¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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miércoles, 24 de junio de 2020

LOS SACRAMENTOS EN LA PÁRABOLA DEL HIJO PRÓDIGO

"La palabra de Dios es viva y eficaz, 
más tajante que espada de doble filo; 
penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, 
coyunturas y tuétanos; 
juzga los deseos e intenciones del corazón. 
Nada se le oculta; 
todo está patente y descubierto a los ojos 
de aquel a quien hemos de rendir cuentas."
(Hb 4,12-13)

La Palabra de Dios no deja de sorprenderme cada día y aunque sé que una espada de doble filo que penetra hasta los tuétanos, siempre me maravilla y me suscita algo nuevo. 

Cuando uno cree (no sin una cierta dosis de orgullo) que ya sabe lo que dice un determinado pasaje porque lo ha leído muchas veces, llega Dios y te dice al oído: ¡Qué necio y torpe eres para creer lo que dijeron los profetas! Y yo le digo: ¡Cuánta razón tienes siempre, Señor, gracias, por modelarme cada día!
Hoy, leía de nuevo la parábola del hijo pródigo para redescubrir el amor misericordioso de Dios, que muestra la mirada compasiva de un padre que, por muchos fallos y rebeldías que vea en su hijo, no puede olvidar las necesidades de un hijo, y le da todo.

Y disfrutando de la lectura pausada, Dios me revela una nueva enseñanza "escondida". Poco a poco y según avanzaba en la meditación, he ido viendo aparecer algo que nunca había visto antes en el pasaje: los sacramentos. 
 
Gratuidad

El amor de Dios es gratuito, personal y sincero. No espera nada a cambio y se anticipa. Se entrega cuando se lo piden, aunque duela, como al hijo menor, que le da lo que le corresponde. Se da cuando no se lo piden, aunque sea obvio, como al hijo mayor, que le da todo lo suyo.

El Amor sale a nuestro encuentro y está siempre a nuestro lado, aunque ninguno de sus hijos lo agradezcamos, aunque ninguno lo veamos, aunque ninguno lo sintamos.

El Amor siempre se alegra de la vuelta a casa de un hijo. Siempre se alegra de encontrar la oveja que estaba perdida. Siempre se alegra de encontrar la moneda perdida. Siempre celebra fiesta por un hijo que estaba muerto (por el pecado) y ha resucitado.

Sacramento de la Eucaristía
Dignidad

La misericordia de Dios no es sólo una decisión de no juzgar; es un acto de amor que nos mantiene en el abrazo de Dios, a pesar de nuestros intentos de no sentirnos dignos de él.

Dios siempre nos considera muy valiosos porque nos creó a su imagen y semejanza, indicador de que el hombre es superior a los demás seres del universo.

Dios siempre nos encuentra dignos de amor y cuando lo aceptamos, ese amor nos transforma, nos viste de nuestra nueva naturaleza como hijos adoptivos de Dios.

La dignidad significa eminencia, superioridad, excelencia, grandeza. Eso es lo que nos devuelve Dios.

Una dignidad que se encuentra elevada y enriquecida por la gracia de la filiación divina y la correspondiente vocación del hombre al fin sobrenatural.

Sacramento del Bautismo
Perfección

En Mateo 5,48, Jesús nos dice: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto.” Ser perfecto como Dios significa reflejar el amor de Dios en el mundo.
  • Es perdonar y disculpar de su error, a mi mujer, a mi hijo, a mi hermano, sin llevar cuenta del daño.
  • Es comprender al que no es como yo y empatizar con su situación.
  • Es compartir todo lo que Dios me ha dado con los que me rodean.
  • Es consolar a quien está triste y herido.
  • Es alimentar al que está hambriento de amor.
  • Es acompañar a quien está solo y me necesita.
  • Es dar la vida por los demás.
  • Es hacer salir el sol (mi sonrisa) sobre el bueno y el malo, el justo y el pecador.
  • Es rezar por quien me insulta, me persigue y me odia para que se convierta al amor.
  • Amar al amigo o al enemigo es el mayor signo de la gratuidad del verdadero amor y la mayor prueba del amor cristiano.
 La perfección es amar como ama Dios.

Sacramento del Matrimonio/Orden sacerdotal
Donación

El amor misericordioso que recibo de Dios se convierte en la fuerza motivadora para darlo a los demás. Amo (perdono) con esa misma gracia que he recibido. Es el Espíritu Santo que me guía y me santifica.

“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mateo 5,7). Los misericordiosos somos quienes sabemos que Dios es misericordioso y, por lo tanto, somos igualmente misericordiosos con los demás.

Dios me llama a ser signo de su amor para mis prójimos, que, en la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10,25-37), son también los extranjeros, los distintos, o incluso los enemigos.
Sacramento de la Confirmación

Conversión/Sanación

La parábola del hijo pródigo simboliza el camino de conversión al que estoy llamado, como todos los cristianos. En ella, me veo reflejado en el:

-hijo menor: he usado mi libertad para alejarme del amor del Padre, buscando la felicidad en un lugar equivocado, encontrando solamente la amargura.

-hijo mayor: he permanecido junto a mi padre con un amor sin libertad, más como siervo distante, que como buen hijo y hermano.

Ambos necesitan convertirse. Ambos necesitan sanarse. Y yo, en alguna ocasión, soy uno y otro, o ambos a la vez.

La parábola no muestra un tercer hijo “perfecto” que no necesite conversión: el Señor quiere, con su amor, que me dé cuenta de que todos, sin excepción, tenemos que fomentar en nuestra alma la búsqueda del amor, el rechazo del yo egoísta y la donación libre y gratuita.

Mi conversión es un trabajo diario y continuo. Siempre es tiempo de conversión. Cada día es una gran oportunidad de renovación personal en el amor.

Sacramento de la Unción de Enfermos
Confesión

La parábola me presenta la espera paciente de mi Padre celestial que festeja con una maravillosa reconciliación.

Es el sacramento de la alegría. Los cristianos vivimos alegres porque nos sabemos hijos de Dios, hijos muy queridos, perdonados, vestidos, sanados, restaurados y dignificados.

Es con mi alegría y mi servicio, con los que muestro, en todos los ambientes, que en es el encuentro con una persona, Jesucristo, donde se encuentran todas las respuestas a los anhelos más profundos del corazón del hombre, donde se encuentra la felicidad plena y la perfección.

Sacramento de la Penitencia o Reconciliación.
A veces, Dios me esconde sus enseñanzas para regalármelas en su preciso momento, cuando más las necesito. Por eso y por mucho más, no me canso de darle gracias.
 
Gracias Señor por tu amor,
porque yo no existía y me creaste,
porque me amaste sin amarte yo,
porque antes de nacer ya me pensaste,
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu misericordia,
porque yo te abandoné y Tú me buscaste,
porque yo desprecié tu amor 
y Tú no subestimaste mi miseria.
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu piedad,
porque te exigí mi libertad y Tú no me la negaste,
porque me fui orgulloso y ufano de tu lado 
y Tú me has estado esperando todo este tiempo.
Gracias, Señor.

Gracias Señor por tu compasión,
porque volví humillado 
y Tú restableciste mi dignidad.
Gracias, Señor.

¿Cómo devolverte tanto amor?
¿Cómo restituir tanta misericordia?
Ahora ya lo sé 
porque Tú me lo has mostrado,
Gracias, Señor, gracias.

martes, 7 de enero de 2020

LA PRUEBA DEL AMOR

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"Hermanos míos, tened como suprema alegría 
las diversas pruebas a que podéis ser sometidos, 
sabiendo que la fe probada produce la constancia.
Dichoso el hombre que soporta la prueba;
porque si la ha superado, 
recibirá la corona de la vida 
que Dios ha prometido a los que le aman." 
(Santiago 1, 2-3 y 12)

Desde el principio, todas las criaturas de Dios somos probados en el amor. Los ángeles tuvieron que pasar la prueba. Nuestros primeros padres, Adán y Eva, también. 

La Sagrada Escritura está llena de ejemplos de pruebas: Noé, Abraham, Job, José, Moisés, David. El mismo Jesucristo se enfrentó a la mayor prueba de amor: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Juan 15, 13).

Desde la rebelión en el mundo angélico, luego trasladada a la tierra, nos encontramos inmersos en una batalla espiritual, queramos o no. Todos debemos enfrentarnos a la prueba y hacer una elección. O Dios o el Enemigo. O el Amor o el Odio. O, como dice el cardenal Sarah, Dios o nada.

Dios nos ha dado y nos da permanentemente pruebas de su amor. “Tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito” (Juan 3, 16). "Mirad cómo se manifestó el amor de Dios entre nosotros: Dios envió a su Hijo único a este mundo para que tengamos vida por medio de él. En esto consiste el amor; no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados." (1 Juan 4, 8-10).

El Señor viene siempre a nuestras vidas y reconforta nuestros corazones, cura nuestras heridas, nos repara, nos da fortaleza y aliento en nuestras caídas, para continuar caminando hacia Él. 

Dios nos regala un Amor gratuito, incondicional y sin límite, que no exige ni quebranta nuestra voluntad

Sin embargo, el amor, para ser completo, requiere reciprocidad. Por eso, nuestro amor a Dios depende sólo de nuestra libertad, una decisión de fe que demostramos ante la prueba.

Propósito de la prueba


Toda prueba tiene un propósito. Sólo si somos sometidos a la prueba, la calidad de nuestro amor y de nuestra fe a Dios se pone de manifiesto. 

Imagen relacionadaPorque el verdadero amor no se basa en sentimientos sino en una decisión de amar libre e incondicionalmente. El amor no se cuenta, se ofrece. No se explica, se da.

La prueba saca a relucir nuestra verdadera esencia, lo que hay en nuestro corazón: nos da la oportunidad de elegir entre amor u odio, agradecimiento o resentimiento, ganancia o pérdida, plenitud o vacío, vida o muerte.

A través de la prueba, el amor y la fe del cristiano se refuerzan y aumentan gracias y por medio de Jesucristo: "Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4,13)

"Amar a Dios es guardar sus mandatos" (1 Juan 5, 3). Es la fe en el amor que Dios nos tiene (también expresado en los mandamientos) la que nos salva. La fe hace posible aquello que humanamente es imposible.

Recompensa de la prueba


Pero, además, la prueba tiene una recompensa. Sin prueba no hay progreso. La recompensa de la prueba es transformarnos a la imagen de Jesucristo (Romanos 8, 29). 

Resultado de imagen de regalo de diosEsta es nuestra meta, nuestra santificación, y por eso, toda prueba está diseñada para alcanzar la perfección en el amor. 

Cuando experimentamos su amor incondicional, su cuidado, su perdón, su poder sanador, entonces, ese Amor Verdadero comienza a germinar en nuestro corazón y surge en nosotros el deseo de amar a Dios y a los demás de la misma forma.

Cuando dejamos que el amor de Dios inunde todo nuestro ser, comenzamos a transformarnos y a asemejarnos a Él, a reflejar Su amor en nuestra vida y en nuestras relaciones con los demás. No podemos dar lo que no tenemos. 

Por eso, para poder dar amor verdadero necesitamos recibirlo primero. Y para recibirlo, debemos elegir querer recibirlo. Porque Dios ya nos la ha dado primero.

Es entonces cuando nos transformamos en amor y conseguimos la meta para la que hemos sido creados: estar junto al amor de Dios y amarle por toda la eternidad.

"El amor es paciente, es servicial; 
el amor no tiene envidia, no es presumido ni orgulloso; 
no es grosero ni egoísta, no se irrita, no toma en cuenta el mal; 
el amor no se alegra de la injusticia; se alegra de la verdad. 
Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. 
El amor nunca falla" 
(1 Corintios 13, 4-8)

viernes, 28 de septiembre de 2018

EL ARTE DE SER DERROTADO

"El que ama a los hombres, 
ha de amarlos 
o porque son justos
 o para que sean justos."
(San Agustín)

Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen, a quienes nos difaman y calumnian, a quienes nos hacen sufrir, es una exigencia muy difícil de cumplir. Ni siquiera es un "buen negocio", al menos dentro de la lógica del mundo ni de los criterios humanos.

Sin embargo,
 a los cristianos se nos exige mucho más que al resto del mundo, que ama a sus amigos. Amar a nuestros enemigos es el camino indicado y recorrido por Jesús"Amad a vuestros enemigos y no hagáis frente al que os ataca"(Mateo 5, 39).

No obstante, es cierto que no podemos ser tan ingenuos ni cándidos como para desechar la justicia para exigir nuestros propios derechos, los de nuestra Iglesia y, por supuesto, los de Dios.

Aún así, cualquier renuncia, sacrificio u ofrecimiento no debe parecernos excesivo en bien del prójimo, incluso en el de nuestros enemigos. Así, nos asemejamos a Cristo que nos dio un ejemplo de amor totalmente por encima de cualquier medida humana. 

El "arte de ser derrotado"

El arte de ser derrotados es ceder a nuestro orgullo, a nuestra ansia de justicia o venganza y "dejarse derrotar". La grandiosa novedad de Cristo fue que se dejó derrotar por amor, para obtener la victoria sobre la muerte.

El arte de ser derrotado supone que cuanto más daño y ofensa nos hagan, más amor debemos dar, más tenemos que negarnos a nosotros mismos, más debemos reflejar la actitud misericordiosa de Cristo en la cruz: "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen". 

El arte de ser derrotados nos lleva a comprender a todos y a disculparlos, si bien este amor benigno no puede convertirse en indiferencia ante la verdad, la bondad y la belleza. Es necesario distinguir entre el error, que debe ser siempre rechazado, y el hombre que yerra, quien siempre conserva su dignidad aún cuando camine desviado por falsas ideas. Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios.Todos siguen siendo hijos de Dios, capaces de rectificar sus errores, de arrepentirse, de convertirse y alcanzar la gloria eterna
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El arte de ser derrotados implica no tratar jamás mal a una persona ni tener enemigos personales y considerar el pecado como el único mal verdadero, sin que ello esté reñido con la prudencia y la defensa justa, con la proclamación de la verdad ante la difamación, con la firmeza en defensa del Bien y la Verdad. 

Al error, lo llamará error y al mal, mal, pero al equivocado o al malvado, debe corregirlo con caridad y afecto para salvar su alma. San Agustín decía que debemos amar a todos, "no porque sean hermanos sino para que lo sean".

El arte de ser derrotados implica una disposición heroica de todo cristiano que mana de un corazón generoso y compasivo, benevolente y afable, bondadoso y apacible, benigno y complaciente, caritativo y misericordioso. Un esfuerzo audaz y valiente para ser capaces de comprender a nuestro prójimo y sus convicciones, aunque no las compartamos ni aceptemos.

Amar a nuestros enemigos no es nada fácil para nosotros pero, precisamente, es lo que nos diferencia de ellos, lo que nos configura en Cristo, lo que nos hace verdaderos cristianos: "Porque si amamos a los que nos aman, ¿qué mérito tendremos?" (Mateo 5, 46). 

Nada tiene el hombre tan divino como el amor. Nada tiene el cristiano tan de Cristo como la entrega al prójimo.

La fe en Cristo nos pide no sólo un comportamiento humano recto sino también virtudes heroicas y actos extraordinarios en nuestra vida ordinaria.

¿Por qué y cómo ejercer el arte de ser derrotados?

Jesús nos dice por qué: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5,48)Dios hace salir el sol sobre malos y buenos. Hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5,45). Su amor es para todos. La indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor, su misericordia perdona a sus enemigos. Él imitó al Padre muriendo por todos. Ejerció el arte de ser derrotado, sin enfrentarse a sus enemigos.

Y nos dice cómo hacerlo: "Rezad, rezad por vuestros enemigos". Rezar, no para que sean castigados, sino para que abran su corazón a Dios. Rezar para pedir la gracia necesaria para amarlos. Amar a nuestros enemigos supone edificar una profunda vida interior y de oración que obre el milagro. Sólo hay que pedir, pero debemos pedir bien.

El amor auténtico: Ágape

A diferencia del amor a los amigos, que proviene de un acto del sentimiento, el amor a los enemigos es un acto de la voluntad. Corresponde a nuestra libertad y albedrío decidir amar a quienes nos odian. Amándoles expresamos el auténtico amor, el amor "ágape". 
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Es el amor de servicio, el amor total, el amor incondicional, es un amor efectivo y no afectivo: hacer el bien a los demás, devolver bien por mal.

E
s el amor gratuito que no espera compensación, el amor abnegado que rechaza el orgullo y el egoísmo, el amor generoso que da hasta el extremo. 

Es el amor que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera (1 Corintios 13, 4-8). Es el amor del Padre que, hagan lo que hagan sus hijos, los sigue amando.

El man
damiento de Cristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34) significa "Daos los unos a los otros como yo me he dado a vosotros, servios los unos a los otros como yo os he servido". Cristo no nos habla de un amor de sentimiento sino de servicio, de entrega. "Darse", no como un sacrificio, sino como plenitud: cuanto más doy, menos tengo y más soy.

El ágape es el amor divino con el que Dios se anticipa a nosotros, la plenitud del amor que debemos imitar:

-Es donación al amadoDios nos lo ha dado todo con la Creación
- Es comunicación con el amado: Dios se nos ha comunicado con la Revelación
- Es semejanza al amado: Dios se ha hecho uno de nosotros en la Encarnación
- Es sacrificio por el amado: Dios nos ha dado su vida en la Redención
- Es obsequio al amado: Dios nos da el supremo bien de la Salvación.
San Pablo nos dice: "Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. (...) No devolváis a nadie mal por mal. (...) Estad en paz con todo el mundo. Amigos, no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así le sacarás los colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien" (Romanos 12, 14-21).

La enemistad es un signo de Satanás, el enemigo por excelencia (Génesis 3, 15). Adversario de Dios y de los hombres, siembra en la tierra la enemistad para destruirnos pero Jesús nos da poder sobre el enemigo al decir: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." (Juan 15, 13). Jesús dio la vida por sus amigos porque Él no tiene enemigos entre los hombres. Y así, nosotros tampoco debemos considerar enemigos a ningún ser humano.

La falta de formación, la ignorancia de la doctrina, los defectos patentes, la indiferencia ante la Verdad e incluso la maldad no deben apartarnos de esas personas. Más bien al contrario, han de ser para nosotros "llamadas" positivas, "toques de atención" precisos, "alarmas" apremiantes y "luces" claras que nos señalan una mayor necesidad de ayuda espiritual hacia quienes los padecen, un estímulo para intensificar nuestro interés por ellos y, nunca un motivo para despreciarlos ni alejarnos de ellos. 

El mandamiento de Jesús no deja lugar a ninguna duda: "amad a vuestros enemigos" y "dad la vida por ellos". Sin embargo, suscita en nosotros tres interrogantes: 

¿lo entiendo?
¿lo acepto?
 ¿lo vivo?