¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 13 de marzo de 2017

ORANDO CON LOS SALMOS. SALMO 37: CONFÍA EN EL SEÑOR



"Guarda silencio y espera en el Señor, que te ayudará"
(Salmo 37)

Este fin de semana se lo he dedicado por completo a Dios. Le he pedido ayuda, guía y consejo en momentos de incertidumbre. El Señor, una vez más, ha sido contundente conmigo. Me ha hablado de forma clara y rotunda. Me ha guiado a través de Su Palabra, que es el instrumento que Él nos regala para hablarnos. 

Incluso me ha cantado su amor a través de la música. Y lo he sentido profundamente en mi corazón. ¡Qué Providencia! Porque también lo ha hecho a través de los Salmos, esos dulces cantos bíblicos, llenos de verdades profundas que penetran suavemente en nuestros corazones. Oraciones de fe que nos ayudan en los momentos de oscuridad y serenan nuestras almas. En concreto, Dios me ha cantado el Salmo 37. 

Muchas veces, a lo largo de mi vida, he caído (y caigo) en la tentación de tratar de impartir mi propia justicia, criticando, juzgando o incluso irritándome cuando me he enfrentado a una situación o a una persona injustas

Mi carácter siempre ha estado muy vinculado a la búsqueda de la justicia y he luchado denodadamente cuando ésta ha faltado o cuando he creído que ha sido así.

Mi error ha sido siempre establecer el foco en los resultados y en la apreciación simplista de que el proceder de los injustos es más gratificante y exitoso que el camino de un cristiano, que está lleno de dificultades y de obstáculos. 

Ahora he tomado conciencia de algo que repito mucho pero que no pongo en práctica en mi vida cristiana: que no debo establecer expectativas ni preocuparme por los resultados, los frutos, o simplemente, a no intentar "salirme con la mía", a no pretender que se cumpla mi voluntad o mis deseos.

Dios nos muestra y nos invita a tener la actitud correcta:

"No te irrites contra los malvados ni tengas envidia de los criminales, pues se secan pronto como el heno, como la hierba verde se marchitan"


En el versículo 1, el salmista nos da dos consejos: no irritarnos y no tener envidia.
  • "Irritar", de la palabra hebrea kjará, que significa: “apesadumbrarse”, “encolerizarse”, “airarse", "enojarse”. 
  • "Envidia", de la palabra hebrea caná que significa: “celos” o “resentimiento", "rencor".
Resultado de imagen de libro de los salmosEn la carta del apóstol Pablo a los Gálatas, capítulo 5, versículos 19-23, Dios nos pide que abandonemos las obras de la carne y busquemos los frutos del Espíritu, y más concretamente para el caso que nos ocupa, que practiquemos la paciencia (v. 22),  La palabra traducida del griego para paciencia, es makrodsumía, que significa “soporte”, “aguante”.

Nosotros como hijos de Dios y seguidores de Cristo, debemos ser pacientes: soportar, aguantar las situaciones a las que nos enfrentamos: no encolerizarnos ni irritarnos por esa aparente impunidad en el proceder de los malvados.

En el versículo 2 comprendemos el resultado final que los malvados sufrirán por no hacer lo que es agradable a ojos de Dios. Su triunfo es efímero y pasajero. No será duradero.

"Confía en el Señor y haz el bien, para habitar en tu tierra y vivir tranquilo; busca en el Señor tus delicias, y él te dará lo que tu corazón desea"

A partir del versículo 3, el salmista nos da una serie de recomendaciones para soportar sin envidia ni ira a los malvados, y para que consigamos las bendiciones que Dios nos tiene preparadas. En los versículos 3 y 4 nos dice:
  • "Confía", traducida de la palabra hebrea batakj que significa “apóyate”, “fíate”, “asegúrate”. Debemos confiar en Dios, tener fe en Él, apoyarnos en su poder.
  • "Haz el bien", es una actitud positiva frente a lo negativo. Haciendo el bien, estaremos serenos y viviremos tranquilos. 
  • "Busca en el Señor tus delicias" . Deleitarse, del hebreo anág, significa “experimentar gran placer y gozar con la presencia de alguien”. Debemos deleitarnos en la presencia del Señor. ¿Cómo? Madurando espiritualmente y en nuestra relación con Dios, porque la única manera de disfrutar con alguien es cuando le conocemos profundamente y queremos ser como Él. 
  • "Él te dará lo que tu corazón desea". Si seguimos el modelo de Jesucristo, Dios nos concede nuestras peticiones, porque hacemos su voluntad. Es lo mismo que ocurre cuando un hijo obedece a su padre: le va bien y disfruta con él. Fuera de Dios no encontraremos bienestar completo ni lo que deseamos. Él es el camino seguro para recibir lo que es mejor para nosotros y lo que anhelamos.

"Confía al Señor toda tu vida y fíate de él, que él sabrá lo que hace: hará que luzca tu justicia como la aurora y que tu derecho resplandezca como el mediodía."

Otra vez, en los versículos 5 y 6 nos repite: confía tu vida a Dios y fíate (batakj) de Él, que sabe lo que hace, en lugar de intentar hacer nuestra propia voluntad.

Resultado de imagen de salmo 37 meditacionAquí, "confía" es la palabra hebrea Galál, que significa “entrega”, "encomienda", "delega". Es decir, debemos entregarle a Dios nuestra forma de vivir, de actuar, a dejarnos ser llevados por el camino que nos marca, porque abandonándonos en Él, somos guiados y obtenemos "luz y esplendor" frente a las tinieblas y la oscuridad del mundo. Por eso, Dios nos llama a ser "luz del mundo", pero siguiendo su plan perfecto.

En la medida que entregamos a Dios a aquello que nos molesta, aflige, irrita o que no se amolde a Jesucristo, Él tomará esa conducta o asunto, actuará en concordancia con su voluntad, y hará justicia.

Filipenses 4, 6-7: "No os inquietéis por cosa alguna, sino más bien en toda oración y plegaria presentad al Señor vuestras necesidades con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús."

"Descansa en el Señor, confía en él, no te irrites contra el que prospera ni contra el hombre que maneja intrigas;"


Otra vez en el versículo 7, el salmista vuelve a recordar que debemos guardar silencio, callar, ser pacientes y esperar en Dios. No irritarnos ni sintiendo celos frente al que, aparentemente, prospera ni contra el que actúa mal. 

"Deja la ira, desiste del enfado, no te acalores, que es peor para ti;"

Podemos traducir este versículo 8 como: “Sosiega tu ira y aparta de ti la furia. No te enciendas o impacientes para hacer lo malo” porque es peor para nosotros, pues la ira nos sumerge en la angustia y el sufrimiento. No debemos pensar en nuestras dificultades o problemas, sino solo en Dios.

"Pues los criminales serán exterminados, mas los que esperan en el Señor heredarán la tierra."

En este versículo 9, Dios nos da respuesta al por qué comportarse como Dios nos dice:

"Esperan en el Señor" es la traducción de la palabra hebrea cavá que significa “aguardar”, “confiar”. Así que, si aguardamos y esperamos en Dios a que dé cumplimiento a todo, a su tiempo, podremos heredar y disfrutar de la tierra y los malvados serán exterminados.

"Un poco nada más, y el criminal no existe; lo buscas en su sitio, y ya no está allí;"


El versículo 10 nos enseña de nuevo a ser pacientes y a poner nuestra confianza en la justicia de Dios. Un poco "nada más" y el criminal dejará de existir. Nos pide aguantar, no por mucho tiempo, y comprobaremos que ya no estará allí. Los hombres nos hemos acostumbrado a la inmediatez, al "aquí y ahora". Sin embargo, el Dios Eterno no va deprisa sino que lo que nos ofrece es para siempre.

Los siguientes versículos, del 11 al 40, establecen las diferencias en la forma de actuar del justo y del injusto. Nos muestran cómo Dios lleva al justo de la mano y no le desampara ni le abandona jamás, sino que le abraza con su gran misericordia, le da fortaleza y refugio ante el malvado. Finalmente, establece la recompensa de cada uno.


En los versículos 27 y 37, Dios nos avisa para que nos apartemos del mal y hagamos el bien, para que huyamos de la soberbia y seamos justos, íntegros y pacíficos.
"La salvación de los justos viene del Señor".

El versículo 39 nos da la esperanza de nuestra fe: Dios es nuestro refugio y de Él viene la salvación, no de nuestros méritos ni de nuestros deseos.

El Salmo 37 nos enseña la actitud correcta del cristiano:
  • Confiar en un Dios Justo. 
  • Deleitarse en el Dios Bueno, 
  • Encomendarse a un Dios Todopoderoso. 
  • Guardar silencio y Esperar en un Dios Padre. 
  • Huir de la ira, la envidia y la impaciencia, imitando a un Dios Amoroso.

viernes, 10 de marzo de 2017

LOS SACERDOTES SON...

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"Cuidad de vosotros y de todo el rebaño 
del que el Espíritu Santo os ha constituido como guardianes 
para apacentar la Iglesia de Dios, 
que ha adquirido con su propia sangre...
 se introducirán entre vosotros lobos crueles, 
que no perdonarán al rebaño;
 y que de entre vosotros mismos surgirán hombres 
que enseñarán doctrinas perversas 
con el fin de arrastrar a los discípulos en pos de sí. 
Por lo cual, estad alerta..."
(Hechos 20,28-31)

La Palabra de Dios nos enseña claramente el papel de los sacerdotes como pastores de su Iglesia: deben cuidar de ellos mismos y también de su rebaño; deben guardar, apacentar y estar alerta de los lobos, que se tratarán de introducirse en la comunidad.

Los sacerdotes son: 

Llamados por Dios

Los sacerdotes no son voluntarios ni son contratados: son llamados por Dios. Llamados a un trabajo arduo para toda la vida, lleno de sacrificio y a merced de múltiples demandas y expectativas.

"Pedid al dueño de la mies que mande obreros a su mies" (Mateo 9,38).

"Pero levántate y ponte en pie; que me he aparecido a ti para hacerte ministro y testigo de lo que has visto de mí y de lo que te voy a mostrar. "(Hechos 26,16).

"Mientras celebraban el culto del Señor y ayunaban, el Espíritu Santo dijo: "Separadme a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado" (Hechos 13, 2).

Supervisores que vigilan

"Cuidad de vosotros y de todo el rebaño del que el Espíritu Santo os ha constituido como guardianes." (Hechos 20,28). 

La palabra griega utilizada en el libro de los Hechos para "guardianes" es episkopos (Epi = sobre; Skopos = ver. Es el equivalente de "supervisores" (Supra = más, Visión = ver).

"El asalariado, que no es el pastor ni el propietario de las ovejas, viendo venir al lobo, deja las ovejas y huye, y el lobo ataca y las dispersa, porque es un asalariado y no le importan las ovejas." (Juan 10, 12-13).

Los pastores de la Iglesia son supervisores, no trabajadores asalariados. Deben vigilar, ver más allá y no huir, o mirar para otro lado como si no le importaran sus feligreses. Tienen que salir en su defensa ante los lobos.

Responsables ante Dios 

"Obedeced a vuestros jefes y sedles sumisos, porque ellos cuidan de vuestras vidas, de las cuales deberán dar cuenta, para que lo hagan con alegría y no con lágrimas, lo que no os beneficiaría nada."(Hebreos 13,17).

Este versículo del libro de Hechos es un tanto duro, tanto para los feligreses como para los sacerdotes. A los primeros, les insta a someterse a sus líderes, mientras que advierte a los segundos que rendirán cuenta ante Dios. 

Esta es una de las razones por las que los sacerdotes son llamados a ser supervisores por Dios. Nadie en su sano juicio se ofrecería voluntario para tal rendición de cuentas.

Dejemos que el sacerdote sea consciente de ello y ore diariamente por su rebaño y que busque cumplir la voluntad de Dios. Es su responsabilidad

Servidores generosos

Los sacerdotes guían al pueblo de Dios sirviendo, no siendo servidos ni tampoco actuando como dictadores.

Jesús dijo: "¿quién es más grande, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es el que se sienta a la mesa? Pues bien, yo estoy en medio de vosotros como el que sirve." (Lucas 22,27).

En el versículo 26 dice: "
Entre vosotros no ha de ser así, sino que el mayor entre vosotros será como el más joven, y el que mande como el que sirve."

"Apacentad el rebaño que Dios os ha confiado y cuidad de él no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por una vil ganancia, sino con generosidad; no como dictadores, sino como modelos para el rebaño."(1 Pedro 5, 2-3).

De la misma manera que la Escritura enseña que una esposa debe someterse a su esposo, pero él mismo debe servirla y "darse por ella" (Efesios 5, 22-29) en lugar de dominarla, nos enseña que los presbíteros son supervisores de la comunidad, y ésta debe someterse a ellos, pero ellos mismos deben servir al pueblo, no como si fueran sus amos.

El esposo o el sacerdote que juega el papel de "jefe" ("¡Dios me puso a cargo!") está pecando seriamente y está maltratando a aquellos a quienes debe servir.

Pablo dijo: "Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo, el Señor; nosotros somos vuestros siervos por amor de Jesús."(2 Corintios 4, 5). El sacerdote no es enviado a proclamar su filosofía, sus opiniones o sus teorías. Él debe proclamar a Jesús. Es enviado para servir al pueblo del Señor, pero es "por el amor de Jesús". Eso significa que el sacerdote no recibe órdenes del pueblo de Dios sobre cómo servirle sino que recibe órdenes del Señor sobre cómo servir al pueblo de Dios.

jueves, 9 de marzo de 2017

SI PEDRO CAYÓ...


El apóstol Pedro fue elegido por Jesús como líder de los discípulos y de su Iglesia. Humano, generoso, confiado, lleno de fe  y sin embargo, cayó de manera dramática (Lucas 22, 31-62).

Su caída está llena de señales de advertencia para los sacerdotes de hoy y también para todos nosotros. Aunque estos signos no siempre ocurren de manera lineal, cada sacerdote y, en general cada cristiano, debería evaluarlos en su vida.

Confiar en uno mismo

Jesús le dijo a Pedro que el diablo le haría caer, pero Pedro le aseguró su fidelidad y le afirmó con firmeza su compromiso de ir a la cárcel o incluso morir por Él. Seguramente Pedro tenía intención de cumplir esas palabras, como lo demuestra su voluntad posterior de defender a Jesús en el Jardín de Getsemaní. Sin embargo, pocas horas después, negaría conocer a Jesús. 
Pedro confiaba demasiado en sí mismo, en sus fuerzas, y no era consciente de que sin la ayuda de Dios la fe se desvanece. Ese es el peligro del exceso de confianza de algunos sacerdotes: creer que "no me sucederá". Es una señal de advertencia enorme.

Jesús les dijo a los apóstoles: "Orad para que no caigáis en tentación" (Lucas 22,40).  Sin embargo, ellos se durmieron. Gracias a la oración, nos ponemos en manos de Dios, en cuya compañía no hemos de sentir temor y en cuya confianza, nada fallará.

Sufrir cansancio emocional y físico

Los discípulos debían vigilar y orar en el huerto, pero en cambio, dormían. La fatiga emocional de la oposición creciente hacia Jesús había hecho mella en ellos. El agotamiento aumentó su vulnerabilidad a las acechanzas del enemigo. 
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Bajo la cansada tensión de las responsabilidades de un sacerdote dentro de una parroquia, también ellos, a veces, bajan la guardia. Y se duermen "en los laureles". 

Llevar demasiadas cargas y descansar poco puede llevar a consecuencias graves. Creerse por encima del bien y el mal (que es una forma de dormirse), también.

Dejar de orar

"Orad", les dijo Jesús a sus discípulos en Getsemaní. Incluso aunque hubieran querido rezar, el sueño era más apetecible y fuerte que la oración. El problema es muy simple: la falta de oración refleja una auto-dependencia, pensar que "yo puedo", en lugar de la dependencia de Dios. 

Cada vez que no estamos orando, somos susceptibles a caer. De hecho, la falta de oración generalmente se correlaciona con actuar primero y seguir a Dios en segundo lugar, como lo hizo Pedro cuando primero defendió a Jesús con una espada.

Distanciarse de Jesús 

Pedro siguió a Jesús después de su arresto, pero lo hizo de lejos. Esa distancia era obviamente geográfica, pero su corazón también se alejaba rápidamente de Jesús. Él, que había estado muy cerca de Jesús y que dijo que moriría por Él, no le defendió cuando lo arrestaron. Y cuando le preguntaron y le reconocieron como discípulo de Jesús, Pedro lo negó.

Nuestra distancia de Jesús puede ser no tanto negarle públicamente, pero quizás por una menor asistencia a los sacramentos, menos espacio de oración, menos cercanía con Jesús...y eso nos lleva irremediablemente a caer.

Ocultarse en público

Pedro no se escondió completamente, por supuesto, pero eso no significa que no lo intentara. Se calentó con el mismo fuego que se calentaban los enemigos de Jesús. 

Estuvo con los que acusaron a Jesús y sin embargo, su única preocupación era pasar desapercibido. 

Esta es otra señal de advertencia: Si te sientes tentado a esconder que eres cristiano, o sacerdote (incluso mientras sirves públicamente), te estás moviendo en la dirección equivocada. 

No vale eso de "mimetizarse". 

Mentir o relativizar

Una sirvienta miró atentamente a Pedro y lo acusó de ser un seguidor de Jesús. De hecho, el texto dice que ella miró fijamente al discípulo. Cara a cara. A los ojos. Sin embargo, Pedro mintió. Ella lo desafió a decir quién era, y él lo negó. 
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Cuando mientes (aunque sea por un buen fin), tu caída se produce a toda velocidad. Jesús nos dice que nuestro sí, sea sí y nuestro no, no. No valen "medias tintas".

Otro peligro actual es el relativismo. Relativizar es un terreno peligroso, porque nos arrastra a intentar "quitar hierro" a ciertas cuestiones importantes. 

El mensaje del evangelio es claro y rotundo, No es para nada relativista.

Reiteración en las negaciones

Por tres veces, varias personas relacionaron a Pedro con Jesús y tres veces, el primer discípulo lo negó. Admitir que era un seguidor de Cristo habría sido arriesgar su propia vida, y Pedro no llegaría hasta ahí. 

De hecho, sus negaciones aumentaron hasta el punto de que llegó a enfadarse, jurando que no tenía relación con Jesús. 

Los sacerdotes, cuando caen, a menudo tratan de auto-convencerse de que las continuas negaciones, de alguna manera, cambian la realidad. 

Aquí está el auténtico peligro. Para Pedro, el proceso de su caída ocurrió rápidamente. Era como si corriera hacia la desobediencia. Sin embargo, la mayoría de los sacerdotes o cristianos con responsabilidad no se meten en problemas; Se deslizan hacia allí. A veces el proceso sucede tan imperceptiblemente que se ven inmersos en un desastre antes de que sean conscientes de ello.

Si Pedro, que convivió de cerca con Jesús, vio sus milagros y, sin embargo, cayó...¿Qué hay de nosotros?

Es por eso que debemos estar muy atentos a las señales de advertencia que Jesús, a través de Pedro, nos muestra y guardarlas en nuestros corazones.

viernes, 3 de marzo de 2017

LA FALTA DE PERDÓN NO ES CRISTIANA

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"Si os indignáis, no lleguéis a pecar
y que vuestra indignación cese antes de que se ponga el sol;
no deis ninguna oportunidad al diablo.
No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, 
que os ha marcado con su sello para distinguiros el día de la liberación.
Desterrad la amargura, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad.
Sed bondadosos y compasivos;
perdonaos unos a otros, como Dios os ha perdonado por medio de Cristo.
(Efesios 4, 26-27 y 30-32)

Según el diccionario, perdonar significa "olvidar la falta que ha cometido otra persona contra ella o contra otros y no guardarle rencor ni castigarla por ella, o no tener en cuenta una deuda o una obligación que otra tiene con ella". Es decir, disculpar a alguien que nos ha ofendido o no tener en cuenta su falta

En la Biblia, la palabra griega que se traduce como “perdonar” es “aphiemi”, “afiemi”. Aparece más de 134 veces y significa literalmente “dejar pasar”, "dejar de exigir el pago de una deuda", “despedir, hacer salir, dejar atrás, abandonar, absolver, cancelar una deuda, soltar”. 

Perdonar no es fácil porque la ofensa nace del orgullo y éste conduce al rencor. La ofensa siempre exige justicia, exige reparación. Sin embargo, cuando nos sacudimos el resentimiento y dejamos de pedir compensación por el daño sufrido, somos capaces de perdonar. Perdonando, amamos y amando, perdonamos. La Biblia enseña que el perdón se basa en el amor sincero, que “no se irrita ni lleva cuenta del mal” (1 Corintios 13, 5).

Desgraciadamente, la falta de perdón sacude nuestro mundo. 

A nivel general, es causa de guerras, conflictos, asesinatos, luchas, separaciones y divorcios. 

A nivel individual, es causa de orgullo, ira, amargura, odio, envidias y celos. 

La falta de perdón produce en el corazón heridas emocionales y espirituales, que esclavizan y encadenan el alma. Y en el cuerpo, enfermedades como la depresión, la angustia o la ansiedad e incluso hacia la muerte (suicidio).

Imagen relacionadaEl orgullo es la puerta por donde llegan todos los demás pecados como la ira, el rencor, el odio, el resentimiento y la amargura, y nos convierte en esclavos de Satanás y de su maldad. Al caer en la trampa de la ofensa y de la indignación, somos incapaces de mostrar bondad. 

Un cristiano prisionero de la ofensa no tiene paz ni caridad, se aparta de la gracia del Señor y entristece al Espíritu Santo (Efesios 4, 30). Quien se mantiene en la ofensa no es capaz de perdonar.

El Papa Francisco nos dice que “debemos perdonar porque somos perdonados”, y "que aquel cristiano o cristiana, que va a la Iglesia, que va a la parroquia, no perdona y no vive lo que predica, causa escándalo y destruye la fe". “Debemos perdonar, porque somos perdonados. Y esto está en el Padre Nuestro: Jesús nos lo ha enseñado ahí. Y esto no se entiende en la lógica humana, la lógica humana te lleva a no perdonar, a la venganza; te lleva al odio, a la división”.
Cuando rezamos la oración que nos enseñó Jesús, el Padrenuestro, decimos: "perdona nuestros pecados, como también nosotros perdonamos a quienes no son ofenden" (Lucas 11,4)Pero la realidad dice que no siempre la cumplimos. 
La Biblia nos dice: "Buscad afanosamente la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor; vigilad para que nadie sea privado de la gracia de Dios, para que ninguna raíz amarga vuelva a brotar y os perturbe, lo cual contaminaría la masa. (Hebreos 12, 14-15).

La falta de perdón nos aleja de la paz y de la santidad, nos envenena el alma por causa del resentimiento y la vanidad. Muchas veces pensamos que el perdón es algo que regalamos al otro sin darnos cuenta que nosotros mismos somos los más beneficiados, al quedarnos en paz.

Una vez escuche al P. Roel:"quien más ama es quien primero pide perdón". Y es que el perdón surge del amor incondicional. El mismo amor ágape de Dios y que nos libera de las esclavitudes del Diablo, que nos amargan el alma y enferman el cuerpo. 
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El perdón se basa en la aceptación de lo que pasó. Significa tender la mano y aceptar a la persona que nos ofendió como hijo de Dios y hermano nuestro. 

No significa estar de acuerdo con lo ocurrido, ni aprobarlo ni restarle importancia, ni tampoco darle la razón a quien que te hirió. 

Simplemente, significa apartar de nuestra mente aquellos pensamientos negativos que nos causaron dolor de corazón. El perdón sana nuestros recuerdos.

Si guardamos en nuestro corazón odio, rencor, o resentimiento por las ofensas recibidas, perpetuamos nuestro malestar y nos consumimos en el pasado. Cada vez que recordamos cualquier episodio que nos causa dolor, dejamos de vivir el aquí y el ahora; dejamos de avanzar en nuestro desarrollo personal y peor aún, nos estancamos en nuestro crecimiento espiritual.

La falta de perdón puede disfrazarse de diferentes maneras. Algunos dicen con cierto tono de enfado que ya han perdonado, pero su amargura evidente los delata. Otros dicen que perdonan pero no olvidan, algo que sigue endureciendo su corazón. Otros quizás, piensen que han perdonado pero puede que la falta de perdón se aloje, escondida, en su corazón.

Para estar seguro de que he perdonado me pregunto¿Deseo que alguien reciba su merecido? ¿Hablo de forma crítica, negativa o despectiva de esa persona a los demás? ¿Busco venganza? ¿Sigo dándole vueltas a lo que alguien me hizo? ¿Cómo me siento cuando le sucede algo bueno a esa persona? ¿He dejado de culpar a esa persona? ¿Me resulta difícil o imposible rezar a Dios por quien me ha ofendido?

Como cristianos, estamos llamados a ser sinceros de corazón, porque aunque queramos engañar a otros o incluso, a nosotros mismos, Dios todo lo ve. Nuestro enfoque debe estar dirigido a liberarnos de la carga pesada que significa el rencor, tanto si hemos ofendido como si hemos sido ofendidos.

Resultado de imagen de romper cadenasEs un ejercicio de liberación y de paz considerar las circunstancias o situaciones  en las que se encontraba la persona que me ofendió, para llegar a hacer lo que hizo o dijo, aun intencionalmente. O también, pensar qué parte de culpa tuve yo para haber propiciado la ofensa.

Sí me instalo en pensamientos victimistas o negativos, no seré capaz de ver a Dios en esa persona. Esa persona también es hijo suyo, y Dios la ama tanto como a mí.

En lugar de seguir sufriendo con rencor y resentimiento, debemos mostrar caridad buscando el lado positivo y de bondad de esa persona, debemos pensar por qué razón Dios la puso en nuestro camino, lo que nos une a ella, etc.

Personalmente, le pido al Señor que bendiga a esa persona que me hirió, y que le muestre lo que hizo mal, y se arrepienta. Le pido a Dios que me conceda su Gracia y no me deje caer en la tentación del rencor y el orgullo.

Ya la he pedido perdón con humildad y contrición. Ya la he perdonado y me he liberado del resentimiento, de la tristeza y de la trampa de Satanás


"Pues bien, si alguno ha causado tristeza, no sólo me la ha causado a mí, 
sino -en cierto modo, para no exagerar- a todos vosotros. 
A ése ya le basta con el castigo que le ha impuesto la mayoría. 
De modo que ahora debéis más bien perdonarle y consolarle,  
no sea que se desespere de tanta tristeza. 
Por esto os suplico que le deis pruebas de vuestro amor.
Con este fin os escribí: para conocer y probar si sois obedientes en todo. 
Al que perdonáis, yo también lo perdono; 
lo que yo perdono, si es que tengo algo que perdonar, 
lo perdono por amor a vosotros y en la presencia de Cristo; 
para que Satanás no se aproveche de todo, 
pues no ignoramos sus astucias." 
(2 Corintios 2,5-11)





jueves, 2 de marzo de 2017

LA TRAMPA DE SATANÁS


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"Te aconsejo que me compres 
oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, 
vestiduras blancas para vestirte, 
y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, 
y un colirio para que unjas tus ojos y veas." 
(Apocalipsis 3, 18)

La Providencia ha puesto en mis manos un interesante libro sobre la ofensa y el perdón: “La trampa de Satanás”, de John Bevere (pastor evangélico americano), cuya lectura recomiendo, a quien se sienta ofendido y no sea capaz de perdonar. 

Y es que la ofensa es el obstáculo más difícil al que un cristiano debe enfrentarse, es la prueba más difícil de superar porque tendemos a fijarnos sólo de los “escándalos” de los demás, a juzgarles y a dictar sentencia en nuestro tribunal particular.

Sin embargo, Jesucristo, en el evangelio de Lucas 17, 1-4, nos dice: "Es inevitable que haya escándalos; pero ¡ay de aquel que los provoca! Más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar antes que escandalizar a uno de estos pequeñuelos. Tened cuidado". "Si tu hermano peca, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras tantas se acerca a ti diciendo: Me arrepiento, perdónalo". 

Dios nos exhorta a reprender a nuestro hermano, si peca; y, por supuesto, a perdonarlo, si se arrepiente. Nos dice que una situación de ofensa "es inevitable" (tremenda afirmación de parte de Dios) pero que lo importante, es la reacción que adoptemos ante ella. 

Nuestra tarea como cristianos no es juzgar ni ver los defectos de nuestro prójimo, sino, al igual que los apóstoles, pedirle a Dios: "Acrecienta nuestra fe", para ver sus virtudes y su filiación con Dios.

Carnaza

John Bevere, autor de "La trampa de Satanás" dice que "todo cazador que se precie, conoce los requisitos necesarios para que una trampa sea eficaz: debe estar escondida y debe tener carnaza". Y precisamente así es como opera el Diablo, el "cazador de almas". Satanás es sutil, astuto, hábil y se deleita en el engaño. Y no debemos olvidar que puede disfrazarse de ángel de luz, por lo que, si no estamos preparados, no reconoceremos sus trampas

La
carnaza favorita y más utilizada por el Diablo es la ofensa, que en nosotros, produce unos efectos: dolor, enfado, ira, celos, resentimiento, amargura, odio y envidia, y nos lleva a unas consecuencias: insultos, ataques, heridas, divisiones, separaciones, relaciones rotas, traiciones y personas que se apartan del Señor. 

Quienes caen en la trampa ni siquiera se dan cuenta de que están atrapados. No pueden ver de forma coherente la situación, porque están concentrados sólo en el daño que se les ha hecho. Se encuentran en un estado de negación y de concentración en sí mismos

Las ofensas se producen por falta de amor verdadero y por exceso de orgullo. Y abundan tanto que creemos que es algo normal. Sin embargo, nuestra reacción a la trampa es la que determina nuestro estado de ánimo y nuestra forma de actuar. 

Muchas personas se encuentran incapacitadas para actuar normalmente dado que viven la ofensa como una traición, sobre todo, de las personas más cercanas o más queridas. Y esa traición transforma el amor en odio. Un odio que se incrementa e intensifica en las guerras civiles: hermanos contra hermanos, hijos contra padres, padres contra padres. 

Altas expectativas

Las personas a quienes amamos y apreciamos son las que más intensa y dolorosamente nos hieren, porque esperamos mucho de ellos y porque les hemos dado más de nosotros. 

Cuanto mayores son las expectativas, más profundas son las heridas y cuanto más cercana es la relación, mayor amargura de corazón. 

Si tengo altas expectativas con respecto a una determinada persona, con seguridad caeré en la decepción al no verlas cumplidas. Pero si no tengo expectativas con respecto a ella, cualquier cosa que reciba será una bendición, no algo que me deba. 

Cuando exigimos a las personas un determinado comportamiento, estamos preparándonos para ser ofendidos. 

Cuanto más esperamos de los demás, mayor posibilidad de caer.

Prisioneros y víctimas

Y cuando caemos en la trampa, nos convertimos en prisioneros de Satanás, quedamos atrapados en sus engaños, de tal forma, que pensamos que tenemos razón y que hemos sido tratados injustamente. Nuestra visión cristiana de las cosas se oscurece y juzgamos en base a presunciones, apariencias y comentarios de terceros.

El Diablo nos mantiene atados en ese estado de odio, frustración y amargura escondiendo la ofensa, cubriéndola con el manto del orgullo, que nos impide ver la verdadera realidad (como en el Edén con Adán y Eva) y que distorsiona nuestra visión. 

Y es que sucede que cuando pensamos que todo está bien, no cambiamos nada. El orgullo endurece el corazón y oscurece nuestro entendimiento. Nos impide ese cambio de corazón, el arrepentimiento, que nos puede hacer libres (2 Timoteo 2,24-26). 

El orgullo nos conduce al victimismo. Nuestra actitud, al sentirnos maltratados, justifica nuestro comportamiento. Creemos en nuestra inocencia y en que hemos sido acusados falsamente, y por consiguiente, no perdonamos. 

Pero aunque el verdadero estado de nuestro corazón esté oculto para nosotros y para los demás, no lo está para Dios. El hecho de que hayamos sido maltratados no nos da permiso para aferramos a la ofensa. ¡Dos actitudes equivocadas no son iguales a una correcta! 

Jesús nos da la solución para salir de la trampa y librarnos del engaño: "Te aconsejo que me compres oro acrisolado en el fuego para enriquecerte, vestiduras blancas para vestirte, y que no aparezca la vergüenza de tu desnudez, y un colirio para que unjas tus ojos y veas." (Apocalipsis 3, 18). Nos dice que compremos: oro refinado, vestiduras blancas y colirio. Extraño, ¿no?

"Oro refinado"

El oro refinado es suave y maleable, está libre de corrosión y de otras sustancias. Cuando el oro está mezclado con otros metales (cobre, hierro, níquel, etc.), se vuelve duro, menos maleable y más corrosivo. Esta mezcla se llama “aleación”. Cuanto mayor es el porcentaje de metales extraños, más duro es el oro. Por el contrario, cuanto menor es el porcentaje de aleación, más suave y maleable es el oro. 

Resultado de imagen de ORO REFINADOUn corazón puro es como el oro puro (suave, maleable, manejable). Sin embargo, un corazón impuro es como una roca dura. 

Hebreos 3,13 dice que los corazones se endurecen por el engaño del pecado. Si no perdonamos una ofensa, ésta produce más amargura, ira y resentimiento

Son estas sustancias agregadas las que endurecen nuestros corazones y reducen o eliminan por completo la caridad, produciendo una pérdida de la sensibilidad. Nuestra capacidad de escuchar la voz de Dios queda obstruida y nuestra agudeza visual espiritual disminuye. Es un escenario perfecto para el engaño del Enemigo. 

El primer paso para refinar el oro es molerlo hasta hacerlo polvo y mezclarlo con una sustancia llamada fundente. Luego, la mezcla se coloca en un horno donde se derrite con un fuego intenso. Las aleaciones e impurezas son captadas por el fundente y suben a la superficie. El oro, más pesado, permanece en el fondo. Entonces se quitan las impurezas o escorias (es decir, el cobre, hierro o zinc, combinados con el fundente) con lo cual el metal precioso queda puro. 

De manera parecida, Dios nos refina, nos enriquece con aflicciones, pruebas y tribulaciones, cuyo calor aparta impurezas como la falta de perdón, la contienda, la amargura, el enojo, la envidia. "He aquí te he purificado, y no como a plata; te he escogido en horno de aflicción"(Isaías 48,10). "En lo cual vosotros os alegráis, aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1,6, 7). 

"Colirio"

Otro elemento clave para librarnos de la trampa es nuestra capacidad para ver correctamente. Muchas veces, cuando nos ofenden, nos vemos como víctimas y culpamos a los que nos han herido. Justificamos nuestra ira, nuestra falta de perdón, la envidia y el rencor que surgen. No vemos claramente.

Resultado de imagen de COLIRIOJesús nos dice que con el colirio podemos ver nuestro verdadero estado y así, ser capaces de arrepentirnos. El arrepentimiento llega cuando dejamos de culpar a los demás. 

Recordemos la escena del Paraíso de Adán y Eva una vez cayeron en la trampa de la serpiente: 

Cuando Dios le preguntó a Adán por qué había comido del árbol prohibido, él le echó las culpas a Eva y al propio Dios: "La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí". (Génesis 3, 12). En el corazón de Adán no había arrepentimiento. 

Cuando Dios le preguntó a Eva, ésta le echó las culpas a la serpiente: "La serpiente me engañó y comí". (Génesis 3, 14). En Eva tampoco había arrepentimiento.

Cuando culpamos a los demás y defendemos nuestra posición, estamos ciegos. El colirio es la revelación de la verdad, que nos trae libertad y que conseguimos a través de la oración, de la Eucaristía, de la Adoración...en definitiva, cuando estamos en estado de gracia y en la presencia de Dios.

"Vestiduras blancas"

Las vestiduras blancas son el amor ágape. Es el amor que Dios derrama en los corazones de sus hijos. Es el mismo amor que Jesús nos da gratuita e incondicionalmente. No está basado en nuestras acciones, ni en las de otros, ni siquiera recibe amor a cambio. Es un amor que da, aunque sea rechazado. 

Imagen relacionadaSin Dios sólo podemos amar con un amor egoísta, un amor que no se da si no es recibido y correspondido. El ágape ama sin importar la respuesta. 

Este ágape es el amor que Jesús mostró al perdonarnos en la cruz. En su hora de mayor necesidad, sus amigos más cercanos le abandonaron: Judas le traicionó, Pedro le negó, y los demás huyeron para salvar sus vidas. Sólo Juan le siguió desde lejos. 

Jesús había cuidado de ellos durante tres años, los había alimentado y les había enseñado. 

Sin embargo, mientras moría por los pecados del mundo, Jesús los perdonó. Liberó a todos, desde sus amigos que le habían abandonado hasta el guardia romano que le había crucificado. Ellos no le pidieron perdón, pero Él lo brindó gratuitamente. Jesucristo no puso grandes expectativas en el hombre sino en el amor del Padre. 

Nuestras vestiduras blancas podemos adquirirlas a través del sacramento de la Reconciliación: en la confesión, con nuestro corazón contrito y arrepentido, Dios nos reviste de blanco, nos limpia y nos sana.