¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 19 de octubre de 2020

MARÍA, EL NUEVO ARCA

“María es el camino más seguro, 
el más corto 
y el más perfecto 
para ir a Jesús” 
(San Luis María Grignon de Monfort)

Cuando leo en el libro del Génesis: "Al ver el Señor que la maldad del hombre crecía sobre la tierra y que todos los pensamientos de su corazón tienden siempre y únicamente al mal, el Señor se arrepintió de haber creado al hombre en la tierra y le pesó de corazón" (Génesis 6, 5-6), me parece estar leyendo el períodico de hoy.

Desgraciadamente, desde el inicio de la creación, existe una lista interminable de ejemplos, desde Caín a la torre de Babel, pasando por las plagas de Egipto, los días de Noé, Sodoma y Gomorra, hasta nuestros días, que muestran la maldad del hombre, la violencia y la corrupción en el mundo.

Si bien Dios ha creado todo cuanto ha querido por bondad y por amor, desde el principio de la historia, se "humaniza" y "se encarna", cuando el Espíritu Santo dice en el Génesis que "se arrepintió y le pesó de corazón" haber creado al hombre. Son sentimientos humanos que Dios asume para que entendamos como sufre un Padre viendo a sus hijos "perderse". 

Dios siempre se "abaja", se "vuelve hombre" para que, por su infinita compasión y misericordia, comprendamos que somos capaces de destruirlo todo por maldad y por odio, por todo lo que llevamos en el corazón a causa del pecado, consecuencia de una libertad que nos regala, pero que usamos mal: "Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro" (Marcos 7, 20-23).

La capacidad de destrucción del hombre (en términos matemáticos) es exponencial e inversamente proporcional a la capacidad creativa de Dios y, también a su paciencia: "La tierra estaba corrompida ante Dios y llena de violencia. Dios dijo a Noé: Por lo que a mí respecta, ha llegado el fin de toda criatura, pues por su culpa la tierra está llena de violencia; así que he pensado exterminarlos junto con la tierra." (Génesis 6, 7-13).

Los hombres somos auténticas "armas de destrucción masiva "porque todos los pensamientos de nuestro corazón tienden siempre y únicamente al mal". Como en los tiempos de Noé (Génesis 6,5-18; 7,11-12) o en los de Sodoma y Gomorra (Génesis 18, 1-29), hoy, la perversidad del mundo sube hasta el cielo" y "el clamor contra ellos ante el Señor es enorme". 
¡Menos mal que "El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia"! (Salmo 103,8) y por ello, Dios nos llama a entrar en el arca, a ponernos a salvo en el monte, es decir, en la Casa de Dios, en la Iglesia, prefigurada por María, porque "nadie podía entrar en el santuario hasta que se consumen las siete plagas de los siete ángeles" (Apocalipsis 15,8) . 

El Arca de la Alianza, el Santuario de Dios es María, la Santísima Virgen, quien no ha parado de aparecerse a la humanidad en los últimos siglos, para avisarnos de lo que está por venir y para pedirnos con urgencia rectificar, arrepentirnos, convertirnos; para suplicarnos orar, hacer penitencia y vivir los sacramentos; para anunciarnos la posibilidad de un castigo, precedido de un aviso y de un milagro; para que enmendemos y purifiquemos nuestros corazones.
La Santísima Virgen María nos llama a purificar nuestros corazones, nos urge a consagrarnos a su Inmaculado Corazón, nos invita a configurarnos a Cristo en Ella, porque el hombre muere de cáncer, una enfermedad mortal: el pecado.

María es un camino fácil, corto, perfecto y seguro para llegar a la unión con Dios que es la perfección cristiana. La Consagración a su Inmaculado Corazón es una llamada a entrar en el "Arca" ante la inminencia de un "diluvio" que no será de agua sino de fuego, un fuego purificador, la justicia de Dios.

María, con su ejemplo y con su palabra, nos recuerda en sus apariciones que tenemos esa capacidad de rectificar, y para ello, necesitamos, como Ella hacía, guardar y meditar todo en el corazón y así, huir de la maldad que todo lo corrompe y de la violencia que todo lo destruye.

El cielo clama y el mundo sigue sin escuchar, como en los días del diluvio, o como en los días de Sodoma y Gomorra, o como en la noche de la Pascua en Egipto, en la última plaga. Pero pronto "reventarán las fuentes del gran abismo, se abrirán las compuertas del cielo, se derramarán las siete copas de la ira del Señor", que contienen el incienso de las plegarias de los justos a las que Dios responderá sin dilación (Apocalipsis 16,1).

Todas las apariciones de la Virgen tienen siempre el mismo formato: Aviso/Milagro/Castigo. Y por ello, podemos interpretar que posiblemente, las cuatro primeras copas del Apocalipsis correspondan al Aviso; la 5ª y la 6ª al Milagro; y la 7ª al Castigo. 

De ahí la urgencia de entrar en el "Arca", de ampararnos y protegernos bajo el manto de María, porque la Justicia del Señor viene sin concretar el día y la hora, pero nuestra Madre, que tanto vela, intercede y suplica por nosotros, que tanto nos ama y sufre por nosotros, como lo hizo en la Cruz, nos avisa de la inminencia de la Venida de Su Hijo.

Cuando, nosotros, también hijos de María y hermanos de Cristo, rezamos "líbranos del mal" (del Dragón, de la serpiente), unimos nuestra súplica a la voz de los justos, los que tienen el sello del Cordero y han permanecido en oración en el monte Sion, y pedimos que nuestra plegaria sea escuchada. Es entonces cuando la justicia de Dios es impartida y la purificación concluye, con la séptima copa.

Nuestra Arca es María y nuestro Sello, la consagración a su Inmaculado corazón. No perdamos ni un instante en entrar en Ella y ser marcados con la Alianza que Dios hace con todos nosotros, a través de su Madre, la Virgen, para llegar a Él.

Dios nos proporciona un Refugio, nos ha construido un Arca y nos dice: "Entrarás en el arca con tu mujer, tus hijos y sus mujeres". 

María nos anuncia la Alianza de Dios, la Promesa que nos dejó en Fátima: “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”.


sábado, 17 de octubre de 2020

PASAR DEL "YO CREO" AL "NOSOTROS CREEMOS"

“En lo esencial, unidad; 
en lo dudoso, libertad; 
en todo, caridad"
(San Agustín, 354-430)

Me atrevo a pensar y a creer que la Iglesia es el "árbol de la vida en mitad del Jardín" de Génesis 2 y el "árbol de vida que da doce frutos" de Apocalipsis 22, con Cristo en el centro: un gran árbol, erguido al cielo y profundamente arraigado en el suelo; frondoso y acogedor; que da sombra y refugio a distintos pájaros, que anidan en diferentes ramas; y además, produce frutos

El árbol de la Iglesia es una comunidad de fe donde hay distintas opiniones pero no es un espacio político, donde todo se discute, ni un parlamento donde todo se vota, ni tampoco un foro donde todo se aprueba o se rechaza. Es una comunión de personas, y como tal, supone necesariamente también, la comunicación y el diálogo. 
Pero esa comunicación y ese diálogo no pueden ser un debate abierto a las especulaciones, a las ocurrencias, a los pareceres o a las opiniones individuales: 

Cuando se trata de las exigencias de la fe, es decir, de las cuestiones doctrinales, la Iglesia profesa el dogma y no hay debate. 

Cuando se trata de las exigencias de la comunión, es decir, de las cuestiones del buen gobierno de la comunidad, la Iglesia administra el principio jerárquico y no hay debate. 

Cuando se trata de las exigencias de la libertad, es decir, de las cuestiones de la opinión plural, se discute y se confronta la diversidad siempre en la unidad. Entonces, sí hay debate.

Sin embargo, muchas veces escuchamos la expresión "yo creo que..", "yo pienso que..." "yo opino que...", a personas que se creen (erróneamente) con la plena libertad y derecho de juzgar o criticar todo, o bien, con la capacidad y autoridad suficiente para hablar sobre lo que se debe o no creer, sobre lo que se debe hacer o no, sobre tal mandamiento o tal norma, sobre tal Papa o tal Obispo...
No obstante, sabemos que no es necesario ni obligatorio estar siempre de acuerdo con la opinión de un hermano cristiano, o con la de un sacerdote, obispo o cardenal, o incluso con la del Santo Padre, lo que no significa que busquemos un cisma, ni que apostatemos, ni que seamos unos herejes, ni que debamos ser excomulgados.

La pluralidad dentro de la Iglesia puede existir en las opiniones o en los pronunciamientos pero nunca en las creencias o en las dogmas. Opinar sobre la fe y la comunión rompe la unidad y "mundaniza" la Iglesia.  San Agustín decía: "En lo esencial, unidad; en lo dudoso, libertad; en todo, caridad". 

Si realmente tenemos la certeza que el mismo Jesucristo es el centro de la Iglesia, si creemos que Emanuel, es decir, "Dios con nosotros" sostiene y sustenta la Iglesia, deberíamos pasar del "yo creo..." al "nosotros creemos", del "a mi me parece..." al "nosotros esperamos", del "yo pienso..." al "nosotros amamos".

Lo que sí puede y debe existir siempre en la Iglesia es comunicación, y ésta comienza necesariamente por el diálogo con Dios. Es a través de la oración, de la Palabra, de los sacramentos, donde escuchamos al Señor y encontramos las respuestas que buscamos, es allí donde todo se clarifica ante nuestros ojos y oídos.
Pero además, Dios, cuyo amor es infinito, nos otorga innumerables medios (aparte de los anteriormente mencionados) para alcanzar nuestra santificación, siempre dentro de la comunión y de la unidad eclesial. Por ejemplo, la dirección espiritual y la correción fraterna que nos ofrecen la posibilidad de cotejar, aclarar, comprender o corregir  con un sacerdote o un consagrado las ideas u opiniones personales relativas a las cuestiones que son indiscutibles.

En la dirección espiritual existe el consejo sabio, que no la imposición o la obligación, porque un cristiano ni impone ni obliga: "Porque, siendo libre como soy, me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles" (1 Corintios 9,19). Es entonces, cuando a través de la conversación sincera y abierta, creemos en unidad "teniendo el mismo espíritu de fe" y en amor, "que es el vínculo de la unidad perfecta".
En la corrección fraterna existe la rectificación delicada, que no la crítica o el juicio personal, porque un cristiano ni critica ni juzga: "No juzguéis, para que no seáis juzgados" (Mateo 7,1), aunque sí corrige con caridad y acepta la correción con humildad: "Quien ama la reprensión ama el saber, quien odia la corrección se embrutece (Porverbios 12,1). Es entonces, cuando a través del diálogo caritativo y respetuoso, llega la ayuda que el Espíritu Santo nos ofrece para que "el que tenga oídos, que oiga".

La Instrucción Pastoral Communio et Progressio (23 de mayo de 1971) explica que "la Iglesia respeta siempre la libertad de expresión de sus miembros siempre que sea orientada por una auténtica voluntad de construir, no de destruir, a la vez que con un ferviente amor a la Iglesia y con aquel afán de unidad que Cristo puso como signo de la verdadera Iglesia y de sus verdaderos discípulos”.

lunes, 12 de octubre de 2020

DEJARSE MOLDEAR POR DIOS

"Señor, tú eres nuestro padre, 
nosotros la arcilla y tú nuestro alfarero: 
todos somos obra de tu mano" 
(Isaías 64,7)

Dios nos llama continuamente a ser humildes para pertenecer al Reino de los Cielos; a ser confiados para abandonarnos a su guía y ayuda; nos invita a ser dóciles para escuchar con atención las sugerencias que nos hace en su Palabra; nos anima a ser sencillos como niños para madurar y crecer en la fe; nos llama a ser santos, como Él es santo.

El Creador nos exhorta a dejarnos moldear por su Palabra, a dejarnos hacer por su Gracia, a dejarnos configurar por su Hijo...y sin embargo, ¡qué difícil es dejarse hacer! ¡qué complicado es ser dócil! ¡qué duro es nuestro corazón! 

El hombre, por autosuficienciase cree especialista y entendido en todo, piensa que la docilidad le convierte en una persona débil o pusilánime, y que no tiene necesidad de los consejos de Otro para solucionar, decidir y ejecutar las cosas, y lo hace siempre, según su propio criterio. Por el contrario, la docilidad ofrece obediencia y buena disposición para dejarse modelar.

El hombre, por orgullose considera libre e independiente de todo, cree que la humildad le transforma en una persona dependiente o influenciable, y no permite que Nadie, aunque domine y conozca mejor todas las cosas, tutele sus actos, y mucho menos, que se los corrija. Por el contrario, la humildad asume la debilidad y la fragilidad para dejarse hacer.

El hombre, por vanidad se considera capaz y apto para todo, considera que la sencillez le convierte en una persona sin carácter o inútil, y evita pedir ayuda, consultar o dejarse guiar por Quien conoce mejor el camino para hacerle llegar a su destino. Por el contrario, la sencillez aporta pureza y inocencia para dejarse configurar.

El hombre, por rebeldía, se cree capaz de modelarse, de crearse, de darse forma a sí mismo, y por eso, reclama libertad e independencia. El "barro" quiere negar la capacidad o incluso, la existencia del "Alfarero" para darle forma y propósito. Quiere ser su propio alfarero, quiere hacerse según su propia voluntad.

El proceso

Dios, nuestro Alfarero Creador, utiliza distintas técnicas durante el proceso de nuestra vida para que seamos santos

1-Preparación. Forma una masa con polvo (carne) y agua (espíritu): la arcilla (hombre). Manchando sus manos (Encarnación de Cristo), prepara y amasa la masa (apóstoles) para que sea homogénea (Iglesia), extrayendo las asperezas, impurezas y burbujas de su interior (oración). 

2-Modelado. Mezcla el barro con agua (Gracia) girando continuamente el torno (vida) para mantener la plasticidad (obediencia) y para evitar que aparezcan fisuras (unidad). 

3-Secado. Lo expone al aire (Evangelio) para que alcance dureza y consistencia (fe). 

4-Pulido. Le pasa una lija fina (sacrificios) y una esponja (bendiciones) para limar y pulir la forma (corazón). 

5-Horneado. Finalmente, la somete al fuego (purificación) en el horno a alta temperatura (pruebas)  donde adquiere su forma y valor definitivos

Sin embargo, a veces no dejamos que el Señor trabaje en nuestras vidas y le pedimos libertad e independencia. Él nos las otorga incluso, sabiendo que somos incapaces de gestionar lo que le exigimos... porque el artesano sabe que la arcilla no puede amasarse a sí misma, que en el torno puede deformarse y que en el horno puede romperse. 

Al apartarnos de Dios, nuestra fe se seca, nuestra voluntad se deforma y nuestro corazón se endurece. Para volver a moldearnos es necesario que el Alfarero rompa y quebrante la arcilla de nuevo...y eso es un proceso doloroso. 
Nuestra vida está en las manos de Dios, que quiere hacer de nosotros lo mejor… una vasija única, diferente, extraordinaria...y la quiere para llenarla con un tesoro, esto es, "el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo" (2 Corintios 4,7).

Seamos un buen barro, seamos maleables y dóciles a la Gracia, confiados y obedientes a la Palabra, dejémonos amasar, modelar y purificar por Dios y tengamos en mente la visión del resultado final: una vasija única que glorifique al Señor.

viernes, 9 de octubre de 2020

SI HA DE HABER LÁGRIMAS, QUE SEAN DE ALEGRÍA

"Mors certa, sed hora incerta"
(Proverbio latino)

Al contrario que las personas sin fe y apegadas a este mundo terrenal, que evitan el sufrimiento, que ocultan el dolor o que ignoran y esconden la muerte, yo pienso a menudo en ella, y me pregunto: ¿Consigo algo silenciándola o ignorándola? ¿Resuelvo el problema de mi existencia humana, negándola? ¿La elimino?

No pienso en la muerte porque la espere (no, de momento) ni porque la desee, sino porque es una puerta por la que, antes o después, todos vamos a tener que pasar: "Mors certa, sed hora incerta", "‘la muerte es segura, pero la hora incierta".

La muerte es un proceso inexorable que agrede el proyecto inicial divino en cuanto a la naturaleza del hombre creada a imagen y semejanza de Dios, un Dios vivo e inmortal que nos pensó para vivir eternamente.

La muerte es una violación de nuestro mayor derecho, el derecho a vivir, el derecho a la inmortalidad. Aunque constituye una realidad indiscutible y un fenómeno biológico adquirido como consecuencia de nuestro pecado, representa la más intolerable de las paradojas porque es anti-natural, contradictoria, absurda. 

No deberíamos morir nunca pero, desgraciadamente, nacemos con una fecha de inicio pero también con una fecha de caducidad. Nacer es comenzar a ser, vivir es ser y morir es dejar de ser, es el "no-ser". Esa es la contradicción: el hecho de que, habiendo "sido", haya un instante en que "dejamos de ser".

Sin embargo, meditar sobre mi muerte da sentido a mi vida y luz a mi vocación como hijo de Dios, a quien agradezco todo lo que me ha dado y trato de aprovecharlo para su gloria. Desde luego, no me pregunto el por qué de la muerte (porque ya lo sé) sino el para qué (porque también lo sé). 

Pero además, con su muerte en la Cruz, Jesús cambia radicalmente la forma de morir del hombre y me enseña cómo morir. Porque Cristo ¡murió por amor! y con su ejemplo, me invita a vivir esa misma muerte por amor, haciéndole frente, dándole sentido y asumiéndola con la misma fe y confianza que Él, diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".

Desde ese amor y esa fe que Dios me ha regalado, vivir cada día como si fuera el últimoaprender y prepararme a morir, me proporciona una alegre y confortadora esperanza de llegar a disfrutar la misma gracia que me aguarda al traspasar ese umbral que mi Señor cruzó: "Dios, que vive, me llama a la vida eterna". 

Enfocado en esas tres virtudes (fe, esperanza y amor) la muerte no tiene un poder definitivo sobre mi, sino que tan sólo supone un paso de un lugar temporal a otro eterno, un cambio de "nacionalidad": "dejar de ser" ciudadano del mundo para "ser" ciudadano del cielo. Y todo, por los méritos de Jesucristo, quien venció el poder de la muerte en la Cruz y nos concedió a todos los hombres el "visado permanente" para habitar el cielo.

"Jesucristo ha resucitado". Esa es mi certeza. Porque mi Señor, con su resurección, me ha abierto las puertas del cielo de par en par, a mí y a todos, para que los que creamos en Él, vivamos para siempre. De lo contrario, como dice San Pablo "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ".

La muerte no es, por tanto, un castigo de Dios sino una consecuencia de nuestra libre voluntad, a la que el Señor se somete sin paliativos. Sin embargo la Trinidad se hace presente a sus hijos: Dios, que es "Silencio", nos envía a su Hijo, que es "Palabra", para que escuchemos el propósito con el que fuimos creados y, con el Espíritu Santo, que es "Gracia", lo alcancemos.

Mientras que el lugar de los muertos (Sheoles una realidad ajena al Dios de la vida (Salmo 6, 6; 30, 10; 88, 6; 115, 17; Isaías 38, 11) o la mayor distancia imaginable con respecto a Dios la tierra sin retorno (Job 3, 11; 7, 9) o la tierra del olvido (Salmo 88, 7) o el silencio total (Salmo 94, 17) o la oscuridad (Salmo 88, 7; Job 18, 18), la resurreción es una realidad propia de Dios, una reparación de nuestra naturaleza dañada, es la salvación para "ser y vivir" una vida eterna, la redención para una existencia inmortal.

Cuando llegue el día en el que el Señor me diga: “ven”, no quiero que esa llamada, repentina o esperada, me encuentre sin estar preparado ni que me desconcierte, sino que me llegue con la capacidad y la disposición de disfrutar y saborear la verdadera sorpresa de Dios, la que viene después: la sorpresa de la eternidad.

Meditar sobre la muerte es una apelación a mi derecho cristiano a la inmortalidad porque será el día en que me veré cara a cara con el Señor, para irme con Él de la mano a la eternidad ¿puede haber mayor alegría? 

Por eso, quiero dejar por escrito que el día de mi muerte, si ha de tener lágrimas, que sean de alegría.

JHR

miércoles, 7 de octubre de 2020

EL INCIDENTE DE ANTIOQUÍA: ¿AGRADAR A DIOS O A LOS HOMBRES?

"
¿Busco la aprobación de los hombres, o la de Dios?, 
¿o trato de agradar a los hombres? 
Si siguiera todavía agradando a los hombres, 
no sería siervo de Cristo...
...Si busco el favor de los hombres y no el de Dios, 
Cristo habrá muerto en vano" 
(Gálatas 1,10;  2,21).

El incidente de Antioquía que se describe en la carta a los Gálatas 2, 11-21 nos muestra cómo San Pablo reprocha públicamente a San Pedro su conducta hipócrita, y cómo éste acepta de buen grado y con humildad la corrección fraterna, al darse cuenta de que esa actitud no era coherente con lo que había escuchado y con la forma de ser y vivir del Maestro. 

Pablo le recuerda a Pedro lo que el mismo Cristo le dijo anteriomente, que "no se puede servir a dos amos", aunque se lo dice con otras palabras: "Si quiero agradar a los hombres, no soy siervo de Cristo, si busco el favor de los hombres y no el de Dios, Cristo habrá muerto en vano" .

Podríamos decir que Pedro buscaba la aceptación del mundo en una forma equivocada de evangelizar, al convertirse en un gentil, propiamente dicho, en apariencia. Pedro pasó de negar al Señor, para después decirle que le amaba, pero más tarde cayó en la tentación de tratar de disimular la radicalidad del Evangelio, de rebajar la fe. Una radicalidad, vivida y enseñada por Jesús a todos nosotros, y que, en ningún caso, es antagonista a la misericordia.

Esta tentación, está hoy muy extendida en nuestra sociedad y cobra actualidad también en el seno de la Iglesia cuando los cristianos tratamos de quedar bien con todo el mundo, cuando buscamos la aprobación de los no cristianos, cuando pretendemos ser "políticamente correctos" con los que no creen o no aman a Dios, o dicho en otras palabras, cuando claudicamos con el "buenismo" como una forma mal entendida del amor misericordioso de Dios y un gran error evangelizador. 
Buenismo es sinónimo de hipocresía, de fariseísmo, de doblez, de hacer cosas delante de los de casa y las contrarias delante de los de afuera. Pero, sobre todo, es antónimo de misericordia porque el amor no es interesado. Vivir la radicalidad del Evangelio no significa ser inmisericorde sino coherente y veraz, porque "la Verdad os hará libres" (Juan 8,32).

La hipocresía "buenista" (yo la denomino "misericorditis") no es cristiana ni evangélica, va siempre precedida de la cobardía y es consecuencia del temor a no agradar, del miedo "al qué dirán", de la preocupación por no conseguir la aprobación o el beneplácito de los demás. 

Esta conducta equivocada es un intento de conseguir el favor y la aceptación del mundo mediante la máscara de los méritos humanos, obviando la Gracia y desobedeciendo la enseñanza de Jesucristo. Nosotros no tenemos más mérito que la Gracia de Dios y el de Cristo: "Sin mí no podéis hacer nada" (Juan 15,8).

En el fondo, el "buenismo" no es otra cosa que pánico a la persecución, miedo a ser odiados, difamados y "señalados" por el mundo. Pero Jesús nos dice que los cristianos no somos del mundo, y que por eso, nos odiarán sin motivo, como a Él: "Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra" (Juan 15,18-20).

Como Pablo y como nuestro Señor, los cristianos debemos mantener firmeza y perseverar en el Evangelio porque gracias a Su muerte en cruz, el Señor nos liberó de la hipocresía y del pecado. Nos hizo libres. 

Por tanto, si nos consideramos seguidores de Cristo, debemos vivir en la Verdad, y si ello significa ser perseguidos o vilipendiados, ¡gloria a Dios! porque se cumplirán las palabras de nuestro Señor: "Seréis odiados por todos a causa de mi nombre; pero el que persevere hasta el final, se salvará...un discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo...no tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No; temed al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna...no he venido a sembrar paz, sino espada...y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí." (Mateo 10,22-38).

Debemos evitar afanarnos en agradar al mundo, sucumbir a la hipocresía y arrastrar a otros con nuestro pecado pero si caemos en esa conducta, es voluntad de Dios que aceptemos la corrección fraterna, como hizo Pedro, para que nuestra fe, nuestra confianza, nuestra esperanza y nuestro amor a Dios queden renovadas.

La diferencia entre agradar al mundo o a Dios está en que, mientras el primero nos quiere por lo debemos ser (o tener), Dios nos quiere por lo que somos. 

Por eso, es bueno recordar que los cristianos debemos vivir sin máscaras porque nuestro público es Dios: amaragradar sólo a Dios, y sólo así, seremos capaces de amar a los demás, no por conveniencia o por interés, sino como Él nos amó a nosotros primero.

JHR

lunes, 5 de octubre de 2020

DESDIBUJANDO LA EVANGELIZACIÓN

"¡Qué necios y torpes sois 
para creer lo que dijeron los profetas!"
(Lucas 24,25)

Me preocupa ver cómo muchos díscipulos de Emaús, conversamos y discutimos el modo de revertir la situación que vivimos, con el propósito de seguir organizando retiros, cueste lo que cueste y pese a quien pese. 

Los métodos de nueva evangelización, cuando no se entienden o se tergivesan, suelen desdibujar la fuerza evangelizadora y mundanizar el poder del anuncio salvador al intentar evangelizar sin docilidad a la gracia, al rebelarse a la voluntad de Dios, al negar el protagonismo del Espiritu Santo, al dar más valor al medio que al fin, al pensar que todo es válido o al querer hacer las cosas "por nuestra cuenta"

Recurrimos a la "voluntad propia" para convencernos de que servir a Dios implica estar en un frenético activismo (que resulta "poco evangelizador"), con el que intentamos aplacar un desordenado ansia de espiritualismo que no conduce a ningún fruto. 

Apelamos a la "creatividad humana" como un elemento generador de resultados a nuestro gusto, como si Dios necesitara de nuestra originalidad para que sus "cepas" den uvas y buen vino. 

Si algo he aprendido en estos años sirviendo a Dios, labrando en su viña, es que yo me limito a trabajar cuando el Dueño me lo dice y lo único que está en mis manos es regar, abonar y cuidar la viña. El Señor es quien "crea", quien hace florecer y quien produce fruto. Dios no me pide estrategias empresariales ni campañas creativas...lo único que me pide es ¡Confianza! ¡Fe!
Por tanto, tratar de ser "creativos", tratar de ser "originales" se convierte en una peligrosa tentación que nos puede arrastrar a "querer ser como Dios" y a tratar de "crear cosas" al "modo del mundo". Nos puede llevar a que, queriendo evangelizar al mundo, terminemos "mundanizando el Evangelio". Y nosotros no somos "empresarios del Evangelio", ni "vendedores de cielo", ni "filántropos de la fe". Ni tampoco los "dueños de la viña". 

Por todo ello, Cristo nos recrimina nuestra actitud desconfiada, llamándonos ¡hombres de poca fe! ¡torpes y necios! Nos reprende porque no quiere "creativos" sino "cristianos santos". Nos llama la atención porque quiere motivarnos pero, sobre todo, quiere hacernos ver que su voluntad no siempre coincide con la nuestra.

En los momentos dificiles o de prueba, es importante que los cristianos mantengamos un diálogo constante con Dios Padre, una cercanía estrecha con Dios Hijo y una docilidad con Dios Espíritu Santo, para distinguir los signos de los tiempos y ver los problemas como nuevas oportunidades divinas.

Es entonces cuando Jesús nos dice: "Seguidme". Él va a la cabeza, Él es el Maestro y nosotros, sus seguidores: “No es el siervo más que su amo” (Juan 15,20). Por eso nos invita a ser dóciles al Parácito, a mirar todo con sus ojos,  a realizar su misión con una perspectiva más amplia, para darnos cuenta que su Gracia nos basta

Cristo no quiere que "hagamos la guerra por nuestra cuenta", como si fueramos "francotiradores". No se puede construir vida de Iglesia alrededor de un método o de un retiro, se construye alrededor de la Palabra, es decir, Jesucristo, presente en la Iglesia.
Por tanto, a lo que nos llama es a hacer comunidad, a "hacer Iglesia", a vivir lo que hemos visto y oído con nuestros hermanos, como hicieron los dos de Emaús, al volver a Jerusalén para contárselo a los apóstoles. 

En la comunidad es donde podremos establecer una relación más íntima con el Dueño de la viña y con el resto de los "sarmientos", dejándonos cuidar, y si hace falta, dejándonos "podar". 

En la Iglesia es donde podremos animarnos unos a otros, mantener la llama de la fe encendida, seguir creciendo y madurando, aunque no haya retiros, para que, cuando Dios quiera, demos fruto. 

En la comunidad es donde podremos discernir la voluntad de Dios, sin dudas ni malentendidos, lo que nos permitirá dar respuesta a nuestras ansiedades y desesperaciones. 

En la Iglesia es donde podremos formarnos como discípulos y así, convertirnos en apóstoles, para a evangelizar, de momento, en nuestros ámbitos más cercanos (familia, amigos, compañeros de trabajo, etc). 
En ocasiones, el viajero debe hacer un alto para tomar aliento, 
entrar en la "posada" para "beber y alimentarse",
"mirar el mapa" para tener una apropiada "visión del viaje"
y sólo así, volver a ponerse en camino,
con una mayor motivación, con una clara idea y con un renovado ánimo. 
Sólo así, los cristianos podremos ser luz y sal para el mundo, inspirando con nuestro ejemplo de vida, iluminando con nuestra fe coherente y con nuestro amor auténtico. 

Es momento para aprender, para formarnos, para preparnos. Y para eso debemos ejercitar lo que hemos aprendido: Escuchar...a Dios y a los demásLa escucha activa genera relación, confianza, amor...cuando confiamos, amamos. Y cuando amamos, nos motivamos. Y cuando estamos motivados rendimos más y mejor. Descubrir los talentos que Dios nos ha regalado a cada uno de forma individual y colectiva nos permitirá rendir más y mejor, es decir, amarle y darle mayor gloria

Ese es nuestro reto, esa es nuestra motivación: glorificar a Dios con nuestras vidas y así, santificarlas. Sólo así alcanzaremos nuestra máxima aspiración, nuestra más alta expectativa: el cielo.

La "empresa" de Dios requiere la mejor versión de sus trabajadores para cosechar éxitos en la edificación del Reino de los Cielos. 

Y nuestra mejor versión es la que Dios ha pensado, no la que nosotros creemos.

JHR

lunes, 21 de septiembre de 2020

EL ESPIRITU DEL MAL: DIVIDE Y VENCERÁS

"Un reino dividido internamente 
no puede subsistir y va a la ruina; 
una familia dividida no puede subsistir, 
toda ciudad o casa dividida internamente 
no se mantiene en pie" 
(Marcos 3,24-25; Mateo 12,25)

El Enemigo de Dios y del Hombre, obsesionado por ganar una guerra que tiene perdida, utiliza constantemente una de las estrategias tentadoras que más fruto destructivo le ha dado a lo largo de la historia del hombre: "Divide y vencerás".

Dios crea y el Diablo destruye; Dios une y el Diablo separa; Dios crea vínculos y el Diablo los deshace; Dios repara y el Diablo quebranta; Dios perdona y el Diablo condena.

De la misma forma que en el mundo antiguo, el Imperio Romano subyugaba y arrodillaba a los pueblos libres con la conocida frase "Divide et Impera" (atribuida a Julio César), el Imperio del Mal, que domina el mundo actual, ejerce su perverso poder enfrentando a colectivos, rompiendo la familia, fracturando la sociedad y también, dividiendo la Iglesia de Cristo.

Satanás tiene como único propósito separarnos del amor de Dios y lo hace atacando su creación: dividiendo y enfrentando a hombres contra mujeres, blancos contra negros, ricos contra pobres, padres contra hijos, jóvenes contra ancianos, empresarios contra trabajadores, liberales contra conservadores, tibios contra creyentes.
Vivimos una continua lucha de clases, de géneros, de ideologías, de creencias...que el Diablo impone en la mente del hombre con el mismo pretexto que utilizó con nuestros primeros padres: la libertad individual. Con ella, pretende alejarnos de Dios suscitando en nuestro corazón una venenosa mentira: "Seréis como Dios"

Y así, lo hace también, utiliza su espíritu impío para luchar contra el Espíritu Santo que actúa en el seno de la Iglesia de Cristo. Infiltrándose en Ella, su espíritu maligno crea división, enfrentamiento y desunión; genera calumnia, difamación y crítica; acusa, propone falsas ideas y genera conflictos; suscita actitudes mundanas, chismes y habladurías.

Pero Cristo que, como verdadero Dios, no quiso utilizar su poder para beneficio propio, y que como verdadero hombre, quiso sufrir y vencer la tentación (Mateo 4,1-11; Marcos 1,12-13; Lucas 4,1-13), nos ofrece "soluciones humanas" para combatirla: 
-Confianza. El Diablo, para dividirnos, siempre empieza sembrando la duda en la divinidad pero Jesús, con su ejemplo, nos invita a confiar incondicionalmente de Dios y de su Palabra: "No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4,4).

-Humildad. El Diablo, para quebrantarnos, recurre a la soberbia y a la vanidad pero Jesús nos enseña que nuestra misión como cristianos es la humildad, la mansedumbre, el amor. Él repetirá: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón" (Mateo 16,24 y 29).

-DesapegoEl Diablo, para fragmentarnos, recurre a la codicia y la avaricia de las riquezas pero Cristo nos muestra el camino de la integridad, el desapego y la insobornabilidad: "Escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a él solo servirás" (Mateo 4,10; Lucas 4,8; Deuteronomio 6,13) y "Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mateo16,24).

-Firmeza. Los cristianos, como hijos de Dios, nos sabemos débiles y vulnerables ante Su omnipotencia pero estamos llamados, como enemigos de Satanás, a ser fuertes, a mantenernos firmes en la fe y a combatir el mal con todos los medios que el Señor pone a nuestro alcance: "Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa" (Marcos 3, 27). 

-Unidad. Los cristianos estamos llamados a dejar de mirar lo que nos separa para ver lo que nos une, a dejar de observar con recelo, resentimiento y odio la diversidad de los demás, a ser un sólo cuerpo y un sólo Espíritu: "Sed siempre humildes y amables, sed comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor, esforzándoos en mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Un solo cuerpo y un solo Espíritu" (Efesios 4,2-4).

-Perseverancia, a ser constantes en la fe, como don gratuito de Dios, a tener paciencia en medio de las pruebas y las tentaciones, a reavivar nuestra esperanza en sus promesas, a ejercitar el amor: "El que persevere hasta el final se salvará" (Mateo 24,13).

domingo, 20 de septiembre de 2020

JESÚS, NUESTRO EJEMPLO DE SERVICIO


Por mi vida han pasado algunas personas a las que he admirado y que han influido en algunas de mis decisiones. Pero los principios que más me han asombrado los descubrí hace unos pocos años, cuando conocí el estilo de servicio de Jesús. Nadie como Él transforma el corazón, dando la vida por los demás

En el Evangelio de Mateo, Jesús nos descubre su "estilo". No se da importancia ni se presenta así mismo con palabras. Tan sólo nos pregunta: "¿Quién dice la gente que es el hijo del hombre? Y vosotros, ¿Quién decís que soy yo?" (Mateo 16, 13-15). Siempre nos motiva a dar una respuesta, a dar un paso adelante. 

La entrega de Jesús es rigurosa total. Y con su ejemplo, nos llama a la "radicalidad del Evangelio": no valen las "medias tintas", no existen las "zonas grises", ni acepta las "tibiezas". Él nos tiende la mano y nos dice: "El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga." (Mateo 16, 24).

Los rasgos principales de su ejemplo de servicio están basados en las tres reglas de oro: oración, humildad y obediencia a Dios. 

Oración

Jesús cultivó siempre su vida interior, privada, durante treinta años, y pública, durante sus últimos tres.

Constantemente se apartaba del "ruido" para pasar tiempo a solas con Dios Padre. Oraba siempre y constantemente. Nunca hacía nada sin encomendarse primero al Padre.

Como hombre, necesitaba estar en relación con el Padre, era absolutamente dependiente del Padre para su sostenimiento, ayuda y protección. 

Dios Padre era el único que podía entender su angustia y socorrer su necesidad. Nadie más. 

Pero además, Cristo disfrutaba estando en comunión con Dios Padre porque le amaba y porque era amado (Mateo 17,5 ; Juan 17, 24). El Padre gozaba con el Hijo y viceversa. 

Ese amor recíproco constituía un vínculo indisoluble con el que nos enseña a orar en el Padrenuestro, a buscar siempre la comunión con Dios, a tener un encuentro de intimidad con Él. ¡Confianza plena! 

Humildad

Dios escogió a propósito un camino de humildad para encarnarse. Eligió nacer en un pesebre y vivir en la oscuridad en Nazaret, un pueblo desconocido y con no muy buena fama. Podría haber venido con toda su gloria pero no lo hizo. ¡No quiso hacerlo! 
Su primer acto público de fe fue de humildad cuando se unió a nosotros en las aguas profundas del arrepentimiento, de la mano de Juan el Bautista. No necesitaba hacerlo porque no tenía pecado, pero quiso hacerlo.

A éste, le siguieron muchos otros actos de humildad pero, quizás el más significativo fue el lavatorio de los pies a sus discípulos. Lavar los pies era una tarea exclusivamente de los esclavos. ¡Dios se hizo esclavo por amor! 

La centralidad de su vida pública y de su ministerio tuvo lugar en Galilea y no estratégicamente en Jerusalén, el centro neurálgico del mundo judío. 

Eligió cumplir su misión en silencio, discretamente y de manera mesurada, a diferencia de los falsos "mesías" de su época que hacían todo "cara a la galería" . 

A menudo, se retiraba en silencio, buscando esconderse y evitando ser conocido o famoso. 
¡Se negó a sí mismo! 

Obediencia

Toda su vida fue un camino de continua, radical y amorosa obediencia al Padre: desde su venida al mundo, hasta su muerte en la cruz. 

En un acto único de obediencia por amor, se hizo hombre para elevarnos a la condición de hijos de Dios por medio de su sacrificio (Filipenses 2, 5-8).
Jesús, "el Obediente" siempre fue consciente de que debía cumplir la voluntad del Padre y tuvo completa claridad de la misión que le había encomendado: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y completar su obra. El Hijo no puede hacer nada de por sí que no vea hacerlo al Padre, y lo que éste hace lo hace igualmente el hijo" (Juan 4, 34; 5, 19).

Nunca buscó hacer su voluntad. Ni siquiera en la agonía de Getsemaní. Renunció a cualquier deseo, se negó a sí mismo y obedeció hasta la muerte. 

Su ejemplo de obediencia suscita en nosotros nuestra propia vocación como hijos adoptivos de Dios: la aceptación incondicional del Plan de Dios y la fe, en la misión de comunicar al mundo Su voluntad: el amor a los hombres. 

Una vez que conocemos quien es, nos enseña a seguir su ejemplo con cuatro aspectos: el discipulado, la delegación, la elaboración de un plan estratégico y la capacitación. 

Discipulado

Jesús eligió y discipuló a un grupo reducido de personas, y no fueron personas de gran renombre o formación.

Jesús no fue en busca de celebridades ni personas influyentes o capacitadas, sino que eligió a aquellos que carecían de poder y estatus.

Los apóstoles no eran la élite "religiosa" y sin embargo, Jesús los llamó para crear y formar su Iglesia, una organización que diera soporte y efectividad al Plan de Dios.

Además, Jesús se rodeó de gente repudiada por la sociedad de entonces: los sencillos, los pobres, los enfermos y los desterrados.

¡Invirtió en personas que otros despreciaban! 

Delegación

Jesús tenía un plan de sucesión y delegación: envió a los discípulos por su propia cuenta, de dos en dos.

Les recordó, a menudo, que no siempre estaría con ellos. Les enseñó a tomar las decisiones correctas para que su mensaje fuera procla
mado "hasta los confines de la tierra".

Delegó su autoridad y su poder a sus seguidores. No se guardó cosas para sí, al contrario, compartió su sabiduría con quienes le acogieron en sus corazones.

¡Y además, nos dejó a S
u Madre! 

Plan Estratégico

Desarrolló un Plan Estratégico totalmente incomprensible a las mentes humanas, explicándolo de forma sencilla y aplicada a nuestra realidad. 

Jesús rechazó las riquezas y el poder que le ofreció Satanás. Rehusó lo sensacional, lo espectacular y lo rápido. Escogió el camino de la humildad, del sufrimiento y la cruz. 

Se negó a ostentar su poder o conocimiento para "mostrar a la gente" quién es el Señor realmente.

A pesar de sufrir persecuciones, tentaciones o vejaciones, Jesús ejerció la misión que Dios le había llamado a cumplir.

Y la cumplió hasta el final (Juan 20,30).

Con su ejemplo, nos señaló el camino que debemos seguir para alcanzar la plena felicidad y además, fue el primero en andarlo.

Como les explicó a los apóstoles, para servir, primero debemos dejarnos servir por Jesús. Y así, llegar hasta el extremo de "dar la vida por los demás", pues no hay amor más grande.

Capacitación

Jesús vivió libre de las expectativas y juicios de otras personas. Su estilo de vida fue radical: preparó muy a propósito los discípulos para hacerse cargo del servicio. 

Animó a su gente más allá de lo que ellos mismos sentían que eran capaces de hacer.

Jesús nos mostró que la definición de éxito dada por el mundo es muy distinta a la Dios. No hizo mucho para cambiar los problemas políticos y sociales de Israel. 

Jesús parecía dirigir un ministerio de "campaña", recogiendo a las víctimas por el camino en lugar de permanecer en el templo de Jerusalén. 

Él redefinió el éxito como la realización de la obra única que Dios le había encargado y de esa manera, demandó altos sacrificios a sus discípulos. 

"Sígueme" significaba que los discípulos debían abandonar sus tareas, sus propósitos y sus vidas para hacerlo. Incluso sus bienes y sus familias.

Les dijo a los discípulos que tenían que estar dispuestos a dejarlo todo para seguirlo.