¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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sábado, 27 de julio de 2019

DOS CLAVES DE CRECIMIENTO PARROQUIAL

Nuestra Iglesia Católica pierde gente de sus parroquias a un ritmo alarmante. Algunas personas se van porque no se sienten cómodas. Otras, porque no llegan nunca a comprometerse. Otras, porque su vida llega a su término y mueren. Y los jóvenes vienen sólo si les traen sus padres. Y a una cierta edad, ni eso.

No podemos evitar que la gente se vaya de nuestras parroquias. Por supuesto, no podemos evitar que mueran. Pero podemos plantearnos cómo hacer, de nuestras parroquias, un imán para las personas.

He escrito sobre este tema en varias ocasiones y seguiré haciéndolo las veces que haga falta. Aunque uno sigue aportando su granito de arena y poniendo en práctica lo que escribe, aún sigue sorprendiéndome el hecho de que en ámbitos católicos, nadie parezca inquietarse por esto. Dentro de la Iglesia, sólo existe la preocupación por la falta de vocaciones sacerdotales y religiosas. 


Es cierto también, que nuestros monasterios y conventos envejecen a la par que sus denodados consagrados y sus perseverantes contemplativas. Pero es que, precisamente, el centro de gravedad de todo el problema de la falta de vocaciones, también, está en el crecimiento de comunidades parroquiales. Comunidades que puedan suscitar esas vocaciones.


Si nuestros monasterios echan el cierre por falta de "efectivos", si nuestras parroquias se van vaciando por falta de visión o por falta de misión, es que no estamos haciendo caso a la invitación de Jesús: 

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"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 20.y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado"(Mateo 18, 19-20; Marcos 16, 15; Lucas 24,47-48).

Con esta invitación, Cristo inició su Iglesia, delegando en sus apóstoles esa misma invitación para su continuidad y crecimiento. Hoy, dos mil años después, da la impresión de que hemos declinado esa invitación.

Para llevar a cabo esa invitación de Jesús, es decir, para que Su mensaje llegue hasta los confines de la tierra, para que nuestros monasterios y conventos eleven sus oraciones al cielo y para que nuestras parroquias crezcan cuantitativa y cualitativamente, los cristianos tenemos dos tareas: una, llegar a nuevas personas que están fuera, es decir, invitar, evangelizar, y dos, acoger, escuchar y ayudar a las que ya están dentro, es decir, discipular.

Invitar= Evangelizar

La mayor diferencia existente entre parroquias que crecen (porque algunas crecen) y las que se vacían o cierran, es la evangelización, es decir, el hecho de invitar a personas alejadas de la fe a un encuentro personal con el amor de Cristo.

Promover nuestras parroquias desde programas diocesanos y espacios publicitarios en medios o redes sociales de evangelización son grandes ideas, pero, a las pruebas me remito, por sí solos, no funcionan.

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La mayoría de las personas que realmente se encuentran con Dios son personas invitadas personalmente por un amigo o miembro de la familia, bien a través de un método de evangelización, de un grupo pequeño de fe, de una peregrinación, etc.

Nuestra Familia de fe crecerá, primero por amor, y segundo, por el "boca a boca"

Sin embargo, nadie que venga a nuestras parroquias se comprometerá con ellas tan sólo por el simple hecho de haber sido invitado por alguien conocido.

Las personas se comprometen de forma automática y natural por razones experienciales y vivenciales: por un sacerdote que se muestra cercano y comprometido con Dios y con la Verdad, por un ambiente de cálida acogida y fraternidad auténtica, por una escucha atenta de sus problemas, necesidades o heridas por parte de las personas que les reciben,  por una adecuada y continua formación en la fe, a través de grupos de oración, matrimonios, jóvenes, etc.

Evangelizar, invitar a las personas a la Iglesia es sólo la mitad de la ecuación. La otra mitad es enfocarse en que se comprometan y permanezcan a largo plazo, y la única clave para esto son las relaciones personales.

Acoger= Discipular
Como ya hemos dicho, las personas se acercarán a Dios y a su Iglesia por una invitación personal, o tal vez por algo que han visto o escuchado en relación con un retiro, una peregrinación, un contenido de enseñanza o un método de evangelización.

Pero las personas se quedan cuando desarrollan una conexión más profunda y personal con el Cuerpo Místico de Cristo. Vendrán porque han sido invitados, pero se quedarán cuando se sientan personalmente interpelados y comprometidos por, al menos, dos hechos:

-porque han desarrollado amistades auténticas en un grupo pequeño de fe.

-porque han dedicado su tiempo, talento y capacidad a comprometerse en un servicio.

No debemos confundir multitud con parroquia. Una multitud no es una comunidad. Una multitud puede convertirse en una comunidad parroquial, pero una multitud no es automáticamente, una parroquia. Puede haber mucha gente en momentos determinados pero, a la hora de una necesidad, puede que no haya nadie dispuesto o comprometido.

A los católicos se nos da muy bien "recibir". Mucho más que "dar". Es como si no nos hubiéramos enterado de nada de lo que Jesús nos ha dicho: "Hay más felicidad en dar que en la que hay en recibir" o "No hay amor más grande que el que entrega la vida por sus amigos". O puede que seamos "especialmente comodones" y "perezosos" para comprometernos.

Las parroquias con propósito, con visión y misión, son especialmente hábiles en mover a las personas hacia adentro y hacia afuera al mismo tiempo:

-Hacia el interior, mueven a la multitud hacia una comunidad atractiva, pidiéndoles que se comprometan con la parroquia, formándolas y sugiriéndoles su adhesión a un pequeño grupo o servicio. Promueven el compromiso personal de ellas, desarrollando los hábitos y las disciplinas propios de un discípulo. Mueven a las personas comprometidas hacia el núcleo de la parroquia, involucrándolas en el servicio a otros de la comunidad.

-Hacia el exterior, enviándolas de vuelta al mundo en misión para presentar a otras personas a Jesús.

Todos los miembros de una parroquia deberían estar formados y capacitados para invitar a otros a asistir y a pertenecer a ella. 

Y luego, para atender a los que ya se han incorporado a la comunidad, los sacerdotes y su núcleo de personas más comprometidas, deberían trabajar en dos tareas específicas: conectar a las personas entre sí, formando grupos pequeños de fe y conectar a las personas creando servicios pastorales.

¿Qué persona invita a un amigo a casa y luego le deja desatendido?

Los nuevos "creyentes" que formarán parte de nuestra parroquia dentro de uno o dos años a partir de ahora, son aquellos que se unen al grupo pequeño y se unen a un equipo de trabajo.

Resultado de imagen de evangelizar y discipularAprovechemos cualquier ocasión para invitar a otros a formar parte de nuestra familia, ya sea fuera o dentro de nuestra parroquia, en una boda o funeral, en un retiro, en una celebración de amigos, en un puesto de trabajo.

Y con los que ya forman parte de nuestra familia, invitemosles a seguir creciendo y madurando espiritualmente a través de la formación, el discipulado y el servicio.

Así es como crece la Iglesia: trabajando para llegar a nuevas personas y trabajando para cuidar a las personas que ya han llegado.

Así es como Jesús lo hizo. Así es como nos enseñó a amar a Dios y al prójimo.

jueves, 25 de julio de 2019

EL DOBLE CAMINO: ORACIÓN EN ACCIÓN

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"La acción es una oración con hechos!

¡Cuantas veces hemos hablado en "petite comité" sobre qué es más importante, la oración o la acción! ¡Cuántas veces hemos defendido qué va antes, la una o la otra!

Sin embargo, ambas no sólo no son contrapuestas ni excluyentes, sino que son absolutamente complementarias y dependen la una de la otra. Es como preguntarse ¿qué fue antes el huevo o la gallina?

El Papa Francisco hace poco, decía: "La escucha de la palabra del Señor, la contemplación y el servicio concreto al prójimo no son dos comportamientos contrapuestos, sino, al contrario, son dos aspectos ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que no van nunca separados, sino vividos en profunda unidad y armonía. Oración y acción están siempre profundamente unidas. Una oración que no lleva a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, en dificultad, es una oración estéril e incompleta. Pero del mismo modo, cuando en el servicio eclesial se está atento solo al hacer, se da más peso a las cosas, a las funciones, a las estructuras, y se olvida de la centralidad de Cristo, no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado."

De la oración brota la fuerza sobrenatural que hace eficaz la acción apostólica y de la acción brota la comunicación con Dios para saber cuál es su voluntad en cada actividad, en cada momento.

Sin oración, la evangelización se convierte en mero activismo sin sentido sobrenatural, sin alcance redentor. 

Sin acción, la contemplación se convierte en mero ensimismamiento sin sentido natural, sin alcance apostólico.
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Imagen relacionadaEl camino de la oración lleva necesariamente a la acción, y esta acción será más fecunda, mientras más intensa sea la vida de oración.

Es cierto que los "activistas" o defensores de la acción, pudieran ver la oración como una pérdida absoluta de tiempo. ¿Por qué rezar en lo escondido cuando pueden estar transformando el mundo?

Como también es cierto que muchos de los "orantes" o defensores de la oración, pudieran ver la acción como una pérdida impulsiva de energías. ¿Por qué hacer cosas en un mundo agitado cuando pueden estar en la tranquila presencia de Dios?


Y yo me pregunto, ¿hay una posición intermedia? ¿es posible hallar un equilibrio entre oración y acción?

Para la mayoría de nosotros, el equilibrio es un problema. Tendemos a pensar en términos de blanco y negro; de bueno y malo; de correcto y incorrecto; de importante y urgente.

Pero Dios, en su Palabra, nos muestra que en la vivencia de la fe cristiana, en la vida espiritual, existe un equilibrio perfecto entre oración y la acción:

Moisés escuchó la llamada de Dios en la soledad del desierto para, luego, cumplir Su voluntad, de regreso a Egipto y liberar a Su pueblo.

Jesús anunció el mensaje de Amor después de salir de la soledad del desierto, para luego, mantener un ritmo de acción y oración, moviéndose del mundo al Padre, y del Padre al mundo, una y otra vez.

Los apóstoles, después de la llegada del Espíritu Santo en oración, explotaron en acción.

San Pablo fue un denodado hombre de acción orante.

Henri Nouwen, r
econocido autor cristiano, dijo: “La vida cristiana no es una vida dividida entre tiempos para la acción y tiempos para la contemplación. No. La acción social real es una forma de contemplación, y la contemplación real es el núcleo de la acción social. . . La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos lleva a profundizar en él ”.

Nuestra vida de fe y servicio a Dios y a los hombres, gracias a la providencia divina, crea un espacio para que Dios trabaje en nuestro día a día.

Pasamos tiempo en silencio, Dios habla; Ayunamos, Dios nos llena; Adoramos, Dios nos habla; Hacemos una pausa, un retiro, Dios nos envía.

El Espíritu de Dios se mueve en, a través y alrededor de nosotros. Es entonces, cuando ocurre la verdadera transformación. Pero primero tenemos qu
e hacer espacio para Dios.

Una vez transformados por su Gracia, trabajamos con una fuerza sobrenatural para ren
ovar el mundo, pero no depende de nosotros.
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Oramos por los problemas del mundo, pero luego debemos comprometernos en las soluciones. Pedimos la intervención de Dios, pero Él quiere "necesitarnos". ¿No deberíamos, por lo tanto, orar mientras servimos? o ¿servir mientras oramos?

Por tanto, la oración es necesaria antes de la acción. Y durante y después de la acción, es también necesaria la oración.

La oración es comunicación, pero es mucho, mucho más. La oración nos conecta con el creador del universo, el Rey eterno. La oración alinea nuestros pensamientos y acciones con el Espíritu Santo, y entre nosotros.

El poder de la oración, une al pueblo de Dios con los propósitos de Dios, y puede cambiar el mundo. La oración llena nuestros corazones, nuestras manos, nuestras palabras y nuestras vidas con poder y significado. Cada movimiento que hacemos es una alianza con Dios, llena de oración, llena de esperanza y de fe en la voluntad de Dios. Cada palabra que oramos se combina con el poder del Espíritu Santo en una acción santa.

San Juan Pablo II dijo:
 “La misión sigue siendo siempre, primariamente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, que es su indiscutible ¡protagonista!”, recordándonos que por muy necesarios que sean los esfuerzos humanos, el éxito no depende de nosotros, pues la misión es “obra de Dios”. 

La Madre Teresa de Calcuta, sobre "rezar el trabajo" dijo: 
“Nuestra actividad será verdaderamente apostólica en la medida en que dejamos que Dios sea quien trabaje en nosotros y a través de nosotros. Así, mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa, en nuestra labor”
.

Dios siempre toma la iniciativa. No somos nosotros quienes damos el primer paso. Pero sí quienes nos comprometemos cuando escuchamos la voz de D
ios.

Esta es la idea: dejar a Dios ser Dios, dejar que Dios actúe mientras nosotros pedimos y servimos. No somos nosotros actuando; es Dios actuando a través nuestro. El éxito y la gloria son de Dios.
Oremos y escuchemos mientras Dios actúa a través de nuestro servicio. San Benito decía: "Ora et labora", y yo creo que se refería a realizar ambas a la vez. 

Ni podemos sólo quedarnos en la oración, pretendiendo que lo haga Él todo, ni salir a la acción sin conocer la voluntad de Dios, pretendiendo arreglar el mundo por nuestra cuenta.

Debemos vivir, servir y orar en un perfecto equilibrio
, el que Jesús nos enseñó: "oración en acción", o lo que es lo mismo, un servicio centrado en la voz de Dios y en la atención al hombre.

San J
uan Pablo II, dijo: "La oración debe ser cada vez más el medio primero y fundamental de la acción misionera en la Iglesia” porque “la auténtica oración, lejos de replegar al hombre sobre sí mismo o a la Iglesia sobre ella misma, le dispone a la misión, al verdadero apostolado”.

Benedicto XVI, sobre la Nueva Evangelización, dijo:“Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe contener una vida de oración. Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba”.

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Oración franciscana

Que Dios me bendiga con incomodidad
en respuestas fáciles, medias verdades y relaciones superficiales,
para que viva en lo profundo de mi corazón.

Que Dios me bendiga con santa indignación
ante la injusticia, opresión y explotación de las personas,
para que pueda trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

Que Dios me bendiga con lágrimas
por los que sufren dolor, rechazo, hambre y guerra
para que pueda extender mi mano para consolarlos 
y convertir su dolor en alegría. 

Y que Dios me bendiga con suficiente insensatez 
para creer que puedo hacer una diferencia en el mundo, 
para que pueda hacer lo que otros dicen no se puede hacer, 
traer justicia y bondad a todos nuestros pequeños y pobres. 
Amén

jueves, 28 de febrero de 2019

EL ANTES, EL DURANTE Y EL DESPUÉS DE UN RETIRO


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"Venid a mí todos los que estáis cansados y oprimidos, y yo os aliviaré." 
(Mateo 11, 28)

Anunciar y proclamar a Dios es la misión de todo católico. La evangelización es el mandato de Jesucristo a sus discípulos y la razón de ser de la Iglesia y por ello, a lo largo de toda su historia, ha cambiado la vida de millones de personas evangelizando "hasta los confines del mundo", anunciando a Jesucristo y proclamando su mensaje de amor y salvación.

Sin embargo, el anuncio de este acontecimiento, de esta gran noticia, se ha
 descuidado en los últimos tiempos. A veces, porque se anuncia sin ganas; otras, sin saber bien qué se anuncia; y casi siempre, sin conocer lo que implica.

Quizás por eso, hay momentos en la vida en que es necesario pararse para lograr un nuevo despertar o fortalecimiento de nuestra fe y encauzar nuestro camino, hacia un encuentro con nuestro Señor.

Son momentos en los tomamos consciencia de nuestras necesidades espirituales, en los que nuestros ojos miran al cielo y nuestra existencia se funde con la de Dios. Es cuando nos encontramos a Dios, le reconocemos y compartimos la mesa.

Muchas veces vamos por la vida a todo tren, como "pollos descabezados". Nos vemos arrastrados de un lado para otro por las situaciones y las circunstancias. ¡Siempre con prisas! ¿Qué estamos haciendo con nuestra vida?... ¡Alto! Necesitamos quietud, silencio, escucha, paz y vida interior intensa. 

El sentido de un retiro es pararse a pensar con calma en lo importante, mirar primero hacia el cielo, encontrar a Dios, para volver la mirada hacia el suelo y poner un poco de orden en las ideas. Familia, trabajo, vida, amistades... ¿Está todo en su sitio? ¿Tenemos que cambiar algún aspecto de nuestra vida?

Un retiro hace realidad ese "milagro" de un encuentro íntimo con Dios, proponiéndonos esa pausa que necesitamos en el "ruido diario", para encontrar un momento de descanso y paz, para conocerse a uno mismo y conocer lo que Dios quiere decirnosPara lograrlo, trato de tener en cuenta varias cosas:

Antes de un retiro

La evangelización nunca depende de mi esfuerzo humano. Tampoco un retiro se basa en un desenfrenado activismo que me mantiene demasiado ocupado como para no poder rezar antes. Porque todo es obra de Dios“Muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria…” (Lucas 10, 38).  

Debo tener en cuenta, como dice la encíclica Evangelii Gaudium, que "Jesús es el primero y más grande evangelizador". Y aunque, por puro amor, Dios quiere hacerme partícipe de su obra salvífica y me pide una entrega generosa y desinteresada, no debo caer en el error de entenderlo como un acto heroico y personal o como una necesidad que tiene Dios de mí. La obra es suya, a pesar de que me llama a colaborar con Él. 

Imagen relacionadaNo obstante, saber que todo es obra de Dios no puede servirme como excusa para no hacer nada. A veces, incluso apelo al ¡Me encomiendo a Dios! o ¡Dios proveerá!. Sin embargo, esta también es una actitud incorrecta que me coloca siempre en una zona de confort egoísta y perezosa

Por supuesto que Dios proveerá. De hecho, ya lo hizo cuando me regaló capacidades y talentos, corazón y voluntad para contribuir a su obra. Pero, debo tener mucho cuidado para que no me pase lo que al siervo que enterró sus talentos (Mateo 25, 14). Debo ponerme manos a la obra porque Dios no obra en mi pasividad, sino en mi actividad. 

Todo retiro debe empezar siempre por la oración, que es el medio por el cual Dios actúa, dándonos la fuerza y la capacidad para obrar cuando se la pedimos. Recordemos lo que decía de San Agustín: “Dame, Señor, lo que me pides, y pídeme lo que quieras”.

Tras la oración, debo tener una conversión personal, una adecuada formación y sobre todo, una relación personal e íntima con Jesús, es decir, vida interior. Sólo así es posible evangelizar. Sólo así es posible poder compartirle con otros.

Si mi corazón no arde por el amor de Dios en mi vida, no podré hacer que el corazón de otros se incendie. Como dice el Papa Francisco: “Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás?” (Homilía 13 Septiembre 2013).

Imagen relacionadaOtro gran error, es la falta de coherencia: decir una cosa y hacer otra. Sin un testimonio de vida coherente, no puedo evangelizar. La evangelización exige una vida coherente. Sin coherencia de vida, el mensaje no sólo no es creíble o no llega, sino que incluso genera rechazo. Y, sobre todo, si no me dejo guiar por la gracia de Dios, no podré ser nunca luz del mundo.

Desde luego, ninguno somos perfectos cristianos (yo, tampoco) pero no se trata de cuidar las apariencias como fariseos y llevar una doble vida como sepulcros blanqueados. Se trata de ser auténtico, de mostrarme sin doblez, sin máscaras, de ser sincero con Dios, conmigo mismo y con los demás. 

Durante un retiro

Además de todo lo anterior, durante el retiro es necesario ser cuidadosos para que, tanto servidores como líderes, seamos capaces de llevar a las personas a un encuentro real con Jesús.

Si soy servidor, debo:

Resultado de imagen de servidor y lider- Lo primero, orar para dejar que Dios me suscite lo que quiere de mí y abandonarme en sus manos, para servirle como Él quiere, en lugar de como a mí me apetece.

-Servir con alegría, en lugar de hacerlo  con "cara de acelga", a desgana o con "peros".

Acoger, escuchar y ayudar a todos los demás, en lugar de intentar "convencer" o "contar mi película".

-Ponerme a disposición de los demás con obediencia y humildad.

Si doy testimonio, debo:

- Exponer mi mensaje de una forma sencilla, clara y cercana, desde el corazón, con valentía y con fuerza, en lugar hacerlo de forma aburrida y tediosa, leyendo en exceso, o relatando sólo hechos… 

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- Testimoniar cómo Dios ha obrado y obra en mi vida, en lugar de hablar de otros temas o "enrollarme" demasiado.

- Proclamar y servir a Di
os con mi ejemplo de vida, con mi testimonio personal.

- No ser demasiado elevado o demasiado infantil, con lo que solamente busque hacer llorar o hacer reír.

- Enfocarme sólo en anunciar y participar en el plan de Dios, en lugar de buscar la aprobación o el beneplácito de mi audiencia.

- Tener muy presente que tanto el contenido (el qué) como la manera de decirlo (el cómo) tienen una importancia vital para llegar a los corazones de quienes me escuchan.



Si soy líder, debo:

- Orar cualquier decisión o dificultad y ponerme a disposición de la gracia.

Resultado de imagen de liderar-Estar más pendiente del amor con el que hago todo en lugar de preocupados en cómo se deben hacer las cosas.

- Liderar con caridad, con generosidad y humildad.

- Escuchar atentamente, acoger a todos con sinceridad y honestidad, tanto hacia los servidores como a los asistentes.

- Considerarme el primero y el último de los servidores.


Después del Retiro

Tras el retiro, no podemos bajar la guardiaDebemos seguir acogiendo y acompañando a las personas que se han encontrado con Dios. Toda la gracia derramada en un retiro puede echarse a perder una vez que haya concluido, si pensamos que el fin último es el retiro.

Es importante dar
 seguimiento al retiro. Si lo vivido en el retiro no arraiga, se seca. Recordemos la parábola del sembrador (Mateo 13, 1-9). Nuestro servicio al Señor incluye el llamado al crecimiento y madurez en la fe, según nos dice la Escritura: "enseñándoles a observar todo lo que os he mandado" (Mateo 28,20).
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Por tanto, mi servicio a Dios antes, durante y después de un retiro debe estar dirigido también a construir un camino de formación y de maduraciónPor eso, debo tomarme muy en serio a cada persona y el proyecto que Dios tiene para ella. (Evangelii Gaudium, No. 160).

También,
es debo dar a conocer las dificultades que nos vamos a encontrar al salir de un retiro y mostrar cómo perseverar. El mundo sigue girando y los problemas no se han esfumado después de un retiro. Siguen ahí pero debemos tener presente y explicarles a los demás que Dios está con nosotros siempre, y eso es lo que hace la diferencia de una nueva vida con los problemas del mundo: “Sólo el que persevere hasta el fin se salvará” (Mateo 10,22).

Como conclusión, a mi me ayuda mucho tener muy presente un pensamiento que me acompaña siempre que sirvo a Dios y a los demás: "Dios no elige a los capacitados sino que capacita a los que elige".

No obstante,
 Dios también quiere que seamos responsables con la tarea que nos encarga. Nos invita a cooperar con Él y dar lo mejor de nosotros para poder compartir este regalo con los demás, con la alegría y toda la fuerza que viene de su Espíritu Santo que nos impulsa ( 1 Juan 1, 1).


sábado, 24 de noviembre de 2018

APRENDIENDO A EVANGELIZAR


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"Id, pues, y haced discípulos míos en todos los pueblos, 
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, 
y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. 
Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". 
(Mateo 28, 19-20; Marcos 16, 15)

Porque el mundo necesita ser evangelizado, porque necesita encontrar amor, esperanza y propósito, porque necesita volver la mirada a Dios, Cristo nos exhorta a "ir", "predicar" y "hacer discípulos", es decir, nos invita a evangelizar.

Y para evangelizar, nosotros los cristianos, necesitamos saber evangelizar, aprender a expresar nuestra fe en público, a nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros compañeros, e incluso a nuestros enemigos. 

Aprender a evangelizar implica adoptar la actitud, la disposición, el talante, el comportamiento y la conducta correctas que, en sí mismas, ya son evangelizar. 

Necesitamos educarnos en la humildad y en la sencillez, para ser dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo y no sentirnos superiores a los demás, ni mejores que los demás...porque no lo somos.

Necesitamos aprender a "regalar" nuestro mensaje, que no "venderlo", con palabras y con obras...porque no se trata de convencer sino de amar.

Resultado de imagen de evangelizarNecesitamos aprender a compartir y mostrar cómo Dios actúa en nuestra vida, a veces, sin darnos cuenta y, otras, con total claridad...porque eso no puede ser rebatido.

Necesitamos aprender y practicar la experiencia de compartir nuestra fe, de tal forma, que no invada a los demás ni coarte su libertad...porque ese es el ejemplo que nos dio Cristo.

Necesitamos a contar a otros como Dios nos ofrece un regalo que depende exclusivamente de nosotros, aceptarlo o rechazarlo...porque Dios no se impone a nuestra voluntad.

Necesitamos aprender a establecer una escucha activa, una atención sincera y verdadera en lo que las personas quieren decirnos, en lo que quieren expresarnos, para comprender en qué parte del camino se encuentran...porque así podremos acompañarlos.

Necesitamos aprender a hacer las preguntas correctas con calma y sin alterarnos...porque aunque tengamos la Verdad y la razón, no debemos imponerlas ni hacer ver que están equivocados.

Necesitamos aprender a abandonarnos en Dios y a confiar en que Él, con su Gracia, actúa en nuestras debilidades y carencias, no en nuestras habilidades...porque Dios es quien cambia los corazones.

Necesitamos aprender a ser amables, caritativos y cariñosos para buscar el bien de los demás, no el nuestro...porque no se trata de destruir sino de construir, no se tarta de ganar sino ejercitar el "arte de ser derrotados".

Imagen relacionadaNecesitamos aprender a preocuparnos por los demás, no por propia satisfacción, sino por amor sincero a nuestros hermanos, a mostrar interés por sus dificultades, por sus problemas, por sus dudas, por sus heridas...porque Jesús nos enseñó a a ponernos en lugar de los demás y a ser amigos de nuestros enemigos.

Necesitamos aprender a cultivar la paciencia y la perseverancia porque nuestros tiempos no son siempre los tiempos de Dios, quien respeta nuestra libertad y sabe el momento preciso para actuar...porque nosotros, plantamos y Dios cosecha.

Necesitamos aprender a no elevarnos demasiado ni hablar con un lenguaje clerical o dogmático, de forma que los demás no puedan alcanzarnos...porque Jesús predicaba con palabras sencillas y comprensibles para todos los que le escuchaban.

Necesitamos aprender a mostrarnos al mundo como "otros Cristos", enamorados de Él y amados por Él y quien nos impulsa a dar ese amor recibido a otros...porque lo que no se da, se pierde.



sábado, 29 de septiembre de 2018

LA IGLESIA NECESITA...


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"Él hace que el cuerpo crezca, 
con una red de articulaciones que le dan armonía y firmeza, 
tomando en cuenta y valorizando las capacidades de cada uno. 
Y así el cuerpo se va construyendo en el amor."
(Efesios 4, 16)

Hace poco, en un retiro de Emaús, tuve la oportunidad de saludar personalmente a un sacerdote excepcional de Villanueva de la Calzada.  Y aunque no he tenido la ocasión de hablar más profundamente con él, me consta porque le leo, que tiene las cosas muy claras sobre lo que necesita la Iglesia, y entre otras, son las siguientes:

La Iglesia n
ecesita audacia y valentía para no dejarse arrastrar por la inercia de "lo de antes" ni acomodarse en la seguridad de "lo de siempre".

La Iglesi
a necesita transformar la caduca y obsoleta estructura  diocesana: las catequesis de iniciación cristiana, la distribución del clero, la pastoral de la economía, la pedagogía de la espiritualidad, etc. ¡Ya no funcionan!

La Iglesia nece
sita hacer autocrítica: dejar de estar "a la defensiva" cuando algo va mal, dejar de despejar balones fuera cuando se vacían las parroquias o cuando son ineficaces, dejar de culpar a la sociedad.

La Igles
ia necesita parroquias sanas, fuertes, vivas, vibrantes, que den ánimo y esperanza a otras parroquias y párrocos del entorno. Como organismo vivo que es, necesita que esté sana para crecer. Si una parroquia no está creciendo, es porque está enferma y puede que se esté muriendo. Algo estamos haciendo mal y por ello, debemos hacer todo lo necesario para diagnosticar el mal y corregirlo. No podemos permanecer pasivos.

Imagen relacionada¿Cuál es entonces el secreto para que una parroquia esté sana, fuerte, viva y vibranteEn una palabra: ¡Equilibrio!

Dios ha diseñado y creado el universo con este principio del equilibrio. También nuestro cuerpo tiene 12 sistemas diferentes y absolutamente necesarios para mantener su salud. Cuando éstos no están en equilibrio y no cumplen sus funciones determinadas, lo llamamos "enfermedad".

De igual manera que cuando nuestra vida no está equilibrada, enfermamos y morimos, si nuestra parroquia está desequilibrada, enfermará y morirá. 

Es el propio Jesús quien nos describe las bases sobre las que se asienta el crecimiento de una parroquia sana y fuerte en Efesios 4,  en Juan 17 y en Hechos 2.

Una parroquia crece al amparo de una comunidad: 
- a propósito y con propósito, que conjugue visión y misión.
viva y acogedora, que reciba y envíe personas
- alegre y floreciente, que ilusione y cree impulso
- agradecida y cordial, que no mire al pasado con nostalgia

Una parroquia profundiza con un discipulado:
- bien formado y educado en un liderazgo capacitador.
- que planifique y desarrolle estrategias.
- que realice diagnósticos. 
- que ejecute los objetivos y evalúe los resultados.

Una parroquia se fortalece con oración: 
- que discierna lo que viene de Dios y lo que es simple éxito mundano.
- que ofrezca sacramentos al alcance de todos.
- que celebre un culto enriquecedor que motive y movilice a todos.

Una parroquia trasciende con un servicio:
- que tenga una pastoral dirigida a la persona.
- que dinamice estructuras.
- que huya de un laicado "atrofiado" y "anestesiado".
- que evite el clericalismo y el providencialismo.

Una parroquia crece con la evangelización:

compartiendo métodos y experiencias de conversión.
- dando plenitud a los dones y carismas que tienen sus fieles.
- sin inventar ni abolir nada.
- sin pedir a Dios que bendiga lo que hacemos, sino sumarnos a lo que ya está bendiciendo. 

Es necesario estar continuamente corrigiendo y analizando el equilibrio de estos cinco principios de toda comunidad parroquial, porque existe una tendencia a priorizar aquello en lo que sentimos fuertes y a abandonar lo que nos da más trabajo o nos requiere mayor cantidad de tiempo: una parroquia puede ser fuerte en comunidad, pero débil en evangelización; otra puede ser fuerte en el culto, pero débil en el discipulado; incluso otra puede ser fuerte en el evangelización, pero débil en el servicio. 

Imagen relacionadaCentrándonos por igual en cada uno de las cinco puntos, nuestras parroquias desarrollarán un sano equilibrio que hará posible su crecimiento duradero y sólido.

Cristo nos recuerda que hay que podar un árbol para que crezca. En la Iglesia faltan jardineros que se dediquen a la poda… Y eso genera árboles devaluados… que dan poco fruto o que no dan ninguno.

Cristo nos recuerda que ya ha vencido. Nadie se alista a un ejército en retirada, nadie es de ningún equipo perdedor. Sólo es posible avanzar con una moral de victoria. Hay que ilusionar y crear pasión.

lunes, 20 de agosto de 2018

UN GIGANTE DORMIDO

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"Vosotros sois la sal de la tierra.
Si la sal se desvirtúa, ¿con qué se salará?
Para nada vale ya, si
no para tirarla a la calle y que la gente la pise". 
Vosotros sois la luz del mundo. 
Una ciudad situada en la cima de un monte no puede ocultarse. 
No se enciende una lámpara para ocultarla en una vasija, 
sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los que están en casa. 
Brille de tal modo vuestra luz delante de los hombres 
que vean vuestras obras buenas y glorifiquen a vuestro Padre, 
que está en los cielos" 
(Mateo 5, 13-16)

Las primeras comunidades cristianas tenían una fuerte convicción de pertenencia a la Iglesia de Cristo, un auténtico amor por Cristo y por sus hermanos que provocaba "envidia" en los demás, una gran exigencia de vivir comunitariamente en torno a Dios, que llevaban hasta el extremo, incluso, de dar la vida por la fe. Vivir a Cristo era una "cuestión en serio". 

Llamarse “cristiano” equivalía a una sentencia de muerte, un camino que podía llevar al martirio, pero que, a su vez, era semilla de nuevos cristianos. Ser cristiano era un don preciado, que ni la misma muerte podía arrebatar, y que sintetizaba el verdadero espíritu de lo que es ser cristiano ayer, hoy y siempre.

Con el transcurrir de los siglos, los laicos se han ido convirtiendo en un "gigante dormido", acomodado y perezoso que ha olvidado su misión. Los laicos se han convertido en cristianos de segunda clase cuya misión dentro de la Iglesia se ha limitado a ser "monaguillos adultos", "lectores ocasionales", "pasadores de cepillos", "catequistas a disposición" o "asistentes"pasivos. Se han convertido en una comunidad "domesticada", contemporizadora, acomplejada, pasiva y callada que ha relegado su fe al ámbito privado. 

Son muchos cristianos los que piensan que la fe debe vivirse de "puertas adentro"; que a Dios hay que llevarle en el corazón, que no hace falta manifestar la fe exteriormente; que actúan y viven como si Dios fuese "particular" o incluso, como si no existiera.

Testimonio público y forma de vida
Creo sinceramente que es el tiempo de los laicos. Los Santos Padres así lo han afirmado. El laico es ese gigante no sólo por su gran número de miembros en la Iglesia, sino por la fuerza, el ardor y el ímpetu que le capacita para transformar el mundo desde su base, desde sus cimientos. 

“El gigante dormido” debe despertar para reavivar y tomar una conciencia de su importante protagonismo y corresponsabilidad en la misión salvífica de la Iglesia, en la evangelización del mundo entero.

Un gigante cuya identidad es ser testigo de Cristo, dar testimonio público de su mensaje de amor. 

Atrás quedaron los tiempos en los que el apóstol, el misionero, el evangelizador, era el sacerdote o el religioso. "Id y haced discípulos de todas las naciones" implica "estar", implica "hacer discípulos" en todos los ámbitos, en todos los entornos, en todas las circunstancias en las que nos encontramos. 

La Iglesia somos todos los bautizados y por tanto, la misión evangelizadora que Cristo nos encomendó es una tarea que nos compete a todos los cristianos, también a nosotros los laicos. Fundamentalmente, a los laicos.

La evangelizac
ión de los nuevos tiempos se hará por los laicos o no se hará. O los laicos evangelizamos o nadie lo hará. O hacemos discípulos o nadie lo hará. Y esto no sucederá no sólo por la falta de vocaciones sacerdotales o por la avanzada edad de muchos de ellos, sino porque los laicos no accedamos a los ámbitos donde ellos no llegan. es nuestra misión.

La Iglesia ya no es el lugar donde hacer presente a Cristo. No sólo. Es necesario hacerle presente en la calle, en la corazón de la sociedad. Sí, ha llegado nuestra hora, la de los laicos. De nosotros depende, fundamentalmente, la tarea evangelizadora.

Conscientes de nuestra responsabilidad misionera, tenemos que comprender que la evangelización no puede ser la misma en el siglo XXI que la que llevaron a cabo los primeros cristianos, la que se llevó a cabo en la Edad Media, la que se llevó a cabo en el descubrimiento de América y posteriormente. No puede ser misión exclusiva de los sacerdotes o religiosos. No puede...porque las circunstancias históricas han cambiado.

El mundo ha cambiado. Lo hace cada día, cada minuto. Este mundo complejo y en continuo cambio nos exige ajustarnos a sus nuevas exigencias, nos reclama conocer las nuevas características de nuestra sociedad, nos obliga a discernir las necesidades del hombre de nuestro tiempo.

Porque un hecho es evidente: Nuestro mundo ha optado por la ausencia de Dios. Nuestra sociedad ha dado la espalda a Dios, se ha olvidado de Él. La gran tragedia del hombre actual es que Dios no apasiona, no interesa a casi nadie. El hombre de hoy vive su vida preocupado de sus asuntos, ni piensa en Dios ni cree necesitarle, ni siquiera quiere que se hable públicamente de Él, le molesta que se hable de Él y trata de impedirlo.

El cristianismo ha quedado encerrado en las sacristías, en los confesionarios, en los templos. El mensaje evangélico ha dejado de trascender a la vida pública. El cristiano de hoy no hace de su fe un modo de vida.

Conversión, comunión y misión
El mundo actual es irreligioso y laicista: la sociedad, el estado, la escuela, la familia...No vive la fe. En ningún lugar público.

El cristianismo necesita conversos. O quizás "re-conversos". Necesita que las personas vuelvan a dirigir su mirada a Dios y eso sólo puede ocurrir a través de un encuentro con el mismísimo Cristo.

El cristianismo necesita laicos que vivan en comunión, no aislados. La fe no es una cuestión individual. Es una vida comunitaria de entrega incondicional, de servicio, de amor en Jesús, de "Dios con nosotros".

El cristianismo necesita laicos que sean testigos de Cristo y lleven la experiencia de su encuentro con Él a otros.

El cristianismo necesita laicos que vivan la fe todas las horas del día y en todos los lugares: en casa, en la Iglesia, en la calle y en el trabajo. Íntegramente, sin dobleces ni camuflajes, sin separar sus creencias de la vida pública o la vida privada. 
El cristianismo necesita laicos que sean "luz del mundo y sal de la tierra". Si renunciamos a manifestar públicamente nuestra fe, a ser testigos de Cristo, no será posible la evangelización.

El cristianismo necesita hacer que Cristo reine, no sólo en los corazones de los hombres sino en las familias, en la sociedad, en las naciones, en todos los pueblos, en el mundo entero.

El cristianismo necesita salir del individualismo y del personalismo. La defensa de nuestra fe no puede hacerla cada cual por su lado, sino que tenemos que trabajar juntos, mantenernos unidos. 

El cristianismo necesita comprender que lo que importa es Jesucristo, no "mi" causa, no "mi" parroquia, no "mi" diócesis, no "mi" orden, no "mi" movimiento, no "mi" método. Sólo Cristo.

El cristianismo necesita evangelizar eficientemente, haciendo creíble el Evangelio a los ojos de los demás en nuestro ejemplo de vida, para así, acercarse a Dios y a la Iglesia. Porque desgraciadamente, las parroquias se están vaciando por muchas razones y los sacerdotes parecen limitarse a esperar que las personas se acerquen a ellos por "arte de magia". Pero no lo harán si nosotros, los laicos, no las llevamos de la mano.

¡Despertemos al gigante del sueño de la pasividad, de la fantasía de la comodidad y de la alucinación del aletargamiento para que asuma con renovado ardor su vocación misionera: ser luz y sal para el mundo!