¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 14 de junio de 2021

APARICIONES ANGÉLICAS

"Hace de los espíritus sus ángeles;
de las llamas de fuego, sus ministros...
¿Es que no son todos espíritus servidores,
enviados en ayuda de los que han de heredar la salvación?"
(Hebreos 1,7 y 14)

La Palabra de Dios nos muestra cómo los ángeles (del hebreo, malak, "delegado, mensajero, embajador"; y del griego angelos-ἄγγελος, "mensajero") tienen una específica actividad desde el inicio hasta el final de la historia de la salvación y por ello, entran en acción tras la caída de Adán y Eva, y concluirán su misión con el toque de las 7 trompetas y el derramamiento de las 7 copas en el Juicio Final.

Los ángeles, creados en el Segundo día (Génesis 1,6-8), son mencionados 283 veces en la Biblia (108 veces en el Antiguo Testamento y 175 veces en el Nuevo Testamento) y están conformados en nueve coros angélicos, dispuestos en tres jerarquías:

1ª Jerarquía: Contemplativos, llenos de luz y de conocimiento extraordinario. Los más cercanos a Dios.
  • Serafines: "Ardientes e inflamados" abrasados por el fuego del amor de Dios. Representados con rostro de fuego y con 6 alas. Misión: adorar y alabar a Dios en su continua presencia. 
  • Querubines: "Los más altos o benditos" por su plenitud de conocimiento. Representados con dos caras, pies y manos azulados, 4 alas llenas de ojos y una espada ardiente. Misión: escolta de Dios. 
  • Tronos: "Asientos de Dios" tranquilos, serenos y pacíficos. Representados con forma de rueda, con el rostro lleno de ojos y de color rojo. Misión: servir de asiento a Dios.
2ª Jerarquía: Jerárquicos, ejecutores de milagros y protectores del hombre.
  • Dominaciones: Representados con estrellas, corona o casco y cetro o espada. Misión: gobiernan a los principados, protegen a las potestades, dirigen los portentos de las virtudes, realizan las revelaciones de los arcángeles, proporcionan la providencia y custodia de los ángeles.
  • Virtudes: Representados con una flor de lis, una espada y un libro. También con perfumes, balanzas, trompetas o rayos. Misión: cumplimiento de los signos, prodigios y milagros. Son los que tocan las 7 trompetas del Juicio Final.
  • Potestades: Seres de gran poder. Misión: Sometimiento de los poderes malignos y protección de los hombres.
3ª Jerarquía:  Mensajeros y portadores de grandes noticias. Los más cercanos al hombre.
  • Principados: Misión: presiden, establecen, rigen, limitan, transfieren, alteran y cambian todo poder superior de la tierra. Vigilan el mundo.
  • Arcángeles: "Nuncios supremos". Representados con forma humana. Misión: Anunciar noticias importantes y trascendentales, y guiar al hombre.
  • Ángeles: "Nuncios y Custodios". Representados con forma humana. Misión: Anunciar noticias de menos importancia y custodiar a cada hombre.
Los ángeles son instrumentos eficaces de Dios para llevar a cabo Su gobierno sobre toda la creación. Su principal misión es adorar y alabar a Dios (Isaías 6,1-3; Apocalipsis 4-5). 

Son mensajeros silenciosos y discretos que revelan la voluntad de Dios. Son vigilantes siempre alerta y activos que guían y trabajan en nuestro favor y beneficio. Son protectores, custodios y liberadores del hombre y de la Iglesia.

Sus apariciones son manifestaciones de la gracia divina y expresiones de la presencia o intervención de Dios. Ejecutan las órdenes divinas en los acontecimientos humanos.

Apariciones en el Antiguo Testamento
     
  • A Adán y Eva, bloqueándoles la entrada al Paraíso (Génesis 3,24)
  • A Agar, anunciándole el nacimiento de Ismael y su misión (Génesis 16,7-14; 17, 17-18)
  • A Abrahán, anunciándole el nacimiento de Isaac y la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 18,1-33)
  • A Lot, anunciándole la destrucción de Sodoma y Gomorra (Génesis 19,1-22)
    
  • A Jacob, en su visión de la escalera (Génesis 28,12)
  • A Moisés, en el monte Sinaí (Éxodo 3,1-33)
  • Al Pueblo de Dios, marchando delante en el Mar Rojo (Éxodo 14,19; 23,20; 32,34; 33,2 Números 20,16)
  • A Balaán con la mula (Números 22,23-35)
  • A Elías (1 Reyes 19,5-18)
    
  • A Josué (Josué 5,13-14)
  • A David (2 Samuel 24,16-17; 1 Crónicas 21,16-26)
  • A Gedeón (Jueces 6,12)
  • A la madre de Sansón (Jueces 13,2-5)
     
  • A 185.000 asirios que rodeaban Jerusalén, a quienes hiere (2 Reyes 19,35)
  • A Job (Job 1,14)
  • A Ezequiel (Ezequiel 1,4-12)
  • A Sidrac, Misac y Abdénago, arrojados al horno por Nabucodonosor (Daniel 3,49)
  • A Daniel (Daniel 6,22; 8,16)
  • A Isaías (Isaías 6,1-3)
  • A Zacarías (Zacarías 1,12)
  • A Tobías, se le presenta San Rafael en la puerta de su casa para acompañarle a Media (Tobías)

Apariciones en el Nuevo Testamento
    
  • A Zacarías, San Gabriel le anuncia el nacimiento de Juan el Bautista (Lucas 1,9-21)
  • A María, San Gabriel le anuncia la encarnación de Jesús (Lucas 1,26-38 y 2,13)
  • A los pastores, les anuncian el nacimiento de Jesús (Lucas 2,8-15)
  • A Jesucristo recién nacido, protegiéndole (Mateo 2,13)
  • Jesucristo, fortaleciéndole tras las tentaciones en el desierto (Mateo 4,11; Marcos 1,13)
  • A San José, avisándole que acepte a María y la huida a Egipto (Mateo 1,20-24; 2,19-23; 3,13)
  • A Jesucristo, confortándole en Getsemaní (Lucas 22,43)
      
  • A María Magdalena, anunciándole la resurrección de Jesús (Mateo 28,2-7; Juan 20,11-13)
  • A las mujeres, en el sepulcro (Mateo 28,2; Lucas 24, 1-7)
  • A los enfermos, ciegos, cojos, paralíticos en la piscina de Betesda (Juan 5, 2-9)
  • A los apóstoles, en la ascensión de Jesús al cielo (Hechos 1,10-11)
  • A los apóstoles, a quienes libera de la cárcel (Hechos 5,19-20)
  • A Felipe, con el etíope (Hechos 8,26)
  • A Cornelio, el centurión (Hechos 10,3-32)
  • A Pedro, a quien libera de la cárcel (Hechos 12,6-16)
  • A Herodes, a quien castiga (Hechos 12,23)
  • A Pablo, navegando hacia Roma (Hechos 27,23-24)
  • A Juan, en su visión (Apocalipsis 1,1; 2 y 3; 5,11-12; 12,7; 20,1-2)

A simple vista, puede parecer que las apariciones de ángeles a los hombres son frecuentes y comunes, pero no es así: desde la primera aparición de querubines a Adán y Eva hasta la segunda aparición de ángeles a Agar, esposa de Abrahán, transcurren 1.900 años. Desde la aparición del Ángel del Señor a Abrahán hasta la aparición a Moisés en el Sinaí, otros 430 años. De Moisés hasta David, otros 500 años. Desde la aparición a David hasta la visitación a María, otros 930 años, y otros 90 años hasta la visión de San Juan en el Apocalipsis. En total, entre la primera y la última aparición angélica transcurrieron 4.000 años.
Sin duda, las miríadas de ángeles siguen hoy actuando, guiándonos y protegiéndonos, a pesar de que no los veamos o los reconozcamos y, sobre todo, se hacen presentes en cada Eucaristía. Aunque son seres espirituales e invisibles, muchas veces, se aparecen en forma de personas o de situaciones a lo largo de nuestras vidas, 

Pero no debemos olvidar que de la misma forma que los "hijos de Dios" actúan poderosa y providencialmente a nuestro favor en el mundo, los ángeles caídos, "los hijos de Satanás" también obran en nuestra contra, para hacernos caer y destruirnos. A veces, incluso, disfrazándose de ángeles de luz para engañarnos y pervertirnos.

Los ángeles, con su intervención en la historia de la salvación, sirviendo al Creador y a sus criaturas, proclaman la gloria de Dios en toda  la creación:

"El cielo proclama la gloria de Dios,
el firmamento pregona la obra de sus manos: 
el día al día le pasa el mensaje,
la noche a la noche se lo susurra. 
Sin que hablen, sin que pronuncien,
sin que resuene su voz, 
a toda la tierra alcanza su pregón 
y hasta los límites del orbe su lenguaje 
(Salmo 19,2-5)

sábado, 12 de junio de 2021

APASIONADOS POR CRISTO

 
"¿No ardía nuestro corazón 
mientras nos hablaba por el camino 
y nos explicaba las Escrituras? 
(Lucas 24,32)

El diccionario define "pasión" como "fervor, fuego, celo, ardor". La pasión es energía vital, es lo que nos motiva a hacer que algo pase, lo que nos emociona, lo que nos hace perseverar y superar los obstáculos.

Siempre digo que los cristianos debemos ser apasionados, celosos, intensos e incluso vehementes con Aquel que nos ha cautivado con su mirada de amor: Jesucristo. Para ser cristiano, primero tengo que dejarme servir y amar por Cristo para, luego, servirlo y amarlo hasta la locura.

Un cristiano que no se deja amar ni lavar por Jesús no es cristiano (Juan 13,1-15). Un cristiano que no vive apasionado por Cristo no es cristiano. Un cristiano que no se entrega hasta el extremo no es cristiano. Un cristiano al que no le arde el corazón por su Señor no es cristiano. Es una persona sin motivación, sin emoción, sin ganas...sin amor...y no es cristiano.
El propio Jesús, mirándonos a los ojos, nos dice: "Si me amáis, guardaréis mis mandamientos" (Juan 14,15), y su primer mandamiento es "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser” (Mateo 22,37; Marcos 12,30). 

Apasionarse por Cristo no es sólo rezar, ir a misa, seguir las normas o tener buenas intenciones, sino rezar con confianza, vivir la misa y los mandamientos, no por obligación sino por deseo sincero de encontrarnos con Él. Se trata de hechos, no palabras; obras, no intenciones.

Apasionarse por Cristo no es decir un simple "me gusta", "me cae bien". Tampoco es amarlo con los labios, con la razón o con el sentimiento, como muchos hacen....sino amarlo con todo "sin reparar en gastos".  Es darlo todo, "sin guardarme nada", por Él

El segundo mandamiento, semejante al primero, es “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,39). Dice San Juan que quien no ama a su hermano, no ama a Dios:  "Si alguno dice: 'Amo a Dios', y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve" (1 Juan 4,20). 

Apasionarse por Cristo es también preocuparme por nuestros hermanos, interesarme por los pobres, empatizar con los necesitados, ayudar a los heridos y a los que están solos o perdidos. Es dar la vida por ellos...hasta el extremo.

Cristo es el sentido de nuestra vida, nuestra referencia, a quien miramos con el corazón incendiado, atravesados por su mirada de amor. Nuestra pasión por Él se demuestra en nuestra relación con Él y con los demás, viviendo con celo motivador el amor a Dios que crece a cada instante y de forma constante en nuestros corazones, y que nos impele a servir.

Apasionarse por Cristo es sentirme atravesado por un flechazo de Amor infinito, abrazado por Él, atraído por Él, para dejarlo todo y seguirlo. Es "venderlo todo" para comprar el campo de tesoro escondido y la perla de gran valor, que es Jesucristo. Es dejarlo todo para seguir al Maestro.

Apasionarse por Cristo es "caerme del caballo" como Pablo, es "llorar tras negarlo" como Pedro, es "estar al pie de la Cruz" como Juan, es "dejar mi vida pecaminosa" como Mateo, es "meter los dedos en sus llagas" como Tomás.

Apasionarse por Cristo es gozar espiritualmente de su presencia, es entregarme completamente a Él, es alabarlo y adorarlo, es obedecerlo y querer conocerlo más, sin tener en cuenta los obstáculos ni las distancias ni poner excusas para seguirlo. Es pensar en Él día y noche, soñar con Él, vivir con Él y morir por Él.

"Lo que hagáis, hacedlo con toda el alma, 
como para servir al Señor, y no a los hombres: 
sabiendo que recibiréis del Señor en recompensa la herencia. 
Servid a Cristo Señor"
(Colosenses 3,23-24)

miércoles, 9 de junio de 2021

UNA DEUDA DE AMOR Y GRATITUD

"He combatido el noble combate,
he acabado la carrera,
he conservado la fe.
Por lo demás, me está reservada la corona de la justicia,
que el Señor, juez justo, me dará en aquel día"
(2 Timoteo 4,7-8)

La conocimos hace dos meses en unos ejercicios espirituales en la casa de la Congregación Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús, en San Lorenzo de El Escorial.  Nos causó una profunda impresión, acariciando nuestros corazones, llenando nuestros ojos de lágrimas de emoción, y nuestras almas de gratitud. 

Escuchamos su testimonio vivo. Setenta y dos años de amor, fidelidad y servicio a Dios y a los hombres. Nos contó lo que Dios había obrado en su vida...una mujer de pequeña estatura pero de enorme fe, una discípula enamorada de Cristo...hablamos de la hermana Blanca.

A sus ciento dos años, la hermana Blanca ha sido un don de Dios y un regalo del cielo para quienes la han conocido de cerca. Como tantos consagrados, ha vivido su vocación con entrega, pasión y humildad. 
          
         
La hermana Blanca ha respondido afirmativamente a la llamada del Maestro. Ha sido un signo visible del amor de Dios por los hombres. Ha reconocido el misterio de la gracia. Ha conservado la fe y ha entregado su vida al Corazón de Jesús. 

Ahora, combatido el buen combate y terminada su carrera en la tierra, ciertamente, contempla el rostro del Señor, quien le ha reservado la corona de la justicia.

Por todo ello, la Iglesia tiene (tenemos) una deuda de amor y gratitud con los consagrados que, desde el silencio contemplativo y la discreción del trabajo apostólico, mantienen vivo el Cuerpo Místico de Cristo, desde su mismísimo Corazón. Esos santos, a veces tan olvidados...merecen nuestro reconocimiento y nuestro agradecimiento. Y por supuesto, nuestra intercesión y plegarias.
 
Por eso desde aquí, damos gracias a todos los consagrados que nos hacen presente el fuego ardiente del encuentro primero, que nos animan a seguir las huellas del Maestro y que, bajo la dirección y guía del Espíritu Santo, nos señalan el camino firme a la casa eterna.

Por eso desde aquí, damos gracias a Dios por todas las personas consagradas que, desde los diversos carismas, vocaciones y formas de vida y servicio, son presencia elocuente y evidente de Su Amor en el servicio, manifestación significativa de Su Gracia en el mundo y obra embellecedora de Su Iglesia.

¡Señor, danos consagrados santos!
¡Hermana Blanca, ruega por nosotros!

domingo, 6 de junio de 2021

TOBÍAS: EL JUSTO ES PROBADO EN LA TRIBULACIÓN

"Si os volvéis a él de todo corazón 
y con toda el alma, 
siendo sinceros con él, 
él volverá a vosotros 
y no os ocultará su rostro. 
Veréis lo que hará con vosotros, 
le daréis gracias a boca llena"
(Tobías 13,6)

Durante esta 9ª semana del tiempo ordinario hemos estado leyendo el libro histórico (y al vez, sapiencial) de Tobías (latín) o Tobit (griego), judío piadoso de la diáspora, temeroso de Dios, cumplidor de la Ley y bienhechor de su familia y de su pueblo, en el que se muestra un camino de perseverancia y fidelidad del justo en el sufrimiento, y un itinerario de fe para los esposos, en la elección del cónyuge dentro de la "familia cristiana", y para las familias, en la unidad y alegría dentro de una "casa cristina".
 
A través de la metáfora bíblica del "camino" (andar por el camino de la verdad y la justicia es vivir según la Ley de Dios) se nos muestra cómo, muchas veces, el mal y el dolor se ceban con el fiel y el compasivo, pero al que la justicia divina salvaguarda con la protección angélica y recompensa su virtud y fe con bendiciones abundantes "como el oro se prueba en el fuego, así el justo es probado en la tribulación" (Proverbios 17,3; Sabiduría 3,5-6; Eclesiástico 2,5; 1 Pedro 1,6-7).

¿Cómo es posible que Dios permita que el sufrimiento del justo? La Providencia actúa en la vida de cada hombre, de cada familia cristiana, en la medida en la que nosotros colaboramos con Dios poniendo los medios a nuestro alcance para llevar a cabo la virtud en nuestro "caminar". Dios permite el sufrimiento y la tribulación, no para que comprendamos el sentido de la desgracia sino para que recurramos en oración personal a Su misericordia y nos abandonemos en sus manos con confianza y sin desesperación.

El drama de Tobit
Como Job, Tobit es privado de todos sus bienes pero no maldice al Señor (Job 1,8-22;Tobías 1,20-2,1). Es probado físicamente, con la ceguera (2,9-10) y moralmente, con los reproches de su mujer (2,11-14) pero tampoco peca con sus labios (Job 2,3-10). 
Los reproches de Ana (como los de los amigos de Job) ponen en evidencia la extendida creencia popular judía de que la desgracia era la consecuencia de algún pecado (Tobías 3,3-4; Éxodo 20,5; 34,7; Números 14,18; Deuteronomio 9,5; Ezequiel 18,20; Lucas 13,2; Juan 9,2-3). 

Tobit, como Job, como Jonás y también como Sara, la prometida de Tobías, pedirá la muerte en momentos de debilidad como liberación al sufrimiento. Sin embargo, a través del diálogo con Dios, de la oración suplicante y confiada, responderá con la aceptación plena a la voluntad de Dios.

El drama de Sara
El drama de Sara se presenta de forma paralela al de Tobit y todo sucede simultáneamente "en aquel mismo día", es decir, el día en que Tobit oyó las injurias de su mujer (2,14). Sara sufre injurias, insultos y oprobios inmerecidos que la achacan la muerte de sus siete maridos.  Sus sentimientos de desgracia son más profundos que los de Tobit (3,1) y también la ponen al borde del suicidio.

Como Tobit, Sara busca la muerte. Se dirige a un lugar apartado, solitario, y sube al piso superior de la casa de su padre, como metáfora de la oración, donde se siente segura (cf. Judit 8,4). Allí, le ruega a Dios que disponga de su vida y la libere de su desolación. Es allí, en su noche oscura, en su oración confiada, donde encuentra el desahogo del corazón atribulado, el sosiego del alma fiel y la serenidad del espíritu virtuoso. 

En el mismo momento (3,11), con una triple invocación, bendición y petición a Dios, Sara extiende las manos hacia la ventana, hacia la tierra que el Señor ha dado a los padres, abre el corazón y se siente reconciliada, cambia de opinión y halla una alternativa a su situación desesperada.

En ambos dramas se desvela la presencia de Dios, que siempre acompaña al justo. Las oraciones de Tobit y de Sara son escuchadas favorablemente por el Señor que envía a uno de sus 7 ángeles principales, a san Rafael ("Dios cura" o "medicina de Dios"), para que acompañe a Tobías, libere a Sara y cure a Tobit.

Satanás, burdo imitador de Dios, había enviado a uno de sus 7 demonios malignos, a Asmodeo (del persa Aeshma Deva, "demonio de la lujuria", y del arameo shmd, "destructor, aniquilador"), para hacer sufrir y padecer a Sara (de forma parecida a cómo el diablo hizo con Job), y había dejado a Tobit inmerso en las tinieblas de la ceguera.

El viaje de ida  y vuelta
Tobit envía a su hijo Tobías de Nínive a Ecbátana y de allí, 350 kms hasta la lejana Ragués, en Media, para recuperar un depósito de diez talentos de plata que dejó en casa de un familiar, Gabael. Pero se trata de una excusa para organizar este largo y arriesgado viaje de ida y vuelta para que su hijo se despose con Sara, su prima. Antes de partir, le dará una serie de avisos y consejos morales sobre la conducta apropiada de un creyente y sobre su trato hacia los demás. 

Paralelamente, Dios responde las plegarias de los justos enviando al arcángel san Rafael, que le espera en la puerta de su casa y a quien Tobías contratará como experto guía y  acompañante idóneo, porque conoce bien todos los caminos y la casa de Gabael (5,6), para que le proteja y garantice el éxito del viaje.
La intervención de la Providencia divina no sólo hará que el ángel acompañe al joven Tobías en su viaje sino que, además, realizará la curación de su padre Tobit y la de su prima Sara, a quien ha escogido para que sea su esposa. 

El ángel Rafael revela a Tobías que Sara está destinada para él desde siempre. Es una profesión de fe en la providencia eterna de Dios sobre sus elegidos. Tobías salva a Sara y con la unión de ambos se cumple el plan divino sobre ella. Esta unión representa la alianza entre Dios y el hombre, el matrimonio entre Cristo y su Iglesia, las bodas entre el Cordero y la Novia. 

En Ecbátana suceden cuatro importantes acontecimientos: el contrato de matrimonio firmado por Ragüel y Edna, padres de Sara (7,1-14); la curación de Sara en la noche de bodas mediante un "exorcismo" (7,15-8,18); el banquete nupcial al día siguiente y que dura catorce días en  Ecbátana (8,19-21), y, por último, la recuperación del dinero depositado en casa de Gabael (9,1-6). 
Dos de las tres misiones encomendadas por Dios a Rafael están cumplidas: la liberación del demonio, y la boda de Sara y Tobías. Ahora comienza el viaje de vuelta de Ecbátana a Nínive para completar la última misión, anunciada casi desde el principio (3,17): la recuperación de la vista de Tobit.

El ángel Rafael convence a Tobías para que se adelanten, puesto que la llegada de Sara es el comienzo de una nueva vida. Por tanto, deben anticiparse para "preparar la casa" y, sobre todo, curar a su padre Tobit de la ceguera con la unción de la hiel del pez, para que pueda ver a Sara y el gozo sea completo.

El recibimiento de Tobías
La vuelta de Tobías a Nínive es el punto ágido del libro: la alegría de Ana al recobrar a su hijo se une a la luz de su padre, al recuperar la vista. Para ambos, es un "volver a vivir", un "resucitar", un "volver de la oscuridad a la luz".

Ana, quien "día tras día se asomaba al camino por donde su hijo había marchado" (Tobías 10,7), al ver a su hijo, se lo comunica primero a Tobit como acto de reconciliación por las disputas que habían tenido con la marcha de su hijo. 

Ana, quien "acudió corriendo y se abrazó al cuello de su hijo (Tobías 11,9), nos traslada a la escena del regreso del hijo pródigo a la casa del Padre "cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos" (Lucas 15,20) y a la del regreso de José a la casa de su padre Jacob: "al verlo se le echó al cuello y lloró abrazado a él" (Génesis 46,29).
Ana, quien, mientras abraza y besa a su hijo amado, dice: "Te he visto, hijo mío. Ahora ya puedo morir" (Tobías 11,9) nos traslada a las palabras de Simeón en la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén "Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz. Porque mis ojos han visto a tu Salvador" (Lucas 2,29-30), y a las palabras de Jacob a José: "Ahora puedo morir, después de haber contemplado tu rostro y ver que vives todavía" (Génesis 46,30).

Tobías, después de ser recibido por Ana, llega corriendo a la puerta de la casa de su padre y le cura de su ceguera. Tobit se echa a su cuello y entre lágrimas, exclama: "Te veo, hijo, luz de mis ojos (Tobías 11,13).

El recibimiento de Sara
Tras el regreso de Tobías, éste le cuenta a su padre el éxito de su viaje: trae el dinero y se ha casado con Sara, la hija de Ragüel. 

Tobit, lleno de gozo y alabando a Dios, sale hacia la puerta de la ciudad, al encuentro de su nuera, la recibe con los brazos abiertos y la bendice solemnementeYa en la puerta de la casa, Tobit invita a Sara a que tome posesión de su nueva casa.

Se celebra en casa de Tobit la fiesta de bodas de su hijo, a la que todos los judíos de Nínive están invitados a participar de la alegría de esta familia, que ha pasado de la tristeza de la prueba al gozo pleno que se hace universal.

La revelación de Azarías
Una vez terminados los festejos nupciales, la misión del ángel Rafael ha concluido y es necesario ajustar cuentas. Todo ha salido mucho mejor de lo previsto y Tobías cree que su compañero de viaje, Azarías, merece mucho más de lo pactado porque ha sido un guía perfecto en el viaje de ida y vuelta, le ha librado del pez que quería devorarlo, ha sanado a su mujer y la ha liberado del demonio, ha colmado de alegría a sus padres, ha cobrado el dinero de Gabael,  ha devuelto la vista a Tobit y ha llenado de gozo y bendiciones a toda su casa. 

Pero Rafael se lleva a los dos en secreto y les habla con autoridad. Les invita a bendecir y agradecer a Dios, a reconocer su grandeza y a manifestar con valentía a todos los hombres lo que Dios ha hecho en sus vidas.
El ángel del Señor ha unido la tierra con el cielo, intercediendo y presentando ante el Señor las plegarias de los atribulados que acuden con sinceridad a Dios. El sufrimiento es la prueba a la que Dios somete a todos los justos para acrisolarlos, para purificarlos. No es nunca un castigo por sus malos actos. 

Rafael les revela su identidad: "Yo soy Rafael, uno de los siete ángeles que están al servicio del Señor y tienen acceso a la gloria de su presencia(12,15). La reacción de los personajes ante el hecho sobrenatural es la misma que en todos los casos que aparecen en la Palabra de Dios: Los dos hombres, llenos de turbación y temor, se postraron rostro en tierra (12,16). y las palabras tranquilizadoras del ángel también: "No temáis. Tened paz" (12,17).

Antes de desaparecer de su vista y elevarse al cielo, el ángel del Señor les conmina a bendecir, a alabar y a agradecer siempre a Dios y a contar lo que el Señor ha hecho en sus vidas. Es una escena que anticipa el pasaje de la Ascensión del Señor a los cielos ante los apóstoles.

A través de Tobit y de Tobías, el ángel del Señor nos dice toda la verdad nos abre los ojos del alma para que podamos comprender y descubrir la acción providencial de Dios en nuestras vidas, cómo es la mano de Dios la que nos guía, tanto en los momentos de oscuridad y de tinieblas como en los de luz y de gozo.

jueves, 3 de junio de 2021

EL IMPERATIVO DEL DISCIPULADO


¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?
¿Cómo creerán en aquel de quien no han oído hablar?
¿Cómo oirán hablar de él sin nadie que anuncie? 
y ¿Cómo anunciarán si no los envían?"
(Romanos 10,14-15)

Hablábamos en un artículo anterior de la necesidad de la formación cristiana: nos referíamos al discipulado. Jesús, en Mateo 28,19-20, nos dice que es imperativo ir, primero, y después, hacer discípulos: "Id, pues, y haced discípulos". No hay dudas ni excusas para no hacerlo. Es Palabra del Señor. No se trata de estar aparcados en el hangar sino de conducir nuestra fe en "piloto manual".

Cristo utiliza un imperativo, "Id", para enviarnos a la misión, para salir de nuestras comodidades y rutinas, para salir de donde estamos, a buscar a los que están fuera. Y ese "id" significa, fundamentalmente, "al mundo", es decir, a todos. No hace falta salir del país para estar "en misión", ni de la ciudad ni del barrio, ni siquiera de nuestras parroquias. 

El mandato sigue con un "Pues"...para decirnos ¿a qué esperáis? El Señor no nos dice... "cuando podáis" o "cuando queráis" ni tampoco "esperad a que vengan", sino "Id ya", "ahora"... hoy mismo. Tenemos que ponernos en acción ya mismo.

La urgencia imperativa de la evangelización es palmaria y notoria en las palabras de Jesús, porque el tiempo se agota, porque los que se han alejado de Dios y de la Iglesia no se van a acercar por sí solos. Nosotros (todos) tenemos que salir a buscarlos a los caminos por donde se han perdido, incluso en aquellos que están dentro de nuestras comunidades parroquiales. 

¿Para qué ir? para "Haced discípulos". El discipulado es la razón de "ir". Significa que, una vez hemos ido en busca de los que están alejados de Dios, ya sean hermanos prójimos o hermanos mayores, tenemos que mostrarles a Cristo para que tengan una experiencia real del Resucitado. Sólo así, uno se convierte en discípulo. 
¿Cómo hacer discípulos? "Bautizándolos", es decir, lo primero de todo es introducir a quienes han experimentado a Cristo en la Iglesia, integrarles en la familia de Dios trino.  Sólo así, un discípulo se convierte en hijo de Dios.

¿Para qué bautizarles? para "enseñarles todo lo que Jesús nos ha mandado", es decir, formarles en la fe cristiana, enseñarles la doctrina de la Iglesia, configurarles en Cristo. Sólo así, un discípulo se convierte en cristiano.

Para concluir, Jesús nos asevera con rotundidad "Y sabed estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos". No es una simple frase de despedida sino una solemne afirmación de que Cristo está con nosotros, en la Iglesia. Está esperando...

Hacer discípulos en casa
Pero hoy querríamos referirnos a ir y hacer discípulos dentro de nuestras parroquias. No todos los creyentes son discípulos (Diferencias entre un creyente y un cristiano

Reconozco que mi fervor de "joven cristiano", de "hijo pródigo", de "converso" y mi pasión por Dios pueden "chocar" con algunos que son creyentes católicos hace mucho tiempo. 
Puede que algunos de mis hermanos mayores se hayan vuelto distraídos, complacientes o incluso apáticos. Puede que consideren que, por el hecho de estar en la casa del Padre, "sirviendo y sin desobedecer nunca" (Lucas 15,29), tienen todo hecho, cumplido y ganado.

Puede que se hayan convertido en observadores pasivos, en cumplidores de ritos o quizás en creyentes sonámbulos. Puede que se hayan transformado en espectadores o consumidores de sacramentos y crean que han llegado ya a su máximo grado de madurez espiritual.

Puede que hayan perdido de vista sus necesidades espirituales más profundas o su interés por seguir creciendo en el amor de Dios. Puede que hayan perdido la "sed" o que hayan puesto su fe en "piloto automático". No lo afirmo, tan sólo digo que..."puede".

Lo que sí afirmo es que el crecimiento espiritual de una comunidad parroquial es su característica más importante y su objetivo principal. 

Un cristiano siempre está deseoso de crecer; un seguidor de Cristo siempre está ávido por aprender de Él; un discípulo siempre está sediento de una relación más profunda con Cristo; un cristiano siempre está dispuesto a comprometerse más con Él y siempre está presto a ofrecerle su corazón. Si no es así...es que su corazón no arde...es que algo falla.

El discipulado es...
El discipulado es un proceso que dura toda la vida, un camino de profundización en la relación con Jesucristo, un viaje y no un destino en el que siempre es posible aprender y crecer, madurar y profundizar espiritualmente. 

El discipulado no tiene como objetivo buscar personas para "llenar huecos", ni buscar voluntarios para "hacer cosas", ni buscar feligreses para "aligerar cargas" al párroco. El discipulado es la base del crecimiento espiritual individual y colectivo de una parroquia

El discipulado es el foco central de una comunidad vibrante y entusiasta en la que sus miembros descubren y potencian los dones y talentos que Dios les ha dado, y los ponen a Su servicio. 
El discipulado supone la continua renovación espiritual y pastoral de toda la parroquia a través del compromiso individual y colectivo, y que conduce a la edificación de una comunidad cristiana espiritualmente madura, sólida e inspiradora.

El discipulado conduce hacia la adopción de un fuerte sentido de pertenencia, de unión y de identificación con la comunidad. 

El discipulado crea un efecto contagioso que se expande a las relaciones, no sólo entre las personas sino con Dios, y que traspasan las paredes de la parroquia. El discípulo no acude sólo a la Eucaristía en el templo sino que vive una vida eucaristica.

Tener un plan de discípulado
Pero, por sí mismo, participar activamente en las actividades parroquiales no contribuye a un crecimiento del amor a Dios y a los hermanos ni garantiza un mayor compromiso con Cristo. 

Es necesario, primero, evaluar nuestra parroquia ¿En qué tiene que crecer?

En segundo lugar, elaborar un plan de discipulado ¿Qué hacer y quién debe hacerlo? revisarlo continuamente ¿Produce frutos? 

En tercer lugar, buscar los talentos que Dios ha colocado entre los bancos de la parroquia ¿Dónde están? y ponerlos a rendir ¿Nos sigues?

En cuarto lugar, exhortar a todos a dar el siguiente paso ¿Hacia dónde vamos? es decir, todo debe conducir al encuentro con Cristo.

El discipulado favorece poderosamente el crecimiento espiritual, conduce hacia un mayor compromiso y generosidad, genera un "efecto dominó", provoca una mayor participación y aportación de recursos humanos y materiales, y produce un mayor sentido de unión y comunidad fraterna...nos hace "sentirnos en casa".

¿Vamos, pues, y hacemos discípulos?

martes, 1 de junio de 2021

EL OMBLIGO DE ADÁN (Y EVA)

"Dios modeló al hombre del polvo del suelo 
e insufló en su nariz aliento de vida; 
y el hombre se convirtió en ser vivo"
(Génesis 2,7)

Bromeaba hoy con mis amigos en nuestro chat de WhatsApp y les preguntaba si creían que Adán y Eva tenían ombligo o no. Unos decían que sí, otros que no... otros no se habían parado a pensar ni a preguntarse por ello...

Evidentemente, Adán y Eva no tuvieron madre (ni suegra, ¡menos mal!), ni nacieron en un parto natural ni por tanto, tenían cordón umbilical... porque fueron creados por Dios. Entonces, ¿no deberían poseer unos abdómenes perfectamente lisos y sin agujero?

La cuestión del ombligo de Adán y Eva ha sido discutida y polemizada por distintos teólogos y evolucionistas durante siglos: si no lo tenían, ¿Acaso eran humanos imperfectos? o ¿por qué todos sus hijos sí tenemos? Y si lo tenían, ¿para que les servía? ¿Acaso Dios crea las cosas sin sentido?

Por otro lado, muchos son los cuadros con los que, a lo largo de la historia, el arte pictórico ha representado a nuestros primeros padres, Adán y Eva (Miguel Ángel, Tiziano, Durero, etc.), y en todos ellos aparecen ilustrados con ombligo. El propio Miguel Ángel pintó en la Capilla Sixtina a Adán, creado por el dedo de Dios, con ombligo.
Pensaréis que se me ha ido la cabeza, tratando de reflexionar sobre la relación entre Adán y su ombligo. Pues bien, echando mano de un poco de ironía y sin entrar en fundamentos teológicos, estoy seguro de que Adán y Eva sí tenían ombligo. El ombligo es la cicatriz que nos recuerda que nuestra vida dependió, antes de nacer, de la acción de "otro". 

Estoy convencido de que Dios creó a Adán y Eva con ombligo, no porque quisiera y pudiera (que podría), sino como prueba irrefutable de que, como hijos suyos, dependían absolutamente de Él. El problema fue que ambos "se miraron el ombligo" y pecaron. Sí...Mirarse el ombligo es, sin duda, un hábito autodestructivo, una práctica que llega a ser  "mortal".  

Mirarse el ombligo es una expresión que algunos afirman proviene de la mitología griega, según la cual, Zeus depositó una piedra sagrada con forma ovalada, el omphalós (ὀμφαλός, en griego, ombligo), en el oráculo de Delfos para señalar el centro del mundo. Por ello, esta expresión se utiliza para decir que alguien se cree el centro del universo.

Otros, la atribuyen al Hesicasmo, doctrina y práctica ascética difundida entre los monjes cristianos orientales, los llamados Padres del Desierto, a partir del siglo IV, con el objetivo de encontrar la paz interior. Se trataba de una técnica de meditación acompañada de respiraciones profundas, de forma que al expirar, los monjes dejaban caer la cabeza, dando la impresión de que se quedaban inmóviles, mirándose al ombligo. Por ello, esta expresión también se utiliza para hacer alusión a la (auto) contemplación.

Mirarse el ombligo significa, generalmente, adoptar una actitud narcisista y autocomplaciente, y poseer un pensamiento egocéntrico, victimista y ensimismado
Mirarse el ombligo significa creerse autosuficiente, individualista y "superiormente" libre

Mirarse el ombligo significa poseer una absoluta falta de empatía y de solidaridad, desentenderse de las cosas y de las personas, esto es, no hacer nada por nadie.

Mirarse el ombligo, desde luego, no es una actitud cristiana. No me imagino a Jesús ni a los apóstoles (bueno, a éstos puede que sí) "mirándose el ombligo", preocupándose por ellos mismos y despreocupándose de los demás. Desde luego, Cristo no lo hizo. 

Más bien, el Señor, con infinita misericordia y tierna compasión, miró los ombligos de todos nosotros y, desprendiéndose de su posición divina, se encarnó, y "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Juan 13,1).

Por tanto, como seguidores de Cristo, debemos dejar de mirar nuestro ombligo y mirar el de los demás, es decir, aceptar y comprender la realidad del prójimo, empatizar con él, ponerse en su lugar, respetarle... para finalmente, amarle. 

De esto "va" mi reflexión sobre el ombligo de Adán...de no "ombligar" a otros a que miren mi ombligo sino invitar a que nos miremos como Dios nos mira... sin imponer, sin violentar, sin quebrantar, sin prejuicios...a que nos miremos con ternura, con misericordia, con amor... como si no tuviéramos ombligo propio...





JHR