¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

jueves, 30 de mayo de 2019

DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL

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"Yo soy tu siervo, dame inteligencia 
para que aprenda tus decretos. 
La explicación de tus palabras
 ilumina la inteligencia a la gente simple.
Ilumina tu rostro sobre este siervo tuyo 
y haz que aprenda tus preceptos." 
(Salmo 119, 125, 130 y 135)

A diario, los cristianos nos enfrentamos a situaciones, incluso en nuestra vida de fe, que nos tientan a obrar según "nos pide el cuerpo", es decir, a actuar con lo que podríamos denominar un "discernimiento corporal o visceral". Y a veces, este discernimiento corporal puede no estar muy de acuerdo con los mandamientos y la voluntad de Dios.

Sin embargo, para seguir a Jesús, para ser su discípulo, no basta con observar los mandamientos y la ley, hay que nacer a la vida del Espíritu, tener una vida interior espiritual y ser dóciles a la acción del Espíritu Santo en nuestra vida. Así, nuestro obrar y actuar tomará siempre como ejemplo y modelo el del propio Jesús.

En una ocasión, un hermano de fe me regaló una "pulserita verde" que siempre llevo en mi mano derecha y que tengo muy presente. La inscripción que hay en ella, dice: "¿Qué haría Jesús en mi lugar?". Es muy importante, para un cristiano, pensar siempre, ante cualquier situación, lo que Jesús haría. Hablamos de discernimiento espiritual.

El ejemplo de Cristo para discernir la voluntad del Padre fue siempre abandonarse en sus manos a través de la oración y la EscrituraNo hay discernimiento sin oración y sin un profundo conocimiento de la Palabra de Dios, las cuales nos ayudan a escuchar y reconocer Su voz.

Y es que las personas, a menudo, somos incapaces de ver los problemas con claridad y nos confundimos fácilmente ante situaciones difíciles de manejar, porque quizás no somos capaces de ver con los ojos de Dios ni de actuar como lo haría Cristo. 

El verdadero discernimiento significa no solo distinguir lo correcto de lo incorrecto; significa diferenciar lo primario de lo secundario, lo esencial de lo indiferente, y lo permanente de lo transitorio. Y, sí, significa también, distinguir entre lo bueno y lo mejor, e incluso entre lo mejor y lo perfecto.

Las lecturas del Evangelio esta última semana de Pascua nos dirigen a la promesa de Jesús de enviarnos al Paráclito. Dios jamás nos deja solos en nuestras dificultades, sino que nos da la guía para obrar en todo momento conforme a su voluntad: su Espíritu infundido en nuestros corazones.

Así, el Espíritu de Dios nos regala discernimiento como un don especial de la gracia (1 Corintios 12,10), que es esencial para todos nosotros y que por ello, debe ser alimentado constantemente. 

San Pablo habla del discernimiento espiritual en sus cartas: "Y le pido que vuestro amor crezca cada día más en conocimiento y en discreción, para que sepáis discernir lo más perfecto" (Filipenses 1, 9-10).

Toda la tradición espiritual de la Iglesia habla del discernimiento. San Ignacio de Loyola recogió en sus Ejercicios Espirituales, 22 reglas de discernimiento espiritual para ser dóciles al Espíritu del Señor y estar despiertos a su acción.

¿Qué es este discernimiento? 

El término hebreo utilizado en la Escritura como discernimiento es bin, que aparece 250 veces en el Antiguo Testamento. Es traducida al inglés frecuentemente como insight, que en español sería perspicacia, consideración, percepción, prudencia.

En griego, la palabra para discernimiento es diakrino, también traducida como separación, hacer distinción, juzgar.

En palabras del papa Francisco, discernimiento es "leer desde dentro lo que el Señor nos pide, para vivir en el amor y ser continuadores de esta su misión de amor".

El disc
ernimiento es una cualidad que el Espíritu de Dios cultiva en nosotros, en la medida en que maduramos: "El alimento sólido es para los perfectos, que por razón de la costumbre tienen el sentido moral desarrollado para distinguir entre el bien y el mal" (Hebreos 5, 14).

Por ello, el cristiano debe desarrollar ese "sexto sentido": "Enséñame el buen sentido y el saber, pues yo tengo fe en tus mandamientos" (Salmo 119, 66). La palabra usada por el salmista es "buen sentido" , "saber", "conocimiento"
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Discernimiento no es reflexionar, sino antes de todo, escuchar con actitud dócil y humilde lo que Dios suscita en nuestro corazón,  para adquirir sabiduría y actuar con integridad de corazón y así, poder distinguir y elegir lo que nos conduce a la vida y descartar lo que nos conduce a la muerte.

Discernimiento es la capacidad de discriminar o reconocer las implicaciones morales de diferentes situaciones y acciones a la luz de la oración, la Palabra y el Espíritu Santo.

Discernimiento es la capacidad de sopesar y evaluar el estado moral y espiritual de las situaciones, de las cosas y de las personas, tomando como guía los mandamientos de Dios, es decir, su voluntad: ¿qué querría Él? o ¿qué haría Él? 

Discernimiento es la capacidad de reconocer el combate espiritual en el que luchamos para no caer en las trampas y tentaciones del Enemigo.

Jesús nos advierte contra el juicio y la crítica, pero nos exhorta a discernir, a distinguir, a diferenciar, a discriminar, a comprender, a entender, a penetrar en la voluntad divina:"No juzguéis y no seréis juzgados... No deis lo santo a los perros ni echéis vuestras perlas a los puercos, no sea que las pisoteen, se vuelvan contra vosotros y os despedacen" (Mateo 7, 1 y 6).

El discernimiento sin juicio, sin crítica... implica el conocimiento de los mandamientos de Dios y su aplicación en nuestra vida. Sin duda, nuestro discernimiento crecerá a medida que experimentemos el conflicto con la tentación, y la victoria sobre ella, al evaluar cada situación a la luz del Espíritu Santo.

Por tanto, el discernimiento es aprender a pensar y obrar de la misma forma que Dios; significa ver las cosas con los ojos de Dios a la luz de Su Palabra"Pues la palabra de Dios es viva y eficaz y más aguda que espada de dos filos; ella penetra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y es capaz de juzgar los sentimientos y los pensamientos. Y no hay criatura alguna que esté oculta ante ella, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien debemos dar cuenta" (Hebreos 4,13 ).

Tipos de discernimiento

Según su origen, podemos clasificar dos tipos de discernimiento:

1. El discernimiento adquirido 

Es un don de Dios que se adquiere por medio del ejercicio y del conocimiento de las personas, por la oración, el estudio y la experiencia propia.
2. El discernimiento infuso
Es un don infuso de Dios. Un carisma especial dado para ayudar a los demás. Hay sacerdotes, religiosos o laicos que, sin una gran formación teológica o espiritual, tienen sin embargo, una gran capacidad de discernimiento y consejo. San José de Cupertino, San Juan María Vianney (el santo Cura de Ars), Santa Teresa de Jesús, por mencionar algunos, son ejemplos de esta capacidad infusa.
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La capacidad para discernir los espíritus es una gracia del Espíritu Santo, unida al don de consejo y de entendimiento.

Evidentemente, los cristianos necesitamos siempre recibir ayuda para discernir la voluntad de Dios en nuestras vidas y qué movimientos en nosotros nos llevan a verla con más claridad y a cumplirla, y cuáles nos apartan de ella.  Para el
lo, San Ignacio en su regla espiritual del "Tanto/Cuánto" nos dice: 

"El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su alma; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es creado. De donde se sigue, que el hombre tanto ha de usar de ellas, cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas, cuanto para ello le impiden. Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío, y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos, de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás; solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos creados»" (Ejercicios, nº 23).

¿Cómo actúa el discernimiento en nuestra vida?

Fundamentalmente, el discernimiento actúa de cuatro maneras:

1. Como un medio de protección. Nos defiende de ser engañados espiritualmente y nos ampara de ser arrastrados por la corriente del pensamiento único del mundo, de la utilización interesada y torticera de las Escrituras, de la aplicación particular de los mandamientos de Dios o de la tergiversación de la enseñanza de la Iglesia.

2. Como un instrumento de curación. Cuando el discernimiento se ejerce por medio de la gracia y se practica con amor, se convierte en un afilado bisturí quirúrgico-espiritual que posibilita la curación de todas nuestras heridas.

3. Como una clave de libertad. El cristiano entusiasta pero poco atento se esclaviza a los demás, a su propia conciencia ignorante y a un modelo de vida alejado de la fe. El discernimiento nos libera de dicha esclavitud, al permitirnos distinguir las prácticas que pueden ser útiles en algunas circunstancias de las que están obligadas en todas las circunstancias. Dicho de otra manera, el verdadero discernimiento permite al cristiano reconocer que el ejercicio de la libertad no es esencial para su felicidad.

4. Como un catalizador de desarrollo espiritual: El cristiano que discierne va al corazón del asunto. Sabe que todas las cosas tienen su fuente común en Dios. El aumento en el conocimiento, por lo tanto, no conduce a una mayor frustración, sino a un reconocimiento más profundo de la armonía de todas las obras y palabras de Dios.

Como cristianos debemos cultivar el discernimiento espiritual en todo momento, en toda circunstancia de nuestra vida, para así, conocer y hacer la voluntad de Dios.

Para cultivarlo, podríamos preguntarnos:

¿Cuál es la voluntad de Dios para mí en esta situación? 

¿Qué quiere de mi? 

¿Qué me suscita en mi corazón el Espíritu Santo? 

¿Qué haría Jesús ante esta situación?

lunes, 27 de mayo de 2019

PRIMERAS Y ÚLTIMAS COMUNIONES

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"Jesús entró en el templo y echó a todos los que estaban allí ... 
y les dijo: Está escrito: Mi casa es casa de oración; 
pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones" 
(Mt 21, 12-13)

Como cada mes de mayo, nuestras iglesias se llenan para celebrar las primeras comuniones de cientos de niños. Pero yo me pregunto ¿de qué se llenan? Desde luego, no de personas con una fe viva, que acuden habitualmente y siguen la Eucaristía con el respeto y fervor necesarios.

El pasado sábado acudí con ilusión a la primera comunión de mis sobrinos. Por desgracia, la experiencia lejos de ser alegre, fue esperpéntica. Jamás he asistido a una misa parecida. Y lo digo con mucho dolor y tristeza debido, fundamentalmente, a la absoluta falta de respeto y de comprensión por lo que allí estaba ocurriendo. No era tanto por mi, ni por la imposibilidad de seguir las lecturas y la Eucaristía, sino por la grave ofensa a Dios mismo.

La Iglesia era un espectáculo que se asemejaba a un mercado de abastos o a una lonja de pescado. La gente no paraban de hablar y de gritar como si subastasen algo... a pesar de que el sacerdote pidió amablemente, en cuatro ocasiones, que se guardase silencio. ¡Como quien tiene tos y se rasca...! ¡Qué papelón el del abnegado y joven sacerdote! 

El templo parecía un desfile de moda extravagante. Algunos vestían camiseta, pantalones cortos, deportivas y "gafas mosca"; otros trajes ajustados, "pesqueros" y zapatos sin calcetines; otras, desfilaban "modelitos" difíciles de aceptar por el buen gusto, dada su ajustada, marcada e impúdica silueta. 

En plena celebración, la gente no cesaba de saludarse con grandes aspavientos, de tomar fotos y vídeos, de levantarse y de caminar por toda la iglesia, incluso delante del altar, para ver el tocado de la angelical niña o el traje de "marinerito" . 

Durante toda la Eucaristía, aparte del bullicio ensordecedor y del continuo paseo de personas de un sitio a otro, algunos de los que estaban sentados en las primeras filas..., es decir, familiares de los niños protagonistas que tomaban su primera comunión, comentaban las fotos y vídeos que iban haciendo con sus teléfonos inteligentes (desde luego mucho más que ellos), bebían agua, mascaban chicle e incluso chateaban en sus móviles por whatssapp y por Facebook. 
Esto no me lo ha contado nadie. Lo vi con mis propios ojos.

Nadie seguía la celebración. No sabían si debían estar de pie o sentados, de rodillas o tumbados. Les faltó aplaudir y sacar sus pañuelos. Solo cuatro personas contestábamos y seguíamos la liturgia. Nadie se sabía siquiera el Padrenuestro ni lo que debían decir o hacer. A excepción de la veintena de niños, casi nadie comulgó, y quienes se acercaron al sacerdote, lo hicieron motivados más por inercia que por fe.
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Quizás sería porque estaban completamente ausentes; o porque no entendían qué celebraban; o seguramente, porque ansiaban que todo terminase rápido para ir a lo verdaderamente importante: el convite...¿?

Y yo me pregunto...¿qué mensaje está dando la Iglesia Católica al permitir tal espectáculo? 

¿No debería exigir la Iglesia unas mínimas premisas de comportamiento y de respeto? ¿acaso la catequesis no debería ser también para los padres? 
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¿Qué mensaje reciben esos pequeños corazones llenos de inocencia, felicidad e ilusión? ¿es el sacramento de la Eucaristía un objeto de consumo, de usar y tirar? 

¿No acaso es este el día del pistoletazo de salida para una vida de fe y no la meta? o quizás ¿es el día de la primera y ultima comunión?

En estos tiempos que vivimos de relativismo y frivolidad, donde "todo vale", muchos padres no ven inconveniente alguno en no profesar la misma fe que están obligando a "abrazar" a sus hijos (incluso se jactan de ello), con tal de hacer unas buenas fotos, hacer una gran fiesta o tener un recuerdo para la posteridad (o para el cajón de la mesilla). 
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Pero para quienes sí somos creyentes, para quienes comprendemos lo que en la Eucaristía ocurre, cuando menos, observamos una grave incoherencia y falta de respeto el hecho de convertir la celebración de Cristo en un monumento al despilfarro, en una alabanza al chavacanismo y en una loa a la ausencia total de sentido común y de respeto.

¿Por qué a los laicos católicos, a los obispos y a los sacerdotes nos avergüenza reclamar austeridad, sencillez, compostura y respeto en estas celebraciones? ¿quizás por el qué dirán? o ¿por ser políticamente correctos? o ¿acaso tememos que no venga nadie a las iglesias? Y yo me pregunto...venir así, ¿para qué? ¿con qué propósito?

En esta sociedad "light" y "descafeinada", todo vale, cualquier celebración "pasa el corte", incluso para los que se denominan cristianos. Es un hecho grave que nosotros, los católicos, permitamos que partir el pan con el Maestro no nos conduzca a un momento de intimidad y de cercanía...de COMUNIÓN...para reconocerle, para asumir un compromiso, para seguir su ejemplo de entrega y amor.

Con estos grotescos eventos sociales de consumismo ¿les estamos contando la importancia de la Eucaristía a los niños que ese día se acercan al altar para recibir su Primera y Última Comunión? ¿estamos dándole el valor que tiene? No me lo parece, desde luego. Yo diría que es un abuso contra la caridad.

¿No sería mejor recomendarles a quienes no creen, a quienes no esperan y a quienes no aman a Jesús, optar por otros eventos o ritos civiles paralelos, en lugar de por los sacramentos de la Iglesia? 

¿No sería mucho más razonable celebrar estos bochornosos "montajes" al margen de la Iglesia Católica, en la que no creen, a la que no asisten, a la que no respetan o incluso, ridiculizan?

¿No merecería la pena recomendar desde la misma Iglesia vías alternativas a quienes, solo quieren hacer uso puntual de los sacramentos como un espectáculo social, pero ni tienen fe ni van a tenerla nunca?

¿No es esto un abuso contra la Liturgia? ¿no es todo esto una grave ofensa a Dios? ¿no es un sacrilegio? ¿no se ha convertido la Casa de Oración en una cueva de ladrones?

¿Porqué se permiten todos estos abusos y se mantiene una "pasividad pastoral" ante los mismos? ¿por qué y para qué lo permitimos? A mi me parece absurdo...

¿Es acaso una pretensión de ofrecer una "nueva fe" acorde con los gustos y preferencias de esta sociedad mundanizada? ¿asumimos la Eucaristía como un simple símbolo pero despojada de presencia real, sin fondo sobrenatural alguno? 

¿Es así como pretendemos reevangelizar nuestra España descristianizada? ¿es así como pretendemos suscitar comunidades cristianas comprometidas? ¿es así como pretendemos suscitar vocaciones sacerdotales y religiosas? Me parece que ese no es el camino. Desde luego, no el camino que marcó Nuestro Señor.

Y mi última pregunta...¿qué haría Jesús en situaciones como estas? ¿qué haría María?

lunes, 13 de mayo de 2019

LAMENTAR NUESTRAS PÉRDIDAS DE VOCACIONES

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"Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, 
como una es la esperanza a que habéis sido llamados." 
(Efesios 4, 4)

Continuamente vemos a nuestro alrededor la gran preocupación dentro de la Iglesia Católica Occidental por la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. Es un gran dolor y una enorme pérdida para todos nosotros, la Iglesia de Cristo.

Sin embargo, no podemos, no debemos... quedarnos en el "lamento de nuestras pérdidas". Es preciso compartirlas primero con Jesús, para después, hacerlo con el mundo. Es necesario lamentarnos con Cristo, para después, alegrarnos con el mundo. Es imprescindible conocer primero para después, dar a conocer.

Una vez escuché a un sacerdote decir que "no pueden existir vocaciones sin comunidades que las susciten". Aquí está, quizás, el principal problema.

Aunque la falta de vocaciones tiene muchas causas: sociales, políticas, ideológicas, demográficas y también doctrinales, uno de los motivos fundamentales es la vivencia de la fe de muchas comunidades desplazada a un ámbito marginal, íntimo y poco visible.

Resultado de imagen de perdida de vocacionesNos quejamos de la cantidad de niños, jóvenes y adultos que abandonan y se alejan de la Iglesia, pero...¿qué hacemos para remediarlo? ¿salimos al mundo con alegría o permanecemos en casa perdidos en el lamento?

Resultado de imagen de perdida de vocacionesNos quejamos de que esta sociedad está secularizada y que la mayoría de las personas se autoproclaman con orgullo agnósticos o incluso ateos, pero...¿qué hacemos para revertirlo? ¿salimos al mundo con amor o nos quedamos en casa esclavizados por el rencor?

Nos quejamos y buscamos culpables, como los dos de Emaús, mientras caminaban desesperanzados de regreso a su aldea, pero no hacemos nada salvo mirar al suelo desconsolados, lamentando nuestras pérdidas (de vocaciones). 

Cristo sigue caminando a nuestro lado y nosotros...seguimos sin reconocerle. Tenemos las herramientas que Él nos ofrece en nuestras manos, pero no sabemos cómo usarlas porque no escuchamos.

En lugar de ponernos en "acción", en "camino", culpamos desde "nuestros sesenta estadios" a las escuelas, colegios y universidades, porque no enseñan a Cristo; culpamos a los padres por su falta de compromiso para transmitir la fe a sus hijos; culpamos a los sacerdotes porque no enseñan, no forman y no discipulan a sus fieles.

Nos quejamos porque bregamos toda la noche y no pescamos nada, mientras nos empeñamos en seguir guiándonos por nuestra experien
cia, por nuestro "saber hacer", en lugar de escuchar al Maestro, para que nos diga por qué lado "lanzar las redes".

Sinceramente, estoy convenci
do de que faltan vocaciones (de todo tipo) porque no enseñamos "por qué creemos lo que creemos". 

Faltan vocaciones porque no llevamos a los demás a una "inmersión más profunda", a un "mar adentro". 

Faltan vocaciones porque no anunciamos a Cristo vivo y resucitado. 

Faltan vocaciones, quizás...porque hemos perdido la esperanza, como los dos de Emaús. 

Faltan vocaciones porque hemos perdido una fe, para compartirla con el mundo, como Pedro y los apóstoles.

Faltan vocaciones porque nos conformamos con ofrecer una fe superficial, sin sustancia, sin profundidad. Una fe de "asistencia obligada", de "consumo íntimo", de "introspección sentimental". O incluso, una fe que nos es "desconocida".

Y es que pasa que, cuando nuestra fe es probada, rara vez podemos respaldar con palabras lo que creemos, rara vez podemos mostrar en qué se fundamentan nuestra fe y nuestra esperanza. ¿No será porque nuestro corazón ha dejado de "arder"?

Como en el relato de Emaús y en el de la pesca milagrosa de Tiberiades, sólo es posible provocar ese ardor en nuestros corazones, si tenemos una experiencia íntima con Cristo resucitado, si nos encontramos cara cara con Emmanuel "Dios con nosotros", si mantenemos una relación de amistad con Jesús, nuestro amigo.

Y eso se produce cuando escuchamos Su Palabra y, a continuación le invitamos a nuestra casa. Entonces, al partir el pan, le reconocemos y nuestro corazón arde. 

Y arde de tal forma, que no podemos callárnoslo, no podemos quedárnoslo para nosotros. Tenemos que "salir". Es entonces, cuando nuestra vocación (la de todos) sale a la luz. Es cuando nuestro corazón nos mueve a la misión. 

Creo sinceramente que la misión de todos los cristianos del siglo XXI es la de volver al "Origen", al "Principio", es decir, a anunciar a Jesucristo Resucitado a una sociedad descristianizada. Sólo así surgirán vocaciones...de todo tipo...

¿Por qué? porque creo que, para la gran mayoría de las personas de nuestra sociedad occidental, Jesucristo se ha quedado en un hecho histórico: un buen hombre con un buen mensaje que murió y punto. 

Quizás, hemos dado un mal anuncio de Cristo. Quizás, le hemos anunciado como un médico divino que está a nuestro servicio y conveniencia, que utilizamos sólo cuando le necesitamos, en los momentos de dificultad y sufrimiento...como si no le necesitáramos siempre.

Pero nuestra fe y nuestra esperanza se basan en que Jesucristo ha resucitado. El apóstol Pablo nos lo recuerda en 1 Corintios 15, 14: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana nuestra fe."
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Debemos aprender y enseñar cómo compartir nuestra fe en la confianza de que Cristo siempre está a nuestro lado, en nuestras vidas, en nuestras pérdidas. 

Debemos aprender y enseñar cómo anunciar a Jesús a un mundo necesitado de su amor.

Debemos aprender y enseñar cómo desarrollar una visión divina de nuestra existencia, en lugar de una visión humana sostenida por el relativismo, el secularismo, el buenismo, la tolerancia inútil, el "todo vale", el "vive y deja vivir", el "ama y no juzgues"...

Debemos aprender y enseñar cómo perseverar en la incomodidad, en el sufrimiento, en la pérdida, en lugar de buscar el hedonismo, lo "fácil" y lo "cómodo".

Debemos aprender y enseñar cómo cimentar sólidamente nuestra fe para que nuestra esperanza no se derrumbe con los primeros atisbos de huracán.

No pretendo ser pesimista ni desalentador. Simplemente, pretendo tomar consciencia para despertar de nuestro lamento y de nuestra queja, y para ponernos "en marcha". 

San Benito definió su misión con el "Ora et Labora". Sin embargo, nuestras faltas de vocaciones no creo que se deban a la falta de "oración" y sí a la ausencia de "acción".

Albert Einstein dijo que "no podemos pretender que las cosas cambien, si seguimos haciendo siempre lo mismo". Para que una situación cambie, debemos empezar por cambiar nosotros. Debemos hacer que las cosas "ocurran".

La Palabra de Dios, en el Antiguo Testamento, nos advierte: "murió también toda aquella generación que no conocía al Señor ni lo que había hecho por su pueblo" (Jueces 2, 10) . Y yo me pregunto: ¿dejaremos que las futuras generaciones mueran sin el amor de Dios?¿cómo podemos hacer que las siguientes generaciones conozcan a Dios? ¿estando cómodos en nuestra fe íntima o incómodos en nuestra fe comunitaria? ¿quedándonos en nuestra zona de confort o saliendo a nuestro mundo de misión?

Y por si acaso se nos olvida, en el Nuevo Testamento, el Cristo del Apocalipsis llama a conversión a la Iglesia, cuando escribe a las siete Iglesias de Asia, alternando elogios y recriminaciones. Sólo dirige acusaciones a dos de las Iglesias, Sardes y Laodicea, y por supuesto, lo hace con dureza pero con inmenso amor... A ambas no les exige cambios de imagen o mensaje, sino simplemente, fidelidad a la doctrina recibida, y vuelta al amor primero (Apocalipsis 3, 1-22).

La Nueva Evangelización del mundo es la vuelta al "Principio", al "amor primero", y atañe a todo el pueblo de Dios, ya sean sacerdotes, religiosos o laicos. No podemos olvidar la misión que Cristo nos encomendó...a todos!!!

El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos nos dice que la fe debe ser predicada, que Cristo debe ser proclamado, porque Dios se manifiesta en nuestras vidas a través de una fe en continuo crecimiento (Romanos 1,17; 10,17). 

Así pues, tanto la evangelización de los no creyentes, como la reevangelización de los innumerables jóvenes y adultos bautizados alejados, como la suscitación de vocaciones sacerdotales, religiosas y apostólicas, comienzan por el anuncio del Evangelio... el Evangelio de Jesucristo, que es "el mismo ayer y hoy y siempre" (Hebreos 13,8).

Todo comienza con el anuncio de Jesucristo que, caminando siempre a nuestro lado, espera pacientemente a que le reconozcamos. 

Un Anuncio que habla de pecado y gracia, tierra y cielo, anarquía y Reino, Príncipe de este Mundo y Cristo Rey, debilidad humana de la carne y fuerza gloriosa del Espíritu, condenación eterna o salvación eterna...

Un Anuncio del único Evangelio verdadero, que no se "descafeína" ni se "edulcora", que no proclama falsificaciones ni silencios, que no predica una moral "ñoña y lánguida", "triste y retrógrada", que no enseña una fe "light", "acomplejada" o "sentimentalista".

Sólo anunciando al Cristo real, vivo y resucitado, evitaremos la pérdida continua de fieles, vocaciones y dará sentido a nuestra fe. Proclamándolo "desde dentro hacia afuera", en lugar de "desde dentro hacia dentro". 

Nuestra fe y esperanza en Jesús es para gritarla a los cuatro vientos, pero sólo podremos hacerlo si "arde nuestro corazón".

"Recemos y pongámonos en acción".


lunes, 29 de abril de 2019

MI AMOR ¿CRECE O SE ESTANCA?

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"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." 
(Juan 15,13)

Creo firmemente que teniendo a Dios en mi vida nunca pierdo, ni fracaso. Con Él siempre aprendo, siempre crezco, siempre descubro y siempre me sorprendo. Él escribe en mi vida. A veces, borra y vuelve a escribir. 

Dios hace crecer despacio y en silencio las cosas más importantes y hermosas de mi vida. Hace crecer el Amor en mí porque me ama y, amándome, me invita a dar ese amor a otros.

El amor es lo único que crece cuando se reparte. 

Por eso, me he dado cuenta de que mi amor crece cuando:
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  • Acepto mi realidad con confianza en la voluntad de Dios, y con aplomo y equilibrio para aceptarla.
  • Mantengo mis principios y creencias, fortalezco mi voluntad y me apoyo en mi fe.
  • Asumo mi camino en la seguridad de que no voy solo, en la certeza de que Dios viene conmigo.
  • Entrego mi pasado a su misericordia, mi presente a su amor y mi futuro a su providencia.
  • Me valoro a mí mismo sin dejar de valorar a los demás sintiéndome hijo amado suyo.
  • Camino por la vida con la verdad, sin oscuros secretos, sin hipocresías ni falsedades, dejando caer mis máscaras.
  • Me siento feliz escuchando, ayudando o dándome a los demás, sin esperar recompensa alguna, y alegrándome al recibir mucho más de lo que doy.
  • Experimento que al abrir un surco de respeto y al echar en él semillas de bondad, cosecho frutos de amor en abundancia.
  • Aprendo a pronunciar con sinceridad palabras como “gracias”, “me equivoqué”, " lo siento", “te necesito”, “perdón”, “tienes razón” y “te quiero”.
  • Padezco otoños e inviernos, aún perdiendo hojas o temblando de frío, que aumentan mi confianza.
  • Camino por desiertos abrasadores o por noches oscuras, que fortalecen mi fe.
  • Frente a una mirada hostil o un gesto agresivo, soy capaz de esbozar una sonrisa como respuesta.
  • Me libero de la pesada carga del rencor, de la mentira, de la infidelidad, de la soberbia y del egoísmo que envenenan mi alma.
  • Con fe y confianza, salto al abismo, vuelo alto como un águila, me sostengo firme como un árbol o ilumino como una estrella.
  • Soy capaz de transformar deseos e ilusiones en realidades, problemas en oportunidades, resentimiento en agradecimiento, sin permitir que se apague la llama de mi esperanza.
  • Compruebo que el verdadero amor significa tolerar, ceder, sufrir, llorar e… incluso, renunciar.
  • Me doy cuenta que sólo ante la muerte, Dios me preguntará cuanto he amado…
  • Agradezco a DIOS todo lo que me da.

sábado, 27 de abril de 2019

ODIO A NUESTRO ALREDEDOR


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"Están llenos de injusticia, malicia, perversidad, codicia, maldad; 
rebosantes de odio, de asesinatos, de disputas, de engaño, de malignidad; 
chismosos, calumniadores, aborrecedores de Dios, insolentes, altaneros, 
soberbios, inventores de maldades, desobedientes a los padres, 
insensatos, desleales, sin amor y sin piedad;"
(Romanos 1, 29-31)

El pasado mes de febrero tuve el privilegio de asistir a una conferencia y escuchar a Santiago Cantera, monje benedictino y prior del Valle de los Caídos, que constató los peligros que acechan a Europa (y por ende, a España), y a sus valores fundamentales, emanados del cristianismo. 

Tengo el honor y el orgullo de conocerle personalmente, y he de decir que es un hombre de Dios que inspira paz, serenidad, amor y fe allí por donde pasa. 
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Todo lo que dice Santiago Cantera es el resultado de una vida auténtica de oración y servicio a Dios y a los hombres. Un hombre, desde mi punto de vista, que rebosa humildad, valentía y sentido común.

Este sa
nto benedictino definió a Europa como "una civilización de dimensión trascendente gracias al cristianismo, que sintetizó la herencia de Grecia (razón y humanismo), de Roma (derecho, ley, orden, disciplina y eficacia) y la de los pueblos germánicos y eslavos (lealtad) y cuya característica fundamental siempre fue la búsqueda de la verdad objetiva para entender la realidad del hombre".  Hoy, esta búsqueda de la verdad no sólo se ha cuestionado, sino que se está diluyendo. Hoy Europa sucumbe y muere.

La fe cristiana, a través de los monjes y sus bibliotecas, "
salvaguardó el patrimonio cultural para profundizar en el conocimiento del mundo, del hombre y de Dios, y configuró Europa”. Sin embargo, hoy, pocos leen y casi nadie escribe.
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Santiago nos habló del relativismo "que pierde las conciencias" y que busca la destrucción de los fundamentos de nuestra civilización a través del odio “que siempre ha estado en el corazón del hombre y cuya raíz está en una fuerza diabólica”

Un odio que se ha ido transmitiendo de una generación a otra y que genera obsesión enfermiza y agresiva por destruir personas y valores cristianos.

Imagen relacionada"Hoy vivimos una realidad del odio especialísimamente presente, donde los medios de comunicación muchas veces lo alientan y en donde no importa mentir en esta dictadura del relativismo. El odio podría decrecer con el conocimiento de lo que es el amor, pero eso muchas veces es una experiencia personal."

En efecto, todo a nuestro alrededor es odio. Un odio que es consecuencia de la ignorancia a la que el Enemigo nos somete. Un odio que es consecuencia de la envidia con la que el Adversario nos esclaviza. Un odio que es consecuencia de la hostilidad con el que el Homicida nos quiere destruir (1 Juan 3,15). Un odio que sólo puede ser combatido con el amor. Un amor que viene "de lo alto". 

Resultado de imagen de santiago canteraEl odio es un sentimiento tóxico y corrosivo que perjudica y esclaviza a quien lo siente, neutraliza su capacidad de raciocinio y le encadena en un resentimiento y una amargura permanentes, que le impiden amar. 

El odio es la ausencia de amor y por tanto, ausencia de Dios. Mientras Satanás es odio, Dios es amor (1 Juan 4,8).

Cuando el odio sale al exterior, cuando se "colectiviza", y pasa de dominar al individuo para dominar al grupo, éste amenaza y "mata". Este es el objetivo del Homicida.

Para concluir, Santiago Cantera hizo un diagnóstico
 severo: “A un nivel humano, el futuro de la civilización occidental lo veo muy oscuro, muy negro. Ya ha habido civilizaciones que han desparecido. No me extrañaría que pudiera suceder. Pero parto de una visión providencialista de la historia. Veo la mano de Dios en la vida del hombre y de la comunidad humana, lo que alienta la virtud de la esperanza, y esto hace que esté con paz. Dios quiere los valores de la civilización occidental y por ello mantengo una esperanza de futuro, pero hay que dar la batalla por la cultura”.

viernes, 26 de abril de 2019

ME VOY A PESCAR

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"Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo; 
Natanael el de Caná de Galilea; 
los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. 
Simón Pedro les dice: 'Me voy a pescar',
Ellos contestan: 'Vamos también nosotros contigo'.
Salieron y se embarcaron; 
y aquella noche no cogieron nada. 
Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla;
 pero los discípulos no sabían que era Jesús. 
Jesús les dice: 'Muchachos, ¿tenéis pescado?'. 
Ellos contestaron: 'No'.
Él les dice: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis'.
La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. 
Y aquel discípulo a quien Jesús amaba le dice a Pedro: 'Es el Señor'."
(Juan 21, 1-14)

Como cada día, meditando el Evangelio, me he sentido interpelado cuando me he visto plenamente reflejado en los discípulos. 

Y es que todos somos Pedro, cuando decimos "me voy a  pescar, me voy a servir". Todos somos los discípulos, cuando decimos: "nosotros también vamos a servir contigo"Y así, una vez que hemos decidido "salir", nos "embarcamos" para "pescar". 

Sin embargo, y aunque nuestro servicio es (o debería ser) para la gloria de Dios y el bien de las almas, a menudo, nos empeñamos en hacerlo según nuestras propias ideas, para nuestra gloria personal o para nuestro propio disfrute espiritual, y amparados únicamente en nuestros talentos, fuerzas y capacidades.

Remamos y bregamos todo el día y toda la noche, y no logramos pescar nada. Tratamos de pescar en "nuestras aguas", con "nuestras redes", con "nuestras barcas", desde "nuestros lados", y no pescamos nada.

Creemos saber lo que tenemos que "hacer", porque somos veteranos y, sin embargo, olvidamos lo que tenemos que "ser", porque somos orgullosos.

Creemos estar sirviendo a Dios, porque lo hemos hecho muchas veces y, sin embargo, ni siquiera le preguntamos cómo ni le consultamos dónde. 

Creemos ser unos buenos apóstoles, porque evangelizamos y, sin embargo ni siquiera trabajamos en Su nombre o conforme a Su mensaje, sino a "nuestra manera".

Imagen relacionadaPescar implica que nosotros desaparezcamos, que pasemos desapercibidos, que escuchemos a Dios para que el mundo le vea a Él, le escuche a Él.

Pescar significa dejarnos aconsejar por el Maestro Pescador cuándo, cómo y dónde debemos echar las redes (sus redes) para que la pesca (su pesca) sea abundante.

Pescar conlleva dejarlo todo (ideas, comodidades, gustos, manías, apegos),  renunciar a todo, desprenderse de uno mismo para seguir a Cristo, para reconocer al Señor.

¿Nos vamos a pescar?

miércoles, 24 de abril de 2019

¡QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR!

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"Quédate con nosotros, Señor
porque atardece y el día va de caída". 
Y entró para quedarse con ellos."
(Lucas 24, 29)

La misma tarde del día de la Resurrección de Jesús, dos de sus discípulos caminaban cabizbajos, tristes y desesperanzados de Jerusalén hacia su aldea Emaús, cuando un desconocido se les unió a la "conversación que llevaban por el camino".

Mientras el "divino caminante" les iba "explicando" las Escrituras, "comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas", sus corazones "ardían" iluminando el sombrío desánimo que, al principio, les embargaba, a la vez que la penumbra del crepúsculo se cernía sobre ellos.

"Quédate con nosotros, Señor, porque anochece y el día va de caída" fue la invitación que los dos discípulos de Emaús hicieron al "divino caminante". Aquel desconocido fue la Luz que iluminó su Fe, el Camino que renovó su Esperanza, la Verdad que ablandó la dureza de sus corazones y la Vida que abrió sus almas al deseo de descubrir la plenitud... Y Él aceptó quedarse con ellos...para siempre...
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Los dos de Emaús, preparados por las palabras del Señor, le reconocen mientras comparten la intimidad de la mesa, en el gesto sencillo de la "fracción del pan". "Se les abren los ojos" y reconocen al Maestro resucitado. En ese instante, dejan de verle, pero Cristo se ha quedado veladamente en el "pan partido".

De igual manera, el pasaje de Emaús nos conduce y nos invita a nosotros hoy, a iluminar nuestro camino de dudas, inquietudes y desilusiones, hacia un despertar de nuestra esperanza, hacia una renovación de nuestra fe, hacia el encuentro con nuestro Señor, en la Eucaristía.

A la luz de las Escrituras, Jesucristo se hace presente en la Eucaristía como luz que brota del "pan vivo que ha bajado del cielo" (Juan 6,51), cumpliendo su promesa de "estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mateo 28,20).

Una vez que nuestra mente se "ilumina" y nuestro corazón se "inflama", los signos nos "hablan" en la Eucaristía. 

La Eucaristía es luz, ante todo, porque es la unión de las dos "mesas", la de la Palabra y la del Pan. Escritura y Eucaristía se unen para llevarnos a Jesús.

Cristo mismo interviene para enseñarnos cómo "toda la Escritura" nos conduce a Él, haciendo "arder" nuestros corazones, sacándonos de la oscuridad, de la tristeza y de la desesperación, suscitando en nuestras almas, el deseo de permanecer con Él: "Quédate con nosotros, Señor".

Cuando experimentamos una verdadera e íntima experiencia del Resucitado, alimentándonos de su cuerpo y de su sangre, no podemos guardar la alegría sólo para nosotros mismos. 

El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en cada cristiano la exigencia de evangelizar y dar testimonio.

Mi Emaús ha sido mi camino a la fe. La vida me hirió, llevándome al desánimo y a la desesperanza. Sin embargo, Jesús me encontró por el camino a Emaús, me explicó las Escrituras e incendió mi corazón.

Desde entonces, todo lo que experimenté, no he podido guardármelo para mi.

Por eso, cada día dejo que la Palabra de Dios me hable de Cristo. Entonces, le invito a quedarse conmigo en la Eucaristía y Él se hace presente y me incendia el corazón con una alegría que llena mi vida. 

Por eso, nunca dejo pasar un día sin ir a escucharle en la Escritura y sin verle en la Eucaristía.