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Con el trasfondo del libro del Éxodo, San Juan nos conduce a la Eucaristía, es decir, nos invita a vivir en estado permanente de Éxodo, a vivir eucarísticamente.
-el paso del mar (v.1): Jesús atraviesa el mar de Galilea (o de Tiberíades), como Moisés cruzó el Mar Rojo (Éxodo 16,1-35; Números 11,18-23).
-la multitud liberada (v.2): “Mucha gente seguía a Jesús”, como a Moisés “le seguía una multitud inmensa” (Éxodo 12,38) Una multitud débil, con muchos enfermos, hambrienta y sin esperanza que sigue a Jesús, como el pueblo judío siguió a Moisés, porque ve en él al Salvador que libera, sana y da vida.
La región de Galilea representa el pueblo pobre y marginado por el centro del poder, es decir, Jerusalén; y no sólo por los romanos sino también por los jefes religiosos judíos. El primer éxodo terminó en la tierra prometida. Este “nuevo éxodo” comienza en ella.
-el monte (v.3): Jesús sube al monte como Moisés subió al monte Sinaí (Éxodo 24,12-18). El monte es el lugar de la presencia de Dios, de su gloria y de la alianza con el hombre.
-la pascua (v.4): Se acercaba la pascua, celebración de la liberación y de la constitución del pueblo de Israel (Éxodo 12), y todo judío debía subir a Jerusalén. Sin embargo, esta multitud sigue a Jesús para liberarse del yugo del carácter institucional de los jefes religiosos.
-la escasez y la prueba (v.5-8): Jesús se preocupa de las necesidades materiales del pueblo e interviene, igual que Dios con el pueblo de Israel en el desierto, lugar de prueba (Éxodo 16).
En el caso del Éxodo, el pueblo puso a prueba a Dios. Ahora es Jesús quien pone a prueba a Felipe y a Andrés, de quienes se vale para señalar la injusticia del sistema político, económico, religioso y social de la época:
Felipe intenta solucionar el problema con dinero. En este sistema humano, el vendedor dispone de alimento en abundancia, pero que no lo pone al alcance de los demás, sino que establece él mismo un precio. Ni doscientos denarios, el salario de 6 meses de trabajo, es suficiente. Análogamente, el pan (la vida) no está directamente a disposición del pueblo, sino que está mediatizado y controlado por los jefes religiosos.
Andrés vislumbra y propone otra solución que no depende de comprar. Se percata de la presencia de un niño (el más débil de la sociedad) que tiene cinco panes y dos peces (la comida de un pobre) y se los presenta a Jesús. Siete elementos que tampoco son suficientes por las limitaciones humanas.
-la abundancia y el milagro (v.9-13): Jesús parece ignorar las soluciones humanas y el pesimismo de Felipe y de Andrés, y ordena que la gente se siente en la hierba, rememorando el Salmo 23,1-2: “El Señor es mi pastor, nada me falta: en verdes praderas me hace recostar” y las palabras de Éxodo 14,1: “Acampad allí, mirando al mar”.
Jesús interviene realizando un signo mesiánico: toma los panes del mismo pueblo y da gracias a Dios, indicando que la solución para todas nuestras necesidades (materiales y espirituales) proviene de la generosidad de Dios y no de las estructuras de un sistema injusto y antihumano, ni tampoco del esfuerzo y trabajo individual.
El Señor reparte los panes y los peces, que se multiplican en abundancia para dar de comer a un pueblo hambriento y necesitado colmando cualquier expectativa y limitación humana.
-Reacciones del pueblo (v.14-15): Después de haber comido y de haberse saciado, Jesús dice sus discípulos: “Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada”. Es decir, Cristo se entrega y quiere compartirse también con todos los hombres, más allá de su propio pueblo y de su propia Iglesia.
Entonces, la multitud reconoce a Jesús como el nuevo Moisés, el “Profeta que debe venir al mundo” (Juan 6,14), según estaba anunciado en la Ley de la Alianza (Deuteronomio 18,15-22) y le quieren hacer rey a Jesús.
Este intento de exaltación del pueblo rememora la idolatría del pueblo en el Éxodo, cuando quisieron adorar a Dios construyendo el becerro de oro. Ante este hecho, Jesús como Moisés, huye al monte para estar a solas con su Padre, es decir, para orar.
Cristo quiere “lo poco” de mí para darme “lo mucho” de Él. De mi pobreza, saca abundancia. Pero necesito tener fe fe: creer y confiar en Él. Tengo poco que ofrecer a Dios, pero a Él le basta sólo con mi fe, y lo poco que ofrezco, que sea con amor y generosidad.
Jesús camina sobre el mar (Juan 6,16-21)
En el Éxodo, el pueblo marcha para obtener la libertad y Moisés se la concede dominando el mar para que lo cruce (Éxodo 14,22) y llegue a la orilla a salvo.
En el evangelio de Juan, los discípulos se embarcan solos hacia Cafarnaúm y se encuentran un fuerte viento y un mar encrespado. Jesús domina al mar caminando sobre las aguas, le vence impidiendo que la barca de sus discípulos zozobre y hace que todos lleguen salvos a la otra orilla.
Dios siempre se anticipa a nuestras necesidades, camina hacia nosotros sobre las aguas de nuestras dificultades, incluso antes de que se lo pidamos, antes de que “le recojamos a bordo”.
Cristo está con nosotros en los momentos buenos pero, sobre todo, en las circunstancias adversas, sobre todo, en la oscuridad de la prueba.
Nos exhorta a reconocerle, a no temer, a confiar plenamente en que Él satisfará nuestras necesidades, aunque para nosotros pueda parecer difícil o imposible.
¿Cuántas veces estamos más pendientes de los frutos de un retiro o de los resultados de una catequesis que del propio sentido evangelizador y misionero?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "hacer" que de "ser"?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de la conversión de otros que de la nuestra?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "lo accesorio" que de "lo importante"?
¿Cuántas veces estamos más pendientes de "ser Dios" que de "dejar a Dios ser Dios"?
Lo que hacemos, ¿lo hacemos por amor a Dios y a los demás o lo hacemos por egoísmo, por gula espiritual o por afán de reconocimiento?
¿Amo de verdad a los demás o me transformo en un autómata de la conversión? ¿Sirvo a los demás como debo o fuerzo situaciones para conseguir "mis" objetivos?
¿Miro a los demás con la mirada de Cristo o con la mía? ¿Confío en Dios o en mis capacidades?Cuando las cosas no suceden como yo quiero o deseo ¿me abandono en la voluntad del Señor o me frustro? ¿Comprendo y acojo a los demás o les impongo mis razones, mis creencias, mis convicciones...?
¿Escucho y perdono a otros o les exijo y obligo que acaten mis ideas? ¿Soy consciente de los problemas y las circunstancias de los demás o intento que asuman mis imposiciones a toda costa?
¿Acepto a los demás o pretendo que me acepten? ¿Comprendo y acojo a otros o les prejuzgo y etiqueto? ¿Proclamo la Verdad o impongo "mi" verdad moralista e interesada?¿Me abro al corazón de otros o me encierro en mi circunstancia? ¿Contagio mi amor o exijo mi autoridad? ¿Soy ejemplo de coherencia cristiana o de doble rasero? ¿Me dejo amar por Dios y por mi prójimo o impongo mi "dignidad superior"? ¿Siembro o intento cosechar?
En la parábola del hijo pródigo de Lucas 15,1-32 vemos que el Padre no lleva cuentas de todo lo que ha hecho mal su hijo menor, como tampoco de todo lo que ha hecho bien el mayor. Dios no calcula los méritos de cada uno porque todos nuestros dones y capacidades nos los ha dado Él. Tan sólo desea que estemos a su lado, para abrazarnos, para que nos dejemos amar por Él, para celebrar una fiesta y para que seamos felices a su lado.
El amor de Dios depende poco (nada) de lo que nosotros hagamos. El Señor nos quiere porque somos sus hijos amados, no por lo que hacemos o por lo que dejamos de hacer. Nada de lo que hagamos o de lo que dejemos de hacer, bueno o malo, podrá separarnos de Su amor.
Por tanto, a nosotros nos toca ser creyentes confiados y no resultadistas, discípulos esperanzados y no cortoplacistas, cristianos enamorados y no interesados. Somos sarmientos unidos a la vid, que es Cristo.
JHR