¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

lunes, 25 de diciembre de 2017

EL SILENCIO EN LA LITURGIA

Resultado de imagen de silencio en la liturgia

Aún a riesgo de ser monótono y reiterativo, sigo desgranando el libro del cardenal Sarah "La fuerza del silencio", un compendio de formación teológica y litúrgica, que comparto en mis artículos de reflexión.

Hoy, me detengo en el capítulo III, donde el prefecto de la Congregación para el Culto divino y la disciplina de los Sacramentos habla del "silencio litúrgico".


El Cardenal Sarah señala que, en Occidente, existe un cierto maltrato intencionado hacia la noción de sagrado.  De hecho, afirma que hay en la Iglesia quienes mantienen una pastoral horizontal centrada más en lo social y político que en lo sagrado, fruto de la ingenuidad y del orgullo.

A menudo, en la Iglesia occidental se desprecia la sacralidad, considerándola una actitud infantil y supersticiosa, la cual manifiesta - dice Sarah- el "engreimiento de unos niños mimados". 

Ante Dios, que quiere comunicarnos su amistad y su intimidad, los hombres sólo podemos alcanzarla con una actitud humilde y sincera, reconociendo nuestra pequeñez y nuestra miseria. 

Imagen relacionadaSin esta actitud de humildad radical no hay amistad posible con Dios. Ante su grandeza, el hombre debe empequeñecerse. ¿Quién es el osado que se atreve a alzar la voz ante el Todopoderoso? Ante su majestuosidad, nuestras palabras carecen de sentido y ni, por asomo, están a la altura de su Infinitud. 

Las Sagradas Escrituras nos exhortan a guardar silencio ante Dios "¡Silencio ante el Señor Yahveh," (Sofonías 1, 7) pero no como una prohibición que Dios nos impone ante su poder sino como una forma de adoración para comunicarse mejor con nosotros "¡Escuchadme en silencio!" (Isaías 41,1).

En "Orientale Lumen", S. Juan Pablo II nos exhorta a la "necesidad de aprender un silencio que permita a Dios hablar, cuando y como quiera".  El silencio sagrado permite al hombre ponerse gustosamente a disposición de Dios y a abandonar esa actitud arrogante y vanidosa  de que Dios está a nuestra merced y pendiente de nuestros caprichos infantiles.

El silencio sagrado en la liturgia nos ofrece la posibilidad de apartarnos del "mundanal ruido" y del "profano tumulto". El silencio es el lugar donde podemos encontrarnos con Dios al abandonarnos a Él en una confianza plena. 

El silencio sagrado debe limitar al mínimo las palabras durante la celebración eucarística. Los sacerdotes, las religiosas dedicadas al servicio, los ministros deben limitar palabras y movimientos, porque están en presencia de Aquel que es la Palabra.

Imagen relacionadaA partir de la reforma de Pablo VI, dice el cardenal, "se ha instalado en la liturgia un aire de familiaridad inoportuna y ruidosa, bajo el pretexto de intentar hacer a Dios fácil y accesible". 

Esta intención humanamente loable, reduce nuestra fe a simples buenos sentimientos, con los que "algunos sacerdotes se permiten comentarios interminables, planos y horizontales" en el convencimiento de que el silencio aleja a los fieles de Dios. 

"Algunos sacerdotes, con una actitud negligente y despreocupada,  se acercan al altar con aire triunfal, charlando, riendo o saludando  a los asistentes para hacerse los simpáticos, en lugar de sumirse en un silencio sagrado y reverencial ante la presencia del Todopoderoso, convirtiendo las celebraciones litúrgicas en tristes y superficiales espectáculos llenos de ligereza y mundanidad". 

Y es que, por desgracia, somos testigos en algunas ocasiones, de cómo sacerdotes y obispos actúan como "speakers" o  animadores de espectáculos y se erigen en "protagonistas de la Eucaristía". Todos deberíamos tener claro que el único protagonista de la Eucaristía es Jesucristo. El problema es que muchos dudan o incluso, no creen que Cristo esté presente.

Estoy completamente de acuerdo con Sarah cuando dice que "muchas veces, las palabras contienen una ilusión de transparencia, una espiritualidad deslumbrante que pretende entenderlo todo, dominarlo todo, ordenarlo todo".

Algo en lo que siempre debemos estar atentos, tanto laicos como sacerdotes, cuando damos testimonio de Dios o cuando hablamos en una homilía, es que nuestro objetivo debe ser siempre "alumbrar" y no "deslumbrar", nuestra meta debe ser mostrar a Dios y nunca a nosotros mismos.

La modernidad es charlatana porque es orgullosa. Las palabras deslucen todo aquello que las supera. Hechizados por el ruido de los discursos humanos y prisioneros de él, corremos el peligro de construir un culto a nuestra medida, un dios a nuestra imagen o como dice S. Juan Pablo II en Orientale Lumen, "el misterio sagrado se cubre de un velo silencioso para evitar que, en lugar de Dios, construyamos un ídolo, un becerro de oro".

Dios se nos revela a través de su Palabra pero cuando la traducimos a "palabra humana" pierde valor y rotundidad para hablar de su inmensidad, de su profundidad y de su misterio. Sencillamente, está lejos del alcance de nuestro pobre lenguaje humano. Querer definir al Señor con nuestras miserables y diminutas palabras es, cuanto menos, una sacrílega forma de empequeñecer a Dios. 

Dios es demasiado grande para tratar de comprenderlo y, menos aún, para tratar de definirlo. Nuestros testimonios u homilías deberían prepararse en el silencio de la oración, delante del Santísimo, donde Dios nos interpela, nos habla y nos hace saber lo que quiere de nosotros; y estoy seguro de que lo último que quiere es que hablemos de nosotros mismos.

Imagen relacionada
Como dice el cardenal Sarah "para hablar de Dios hay que empezar por callar, pues una homilía no consiste en una suma de conocimientos teológicos o de un compendio de interpretaciones exegéticas, sino en el eco de la palabra de Dios". 

De la misma forma, nuestro testimonio no debe ser una sucesión de hechos y vivencias sino la presencia evidente de Dios en nuestra vida.

Continúa diciendo que "la liturgia está enferma porque algunos sacerdotes, durante las celebraciones, ceden a la gran tentación de ser originales, introduciendo improvisaciones que no hacen sino banalizarla y desposeerla de su carácter sagrado". Habla, con rotundidad, de que las celebraciones se desarrollan con una "locuacidad ruidosa" por culpa de la "omnipresencia del micrófono" que las convierten en simples conferencias superficiales humanas.

El silencio litúrgico no es una pausa entre palabras o rituales, sino que es una disposición radical, una conversión. Etimológicamente, "conversión" significa "girarse", "volverse hacia Dios". 

Imagen relacionadaAsí, el cardenal defiende la celebración de cara a Oriente, es decir, el sacerdote de espaldas a la asamblea y vuelto hacia el Señor, porque "le protege de la tentación de convertirse en un espectáculo (show), en un actor protagonista, en un profesor que mira a su clase y que reduce el altar a un estrado cuyo eje no es la cruz sino el microfono".

Y es una realidad que yo he observado en algunos sacerdotes. No utilizan el mismo tono cuando oran en público, cuando están hablando al Señor, que cuando se dirigen a "su público". Parecen elevarse, e incluso ponerse por encima de Dios. Es cuando todas sus frases comienzan por "yo"...

Aparte de la homilía, durante la misa es necesario prescindir de cualquier discurso o explicación porque si no corremos el riesgo de convertir el culto de adoración y acción de gracias en la exhibición y exaltación del sacerdote. 

Cuando nuestra asistencia a la Eucaristía depende de la locuacidad o de la capacidad de expresarse del sacerdote, es señal inequívoca de que Dios no es lo importante para nosotros. 

Cuando los aplausos irrumpen  en la liturgia, es prueba evidente de que la Iglesia ha perdido la esencia de lo sagrado. 

Cuando el sacerdote se eleva al papel de actor protagonista, cuando habla de sí mismo, la liturgia deja de ser para gloria de Dios y santificación de los hombres y se convierte en un mitin personal en el que dejamos de mirar a Dios y miramos al hombre.

Me gustaría hacer mías las palabras tanto de Monseñor Guido Marini: "el silencio de los laicos durante la Eucaristía no significa inactividad o ausencia de participación, sino que nos sumerge en el acto de amor con el que Jesús se ofrece al Padre en la Cruz para salvarnos a todos", como las de Benedicto XVI, "las oraciones que hace el sacerdote en silencio le invitan a personalizar su tarea, a entregarse al Señor".

Podemos asegurar que el silencio exterior es la ausencia de ruido, de palabras y de actos, mientras que el silencio interior es la ausencia de afanes o deseos desordenados. 

Imagen relacionadaPor tanto, el ruido caracteriza al individuo que quiere ocupar un lugar preeminente o importante, que quiere presumir o exhibirse. 

El silencio interior caracteriza a la persona que quiere ceder su lugar a otros y sobre todo, a Dios, alguien en disposición hacia Dios, alguien "vuelto hacia Dios". 

Y nuestro mayor ejemplo de silencio y disposición humildes es nuestra Madre María, la Virgen Santísima, que nos prepara, precede y muestra el camino para el encuentro con Dios. 

El "Hágase en mí según tu palabra" que debemos imitar de María implica silencio, humildad y obediencia para que la Palabra de Dios hable y cobre vida en nosotros.

En conclusión, tenemos que guardar silencio, no por una cuestión de ociosidad sino de actividad. Un silencio activo en el que nuestro móvil interior esté con plena batería y con la máxima cobertura para poder recibir la llamada de Dios.


miércoles, 20 de diciembre de 2017

MI GRAN PASIÓN, MI GRAN AMOR

Imagen relacionada

"Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado." 
 (Cantar de los Cantares 2, 16)


Hoy quiero hablar de pasiones. Pero, sobre todo, hoy quiero hablar de amor.

La pasión (del latín, patior, que significa sufrir o sentir) es una emoción o sentimiento muy fuerte hacia una persona, tema, idea u objeto. Es un vivo interés, admiración, entusiasmo o deseo por una propuesta, causa, actividad, etc.

La pasión está más relacionada con una fuerte afinidad, a diferencia del amor que está más relacionado con el afecto y el apego.

El amor
 (del latín, amor, -ōris) es un sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona a la que se le desea todo lo bueno, resultante y generador de una serie de actitudes, emociones y experiencias. 

Sin embargo, el verdadero amor trasciende del sentimiento y pasa a ser la manifestación de un estado del alma o de la mente, identificada con Dios mismo. Un amor incondicional, compasivo, altruista, que no espera nada a cambio.

La imagen puede contener: una persona, de pie, en el escenario, noche, concierto y de trajeUna de mis grandes pasiones desde hace 35 años ha sido Depeche Mode. Tengo todos sus discos y jamás me he perdido ninguno de sus conciertos en sus giras por España, desde el año 1982. 

El pasado sábado, estuvieron en concierto en Madrid. Esta vez no fui. No quise ir.

Imagen relacionadaOtra de mis grandes pasiones ha sido el Real Madrid. Soy socio y abonado desde hace 25 años y tengo dos buenas localidades en el Bernabeu que siempre he utilizado. 

El próximo sábado, es el clásico R. Madrid-Barcelona. Esta vez no iré. No quiero ir. 

Durante gran parte de mi vida he pensado que lo tenía todo para ser feliz, que mis pasiones me llenaban el corazón. Pero un buen día me di cuenta que me faltaba algo. Ahora soy consciente que lo que yo creía que me hacía feliz, ya no me ilusiona.

Algo (o todo) ha cambiado en mi vida...radicalmente. He abandonado muchas de mis formas de vivir y de pensar, de entusiasmarme y de apasionarme... Me he liberado de muchas esclavitudes que tenía, de muchas cadenas en forma de emociones, que me ataban a pasiones efímeras que no terminaban de saciarme del todo.

He descubierto mi gran amor: Dios.

Antes, mis conversaciones giraban en torno a la música o al fútbol. Hoy, mis conversaciones y mis escritos giran en torno a Dios. Ahora, el deseo ferviente de mi corazón es acercarme más y más a Dios; mi gran pasión es hablar con Él y de Él, ir a verle, a adorarle...


Resultado de imagen de madre teresa de calcuta nunca te detengasY es que cuánto más le conozco, más le amo. Cuanto más descubro lo mucho que me quiere, más deseo servirle y hacer su voluntad. Cuánto más consciente soy de que todo lo que tengo es porque Él me lo regala, más libre soy. Cuánto más veo su grandeza, más pequeño me veo.

Son, sin duda, síntomas evidentes de "estar enamorado". No encuentro otra explicación.

El verdadero amor te hace más fuerte, valiente, audaz, rebosante de vida y de alegría, y saca lo mejor de ti.

El verdadero amor te hace tener sólo ojos para el otro y olvidarte de ti mismo.

El verdadero amor hace que el tiempo deje de existir, que el universo se colapse al ritmo de cada eucaristía, de cada adoración, de cada visita al Santísimo...y las palabras, cesan ante Su grandeza.

Dios ha cambiado mi vida y no puedo quitármelo de la cabeza. No quiero. Mi gran amor, mi gran pasión es Dios. Y lo más importante...no es que yo esté enamorado de Él sino que Él está enamorado de mi.

"Todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. 
El que no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor (...)

Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído. 
Dios es amor; y el que está en el amor, está en Dios, y Dios en él. 
En esto consiste la perfección del amor en nosotros: 
en que tenemos confianza absoluta (...) 

Nosotros amamos porque él nos amó primero." 

(1 Juan 4, 7-8, 16 y 19)

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL ANHELO DEL CIELO, OBJETIVO DE NUESTRO PARCHÍS

Imagen relacionada
"El hecho de que nuestro corazón anhele algo 
que la tierra no puede darnos 
es prueba de que el cielo debe ser nuestro hogar".
(C.S. Lewis)

Ayer estuvimos en el funeral de Gonzalito, el hijo pequeño de Cristina y Ángel, que ha partido al cielo después de apenas dos años de estancia en la tierra. 

El P. Javier Siegrist fue quien celebró la Eucaristía. Y digo bien: celebró, porque fue una fiesta en la que dábamos gracias a Dios por la llegada de un nuevo santo al cielo, a pesar del dolor que supone la separación física y más de un niño pequeño. 

Pero anoche, todos los presentes festejábamos con gozo el hecho de que Gonzalo es un Hijo de Dios que ha llegado a su destino, que ha alcanzado el propósito para el que fue creado: Reunirse con su Padre y Creador.
El P. Siegrist lo explicó de forma maravillosa. Nos dijo que la vida es como un parchís donde cada familia tiene un color.
Resultado de imagen de parchis

Cada color tiene fichas (miembros de la familia) que deben salir del "casillero" (vivir su vida), pasar por distintas casillas (vivencias), evitar ser "comidas" (problemas), y finalmente, pasar por el pasillo de nuestro color y así, conseguir el objetivo final: llegar al centro, el cielo. 

Es cierto que cuando una ficha de nuestro color entra en el centro, ya no la vemos más, ya no juega pero, eso sí, nos hace avanzar diez casillas.

Y es que el ser humano es una "ficha" que anhela llegar al "centro" del tablero para así ganar la felicidad. Cada vez que una de nuestro color llega al centro, cada vez que alguien de nuestra familia llega al cielo, nos hace adelantar casillas.  Avanzamos en santidad y en fe, en la certeza de llegar allí, sin detenernos por ninguna causa, para estar de nuevo reunidas todas.

El anhelo de vida eterna es una de las características que identifican a quien es hijo de Dios (por el bautismo) y cuyo destino está en el Creador. 

Dice el Salmo 63, 2: "Oh Dios, tú eres mi Dios; desde el amanecer ya te estoy buscando, mi alma tiene sed de ti, en pos de ti mi ser entero desfallece cual tierra de secano árida y falta de agua." 

Un hijo de Dios quiere ir hacia él y, por eso, nada del mundo puede distraerlo, nada puede "comerlo". 

Fuimos concebidos para llegar al centro. Es cierto que mientras estamos en el vientre de nuestra madre, nos encontramos muy cómodos y no queremos salir de allí. Sin embargo, cuando llega la hora traumática del parto, vemos la luz y unos brazos amorosos de madre nos esperan para acercarnos a su pecho, y después, presentarnos a nuestro padre, que llora de júbilo. Toda la familia llora de alegría.

Así es también nuestro tránsito de esta vida terrenal al cielo, a la vida celestial para la cual fuimos concebidos. 


Al cruzar el umbral de la muerte, nuestra Madre, la Virgen María nos espera impaciente con los brazos abiertos para llevarnos a la presencia de nuestro Padre y presentarnos al resto de nuestra familia: los santos y los ángeles. En ese momento, todo el cielo es un cántico de júbilo.

Si jugamos nuestra partida desde la certeza absoluta de que el Cielo es nuestro hogar eterno, nuestras prioridades y decisiones se alinearán con el objetivo del juego, con la meta a la que Dios nos llama a todas sus fichas: a vivir eternamente en su presencia.

En el Cielo ya no estaremos preocupados por que nos "coman" (enfermedades, pruebas, dolor, sufrimiento) o por cuántas casillas nos faltan para llegar (tentaciones, limitaciones, debilidades, necesidades).


En el "centro" descansaremos. Descansaremos en brazos de Dios.

jueves, 14 de diciembre de 2017

DONES, FRUTOS Y VIRTUDES DEL ESPÍRITU

Imagen relacionada

¿Qué es un don del Espíritu? ¿Qué es una virtud? ¿Cuáles son las diferencias entre dones y virtudes? ¿Qué son los futros? ¿Identifico los frutos del Espíritu en mí y en otros?

Hoy hablaremos sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros a través de los dones y las virtudes, que se exteriorizan en los frutos.

Dones

Los Dones del Espíritu Santo son medios imperecederos proporcionados por Dios por los que obtenemos las gracias, talentos y carismas necesarios para sobrellevar la vida terrena y alcanzar la santidad.
Son cualidades que se imparten al alma, la hacen sensible a los movimientos de la gracia y le facilitan la práctica de la virtud.

Nos hacen escuchar la silenciosa voz de Dios en nuestro interior y así, ser dóciles a los delicados toques de su mano.

Podríamos decir que los dones del Espíritu Santo son el "aceite" del alma, mientras la gracia es la "gasolina".

Los dones del Espíritu Santo son siete:
  • Sabiduría. Nos proporciona un conocimiento amoroso de Dios, de las personas y de las cosas creadas por la referencia que hacen a Él. Este don está íntimamente unido a la virtud de la caridad y nos dispone a tener "una cierta experiencia de la dulzura de Dios".
  • EntendimientoNos proporciona un conocimiento más profundo de los misterios de la fe al vivir en gracia de Dios y que nos hace crecer en santidad. Este don está íntimamente unido a  la virtud de la fe y nos dispone a tener un mayor conocimiento de  la voluntad de Dios.
  • Ciencia. Nos proporciona una comprensión de lo que son las cosas creadas como señales que llevan a DiosEste don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos enseña a juzgar rectamente todas las cosas creadas para ver en ellas la huella de Dios, percibir la sabiduría infinita, la naturaleza y la bondad de Dios. 
  • Consejo. Nos proporciona experiencia y madurez para discernir con los ojos de DiosEste don está íntimamente unido a la virtud de la prudencia y nos ayuda a elegir los medios que debemos emplear en cada situación y a mantener una recta conciencia. 
  • Piedad. Nos proporciona la voluntad de fomentar un amor filial hacia Dios y un especial sentimiento de fraternidad para con los hombres por ser hermanos e hijos del mismo Padre. Este don está también íntimamente unido a la virtud de la fe y nos ayuda a tratar a Dios con confianza, la de un hijo hacia su padre.
  • Fortaleza. Nos proporciona la fuerza necesaria para vencer los obstáculos y poner en práctica las virtudes. Este don está íntimamente unido a la virtud de la fortaleza y nos ayuda a resistir y aguantar cualquier clase de peligros y ataques, así como al cumplimiento del deber a pesar de todos los obstáculos y dificultades que encuentre. 
  • Temor de Dios. Nos proporciona un amparo de Dios y un deseo de no ofenderle,y es consecuencia del don de sabiduría y su manifestación externa. No es miedo en sí mismo, sino la voluntad de no dañar ni desobedecer a Dios en ningún sentido con nuestra conducta.
Estos siete Dones del Espíritu son permanentes, nos ayudan a ser más dóciles a la voluntad de Dios y a conseguir la perfección de las Virtudes.

Virtudes

Santo Tomás de Aquino decía que "La gracia perfecciona la naturaleza", lo que significa que, cuando Dios nos da su gracia, no arrasa antes nuestra naturaleza humana para poner la gracia en su lugar. 
Dios añade su gracia a lo que ya somos, a las virtudes naturales, que nos regala al nacer y a las sobrenaturales, que nos concede durante nuestra vida. Todas ellas, encaminadas a ponérnoslo fácil para ser santos.

Las virtudes del Espíritu son hábitos adquiridos o cualidades permanentes del alma que dan inclinación, facilidad y prontitud para conocer y obrar el bien y evitar el mal. Crecemos en virtud en la medida en que crecemos en gracia.

Pueden ser sobrenaturales, cualidades infundidas y aumentadas directamente por Dios y naturales, hábitos adquiridos y aumentados por la práctica perseverante, por nuestro propio esfuerzo y disciplina.
  • Teologales
Virtudes sobrenaturales, que junto con la gracia santificante, son infundidas directamente por Dios en nuestra alma, cuando recibimos el sacramento del Bautismo. 

Son tres:

-Fe. En Dios creemos. El apóstol Pablo dice que “la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11,1). Según el catecismo "la fe es un acto personal, una respuesta libre del hombre a la iniciativa de Dios que se revela". 

Es la virtud sobrenatural infundida por Dios en el entendimiento, por la cual asentimos firmemente a las verdades divinas reveladas por la autoridad o testimonio del mismo Dios que revela. 

Es un principio de acción y de poder que Dios nos concede y que hay que pedírsela, que se caracteriza porque no es pasiva, sino que conduce a una vida activa alineada con el mensaje y el ejemplo de vida de Jesús. 

La fe se pierde por un pecado grave contra ella, cuando rehusamos creer lo que Dios ha revelado.

-Esperanza. En Dios esperamos. Es la virtud sobrenatural con la que deseamos y esperamos la vida eterna que Dios ha prometido a los que le sirven, y los medios necesarios para alcanzarla

En otras palabras, nadie pierde el cielo si no es por su culpa, por un pecado directo contra ella, por la desesperación de no confiar más en la bondad y misericordia divinas. Si perdemos la fe, la esperanza se pierde también, pues es evidente que no se puede confiar en Dios si no creemos en El.

-Caridad. A Dios amamos. Es la virtud por la que amamos a Dios por Sí mismo sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios

Se le llama la reina de las virtudes, porque las demás, tanto teologales como morales, nos conducen a Dios, pero es la caridad la que nos une a El. Donde hay caridad están también las otras virtudes. 

La caridad es la capacidad de amar a Dios con amor sobrenatural y se pierde sólo cuando deliberadamente nos separamos de Él por el pecado mortal, igual que la Gracia Santificante.
  •  Cardinales
Infundidas también por Dios en el alma por el Bautismo, se llaman así porque de ellas dependen las demás virtudes morales. Estas virtudes no miran directamente a Dios, sino a las personas y cosas en relación con Dios. 

Son aquellas que nos disponen a llevar una vida moral o buena, ayudándonos a tratar a personas y cosas con rectitud, es decir, de acuerdo con la voluntad de Dios. 
Son cuatro: 

-Prudencia. Es la facultad que perfecciona nuestra inteligencia para juzgar con rectitud, sin precipitación y sin premeditación. El conocimiento y la experiencia personales facilitan el ejercicio de esta virtud. 

-JusticiaEs la facultad que perfecciona nuestra voluntad para salvaguardar los derechos de nuestros semejantes a la vida y la libertad, a la santidad del hogar, al buen nombre y el honor, a sus posesiones materiales. 

-Fortaleza. Es la facultad que perfecciona nuestra conducta para obrar el bien a pesar de las dificultades. La perfección de la fortaleza se muestra claramente en los mártires, que prefieren morir a pecar. La fortaleza no podrá actuar si somos conformistas, si tenemos miedo a ser señalados, criticados, menospreciados, ridiculizados e incluso perseguidos.

-TemplanzaEs la facultad que perfecciona nuestro instinto para dominar nuestros deseos, y, en especial, para usar correctamente las cosas que dan placer a nuestros sentidos. La templanza no elimina los deseos, sino que los regula y modera, especialmente el uso de los alimentos y bebidas, y el placer sexual en el matrimonio.  
  • Morales
Las virtudes morales naturales son hábitos adquiridos por nosotros. Existen muchas:

-Piedad filial y Patriotismo. Nos dispone a honrar, amar y respetar a nuestros padres y nuestra patria. 

-Obediencia. Nos dispone a cumplir la voluntad de nuestros superiores como manifestación de la voluntad de Dios. 

Están la Veracidad, Liberalidad, Paciencia, Humildad, Castidad, y muchas más; pero, en principio, si somos prudentes, justos, recios y templados aquellas virtudes nos acompañarán necesariamente, como los hijos acompañan a los padres.

Frutos

Las virtudes se evidencian a través de los Frutos del Espíritu y Pablo las enumera en su carta a los Gálatas 5,22-23: "amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia". Son las "pinceladas anchas", los "trazos gruesos" que perfilan el retrato del cristiano auténtico.

Son doce, de los cuales, los cinco primeros están relacionados fundamentalmente con Dios:
  • Caridad/Amor. El amor es la primera manifestación de la unión del cristiano con Jesucristo, es el fundamento y raíz de todos los demásEl Espíritu Santo, Amor Infinito, comunica al alma su llama, haciéndola amar a Dios con todo el corazón, con todas las fuerzas y con toda la mente y al prójimo, por amor a Dios. La caridad nos hace generosos. Vemos a Cristo en nuestro prójimo, e invariablemente lo tratamos con consideración, siempre dispuestos a ayudarle, aunque sea a costa de inconveniencias y molestias. Donde falta este amor no puede encontrarse ninguna acción sobrenatural, ningún mérito para la vida eterna, ninguna verdadera y completa felicidad.
  • Gozo/Alegría. Al fruto principal del Espíritu Santo, el amor, "sigue necesariamente el gozo, pues el que ama se goza en la unión con el amado". La Alegría, que emana espontáneamente de la Caridad o Amor, da al alma un gozo profundo, producto de la satisfacción que se tiene de la victoria lograda sobre sí mismo, y del haber hecho el bienEs una alegría desbordada y optimista, que no se apaga en las tribulaciones, sino que crece por medio de ellas y por la cual irradiamos un resplandor interior que se aprecia en el exterior.
  • Paz. El amor y la alegría dejan en el alma la paz, "la tranquilidad en el orden", como la define San Agustín, y nos da serenidad, tranquilidad y ecuanimidad. El Gozo verdadero lleva en sí la paz que es su perfección, porque supone y garantiza el tranquilo goce del objeto amado que, por excelencia, no puede ser otro sino Dios, y de ahí, la paz es la tranquila seguridad de poseerlo y estar en su gracia. Esta es la paz del Señor, que supera todo sentido, como dice San Pablo (Filipenses 4,7) pues es una alegría que supera todo goce fundado en la carne o en las cosas materiales, y para obtenerla debemos inmolar todo a Dios. 
  • Paciencia. La Iglesia Católica nos enseña que la plenitud de amor, gozo y paz solo se alcanzará en el cielo. Mientras tanto, nuestra vida es una permanente lucha contra enemigos, visibles e invisibles, y contra las fuerzas del mundo y del infierno. Por eso, el Espíritu Santo nos infunde la paciencia para sobrellevar esta lucha con buen ánimo, sin rencor ni resentimiento, haciéndonos superar los obstáculos y las turbaciones que produce en nosotros, y para encontrarnos en armonía con las criaturas con que tratamos. 
  • Longanimidad. Parecida a la paciencia, es una disposición estable que confiere al alma una amplitud de visión y de generosidad por las cuales somos capaces de esperar el tiempo que Dios quiera antes de alcanzar las metas deseadas, cuando vemos que se retrasa el cumplimiento de sus designios. Sabe tener bondad y paciencia con el prójimo, sin cansarse por su resistencia y su oposición. No se subleva ante el infortunio y el fracaso, ante la enfermedad y el dolor. Desconoce la auto compasión: alzará los ojos al cielo llenos de lágrimas, pero nunca de rebelión. Longanimidad es coraje y  ánimo en las dificultades que se oponen al bien, es un ánimo sobrenaturalmente grande para concebir y ejecutar las obras de la verdad.
Los siguientes frutos están relacionados con el prójimo:
  • Bondad. Es la disposición de beneficiar al prójimo, de hacer el bien a los demás. Es una disposición a  defender siempre con firmeza la verdad y justicia. No busca el beneficio ni la comodidad propias. No juzga, ni critica ni condena a los demás;. Jamás compromete sus convicciones ni contemporiza con el mal. La bondad, efecto de la unión del alma con Dios, bondad infinita, infunde el espíritu cristiano sobre el prójimo, haciendo el bien y sanando a imitación de Jesucristo. 
  • Benignidad. Es una disposición estable al deseo del bien de los demás y procurarlo. Es una disposición constante a la indulgencia, amabilidad y a la afabilidad en el hablar, en el responder y en el actuarNos dispone a tener una consideración especial por los niños y ancianos, por los afligidos y atribulados. Se puede ser bueno sin ser benigno teniendo un trato rudo y áspero con los demás; la benignidad vuelve sociable y dulce en las palabras y en el trato, a pesar de la rudeza y aspereza de los demás. Es una gran señal de la santidad de un alma y de la acción en ella del Espíritu Santo. 
  • Mansedumbre. Relacionada con las dos anteriores, la mansedumbre es la perfección de ambas. La mansedumbre se opone a la ira, que quiere imponerse a los demás y se opone al rencor que quiere vengarse por las ofensas recibidas. Hace al cristiano delicado y lleno de recursos. Le dispone a entregarse totalmente a cualquier tarea que le venga, pero sin agresividad ni ambición. Nunca trata de dominar a los demás. Sabe razonar sin ira, con persuasión y dulzura en las palabras, y jamás llega a la disputa.
  • Fidelidad. Es la disposición a mantener la palabra dada, ser puntuales en los horarios y cumplidor en los compromisos, que glorifica a Dios, que es verdad. Quién promete sin cumplir, quien fija hora y llega tarde, quien es cortés delante de una persona y luego la desprecia a sus espaldas, falta a la verdad y a la fidelidad.
Los tres restantes frutos están relacionadas con la virtud de la Templanza:
  • Modestia. Es la disposición a la justicia y el equilibrio ante cualquier situación, que conociendo sus propios talentos, ni los empequeñece ni los aumenta, ya que no son resultado de sus trabajos sino que es un don de Dios. La modestia es atrayente porque exterioriza sin quererlo una sencillez, orden y calma interiores. La modestia "pone el modo", es decir, regula la manera apropiada y conveniente en cualquier situación: en el vestir, en el hablar, en el caminar, en el reír, en el jugar. reflejando pureza del alma, excluyendo todo lo áspero, vulgar, indecoroso y mal educado.
  • Continencia. Es la disposición del alma que mantiene el orden en el interior del hombre y evita lo que pueda empañar su pureza exterior e interiorContiene en los justos límites la concupiscencia, no sólo los placeres sensuales, sino también los placeres concernientes al comer, al beber, al dormir, al divertirse y en los otros placeres del mundo.  
  • Castidad. Es la disposición hacia la victoria sobre la carne y que hace del cristiano templo vivo del Espíritu Santo. El alma casta, ya sea virgen o casada (porque también existe la castidad conyugal, en el perfecto orden y empleo del matrimonio) gobierna su cuerpo, en gran paz y en inefable alegría de la íntima amistad de Dios.

miércoles, 13 de diciembre de 2017

AUSENCIA DE JUVENTUD

Resultado de imagen de iglesia envejecida

Muchos lo vemos, muchos lo pensamos, muchos miramos a otro lado y pocos lo decimos: "la realidad de nuestra Iglesia Católica, la evidencia de la mayoría de nuestras comunidades parroquiales es la terrible ausencia de juventudCatólicos entrados en años y sacerdotes, metidos en años".

Con frecuencia escuchamos que "faltan vocaciones"... y yo me pregunto ¿cómo no van a faltar si en muchas de nuestras parroquias se da una desproporción tan alarmante? ¿Cómo van surgir vocaciones sacerdotales si no existen comunidades que las susciten? ¿Cómo van a existir comunidades cristianas si escasean los sacerdotes jóvenes capaces de "llegar" y de  "acercar" a nuestros jóvenes a Cristo?

Desde un punto de vista sociológico, nuestras parroquias son organizaciones desproporcionadas, sin armonía cuya media de edad oscila entre los 60/65 años. Es una terrible y peligrosa asimetría.

Resultado de imagen de MisaDesde un punto de vista docente, los métodos y los lenguajes, a menudo, están caducos y obsoletos. Y digo "métodos y lenguajes", que no mensaje, porque tenemos el mejor de los anuncios, el mayor regalo del universo y sin embargo, o no nos lo creemos o no sabemos "venderlo". 

Lo digo, principalmente (y con dolor de corazón), por el "piñón fijo" que algunos sacerdotes mayores siguen utilizando en las homilías, basado en un lenguaje que no llega, en un estilo de oratoria que los jóvenes son incapaces, no ya de entender, sino tan siquiera escuchar. 

Está claro que la Iglesia de Cristo no puede ni debe ser ni un parvulario, ni una escuela o instituto, ni un club de matrimonios, ni una residencia de ancianos pero si reflexionamos un poco, llegaremos a la certeza de que Jesús concibió y fundó su Iglesia para que fuera una familia completa, donde los niños fueran la alegría, los jóvenes la esperanza, los adultos el compromiso y los ancianos la experiencia.

Imagen relacionadaUna parroquia formada en su mayoría por personas mayores confiere serenidad y equilibrio, y que en comunión con los adultos, aporta compromiso y servicio, pero sin jóvenes, pierde alegría, valor, fuerza vital, creatividad y visión de futuro. El problema es de doble dirección: a los mayores les incomodan los jóvenes y viceversa.

Y es que debemos entender que la juventud es y será siempre "joven". Y los jóvenes difícilmente escuchan a los mayores, y menos, si hablan "otro idioma". 

La juventud es impetuosa, osada, ruidosa y hasta inconstante, pero nosotros como adultos maduros debemos ser capaces de recordar que una vez también fuimos jóvenes entusiastas, contestatarios y algo desordenados...esas mismas actitudes de las que el Espíritu Santo puede servirse para recordarnos a los "mayores" que a ningún cristiano le es lícito anclarse en el camino hacia Dios y que, como dijo Jesús: "para entrar en el reino de Dios hay que ser como niños". Él no dijo: "hay que ser como ancianos".

¿Por qué los jóvenes no van a la Iglesia?

Existen una serie de factores por los que los jóvenes sufren un cierto stress que les hace mantener la mirada puesta lejos de la Iglesia. 

Su psicología ante las expectativas de futuro les hace ser inconstantes, inseguros y confusos. Les resulta difícil conectar con los mayores tanto en la familia como en la sociedad. Ven la Iglesia como "algo para viejos" y huyen de la norma y de la autoridad. Viven bajo una gran preocupación por el futuro, por la adquisición de un trabajo y se liberan a través del deporte y del ocio.  

Son particularmente vulnerables e influenciables por la tiranía de los medios de comunicación y las redes sociales. Son la "generación tecnológica" , de la imagen, del "smart phone", de la música de la electrónica. 
Imagen relacionada
La Iglesia no puede competir con la TV, el cine, los conciertos y mucho menos con Facebook, Twiter o Instagram. Allí es donde encuentran su forma de pensar y de actuar. Su vida va tan "acelerada" que no tienen tiempo para dedicar a la liturgia o la oración.

La sociedad de consumo les regala multitud de principios cómodos, de estímulos atractivos y de actividades excitantes que distan mucho de los valores trascendentales. 

La Iglesia les parece poco creíble y atractiva, solamente convincente con el recurso de la autoridad. Su estructura les parece desfasada, anónima, fría, distante y poco satisfactoria, en un mundo donde lo que prevalece es el hedonismo y la satisfacción propia.

Los jóvenes se sienten rechazados por los mayores y, por ende, piensan que la Iglesia no les acepta, nos les toma en serio ni les escucha; que no les comprende ni se preocupa de ellos ni de sus necesidades; tienen la impresión de ser mirados con recelo, criticados y señalados; se sientes descuidados y relegados.
Resultado de imagen de jovenes cristianos
La juventud pide ser escuchada, no mañana, sino hoy. Quieren ser partícipes de las decisiones y de las actividades, en definitiva, sentirse útiles y valorados. 

Desean que, en la Iglesia, los mayores se atrevan a darles responsabilidades, a dejar que tomen decisiones, a participar y preparar las celebraciones, a ser parte activa de la vida parroquial. En definitiva, a ser "visibles".

Pero en la Iglesia se cuenta poco con ellos, no se les comprende ni se les acepta en las tareas pastorales, no les ofrecen experiencias vivas de celebración y comunidad. Según los jóvenes, los sacerdotes parecen no entender ni su forma de pensar ni de  actuar; no entienden el papel que pueden desempeñar dentro de las parroquias; tampoco favorecen su participación en la vida parroquial; les ven lejanos y distantes con ellos; no se hacen entender en sus homilías ni son participativos con ellos.

En general, es difícil para los jóvenes aceptar a la Iglesia por su sentido tradicional, normativo y jerárquico. Por su espíritu vital y participativo exigen "otra Iglesia" que les escuche y otra actitud que les responsabilice.

Entonces ¿cómo atraer a los jóvenes?

En primer lugar y por razones de vitalidad y supervivencia, los jóvenes deben ser prioritarios en los planes de pastoral. Unos planes de pastoral que, sin rodeos ni complejos, anuncien valiente y descaradamente a Cristo, que no conviertan a los jóvenes en "robots" de la ley y la norma, y que enseñen la "alegría" y el amor del Evangelio.

Siempre que en la Iglesia se ha presentado toda la grandeza de Je­sús, su amor y, también, sus exigencias, la juventud ha respondido. Recordemos si no a S. Francisco de Asís, a S. Ignacio de Loyola, a S. Francisco Javier o a Santa Teresa de Lisieux. 

Jesús anunciado no como una "idea" sino como un amigo, vivo y cercano, es capaz de atraer al más joven y al más reacio.

Es necesario dar una oferta atractiva y válida a los jóvenes. Estoy convencido que el pasotismo, la desilusión, el escepticismo y la falta de compromiso entre la juventud son la respuesta a una sociedad que no tiene ofertas válidas, y a unos católicos que hemos diluido la fuerza del mensaje cristiano. 

Es necesario hablar, explicar y presentar con buena pedagogía el mensaje. Por lo general, nuestras palabras son etéreas; nuestras homilías, somníferas; nuestros planes de pastoral, irreales; los signos de nuestras celebraciones no son explicados, o son mal presentados o, 
simplemente, incomprensibles a la juventud de hoy.

No estaría de más que los sacerdotes explicaran muchos de los signos litúrgicos que nuestra juventud desprecia, porque los ignora. Nadie se acerca a lo desconocido. como tampoco puede amar lo que no conoce.
Es necesario pedir a los responsables de alto nivel más sensibilidad con los jóvenes, menos vetos a sus ideas, más escucha a sus necesidades y más participación en sus realidades.

En nuestras parroquias, no podemos vivir indefinidamente de la renta de generaciones pasadas; como tampoco podemos dar "carta blanca" a tanto capricho, superficialidad, relativismo e imposición por parte de algunos curas contra el sufrido pueblo.

Es necesario que la comunidad cristiana reconozcamos los carismas, los dones y los talentos de la juventud y le ofrezca el lugar que le corresponde. 

Es vital que las parroquias dejen de ser espacios poco acogedores o, tal vez, incluso incómodos para los jóvenes. 

Una gran ayuda: la oración

Muchos estamos convencidos que esta "perdida de identidad", esta "desubicación" de la Iglesia en el mundo de hoy, y esta "desproporcionalidad" en nuestras parroquias se deben a la falta de oración, a la escasez de oradores y adoradores. 

Porque sólo el que ora y el que adora tiene sentido de Dios, conciencia de la presencia de Cristo y la guía del Espíritu Santo, para situarse como servidor de Dios y de los hombres.

Sin oración, todo está perdido.

¿Qué cosas debemos cambiar?

Hay que cambiar muchas cosas, empezando por cambiarnos a nosotros mismos: en la medida que los mayores seamos más humildes, en la medida que renunciemos a nuestras suficiencias y añoranzas, en la medida que valoremos la novedad constante del Evangelio, y en la medida que aceptemos las diferentes maneras de comprenderlo y vivirlo, por parte de los más jóvenes.

Resultado de imagen de jovenes cristianosEs necesario un "nuevo avivamiento" del mensaje evangélico, se precisa un "nuevo nacimiento" de Jesús, para que nuestros jóvenes, ya sean humildes pastores o sabios reyes magos, puedan acercarse al portal a adorar al Niño, puedan comprender al ángel o a la estrella que les anuncia la salvación.
Pero, esto no será posible si nosotros, los adultos (sacerdotes y laicos comprometidos con Dios), no recuperamos en nuestro interior y con toda su fuerza, el fuego del mensaje de amor de Nuestro Señor Jesucristo.

Nada de eso será posible mientras no nos digamos el uno al otro: "¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?" (Lucas 24,32).

Entonces, seremos capaces de vivir "con el corazón en ascuas" y gritar al mundo que "¡Jesucristo ha resucitado!".

Si tomamos conciencia de ofrecerles todo esto a nuestros jóvenes, serán capaces de volver a llenar de nuevo nuestras parroquias, no forzados por sus padres o su entorno, sino por propia iniciativa.
Serán capaces de enfrentarse a la poderosa atracción del mundo; serán capaces de encararse contra quienes, por su propio y exclusivo interés, les imponen gestos, actitudes, modas, ideologías y los criterios a seguir.

Serán capaces de darse cuenta de quién les "come el coco" en su provecho egoísta; serán capaces de crecer en la fe, con una personalidad liberada del mal..., entonces, amanecerá un nuevo día para la humanidad y para la misma Iglesia.