¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 19 de junio de 2017

EL SERVICIO, CÓMO Y A QUIÉN

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"Quien hace lo que quiere, no hace lo que debe"

La cultura occidental, enfocada en el individualismo y la libertad del hombre, difunde fundamentalmente el valor del respeto hacia la dignidad de la persona en el trabajo, favoreciendo su libre desarrollo y su autonomía, en detrimento de otros valores imprescindibles en el servicio, como la obediencia, la humildad o la disciplina.

Cuando sirvo a otros,  mi libertad individual, que lucha contra cualquier atisbo de normativa, orden o dependencia, corre el peligro de transformarse en relativismo (todo vale), y éste, en soberbia (porque yo lo valgo) y ésta, en rebelión al Creador (Dios no vale).

Es entonces cuando caigo en una forma de idolatría y rebeldía, que no sólo no aumenta mi libertad sino que me esclaviza y me conduce a un "no vivir", es decir, a la muerte.

¿Qué implica servir? 

Para servir son necesarias tres actitudes o facultades: obediencia, humildad y disciplina

Resultado de imagen de humildadEn el mundo actual, la obediencia “no se lleva”, “no es símbolo de libertad”, y la sustituimos por rebeldía; la humildad es "para los débiles" y la sustituimos por orgullo; la disciplina no tiene “buena prensa”, es “políticamente incorrecta” y la interiorizamos como falta de tolerancia, flexibilidad y complacencia. 

¿Qué es la obediencia? Del latín ob audire, el que escucha: “capacidad que conduce de la escucha atenta a la acción, mediante la subordinación de la voluntad a una autoridad, a una instrucción, al cumplimiento de una demanda o la abstención de una prohibición”.

¿Qué es la humildad? Del latín hŭmĭlĭtas, "conocimiento de las propias limitaciones y debilidades", "capacidad de restar importancia a los propios logros y virtudes y de reconocer los defectos y errores".

¿Qué es la disciplina? Del latín discere, "aprender": “capacidad de actuar ordenada y perseverantemente para conseguir un fin”, mediante un determinado código de conducta u orden.

¿Hacia dónde voy?

Mi servicio a Dios y al prójimo requiere la presencia de esas tres capacidades (obediencia, humildad y disciplina) y que, a su vez, junto a la fe y la oración, me conducen a:

- Una escucha atenta y diligente a quienes tienen conocimiento, experiencia, método o sabiduría. 

- Una acción aprendida e interiorizada con anterioridad, mediante la formación.

- Un  orden para ser capaz de lograr los objetivos deseados.

- Una armonía, porque todo en la creación guarda su lugar, su espacio y su proporción.

-Un respeto, porque requiere que acate un consenso y unas directrices pactadas.

- Un límite, porque un límite es una frontera que separa, pero que a la vez, une.

-Una coordinación y sincronización, porque aseguran la suma de todos nuestros esfuerzos complementarios y así, conseguir nuestro objetivo común.

- Una eficiencia, porque produce mayores resultados con menores esfuerzos.

- Una sumisión incondicional para cumplir la voluntad de la autoridad, que es, en definitiva, Dios.

-Una determinación y proyección de objetivos para saber por qué, para qué y a quién sirvo.

¿Qué busco?

De la misma forma que a los primeros discípulos que, inseguros y dudosos, siguieron a Cristo, el Señor me pregunta: “¿Qué buscas?” (Juan 1, 38) y me interpela:

Resultado de imagen de sombra de cristo¿Qué busca mi corazón? 
¿En qué cosas me afano? 
¿Me busco a mi mismo o busco al Señor? 
¿Sigo mis deseos o los de mi Creador? 
¿Persigo mi gloria o la de Dios? 
¿Obedezco a mis propias intenciones o a las ideas perfectas de Dios?
¿Cuál es mi anhelo? 
¿A quién busco?

“Tu rostro buscaré, Señor” (Salmo 26, 8): ésta es mi respuesta, pues he comprendido la infinita grandeza de Dios y la soberanía de su voluntad; pero también es la respuesta de toda criatura humana en busca de verdad y felicidad. 

Hoy en día, muchas personas ven negativamente toda forma de dependencia; pero es propio e innato de todo ser vivo, depender de Otro y, en la medida en que es un ser en relación, también depende de los otros.

Como cristiano, busco a Dios vivo y verdadero, Principio y Fin de todas las cosas; el Dios que no he forjado yo a mi imagen y semejanza (o a mi conveniencia), sino el que me ha hecho a imagen y semejanza suya; el Dios que manifiesta su voluntad y me indica los senderos para alcanzarla; el Creador de quien depende mi existencia

La voluntad de Dios es amiga, perfecta, benévola; quiere mi felicidad y mi realización, y desea mi libre respuesta de amor a su amor, para convertirme en un privilegiado instrumento de su infinita misericordia.

¿Quién es mi ejemplo?

Imagen relacionadaComo cristiano, mi guía y mi ejemplo es Cristo, “a quien el Padre ama y en quien se complace” (Mateo 3, 17; 17, 5). 

Jesucristo me ha liberado por su obediencia: en Él todo es escucha y acogida del Padre (Juan 8, 28-29); toda su vida en la tierra es expresión de obediencia y disciplina al Padre, hasta el punto de no hacer nada por sí mismo (Juan 8, 28), sino hacer en todo momento lo que le agrada al Padre. 

Por su obediencia radical hasta la muerte, soy constituido justo” (Romanos 5, 19). El rostro y el nombre de Cristo Jesús es Obediencia, Humildad y Oración.

De la misma manera, estoy llamado a seguir al Cristo obediente en mi vida cristiana como evangelizador, como instrumento de Dios o como servidor de los demás y así, obedezco y escucho como obedece y escucha el Hijo al Padre.

¿Sirvo o me sirvo?

Sirviendo sin obediencia, humildad y disciplina:

- trabajo el doble y rindo la mitad
- me disperso
- exteriorizo mi desconcierto, mi caos y provoco desunión
- extravío el rumbo y mis esfuerzos no se complementan con el resto del equipo
- incumplo los objetivos y la voluntad del Señor.
- quebranto la unidad
- instigo los roces con los integrantes del grupo
- disparo las quejas y lamentos por cuestiones menores
- rompo acuerdos y normas, busco ventajas propias
- hago perder el sentido de los esfuerzos conjuntos.

Contra el espíritu de discordia y división, la disciplina, la humildad y la obediencia brillan como signos verdaderos del rostro de Cristo, de la fraternidad nacida del Espíritu, de la libertad interior de quien confía de Dios, a pesar de los límites y fragilidades humanas. 

Sirviendo con obediencia, humildad y disciplina:

- me convenzo de que mis ideas y soluciones no son siempre las mejores
- soy consciente de que no puedo hacer mi voluntad, sino la Suya
- sé que no siempre tengo la razón y que no son los otros quienes deben cambiar
- no pienso sólo en mis cosas sino que me intereso por las necesidades de los demás
- Cristo resucitado se hace presente en mí
- sigo su modelo de amor
- cumplo la voluntad del Padre
- me pongo al servicio del Reino 
- me uno fraternalmente a la familia de Dios en la tierra.

¿Por qué sirvo?

A priori, pudiera parecer que servir es duro, pues requiere tiempo, obediencia y humildad. Tres facetas que escasean en nuestra sociedad. Pero el servicio no depende de uno mismo y está sustentado en lo siguiente:

- Dios me ha llamado a servir. Y si Dios me ha llamado, Él me guiará (Efesios 2,7). Sé que Él no me dejará ni me abandonará, sin importar lo que deba afrontar (Hebreos 13, 5).

El Espíritu de Dios habita en mí. Un milagro, en realidad, que a menudo doy por sentado, o sencillamente, ni me planteo. Cuando Dios mismo reside en mí (Romanos 8, 9), mi obra se hace factible. Para Dios no hay nada imposible.

- La Palabra de Dios es poderosa. De hecho, expulsa a Satanás (Mateo 4, 1-11), y no queda sin resultado (Isaías 55,11). Cuando vivo su Palabra, lo que Dios me dice cada día, no debo preocuparme por mi tarea.

- Dios cumplirá Su plan. Dios tiene un plan establecido (Salmos 33,11) para mi y para la eternidad. Pero para que el Plan de Dios se cumpla en mi vida, le debo fidelidad porque Él es fiel (1 Samuel 15). Así, puedo servir en la confianza de que Él siempre cumple.

- No estoy solo. Cristo camina siempre a mi lado y además, me envió al Espíritu Santo para guiarme, ayudarme y mostrarme el camino. Además, hay otros muchos cristianos como yo que mantienen mi llama de la fe y del servicio encendida, con su apoyo y con su amor.

- Formarme y aprender. Dios me conforma a la imagen de Su Hijo (Romanos 8,29). Eso significa que siempre estoy aprendiendo a seguirlo, a ser como Él y a servirle. Mientras soy aprendiz (puedo errar sin una culpa excesiva), el servicio es más fácil.

- Puedo hablar con mi Creador. A través de la oración, no sólo puedo hablarle a Él, sino que puedo confiar en que Él me oye cuando mi corazones está roto. Cuando tengo una conversación continua con Dios, todo parece menos complicado.

- Dios usa los momentos difíciles para hacerme como Él quiere que sea. El servicio puede ser duro, pero Dios trabaja siempre para Su gloria y mi bien. Mantener esa verdad en mi mente me hará soportar el estrés del servicio y éste se convertirá en una declaración de fe.




domingo, 26 de marzo de 2017

SE NECESITAN LÍDERES

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"Un líder conoce el camino, muestra el camino y anda el camino" 
(John C. Maxwell)

Algunos cristianos nos hemos lanzado a "esto" de la Conversión Pastoral de la Iglesia renovando métodos, estructuras y lenguajes, y a la Nueva Evangelización, anunciando a Cristo, sirviendo y discipulando a personas. 

En ambas, visión y misión se conjugan par
a renovar, anunciar y discipular, pero se necesitan líderes, personas llamadas por Dios a conducir a otros en el proceso de cambio, a conformar comunidades, a llevar la Buena Nueva al mundo entero.

Por desgracia, no existe apenas cultura de liderazgo dentro de la Iglesia porque, tradicionalmente, los sacerdotes han sido quienes han liderado todo, se han convertido en "curas-superman", que lo hacen todo y, finalmente, se "queman". 

Y es que el cura sólo, no puede: el cura pastorea, guía, va al frente, anima, da ejemplo, asume su responsabilidad, pero necesita ayuda, necesita cristianos comprometidos y corresponsables, es decir, líderes. Si no descubrimos y formamos líderes, no iremos muy lejos. 


Encontrar y formar líderes es una necesidad apremiante que tiene un fundamento profundamente espiritual. Dios llama a personas a construir comunidades, y capacita a sus elegidos para la misión, constituyendo a unos en apóstoles; a otros, en profetas; a otros, evangelistas; y a otros, pastores y maestros (Efesios 4,11). 

En virtud del bautismo es responsabilidad de todos los bautizados asumir este liderazgo profético del que nos inviste Dios y al que nos llama la Iglesia.

Un líder es "alguien que influye", y por tanto, para influir hay que estar en acción, sirviendo. Cualquier persona que sirve a otros, es líder porque da ejemplo, porque se pone a la cabeza, porque "se tira a la piscina".

Por eso, es importantísimo detectarlos, saber qué tipo de liderazgo ejerce cada uno y ponerlos a servir donde den fruto, de acuerdo a sus dones.

Tipos de liderazgo

El pasado mes de diciembre, en el Primer Encuentro sobre Liderazgo y Experiencias Prácticas para la Conversión Pastoral para parroquias, en Algete (Madrid) se definieron diez tipos de líderes, según su estilo de influencia:

1. Visionario: Tiene una imagen clara de hacia dónde ir, lo que Dios pretende, y lo que pasará en el futuro; le frustra ver que lo que vendrá aún no llega. Le apasiona llegar a esa visión, entusiasma a otros y suele hablar bien.

2. Directivo: Es ejecutivo y firme, piensa en las cosas prácticas, no se asusta, aterriza las visiones, toma decisiones concretas que hace que las cosas funcionen, sabe donde colocar el dinero. No suele ser buen orador ni motivador.

3. Estratégico: Asume la visión y define los pasos para llegar a ella. Ve los distintos grupos y necesidades que hay que atender, sabe la ruta, el orden, el ritmo…en definitiva, organiza la estrategia para conseguir la meta.

4. Gerencial: Es el "conseguidor", el que consigue los recursos humanos y económicos; las personas y los talentos; hace las llamadas prácticas con éxito, consigue que los recursos necesarios estén ahí y que no se desperdicien o malgasten.

5. Motivacional: Motiva al equipo como Jesús motivaba a sus discípulos, persona a persona, de paseo, en barca, uno en uno o en grupos pequeños. Hace sentir a cada uno que es persona, no un engranaje. A menudo, consuela a los heridos por el líder directivo que tiende a ser un poco insensible.

6. Orador: Es una variante del líder motivacional porque motiva, consuela y acompaña, sobre todo, con oración. Abraza y acoge, reza por todos y cada uno del grupo y los acerca a Dios personalmente.

7. Forjador de Equipos: No necesariamente gestiona bien a las personas pero sabe forjar equipos, buscar los dones y carismas de cada uno y ponerlos a trabajar juntos. Organiza a las personas según sus capacidades y según las circunstancias.

8. Emprendedor: Le gusta poner en marcha cosas, pero al cabo de un tiempo, cuando ve que ya han cuajado y más o menos funcionan, prefieren pasar a otro proyecto. Hay que tener cuidado, estos líderes necesitan ir acompañados de otros líderes que den continuidad a los proyectos y eviten ir "a salto de mata". 

9. Reconstructor: Renueva cosas que ya existían pero estaban atascadas; también soluciona casos de conflictos y problemas enquistados; gestiona bien las crisis, es"solucionador" y hace "reformas" en estructuras.

10. Negociador: Construye puentes, hace concesiones, busca soluciones creativas y alternativas, junta a gente insólita, logra alianzas entre gente muy diversa, o aislada o enfrentada.

Lo que un líder cristiano es y no es

Un líder cristiano NO  
es perfecto ni ignora sus propias debilidades.
- tiene la voz más alta de la habitación ni abusa de su autoridad.


- obliga a la gente a hacer las cosas ni cómo hacerlas.
- ignora el fracaso ni enmascara la realidad.
- evita los retos ni huye de las dificultades

Un líder cristiano SÍ
- influye en otros, admitiendo sus propias debilidades.
- alienta e inspira a otros, con humildad y su ejemplo.
- muestra a otros a seguir su visión con pasión.
- asume riesgos y aprende de sus fracasos.
- es transparente y honesto, haciendo que otros se sientan valorados y apreciados.

5 Prácticas esenciales de un líder

Nuestro gran ejemplo y modelo, Jesucristo, define y nos muestra una alternativa divina a los métodos convencionales de liderazgo y que consiste en cinco prácticas esenciales:

1- Aprendizaje. "Yo quiero enseñarte, indicarte el camino que tienes que seguir, quiero darte un consejo, quiero mirar por ti." (Salmo 32,8). Cada cristiano requiere de un aprendizaje y de una forma u otra, cada modelo de liderazgo, también. Los líderes siempre deben ser aprendices: siempre dispuestos a aprender. 

Un buen líder aprende continuamente para servir mejor a los demás. Buscar la visión de la parroquia es ser visionario, pero también muy práctico y concreto. Debe tomarse su tiempo rezando, reflexionando, ante Dios y con su equipo de colaboradores, para descubrir la visión.

2- Enseñanza.  El apostol Pablo dijo: "Es, pues, necesario que sea apto para enseñar" (1 Timoteo 3, 2).  Esta práctica está estrechamente ligada a la anterior, el aprendidaje. Los buenos líderes invierten en aquellos a quienes dirigen y comparten con ellos lo que han aprendido. 

Se toman el tiempo para inculcar su conocimiento a las personas a su cargo. No guarda ni esconde nada para su propio provecho. El resultado es que las personas que siguen a estos líderes se convierten en líderes ellos mismos.

3- Servicio. Jesús dijo: "Sabéis que los gobernantes de las naciones se enseñorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. No es así con vosotros. En cambio, el que quiera hacerse grande entre vosotros, sea vuestro servidor " (Mateo 20, 25-26). 

Los malos líderes dirigen a otros, los buenos líderes sirven a los demás con el ejemploAyudan y sirven como el que más, tiran del carro y no están pendientes de ejercer su autoridad.

4- Cuidado. "No hagáis cosa alguna por espíritu de rivalidad o de vanagloria; sed humildes y tened a los demás por superiores a vosotros, preocupándoos no sólo de vuestras cosas, sino también de las cosas de los demás." (Filipenses 2, 3-4).

"Si alguno que posee bienes de la tierra, ve a su hermano padecer necesidad y le cierra su corazón, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?" (1 Juan 3, 17).

A menudo, los malos líderes tienen espíritu de rivalidad o de orgullo y hacen las cosas para su gloria, creyéndose superiores. Cierran su corazón egoísta a sus hermanos necesitados y no se preocupan por ellos.

Los buenos líderes simplemente se preocupan por la gente, compartiendo sus vidas con ellos sin esperar nada a cambio, con humildad y con amor. El mismo amor del Padre. 

5- Ejecución. "Yahveh lo acabará todo por mí. ¡Oh Yahveh, es eterno tu amor, no dejes la obra de tus manos!" (Salmos, 138, 8).

Todos los líderes tienen que conseguir que las cosas se ejecuten. Tienen que producir resultados significativos.

Sin embargo, los malos líderes tienden a utilizar el control para que se hagan las cosas. Tienden a pensar que las cosas de Dios dependen de ellos.

Los buenos líderes, en su lugar, utilizan la inspiración. Comparten una visión de un objetivo que les apasiona e invitan a otros a conseguirlo con ellos, en la convicción de que es Dios quien realiza todo.

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jueves, 26 de noviembre de 2015

HÉROES DEL AMOR RESTAURADO


"Morir de amor es morir por dentro, 
quedarme sin tu luz, perderte en un momento...
¿Cómo decirte que lo siento, que tu ausencia es mi dolor, 
que yo, sin tu amor me muero"

Morir de amor, Miguel Bosé, 1980


Hubo un tiempo en que no me sentía llamado a nada ni por nadie. Mi vida no era ni mucho menos plena, se basaba en una continua pero estéril búsqueda, sin horizonte, sin propósito, en una queja constante, en un "sin vivir" vacío. Eso no era "vida", ahora lo sé.

Comencé a vivir de verdad cuando mi Padre me vio llegar de lejos con la cabeza agachada, me tendió sus brazos amorosos y me besó, perdonó todos mis desordenes sin reproche, me acogió en su casa "haciendo fiesta" y me devolvió mi dignidad de hijo suyo.

Me brindó su casa y su familia para descansar, no para acomodarme ni para llevar una vida plácida, sin más. Primero me acogió, me sanó y me restauró. Ahora me pide todo lo que sabe que puedo dar, y me dice cómo y dónde darlo.

Su petición es una llamada a ser discípulo suyo en mi propia realidad, a ser apóstol en mis circunstancias, a ser misionero en mi camino. El campo de siembra es un espacio multifocal que se desarrolla en mi propia casa, en mi familia, en mi matrimonio, en mi círculo de amigos, en mi ambiente laboral o en mi vecindad.

La plenitud de mi vida no depende de la dificultad  de las circunstancias o la complejidad de los problemas a los que me enfrente, sino de mi actitud interior, derivada de un amor infinito, seguramente inmerecido, pero por el que me entrego por completo, con sumisión y obediencia, diciéndole a Dios que sí a todo y en todo momento, rogándole: cúmplase tu voluntad, no la mía.

Mi ministerio consiste en dar sin esperar, en servir a otros hasta que duela, en ser pequeño, incluso en ser el último, en despojarme de toda arrogancia y vanidad.

Mi servicio busca pasar desapercibido, no busca reconocimiento, huye del mérito propio y no lleva cuenta del esfuerzo ni deja espacio a la queja. 

Mi labor sigue el ejemplo de Aquel que me amó primero, de Aquel que murió y resucitó por mi, de Aquel que vino a servir y no a ser servido, de Aquel a quien ahora conozco personalmente y a quien no puedo dejar de dar gracias y amar.

Amar y servir son las prioridades en mi vida. Todo lo demás, me viene por añadidura. ¿Quién puede cansarse de dar amor? ¿Quién puede vivir sin servir?¿sin amar?

miércoles, 26 de agosto de 2015

EL SENTIDO DE LA VIDA: SERVICIO Y AMOR, Y VICEVERSA






¿Quién no se ha preguntado alguna vez por qué o para qué vivimos? ¿Quiénes somos, de dónde venimos y adónde vamos? Nuestra naturaleza humana es lo único que nos impulsa a buscar el sentido último de nuestra vida. Los animales no tienen esa capacidad.

Plantearse y encontrar el sentido de la vida no es tarea fácil. De hecho, muchos nunca se han planteado siquiera esta cuestión y viven por inercia una vida vacía y sin sentido.

Sin embargo, el sentido último de nuestra vida es lo que nos motiva, lo que nos impulsa, lo que nos llena y lo que nos hace felices. Lo que nos ayuda a superar los obstáculos y nos permite ser más eficaces, enfrentar los problemas desde una perspectiva superior.

¿La vida es un vacío creado por el caos y la casualidad o se fundamenta en un propósito eterno diseñado por un creador supremo?

Optar por lo primero es vivir en base a los sentimientos, donde la prioridad soy yo mismo. Optar por lo segundo, es vivir en base a la fe, donde la prioridad es Dios.

El gran error de vivir en los sentimientos consiste en buscar las cosas materiales, las cosas que creemos que nos hacen felices o que nos agradan, pero nos anclamos en lo fácil, en lo egoísta, en lo banal, en el “YO”.

Vivir en la fe es tener la certeza de que hemos sido creados con un propósito, por una razón, para una misión. El secreto de la existencia está en saber para quién se vive y tiene que referirse necesariamente a alguien. Y ese alguien es Dios, que nos ama tal y como somos, sin limitaciones, para siempre, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos. 
Vivir en la fe consiste en buscar a Dios y las cosas de Dios, aquello por lo que estamos dispuestos a sacrificarnos, por lo que estamos dispuestos a dejarlo todo y por lo que vale la pena luchar de verdad.

Dios sale al encuentro del hombre: “porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Juan 3,16). 

Y porque hemos sido creados a su imagen y semejanza, el sentido último de nuestra vida es servir a Dios y a los demás, o lo que es lo mismo, el AMOR.

Jesucristo nos muestra el camino: El SERVICIO. Él da sentido a su vida (y a la nuestra) sirviendo y muriendo por amor: “el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mateo 20, 28).

He aquí el sentido de nuestra existencia: AMOR y SERVICIO, y viceversa.

domingo, 23 de agosto de 2015

JESÚS: LA GRAN PARADOJA DE UN SEÑOR QUE SIRVE


En nuestro siglo XXI, el individualismo y el frenético ritmo de vida es lo que prima, es lo que "toca", por lo que reunirse en torno a una mesa es, a veces, difícil y complicado pero vale la pena: compartir experiencias de nuestras vidas, nuestros problemas y nuestras dichas crea cálidos vínculos afectivos, de intimidad y cohesión, de complicidad y de bienestar emocional.
El evangelio de Lucas presenta en muchas ocasiones a Jesús comiendo con pecadores y publicanos, en casa de fariseos, y también con los discípulos… 

Jesús no hace discriminaciones, come con los "mal vistos", con los más nobles y respetables y también con sus amigos.

En estas cenas, Jesús pronuncia las enseñanzas fundamentales de su Padre, se expresa con palabras, con gestos y actitudes; de hecho, su comportamiento es totalmente polémico, insólito y radical: come con gente impura, algo que no tenía cabida en la tradición judía y mucho menos, en un profeta honorable, en un hombre religioso, en un israelita fiel...

En sus cenas con los fariseos, Jesús pone de manifiesto el valor de la generosidad, de la sencillez, de descubrir la necesidad de ver la realidad con los ojos de las víctimas. Nos muestra la misericordia de Dios, que busca a todos y de una manera preferente, a las personas socialmente estigmatizadas, a los llamados pecadores de la sociedad.

En la tradición del Israel del siglo I, para acercarse a Dios, era necesario separarse de lo profano y someterse a una serie de ritos purificadores.

Pero Jesús cambia el paradigma de la santidad por el de la misericordia: nos muestra que es Dios quien se acerca y busca a los hombres y por tanto, nosotros nos acercamos a Dios, no en la medida en que buscamos la santificación sino en la medida en que mostramos amor misericordioso a los demás, sobre todo, a los más excluidos y los más pobres.

Lo que nos separa de Dios no es un abismo metafísico, sino nuestra falta de misericordia. Para Jesús, la pureza consiste en dar a los demás, a los pobres, lo que se tiene, en compartir, en ser generosos...

Jesucristo recrimina a los fariseos que impongan una errónea y onerosa interpretación de las leyes, difícil de cumplir por todos, que agobia y que no resulta liberadora. 

Al contrario, Él da a los judíos (y a nosotros también) una interpretación liberadora de la Ley basada en la justicia y el amor: se trata de pasar de la reciprocidad interesada al amor gratuito, a la acogida y a la solidaridad con los demás, sobre todo, con los pobres y marginados.

Como en la parábola (cap. 14, 12-24), nos insta a ir a los extrarradios e invitar a los pobres y a los inválidos, a los ciegos y a los cojos, quienes jamás tienen ocasión de participar en un banquete así, en lugar de gente de mayor rango, que se niega a aceptar su invitación o si lo hace, es por compensación o reciprocidad.

En sus cenas con los discípulos, Jesús nos explica que seguirlo a Él pasa por el servicio a los hermanos. Dios quiere ser acogido por los hombres, no porque busque algo de ellos, sino porque quiere sentarlos a su mesa y servirles; es decir, comunicarles su vida y su amor.

En el banquete de Dios, cada uno da según sus posibilidades y recibe según sus necesidades, donde el Señor sirve y los invitados descubrimos con asombro lo que su amor nos tiene preparado.