¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

domingo, 23 de diciembre de 2018

CASCADAS DE GRACIA


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"Por la gracia de Dios soy lo que soy, 
y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí;
 pues he trabajado más que los demás; 
pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo." 
(1 Corintios 15, 10) 

Ayer estuvimos en una Adoración en la que un buen sacerdote y hombre de Dios puso su garganta y sus cuerdas vocales para que el Señor nos hablara. Directamente. A los ojos. Y nos explicó qué es y cómo funciona su Gracia. Uno a uno.

La Gracia es el favor gratuito de Dios en beneficio de los hombresEs Dios que sale de sí mismo y entra en nuestro interior, para darnos su Amor.

La Gracia es el Amor de Dios que se expansiona para dar Su Luz a nuestro entendimiento y Su Fuerza a nuestra voluntad para llevarnos al Cielo.

La Gracia es la participación gratuita de la vida sobrenatural de Dios (CIC 1996-1997). Con el Bautismo, somos introducidos a la vida Trinitaria, somos hechos hijos adoptivos de Dios y recibimos la vida del Espíritu, que infunde la caridad y que forma la Iglesia.

La gracia es absolutamente necesaria para alcanzar la salvación, la vida eterna. Arranca al hombre del pecado contrario al amor de Dios y purifica su corazón. Es una acogida de la justicia de Dios por la fe en Cristo, merecida por la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo.

Pero ¿cómo administra Dios su Gracia a los hombres?

La economía de la Gracia


La economía de la Gracia es el don de Dios por el que hace partícipe al hombre de sus planes y propósitos eternos. Hablamos de economía como "administración" o "dispensación" del Espíritu Santo.

Antes de la Muerte y Resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, Dios no prodigaba su presencia de manera generalizada en el interior de los hombres, aunque hubo algunas personas (los patriarcas, los profetas, los jueces y reyes de Israel y algunos otros) a los que Dios los llenó de Su Espíritu, de forma puntual y para realizar misiones específicas como parte de la historia de la Salvación.

Pero, sin duda, el derramamiento sobreabundante de Dios es obra de Jesucristo, de la Redención obrada por Su Muerte y Su Resurrección. Por eso en la Anunciación, el Ángel se presenta a María, dirigiéndose a Ella como la "llena de Gracia", porque en su seno estaba la Gracia plena, Jesucristo. Ella, administradora de la Gracia divina, dijo "Hágase en mí según tu Palabra".

Resultado de imagen de champagne being poured into glass towerJesucristo es la botella que se derrama en una copa. Pero hasta que la primera copa no se llena, no pasa a la siguiente, y así, sucesivamente. Para que Dios se derrame es necesario estar "abiertos" a la Gracia, es necesario que las copas estén "boca arriba" para recibirla. Cuando una copa se llena de Gracia, se derrama a la siguiente pero sigue recibiendo "nuevas" Gracias. Y así, sucesivamente.

Tras Su resurrección, Jesucristo cumplió su promesa de enviarnos al Paráclito e hizo partícipe a la humanidad de la vida y el amor de Dios. Así, en Pentecostés el Espíritu de Dios se derramó sobre los apóstoles y sobre otras personas, haciéndoles administradores de ese don divino. 

San Pablo, aunque no estuvo presente en Pentecostés, es un ejemplo singular en la administración de la Gracia. El Apóstol de los Gentiles define la gracia como:
  • el don que santifica el alma, que se opone al pecado y que Cristo ha merecido para los cristianos (Romanos 4, 4-5; 11, 6; 2 Corintios 12, 9)
  • el evangelio (en contraposición a la ley (Romanos 6, 14)
  • el poder de predicar y expulsar demonios o hacer milagros (Romanos 12, 6)
  • el apostolado como misión (1 Corintios 15, 10)
  • las virtudes propias del cristiano (2 Corintios 8, 7)
  • la benevolencia gratuita por parte de Dios (Hechos 14, 26)
  • los actos de amor a los demás (1 Corintios 16, 3)
  • el plan de salvación renovado tras la Resurrección (Gálatas 5, 4).

Las leyes de la Gracia

La Gracia es Dios donando Su vida y Su Amor a los hombres, para que podamos vivir en íntima conexión con Él en la tierra y después, en el cielo. 

Dios, que actúa siempre libremente sin someterse a nadie más que a Sí mismo,  por Amor a los hombres, ha querido darse gratuitamente a los hombres, se ha “sometido a nosotros" desde la Muerte y Resurrección de Jesucristo nuestro Señor

Y lo ha hecho respetando siempre ciertas normas, a saber, las “Leyes de la Gracia”:

Dios tiene un plan para cada uno 
Dios no deja nada al azar nunca. Construye y desarrolla Su plan de Amor específico para cada uno de nosotros, aunque siempre respetando nuestra libertad personal, con el objetivo de llevarnos a una vida de amistad íntima y eterna con Él, esto es, al Cielo.

Resultado de imagen de la graciaA lo largo de Su Palabra, podemos ver numerosos ejemplos de Su plan. En el Antiguo Testamento encontramos a Noé, Abrahán y los patriarcas, a David y los reyes, a José, Moisés, a los profetas Jeremías, Isaías, etc.. En el Nuevo Testamento encontramos a Zacarías, San José, La Santísima Virgen María, a los apóstoles, a San Pablo, etc.

Incluso hoy, dos mil años después de enviarnos a Cristo, Dios sigue desarrollando su Plan de Salvación en cada uno de nosotros y a través de cada uno de nosotros. Nuestro "hágase" es la base para otros muchos "hágase", nuestro "sí" es el fundamento de otros muchos "síes", nuestra "copa" abierta a su acción en nuestra vida, es el inicio de su Gracia en la vida de otros.

Dios nos presenta situaciones y personas para llevar a cabo su plan 
Dios actúa en nuestro interior poniendo en nuestro camino personas y situaciones para llevar a cabo su plan, aunque muchas veces, ni nos damos cuenta.

Dios, observando nuestra reacción ante cada una de esas situaciones, ante cada una de esas personas que pone en nuestro camino, sigue presentándonos nuevas situaciones y personas, con las que sigue regalándonos nuevas y mayores gracias.

La Gracia de Dios está ínter-relacionada
Cada gracia que Dios me regala, implica también gracias sobre otras personas, actuando en mi beneficio, y a mí moviéndome en beneficio de ellas. 

La Gracia se mueve en "cascada" sobre cada uno de nosotros y, a desde cada uno de nosotros, a otros. De esta forma, la Gracia nos convierte en mediadores en la salvación (en alcanzar el Cielo) de otros.

Cada Desgracia es una Gracia potenciada 
A primera vista, cuando sufrimos una desgracia, podría parecer que Dios se ha olvidado de nosotros o que hemos perdido su favor. De hecho, muchos se preguntan ¿por qué Dios permite el mal o el sufrimiento?
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Aunque una desgracia es una experiencia muy dolorosa, el sufrimiento nos solicita toda nuestra energía interior, toda nuestra fuerza voluntad, nos pone a prueba sacándonos de nuestra zona de confort y nos obliga a confrontar situaciones que nos llevan más allá de los límites habituales.

Dios, que conoce perfectamente nuestras limitaciones, nunca permite nada que no podamos aguantar. Por su Amor a nosotros, nos acom
paña en cada desgracia con un derramamiento de Su Gracia directamente proporcional a la intensidad de la desgracia padecida. Así, aceptando las desgracias, obtendremos más y mayores gracias.

La vida de la Gracia nos proporciona crecimiento
Cuanta más gracia acepto, más se me da: “A quien tiene, se le dará y tendrá de más; pero, al que no tiene, se le quitará aun lo que tiene” (Mateo 25,29). 

Cuanto más me abro libremente a la Gracia de Dios, aceptando Sus mociones interiores y la guía del Espíritu Santo, cuanto más acepto voluntariamente dejarme guiar por Él, Dios, de nuevo, actúa más y más en mi vida para mi bien y para el resto de la humanidad.

Dios me envía Su Gracia sin violentarme, sin forzar, sin quebrantar, porque respeta mi libertad personal y sólo desde la libertad, es posible el amor.

Dios da su Gracia a los humildes
“Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (Santiago 4,6). 

Imagen relacionadaSin duda, el soberbio cree que no necesita a Dios, cree que es auto suficiente y que tiene el control sobre todas las cosas. No es dócil a la acción de Dios en su interior y decide vivir su vida según su propio criterio y así, construye una barrera infranqueable a la Gracia de Dios. ¿A quién de nosotros no nos ha ocurrido esto alguna vez?

Por eso, la humildad es tan importante y vital para llegar al cielo. Para ello, debemos reconocer nuestra "pequeñez", nuestra "insignificancia" y nuestra "incapacidad", aceptar que no somos nada y menos ante la Majestad Soberana de Dios, ante Su infinita Sabiduría y su infinito Amor. 

Y, después de Jesús, nuestro ejemplo más grande de humildad es la Virgen María, nuestra Santa Madre del Cielo, quien lo demostró a lo largo de su vida terrenal y lo proclamó en su maravilloso canto Magníficat. (Lucas 1,51-53).

Los medios de la Gracia
La Gracia nos puede llegar directamente a través de una moción interior o una locución interior, o indirectamente, a través de mediadores que Dios selecciona, dispone y utiliza al objeto de lograr nuestra salvación

Dios canaliza su Gracia hablándonos a través de Su Palabra,  o través de la lectura de cualquier escrito o libro espiritual inspirado por Él.

Dios también nos regala su gracia y nos habla a través del “consejo de los santos”, es decir, por boca de otros, una persona que hace o te dice algo en el momento oportuno. También, a través de las "palabras de conocimiento" con las que el Espíritu Santo pone el mensaje adecuado en los labios de alguien para transmitirlo a alguien en concreto. 

Los Sacramentos de la Iglesia son el maravilloso y principal conductor de la Gracia de Dios. Cada Sacramento tiene su Gracia particular, produce un efecto distinto y propio en quien participa en él, un efecto proporcional a la intensidad de la fe de quien lo recibe. 

sábado, 22 de diciembre de 2018

AMOR DERRAMADO

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"El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones" (Rom 5, 5)
Dios nos ha creado a cada uno por amor, un amor infinito. Es más, tenemos un Dios que es Amor. No somos un producto del azar ni de una evolución casual. Existimos porque hemos sido pensados y amados por Dios.

El mensaje cristi
ano testimonia un acontecimiento que constituye el centro de la historia del hombre y del universo: "Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su hijo único, para que quien crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna." (Jn 3, 16)

Sin embargo, hoy en día, muchas personas confunden fe con espiritualidad. Creen que la “espiritualidad” les aporta autenticidad y cercanía (experiencias, sentimientos), mientras afirman ver en la fe, sólo normas y mandatos, que les sugieren inseguridad y lejanía. 

Pretenden saciar ese anhelo de trascendencia con una experiencia donde los sentimientos, las emociones, los afectos o los deseos son la prioridad: lo que siento, cómo me siento, lo que me parece, lo que quiero.... Buscan sentir, conmoverse, emocionarse y con ello, se centran sólo en ellos mismos. No es un amor genuino, sino interesado y condicional. 

La fe es un acto de la voluntad con el que decidimos con plena libertad, entregarnos personal, confiada y totalmente a Dios

La fe es una experiencia del amor desinteresado e incondicional de Dios. Nuestro Padre no obliga, no impone, no coacciona...sino que nos da libertad, a la vez que tiende sus brazos para que nos dejemos amar.

Por eso, la fe no puede desvirtuarse en una "experiencia afectiva" vacía de contenido y de sentido, ni en un "servicio" interesado y desvirtuado a mi “imagen y semejanza”, sino en un abandono libre y confiado a nuestro Creador, como el de un niño en su padre.

La fe no puede convertirse en una "sensación” o "estado de ánimo sentimental", ni en un "recurso" a un Dios atento a mis deseos y necesidades, y solícito a resolver mis problemas, sino que es una certeza que da un sentido trascendente a mi existencia.

La fe no puede limitarse a una "emoción" impersonal, inmediata o ruidosa, sino que es una realidad con Rostro que se revela con paciencia, a fuego lento y en silencio.La fe no puede basarse en una energía cósmica ni una idea abstracta y distante, sino que es una presencia real y cercana de un Dios que me dice que no estoy solo en el mundo y que me ama.
La fe no puede ser una visión individual ni un consumo privado de "espiritualismo", sino que es una relación de amor con Dios y con mis hermanos, que vivo y comparto comunitariamente.

La fe no puede justificarse en una “obligación” ni en un "deber" hacia Dios, sino que es un impulso libre por el que busco a mi Creador, a través de una comunicación estrecha con Él, la oración.

La fe no puede fundamentarse en una "personalización" a la medida de mis seguridades o deseos de confort, sino que es un peregrinaje temporal e incómodo, en el que "cargo mi cruz" y voy en pos de Jesucristo.

La fe no puede cimentarse en una "negación" de mi identidad, sino que es una "afirmación" de un amor primero e inmerecido, de un Padre hacia sus hijos, que da su vida por cada uno de ellos.

La fe no puede sustentarse en un "sometimiento" de mi voluntad o de mi libertad a una "tiranía caprichosa", sino que es una apertura a dejarme amar y a responder amando.

La fe es el amor de Dios derramado en mi corazón.

martes, 11 de diciembre de 2018

SOBREVIVIR A UN HIJO

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Señora mía, ¡Qué dolor el tuyo! ¡Qué dolor el mío…! 
¡Qué dolor el de ambos! ¡Se nos ha muerto un hijo…! 
El tuyo más grande, la mía pequeñita… 
¡Los dos tan hermosos!
 ¡Un Dios y una niña! 
¡Qué dolor el tuyo, entregarlo a los hombres…; 
…qué dolor el mío, entregársela a Dios!


Hoy he estado acompañando a mi mejor amigo y a su mujer, en el calvario de la muerte de su única hija de quince años, Lola. 

El desgarrador y profundo dolor de unos padres desesperados, desolados y a la vez, impotentes, nos han hecho derramar a todos, lágrimas sinceras desde lo más profundo de nuestros corazones. 

El escenario devastador de una pérdida tan irreparable nos ha hecho meditar a todos los que tratábamos de consolar, en vano, a esos padres destrozados por el sufrimiento, sobre el propósito de nuestras vidas. 

Algunos de los presentes se preguntaban ¿cómo se gestiona esto? ¿cómo se interioriza la muerte de un hijo? ¿cómo se controla esta situación?

Una vez escuché a alguien decir una frase que durante mucho tiempo he hecho mía: "Ningún padre debería sobrevivir a un hijo".  Porque la muerte de un hijo no es natural ni lógica. Porque no sólo implica la pérdida de su presencia física sino también el quebrantamiento de los sueños y proyectos que, como padres, habíamos imaginado para su vida. 

La muerte de un hijo es un "agujero negro" que todo lo engulle y que no puede explicarse. Es una "bofetada" a las promesas, a los dones y sacrificios de amor que los padres han entregado a la vida que han hecho nacer. 

Algunos psicólogos afirman que las reacciones tras un suceso tan dramático dependen de la manera en que se produce la muerte. No puedo estar de acuerdo. El dolor de los padres ante una pérdida tan inmensa es personal e intransferible. 

Nadie podemos acercarnos ni siquiera a intuirlo, ni tampoco a comprenderlo y mucho menos a explicarlo. Y seguramente sea así porque el mundo no quiere hablar de la muerte. Prefiere obviarla porque no puede explicar nada más allá de ella.

De poco sirven las palabras, seguramente sinceras, de ánimo. 

De poco sirven los consejos de los psicólogos para afrontar y reconducir esas vidas rotas y quebradas. 

De poco sirven los razonamientos humanos para explicar lo sucedido y reparar esa ausencia.

La angustia y la pena por la marcha de un hijo hace que todo nuestro universo se derrumbe, se transforme y nos avoque a la necesidad de encontrar algo más grande que nosotros mismos, para poder afrontar lo que sentimos y sufrimos; para hallar, no tanto una explicación, sino un consuelo; para encontrar, no tanto un "por qué", sino un "para qué".

A menudo, creemos que tenemos el control de nuestras vidas y la de las personas que nos rodean. Creemos que podemos gestionar cualquier situación que se nos presente. 

Sin embargo, ante la muerte de un hijo, caemos en un profundo abismo en el que tomamos consciencia de lo vulnerables y frágiles que somos. Una fosa en el presente que engulle el pasado y el futuro.
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Sólo desde los ojos de la fe, puede abrirse la única dimensión capaz de dar sentido a lo que racionalmente no lo tiene y que no logramos aceptar.

Sólo desde la mirada de la esperanza cristiana, podemos seguir caminando por este peregrinaje temporal hacia un hogar eterno. 

Sólo desde la confianza en un Dios que nos ha creado por amor, podemos llegar a vislumbrar que hemos sido pensados para algo mejor y más duradero.

Según palabras del papa Francisco: “Cuando toca a los queridos familiares, la muerte nunca es capaz de parecer natural. Sobrevivir a los propios hijos tiene algo particularmente angustioso, que contradice la naturaleza elemental de la relación que da sentido a la misma familia. Es nuestra fe la que nos protege de la visión nihilista de la muerte, como también de los falsos consuelos del mundo. Sólo desde nuestra confianza en Dios podemos sacarnos de la muerte su ‘aguijón', a la vez que podemos impedir que nos envenene la vida, echar a perder nuestros afectos y hacernos caer en el vacío más oscuro”.

Ante la pérdida de un ser querido no se debe negar el derecho al llanto. Tenemos que llorar como también Jesús "rompió a llorar" y se "turbó profundamente" por el duelo de una familia que amaba. También la Virgen María sufrió y lloró el padecimiento y la muerte de su amado Hijo.

Pero tras nuestro llanto por el durísimo paso de la muerte de un hijo, también hemos de dar el paso seguro del Señor, crucificado y resucitado, con su irrevocable promesa de la resurrección de los muertos: "Los cristianos sabemos que el amor de Dios es más fuerte que la muerte porque ésta ha sido derrotada en la cruz de Jesús y Él nos restituirá en familia a todos" (Papa Francisco).

Por eso, Lola, espéranos en el cielo. Allí, te veremos de nuevo.

viernes, 7 de diciembre de 2018

LOS MILAGROS DE JESÚS

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"Otras muchas cosas hizo Jesús. 
Si se escribieran una por una, 
me parece que en el mundo entero 
no cabrían los libros que podrían escribirse." 
 (Juan 21, 25)

Toda la creación es un canto de alabanza al Creador. Toda la creación habla de la gloria de Dios. Toda la creación habla del amor de Dios. 

Sin embargo, los milagros que Jesús realizó durante su vida pública nos muestran un lenguaje especial de Dios. Es la manera personal que tiene Dios de decirnos algo y de intervenir, a través de portentos y signos sobrenaturales, que trasciende de los límites que ha querido establecer en el orden natural.

Los milagros son la restauración del orden natural, creado originalmente por Dios sin enfermedad, hambre y muerte.  Jesús viene a redimir lo que está mal, a sanar al mundo y a reparar lo que está roto. 

Todos los milagros realizados por Jesús son para el bien y sus beneficiarios le reconocen como el Hijo de Dios: los ciegos "ven" al Hijo de Dios y creen, los paralíticos "se mueven" en pos de Cristo, los mudos "hablan" de la gloria de Dios, los sordos escuchan su Palabra, los poseídos "sin liberados" de la esclavitud del mal, los leprosos "quedan limpios" de sus pecados y los muertos "nacen a una nueva vida en Cristo". 

Por medio de los milagros, Jesús nos da a conocer su divinidad, nos regala nuestra salvación, nos anuncia la llegada del Reino de Dios a los hombres, la derrota definitiva de Satanás.

Sus milagros son, en sí mismos, un aumento de nuestra fe y esperanza, en la promesa de que el mundo original, tal y como lo pensó, volverá. Son signos evidentes de la felicidad y el amor que viene del cielo hacia los hombres, el reconocimiento de la bondad de Dios y la necesidad de un cambio de vida y la conversión de toda la humanidad. 

Significado de los milagros

Los milagros de Jesús sobre el orden natural trascienden del hecho prodigioso para señalar que el poder divino actúa sobre todo el universo.
Resultado de imagen de milagros de.jesusLos milagros de sanación física (curaciones) y espiritual (exorcismos) son manifestaciones de que el poder divino cura el alma del hombre de la esclavitud del pecado y vence el mal
Los milagros sobre la multiplicación de los panes nos llevan hacia su presencia en la Eucaristía.
Los milagros sobre la calma de la tempestad son una invitación a la confianza plena y al abandono total en Cristo, en los momentos de sufrimiento y dificultad.
Los milagros sobre las resurrecciones anuncian que Cristo es la misma resurrección, por el que nacemos a una nueva vida y por la que volvemos al Padre.

Hoy, Jesús sigue obrando milagros. Sólo con los ojos de la fe y con un corazón abierto a su gracia, podemos verlos hacerse presentes, en medio de nuestra vida cotidiana. 


Sin duda, el más grande de todos los milagros en la actualidad, es el de la conversión, que se produce cuando un hombre cerrado a la gracia divina, se encuentra con Cristo resucitado, abre su corazón, confía en Él y llega a transformar, no sólo su mentalidad y su vida sino la forma de ver y vivir el mundo con los ojos de Cristo.

Los milagros de Jesús

Resultado de imagen de clima en belen en diciembreEl milagro más grande de Jesús es, sin duda, su Encarnación y nacimiento de la Virgen María. 

El hecho de que la divinidad de Dios haya querido nacer en carne humana y hacerse humanidad es un gran milagro. Dios dejó su trono celestial para acercarse al sufrimiento humano.

Después de ese gran milagro, Jesús continuó haciendo portentos. Según el Evangelio de San Mateo 11, 20-24, Jesús realizó la mayor parte de sus milagros en Corazín, Betsaida y Cafarnaún. 

Todos los milagros de Jesús se encuentran recogidos en los Evangelios canónicos y que podemos clasificar en cuatro grupos: exorcismos, curaciones, control sobre la naturaleza y resurrecciones de muertos:
Exorcismos (7)
Jesús curó a varias personas poseídas por demonios. Éstos se postraron ante Él, obedeciéndole y reconociéndole como el Hijo de Dios:
El de la región de Gerasa (Marcos 5, 1-19). Un hombre poseído por muchos espíritus inmundos que se hacían llamar Legión, que fueron expulsados y entraron en una piara de cerdos, que luego murieron.
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El mudo (Marcos 9, 14-29). La gente estaba asombrada y los fariseos afirmaban que Jesús expulsaba demonios por el poder de Belzebú.

El endemoniado ciego y mudo. (Mateo 12, 22-24)

La hija de la cananea en Tiro y Sidón (Mateo 15, 21-28, Marcos 7, 24-30). Llevado a por petición y gracias a la fe de la madre de la víctima.

El niño epiléptico (Mateo 17,14-21, Marcos 9, 14-29, Lucas 9, 37-43. Los discípulos que acompañaban a Jesús no pudieron curar al niño porque tenían falta de fe.

El de la sinagoga en Cafarnaúm (Marcos 1,21-28, Lucas 4, 31-37. Fue sanado en los días de reposo.

María Magdalena (Lucas 8, 1-3). De ella salieron 7 demonios, aunque también sanó a Juana, mujer de Chuza, intendente de Herodes, y a Susana.

Curaciones (22)
Jesús sanó de males físicos a personas por su fe.

-Paralíticos (5)
El criado del centurión en Cafarnaúm (Mateo 8, 5-13, Lucas 7, 1-10). Curado a distancia por petición y gracias a la fe del centurión. No está claro si el relatado en el Evangelio de Juan es el mismo milagro, ya que el beneficiario es en este caso el hijo de un cortesano, aunque los detalles de la narración son idénticos.

El paralítico de Cafarnaúm (Mateo 9,1-8, Marcos 2, 1-12; Lucas 5, 17-26). Fue curado de su parálisis y también le fueron perdonados sus pecados. Los escribas acusaron a Jesús de blasfemo.

El hombre de la mano seca (Mateo 12,9-14, Marcos 3, 1-6, Lucas 6, 6-11): Tras este milagro, los fariseos se enfurecieron y murmuraban planeando la muerte de Jesús.

La mujer en la sinagoga que estaba encorvada y no podía enderezarse (Lucas 13,10-17). Jesús fue duramente criticado por este milagro al ocurrir en sábado y en una sinagoga.

El paralítico de Jerusalén (Juan 5, 1-18). Curado en sábado en un estanque llamado Betesda, tras treinta y ocho años paralítico.
-Ciegos (4)
Los dos ciegos de Cafarnaúm (Mtateo 9,27-31).
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Bartimeo, el de Jericó (Mateo 20,29-34, Marcos 10, 46-52, Lucas 18, 35-43, también narrado en el Corán). Suplicó misericordia y Jesús le dijo: "Tu fe te ha salvado".

El de Betsaida (Marcos 8,22-26). Jesús le sanó poniéndole saliva en los ojos e imponiéndole las manos.

El ciego de nacimiento (Juan 9,1-41): Jesús lo sanó restregando lodo hecho con su propia saliva en los ojos del ciego, a quien luego mandó lavarse en la piscina de Siloé ("enviado").
-Leprosos (2)
El leproso de Galilea (Mateo 8,1-4, Marcos 1, 40-45, Lucas 5, 12-16, también relatado en el Corán). Fue curado al ser tocado por la mano de Jesús.

Los diez leprosos (Lucas 17,11-19). Iban camino a Jerusalén y Jesús los curó con el poder de su palabra. Sólo uno volvió a darle gracias.
-Enfermos (6)
La suegra de Pedro (Mateo 8,14-15, Marcos 1, 29-31, Lucas 4, 38-39. Fue sanada de la fiebre en su casa en Cafarnaúm, al ser tomada por la mano de Jesús.
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La mujer con flujo de sangre (Mateo 9,20-22, Marcos 5, 25-34, Lucas 8, 41-48). Fue sanada al tocar el manto de Jesús.

El sordomudo en la Decápolis (Marcos 7,31-37). Jesús le sanó metiéndole los dedos en los oídos, escupiendo, tocándole la lengua y diciendo: "Effetá", que significa "ábrete".

El hidrópico (Lucas 14, -6). Fue curado de su acumulación de agua un sábado en la casa de uno de los principales fariseos.

La oreja de Malco (Lucas 22,50-51). Herido por un discípulo de Jesús en Getsemaní, a quien Jesús reprendió por ello.

El hijo del oficial del rey (Juan 4,46-54). Jesús y el oficial se encontraban en Caná, y el niño que moría se encontraba en Cafarnaún.
-Genéricas (5)
Además de las anteriores, los evangelios hacen referencia a ocasiones en que Jesús curó de modo genérico diversas enfermedades:

Recorriendo Galilea (Mateo 4,23-25, Lucas 16, 17-19), Al ponerse el sol (Mateo 8,16-17, Marcos 1, 32-34, Lucas 4, 40-41), Junto al mar de Galilea (Mateo 15,29-31), En el Templo (Mateo 21, 14-15), En el mar con sus discípulos (Marcos 3, 7-12).
Control sobre el orden natural (10)
Jesús realizó prodigios en los que puso de manifiesto su autoridad sobre las fuerzas de la naturaleza:
Resultado de imagen de cristo caminando sobre las aguasLa tempestad calmada en el Mar de Galilea (Mateo 8,23-27, Marcos 4, 35-41, Lucas 8, 22-25). Jesús les dice a sus discípulos hombres de poca fe, ya que estos se atemorizan y piensan que perecerán.


Caminando sobre el agua en Cafarnaún (Mateo 14,22-27, Marcos 6, 45-52, Juan 6-16-21). Los discípulos creyeron ver un fantasma y se asustaron.


La pesca milagrosa en el Lago Genesaret (Lucas 5,1-11). Tras este milagro, Simón Pedro, Tomás y Juan se convirtieron en discípulos de Jesús.



La moneda en la boca del pez (Mateo 17,24-27). Jesús mandó a Pedro a traer dinero de la boca del pez para pagar impuestos.

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Las Bodas de Caná (Juan 2,1-12). Jesús convierte el agua en vino. Fue el primer signo realizado por Jesús al inicio de su ministerio público, y pedido por la Virgen María.

    La primera multiplicación de los panes y los peces en el desierto de Galilea, cerca del lago de Tiberiades (Mateo 14,13-21, Marcos 6, 30-44, Lucas 9, 10-17, Juan 6, 1-14). Este es el único milagro que se encuentra en los cuatro evangelios canónicos. 

    La segunda multiplicación de los panes y los peces en el desierto (Marcos 8,1-10). 

    La higuera (Mateo 21,18-22). Secó la higuera ordenándola que nunca más tuviera fruto. Este milagro muestra la importancia y el poder de la fe. Jesús afirma que con fe se pueden mover montañas.

    La Transfiguración de Jesús (Mateo 17,1-13, Marcos 9, 2-13, Lucas 9, 28-36).

    La Transubstanciación del pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo (Mateo 26,26-29, Marcos, 14,22-25, Lucas 22,19-20, 1 Corintios 11,23-26, 1 Pedro 1,16-18).

    Resurrecciones (4)

    Los tres primeros milagros denominados "resurrecciones" fueron en realidad "reanimaciones", es decir, un retorno a la vida anterior de esas personas. Sin embargo, la Resurrección de Jesús representa el triunfo definitivo sobre la muerte (Romanos 6,9).
    La hija de Jairo (Marcos 5,38-43, Lucas 8,49-56). Jesús afirmó que la niña de doce años no estaba muerta, sino sólo dormida.
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    Lázaro, el de Betania (Juan 11,38-44, también narrado en el Corán). Llevaba cuatro días muerto y estaba sepultado en una cueva. 

    El hijo de la viuda de la ciudad de Naín (Lucas 7,11.17). Jesús se compadeció de la viuda al verla llorar, tocó el féretro en el que llevaban al muchacho y le ordenó que se levantara.

    La Resurrección de Jesús (Mateo 28,1-10, Marcos 16, 1-8, Lucas 14, 1-12). Es el hecho más importante para un cristiano.