¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

sábado, 29 de septiembre de 2018

LA IGLESIA NECESITA...


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"Él hace que el cuerpo crezca, 
con una red de articulaciones que le dan armonía y firmeza, 
tomando en cuenta y valorizando las capacidades de cada uno. 
Y así el cuerpo se va construyendo en el amor."
(Efesios 4, 16)

Hace poco, en un retiro de Emaús, tuve la oportunidad de saludar personalmente a un sacerdote excepcional de Villanueva de la Calzada.  Y aunque no he tenido la ocasión de hablar más profundamente con él, me consta porque le leo, que tiene las cosas muy claras sobre lo que necesita la Iglesia, y entre otras, son las siguientes:

La Iglesia n
ecesita audacia y valentía para no dejarse arrastrar por la inercia de "lo de antes" ni acomodarse en la seguridad de "lo de siempre".

La Iglesi
a necesita transformar la caduca y obsoleta estructura  diocesana: las catequesis de iniciación cristiana, la distribución del clero, la pastoral de la economía, la pedagogía de la espiritualidad, etc. ¡Ya no funcionan!

La Iglesia nece
sita hacer autocrítica: dejar de estar "a la defensiva" cuando algo va mal, dejar de despejar balones fuera cuando se vacían las parroquias o cuando son ineficaces, dejar de culpar a la sociedad.

La Igles
ia necesita parroquias sanas, fuertes, vivas, vibrantes, que den ánimo y esperanza a otras parroquias y párrocos del entorno. Como organismo vivo que es, necesita que esté sana para crecer. Si una parroquia no está creciendo, es porque está enferma y puede que se esté muriendo. Algo estamos haciendo mal y por ello, debemos hacer todo lo necesario para diagnosticar el mal y corregirlo. No podemos permanecer pasivos.

Imagen relacionada¿Cuál es entonces el secreto para que una parroquia esté sana, fuerte, viva y vibranteEn una palabra: ¡Equilibrio!

Dios ha diseñado y creado el universo con este principio del equilibrio. También nuestro cuerpo tiene 12 sistemas diferentes y absolutamente necesarios para mantener su salud. Cuando éstos no están en equilibrio y no cumplen sus funciones determinadas, lo llamamos "enfermedad".

De igual manera que cuando nuestra vida no está equilibrada, enfermamos y morimos, si nuestra parroquia está desequilibrada, enfermará y morirá. 

Es el propio Jesús quien nos describe las bases sobre las que se asienta el crecimiento de una parroquia sana y fuerte en Efesios 4,  en Juan 17 y en Hechos 2.

Una parroquia crece al amparo de una comunidad: 
- a propósito y con propósito, que conjugue visión y misión.
viva y acogedora, que reciba y envíe personas
- alegre y floreciente, que ilusione y cree impulso
- agradecida y cordial, que no mire al pasado con nostalgia

Una parroquia profundiza con un discipulado:
- bien formado y educado en un liderazgo capacitador.
- que planifique y desarrolle estrategias.
- que realice diagnósticos. 
- que ejecute los objetivos y evalúe los resultados.

Una parroquia se fortalece con oración: 
- que discierna lo que viene de Dios y lo que es simple éxito mundano.
- que ofrezca sacramentos al alcance de todos.
- que celebre un culto enriquecedor que motive y movilice a todos.

Una parroquia trasciende con un servicio:
- que tenga una pastoral dirigida a la persona.
- que dinamice estructuras.
- que huya de un laicado "atrofiado" y "anestesiado".
- que evite el clericalismo y el providencialismo.

Una parroquia crece con la evangelización:

compartiendo métodos y experiencias de conversión.
- dando plenitud a los dones y carismas que tienen sus fieles.
- sin inventar ni abolir nada.
- sin pedir a Dios que bendiga lo que hacemos, sino sumarnos a lo que ya está bendiciendo. 

Es necesario estar continuamente corrigiendo y analizando el equilibrio de estos cinco principios de toda comunidad parroquial, porque existe una tendencia a priorizar aquello en lo que sentimos fuertes y a abandonar lo que nos da más trabajo o nos requiere mayor cantidad de tiempo: una parroquia puede ser fuerte en comunidad, pero débil en evangelización; otra puede ser fuerte en el culto, pero débil en el discipulado; incluso otra puede ser fuerte en el evangelización, pero débil en el servicio. 

Imagen relacionadaCentrándonos por igual en cada uno de las cinco puntos, nuestras parroquias desarrollarán un sano equilibrio que hará posible su crecimiento duradero y sólido.

Cristo nos recuerda que hay que podar un árbol para que crezca. En la Iglesia faltan jardineros que se dediquen a la poda… Y eso genera árboles devaluados… que dan poco fruto o que no dan ninguno.

Cristo nos recuerda que ya ha vencido. Nadie se alista a un ejército en retirada, nadie es de ningún equipo perdedor. Sólo es posible avanzar con una moral de victoria. Hay que ilusionar y crear pasión.

viernes, 28 de septiembre de 2018

EL ARTE DE SER DERROTADO

"El que ama a los hombres, 
ha de amarlos 
o porque son justos
 o para que sean justos."
(San Agustín)

Amar a nuestros enemigos, a quienes nos persiguen, a quienes nos difaman y calumnian, a quienes nos hacen sufrir, es una exigencia muy difícil de cumplir. Ni siquiera es un "buen negocio", al menos dentro de la lógica del mundo ni de los criterios humanos.

Sin embargo,
 a los cristianos se nos exige mucho más que al resto del mundo, que ama a sus amigos. Amar a nuestros enemigos es el camino indicado y recorrido por Jesús"Amad a vuestros enemigos y no hagáis frente al que os ataca"(Mateo 5, 39).

No obstante, es cierto que no podemos ser tan ingenuos ni cándidos como para desechar la justicia para exigir nuestros propios derechos, los de nuestra Iglesia y, por supuesto, los de Dios.

Aún así, cualquier renuncia, sacrificio u ofrecimiento no debe parecernos excesivo en bien del prójimo, incluso en el de nuestros enemigos. Así, nos asemejamos a Cristo que nos dio un ejemplo de amor totalmente por encima de cualquier medida humana. 

El "arte de ser derrotado"

El arte de ser derrotados es ceder a nuestro orgullo, a nuestra ansia de justicia o venganza y "dejarse derrotar". La grandiosa novedad de Cristo fue que se dejó derrotar por amor, para obtener la victoria sobre la muerte.

El arte de ser derrotado supone que cuanto más daño y ofensa nos hagan, más amor debemos dar, más tenemos que negarnos a nosotros mismos, más debemos reflejar la actitud misericordiosa de Cristo en la cruz: "Señor, perdónalos porque no saben lo que hacen". 

El arte de ser derrotados nos lleva a comprender a todos y a disculparlos, si bien este amor benigno no puede convertirse en indiferencia ante la verdad, la bondad y la belleza. Es necesario distinguir entre el error, que debe ser siempre rechazado, y el hombre que yerra, quien siempre conserva su dignidad aún cuando camine desviado por falsas ideas. Ningún pecador, en cuanto tal, es digno de amor pero todo hombre, en cuanto tal, es amable por Dios.Todos siguen siendo hijos de Dios, capaces de rectificar sus errores, de arrepentirse, de convertirse y alcanzar la gloria eterna
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El arte de ser derrotados implica no tratar jamás mal a una persona ni tener enemigos personales y considerar el pecado como el único mal verdadero, sin que ello esté reñido con la prudencia y la defensa justa, con la proclamación de la verdad ante la difamación, con la firmeza en defensa del Bien y la Verdad. 

Al error, lo llamará error y al mal, mal, pero al equivocado o al malvado, debe corregirlo con caridad y afecto para salvar su alma. San Agustín decía que debemos amar a todos, "no porque sean hermanos sino para que lo sean".

El arte de ser derrotados implica una disposición heroica de todo cristiano que mana de un corazón generoso y compasivo, benevolente y afable, bondadoso y apacible, benigno y complaciente, caritativo y misericordioso. Un esfuerzo audaz y valiente para ser capaces de comprender a nuestro prójimo y sus convicciones, aunque no las compartamos ni aceptemos.

Amar a nuestros enemigos no es nada fácil para nosotros pero, precisamente, es lo que nos diferencia de ellos, lo que nos configura en Cristo, lo que nos hace verdaderos cristianos: "Porque si amamos a los que nos aman, ¿qué mérito tendremos?" (Mateo 5, 46). 

Nada tiene el hombre tan divino como el amor. Nada tiene el cristiano tan de Cristo como la entrega al prójimo.

La fe en Cristo nos pide no sólo un comportamiento humano recto sino también virtudes heroicas y actos extraordinarios en nuestra vida ordinaria.

¿Por qué y cómo ejercer el arte de ser derrotados?

Jesús nos dice por qué: "Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mateo 5,48)Dios hace salir el sol sobre malos y buenos. Hace llover sobre justos e injustos (Mateo 5,45). Su amor es para todos. La indicación de Jesús consiste en imitar al Padre en la perfección del amor, su misericordia perdona a sus enemigos. Él imitó al Padre muriendo por todos. Ejerció el arte de ser derrotado, sin enfrentarse a sus enemigos.

Y nos dice cómo hacerlo: "Rezad, rezad por vuestros enemigos". Rezar, no para que sean castigados, sino para que abran su corazón a Dios. Rezar para pedir la gracia necesaria para amarlos. Amar a nuestros enemigos supone edificar una profunda vida interior y de oración que obre el milagro. Sólo hay que pedir, pero debemos pedir bien.

El amor auténtico: Ágape

A diferencia del amor a los amigos, que proviene de un acto del sentimiento, el amor a los enemigos es un acto de la voluntad. Corresponde a nuestra libertad y albedrío decidir amar a quienes nos odian. Amándoles expresamos el auténtico amor, el amor "ágape". 
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Es el amor de servicio, el amor total, el amor incondicional, es un amor efectivo y no afectivo: hacer el bien a los demás, devolver bien por mal.

E
s el amor gratuito que no espera compensación, el amor abnegado que rechaza el orgullo y el egoísmo, el amor generoso que da hasta el extremo. 

Es el amor que todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera y todo lo tolera (1 Corintios 13, 4-8). Es el amor del Padre que, hagan lo que hagan sus hijos, los sigue amando.

El man
damiento de Cristo: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado” (Juan 13, 34) significa "Daos los unos a los otros como yo me he dado a vosotros, servios los unos a los otros como yo os he servido". Cristo no nos habla de un amor de sentimiento sino de servicio, de entrega. "Darse", no como un sacrificio, sino como plenitud: cuanto más doy, menos tengo y más soy.

El ágape es el amor divino con el que Dios se anticipa a nosotros, la plenitud del amor que debemos imitar:

-Es donación al amadoDios nos lo ha dado todo con la Creación
- Es comunicación con el amado: Dios se nos ha comunicado con la Revelación
- Es semejanza al amado: Dios se ha hecho uno de nosotros en la Encarnación
- Es sacrificio por el amado: Dios nos ha dado su vida en la Redención
- Es obsequio al amado: Dios nos da el supremo bien de la Salvación.
San Pablo nos dice: "Bendecid a los que os persiguen; bendecid, sí, no maldigáis. (...) No devolváis a nadie mal por mal. (...) Estad en paz con todo el mundo. Amigos, no os toméis la venganza, dejad lugar al castigo, porque dice el Señor en la Escritura: Mía es la venganza, yo daré lo merecido. En vez de eso, si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber: así le sacarás los colores a la cara. No te dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien" (Romanos 12, 14-21).

La enemistad es un signo de Satanás, el enemigo por excelencia (Génesis 3, 15). Adversario de Dios y de los hombres, siembra en la tierra la enemistad para destruirnos pero Jesús nos da poder sobre el enemigo al decir: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos." (Juan 15, 13). Jesús dio la vida por sus amigos porque Él no tiene enemigos entre los hombres. Y así, nosotros tampoco debemos considerar enemigos a ningún ser humano.

La falta de formación, la ignorancia de la doctrina, los defectos patentes, la indiferencia ante la Verdad e incluso la maldad no deben apartarnos de esas personas. Más bien al contrario, han de ser para nosotros "llamadas" positivas, "toques de atención" precisos, "alarmas" apremiantes y "luces" claras que nos señalan una mayor necesidad de ayuda espiritual hacia quienes los padecen, un estímulo para intensificar nuestro interés por ellos y, nunca un motivo para despreciarlos ni alejarnos de ellos. 

El mandamiento de Jesús no deja lugar a ninguna duda: "amad a vuestros enemigos" y "dad la vida por ellos". Sin embargo, suscita en nosotros tres interrogantes: 

¿lo entiendo?
¿lo acepto?
 ¿lo vivo?




martes, 25 de septiembre de 2018

¿QUÉ CLASE DE SEMILLA SOY?

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"En aquel tiempo, habiéndose reunido una gran muchedumbre 
y gente que salía de toda la ciudad, dijo Jesús en parábola:
Salió el sembrador a sembrar su semilla. 
Al sembrarla, algo cayó al borde del camino, lo pisaron, 
y los pájaros del cielo se lo comieron. 
Otra parte cayó en terreno pedregoso y, 
después de brotar, se secó por falta de humedad. 
Otra parte cayó entre abrojos, y los abrojos, 
creciendo al mismo tiempo, la ahogaron. 
Y otra parte cayó en tierra buena y, después de brotar, 
dio fruto al ciento por uno.
Dicho esto, exclamó:
El que tenga oídos para oír, que oiga.
Entonces le preguntaron los discípulos qué significaba esa parábola. 
Él dijo:
A vosotros se os ha otorgado conocer los misterios del reino de Dios; 
pero a los demás, en parábolas, para que viendo no vean y oyendo no entiendan. 
El sentido de la parábola es éste: la semilla es la Palabra de Dios.
Los del borde del camino son los que escuchan, 
pero luego viene el diablo y se lleva la palabra de sus corazones, 
para que no crean y se salven.
Los del terreno pedregoso son los que, al oír, 
reciben la palabra con alegría, pero no tienen raíz; 
son los que por algún tiempo creen, pero en el momento de la prueba fallan.
Lo que cayó entre abrojos son los que han oído, pero, dejándose llevar por los afanes, riquezas y placeres de la vida, se quedan sofocados y no llegan a dar fruto maduro.
Lo de la tierra buena son los que escuchan la palabra con un corazón noble y generoso, 
la guardan y dan fruto con perseverancia".
(Lc 8, 4-15)

En el Evangelio de esta semana, escuchamos la parábola del sembrador que nos interpela a cada uno de nosotros y nos hace preguntarnos ¿Qué clase de semilla soy? ¿Caigo en las tentaciones del Enemigo? ¿Caigo cuando me enfrento a la prueba? ¿Caigo en las seducciones de los afanes y placeres de la vida? ¿Crezco firme en la fe? ¿Tengo raíces profundas? ¿Maduro o sigo siendo un bebé espiritual? ¿Estoy en gracia? ¿Cómo son las cosas entre Dios y yo?

Nuestro mundo está lleno de arcenes, de tierras pedregosas o llenas de espinas que tratan de impedir que la semilla fructifique en nuestra vida. Nos mantienen distraídos y demasiado preocupados por nuestras cosas, por nuestro cuerpo, por nuestra materia pero...¿y nuestra alma? ¿nos preocupamos por ella?

A menudo, vivimos como si nunca fuéramos a morir. Vivimos deprisa, acelerada y ruidosamente como si no hubiera un mañana. Nos levantamos cada mañana, trabajamos, comemos, bebemos y volvemos a dormir...y ¿en qué momento de nuestras vidas está Dios? ¿Cuándo pensamos en Él? ¿Sólo cuando sobreviene algún problema, enfermedad, sufrimiento o muerte?

Tenemos tan ocupadas nuestras vidas con tanto afán, con tanto ruido, con tanta prisa que no pensamos en el por qué o el para qué. Estamos tan ensimismados en nuestras cosas efímeras que no damos tiempo a lo importante, a lo únicamente necesario y perdurable: nuestras almas.

Acudimos a misa, nos sentamos delante de Dios, escuchamos su Palabra pero luego no la ponemos en práctica, porque tenemos en nuestra boca la mentira y nuestro corazón va tras la ganancia injusta. (Ez 33, 31). 

Nos preocupamos en exceso por nuestra vida exterior y descuidamos la interior. Nos quedamos con frecuencia en las apariencias, en lo externo pero, rara vez, profundizamos y "echamos" raíces.

Sin embargo, Dios esparce la semilla sabiendo que caerá en nuestros corazones distintos, y aún así, lo sigue haciendo porque su voluntad es que caiga en terreno bueno, arraigue y crezca hacia el cielo... nuestro auténtico destino.

Para arraigar firmemente, primero la semilla debe "convertirse". Sin conversión no hay salvación.  Sin regeneración no hay avance. Sin un "nacer de nuevo", no podemos alcanzar el reino de Dios.

Al "renacer", el Espíritu Santo arraiga en nosotros y nos hace crecer, florecer y dar fruto abundante. Nos sentimos débiles y pecadores y por ello, alzamos nuestra mirada al Creador, y así, crecemos en la fe y el amor a Cristo y al prójimo. Nos desapegamos del mundo y anhelamos la santidad. Son los signos de una verdadera conversión.

No podemos permanecer inmóviles, dormidos o anestesiados mientras nuestros afanes mundanos transcurren y nos llevan indefectiblemente hacia la muerte. No podemos seguir pretendiendo estar en la tierra sin fructificar, sin crecer, sin aspirar al cielo.

Nuestro anhelo de Dios, nuestra búsqueda de la santidad nos llevará por caminos, a veces, complicado y difíciles, pero debemos perseverar, debemos seguir creciendo y avanzando hacia el cielo, donde alcanzaremos la perfección. 

La búsqueda de nuestra santidad nos hará ver y cumplir nuestra labor aquí en la tierra; nos hará ser humildes y amables, generosos y serviciales; nos hará ser desinteresados y dispuestos; nos hará estar comprometidos con Dios; nos hará mansos y prudentes; nos hará vivir en el amor.

Nuestra fe no es teórica. Nuestro seguimiento a Cristo es práctico. Crece y se desarrolla. Nos compromete y nos exhorta a vivir la fe diariamente, en cada momento. No podemos conformarnos con "un poco de fe", con "un rato de Dios", con "caminar un rato y luego, pararnos y abandonar".

Debemos estar siempre en Gracia. Acudir a los sacramentos. Caminar siempre unidos y en comunión con Cristo. Sólo junto a Él podemos alcanzar el cielo. Nos ha enseñado cuál es el camino: la Cruz. Esta vida no es un camino de rosas. Lo sabemos. Ahí es dónde podemos usar nuestra libertad, para seguirle sin dudar, sin temer...

Con la ayuda de su Gracia y amparados por una comunidad realmente cristiana podemos crecer: una comunidad de servicio y no de asistencia a un lugar, una comunidad valiente y que no se acomode, una comunidad donde permanezcamos siempre juntos y en presencia de Dios, para crecer en el amor, para discernir Su voluntad, para ser dignos de alcanzar sus promesas, para ser merecedores de alcanzar la visión beatífica. 

Todo esto sólo podemos hacerlo durante el tiempo que se nos ha dado, durante nuestra vida. Luego, tras la muerte, todo será inútil porque no podremos mirar atrás. Ahora es el momento de renacer, de arraigar, de prepararnos, de crecer para alcanzar nuestro objetivo último.

Despertemos. Dejemos de ser "bellas durmientes". Salgamos de nuestra comodidad, de nuestro "aburguesamiento cristiano" y pongámonos en marcha. Dejemos a un lado la pereza y comencemos a caminar sin miedo, crezcamos alegres y vigorosos. Siempre alerta y vigilantes. Pues, ¿a qué esperamos sino a Nuestro Señor?

miércoles, 19 de septiembre de 2018

SABUESOS CRISTIANOS: SEGUIR EL RASTRO DE JESÚS

La caza del zorro, originaria de Inglaterra desde el siglo XVI, consiste en la búsqueda, rastreo y persecución del zorro rojo por perros sabuesos dirigidos por un grupo de seguidores desarmados que les siguen a pie o a caballo.

Los foxhounds  ("raposeros", "rastreadores" o "sabuesos") son perros de caza dóciles, sociales y muy obedientes. Inasequibles al desaliento, desarrollan su labor en comunidad y necesitan imperiosamente ejercicio. Van siempre a la cabeza de la jauría. Han "husmeado" al zorro o incluso, le han visto.

El resto les sigue corriendo, saltando y ladrando aunque no han visto ni olido al zorro. Sencillamente, siguen a los que van en cabeza aunque no saben muy bien por qué. Al cabo de un tiempo, algunos desisten, se entretienen por el camino olisqueando cualquier cosa, se distraen y se paran. Finalmente, abandonan la persecución. 

Sin embargo, los foxhounds siguen. Tienen clara su misión porque han visto al zorro. Se han topado cara a cara con él, "conocen su olor" y por eso, perseveran hasta el final.

En palabras de Monseñor Munilla, con la fe ocurre algo similar. Muchas personas comienzan la búsqueda de Dios pero la mayoría se queda a medio camino, se distraen y abandonan. Pocos llegan al objetivo, a la meta. 

Sólo quienes han tenido una experiencia real con Jesucristo, sólo quienes le han visto,  sólo los "sabuesos cristianos" perseveran hasta el final por una experiencia, por una visión de Cristo resucitado. 

Si no le hemos visto, si sólo seguimos a quienes van en cabeza, tarde o temprano, renunciaremos. Sólo quienes "huelen" a Jesús tienen clara su misión. Seguir a Cristo requiere perseverar. Requiere tener fijado el objetivo.

A muchos cristianos nos pasa lo mismo: nos identificamos como seguidores de Jesús pero no le conocemos realmente, no sabemos quién es ni por qué le seguimos. Muchos sabemos de Jesús, conocemos algunas de sus palabras, hechos y milagros por la Escritura, pero no penetramos en su intimidad. No llegamos al fondo de su mensaje, no somos capaces de experimentarle, de reconocerle, de sentirle, de descubrir su presencia constante a nuestro lado, de amarle a través de las personas con las que nos cruzamos. 

En definitiva, nuestra fe cristiana y nuestra relación con Jesús son superficiales y pobres, son "a distancia", como las que se tienen con un "extraño".

Es el Señor quien nos llama: "Sígueme" (Mateo 9,9; Marcos 1,14). Para seguirle, es necesario conocerle y reconocerle ("olerle y verle") en la Iglesia, en la Eucaristía, en la Escritura, en la Oración, en la Comunidad. Pero sobre todo, le encontramos en María, el medio mas corto, rápido y perfecto para llegar a Jesús.
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Es preciso distinguir entre admirar a Cristo y seguir a Cristo, entre ser admiradores o seguidores de Cristo. Cristo no busca admiradores sino seguidores. Los admiradores miran desde la lejanía, siguen a la jauría pero no están comprometidos porque no han visto. Los seguidores son y siguen lo que admiran, lo que han visto.

Seamos "foxhounds" católicos, seamos "sabuesos cristianos". Sigamos el rastro de Jesucristo. Ahora que le hemos visto, ahora que le conocemos y le seguimos admirados, no perdamos nunca de vista al Señor. Mantengamos todos los sentidos puestos en Él, para no quedarnos a medio camino y llegar hasta el final. 


domingo, 16 de septiembre de 2018

LA VIRGEN Y LOS JÓVENES SE PASEAN POR MADRID

Cartel del Rosario por la Juventud de España. Foto: Grupo Jóvenes Anuncio.


Ayer, sábado por la noche, jóvenes madrileños "armaron lío" por las calles del centro de la capital, que fueron testigos de un evento nada habitual: varias decenas de universitarios representantes de los grupos “Anuncio” y "Effetá", organizaron el rezo de un Rosario por la juventud de España.

Por iniciativa propia, impulsada por ellos mismos sin ninguna gestión sacerdotal, dieron testimonio de su fe y valentía, mostrando al mundo su alegría cristiana sin vergüenza y sin tapujos, ante la mirada atónita de muchos madrileños.

El Rosario por la juventud de España se inició a las 20 horas en la plaza del Conde de Miranda con la concentración de organizadores y asistentes.

Contó con la presencia inesperada del obispo auxiliar, el Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Juan Antonio Martínez Camino, quien confesó su alegría y júbilo al verse comprometido a asistir gracias a la audacia de varios jóvenes, que le interpelaron durante toda la semana para que les acompañara.  

Tras su bendición y palabras de ánimo a los jóvenes madrileños, se inició el Rosario, que se dirigió hacia la Plaza Mayor, la Travesía del Arenal, y las calles Preciados y Gran Vía, donde la policía tuvo que cortar el trafico ante la avalancha de jóvenes, niños, mayores y familias que se fueron uniendo durante el trayecto.  

Muchos madrileños se vieron sorprendidos en las terrazas, bares y calles de la ciudad, parándose para hacer fotografías y vídeos, animando y agradeciendo tan original iniciativa.

El Rosario fue organizado por estos "jóvenes sin miedo", no como una manifestación ni como protesta reivindicativa, sino como una oración de intercesión a la Virgen por toda la juventud de España. 
Estos jóvenes hijos de María, mostraron a los madrileños su condición de cristianos comprometidos, evangelizando al son del Rosario y de las canciones dedicadas a su Madre celeste, y fueron seguidos por casi un millar de personas, familias, niños y mayores a quienes regalaron rosarios y velas.
El Rosario concluyó su itinerario en la Plaza de España en una gran fiesta con oraciones, canciones, bailes y vítores a la Virgen y a Cristo Rey, contagiando la alegría y el júbilo a todos los presentes. 

Allí mismo comenzó a fraguarse el próximo Rosario. Sin duda, un gran ejemplo para todos y que debemos apoyar.
Anoche, la Virgen nos acompañó con su alegría maternal de saberse amada por sus hijos.




sábado, 15 de septiembre de 2018

SACERDOTES CAÍDOS

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Con gran tristeza, los titulares de las noticias nos recuerdan una vez más que el enemigo tiene como objetivo especial a la Iglesia Católica. Igual que hizo con los ángeles, hace con los hombres: algunos sacerdotes "caen" y con ellos, muchos cristianos son heridos y dañados.

¿Por qué sucede esto? ¿Qué motiva a algunos pastores del rebaño de Dios a caer y echarlo todo a perder? 

Es cierto que en cada parroquia, cada día, muchos sacerdotes luchan contra corriente, y mucho. Y lo hacen solos. Quizás por eso, algunos caen. 

El mismísimo Satanás, nuestro enemigo espiritual es un experto conocedor del comportamiento humano y se fija especial y particularmente en los sacerdotes, no porque sus almas tengan un mayor valor intrínseco, sino porque su caída es estratégica para intentar ganar la batalla final.

Negligencia

La tentación más implacable con la que Satanás se adentra en la vida sacerdotal no es con el atractivo de los actos flagrantes de inmoralidad (que también), sino con la disposición diaria a descuidar el amor por Cristo de la manera más insignificante y sutil.

Sin duda, por negligencia, por pereza o por indolencia, comienzan a desc
uidar su relación con el Señor, abandonan su vida interior y su oración, y con el tiempo se despojan del amor, la pureza, el discernimiento y la doctrina.

El Diablo sabe que el "gran mandamiento" es amar al Señor sobre todas las cosas, con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerza, y por ello, se vale de la negligencia para incitarles a mantener un amor parcial y superficial por Cristo, mientras mantienen una "vida aparentemente cristiana." 

Y así, el amor a Cristo cae en el vacío encanto del mundo, les arrastra y los atrapa con una facilidad insospechada hacia un esfuerzo por tratar de servir a todos. Es cuando muchos sacerdotes caen en la trampa de establecer objetivos que no requieran mucho esfuerzo y gusten a todos, cuando ofrecen un servicio de "mínimos".

Activismo

La segunda tentación es el activismo: "cuando el Diablo no puede doblegarte, te mantiene ocupado". El ruido y la agitación desmesurados en una parroquia destruyen la relación con Dios. 

Resultado de imagen de curas activistasCuando un sacerdote encuentra más interés en "hacer cosas" que en estar con Dios, "cae" en la trampa porque termina sirviendo por obligación, pierde la alegría de permanecer en Cristo, cae en la rutina que le lleva a una pretensión vacía y a una grave vulnerabilidad espiritual, convirtiéndose en un "mal funcionario de la fe".

Cuando un sacerdote pone todo el énfasis en los números, siempre terminará decepcionándose porque nunca tendrá suficiente. Su tarea debe concentrarse en hacer y formar discípulos, en dirigir al pueblo de Dios y administrar sacramentos, bajo la guía de Dios. 


Por supuesto, necesita ayuda, y para eso están los laicos. Con la colaboración de los laicos como parte del pueblo de Dios y la guía del Espíritu Santo, los números se generarán por sí mismos. 
Dios es quien se encarga de ello.

Desconfianza

La mayoría de los sacerdotes tratan de saber en quién poder confiar, pero algunos, realmente quizás por culpa de un excesivo clericalismo, llegan a conocer poco a sus feligreses. A menudo, no tienen a nadie que les hable claro, que les diga lo que nunca querrían escuchar. Por lo general, ponen buena cara, pero realmente, no confían y tratan de hacer las cosas solos.

Cuando un sacerdote no confía en nadie teme dar rienda suelta a la visión y a las capacidades de los demás, porque no tiene suficiente confianza en ellos o porque la tiene solo en él mismo, o incluso porque no la tiene en Dios.

Resultado de imagen de desconfianzaExige a otros que hagan lo que él quiere y por tanto, se pierde la confianza en que el plan de Dios funciona, aún a pesar de nosotros. 

La visión de una parroquia debe estar sustentada en Cristo, maestro en la delegación. Obviamente, Jesús estableció la visión, pero luego entregó todo el servicio a sus discípulos. 

Un sacerdote que no confía en Dios o en los demás, siempre intentará hacer las cosas como él quiere, o por él mismo. Desconfiará de todo aquello que no esté bajo su control y se negará a permitir que nadie más que él se haga cargo. 

Cree que, sin su control, el mundo se derrumba. Ve el vaso "medio vacío" y no quiere correr demasiados riesgos. Cuando todo está bajo su control, siente una sensación de seguridad. El mérito es suyo, no de Dios. Es una forma de pelagianismo.

Orgullo

Muchos sacerdotes luchan a diario con problemas de ego. Cuando un sacerdote es orgulloso, todo marcha bien, siempre que él sea el centro de atención. Pretende el poder, el prestigio y los privilegios que conlleva el sacerdocio, y cierra el paso a cualquier persona que Dios pone en su camino

El liderazgo espiritual correcto del sacerdocio ayuda a las personas a ir desde donde están hasta donde Dios quiere que estén. Cuando un sacerdote mueve a la gente "a toda máquina" hacia Dios, cuando se despojan de su "yo" para realizar el plan de Dios y glorificarle, todo funciona correctamente.

Desafortunadamente, cu
ando un sacerdote trata de combinar los planes de Dios con sus propios planes, todo se desmorona. Lo que a menudo comienza como buenas intenciones, terminan en ambiciones egoístas y orgullos egocéntricos.

Quiere crecer en número y "hacer muchas cosas" para Dios, pero en realidad, se trata más de crear algo que le ensalce a él en lugar de dar gloria a Dios (aunque posiblemente, ni siquiera lo reconozcan). Y así, se rodea de personas incondicionales que siempre le dirán "Sí" a todo, que siempre apoyarán cada decisión que tome, sin importar cuán destructiva o absurda sea.

Manipulación

Un sacerdote caído es, a menudo, manipulador, capaz de explicar cada acción, cada pecado sin importar cuán atroz sea. Se trata de una deformación de su sacerdocio.

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Tiene una asombrosa habilidad, un sofisticado mecanismo de actuación casi infalible. Sabe influir en las personas, conoce qué teclas tocar, qué decir y qué callar para alcanzar el pleno control sobre sus emociones.

Ve a los demás como objetos, como recursos de los que aprovecharse para sus fines y utiliza distintos métodos y estrategias indirectas, engañosas y abusivas como el chantaje, el victimismo…

Se camufla de acciones bienintencionadas y elevadas, se reviste de preocupaciones y emociones profundas para ganarse la confianza de sus feligreses y desplegar después sus intenciones.

Marginación

Las personas que disienten de un sacerdote "caído" no solo se verán desplazados de su círculo interno, sino que también quedarán aisladas. Después de todo, este sacerdote no quiere tener personas que no estén de acuerdo con él.

Y entonces hace todo lo posible por marginarlos y desacreditarlos, manchar su nombre, acusarlos de falta de fe e incluso difundir mentiras sobre ellos. 

La triste realidad es que aquellos etiquetados como "críticos" a menudo comienzan como íntimos confidentes del sacerdote, pero una vez que comienzan a retroceder, se les "elimina", se les posterga y se les calumnia.

Para que una parroquia sea saludable, es bueno que haya diversidad en la unidad. Todos, por nuestro bautismo, somos sacerdotes de Dios, tenemos al Espíritu Santo y recibimos dones únicos para edificar la iglesia. 

Pero esto no funciona para el sacerdote caído, que ve en la diversidad un atisbo de disidencia, un riesgo para sus intereses y que le impide alcanzar sus grandiosos planes. Él no quiere una variedad de opiniones, él exige lealtad absoluta e incondicional. Estás dentro o fuera, a favor o en contra.

Y si uno no está comprometido con su forma de actuar, le acusan de deslealtad y de ataque a la Iglesia. Si uno es leal a sus intereses, son promocionados hacia puestos de honor dentro de la parroquia.

Una señal inequívoca de que las cosas van mal, es cuando todos piensan, actúan e incluso hablan por igual. La comunidad se divide, se fragmenta y se reduce, signo de que el sacerdote ha caído.

Cuando un sacerdote "cae", busca "chivos expiatorios" a quienes responsabiliza de todos los males. 

Carisma

La mayoría de los sacerdotes caídos no parecen malos. A menudo son encantadores, dinámicos e incluso visionarios. Son carismáticos, elevados, elocuentes, "caen bien". Son capaces de inspirar a las personas y de moverlas a realizar cosas increíbles.

Imagen relacionadaPero, a menudo, todo es fachada, un "sepulcro blanqueado". En la superficie, parecen ser muy espirituales y con "hilo directo" con Dios, pero en el fondo, están alejados del Señor.

Sacerdotes que no dan testimonio de vida,"cristianos de salón"(como dice el Papa). Sólo se comportan bien delante de la gente, ante los "focos" y los "micrófonos".

Es una fácil tentación para un sacerdote predicar lo fácil, decir lo que las personas quieren oír, sacrificar la verdad por la popularidad. Sin embargo, un sacerdote debe hacer honor a la verdad, incluso cuando ésta es impopular porque cuando sacrificamos la verdad por "quedar bien con todos", hacer discípulos se vuelve imposible.

Abuso de poder

Un sacerdote tiene poder que le da su cargo y su posición pero el "poder ilimitado corrompe la mente de los que lo poseen."

Una de principales peligros en la Iglesia es que un sacerdote acapare demasiado poder, sin la suficiente responsabilidad personal. 

No se trata de controlarle sino de equilibrar la verdad y la gracia por igual. 

Negación del error 

Por desgracia, un sacerdote caído se niega a creer que algo esté mal con su estilo pastoral, con la forma en la que lleva las cosas. Está convencido de que todo va bien, hasta que todo se desmorona...

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Incluso si alberga dudas, no las comparte con otros porque sería admitir su caída, su falibilidad, su debilidad, su inseguridad. Sería un reconocimiento de que tal vez, sólo tal vez, Dios no está de su lado. Y por eso siempre está lleno de bravuconería y fanfarronería, haciendo grandes afirmaciones sobre cómo van las cosas en la parroquia.

El resultado de un sacerdote caído es que las cosas van de mal en peor hasta llegar a una implosión total. Mucha gente queda herida, el nombre del Señor queda por los suelos y la comunidad desaparece.

Si sospechas que tu sacerdote ha caído, reza. Y mucho. No esperes que las cosas mejoren por sí solas. Reza.


viernes, 14 de septiembre de 2018

Y DESPUÉS DE EMAÚS...¿QUÉ?

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Sin duda, los retiros de Emaús son un soplo de aire fresco del Espíritu Santo, un maravilloso método de evangelización y de conversión que nos llevan a un encuentro íntimo con Jesucristo Resucitado, quien nos interpela y nos lleva a una transformación. 

Una conversión que produce primero un cambio de mentalidad (metanoia), un cambio de actitud que nos mueve desde el resentimiento al agradecimiento, desde la desesperación a la esperanza, desde la pérdida a la ganancia, desde la derrota a la victoria. 

Emaús es una herramienta espiritual fértil y fructífera que da sentido a nuestras vidas, que nos muestra el camino junto a Jesús. Pero y después de Emaús...¿qué?

Dios no es una Persona de "medias tintas" que se conforma con que cambiemos nuestra mentalidad o nuestra actitud. Tampoco se conforma sólo con que reconduzcamos nuestros caminos hacia una vida eucarística y de sacramentos. Nos pide más...

Nuestro Señor nos pide un cambio radical de vida. Una transformación completa, no sólo en nuestra forma de mirar al mundo, sino en nuestra forma de vivir en el mundo. Nos llama a servir (diakonia), a ser sus discípulos...en plural.

El apóstol Lucas, aunque sólo menciona a Cleofás en el pasaje de Emaús, habla de “los discípulos”. Habla... ¡de nosotros! De cómo el Señor nos pregunta, nos interpela, nos desafía, nos explica las Escrituras, nos parte el pan, nos abre los ojos y nos inflama el corazón.

No es un
detalle sin importancia. San Lucas utiliza la palabra “nosotros” 21 veces en su Evangelio (3 de ellas, en el pasaje de Emaús) y 57 veces en los Hechos de los Apóstoles (78 veces de las 300 que se emplea en el Nuevo Testamento). En Lucas todo es “nosotros”.

El m
édico evangelista nos explica la maravillosa manera en la que el Espíritu actúa para construir comunidad a través del compromiso y el servicio a Dios y a los demás.

En los Hechos de los Apóstoles, tanto las acciones como las palab
ras de los discípulos utilizan siempre el término "nosotros": “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros…” (Hechos 15, 28)-. ¡El Espíritu Santo y nosotros! ¿No es significativo? ¿No es un privilegio?

Desde el momento en que invitamos al Señor a nuestra mesa sin saberlo (o mejor dicho, es Él quien nos invita), el compromiso de formar comunidad se convirtió para nosotros en una fuente de alegría y esperanza para volver a verle de nuevo en todo momento, en toda su Gloria, de igual manera que le reconocimos en ese instante antes de que desapareciera, cuando partió el pan.

No en
vano, Cleofás significa "el que ve la gloria". Por ello, todos nosotros somos Cleofás porque con cada persona que nos encontramos en el camino, con cada persona que "sale" de Emaús, con cada persona que se une a nosotros y nos acompaña... vemos al mismísimo Jesús en persona….a Emmanuel, "Dios con nosotros".
Es así como Jesús nos “introduce en la escena”, nos convierte en actores activos en su plan de salvación... y nos envía “de dos en dos”. Y "cuando dos o más estamos reunidos en su nombre, allí está Él en medio de nosotros" (Mateo 18, 19-20).

Después de Emaús, nos comprometemos a dar la bienvenida y acompañar a cada persona que se une a nuestro camino y así, nos convertimos en "nosotros", caminando.

Nuestro testimonio pasa a ser un “vivir y obrar en común” la fe, la esperanza y la caridad que el Señor nos regala.

Después de Emaús, no nos volvemos a casa, cada uno por nuestro lado. No huimos, sino que vamos juntos, "nosotros", de dos en dos para convertirnos en tres. Es un "dos a dos" abierto, dispuesto a formar familia, comunidad y pueblo, con Cristo siempre a nuestro lado.

Jesús se unió a nosotros en nuestro camino justo cuando conversábamos
 y discutíamos entristecidos y apenados por la disolución de nuestra comunidad, tras su muerte: "y cómo nuestros sumos sacerdotes y nuestros jefes lo entregaron para ser condenado a muerte y lo crucificaron. Nosotros esperábamos... nuestras mujeres dijeron que se les aparecieron ángeles asegurándolas que estaba vivo".

Acostumbrados a estar junto a Él, una vez que le perdimos de vista, comenzamos a ver cómo se gestaba la desunión y la disolución de la comunidad, y emprendimos una huida nostálgica y sin esperanza, que nos impedía reconocerle mientras caminaba junto a nosotros. Para nosotros, era un "extraño" que se nos acercó y nos preguntó, para luego, iluminarnos y "encendernos"
.

D
espués de Emaús, el Señor entró de nuevo en nuestras vidas, vino a buscarnos personalmente con su estilo único de amor, sin exigencias ni coacciones, apelando tan sólo al diálogo, a la hospitalidad y a la confianza; nos escuchó pacientemente antes de hablar, nos acompañó amigablemente por el camino, esperó nuestra invitación para luego, aceptarla;  nos inflamó el corazón y le reconocimos; nos enseñó el camino de regreso a la comunidad para tratar a los demás del mismo modo en que Él nos trató a nosotros: a mirar sin criticar, a escuchar sin juzgar, a obedecer a nuestros superiores y a prestar atención sin despreciar a las que considerábamos "inferiores" a nosotros.
Antes de Emaús, nos habíamos alejado de la comunidad, cegados por nuestras propias convicciones, por nuestros criterios humanos y por nuestras erróneas formas de ver las cosas…y Jesús nos devolvió la esperanza y la alegría para volver corriendo a la unidad, a la comunidad, comprometidos a caminar con los demás, sin prisas, abiertos a escuchar, dispuestos a acoger y deseosos de compartir más que para discutir

Todos nosotros, hijos pródigos sin mérito, logramos sacar lo mejor del corazón de Dios: su Divina Misericordia. Dios se enternece con sus hijos perdidos, sale a nuestro encuentro para abrazarnos y después de Emaús nos pide que, habiendo tantos hijos pródigos perdidos en el mundo, volvamos a nuestra comunidad para que todos juntos salgamos a buscarlos, y así se encuentren con Él y le reconozcan.

Despu
és de Emaús, estamos dispuestos a obedecer a los más "grandes" y disponibles para ayudar a los más "pequeños".

Después de Emaús, ya no nos enzarzarnos en discusiones de desesperanza ni de desilusión, no nos auto-compadecemos, no nos rendimos.

Después de Emaús, somos parte de una gran familia en la que todos creen, en la que todos esperan, en la que todos aman.

Después de
Emaús, estamos "de vuelta". Volvemos del camino que se aparta de Dios y emprendemos el de vuelta a la comunidad, a la unión.

Después de Emaús, somos los perdidos que fueron encontrados, los pecadores que fueron perdonados, los que después de sesenta estadios no entendían y ahora comprenden, los escépticos que ahora confían plenamente, los resentidos que ahora agradecen, los "derrotados" que ahora cantan victoria, los que querían ser primeros y ahora quieren ser últimos, los que ordenaban y ahora desean obedecer, los que huían y ahora se comprometen, los que querían ser servidos y ahora sólo desean servir.

Después de Emaús, tenemos la certeza de que...


JHR