¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

miércoles, 2 de diciembre de 2020

¡BENDITA LOCURA!

"Alegraos y regocijaos, 
porque vuestra recompensa será grande en el cielo" 
(Mateo 5,12)

Recuerdo que de pequeño me preguntaban, como a todos los niños, qué quería ser de mayor. Yo decía cualquier cosa: futbolista, rico, famoso... Eran deseos de la infancia, pero lo que de verdad pensaba era... ser feliz.

Sí, lo reconozco abiertamente: hoy soy feliz. No me "duelen prendas" en reconocer mi alegría a pesar de la ausencia de trabajo, a pesar de los problemas económicos, a pesar de la situación incierta que atravesamos, a pesar de la carencia de seguridades materiales...

Llámame "loco" si quieres...que yo diré:

¡Bendita locura! que me ha alejado de la frivolidad, de la intrascendencia y de las falsas promesas de "este mundo" que me había "lobotomizado" con sus seducciones y engaños.

¡Bendita locura! que me ha curado de cincuenta años de "falsa cordura" a la que sucumbí y con la que jamás fui capaz de conseguir mis expectativas ni de satisfacer mis anhelos.

¡Bendita locura! que me ha enseñado a no buscar el bienestar efímero ni el placer inmediato, trampas inanes, que no son ni siquiera sucedáneos de la verdadera felicidad.

¡Bendita locura! que me ha mostrado mi debilidad, mi fragilidad y mi limitación, para reconocer a Dios y volver la mirada a Él, que es fuerte, todopoderoso e ilimitado.

¡Bendita locura! que me ha hecho ver el mundo a través de los ojos de la fe (o como dice mi mujer: con "las gafas de María") para entender que el sufrimiento y la prueba son parte del camino a la felicidad, a la santidad... a la presencia de Dios.

¡Bendita locura! que me ha abierto la puerta a la dicha y a la recompensa en el cielo. Y esa "puerta" es Cristo, siempre abierta aunque angosta: "Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos" (Juan 10,9)
Jesús es el Viajero que se hace el encontradizo, el Amigo que acompaña, el Desconocido que escucha, el Compañero que consuela, el Mediador que reconcilia, el Médico que cura y el Dios que salva.

Medio siglo he tardado en comprender y descubrir que la felicidad no está en "lo de abajo", en la instantaneidad del placer o en la falsedad del bienestar, sino en "lo de arriba", en los bienes eternos. 

Media vida ("nunca es tarde si la dicha es buena") he tardado en comprender que la auténtica felicidad no puedo encontrarla en la satisfacción de los deseos o de los instintos, ni en la acumulación de riquezas o posesiones, ni en las aspiraciones de poder o reconocimiento social. ¡No!... la felicidad no está en las "cosas de este mundo". Está en Dios.

El manual de felicidad está escrito...pero, como casi siempre, no somos capaces de reconocerlo. Se encuentra en el Evangelio de Mateo 5, 3-12: son las bienaventuranzas

Estas nueve frases conforman la "locura del Evangelio" y, a la vez, la "alegría del Evangelio": la generosidad y la pobreza en el espíritu, la entrega y el servicio, la búsqueda constante del rostro del Señor y de su Gracia, la respuesta a la verdadera vocación, el sufrimiento vivido en silencio y el abandono en manos de María, "causa de nuestra alegría".
Las llaves de la felicidad están depositadas, no en el fondo del mar, como dice la canción...sino en la Palabra de Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente... y a tu prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas" (Mateo 22, 37-40).

La clave es el AMOR. La auténtica felicidad consiste en vivir una vida de entrega desde una perspectiva sobrenatural, mística, "divina", orientada siempre a la voluntad de Dios, abandonada a las exigencias del amor y confiada en la Providencia divina. 

El Reino de los Cielos es semejante a una rosa que necesita: buena tierra donde enraizar, agua pura para alimentarse, luz solar para crecer y cuidados para florecer. Una bella y atractiva flor de pétalos llamativos pero con tallo de espinas. Porque no hay vida sin cruz. No hay felicidad sin sufrimiento. No hay plenitud sin Dios.

"Puesto que sabéis esto, 
dichosos vosotros si lo ponéis en práctica"
 (Juan 13, 17)

Esta es mi experiencia y mi testimonio. Esta es mi felicidad y mi alegría. Las de un "loco" enamorad0...¡Bendita locura!

EN EL HOGAR DE NAZARET

"El niño, por su parte, 
iba creciendo y robusteciéndose, 
lleno de sabiduría; 
y la gracia de Dios estaba con él" 
(Lc 2, 40)

El hogar de la Sagrada Familia en Nazaret es, sin duda, el primer santuario mariano de la historia, donde se anuncia la Encarnación del Mesías y donde se desarrolla la maternidad de la Virgen María, que no sólo significa la concepción, gestación y parto de nuestro Señor, sino que además, abarca el cuidado, desarrollo y formación del Hijo de Dios. 

El hogar de Nazaret es el primer sagrario de Dios, donde a través del misterio de la Encarnación del Hijo, el Amor quiso habitar entre nosotros, y eligió la mejor "custodia" para hacerlo"Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14).
El hogar de Nazaret se convierte en el primer templo cristiano, en el que Jesús desarrolla su vida oculta de fe y en el que ejerce su humanidad al resguardo de una familia en la que crecerá seguro y confiado en brazos de Santa María, en la que aprenderá el oficio artesano de manos de San José, como signo de dignidad humana, y en la que se preparará discretamente para la misión que su Padre le encomendó.

El hogar de Nazaret es la esencialidad de la familia, la primera célula de la sociedad, donde cobra importancia la comunión, la paz y la armonía, donde sucede la intimidad, donde se comparte la vida, donde se respeta la confidencialidad, donde se genera la confianza y donde crece la fe.
El hogar de Nazaret es el primer cielo donde el tiempo se detiene para dar paso a la contemplación, donde el espacio se llena de silencio para dar paso a la alabanza y la acción de gracias, donde "lo sencillo" y "lo pequeño", cobra toda su dimensión humana y divina. 

El hogar de Nazaret es la "escuela de María", la primera escuela de virtudes y valores cristianos, donde se construye la unidad en la fe, donde se fragua la humildad, donde se vive de forma excelsa la esperanza, donde se forja la perseverancia y donde se abraza el milagro del Amor. 

El hogar de Nazaret es la primera Iglesia, donde se comparte, donde se acoge, donde se alaba, donde se adora. Es la primera comunidad cristiana, donde se aguarda, donde se espera, donde se cree, donde se ama. 

El hogar de Nazaret es la primera academia de oración, en la que Madre e Hijo se disponen durante treinta años de oración, preparación y capacitación para el misterio de la Redención: María, meditando todas las cosas en su corazón y Jesús, creciendo en sabiduría y gracia. Un lugar donde María, de maestra de su Hijo se convierte en humilde discípula del Maestro.

El hogar de Nazaret es el primer hogar del cristianodonde se define la proporción de la misión evangelizadora: treinta años de vida interior (preparación, formación y oración) y tres, de vida exterior (servicio, proclamación y testimonio).

El hogar de Nazaret es la morada segura a la que siempre "se vuelve", es la casa acogedora en la que el Padre y la Madre siempre "esperan" y "reciben" con los brazos abiertos, es el lugar alegre en el que se "celebra" una gran fiesta, es el hogar sereno en el que transcurre la vida oculta con Cristo en Dios (Col 3, 3)

martes, 1 de diciembre de 2020

TEOLOGÍA PAULINA (2): DOCTRINA MORAL Y ESCATOLÓGICA

"Doy gracias a mi Dios continuamente por vosotros, 
por la gracia de Dios que se os ha dado en Cristo Jesús; 
pues en él habéis sido enriquecidos en todo: 
en toda palabra y en toda ciencia; 
porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo" 
(1 Co 1, 4-6)

Continuamos, en este segundo artículo, reflexionando la teología paulina y, en concreto, hoy nos centraremos en la moral y escatología de san Pablo.

A lo largo y ancho de sus cartas a las iglesias, que empezó a escribir hacia el 50 d.C., apenas veinte años de la muerte y resurrección del Señor, cada vez que san Pablo toca asuntos eclesiales, inevitablemente surgen advertencias y recomendaciones sobre la conducta de los creyentes en Cristo. Esos consejos son también para nosotros.

San Pablo llama a todos los cristianos, sin excepción y sin dilación, a una conducta moral intachable y coherente con el Evangelio de Cristo, y para ello, no tiene problema alguno en corregir las conductas desviadas al respecto que puedan surgir en cada comunidad.

A los Tesalonicenses, primeros destinatarios de sus cartas, les expondrá su primera catequesis y les recordará sus enseñanzas y su aplicación a las necesidades de la comunidad, les hablará sobre la pureza y la santidad, del amor fraternal y de la parusía.

A los Gálatas les explicará las diferencias entre los "frutos del Espíritu" y las "obras de la carne" y les expondrá el gran tema de la justificación por la fe y no por la Ley. 

A los Filipenses les hablará sobre la humillación (muerte) y gloria (resurrección) del Señor, el himno cristológico más importante de todo el Nuevo Testamento, y también, sobre la estructura jerárquica de la Iglesia.

A los Colosenses les introducirá en el misterio de Cristo como destino del creyente, y les advertirá de los peligros del gnosticismo.

A los Corintios les aconsejará sobre la conducta del cristiano en comunidad, sobre el matrimonio y la virginidad, sobre el peligro de la idolatría, sobre la unidad de la Iglesia como cuerpo de Cristo y sobre la resurrección de los muertos.

A los Efesios, desde su primera cautividad romana, les hablará de las leyes de la vida doméstica y familiar, de la salvación por Cristo y del nacimiento del hombre nuevo.

Pero será a los Romanos, que viven en la capital del Imperio "perverso", a quienes les expondrá una síntesis de su pensamiento moral: sobre el pecado original, que afecta tanto a paganos como a judíos; sobre la justificación y el fin de la Ley; sobre la salvación, que viene sólo de Cristo; sobre la fe, la esperanza y la caridad; sobre el bautismo, que da a luz a la nueva criatura en Cristo; sobre la vida en el Espíritu, en clara confrontación al "espíritu imperial"; y sobre todo, sobre la imitación a Cristo como nuestro Salvador.  

Discurso moral

Una característica sobresaliente del pensamiento paulino es que conecta la moral con la redención subjetiva o justificación

Resulta particularmente chocante el capítulo 6 de la carta a los Romanos. En el bautismo "el hombre viejo es crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado sea destruido con el fin de que no sirvamos ya más al pecado" (Rom 6, 6). 
Nuestra incorporación al cuerpo místico de Cristo, a la Iglesiano es solamente una transformación y una metamorfosis, sino una acción real, el nacimiento de un nuevo ser, sujeto a nuevas leyes y, por consiguiente, a nuevos deberes, y a nuevas relaciones: la filiación a Dios Padre, la consagración al Espíritu Santo, la identidad mística con nuestro salvador Jesucristo y la hermandad con los otros miembros de Cristo. Pero esto no es todo. 

Pablo dice a los conversos: "Gracias sean dadas a Dios porque, siendo siervos del pecado, habéis obedecido de corazón a la doctrina en la que habéis sido liberados . . . . Pero ahora, siendo libres del pecado, habiéndoos convertido en los siervos de Dios, tenéis el fruto de la santificación, y en la vida eterna" (Rom 6, 17, 22). 

Por el acto de fe y su sello, el bautismo, el cristiano se hace libre y voluntariamente siervo de Dios y soldado de Cristo. 

La voluntad de Dios, que el cristiano acepta de antemano en la medida en que se manifiesta, se convierte, de ahí en adelante, en su código de conducta

Así es que el código moral de San Pablo descansa por un lado en la voluntad positiva de Dios dada a conocer por Cristo, promulgada por los apóstoles, y aceptada virtualmente por los neófitos en su primer acto de fe, y por otro lado, en la regeneración por el bautismo y en la nueva relación que él produce. Todos los mandamientos y recomendaciones de Pablo son una mera aplicación de estos principios.

Discurso escatológico

El discurso escatológico paulino está fundamentado en tres conceptos: Parusía, Resurrección y Juicio Final.
La descripción gráfica de la parusía paulina (1 Tes 4, 16-17; 2 Tes 1, 7-10) contiene casi exactamente los mismos puntos esenciales del gran discurso escatológico de Cristo (Mt 24; Mc 13; Lc 21). 

Una característica común de estos pasajes es la proximidad aparente de la parusía. San Pablo no afirma que la venida del Salvador esté próxima. En cada una de las cinco epístolas en las que expresa el deseo y la esperanza de ser testigo presencial de la venida de Cristo, considera al mismo tiempo la probabilidad de la hipótesis contraria, demostrando así que carece de certeza y de revelación explícita en este punto. Sabe sólo que el día de la venida del Señor será inesperado, como llega un ladrón (1 Tes 5, 2-3), así es que aconseja a los neófitos el estar listos sin descuidar los deberes de estado (2 Tes 3, 6-12). 

Aunque la llegada de Cristo sea súbita, estará precedida por tres signos
  • apostasía general (2 Tes 2, 3)
  • aparición del Anticristo (2, 3-12)
  • conversión de los judíos (Rom 11, 26)
Una circunstancia particular de la predicación de San Pablo es que el justo que viva en la segunda venida de Cristo pasará a la inmortalidad gloriosa sin morir (1 Tes 4, 17; 1 Co 15, 51; 2 Co 5, 2-5).

Debido a las dudas de los Corintios, Pablo trata de la resurrección en Cristo con algún detalle. No ignora la resurrección de los pecadores, que afirmó ante el Gobernador Félix (Hch 24, 15), pero no habla de ella en sus epístolas. Cuando dice que "los muertos que están en Cristo surgirán primero" (1 Tes 4, 16), su “primero” no se refiere a otra resurrección sino a la gloriosa transformación de los vivos. 

Para san Pablo sólo existe la resurrección gloriosa de los justos. La resurrección de los réprobos no entra en su horizonte teológico, y así, sus argumentos con respecto a la resurrección, se pueden reducir a tres

-la unión mística del cristiano con Cristo
-la presencia en nosotros del Espíritu y la convicción interior
-la fe sobrenatural de los apóstoles. 

¿Cuál es la condición de las almas de los justos entre la muerte y la resurrección? Gozar de la presencia de Cristo (2 Co 5., 8); su heredad es envidiable (Fil 1 23); de donde se deduce que es imposible que sean sin vida, sin actividad, sin conciencia.
El juicio, según san Pablo, y según los sinópticos, está relacionado estrechamente con la parusía y la resurrección. Son los tres actos del mismo drama que constituyen la ley del Señor (1 Co 1, 8; 2 Co 1, 14; Fil 1, 6, 10; 2, 16). "Dado que todos debemos comparecer ante el juicio de Cristo, que todos debemos recibir de acuerdo con nuestros hechos sean ellos buenos o malos" (2 Co 5, 10).

De este texto se deducen dos conclusiones:
  • El juicio será universal, ni los justos ni los réprobos lo eludirán (Rom 24, 10-12), ni siquiera los ángeles (1 Co 6, 3); todos los que comparezcan deberán dar cuenta de la utilización de su libertad.
  • El juicio será según las obras: esta es una verdad reiteradamente expuesta por San Pablo hablando de los pecadores (2 Co 11,15), de los justos (2 Tim 4, 14), y de todos los hombres en general (Rom 2, 6-9). San Pablo considera dos justificaciones, la primera, necesariamente gratuita dado que el hombre era incapaz de merecerla (Rom 3, 28; Gal 2, 16), y la segunda, de acuerdo con sus obras (Rom 2, 6: kata ta erga), dado que el hombre, una vez ornado con la divina gracia es capaz de mérito como de demérito. La recompensa celestial es "una corona de justicia que el Señor, juez justo, otorgará" (2 Tim 4, 8) a aquellos que la hayan ganado legítimamente.
En dos palabras, la escatología de san Pablo no es tan distintiva como se la ha hecho siempre aparecer. Quizá su característica más original sea la continuidad entre el presente y el futuro del justo, entre la gracia y la gloria, entre la salvación incipiente y la salvación consumada. 

Un gran número de términos: redención, salvación, justificación, reino, gloria y, especialmente, vida, son comunes a los dos estados o, más bien, a las dos fases de la misma existencia unidas por la caridad “que perdurará siempre”.

Para profundizar en la teología de san Pablo, un buen comienzo sería la lectura del corpus paulino, es decir, de las cartas a las iglesias y después, las cartas a Timoteo, Tito y Filemón.

Para conocer más a fondo la vida y figura del apóstol, lo más sugerente es leer el libro de los Hechos de los Apóstoles.

lunes, 30 de noviembre de 2020

TEOLOGÍA PAULINA: DOCTRINA CRISTOCÉNTRICA

"Pablo, siervo de Cristo Jesús, 
llamado a ser apóstol, 
escogido para el Evangelio de Dios...
para suscitar la obediencia de la fe entre todos los gentiles, 
para gloria de su nombre" 
(Rom 1, 1-5)

El artículo de hoy pretende esbozar algunos aspectos fundamentales de la teología del gran apóstol de los gentiles, san Pablo, de cuya persona ya hemos hablado en anteriores posts (El apóstol PabloCombatir el buen combate y El aguijón de Pablo). A éste de hoy, le seguirá otro artículo donde repasaremos algunos elementos fundamentales de su discurso moral y escatológico.

Reconozco siempre que san Pablo me ha cautivado particular y profundamente por su conversión, por su disposición, pasión y celo evangelizador, y que es mi particular referente apostólico y teológico.

A pesar de que san Pablo no conoció en persona a Jesucristo (aunque se dice que mientras estuvo en Arabia, discerniendo durante tres años, el mismo Cristo estuvo con él), sí tuvo numerosas ocasiones para preguntar sobre Su vida y enseñanzas a sus testigos presenciales, Bernabé y Silas, o compartirla con los que luego serían historiadores del Señor, Marcos y Lucas, con quienes participó conjuntamente en las tareas de apostolado durante mucho tiempo. 

Un dato significativo de la teología paulina: hay en san Pablo más alusiones a la vida y a las enseñanzas de Cristo que en los propios evangelios

Él es el principal fundador de la Iglesia del primer siglo y de la Teología cristiana, predicador del ascetismo, defensor de los sacramentos y del sistema eclesiástico, valedor de la religión del amor y de la libertad que Cristo nos anunció

Por todo ello, Pablo es llamado "Heraldo del Evangelio", el "segundo fundador del cristianismo."

Discurso teológico

La teología de san Pablo es, fundamentalmente, cristocéntrica, que es la base de su soteriología (salvífica), abarcando la persona y figura del redentor. Todos y cada uno de los detalles en san Pablo convergen en Jesucristo
"Su Evangelio" consiste en la salvación de todos los hombres por Cristo y en Cristo

La humanidad sin Dios

En la carta a los Romanos, san Pablo define que:

-nuestra naturaleza humana se halla bajo el imperio del pecado, que no distingue entre judíos y gentiles (Rom 3, 22-23), y que la causa histórica de este mal fue un hombre: Adán (Rom 5, 12-15).

-el pecado original heredado del primer hombre, se manifiesta externamente y se convierte en la fuente y causa de nuestros pecados actuales. Es la lucha entre la ley, asistida por la razón, y la naturaleza humana, debilitada en la carne y la tendencia al mal (Rom 7, 22-23). 

-Dios no abandona al hombre pecador y por ello, se manifiesta en el mundo visible (Rom 1, 19-20), por la luz de la conciencia (Rom 2, 14-15) para, finalmente, hacerlo a través de su Providencia, siempre activa, paternal y benevolente (Hch, 14, 16; 17, 26). Más aún, en su infinita Misericordia, Dios "salvará a todos los hombres y los hará llegar al conocimiento de la verdad" (1 Tim 2, 4). 

-Dios conduce paso a paso al hombre hacia la salvación. A los patriarcas, particularmente: a Abrahán, le hizo una promesa libre y generosa, confirmada por el juramento (Rom 4, 13-20; Gal 3, 15-18), que anticipaba el Evangelio. A Moisés le dio su ley, cuya observancia debería haber sido medio de salvación (Rom 7, 10; 10, 5),  y que aún siendo violada, resultó ser una guía que condujo a Cristo (Gal, 3, 24) y el instrumento de Su Misericordia. 

-La ley fue un mero interludio hasta que la humanidad estuvo preparada para la revelación (Gal 3, 19; Rom 5, 20), originando así la intervención divina. (Rom 4, 15). Allá donde abundó el mal, surgió el bien y "la escritura concluyó bajo el pecado, mientras que la promesa, por la fe en Jesucristo, pudo ser dada a los que creen" (Gal 3, 22). 

-Todo esto se cumplió "al final de los tiempos" (Gal 4, 4; Ef 1, 10), es decir, en el momento dispuesto por Dios para la ejecución de sus designios misericordiosos, cuando la impotencia del hombre pudiera manifestarse plenamente. Entonces, "Dios envió a su hijo nacido de mujer bajo la ley, para que pudiera redimir al hombre que estaba bajo la ley, para que pudiera recibir la adopción filial" (Gal 4, 4).

La persona del Redentor
Casi todas las referencias a la persona de Jesucristo llevan, directa o indirectamente aparejado, el papel de salvador. La cristología paulina es siempre salvífica. 

1- Cristo verdadero Dios

Cristo pertenece a un orden superior a lo creado (Ef 1, 21); Él es el creador y el mantenedor del mundo (Col 1, 16-17); Todo es por Él, en Él, y para Él (Col 1, 16).

Cristo es la imagen del Padre invisible (2 Co 4, 4; Col 1, 15); Él es el hijo, el hijo mismo, el bienamado y lo ha sido siempre (2 Co 1, 19; Rom 8, 3, 32; Col 1, 13; Ef 1, 6). 

Cristo es el objeto de las doxologías reservadas sólo a Dios (2 Tim 4, 18; Rom 16, 27); Se le reza como se le reza al Padre (2 Co 12, 8-9; Rom 10, 12; 1 Cor 1, 2); Los dones que se le piden pueden ser sólo concedidos por Dios, particularmente la gracia y la salvación (Rom 1, 7; 16, 20; 1 Co 1,3; 16, 23) ante Él se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en el abismo (Fil 2, 10), puesto que toda cerviz se inclina en adoración de su Altísima Majestad. 

Cristo posee en sí todos los atributos divinos:
-eterno: es el "primógenito" y existe antes de todos los tiempos (Col 1, 15-17).
-inmutable: es "de condición divina" (Fil 2, 6).
-omnipotente: tiene poder para hacer surgir todo de la nada (Col 1, 16).
-inmenso: llena todas las cosas con su plenitud (Ef 4, 10; Col 2, 10).
-infinito: "la plenitud divina opera en Él" (Col 2, 9). 

Todos le pertenecen por derecho: el trono de Dios es el de Cristo (Rom 14, 10; 2 Co 5 10); El Evangelio de Dios es el de Cristo (Rom 1, 1, 9; 15, 16, 19); La Iglesia de Dios es la de Cristo (1 Cor 1, 2; Rom 16, 16); el Reino de Dios es el de Cristo (Ef 5, 5), el Espíritu de Dios es el de Cristo (Rom 8, 9). 

Cristo es el Señor (1 Co 8, 6); Se le identifica con el Yahvé del Antiguo Testamento (1 Co 10 4, 9; Rom 10, 13; 1 Co 2, 16; 9, 21); Él es el Dios que “adquirió su Iglesia con su propia sangre" (Hch 20, 28); es nuestro "Dios y salvador Jesucristo" (Tit 2 13); es el Dios "de todas las cosas" (Rom 9, 5), que representa en su infinita transcendencia la suma y sustancia de todo lo creado.
2- Jesucristo verdadero hombre

Jesucristo es el segundo Adán (Rom 5,14; 1 Co 15, 45-49); "el mediador entre Dios y los hombres" (1 Tim 2, 5), y, en tanto que tal, es necesariamente un hombre. 

Desciende de los patriarcas (Rom 9, 5; Gal 3, 16).

Pertenece a la estirpe de David (Rom 1, 3).

Nacido de mujer (Gal 4, 4), como todos los hombres

Hombre en su apariencia, similar a la de todos los hombres (Fil 2, 7), aunque sin pecado (2 Co 5, 21). 

Aunque san Pablo no explica en ningún sitio cómo se realiza en Cristo la unión de las naturalezas divina y humana, le basta con afirmar que poseía "la naturaleza de Dios, tomó "la naturaleza del siervo" (Fil 2, 6-7), o con afirmar la Encarnación con la siguiente fórmula sucinta: "Dado que en Él se realiza la plenitud de la Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). 

Cristo es una sola persona con las cualidades propias de la naturaleza humana, y las de la naturaleza divina, como la preexistencia, la existencia histórica y la vida gloriosa (Col 1, 15-19; Fil 2, 5-11). 

Cristo es el Dios Hijo y tiene moralmente derecho, incluso como hombre, a los bienes de su Padre, como la inmediata visión de Dios, la felicidad eterna y el estado de gloria. 

Sin embargo, se encuentra despojado temporalmente de una parte de estos bienes para que pueda cumplir su misión en tanto que redentor: Abajamiento y aniquilación de los que nos habla San Pablo.

La redención objetiva, obra de Cristo
El hombre caído es incapaz de levantarse de nuevo sin ayuda. Dios, en su Misericordia, envió su Hijo para salvarlo. 

La teología de san Pablo repite continuamente que Jesucristo nos salvó en la cruz, que “fuimos justificados por su sangre” y que “fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo" (Rom 5, 9-10). 

¿Qué da a la sangre de Cristo, a su muerte, a su cruz esta fuerza redentora y salvadora? San Pablo no responde nunca a esta pregunta directamente, pero nos muestra el drama del Calvario bajo tres aspectos, que se comprenden mejor comparándolos entre sí y que, lejos de excluirse los unos a los otros, se armonizan y se combinan
  • la muerte de Cristo es un sacrificio (como los de la antigua ley) para expiar el pecado y para hacernos propicios a Dios. Rom 3, 25 expresa el doble concepto (1) del sacrificio y (2) del sacrificio expiatorio, que son la raíz misma de la enseñanza paulina y de todo el Nuevo Testamento. Cristo fue quien tomó la iniciativa de la misericordia, instituyendo el sacrificio del Calvario y dotándolo de un valor expiatorio. 
  • la muerte de Cristo representa la redención, el pago del rescate que da como resultado la liberación del hombre de su servidumbre anterior (1 Co 6, 20; 7, 23; Gal 3, 13; 4, 5; Rom 3, 24; 1 Co 1, 30; Ef 1, 7, 14; Col 1, 14; 1 Tim 2, 6).
  • Cristo parece sufrir en nuestro lugar, como castigo por nuestros pecados. Parece sufrir una muerte física para salvarnos de la muerte moral del pecado y preservarnos de la segunda muerte, la eterna. La transferencia del castigo de una persona a otra es una injusticia y una contradicción, dado que el castigo es inseparable de la falta y que un castigo inmerecido no es ya más un castigo. Por otro lado, San Pablo no dice nunca que Cristo murió en nuestro lugar (anti), sino sólo que murió por nosotros (hyper) a causa de nuestros pecados.
San Pablo reúne estos diferentes aspectos con algunos otros. Somos "justificados gratuitamente por su gracia por la redención en Cristo Jesús, a quien Dios puso como sacrificio de propiciación, mediante la fe en su sangre, para la manifestación de su justicia por la remisión de los pecados pasados, en la paciencia de Dios para manifestar su justicia en el tiempo presente; para probar que es justo y que justifica a todo el que cree en Cristo Jesús" (Romanos 3, 24-26). Se designan aquí las partes de Dios, de Cristo y del hombre: 
  • Dios toma la iniciativa; Él ofrece a su Hijo; Él va a manifestar su justicia, pero le inclina a ello su misericordia. Es, pues, incorrecto o más o menos inadecuado decir que Dios estaba ofendido con la raza humana y que se apaciguó solamente a causa de la muerte de su Hijo. 
  • Cristo es nuestra redención (apolytrosis), es el instrumento de la expiación y de la propiciación (ilasterion), y lo es a causa de su sacrificio (en to autou aimati), el cual no se parece en nada al sacrificio de animales irracionales; deriva su valor de Cristo, que lo ofreció por nosotros a su Padre en la obediencia y el amor (Fil 2, 8; Gal 2, 20). 
  • El hombre no es un elemento meramente pasivo en el drama de la salvación; él debe entender la lección enseñada por Dios y apropiarse, por la fe, del fruto de la redención.
La redención subjetiva, obra de la Gracia
Con la muerte y resurrección de Cristo, la redención se ha completado, en principio y por ley, para toda la raza humana. Todo hombre puede hacerla suya, de hecho, por la fe y el bautismo, que, uniéndole a Cristo, le hace partícipe de la vida divina. 

Según San Pablo, la fe se compone de varios elementos: 
  • sumisión del intelecto a la palabra de Dios
  • abandono del creyente a su salvador que promete asistencia
  • acto de obediencia por el que el hombre acepta la voluntad divina. 
Tal acto de fe posee un valor moral puesto que “da gloria a Dios” (Rom 4, 20) en la medida en la que reconoce su propia impotencia. Es por esta razón por la que "Abraham creyó a Dios y le fue reputado por justicia" (Rom 4, 3; Gal 3, 6). Los hijos de Abraham, del mismo modo, "justificados por la fe sin el auxilio de la ley" (Rom 3, 28; Gal 2, 16). 
Por tanto, Dios otorga gratuitamente la justicia en función de la fe, la cual no es equivalente a la justicia, dado que el hombre es justificado por la gracia (Rom 4, 6), y se convierte en su propiedad y, en adelante, le es inherente.
 
Los protestantes basan la justificación en un buen trabajo (ergon), niegan el valor moral de la fe y predican que la justificación no es sino un juicio formal de Dios, que no altera absolutamente nada la justificación del pecador. 

Tal teoría es insostenible porque: 

1.- Incluso, admitiendo que “justificar” signifique “declarar justo”, es absurdo suponer que Dios declara justo a alguien que no lo es aún, o que no se vuelve justo por la declaración misma. 

2.- La justificación es inseparable de la santificación, dado que esta última es "la justificación de la vida" (Rom 5, 18) y que cada "justo vive por la fe" (Rom 1, 17; Gal 3, 11). 

3.- Por la fe y el bautismo muere el “hombre viejo”, lo que es imposible sin empezar a vivir como hombre nuevo que “de acuerdo con Dios es creado en la justicia y en la santidad” (Rom 6, 3-5; Ef 4, 24; 1 Co 1, 30; 6, 11). 

Podemos, pues, establecer una distinción de definición entre los conceptos de justificación y santificación, pero no podemos separar las dos cosas ni considerarlas como cosas separadas.

...continuará...

domingo, 29 de noviembre de 2020

APOCALIPSIS: LA TIERRA, CONTEMPLADA DESDE EL CIELO

"Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, 
pues el primer cielo 
y la primera tierra desaparecieron, 
y el mar ya no existe. 
Y vi la ciudad santa, 
la nueva Jerusalén que descendía del cielo, 
de parte de Dios, 
preparada como una esposa 
que se ha adornado para su esposo. 
Y oí una gran voz desde el trono que decía: 
'He aquí la morada de Dios entre los hombres, 
y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, 
y el “Dios con ellos” será su Dios'. 
Y enjugará toda lágrima de sus ojos, 
y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, 
porque lo primero ha desaparecido" 
(Apocalipsis 21, 1-4)

Nos introducimos de nuevo en la Revelación de Dios a los hombres, penetrando en el misterio del Apocalipsis de San Juan. Haciendo una lectura espiritual, teológica y litúrgica profundizamos en el mensaje del "vidente de Patmos", para descubrir cómo el libro, lejos de ser una visión catastrófica y desoladora, es un motivo de regocijo y alegría para toda la humanidad.

Si en los Evangelios Sinópticos, el cielo es contemplado desde la tierra, en el Evangelio del Resucitado, la tierra es contemplada desde el cielo. El propio Jesucristo, Señor de la historia, el único que puede abrir el libro sellado, nos explica el significado de la historia y su sentido último.
El Apocalipsis es una exhortación a vivir la misma experiencia mística de San Juan y hacerla nuestra, a dejarnos "arrebatar en espíritu", a dejarnos llevar con docilidad por el Espíritu Santo para ser capaces de interpretar los símbolos y aprender a vivir nuestra propia vida a la luz de los mismos.

El Apocalipsis es una invitación a la felicidad que no puede leerse de una forma neutral o desinteresada. El libro no soporta, e incluso, rechaza a los lectores desinteresados. Esta es la razón por la que llama siete veces "Bienaventurados" a quienes leen y escuchan las palabras de este libro y las ponen en práctica; "Dichosos" a quienes reconocen al Señor Jesucristo como su Rey y los que no se han dejado seducir por el Usurpador, por el falso cristo; "Felices" a quienes saben luchar y resistir al Anticristo.

El Apocalipsis es una llamada a la esperanza, dirigida a quienes esperan que "algo importante está a punto de suceder", a quienes confían en la inminencia de un cambio: que el Rey de la historia está a punto de tomar el poder legítimo que le corresponde.

El Apocalipsis es una visión no tanto del fin del mundo ni de cataclismos, como de la afirmación del Reino de Dios. No habla tanto de desastres, calamidades o castigos de Dios como de la "catástrofe interior", que es la caída o pérdida de la fe. 

El Apocalipsis es una exhortación de San Juan a las 7 Iglesias, es decir, a la Iglesia de todos los tiempos, a todos los cristianos, a descubrir el sentido de la Historia, a permanecer firmes y a perseverar en la fe. A tener una actitud de escucha atenta al Señor, de abrirnos al Espíritu, cuando repite siete veces: "El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias"

El Apocalipsis es una profecía del presente que muestra que los desafíos del cristiano de ayer y de hoy, son siempre los mismos. Nuestro mundo, como el de San Juan, también es un mundo apocalíptico que se encuentra en declive y en decadencia, y que espera un paradigma que vuelva a redefinir su Historia. 

El Apocalipsis es una guía para desenmascarar el poder seductor del Imperio, que pretende presionar, persuadir, controlar y arrinconar al cristiano para que apostate de Dios y dé culto a Satanás. 

El Apocalipsis es una constatación del surgimiento de la "Bestia", la manifestación del Dragón como un imperio cultural, un poder persuasivo e ideológico, un dominio perverso y malvado, una propaganda antidivina, a la que ninguno somos inmunes. 

El Apocalipsis es un camino hacia el gozo a través de la resistencia, que nos ofrece estrategias para resistir la influencia del Imperio y liberarnos de su sugestión, y que concluye con la instauración de la "ciudad santa", la nueva Jerusalén: La Iglesia es la esposa del Cordero, el lugar de la verdadera intimidad con Dios. Estamos todos invitados a entrar y pertenecer a Ella, porque somos ciudadanos del Cielo. 

El Apocalipsis es un compendio histórico que nos presenta dos caras: la cara oculta (sufrimientos, tribulaciones y llantos) y la cara luminosa (cantos de alabanza, oraciones y gloria), para mostrarnos que el sufrimiento no tiene la última palabra, sino que es el paso a la felicidad. Sin Cruz no hay Resurrección.

El Apocalipsis eel Evangelio del Resucitado que presenta a Jesucristo, el Cordero degollado, como el único que puede abrir el libro sellado, esto es, revelar la historia y dotarla de sentido. 
El Apocalipsis es un libro que se desvela para darnos dos mensajes: que Jesús está vivo y resucitado, y que tiene poder y con autoridad sobre la historia del mundo. Nos invita a decirle con esperanza: ¡Ven, Señor Jesús!, o incluso, nos constata que ¡Ya has venido, Señor!

El Apocalipsis es un manual de perseverancia cristiana que nos ofrece los instrumentos para crecer en la fe, alcanzar el sentido último de la vida y de nuestra vocación, presentándonos a la "Mujer" (la Virgen María, la Iglesia, la Esposa fiel, la nueva Jerusalén celeste) que sufre, que es perseguida y hostigada por el "Dragón" (Satanás, el Anticristo infiel, la gran Babilonia apóstata).

El Apocalipsis es un tratado de resistencia activa y no violenta contra el mal en la seguridad de que el cristiano no debe luchar porque Dios ya ha vencido. Se refiere más a la lucha interior que se vence con la oración personal y contemplativa, y con la plegaria comunitaria, que ve y mira, que suplica y que alaba a Dios. 

El Apocalipsis es una invitación a la conversión, un estímulo para el arrepentimiento y al crecimiento en el amor, un cambio radical de mentalidad, una transformación en un cristiano "místico", aquel que tiene los ojos abiertos hacia Dios, aquel que penetra en el misterio revelado, aquel que "tiene oídos y oye", aquel que se esfuerza en cambiarse a sí mismo para cambiar el mundo, aquel que anhela una vida nueva en un mundo nuevo.

El Apocalipsis es un vademécum sobre el "discípulo ideal", el "cristiano apocalíptico" que "se vuelve", " se convierte" y se postra ante la voz del Resucitado, aquel que "se deja tocar" por el Maestro, aquel que permite al Señor entrar en las profundidades de su corazón y establecer con Él una comunión íntima, aquel que no tiene miedo porque Cristo está "de pie" en medio de la Iglesia, aquel que es "santo"..

El Apocalipsis es un escrito sobre la "comunidad ideal", la "Iglesia fiel" que comparte la fidelidad al Reino de Dios en medio del "reino de la Bestia", aquella que comparte fatiga, persecución y tribulación por causa de Su nombre, aquella que se reúne "el día del Señor" para la alabanza eucarística, aquella que es, al mismo tiempo, divina y humana, brillante y opaca, santa y pecadora. 

El Apocalipsis es la manifestación de Dios Jesucristo, quien con poder y autoridad, nos habla desde el cielo y nos convoca, a la comunidad reunida en oración, a la celebración litúrgica, para acoger su Palabra y recibir su Presencia en nosotros y con nosotros.

"Mirad: voy a crear un nuevo cielo y una nueva tierra: 
de las cosas pasadas ni habrá recuerdo ni vendrá pensamiento. 
Regocijaos, alegraos por siempre por lo que voy a crear" 
(Isaías 65, 17-18)



Fuente:

-El Apocalipsis de San Juan (Emilio Aliaga, edición Verbo Divino)

viernes, 27 de noviembre de 2020

PRACTICANTES NO CREYENTES

"Convertíos y creed en el Evangelio"
 (Marcos 1, 15)

Siempre he puesto y pondré de manifiesto la incongruencia de aquellos que se autoproclaman "católicos, pero no practicantes…", porque es como decir "soy un ser vivo, pero no ejerzo".  Si uno es católico: necesita vivir una vida conforme a su fe y comprometida con sus creencias. Si no, no es católico. Lo mismo que ocurre con un ser vivo: necesita respirar, alimentarse y reproducirse. Si no, será un "ser muerto".

Pero existe una mayor incoherencia (y debería preocuparnos muy seriamente) en los que son practicantes, pero no son creyentes, es decir, aquellos que, en ocasiones, van o "hacen cosas" para la iglesia pero que, en realidad, no creen. Mejor dicho, en realidad, sí creen, lo que ocurre es que creen sólo en ellos mismos, pero no en Dios ni en la Iglesia.

Son los "filósofos" que hablan pero no se comprometen, son los "protestontos" que reprochan cualquier verdad de fe. Son los falsos "maestrillos" que, con sus "librillos", tratan de deforman el Evangelio (Gálatas 1, 7).

Son los "sobrados" que no necesitan formación porque lo saben todo, o mejor dicho, porque saben aquello que les interesa saber. Son los "iluminados" que tienen la potestad para cambiar aquello que "se debe" corregir de la doctrina, de los mandamientos o de la Palabra de Dios.

Son los "selectivos" que viven sin normas (de Dios) o sin someterse a ellas, son los "opcionales" que proponen sus alternativas a las "incomodidades" evangélicas, son los "opositores" que contraponen sus saberes a la "sana doctrina" (1 Timoteo 1, 9-10). Son todos esos que... "saben" más que Dios.

Son los "sentimentalistas" que creen y obran en función de sus emociones, son los "coleguitas" que pretenden convertir la fe en "amiguismo", más para agradar a los hombres que a Dios (Gálatas 1, 10). Son los "encantadores de serpientes" que utilizan sus trucos para "encantar" a los ingenuos, son los "buenistas" que no matan, no roban...ni hacen nada más. 
Son los "espiritualizados" que instrumentalizan a Dios y anteponen su voluntad, asegurando que es la de Dios. Son los "laxos" que no corrigen porque no aman (Apocalipsis 3, 19), son los "vividores" que "viven y dejan vivir", pero que en realidad "mueren y dejan morir". 

Son los "coordinadores" que se "encargan" de cosas pero no "lideran" personas, son los "siervos inútiles" cuya negligencia no da fruto (Mateo 25, 26). Son los "holgazanes" que "organizan" porque "no sirven para servir".

Son los "teólogos" que no leen la Escritura ni la ponen en práctica, son los "suplicantesque rezan mal o no rezan, porque andan inquietos y preocupados por muchas cosas (Lucas 10, 41-42). Son los "activistas" que "hacen" cosas pero no "son" cristianos. 

Son los "seducidos" que desobedecen y se rebelan porque "quieren ser como Dios" (Génesis 3, 5), son los "imponentes" que imponen lo que se debe y no se debe hacer, son los "conocedoresque conocen lo que es bueno y lo que es malo (para ellos).

Son los "discipulos" que quieren ser más que el Maestro, los "esclavos" que ansían ser más que sus amos (Mateo 10, 24; Juan 13, 16). Son los "miseriacordeones" que evitan hablar de pecado, de cruz, de sufrimiento, de martírio y "estiran" los términos.

Son todos los que Dios está a punto de vomitar de su boca... porque no son ni fríos ni calientes (Apocalipsis 3,16).