¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

lunes, 4 de enero de 2021

HIJOS CONTRA SUS PADRES


"Se rebelarán los hijos contra sus padres y los matarán. 
Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre; 
pero el que persevere hasta el final, se salvará
(Mateo 10,21-22)

Está escrito en la Palabra de Dios. Cristo nos anticipa una terrible realidad: "vuestros hijos se rebelarán contra vosotros y os matarán." Pero, como siempre, también nos hace una promesa: quien persevere hasta el final, tendrá recompensa.

Muchos padres sufrimos esta situación con nuestros hijos en primera persona y en propia carne. Algunos, durante muchos años. Impotentes ante esta terrible experiencia, nos preguntamos ¿Por qué? ¿Cómo resolverlo? ¿Qué hacer?

El Diablo siempre utiliza la misma táctica: instiga a los hijos de Dios a rebelarse contra su Padre, con la excusa de la libertad y con el propósito de "matarlo", de "eliminarlo" de sus vidas. Y hace lo mismo con nuestros hijos. 

Por tanto, nuestra lucha no es contra nuestros hijos sino contra el poder del mal. Quizás, lo que deberíamos plantearnos todos, tanto padres como hijos, es ¿cómo reclamo la libertad que mi Padre me concede? ¿trato de obtenerla aunque ello suponga "asesinarle"? ¿sé utilizarla correctamente? 

En un mundo gobernado por el Enemigo y, por tanto, edificado sobre el odio, la división y el egoísmo, seguir a Cristo nos lleva irremediable a chocar con el plan del Adversario, quien pondrá toda su maquinaria en contra nuestra, incluso a nuestros hijos, para causarnos el mayor dolor posible.
No es nada fácil manejar esta dura y dolorosa experiencia personal, y colectiva, a la vez. No, si no pienso y medito en el dolor de la Pasión y Muerte de Dios. Sus criaturas más amadas, sus propios hijos, le "crucifican" y le "matan". Por lo tanto, si yo soy cristiano, tengo que saber que esto también me va a ocurrir a mí.

Aún así, Jesús, desde el Calvario, no me pide que luche contra ellos o que busque soluciones por mis medios, como algunos de sus discípulos pensaban en el Huerto, o como algunos soldados romanos le increpaban para que se salvase a sí mismo en el Gólgota. Cristo me llama a perseverar, a aguantar, a mantenerme firme en la fe y confiado en la voluntad del Padre. Como hizo Él.

En mi Getsemaní particular, puedo pedirle a Dios que pase de mí este cáliz. En mi Cruz personal, puedo preguntarle por qué me ha abandonado. Es humano. Pero como imitador de Cristo, lo que debo decirle al Padre es "que pase de mí este cáliz, pero que no se cumpla mi voluntad, sino la tuya". Como seguidor de Cristo, debo pedirle a Dios: "perdónales porque no saben lo que hacen". También, como cristiano, hijo suyo y amado, debo ofrecerle: "en tus manos encomiendo mi espíritu", es decir, poner mi vida en sus manos y que se cumpla Su voluntad.

La parábola del hijo pródigo (Lucas 15,11-32) refleja a la perfección esta situación que sufrimos muchos padres: nuestros hijos se rebelan contra nosotros, nos piden su "herencia" (su libertad) y nos "matan", para marcharse a un "país lejano". 
Según la costumbre judía, ningún hijo tenía derecho a heredar nada hasta que el padre no muriera. La exigencia del hijo menor de recibir su herencia no sólo implica una rebelión contra su padre, impensable para un judío, sino que además supone el "asesinato" del padre: para heredar, debe matarlo. El Padre, consciente de ello, no quebranta la libertad de su hijo y se le da. Es más, da su vida...por amor a su hijo. Y espera...

En ocasiones, quienes sufrimos esta situación angustiosa, pensamos que no somos capaces de vivir esta tristeza de corazón y que la resolución de este problema es imposible. Y nos asomamos al precipicio de la desesperación. Pero, debemos persistir en la certeza de que "para Dios nada hay imposible" (Lucas 1,37), y que "sabemos que a los que aman a Dios, todo les sirve para el bien" (Romanos 8,28).

Por eso y aunque sea tremendamente duro y doloroso, debemos aprender a vivir esta circunstancia con plena confianza en el Plan de Dios. Y, aún a pesar de todo el mal que nos desgarra el corazón y nos hiere profundamente el alma por lo que nuestros hijos digan o hagan, debemos amarles hasta el extremo, morir por ellos.

La parábola del hijo pródigo, o mejor, del Padre misericordioso, nos exhorta a hacerla nuestra y a vivirla como la vivió el Padre: con amor incondicional. Y además, a asumirla con la fe y la esperanza de que nuestros hijos, algún día, "vuelvan a casa", para salir corriendo a su encuentro, para abrazarles, cubrirles de besos y celebrar una gran fiesta.

A mi, personalmente, me ayuda mucho encontrar respuestas a mi cruz en la Palabra de Dios y a asumirla como Cristo me pide para seguirle:

Proverbios 22,6 dice: "Educa al muchacho en el buen camino: cuando llegue a viejo seguirá por él". Yo tengo la esperanza de que la semilla sembrada en sus corazones, tarde o temprano, crecerá. Yo la planté y Dios la hará germinar. Estoy seguro.

Gálatas 5,22-23 da la clave para soportar esta cruz con los frutos del Espíritu: "amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia, dominio de sí". Por eso, siempre le pido al Espíritu Santo, no tanto que me resuelva la papeleta y solucione mis problemas, sino que me de sabiduría, entendimiento, consejo y fortaleza para vivirlos con perseverancia. 

El profeta Isaías 49,15 me da tranquilidad y paz cuando asegura: "¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré". Aunque yo olvidara mi amor por mis hijos, aunque yo me enfade con ellos y, a veces, hasta pierda los "papeles", Dios jamás lo hará. 

San Pablo en 1 Corintios 10,13 me da seguridad y ánimo"No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea de medida humana. Dios es fiel, y él no permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas, sino que con la tentación hará que encontréis también el modo de poder soportarla".

En 1 Tesalonicenses 5, 14-17 me desvela la manera de actuar con mis hijos: "Os exhortamos, hermanos, a que amonestéis a los indisciplinados, animéis a los apocados, sostengáis a los débiles y seáis pacientes con todos. Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal; esmeraos siempre en haceros el bien unos a otros y a todos. Estad siempre alegres. Sed constantes en orar".

1 Pedro 5,7-10 me da la solución: "Descargad en Dios todo vuestro agobio, porque él cuida de vosotros. Sed sobrios, velad. Vuestro adversario, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que vuestra comunidad fraternal en el mundo entero está pasando por los mismos sufrimientos. Y el Dios de toda gracia que os ha llamado a su gloria eterna en Cristo Jesús, después de sufrir un poco, él mismo os restablecerá, os afianzará, os robustecerá y os consolidará." 

Es en Dios y en su Gracia en quien debo descargar mis agobios. Él cuida de mí y de los míos. Yo sólo tengo que resistir a mi adversario, y como yo, otros que están pasando por los mismos sufrimientos. Dios resolverá todas nuestras angustias y todos nuestros problemas.

Señor, Padre todopoderoso,
te doy gracias por el don de mis hijos
que generosamente me has concedido.

Acepto con serenidad y paciencia, 
las preocupaciones y fatigas
que ellos me cuestan.

Dame consejo para guiarlos,
paciencia para instruirlos,
fe para servirles de ejemplo,
sabiduría para comprenderlos
y luz para ayudarlos a encontrarte.

Ayúdame a amarlos hasta el extremo
y a entregar mi vida por ellos.

 Amén

miércoles, 30 de diciembre de 2020

UN CAMINO DE SUBIDA

"Sed para mí santos, 
porque yo, el Señor, soy santo, 
y os he separado de los demás pueblos
 para que seáis míos"
(Levítico 20,26)

Jesucristo, el Santo, hizo un camino de bajada a la tierra, por amor, para llevarnos a todos los hombres a la santidad, es decir, para llevarnos de la mano por un camino de subida al cielo, a la comunión con el Padre, que habíamos perdido "en el principio", por causa de Adán.

Jesucristo, la Verdad, nos interroga, en la encrucijada de nuestras opciones existenciales, para que decidamos si seguimos en el valle cómodo y atractivo que nos sugiere el mundo (o incluso descendemos aún más, al precipicio, que nos sugiere el Enemigo), o iniciamos el camino de ascenso, difícil y escarpado, hacia el cielo.

A nosotros nos toca elegir: ser alpinistas que ascienden hacia la cumbre, que buscan la Luz de la gloria y los amplios horizontes del Amor, o ser mineros que descienden hacia las oscuridades de las grutas tenebrosas del pecado, que buscan algo que no pueden hallar.  

A nosotros nos toca decidir: ser salmones surgidos de las desembocaduras del mar y que nadan contracorriente en pos de su vocación, o ser culebras de agua que se dejan arrastar por la corriente hacia el mar y bucean en los peligros del caos.

El "Mapa"

El camino que nos muestra Cristo es un camino escarpado y sinuoso que requiere esfuerzo y supone fatiga pero que merece la pena, porque "arriba", en la cumbre, se respira aire puro, se percibe la amplitud del horizonte y, sobre todo, se encuentra a Dios.

Llegar a la cima no es fácil. Nos espera sufrimiento y persecución, llanto y calumnias, falta de paz y de justicia... pero Cristo nos promete (¡ocho veces!) ser dichosos, bienaventurados, felices...santos: 

"Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. 
Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra. 
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados. 
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. 
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. 
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. 
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos"
(Mateo 5, 2-10)

Las Bienaventuranzas son la Carta Magna del cristiano, la Constitución del católico, las Nuevas Tablas de la Ley del amor y de la alegría. Son el mismo rostro de Jesús, el retrato del discípulo de Cristo.
Los hombres hemos sido creados para la felicidad, para la santidad, para el amor. Nuestro deseo tiene su cumplimiento en Cristo. Él es nuestra respuesta, nuestro camino, nuestro mapa. Él es el secreto de nuestra victoria. 

Pero es preciso entender que toda victoria supone esfuerzo, confianza y compromiso, y que es una lucha hasta la muerte. Cristo venció esta batalla, recorriendo y mostrándonos todo el camino, hasta la muerte en cruz. Y no lo hizo por Él, sino por nosotros. 

De la muerte surge la vida, del abismo del pecado surge la cima de la gracia, del viejo Adán surge el "nuevo" Adán. 

Las Bienaventuranzas son el "mapa del tesoro" que nos muestra el itinerario y la "brújula" que nos indica la dirección. Un "camino de subida" que Cristo ha recorrido antes que nosotros para demostrarnos que "sí, se puede". Porque el amor todo lo puede, todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta (1 Corintios 13,7).
Un camino que es el propio Jesucristo, el más pobre de los pobres, el más manso de los mansos, el más justo de los justos, el más misericordioso, el más limpio de corazón, el más pacífico y el más perseguido. 

Un viaje que no recorremos solos. Con Cristo, que nos da la mano y camina a nuestro lado, y con el Espíritu Santo que nos guía y nos da fuerzas, podemos recorrer este viaje de "ascenso" hacia la felicidad, esta "escalada" hacia la plenitud, esta "subida" hacia la comunión con el Padre.

El "Itinerario"

Todos estamos llamados a la santidad. La santidad no es una misión imposible. O, sí lo es, si la miramos desde una convicción humana de obras y méritos propios. Sólo la gracia y los méritos de Cristo pueden conducirnos a ella: "Él nos salvó y nos llamó con una vocación santa, no por nuestras obras, sino según su designio y según la gracia que nos dio en Cristo Jesús desde antes de los siglos" (2 Timoteo 1,9).

La santidad, tras el encuentro con Cristo, supone un "trastorno" de nuestra historia y de nuestra vida, un "cambio" de nuestros planes y de nuestros proyectos, una conversión de nuestra mentalidad y de nuestra actitud, una renovación del corazón que el Espíritu Santo produce en nuestra alma, conformándonos al corazón del Hijo.

La santidad se realiza en la vida cotidiana, en el día a día. No supone una "vida extraordinaria en obras y milagros" sino una "vida ordinaria en amor y servicio". 

La santidad es un itinerario personal, adecuado a la vocación de cada uno. Ningún santo es igual a otro. No tiene por qué serlo. Cada uno tiene un ritmo y un paso. Pero todos tienen que converger en la experiencia gozosa del encuentro y la comunión íntima con Dios.
La santidad es un camino de subida que no admite dudas ni vacilaciones: o subes o no subes. Y si no subes, bajas. Es un camino angosto, incómodo y lleno de peligros que no depende de nuestras capacidades sino de seguir a Cristo.

La santidad es un ascenso "en el Espíritu" que requiere dejarse guiar con docilidad, confianza y obediencia por el Espíritu Santo. Un peregrinaje que ya han recorrido otros santos, allanándonos la senda.

La santidad no consiste en un viaje de auto-perfeccionamiento, ni de auto-satisfacción, ni de auto-ayuda, ni de auto-crecimiento. Es un recorrido de sanación por la gracia del Espíritu Santo, de acompañamiento por el Hijo hacia la feliz comunión con el Padre.

El cielo es nuestra patria. Somos ciudadanos del cielo, y como tales, no podemos esperar pasivamente ser "arrebatados" sin más. San Pablo nos exhorta a comprometernos activamente: "No nos cansemos de hacer el bien, que, si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos. Por tanto, mientras tenemos ocasión, hagamos el bien a todos" (2 Tesalonicenses 3,13; Gálatas 6,9-10).

El Reino de los Cielos se realiza progresivamente en nuestra cotidianeidad, en nuestras tareas terrenales, colaborando con el Creador para edificar una casa digna para el hombre, un mundo donde reine la justicia y la paz, un paraíso donde se encuentre la verdad y el amor, una Jerusalén celeste donde el hombre se reconcilie con Dios.

"Lo mismo que es santo el que os llamó, 
sed santos también vosotros 
en toda vuestra conducta
porque está escrito: 
Seréis santos, porque yo soy santo."
(1 Pedro 1,15-16)

martes, 29 de diciembre de 2020

SERVIR A LA CAUSA DE CRISTO

"Os entregarán al suplicio y os matarán, 
y por mi causa os odiarán todos los pueblos"
(Mto 24,9)

En ocasiones, hemos escuchado la frase "servir a la causa de Cristo", pero ¿a qué se refiere?¿qué significa "su causa? ¿cuál es su causa"?

Según el diccionario, "causa" es el fundamento u origen de algo, el motivo o razón para obrar, la misión en que se toma interés o partido. Y también,  justicia, litigio o pleito.

Veamos pues qué es la causa de Cristo...

¿Qué es?
La causa de Cristo es el fundamento, el origen, la razón y la misión de Cristo. Es una metonimia de Jesucristo mismo, es decir, es a la vez, causa y efecto. 

La causa de Cristo es Jesucristo mismo, quien, al despojarse de su divinidad y encarnarse en un hombre, sirvió y se humilló hasta el extremo para dar su vida por nosotros, ofreció el Amor de Dios e impartió Su Justicia, y con su resurrección, nos concedió el acceso de todos nosotros a Dios, restringido desde el principio por el pecado. 

La causa de Cristo es la justicia (Mt 5,20-21) porque Él es el Justo, es la santidad porque Él es el Santo (Mt 5,48), es el amor porque Él es el Amor (1 Jn 4,8), es el camino verdadero a la vida porque Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6).

Mientras que la causa de Adán es condena, pecado y muerte, la causa de Cristo es salvacióngracia y vida (Rom 12-21), es la fe en Dios.

¿Cómo se recibe?
La causa de Cristo se recibepor medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él” (Rom 3,22), “no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil 3,9).

La causa de Cristo se sigue por la vivencia de Jesucristo"Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20), por la inhabitación trinitaria en el corazón y en el alma del cristiano: "El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14,23).

¿Qué implica?

Hasta aquí, todo es fácil y bonito, pero si ahondamos en las implicaciones que supone el seguimiento de Cristo, ¿estaremos dispuestos a servir a Su causa?
La causa de Cristo no tiene medias tintas, implica vivir y morir como Cristo, para luego resucitar. Y por ello, es:

-"subversiva" porque supone no sólo creer en Dios sino padecer por y como Él: "Porque a vosotros se os ha concedido, gracias a Cristo, no sólo el don de creer en él, sino también el de sufrir por él" (Fil 1,29-30).

-"escandalosa" porque comporta desapego, carencia, servicio y entrega, y a la vez, rechazo, persecución, calumnia y martirio: "Pasamos hambre y sed y falta de ropa; recibimos bofetadas, no tenemos domicilio, nos agotamos trabajando con nuestras propias manos; nos insultan y les deseamos bendiciones; nos persiguen y aguantamos; nos calumnian y respondemos con buenos modos; nos tratan como a la basura del mundo, el desecho de la humanidad (1 Co 4, 11-13). 

-"irracional" porque significa negarse a sí mismo y despojarse de todo, cargar la propia cruz y seguir a Jesús, a "contracorriente" de la justicia y de la razón del mundo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga" (Mt 16,24).

¿En qué consiste?

La causa de Cristo consiste, fundamentalmente, en luchar contra nuestros tres principales enemigos: la carne, el mundo y el demonio. 
Y aunque Cristo ya los ha vencido, quiere, si le seguimos con nuestra adhesión libre y voluntaria, que nos enfrentemos a esa lucha contra:

-el Pecado, la carne. Es el gran enemigo a batir, mientras estemos en este mundo. A pesar de nuestro "sí" a la causa de Cristo, el pecado persiste en nuestras vidas, por eso Jesús nos advierte siempre que estemos vigilantes y alerta a la voz del Espíritu Santo.

Luchar contra el pecado y contra la carne es escuchar, meditar y guardar en nuestro corazón la Palabra de Dios, seguir el consejo y la guía de la Iglesia, y vivir una vida de oración y de sacramentos.

- el Mundo, el mal. Es el campo donde se desarrolla nuestro servicio a la causa de Cristo. Jesús nos advirtió de que, aunque estamos en el mundo, no somos parte de él. Somos ciudadanos del cielo, de la Jerusalén celestial.

Luchar contra el mundo es desenmascarar el mal que hay en él y no adaptar nuestra fe y vivencia cristiana a sus costumbres. Es ir contracorriente, proclamar la Verdad y denunciar la mentira, es vivir con integridad y perseverancia la fe con la ayuda de la gracia de Dios. 

-Satanás, el Diablo. Es real. Existe. Ha sido vencido por Cristo en la cruz pero sigue dando coletazos buscando la forma de devorarnos. Podrá golpear nuestro cuerpo y tentar nuestro espíritu pero no podrá separarnos del amor de Cristo, de la causa de Cristo. 

Luchar contra el diablo es huir de todo su poder infernal, de todo lo que pretende separanos de nuestro Señor. No se trata de luchar con nuestras fuerzas o méritos, sino de perseverar en la causa de Cristo porque Él ya ha vencido

Servir a la causa de Cristo es seguir los pasos de nuestro Señor, es dejarlo todo por amor para sufrir y padecer por Cristo pero, una cosa es segura: Nadie podrá quitarnos la vida a quienes ya se la hemos entregado a Dios.

viernes, 25 de diciembre de 2020

GOLLUM: EL EFECTO DEL PECADO

"Donde está tu tesoro, 
allí estará tu corazón...
Nadie puede servir a dos señores"
(Mateo 6,21 y 24)

Gollum, protagonista de este artículo, es uno de los personajes más característicos de J.R.R Tolkien, presente en toda su obra (El Señor de los Anillos y El Hobbit), que simboliza el efecto esclavizante del poder del pecado en el hombre, y en el que están alegóricamente representados Adán y Caín, y por ende, todos nosotros: "Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios" (Romanos 3,23)

Para comprender el significado de la obra de Tolkien es preciso señalar que no es sólo una historia fantástica o de ficción que narra un viaje a través de la Tierra Media (la tierra, el camino, el espacio que hay entre el cielo y el infierno), sino que es también un relato sobre el viaje del yo personal al interior de otra tierra, la de la conciencia, en la que se desenvuelve el drama de la voluntad y la libertad. 

No obstante, Gollum, esta criatura metafórica y monstruosa, no siempre fue así. En realidad, una vez tuvo apariencia humana, antaño fue un Hobbit cuyo nombre era Sméagol. Tolkien toma este nombre del adjetivo del inglés antiguo "sméah", que significa "reptil, penetrante ", y que, relacionado con la serpiente o Diablo, fue también aplicado por los anglosajones a Caín.

El día de su cumpleaños, Sméagol se encontraba pescando con su primo Déagol, cuando éste encontró por accidente el Anillo Único de Sauron, cuyo poder atrajo a Sméagol hacia la oscuridad del mal, de tal forma, que asesinó a su primo para arrebatárselo. Desde aquel momento, Sméagol llamó al Anillo su "regalo de cumpleaños" y también su "tesoro". 
Se trata de una alegoría de Tolkien al asesinato de Abel por su hermano Caín a causa de la envidia (Génesis 4,8), o también, de la petición de Salomé al rey Herodes Antipas para que le diera la cabeza de Juan el Bautista como regalo de cumpleaños. 

De esa forma, Sméagol fue desterrado de su pueblo y vagó en solitario por tenebrosas y oscuras grutas, buscando cualquier tipo de alimento, en alusión a Adán y a Caín, castigados por Dios, el primero, a comer con fatiga (Génesis 3, 17-24) y el segundo, a andar errante y perdido por la tierra (Génesis Génesis 4,12), 

Durante 500 años, el Anillo otorgó a Sméagol longevidad antinatural y se convirtió en una carga muy pesada (culpa) que fue deformando y corrompiendo su mente y su cuerpo, y a quien todos (trasgos, hombres y hobbits) querían matar, una referencia a las palabras de Caín dirigidas a Dios en Génesis 4,12 y 14: "Mi culpa es demasiado grande para soportarla...y cualquiera que me encuentre me matará."
Sméagol, solitario y deshumanizado, comenzó a sisear y hablar consigo mismo en primera persona del plural, su yo se encuentra divido en dos: el bien y el mal. Y así, se transforma en una metáfora viviente de los efectos de la posesión del poder del pecado en el corazón humano. Tolkien le otorga a Sméagol un nuevo nombre muy significativo que surge de la emisión de sonidos guturales y gorgoteos de deglución: "Gollum".

Gollum es un "guiño" del autor británico al término hebreo Golem, que se refiere a un ser "informe" o "sin forma" (Salmo 139,16), y con el que la cultura judía denominaba a un ser animado fabricado artificialmente a partir de materia inanimada, barro o arcilla, al que se da vida a través de medios sobrenaturales y que está destinado a servir incondicionalmente a su creador, en referencia también a Adán, modelado del barro (Génesis 2,7). 

Los Golem aparecen en la película de El Hobbit, un viaje inesperado, de Peter Jackson (2012) y en Noé, de Darren Aronofsky (2014) y muestran a los "Nefilim" (Nephilim, en hebreo הַנְּפִלִ֞ים, "gigantes" o "caídos"), también llamados hijos de Anac ("Anaquim" o anaquitas), gigantes de piedra y arcilla surgidos de la unión antinatural entre los ángeles caídos y las "hijas de los hombres" (Génesis 6,1-4; Números 13,33).
              
Gollum (el "hombre pecador", el "hombre caído"), alejado de la Luz y de la Verdad, es un ser con una identidad desnaturalizada, deshumanizada y autómata, que carece de libertad (esclavo del pecado) y de discernimiento (gracia), por lo que "de su boca sale tanto bendición como maldición" (Santiago 3,10) y "vive en tinieblas y miente" (1 Juan 1,6).

El poder del Anillo Único genera en el interior de Gollum una voz secreta que dice: "mío" ("mine", en inglés), "mi tesoro" ("my treasure"), "mi preciosidad" ("my precious"), para expresar un deseo egoísta, desenfrenado e irracional por el cual el poder que le confiere su tesoro no debe ser compartido con nadie ni, por supuesto, entregado a nadie.

Sin embargo, los cristianos sabemos que los talentos recibidos de Dios deben ser utilizados con rectitud, y dispuestos a la entrega y al sacrificio de la propia vida en función del Bien y la Verdad. 

"Adueñarse", "poseer" y "apoderarse" de un tesoro (don inmerecido) y encontrado por casualidad (concedido por la Gracia), como algo propio y exclusivo al servicio de uno mismo, en lugar de para servir a los demás, oscurece la razón y deforma la voluntad, con lo que las "necesidades", los "derechos" o los "méritos" de otros quedan eclipsados y anulados.

Pero igual que Gollum y que casi todos los demás personajes de Tolkien, los hombres sentimos la tentación del poder, y buscamos excusas y argumentos para, a través del pecado, "poseerlo", para hacerlo "nuestro", en lugar de "entregarlo" a los demás. Creemos ser merecedores del "poder" e incluso creemos que nos vuelve "invisibles" a los ojos de Dios. 

Sin embargo, es el poder del Anillo (del pecado) el que nos va poseyendo, esclavizándonos y deformando nuestra voluntad para llevarnos hacia el Monte del Destino, donde enfrentarnos a la lucha final entre el bien y el mal.

A pesar de todo, existe siempre, en la condición humana, un resquicio de luz, una posibilidad , una esperanza que, traspasando el orgullo y la avaricia, permita la conversión de la conciencia y del corazón. De lo contrario, caeremos indefectiblemente junto con el pecado, en el lago de fuego o Gehena. 
       

El Anillo Único simboliza el poder del mal, que atrae y esclaviza. Sauron, que simboliza al Diablo, forja distintos anillos de poder (oro) que simbolizan las tentaciones y las seducciones a las que muchos ceden. Una vez que deslizamos esos anillos en nuestros dedos, caemos inevitablemente en la esclavitud de su poder y en la lealtad a su dueño: 

"Un Anillo para gobernarlos a todos,
un Anillo para encontrarlos a todos, 
un Anillo para atraerlos a todos 
y atarlos en las tinieblas"

    

jueves, 24 de diciembre de 2020

ABANDONADOS EN UN PAIS EXTRAÑO

"Todo lo que hayáis hecho a uno de estos, 
mis hermanos más pequeños, 
a mí me lo hicisteis"
(Mateo 25, 40).

El caso "Heurtel", jugador de baloncesto del FC Barcelona que ha sido abandonado en Estambul por sus compañeros y dirigentes me ha traído a la memoria un triste y similar episodio que sufrimos mi mujer y yo hace tres años, en una peregrinación a Medjugorje.

Nunca lo he hecho público pero hoy, "algo" me impulsa a contarlo...sin rencor ni resentimiento, pero con mucho dolor de corazón.

Días antes de partir a esa peregrinación, mi mujer y yo tuvimos un desagradable desencuentro con dos integrantes del grupo, a quienes conocíamos de la parroquia y de los grupos de Emaús. ¿Los motivos? En realidad, no importan. Ni tampoco quién tuviera razón o culpa: "Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?" (Mateo 18,21). Lo que sí diré es que nosotros, con razón o sin ella, con culpa o sin ella, les pedimos perdón por el incidente. Un perdón que ellas siempre nos negaron e incluso nos dijeron que no éramos bienvenidos. 

Aún así, nosotros mantuvimos la intención de viajar puesto que teníamos pagado el billete de avión y una gran ilusión por un nuevo encuentro con nuestra Madre, la Virgen María. El grupo con el que partimos desde Barajas hacia Croacia estaba formado por un sacerdote, varias consagradas de las Hermanas del Amor Misericordioso y por varias decenas de católicos.
Cuando el avión aterrizó en Dubroknik, un autocar esperaba para trasladar a la expedición a Medugorje, distante unos 144 km del aeropuerto. Al autocar, subieron todos, incluso unos españoles que formaban parte de otra peregrinación. Subieron todos...excepto nosotros.

Es cierto que nosotros no teníamos derecho a subirnos en el autocar porque no lo habíamos contratado. No, no teníamos derecho a subir. Aún así, pensábamos que la caridad, la piedad y la misericordia (que se nos supone a los católicos) moverían los corazones y sucedería la reconciliación. Y si no nos permitían subir (algo impensable para nosotros), buscaríamos la manera de ir por nuestra cuenta.

Pero nadie lo hizo. Nadie nos invitó a subir. Nadie intercedió por nosotros. Ni siquiera nuestros amigos íntimos que también viajaban en la expedición. Todos miraron a otro sitio. Nadie nos permitió subir. Ni siquiera el sacerdote que, ante la única súplica de una amiga nuestra para que nos permitiera subir, dijo que ¡NO!

Tengo grabada la imagen de profundo dolor y desolación de mi querida mujer mientras el autocar partía, dejándonos solos en el aeropuerto, que lloraba desconsolada ante semejante insolidaridad, impropia de unos hermanos de fe. ¡Jamás olvidaré las lágrimas de impotencia  y los sentimientos de abandono de Mariajo, que me desgarraron el corazón!
No hay excusa, explicación o justificación posible. No hay mal ni pecado mortal que pudiéramos haber cometido que justificara semejante falta de caridad fraterna, y menos aún, que nunca fuera perdonado. No, de parte de católicos. No, de parte de un sacerdote. No, de parte de unas consagradas. No, de parte de unos amigos y hermanos cristianos...

Jamás nadie habló con nosotros. Ni cuando llegamos a nuestro destino, ni durante los cuatro días de peregrinación que hicimos en solitario, ni a la vuelta, cuando volvimos a compartir vuelo de regreso a España. Ni siquiera el sacerdote...quien nunca se dirigió a nosotros. Ni para conocer nuestra versión, ni para corregirnos ni para cumplir con su misión de pastor. 

Lo que tuvimos claro es que nosotros no somos "nadie" para juzgar a ninguno de ellos. Es a Dios a quien le corresponde (Mateo 5, 22-24). Fue una "prueba". Pero lo que sí diré es que hemos perdonado de corazón. A todos...

En Medjugorje rezamos mucho, pedimos mucho y lloramos mucho...la Virgen nos consoló y nos "acarició" como Madre bondadosa que es, pero... el daño subsistía, el desagravio perduraba, el dolor persistía...
                 
Hoy, nos sigue doliendo el alma, nos sigue atravesando el corazón una espada, nos sigue causando una gran tristeza...a pesar de que han pasado tres años...

Hoy, seguimos abandonados al borde del camino, como en la parábola del Buen Samaritano. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Cuántas veces decimos: no es mi problema. Cuántas veces miramos a otra parte y hacemos como si no viéramos...como si no sintiéramos...

"Para nosotros, cristianos, el amor al prójimo nace del amor de Dios y es de ello la más límpida expresión. Amar a Dios en los hermanos y amar a los hermanos en Dios". "El don de piedad significa ser verdaderamente capaces de gozar con quien experimenta alegría, llorar con quien llora, estar cerca de quien está solo o angustiado, corregir a quien está en el error, consolar a quien está afligido, acoger y socorrer a quien pasa necesidad. Hay una relación muy estrecha entre el don de piedad y la mansedumbre" (Papa Francisco, 21 de mayo de 2013 y 4 de junio de 2014). 

Una fe sincera implica una caridad auténtica, una piedad cristiana significa una verdadera mansedumbre, que activa el amor al prójimo: "La fe actúa por el amor" (Gálatas 5,6). El amor a Dios se manifiesta, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. El resto de las virtudes están siempre al servicio de la respuesta del amor.

Benedicto XVI dijo que “cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante Dios”, y que el amor es en el fondo la única luz que “ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar”. 

"La vocación cristiana es sobre todo una llamada de amor que atrae y que inicia un camino permanente, como un salir del yo cerrado en sí mismo hacia su liberación en la entrega de sí y, precisamente de este modo, hacia el reencuentro consigo mismo, más aún, hacia el descubrimiento de Dios" (Benedicto XVI, Carta enc. Deus caritas est, 6). 

Cuando vivimos la caridad, la acogida y el acercamiento a los demás, buscando y procurando su bien, abrimos nuestro corazón a los más hermosos regalos del Señor. Cada vez que abrimos los ojos al amor para reconocer a nuestro prójimo, la gracia nos permite reconocer a Dios. 

El amor se da, no se exige


jueves, 17 de diciembre de 2020

FALTAN LÍDERES, SOBRAN GERENTES

"Quien quiera ser el primero,
 que sea el último de todos 
y el servidor de todos"
(Mc 9,35)

Quienes me leen con asiduidad, conocen mi constante denuncia contra el mal del activismo en ámbitos católicos, y que Pio XII denominó como la "herejía de la acción". Un desatino demasiado instalado en las mentes de muchos "nuevos evangelizadores católicos", que utilizan, consciente o inconscientemente, los "modos" empresariales y el "lenguaje" ideologizante del mundo.

Con demasiada frecuencia, se utilizan en los métodos evangelizadores ciertas modalidades "empresariales" que buscan la efectividad y la eficacia humanas, mientras marginan la gracia divina y olvidan el propósito que debe regir toda acción cristiana y, por tanto, también toda actividad apostólica: la fe, la esperanza y el amor.

Para transmitir estos "modos" y "maneras" se emplea un lenguaje corporativo que evidencia una casi completa ausencia de fe y confianza en Dios, como si "todo" dependiera de la capacidad y el talento humanos, aunque con sus "bocas" le den el beneplácito de una autoría "forzada" al Espíritu Santo.

En efecto, falta amor y sobra activismo. Falta fe y sobra autosuficiencia. Falta esperanza y sobra presunción. Falta "luz" y sobran "iluminados". Falta humildad y sobra orgullo. Faltan "buenos ejemplos" y sobran "ideas novedosas". Faltan líderes y sobran gerentes (coordinadores).
Faltan líderes apasionados por Jesús que den ejemplo y abran camino, y sobran coordinadores tibios que disponen y organizan recursos materiales y humanos, pero sin propósito trascendental ni sustento espiritual. 

Faltan cristianos comprometidos con el Evangelio que acerquen almas a Dios y las cuiden, y sobran "practicantes no creyentes" que se ocupan sólo de las cosas.

Faltan auténticos discípulos de Cristo que, a imitación suya, tengan la oración como prioridad, y sobran "gerentes" que mantienen la acción como preferencia.

¿Dónde encontrar estos líderes apasionados, comprometidos y auténticos discípulos de Cristo? ¿Cómo saber lo que los cristianos debemos hacer y decir cuando servimos a Dios?

Jesús nos enseña

Como siempre, Dios nos "primerea" y se anticipa a nuestras "torpezas" para explicarnos, en el capítulo 9 del evangelio de San Marcos, lo que debemos hacer y que no somos capaces de ver o entender.

Aquí, el evangelista narra una escena en la que Jesús se enfada con aquellos que intentan hacer "cosas para Dios" y se olvidan del "Dios de las cosas". 

Tras bajar del monte Tabor con Pedro, Juan y Santiago, Jesús se encuentra a los demás discípulos discutiendo con la gente y con los escribas, y les pregunta (como si no lo supiera) igual que hizo con los dos de Emaús: "¿De qué discutís?" (Mc 9,16). 

Jesús nos capacita
El motivo de la discusión era la incapacidad de los discípulos de expulsar a un demonio de un niño a quien había dejado mudo. En realidad, su negligencia para imitar al Maestro era debida a su falta de fe en Él.

Y Jesús responde de modo parecido a como lo hará más adelante, ya resucitado, con los dos de Emaús. En esta ocasión, en lugar de llamarles "torpes y necios", les llama "generación incrédula", que viene a ser lo mismo. Pero además, esta vez  esboza una cierta queja y expresa hasta un cierto hartazgo: "¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo os tendré que soportar?" (Mc 9, 19).

Jesús nos exige fe
La gente le pregunta a Jesús si puede hacer algo. Y Jesús, con un tono de cierto enojo y perplejidad ante su desconfianza, les contesta: "¿Si puedo? Todo es posible al que tiene fe" . Y lo expulsó, una vez que el padre del niño hizo una profesión de fe: "Creo, pero ayuda mi falta de fe" (Mc 9, 23-24).

Aquí se encuentra la base de todo milagro: la fe. Sin fe, ni el propio Jesús puede hacer milagros, como ya ocurrió en otras ocasiones e incluso en su propia ciudad, Nazaret. Sin confianza en Dios, no somos más que simples humanos, incapaces ya no sólo de realizar milagros, sino ni tan siquiera percibirlos a nuestro alrededor.

Jesús nos exhorta a la oración
Seguimos en el evangelio de Marcos para notar cómo los discípulos "no se habían enterado de nada"Cuando los discípulos se quedaron a solas con Jesús, le preguntaron: "¿Por qué no pudimos echarlo nosotros?", a lo que el Señor respondió: "Esta especie solo puede salir con oración" (Mc 9,29). 

A la fe siempre le acompaña la oración. Sin oración, todo lo que pretendamos hacer para la gloria de Dios y la salvación de las almas es infructuoso. La autosuficiencia en nuestras capacidades y la confianza en nuestros propios méritos, hacen que cualquier actividad espiritual que pretendamos realizar, se vacíe de contenido y esté avocada al fracaso.

Jesús nos llama a la humildad y al amor
Pero continuemos caminando junto a Jesús y sus discípulos para saber que nos suscita el Señor en nuestra vida cristiana. Cuando llegan a Cafarnaún, Jesús vuelve a preguntarles (esta vez con la misma frase con la que se dirigirá cuando se encuentre con los discípulos de Emaús) : "¿De que discutíais por el camino?" (Mc 9, 33).

Los discípulos callaban porque lo que habían venido discutiendo durante todo el camino era sobre quién era el más importante de ellos. Y el Señor, cogiendo a un niño, les vuelve a enseñar, es decir, nos vuelve a decir a nosotros lo que debemos hacer: "Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos. El que acoge a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí; y el que me acoge a mí, no me acoge a mí, sino al que me ha enviado" (Mc 9,35-37). 

Cristo hizo antes todo lo que nos dijo después: se humilló, despojándose de su condición divina para venir a salvarnos. Y lo hizo por amor. Por tanto, como seguidores suyos es preciso que mostremos la misma humildad y caridad. Porque la primera nos lleva a la segunda y viceversa. 

Jesús nos pide coherencia y perseverancia
Jesús finaliza la enseñanza de hoy para todos nosotros con dos sentencias concluyentes: 

-"Quien hace un milagro en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro" (Mc 9, 39). Cristo nos pide coherencia entre lo que decimos y hacemos, y autenticidad entre a quien proclamamos y qué decimos de Él con nuestros actos y con nuestro proceder.

-"Si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salaréis? Tened sal entre vosotros y vivid en paz unos con otros" (Mc 9,50). Dios nos pide perseverancia en sus enseñanzas y firmeza en sus mandamientos, para así vivir todos juntos en paz. Porque los cristianos no nos movemos por sentimientos ni por estados de ánimo. Nos movemos por y hacia la luz de Cristo.

lunes, 14 de diciembre de 2020

SCIENCE WILL (NOT) WIN

"Cuantos se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
esos son hijos de Dios.
Pues no habéis recibido un espíritu de esclavitud, 
para recaer en el temor, 
sino que habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, 
en el que clamamos: '¡Abba, Padre!'. 
Ese mismo Espíritu da testimonio 
a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios; 
y, si hijos, también herederos; 
herederos de Dios y coherederos con Cristo; 
de modo que, si sufrimos con él, 
seremos también glorificados con él" 
(Romanos 8,14-17)

Al contrario que ocurría en otras épocas pasadas de catástrofes globales, guerras o pandemias en las que las personas dirigían su mirada a Dios y se refugiaban en las iglesias, hoy con la irrupción del Covid-19, el hombre ha dado la espalda a Dios y los templos permanecen prácticamente vacíos.

Sin embargo, la secularización del hombre ya le había distanciado de Dios como consecuencia de su "conversión" al materialismo, una ideología imperialista que aseguraba progreso sin normas y bienestar sin prejuicios, aunque no mostraba el reverso de la moneda: la esclavitud del "consumismo"

Una vez realizado el distanciamiento de Dios, el hombre esclavo del materialismo, ha sido consciente de su salud comprometida y de su vida en riesgo por una enfermedad global y descontrolada (el Covid-19) y ha tratado de buscar una nueva salida que le ayude a conseguir su anhelada felicidad a través del distanciamiento social o aislamiento, que también esconde otra cara oculta: la esclavitud del "individualismo".

Después de meses de confinamiento y de medidas de "falsa seguridad", después de miles de pérdidas humanas, después del conculcamiento y quebrantamiento de las libertades más fundamentales, después de la destrucción de miles de puestos de trabajo y de la desaparición de muchas empresas, después de la ruina sanitaria, social y económica de miles de familias, después del colapso financiero mundial... 

...el hombre esclavo del hedonismo, aislado y encarcelado, sin Dios y sin prójimo, se encuentra ante una situación que no consigue satisfacerle, y sucumbe al miedo en la oscura incertidumbre de la soledad. Su angustia no le permite ser capaz de vislumbrar la solución definitiva a su búsqueda de felicidad.

A través del consumo y del aislamiento, es evidente que el hombre no ha conseguido ni progreso ni seguridad, ni paz ni felicidad. Tan sólo vacío y soledad. 

El temor que le provoca el sufrimiento, la enfermedad y la muerte, le hacen abandonar todas sus anteriores prerrogativas y fijar ahora sus expectativas en una nueva alternativa: el progreso científico

Pero, ni por un instante, se ha planteado extender sus brazos hacia el cielo y pedirle ayuda a Dios, el médico divino.

Esta falta de fe en Dios me trae a la memoria el pasaje de Lucas 8,18 en el que Jesús afirma que "Dios hará justicia a los que le claman día y noche", y en el que se pregunta si "cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?".

El hombre ha puesto su fe en la ciencia, en la razón y el conocimiento humanos, abandonando la sabiduría divina. Y así, ha iniciado una carrera frenética en la búsqueda de remedios médicos (que esconden oscuros intereses económicos y políticos) que ha desembocado en la obtención de una vacuna "eficaz" en un tiempo récord.

Y tras el hallazgo de la supuesta solución a sus problemas, las fuerzas ocultas supranacionales han comenzado el proceso de vacunación mundial de la población a cargo, entre otras, de la multinacional farmacéutica Pfizer, con un lema que es toda una reivindicación imperialista: "Science will win". 
 
"La ciencia vencerá" es otra parodia del Enemigo, Satanás, que siempre trata de imitar de forma burda y blasfema a Dios. Con este insurrecto slogan, el "imperialismo científico" lanza un utópico grito de victoria frente a lo que denomina "fundamentalismo religioso". Con esta arenga triunfalista, el "paganismo racional" señala a la religión como  una "superstición anti-progreso". Con otra mentira diabólica de "seguridad y bienestar", "lo empírico" pretende acabar con "lo trascendental". 

Nos encontramos ante la "continua" infidelidad del hombre hacia Dios; la rebelión del odio, el  "Non serviam", iniciado en el cielo por el Dragón y trasladado a la humanidad por la serpiente en el Edén; el pecado que seduce a través de sucesivas metamorfosis ideológicas impuestas por hombres como Galileo, Newton, Darwin, Einstein, Plank o Hawking, y que persiste hoy con los nuevos y expertos abanderados imperialistas: las multinacionales farmacéuticas del Nuevo Orden Mundial que lanzan una consigna con la que quieren hacer creer que la ciencia puede curar a todos los hombres del sufrimiento, la enfermedad y la muerte.
Es parte de un "todo" que está escrito. Estamos frente a "la bestia que sale de la tierra" de Apocalipsis 13,11, es decir, la "ideología y la propaganda imperial" cuya misión es también utilizar a los científicos como los "nuevos Moisés" del mundo en el desierto de la globalización, y a la ciencia como las "nuevas tablas de la Ley" por las que todos han de regirse, bajo "pena de muerte". 
Unas "nuevas tablas" que transformarán toda nuestra vida política, económica, laboral y social, deconstruyendo el mundo para esclavizar completamente al hombre, dirigiéndole al transhumanismo, y así, someterle definitivamente al poder infernal del Imperio, adorando a la "bestia" y abandonando a Dios.

Sin embargo, los cristianos, que sabemos lo que el nombre Jesús significa, esto es, “Dios salva”, tenemos la certeza de que la victoria y la salvación son exclusivas de Dios. Nosotros no le tememos a la muerte primera. 

San Pablo en su carta a los Romanos nos da la clave de nuestra esperanza cristiana: 

"Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará

Porque la creación, expectante, está aguardando la manifestación de los hijos de Dios; en efecto, la creación fue sometida a la frustración, no por su voluntad, sino por aquel que la sometió, con la esperanza de que la creación misma sería liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la gloriosa libertad de los hijos de Dios. 

Porque sabemos que hasta hoy toda la creación está gimiendo y sufre dolores de parto. Y no solo eso, sino que también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior, aguardando la adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Pues hemos sido salvados en esperanza. Y una esperanza que se ve, no es esperanza; efectivamente, ¿cómo va a esperar uno algo que ve? Pero si esperamos lo que no vemos, aguardamos con perseverancia. 

Del mismo modo, el Espíritu acude en ayuda de nuestra debilidad, pues nosotros no sabemos pedir como conviene; pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables. Y el que escruta los corazones sabe cuál es el deseo del Espíritu, y que su intercesión por los santos es según Dios. 

Por otra parte, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien; a los cuales ha llamado conforme a su designio.... Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? 

¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias a aquel que nos ha amado

Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura (nadapodrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Romanos 8, 18-39).

Por eso, nuestra lucha espiritual consiste en seguir desenmascarando y resistiendo el poder diabólico de aquel que ya ha sido derrotado. Y esta batalla tiene recompensa: la gloria con la que el Hijo del Hombre venció al mundo. 

Bajo la tutela y la ayuda del Paráclito, obtenemos la fortaleza en nuestra debilidad para seguir perseverando en la fe. En nuestra unión con Cristo, nos mantenemos fieles a la voluntad del Padre. En nuestra esperanza en Sus promesas, nada nos separa de Su amor.


Science will not win 
because Jesus has already won
"Yo he vencido al mundo"
(Juan 16,36)