¿QUIÉN ES JESÚS?
miércoles, 28 de octubre de 2020
EL TURISMO ESPIRITUAL COMO DEPENDENCIA
lunes, 26 de octubre de 2020
POBRES E INDIGENTES EN EL ESPÍRITU
domingo, 25 de octubre de 2020
FRANCISCO ¿UN PAPA CONTROVERTIDO?
viernes, 23 de octubre de 2020
EVANGELIZACIÓN 2.0: DISCIPULAR CONVERSOS
Hace cinco años, en mi artículo Iglesias portaaviones, escribía sobre la urgencia de la conversión pastoral de la Iglesia, sobre la necesidad de pasar de ser cruceros a portaaviones.
Un cambio de paradigma al que nos han venido exhortando los papas (Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco) en sínodos, encuentros y encíclicas (Lumen Gentium, Redemptoris Missio, Evangelli Nuntiandii, Verbum Domini, Evangelii Gaudium) bajo expresiones como "Nueva Evangelización", "La Iglesia existe para evangelizar", "Iglesia en salida", etc.
martes, 20 de octubre de 2020
SIERVOS DE DIOS
lunes, 19 de octubre de 2020
MARÍA, EL NUEVO ARCA
sábado, 17 de octubre de 2020
PASAR DEL "YO CREO" AL "NOSOTROS CREEMOS"
lunes, 12 de octubre de 2020
DEJARSE MOLDEAR POR DIOS
viernes, 9 de octubre de 2020
SI HA DE HABER LÁGRIMAS, QUE SEAN DE ALEGRÍA
Al contrario que las personas sin fe y apegadas a este mundo terrenal, que evitan el sufrimiento, que ocultan el dolor o que ignoran y esconden la muerte, yo pienso a menudo en ella, y me pregunto: ¿Consigo algo silenciándola o ignorándola? ¿Resuelvo el problema de mi existencia humana, negándola? ¿La elimino?
No pienso en la muerte porque la espere (no, de momento) ni porque la desee, sino porque es una puerta por la que, antes o después, todos vamos a tener que pasar: "Mors certa, sed hora incerta", "‘la muerte es segura, pero la hora incierta".
La muerte es un proceso inexorable que agrede el proyecto inicial divino en cuanto a la naturaleza del hombre creada a imagen y semejanza de Dios, un Dios vivo e inmortal que nos pensó para vivir eternamente.
La muerte es una violación de nuestro mayor derecho, el derecho a vivir, el derecho a la inmortalidad. Aunque constituye una realidad indiscutible y un fenómeno biológico adquirido como consecuencia de nuestro pecado, representa la más intolerable de las paradojas porque es anti-natural, contradictoria, absurda.
No deberíamos morir nunca pero, desgraciadamente, nacemos con una fecha de inicio pero también con una fecha de caducidad. Nacer es comenzar a ser, vivir es ser y morir es dejar de ser, es el "no-ser". Esa es la contradicción: el hecho de que, habiendo "sido", haya un instante en que "dejamos de ser".
Sin embargo, meditar sobre mi muerte da sentido a mi vida y luz a mi vocación como hijo de Dios, a quien agradezco todo lo que me ha dado y trato de aprovecharlo para su gloria. Desde luego, no me pregunto el por qué de la muerte (porque ya lo sé) sino el para qué (porque también lo sé).
Pero además, con su muerte en la Cruz, Jesús cambia radicalmente la forma de morir del hombre y me enseña cómo morir. Porque Cristo ¡murió por amor! y con su ejemplo, me invita a vivir esa misma muerte por amor, haciéndole frente, dándole sentido y asumiéndola con la misma fe y confianza que Él, diciendo: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Desde ese amor y esa fe que Dios me ha regalado, vivir cada día como si fuera el último, aprender y prepararme a morir, me proporciona una alegre y confortadora esperanza de llegar a disfrutar la misma gracia que me aguarda al traspasar ese umbral que mi Señor cruzó: "Dios, que vive, me llama a la vida eterna".
Enfocado en esas tres virtudes (fe, esperanza y amor) la muerte no tiene un poder definitivo sobre mi, sino que tan sólo supone un paso de un lugar temporal a otro eterno, un cambio de "nacionalidad": "dejar de ser" ciudadano del mundo para "ser" ciudadano del cielo. Y todo, por los méritos de Jesucristo, quien venció el poder de la muerte en la Cruz y nos concedió a todos los hombres el "visado permanente" para habitar el cielo.
"Jesucristo ha resucitado". Esa es mi certeza. Porque mi Señor, con su resurección, me ha abierto las puertas del cielo de par en par, a mí y a todos, para que los que creamos en Él, vivamos para siempre. De lo contrario, como dice San Pablo "Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe ".