la participación en la vida divina. Nada hace Dios sino mediante su Hijo el amado, en quien se complace.

El Señor ha querido, a su vez, transmitir su amor por nosotros a través de la llama del apostolado, constituyendo su Iglesia y dotándola de una misión: que el hombre enseñe al hombre el camino de la salvación.

Podría haberlo hecho directamente, obrando en las almas, como lo hace en la Eucaristía. Pero ha querido precisamente que sea desde la herida del costado de Cristo en la cruz, desde donde surge la Eucaristía. 

Dios ha querido servirse de colaboradores para repartir su gracia a la humanidad. Ha "querido necesitarnos", como muestra de su gran ternura de padre hacia nosotros. Y por voluntad propia encargó este ministerio a su Iglesia, cuando le dijo al discípulo amado:"Ahí tienes a tu Madre" (Juan 19,27) 

Un Apostolado jerarquizado


Renuncia de Su Santidad el Papa – Diócesis de Ciudad RodrigoTodo apostolado está perfecta y gradualmente escalonado, y comienza por el clero, cuya jerarquía fue instaurada por el mismo Jesucristo con sus doce apóstoles a quienes envió hasta los confines de la tierra, y después, continuada por ellos, al nombrar obispos y sacerdotes, para que evangelizaran al pueblo de Dios. 

Junto al clero, están las órdenes contemplativas y las congregaciones de consagrados que difunden el bien espiritual y corporal a través de la oración, el servicio y la formación.

Y por último están los laicos, esos católicos fervientes, de corazones ardientes tras su encuentro con Jesús, y que aumentan exponencialmente la transmisión del mensaje apostólico del Evangelio, allí donde no llega el resto de la jerarquía.

Una Evangelización protagonizada



Teniendo siempre presente que Dios no hace nada sino mediante Jesús, también nosotros no podemos hacer nada sino mediante Jesús. Cristo, a través del Espíritu Santo, es el protagonista de toda evangelización.

No obstante, existe una tentación peligr
osa, la herejía de las obras, que consiste en adueñarnos de la evangelización, ocupándonos de las obras como si Cristo no contase, como si Él no fuera el protagonista de todo apostolado, o como si no fuera el autor de todas las gracias, que nos regala a través de su Espíritu Santo.

Esta herejía de las obras es el activismo febril d
el hombre, que trata de sustituir la acción de Dios, que ignora la gracia, que obvia la trascendencia, que omite la sobrenaturalidad y que olvidando la oración, aspira a destronar a Jesús por su orgullo vanidoso.

Yo no soy fan de Jesucristo – Blog del pastor Juan Carlos
Nuestro Señor, sabedor de nuestra debilidad y fragilidad pecaminosa, pone a nuestra disposición la solución para defendernos del orgullo, pecado por el que entran el resto de los pecados: la vida interior.

Sin la vida interior no es posible la existencia de un alma de apóstol, pues "en vano te entregarás a los demás, si te abandonas a ti mismo".

Una Misión interiorizada


La vida interior estructura y edifica toda alma de apóstol. Así nos lo enseñó nuestro Maestro: Treinta años de vida privada en recogimiento, y cuarenta días de desierto en penitencia, demuestran que sin oración no hay evangelización. 

Jesús Salva.: El cuerpo glorificado. Las transformación de los ...La vida exterior es más humana porque nos conecta con los hombres, mientras que la interior es más sublime porque nos conecta con Dios. 

La vida activa es agitada y convulsa, mientras que la interior es más segura porque es más reposada y serena.

La vida interior es más rica porque nos muestra la voluntad y nos da la gracia santificante necesaria para afrontar la vida exterior.

La vida interior, por la Eucaristía, atrae hacia el apóstol las gracias y bendiciones de Dios, y le santifica a través del buen ejemplo y del testimonio coherente.

La vida interior infunde en el alma del apóstol una trascendencia sobrenatural para irradiar con elocuencia la fe, la esperanza, la caridad, la bondad, la humildad, la firmeza, la mortificación y la conversión de las almas.

Alma de Apóstol

Toda alma de apóstol está inundada por la luz de Dios e inflamada por Su amor, y así, ilumina con sus reflejos y caldea con su fervor a los demás.

Toda alma de apóstol recibe antes de comunicar la misión que Dios le ha encomendado y está impregnada de su voluntad para establecer el propósito y los medios del apostolado con fe y piedad.

Toda alma de apóstol está libre de ruido y agitación (que hacen muy poco bien), y llena de silencio y escucha atenta (que hacen mucho ruido).

Toda alma de apóstol revela el amor de Dios, por los actos de su vida interior y manifiesta el amor al prójimo, por los actos de su vida exterior.

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Toda alma de apóstol tiene "corazón" (vida interior) que late continuamente, y "brazo" (vida exterior) que se mueve cuando se le requiere.

Toda alma de apóstol no separa nunca lo que Dios ha unido: la perfecta unión entre vida interior y exterior, entre vida contemplativa y activa.

Toda alma de apóstol atiende la salvación del prójimo sin menguar la suya, porque el Diablo nos llena de obras, mientras que Dios nos colma de gracias.

Toda alma de apóstol tiene siempre una elección que hacer: la santidad completa o la perversión absoluta, la humildad o la vanidad, la mansedumbre o el orgullo, el altruismo o el esgoísmo.

Toda alma de apóstol se equipa de pies a cabeza antes de lanzarse a la batalla de las obras (Efesios 6): 

La vida interior es la armadura del hombre de obras: resiste a las tentaciones y evita las asechanzas del demonio. 

Le ciñe de la pureza de intención: concentra en Dios sus pensamientos, deseos y afecciones, y le impide perderese en las comodidades, placeres y distracciones.

Le calza con la discrección y la modestia: armoniza sus obras con la sencillez de la paloma y la prudencia de la serpiente.

Le protege con el escudo de la fe: protege de las falsas doctrinas, del relativismo y de la mundanización.

Le refugia con el casco de la humildad y la oración: reconoce su debilidad y fragilidad, su incapacidad de salvación sin la gracia santificante y aumenta su confianza sobre la que se estrellan los golpes del orgullo y la rebeldía.  

Le arma con la espada del Evangelio: robustece su celo conla escucha y meditación de la Palabra, y aumenta su coraje con los Sacramentos, en especial, con la Eucaristía.


Bibliografía: 

"El alma de todo apostolado" (Dom. J.B. Chautard, Abad cisterciense)

lunes, 9 de marzo de 2020

ALIMENTAR EL ESPÍRITU

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"Está escrito: No sólo de pan vive el hombre,
 sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." 

(Mateo 4,4; Lucas 4,4)

Dios ha creado al hombre como un ser único, dotado de cuerpo y espíritu. El cuerpo necesita sustento, cuidado y alimento para sobrevivir, crecer y desarrollarse satisfactoriamente. De la misma forma, también el espíritu necesita alimento, cuidado y atención. 

Jesús mismo nos lo dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino que de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con ello, quiso decir algo más que dar una respuesta al Tentador: que cultiváramos nuestro espíritu, que alimentáramos nuestra vida interior ante las tentaciones de estar pendientes sólo de las necesidades de nuestro cuerpo.

Por ello, debemos alimentar nuestra vida espiritual para no caer en una fe superficial, anímica, tibia, mediocre, relativista e indiferente.

Necesitamos un adecuado desarrollo espiritual para no caer en el desprecio por lo trascendental, en el endurecimiento de nuestro corazón y en la deformación de nuestra conciencia.

Pero antes de desarrollar nuestro espíritu, tenemos que cimentar una conciencia recta y una voluntad fuerte

Despues, cultivar nuestra inteligencia y dejar que el Espíritu Santo modele nuestro corazón, guiar nuestra alma y derramar sus dones y sus gracias, para conducirnos hacia un camino de santificación.

Una vez cimentadas nuestra conciencia, vol
untad e inteligencia por la Gracia, los cristianos necesitamos una formación espiritual sólida, firme y segura, que nos proporcione las herramientas necesarias para tomar un camino de madurez

En él, creceremos día a día, reflejaremos en nuestra vida el mensaje de Jesucristo de forma integral, así como el amor a Dios y al prójimo, mediante la búsqueda del bien, la verdad y la belleza.
La formación espiritual nos dará una mayor profundidad en nuestra relación con Dios, a través de la oración, la lectura de la Palabra, el discernimiento de la fe, la comprensión y aceptación de la doctrina y el seguimiento de los sacramentos.

Una buena sugerencia para em
pezar, es buscar guía y dirección espiritual en un sacerdote o en un consagrado. Pero, además y sobre todo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el Magisterio y la Tradición de la Iglesia.

Entonces comenzaremos una vida coherente con Cristo y, con el tiempo, llegaremos a asemejarnos a Él.

Elementos de vida cristiana

Una vida cristiana coherente implica que asimilemos algunos de los elementos imprescindibles y que se adquieren con una correcta formación espiritual:

Sentido sagrado
Descubrir la presencia de Dios en nuestra vida. 

Tomar conciencia del sentido sagrado de nuestra existencia y comprender para qué hemos sido creados. 

Ver todo con los ojos de Dios.

Mostrar a Dios la debida adoración, humildad, agradecimiento, recogimiento, etc.

Oración

Entablar un diálogo íntimo con Dios y meditar lo que nos suscita.

Recurrir a Él de forma natural, en actitud de agradecimiento por sus dones, y especialmente, por su amor infinito. 

Pedir lo que conviene, no lo que deseamos. 

Orar individualmente y en familia. 

Y hacerlo continuamente. 

Sacramentos

Comprender el sentido de los sacramentos como signos de la gracia, como acciones de Dios, no como meros ritos o símbolos. 

Vivirlos como la presencia real de Cristo, que actúa en nuestra alma, iluminándola, fortaleciéndola, vivificándola. 

Vivir la Eucaristía como centro de la vida del cristiano, como fuente de gracias inagotables. 

Sagrada Escritura

Conocer la Sagrada Escritura, Palabra de Dios viva en nuestro día a día.

Profundizar en el contacto con Jesús y sus enseñanzas a través del Evangelio.

Tomar conciencia de que aplica a nuestra vida, hoy y ahora.

Alimentarnos con frecuencia de la Palabra, dedicando tiempos a leer en familia, en pareja, a orar y meditar en comunidad.

Catequesis

Aprender las verdades fundamentales de nuestra fe a través del Catecismo, el Magisterio, las encíclicas de los santos padres, libros de espiritualidad, etc., para llegar a conocer mejor a Dios y, por tanto, a amarle más. 

Aprender de las vidas de santos, ejemplos vivos de hombres y mujeres que se entregaron heroicamente en la práctica de las virtudes, que amaron a Dios y a las almas, hasta dar su vida por ellos, que abandonaron fortuna, casa y la propia libertad, para proclamar la Buena Nueva.

Lucha y sacrificio

Pelear contra las tentaciones y los enemigos de nuestra alma: mundo, demonio y carne.

Realizar pequeños sacrificios y renuncias, para disponer nuestra alma para el combate por la santidad y fortalecer el ánimo para la lucha. 

Mantener a raya nuestras tendencias al egoísmo, la soberbia y la sensualidad mediante una exigente y continua práctica de la mortificación cristiana.

Todos nuestros sacrificios, unidos a los de Nuestro Señor en la Cruz y ofrecidos por las almas, son fuente de conversión y de redención para ellas. 

Ofrecer nuestros dolores, tribulaciones, sufrimientos físicos o morales como reparación del terrible mal del pecado que tanto ofende al Corazón de Jesús.

Apostolado y Espíritu evangélico

Descubrir a Cristo en nuestro prójimo, especialmente en el que está más necesitado.

Motivarnos a dar, a ayudar, a preocuparnos, a servir, a orar por otros. 

Ofrecer nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestro dinero para formar un corazón generoso. 

Dar testimonio de Dios en nuestra vida.

Hablar, insistir, predicar con el ejemplo el verdadero espíritu total y radical del Evangelio, sin minimizarlo, ni suavizarlo.

Presentar el ideal cristiano tal cual es. 

No permitir que el conformismo, el relativismo y el buenismo penetren en la vivencia de nuestra fe, haciéndonos caer en un catolicismo “light” y falto de sentido sobrenatural. 

No dejar que una idea errónea de lo que es la fe católica se apodere de nuestro pensamiento.

Virgen María

Y por último, ponernos en manos de Nuestra Madre, la Virgen Santísima.

María es el camino más perfecto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.

Consagrarnos a su Inmaculado Corazón y formar parte de su familia como "hijos de la luz".

Dejar en sus manos nuestros dones y miserias, nuestros talentos y problemas para que Ella los maneje con su mano sin mancha.

Pedirle innumerables y continuas gracias para que así, podamos ser dignos hijos de Dios.

martes, 28 de enero de 2020

IDENTIFICANDO PELIGROS EN LA EVANGELIZACIÓN

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"Todos los métodos son inanes sin el fundamento de la oración. 
La evangelización ha de estar siempre empapada 
en una intensa vida de oración.
Proclamar a Dios es introducir [a los demás] en una relación con Dios, 
es enseñar a orar. 
La oración es la fe en acción. 
Es hora de reafirmar la importancia 
frente al activismo y al creciente secularismo 
de muchos cristianos comprometidos en obras de caridad. 
El cristiano que ora no pretende ser capaz de cambiar el plan de Dios 
o de corregir lo que Él ha previsto, 
sino que, más bien, busca un encuentro con el Padre de Jesucristo, 
pidiendo a Dios que, con la consolación del Espíritu, 
lo conforte a él y a sus obras."
(Benedicto XVI)

La Iglesia, hoy más que nunca, necesita cristianos comprometidos con el gran desafío del siglo XXIla evangelización.

Durante mucho tiempo, quizás hemos puesto demasiado énfasis en la Cruz y en la muerte de Jesús, y hemos obviado (casi callado) que Jesucristo ha resucitado. 

Posiblemente, no hemos facilitado a otros una comprensión sólida de Dios, más allá de una vaga deidad, de una idea abstracta del mensaje evangélico o de un conjunto de normas. 

Y en los últimos años, nos hemos lanzado a la evangelización con buenos deseos de servir a Dios pero sin mucho conocimiento y sin apenas formación, por lo que es necesario que seamos capaces de identificar a lo que nos enfrentamos.

Para centrar el tema, lo primero que debemos saber es que el Diablo no quiere que las personas descubran el amor de Dios y por ello, trata de:

quitarle la iniciativa de la evangelización a Dios, haciéndonos creer que podemos "hacer cosas" para Dios sin confiarnos a Él, fiándonos sólo de nuestro esfuerzo y nuestra capacidad.

- quitarle el protagonismo de todo apostolado al Espíritu Santo, convirtiéndolo en una alocada multiplicación de actividades, donde el orgullo y la vanidad sustituyen a la gracia.

- quitarle la importancia de la predicación de su mensaje a Jesucristo, centrando toda la atención en nosotros mismos, en nuestros sentimientos, en nuestros problemas, en nuestras pérdidas y en nuestros sufrimientos.

Algunos de los peligros comunes que surgen en la evangelización son:

Activismo

El primer peligro de toda evangelización es el activismo. Muchos de nosotros, aunque comprometidos con una "vida de fe en acción, de Iglesia en salida", en ocasiones, nos dejamos llevar por un exagerado activismo...

Activismo es "hacer sin rezar", es decir, acción sin contemplación y, aunque la realicemos con buena intención, está condenada a la ineficacia. 

¡Cuántas veces nos lanzamos a "hacer cosas" sin pensar! o lo que es peor ¡sin rezar!

Ante la tentación o la duda, debemos ir a la fuente, mirar a Cristo. Jesús vivió siempre en intimidad con Dios antes de emprender cualquier tarea en sus tres años de vida pública, pero antes, estuvo cultivándola durante sus 30 años de vida privada. 

Este es el mayor ejemplo que Cristo nos ha dado: en toda circunstancia, cultivar nuestra vida interior. Nuestra relación con Dios es nuestro primer campo de misión. Sin intimidad con Dios, sin oración, es imposible llenarnos de Cristo. Y si no nos llenarnos de Cristo ¿cómo vamos a darlo a conocer a otros?

Por eso, debemos rezar. Orar es relacionarnos íntimamente con Dios, es decirle "sí’ a su gracia, es aceptar su invitación a unirnos a Él, a confiar en Él. Es entonces cuando todo "encaja", todo "resulta". 


Antes de evangelizar a otros, lo primero que debemos hacer es
 preguntarnos ¿me relaciono con Dios? ¿me dejo impregnar por su gracia? ¿me abandono a Él¿creo en el poder de la oración?

Secularismo

El segundo peligro al que nos enfrentamos es el “secularismo", es decir, el riesgo de sucumbir al pensamiento dominante del mundo, marcado por el relativismo y la negación de la Verdad

¡Cuántas veces pensamos que todo es relativo, que no existen verdades inmutables ni valores objetivos! ¡Cuántas veces pensamos que en la vida cristiana todo vale, aunque no sea verdad!

Nuestra fe cristiana, otrora un río de caudal enérgico, fijo y permanente por el que navegábamos hacia el mar, ha perdido sus márgenes y se ha convertido en un estanque plácido y apático, sin energía ni propósito, en el que todos flotamos, pero en el que no llegamos a ninguna parte.

Cuando una fe rebajada o descafeinada pone la Verdad en tela de juicio... Cuando un apostolado plácido e insulso pone el énfasis “en lo superficial”, en lo "efímero"... Cuando no testimoniamos a Cristo de una manera auténtica y radical, la evangelización pierde su sentido y toda su efectividad.

Recuperar una fe misionera sólo es posible una vez que hemos conocido el amor ardiente de Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6)

Entonces, recuperamos los márgenes, el caudal y la energía del río, para saber adonde ir, lo que hacer y hacerlo con pasión.

Egoísmo

El tercer peligro es caer en la apatía y la placidez de ese estanque que nos hemos "fabricado". Un "egoísmo" basado en una malentendida idea de la “libertad”, que nos conduce a la soberbia con la que pretendemos hacer lo que queremos, lo que nos conviene o lo que nos resulta más cómodo.

Por conveniencia, queremos "hacer de Dios", y no dejamos a Dios ser Dios, pretendiendo decir nosotros lo que se debe hacer.

Por comodidad, queremos determinar la esencia de la misión encomendada por Jesús a los apóstoles haciendo prevalecer nuestro propio parecer.

Por vanidad, deseamos convertirnos en los artífices de los métodos y en los autores de los frutos de la evangelización.  

¡Cuántas veces actuamos como si el éxito dependiera de la habilidad y destreza del albañil, y no del plan magistral del Arquitecto! 

¡Cuántas veces intentamos "captar" almas por y para nosotros, en lugar de conseguirlas de Dios y para Dios!

¡Cuántas veces queremos ser a toda costa "eficaces", "exitosos","resultadistas" o"relevantes"!

Con frecuencia, olvidamos que es Cristo quien se encuentra con nosotros en el camino, quien nos capacita y quien nos invita libremente a seguirlo. 

Cuando aceptamos su llamada y le seguimos, lo hacemos comprendiendo que nuestra misión no es nuestra sino de Cristo, que los resultados no son nuestros sino de Dios, que nada depende de nosotros sino de su Gracia.  

Nosotros, trabajamos y cosechamos como "siervos inútiles, haciendo lo que tenemos que hacer"

Dios está vivo, y ha resucitado para habitar en nuestros corazones, en nuestras vidas. Si no tenemos experiencia de Cristo vivo, poco evangelizaremos. Si no testimoniamos a Cristo en nuestras vidas, nuestro apostolado es estéril.

Recordando las palabras de San Pablo, “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”cuando Jesucristo vive realmente en nosotros, nuestros egos y vanidades desaparecen. Entonces, el fruto es abundante.

Sentimentalismo

Otro gran peligro de todo apostolado es ampararse en el sentimentalismo. Con él, el estanque plácido que hemos fabricado se convierte en un pantano turbio de emotividad.

Muchos que llegan a la fe por la evangelización, sucumben a la seductora inclinación de buscar sólo consuelo y refugio, como si de magia se tratara. 

Es la "religión del sentimiento" que deja fuera la dimensión inteligente y reflexiva de la persona, su capacidad de captar el carácter verdadero de aquello que anhela.

Es "la evangelización emotiva" que se refugia en un "hedonismo", en una búsqueda del placer, que le hace "sentirse bien", "a gusto" y que evita a toda costa el sufrimiento de la cruz.

El sentimiento diluye la fe, y por tanto, la misión, convirtiéndola en un acto absolutamente subjetivo, que deja de ser un acto sobrenatural de adhesión de la inteligencia (animada por la voluntad y con la ayuda de la gracia) a las verdades inmutables del cristianismo.

Sentirte bien no significa necesariamente que la fe sea fe. La fe cristiana no es una cuestión de sentimiento, es un acto de la inteligencia. La "razón" nos lleva a la verdad. La "emoción", posiblemente, al error.

Jesús no predicaba a sus discípulos con emociones ni sentimientos sino razonando todo lo que decía, a través de explicaciones, parábolas o ejemplos. 

Tampoco evangelizaba para sentirse bien o para que otros se sintieran bien, sino para darnos ejemplo, al coger su cruz y negarse a sí mismo por nosotros. 

La fe es negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo (Marcos 8,34).

En conclusión, si abrazamos la evangelización, innata a la vida cristiana, de manera completa y confiada a la verdad, a la bondad y a la belleza de Cristo, la radicalidad del amor atraerá la atención del mundo. Entonces, cumpliremos la misión que nos ha sido encomendada.

Tratemos más de "mostrar", que de "decir", de "ser" más que de "hacer", de "dar" más que "recibir".

No les digamos a otros qué pensar ni cómo comportarse. No tratemos de hacer cosas ni de hacer sentir.

Mostremos a todos que la belleza del mensaje evangélico se basa en que muchos católicos comprometidos aman de verdad a los demás.

Testimoniemos a otros que la bondad de la Iglesia supera con creces las obras de caridad que realiza.

Demostremos a los demás que la Iglesia no es sólo una jerarquía de "hombres de blanco y negro, de alzacuellos y sotanas", sino que está formada por muchas personas que, siguiendo a Cristo, "dan la vida por los demás".

Manifestemos al mundo que la verdad del cristianismo se fundamenta en el amor que nuestro Señor que nos tiene, y hagámoslo llenos de coraje, entusiasmo y alegría.


Para reflexionar y profundizar:

- L'Ame de Tout Apostolat (El alma de todo apostolado), Jean-Baptiste Chautard