¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

viernes, 8 de julio de 2016

¿POR QUÉ CREO EN DIOS?



¿Por qué creo de todo mi corazón y completamente en Dios? ¿Por qué tengo la certeza de que existe y de que está vivo? ¿Por qué me he convertido en un cristiano? ¿Dios es real? ¿Es fe o emoción? o ¿Es todo lo anterior? 

Dios es real, salva, protege, perdona, guía...pero sobre todo, me ama.

Ahora tengo la certeza de su existencia, me siento seguro, me siento a salvo, me siento perdonado, reconfortado, guiado, esperanzado y amado. 

He comprendido que mi vida tiene un propósito que va más allá de mi propia humanidad, de mi propio criterio y de mis propias expectativas.

Mi creencia de que Dios es real, que está vivo y que vive en mí, no es una frase hecha: Es reconocer en mi lo que Él es y lo que ha hecho por mí. 

Ahora soy capaz de ver claramente cuándo, cómo y dónde Dios ha intervenido, me ha guiado, y me ha interpelado durante toda mi vida. 

Es una cuestión, no tanto de abrir los ojos, sino de abrir el corazón. La distancia más larga de la fe: los 28 cm que van desde la cabeza (razón) al corazón (sentimiento). 

Y es que la fe no es una cuestión de razonar (que también) sino de experimentar. Para creer en alguien, hay que conocerle y luego, todo transcurre naturalmente...llegas a amarle (con locura).

No sólo puedo verlo actuando en mi vida, sino que también le siento. Sí. Siento su presencia. Suena raro, tal vez irracional, excéntrico o "friki", pero cualquier persona que ama de verdad a Jesús sabe lo que es sentir la presencia del Espíritu Santo.

Una vez que se experimenta a Cristo, no hay lugar a la duda, no se puede negar, no se puede falsificar ni olvidar... y lo más importante, no puedes perdértelo. Una vez que uno descubre y experimenta al Señor, siempre quieres más. Se trata de amor puro y en abundancia.

Según progresas en el conocimiento de Dios, te vas transformando. La vida ya no es como antes. Ya no soy quien solía ser. Soy una nueva creación. Un hombre nuevo. Una nueva criatura. 

Estoy tan lejos de quien solía ser, que a veces, hasta me sorprendo. No estoy seguro de que las personas cambiemos por nosotros mismos. Es más, estoy seguro de que no es así. Existe un catalizador y es Jesucristo.

Mi fe ha crecido y madurado, se me han abierto los ojos y sobre todo, el corazón. Veo con absoluta nitidez la evidencia de la existencia de Dios por todas partes y siento como actúa en mi vida y en las de los demás a mi alrededor. Lo que antes pensaba que eran casualidades o el "destino", ahora sé quien obra: Dios.

Ahora, me fijo en cosas que antes pasaban totalmente desapercibidas para mi mente, preocupada por la rutina del día a día. Mi visión se ha dimensionado, soy capaz de ver con una perspectiva mucho más amplia: desde la naturaleza, las personas que voy encontrándome en mi vida, el profundo amor de mi mujer, de mis hijos y de todos mis hermanos en la fe.

Sin duda, la vida es un milagro, es una maravilla, sólo hay que...estar atento. Atento a Dios. A lo que me dice, hacia donde me guía y me dirige, y cuanto me quiere.

Veo a Dios en todas partes. La evidencia de su acción es inconfundible. Y en ello estoy, preocupándome y sirviendo a otros, rezando por aquellos que todavía no han abierto sus ojos y dando gracias a mi Dios, que me quiere con locura.





miércoles, 6 de julio de 2016

CORRECCIÓN FRATERNA, SIEMPRE DESDE EL AMOR


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"En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: 
Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos.
Si te hace caso, has salvado a tu hermano.
Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos,
para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos.
Si no les hace caso, díselo a la comunidad,
y si no hace caso ni siquiera a la comunidad,
considéralo como un pagano o un publicano.
Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo,
y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.
Os aseguro, además,
que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo,
se lo dará mi Padre del cielo.
Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre,
allí estoy yo en medio de ellos."

(Mateo, 18, 15-20)

A veces, podríamos pensar que corregir a un hermano es juzgarle o criticarle. Podríamos decidir "pasar" del tema por no herir sus sentimientos, por no enemistarnos con él. Podríamos creer que es mejor dejarle obrar mal y no decirle nada. Podríamos llegar a pensar que no merece la pena hacer ninguna corrección por comodidad, por evitar "líos".

Sin embargo, estos temores o complejo
s se disipan fácilmente si tenemos viva la conciencia de la comunión de los santos y, por tanto, de la lealtad debida a la Iglesia y a sus pastores, a sus instituciones y a todos los hermanos en la fe.

La corrección fraterna es un mandato del propio Jesucristo y de la Iglesia. Ante las faltas de los hermanos no cabe una actitud pasiva o indiferente, ni tampoco la queja o la acusación destemplada.

Base doctrinal

Jesús exhorta a practicarla: “Si tu hermano peca contra ti, ve y corrígele a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano” y Él mismo corrige a sus discípulos en diversas ocasiones (Marcos 9, 38-40; Mateo 16, 23; 20,20-23).

En el Antiguo Testamento, Dios recuerda a los profetas la obligación de corregir. (Ezequiel 33, 7-9). 

En el Nuevo Testamento, el apóstol Santiago exhorta a practicarla: “Si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro hace que vuelva a ella, debe saber que quien hace que el pecador se convierta de su extravío, salvara el alma de la muerte y cubrirá la muchedumbre de sus pecados” (Santiago 5, 19-20).

San Pablo considera la corrección fraterna como el medio más adecuado para atraer a quien se ha apartado del buen camino: “Si alguno no obedece lo que decimos en esta carta [...] no le miréis como a enemigo, sino corregidle como a un hermano” (2 Tesalonicensess 3, 14- 15; Gálatas 6, 1). Aconseja a los cristianos de Corinto a “exhortarse mutuamente” (2 Corintios 13, 11). 

San Ignacio dice "Buscaré primero mi santificación y, después de la de los demás".

El Papa Francisco dice que "las palabras y las críticas asesinan la reputación del otro".

Definición

La corrección fraterna es un aviso, una advertencia que un cristiano dirige a su prójimo para ayudarle en el camino de la santidad.

Es una herramienta y un signo de madurez espiritual que muestra los defectos personales (con frecuencia inadvertidos por la ignorancia, falta de formación y las propias limitaciones o enmascarados por el amor propio) y es también condición necesaria para, con la ayuda de Dios, mejorar en nuestro camino al cielo.

El Señor l
lama a su Iglesia a ayudar a la persona a darse cuenta de lo que ha hecho y acompañar a quien se equivoca, para que no se pierda, evitando las críticas innecesarias y las murmuraciones gratuitas.

"Ve, amonéstalo, tú y él solos". La actitud es de discreción, delicadeza, prudencia, humildad y acogida hacia quien cometió una culpa, evitando las palabras que puedan herir y denigrar al hermano, así como de no mortificar inútilmente al pecador.

Es un
obligación de amor y de justicia al mismo tiempo para todos los cristianos: Hace bien al corregido y son de más provecho que una amistad muda. 

Es una expresión de amistad y franqueza, de hermandad y sinceridad que distingue al adulador del amigo verdadero

Es una prueba de cariño y de confianza. No brota de la irritación ante una ofensa recibida, ni de la soberbia o de la vanidad heridas ante las faltas ajenas. Sólo el amor puede ser el genuino motivo de la corrección al prójimo.

Fundamento

El fundamento natural de la corrección fraterna es la necesidad que tiene toda persona de ser ayudada por los demás para alcanzar la santidad, pues nadie se ve bien a sí mismo ni reconoce fácilmente sus faltas. 

Dejarse corregir es señal de madurez espiritual: “el hombre bueno se alegra de ser corregido; el malvado soporta con impaciencia al consejero”.

La corrección fraterna cristiana nace de la caridad, "vínculo de la perfección”y es fuente de santidad personal en quien la hace y en quien la recibe
Al primero le ofrece la oportunidad de vivir el mandamiento del Señor del amor al prójimo: “Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado”.

Al segundo le proporciona la guía necesaria para renovar el seguimiento de Cristo en aquel aspecto concreto en que ha sido corregido.

“La práctica de la corrección fraterna es una prueba de sobrenatural cariño y de confianza. Agradécela cuando la recibas, y no dejes de practicarla con quienes convives ”. 


La corrección fraterna no brota de la irritación ante una ofensa recibida, ni de la soberbia o de la vanidad heridas ante las faltas ajenas. 

Sólo el amor puede ser el genuino motivo de la corrección al prójimo. Debemos corregir por amor, no con deseos de hacer daño, sino con la cariñosa intención de lograr su enmienda.  Si corregimos porque nos ha molestado ser ofendidos por él, de nada sirve.

Si todos los cristianos necesitan de esa ayuda, existe un deber especial de practicar la corrección fraterna con quienes ocupan determinados puestos de autoridad, de dirección espiritual, de formación, etc. en la Iglesia y en sus instituciones, en las familias y en las comunidades cristianas debido a la mayor responsabilidad que desempeña. 

Del mismo modo, los que desempeñan tareas de gobierno o formación adquieren una responsabilidad específica de practicarla. En este sentido enseña San Josemaría: “Se esconde una gran comodidad —y a veces una gran falta de responsabilidad— en quienes, constituidos en autoridad, huyen del dolor de corregir, con la excusa de evitar el sufrimiento a otros. Se ahorran quizá disgustos en esta vida..., pero ponen en juego la felicidad eterna —suya y de los otros— por sus omisiones, que son verdaderos pecados”.

Actitudes al corregir 

Examen de conciencia. Es preciso examinarse sobre la falta que es materia de la corrección. San Agustín aconseja: “Cuando tengamos que reprender a otros, pensemos primero si hemos cometido aquella falta; y si no la hemos cometido, pensemos que somos hombres y que hemos podido cometerla. O si la hemos cometido en otro tiempo, aunque ahora no la cometamos. Y entonces tengamos presente la común fragilidad, para que la misericordia, y no el rencor, preceda a aquella corrección”. No faltar o equivocarnos en aquello mismo que corregimos a los demásEl que corrige debe hacerlo primero con el propio testimonio de vida y ejemplo de virtud, y después también podrá hacerlo con la palabra y el consejo. 

Delicadeza, cariño, bondad, mansedumbre, justicia y equidad son rasgos distintivos de la caridad cristiana y de la práctica de la corrección de Dios a través nuestra. Conviene preguntarse: ¿cómo actuaría Jesús en esta circunstancia con esta persona? Así se advertirá más fácilmente que Jesús corregiría no sólo con prontitud y franqueza, sino también con amabilidad, comprensión y estima. San José María Escrivá enseña: “La corrección fraterna, cuando debas hacerla, ha de estar llena de delicadeza —¡de caridad!— en la forma y en el fondo, pues en aquel momento eres instrumento de Dios”.

Ser benévolos y respetuosos con las personas, sin humillarlas ni abochornarlas jamás, y mucho menos en público. Y no digo que no haya que corregir, pero hay formas y formas.

Pedir la gracia del Espíritu Santo y rezar por la persona que ha de ser corregida favorece que la corrección sea eficaz.

Cara a cara. Nuestra lealtad hacia nuestro hermano nos llevará a corregirlo cara a cara , sin fingimientos ni rebajas, con la franqueza de quien busca el bien del otro y la firmeza que no es incompatible con la amabilidad y la delicadeza. 

Prudencia. Es la guía, regla y medida del modo de hacer y también de recibir la corrección fraterna. Discernir en la presencia de Dios la manera más prudente de realizarla  e incluso pedir consejo a una persona sensata (el director espiritual, el sacerdote, el superior, etc.). La prudencia llevará también a no corregir con excesiva frecuencia sobre un mismo asunto, pues debemos tener presente la gracia de Dios y el tiempo para la mejora de los demás.

Actitudes al ser corregido

No rebelarse ni tomar a mal la corrección, sino con buen ánimo, con humildad y sencillez: "Hijo mío, no menosprecies la corrección del Señor y no te abatas cuando seas por Él reprendido; porque el Señor reprende a los que ama, y castiga a todo el que por hijo acoge" (Hebreos 12, 5-6; Proverbios 3, 11-12).

Verla como una gracia divina cuyo propósito es nuestra mayor fidelidad a Dios y disposición en el servicio a los demás. 

Acoger las correcciones con agradecimiento, sin discutir ni dar explicaciones o excusas y escuchar la voz de Dios sin endurecer el corazón.

No irritarse ni enfadarse. San Cirilo decía: “La reprensión, que hace mejorar a los humildes, suele parecer intolerable a los soberbios”. En el caso de no entenderla, pedir consejo a una persona prudente (el sacerdote, el director espiritual, etc.) que nos ayude a comprenderla en todo su alcance.
Con la corrección fraterna, tanto el que corrige como el que es corregido manifiestan la "comunión de los santos", al tomar conciencia de su responsabilidad en la santidad de los demás y perseverar hacia donde hemos sido llamados por Dios.

Frutos

Los beneficios de la corrección fraterna son numerosos, tanto para el que corrige como para el que es corregido:
  • produce gozo, paz y misericordia. 
  • potencia la caridad, la humildad y la prudencia.
  • mejora la formación humana haciendo a las personas más corteses.
  • facilita el trato mutuo entre las personas, haciéndolo más sobrenatural y más humano.
  • encauza el posible espíritu crítico negativo, que podría llevar a juzgar con sentido poco cristiano el comportamiento de los demás
  • impide las murmuraciones o las bromas de mal gusto sobre comportamientos o actitudes de nuestro prójimo
  • fortalece la unidad de la Iglesia y de sus instituciones a todos los niveles
  • contribuye a dar mayor cohesión y eficacia a la misión evangelizadora
  • garantiza la fidelidad al espíritu de Jesucristo
  • permite experimentar la firme seguridad de quienes saben que no les faltarán la ayuda de sus hermanos en la fe.

martes, 5 de julio de 2016

LOS CRISTIANOS ESTAMOS DE PASO




"Queridos, os exhorto a que, como extranjeros y forasteros, 
os abstengáis de las apetencias carnales que combaten contra el alma. 
Tened en medio de los gentiles una conducta ejemplar a fin de que, 
en lo mismo que os calumnian como malhechores, 
a la vista de vuestras buenas obras den gloria a Dios en el día de la Visita."

1 Pedro 2, 11-12

Un sacerdote amigo mío siempre dice que "si todo nuestro propósito en la vida está basado en estudiar durante nuestra juventud para conseguir un trabajo, para sufrir problemas y jefes durante nuestra madurez, para ganar dinero y pagar comida, ropa e hipotecas hasta nuestra vejez y, en definitiva, vivir una vida llena de preocupaciones e inquietudes, la vida no tiene sentido"

Y estoy de acuerdo: si todo se reduce a esto, ¿para qué vivir? ¿Cuál es nuestro verdadero propósito?

Nuestra vida en la tierra es corta y breve. Los cristianos estamos de paso en este mundo. 

Nuestro objetivo es la vida eterna y por tanto, debemos vivir esta etapa finita, sin preocupaciones excesivas, sin apegos enfermizos a las cosas materiales que no nos llevaremos a la tumba y con la mente puesta en nuestro objetivo final: la vida plena.

El apóstol Pedro, en su primera carta, nos da las pistas de cómo debemos vivir los cristianos:

Vivir como forasteros

Un forastero es una persona que está de viaje, está de paso, en tránsito hacia un destino final y que hace una pausa temporal en un lugar que no es su tierra natal.

Los cristianos estamos de paso, no podemos llamar "casa" a este mundo.

La eternidad es nuestra morada. Pero en ocasiones, nos acomodamos en nuestro domicilio temporal y lo idealizamos como si fuera permanente. 

Nos atrae el materialismo y las "cosas de este mundo" y nos olvidamos de cuál es de verdad nuestro hogar. 

Por ello, debemos vivir como extranjeros. Eso no significa ser antisocial o vivir aislados, sino tener la mente puesta en unos valores diferentes a los que sí son de esta tierra y pensar a más largo plazo.

Vivir como soldados

Un soldado es una persona que lucha en el campo de batalla por defender unos valores y unas creencias, en definitiva, lucha por la libertad: "La verdad os hará libres" (Juan 8, 32) 

Eso somos los cristianos, soldados. 

Cada día, cuando nos levantamos, nos enfrentamos a una lucha, ya sea en casa, en el trabajo, en el vecindario o en cualquier otro lugar, donde nos enfrentamos a una elección: sucumbir y someternos al pecado o luchar contra él.

Si queremos vivir como verdaderos cristianos, debemos vivir como soldados. No se trata de ser beligerantes, agresivos ni violentos, sino de luchar contra el mal y derrotar al pecado.



Vivir como embajadores

La tarea de un embajador es representar a una persona de mayor rango o superior que no está físicamente presente o visible. 

De la misma manera, nosotros debemos estar siempre alerta, "de guardia": "Velad, manteneos firmes en la fe, sed hombres, sed fuertes" (1 Corintios 16, 13).

No hay un momento en la vida, ya sea de vacaciones, en el trabajo, en el vecindario o donde sea, en el que no estemos llamados a vivir con una mentalidad y una actitud de embajadores. Representamos a Alguien superior a nosotros: a Dios, y debemos ser ejemplo suyo.


Estamos motivados por una sola pasión: el amor de Dios y de alguna manera, Dios nos regala su Gracia y usa nuestras vidas para que le representemos, basándonos en la verdad y alegría del Evangelio.

Si queremos vivir como verdaderos cristianos, tenemos que vivir como embajadores. Ya que no actuamos en representación propia, hablaremos con palabras que honren a Dios, viviremos de manera admirable y actuaremos siempre para dar gloria al Rey de Reyes.

El propio Jesucristo nos mostró el camino: vino a la tierra durante un corto espacio de tiempo para darnos plenitud. 

El Señor vivió como extranjero en la tierra y sin apegos a las cosas materiales: "las zorras tienen madrigueras y las aves tienen nidos, pero el Hijo del Hombre no tiene dónde reclinar la cabeza "(Lucas 9,58).

Jesús luchó como soldado contra la hipocresía y la vanidad del mundo judío y contra las tentaciones del Diablo, sacrificando su vida valientemente para vencer al pecado y a la muerte: "Les quitó su poder a las autoridades del mundo superior, las humilló ante la faz del mundo y las llevó como prisioneros en el cortejo triunfal de su cruz." (Colosenses 2, 15). 


Cristo fue un perfecto y obediente embajador de Dios, que cumplió siempre la voluntad de Aquel a quien representaba: "porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado".(Juan 6, 38).


Por tanto, igual que nuestro Maestro y Señor, los cristianos... estamos de paso.






domingo, 3 de julio de 2016

EL SACERDOTE PERFECTO. ¿EXISTE?


Cualquier cristiano que se precie quiere encontrar un sacerdote ideal, que cumpla unas serie de requisitos que, sin duda, no están al alcance de cualquiera. El sacerdote perfecto es aquel que:

- Da una homilía enriquecedora y cercana en 12 minutos.
- Tiene 28 años pero una experiencia de 30.
- Trabaja 16 horas diarias y además es el vigilante nocturno también.
- Condena el pecado, pero nunca molesta ni juzga a nadie.
- Viste ropa buena, compra buenos libros y conduce un buen coche
- Da generosamente a los pobres aunque tiene un salario bajo.
- Hace quince llamadas diarias a sus feligreses, les visita en sus casas y en los hospitales.
- Invierte todo su tiempo evangelizando personas sin parroquia o sin fe.
- Siempre está dispuesto cuando se le necesita.

- Y además...es muy guapo!

Por supuesto, todos sabemos que no existe tal "sacerdote perfecto", y si alguna vez existió, seguro que "descansa en paz"

La tarea de un sacerdote es ser pastor de rebaño de Dios: "...pastorear la Iglesia de Dios" (Hechos 20,28), siguiendo el ejemplo de Jesús, que dijo: "Yo soy el buen pastor" (Juan 10,11). O como dice el Papa Francisco: "llamados a ser pastores con olor a oveja".

Sin embargo, hay siete características que todo buen sacerdote, como líder que es, posee:

Integridad y Habilidad

En general, el liderazgo es una rareza. Si miramos a nuestro alrededor hoy en día, podemos asegurar que los buenos líderes escasean. No hay más que mirar por la ventana de la política. ¿Son íntegros o hipócritas?

Integridad es lo opuesto a hipocresía. Proviene del latín "integritas" que significa "entero", "todo". Un gran líder tiene una vida indivisa, una "totalidad" que le viene dada por cualidades como la honestidad y la coherencia, que actúa de acuerdo a los valores, creencias y principios que dice sostener.

La labor pastoral del sacerdote con el pueblo de Dios debe hacerse con integridad de corazón. Esta es la característica más importante. 

"La calidad suprema para el liderazgo es la integridad incuestionable. Sin él, el verdadero éxito no es posible, sin importar si se desarrolla en un campo de fútbol, ​​en un ejército, o en una oficina. "(Eisenhower, ex presidente estadounidense) 

Pero además un buen líder debe poseer habilidad, tener "manos hábiles", como el Rey David (Salmo 78, 56-72) que siendo pastor de ovejas, era hábil, pues sabía proteger al rebaño con su honda. Más tarde, dirigió al pueblo de Israel con gran habilidad y capacidad. 

Aprender estas habilidades necesarias para liderar consiste en ver y seguir los buenos ejemplos, escuchar la sabiduría de los demás, haciendo preguntas a las personas que admiramos, aprendiendo junto a nuestros compañeros y, sobre todo, a través de la práctica.

Amor, Servicio y Sensibilidad

Si un sacerdote ama de verdad a su rebaño obtendrá, estando lo suficientemente cerca de ellos ese "olor a oveja" del que habla el papa Francisco. Pablo fue un ejemplo de un buen pastor. Dondequiera que iba, se reunía con sus discípulos y oraba con ellos (Hechos 21, 4-7). Le gustaba tanto estar con ellos que cuando llegó el momento de dejarles tuvieron que obligarlo.


Jesús estableció un modelo de liderazgo en el servicio (Marcos 10,45). Pablo estaba dispuesto a seguir a Jesús, "El buen pastor [que] da su vida por las ovejas" (Juan 10,11). Un sacerdote ante todo, está al servicio de los demás.

Sin duda, Pablo poseía un carácter pionero y audaz. Sin embargo, también se mostró sensible a la cultura de Jerusalén. Se purificó a sí mismo y a sus compañeros, de acuerdo con las leyes ceremoniales, con el fin de que nada se distrajera de lo que Dios les decía (Hechos 21, 24-26).

Del mismo modo, el sacerdote debe ser sensible a la procedencia, cultura, edad, estado civil, carácter, etc de su rebaño.

Compasión y Oración

En 2 Reyes 4 vemos un ejemplo de compasión de un buen pastor con la viuda y sus hijos que están a punto de ser tomados como esclavos. Eliseo viene al rescate. 

Al igual que un buen pastor, que ama y se preocupa por su rebaño, él dice: "¿Cómo puedo ayudarte?". Él rescata a esta viuda de la terrible carga de una deuda excesiva y de la esclavitud potencial que estaba a punto de ser el resultado de la misma.

Eliseo, este "hombre santo de Dios" tiene compasión por la mujer sunamita, que era incapaz de concebir. Ella descubrió que Dios honra a los que le brindan una cálida acogida. Él le muestra la palabra del Señor a ella y, como resultado, se produce la concepción. Cuando su hijo muere, Eliseo ora al Señor y con una sobrenatural respiración le reaviva.

Compasión y oración son parte de  la vida de un sacerdote.







viernes, 1 de julio de 2016

UNA IGLESIA CON BUENOS HÁBITOS Y BUENOS LAICOS


"Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, 
que vendrá sobre vosotros, 
y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria,
 y hasta los confines de la tierra."

(Hechos 1, 8)


Hoy me gustaría reflexionar sobre algunas de las razones por las que los laicos vemos a la Iglesia callada, dormida, anestesiada, y lo que es peor, sin sueños. 

¿Crisis?

En primer lugar, creo que la Iglesia está anestesiada porque ha perdido "hábitos" tanto en el terreno humano como en el de costumbres. Pero no pretendo decir que la única solución sea que a los laicos nos "toca"salvarla, y mucho menos, que estemos ante una situación que no tenga solución. Entre otras cosas, porque no depende de nuestra voluntad sino de la de Dios y de su Espíritu. 

¿Hostilidad?

En segundo lugar, no deseo expresar una actitud negativa ni tampoco hostilidad crítica hacia la jerarquía eclesial como culpables de la situación de la Iglesia, ni tampoco insinuar que nos "toca" a los laicos controlar la situación o gobernar la Iglesia, ni por supuesto, dar a entender, parafraseando a Tolkien, que "el tiempo del laico ha llegado"(1). Recuperemos los buenos "hábitos", y también las buenas costumbres. y contemos con los buenos laicos.

¿Inmadurez?

En tercer lugar, la actitud pueril, el infantilismo y la inmadurez espiritual de los laicos es también una lacra para la Iglesia. Es necesario pasar de la fe de primera comunión (y a veces, última) a una fe fuerte, adulta y abierta al mundo. Es necesario conocer nuestra fe, ponerla en práctica y darla a conocer, y muchos no lo están haciendo. Es necesario que los laicos seamos interlocutores válidos entre la jerarquía y el mundo.

La catequesis y los sacramentos han sido descuidados en los últimos años tanto por la jerarquía como por los laicos. "Tanto monta, monta tanto...Isabel como Fernando. Unos y otros" Yo creo sinceramente que por causa de la apatía, de la pereza y en definitiva, de la anestesia que duerme al mundo y no le deja soñar con Dios.

Necesitamos más y mejores formas y métodos para conocer y profundizar en la riqueza del Evangelio, de la maravillosa escuela de amor que Dios nos regala. El mundo necesita escuchar lo que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros y entender la importancia y el compromiso que adquirimos con el Señor, tanto al formarnos en la catequesis como al recibir los sacramentos.

¿Actitud?

En cuarto lugar, quiero resaltar que han pasado más de 50 años del Concilio Vaticano II y una gran mayoría del Cuerpo Místico de Cristo sigue alejada del espíritu que allí se planteó: una iglesia cercana a la gente, abierta al mundo, sin miedo, que acoja y acompañe en el camino de la fe. Hemos olvidado la actitud y hemos perdido la identidad como Iglesia.

¿Acción?

¿Por qué cuando escuchamos al Papa hablar con valentía de "Iglesias de puertas abiertas", no hay respuesta? ¿Por qué cuando el Espíritu Santo sopla fuerte hacia la misión que Cristo encargó a su Iglesia, no hay respuesta?¿Por qué cuando profanan capillas, persiguen y asesinan a cristianos, no hay respuesta? Yo creo que la Iglesia, cual "Cenicienta" se ha sumido en un sueño profundo del cual sólo puede despertar con la poderosa presencia del "Príncipe Azul", Jesucristo.

Me gustaría que mis obispos y presbíteros declararan con más fuerza y con nosotros, los laicos, la alegría del Evangelio, las buenas noticias que el mundo necesita escuchar: "Que Dios vive, hoy y ahora. Y que nos ama".

A pesar de que Dios nos llama una y otra vez a transformar el mundo a través de Su amor y de Su Iglesia, veo una jerarquía local (pastores) un tanto acobardada y callada, ausente y cómoda, más interesada en vivir de puertas adentro, sin muchas preocupaciones, que de acompañar a los pecadores, a los que sufren y a los pobres, lo que, evidentemente, les aleja de la vida de las personas (ovejas). 

¿Demandas?

Los cristianos laicos y maduros deseamos y demandamos (estamos en nuestro derecho y amparados por Dios) una iglesia como la de Cristo, con sacerdotes que acompañen, que estén disponibles y cercanos, que entiendan lo que vivimos, que nos guíen y nos orienten, que nos sanen y nos reconcilien con el Señor, que nos acerquen a Él, en lugar de excusarse, de juzgarnos, señalarnos o excluirnos. 

Rogamos y demandamos (estamos en nuestro derecho y amparados por Dios), en palabras del Santo Padre, "pastores con olor a oveja". No se entiende un pastor alejado, ausente y ocupado en otros menesteres que no sean los de cuidar de su rebaño.

Pedimos y demandamos (estamos en nuestro derecho y amparados por Dios) eliminar la distancia entre laicos y clero, como si estos últimos ejercieran en lugar de un ministerio de servicio, uno de poder. 

Con todo ello, no pretendo negar la autoridad de la jerarquía, tan sólo cuestionar la forma de ejercer ese poder. Los obispos no son expertos en todas las materias. No tiene por qué serlo. Bastante tarea tienen ya. Y les estoy muy agradecido.

¿Apoyo?

¿Por qué entonces no apoyarse en los laicos? Laicos que no les digamos amén a todo, sino que los cuestionemos, les discutamos, les mostremos otras realidades, no por el mero afán de discutir, sino para descubrir juntos los caminos, métodos y momentos de mostrar al mundo el amor de Dios; para que puedan discernir sobre puntos de vista que no ven ni tienen en cuenta. 

Los laicos vivimos realidades que no están en el ámbito de la experiencia clerical y, guste o no, tenemos otro punto de vista de muchas cosas. 

Esta confrontación permanente entre laicos y clero suena a Edad Media, como si en la Iglesia hubiera una clase de poderosos señores y otra de "plebe sin derechos". Además, los nuevos sacerdotes necesariamente han de surgir en el seno de familias de laicos, donde aprenden todas esas “otras miradas”, todas esas "otras realidades". Para que existan vocaciones, necesariamente debe existir vida espiritual y de amor a la Iglesia en las familias de los laicos, un sentido de Iglesia de servicio desinteresado y entrega altruista a los demás.

¿Servicio?

Por eso, los laicos debemos, necesitamos y deseamos participar más en la vida de la parroquia porque" todos somos Iglesia". 

Participar, no como una avalancha de "hunos" descontrolados y bárbaros que asolen todo a su paso, sino como irrupción de hijos de Dios llamados a la santidad.

Participar, no como quien reclama en la corte suprema un derecho que le fue usurpado, sino hijos pródigos y humildes, poniéndonos al servicio de Dios y de una comunidad que acoge, comprende y, sobre todo, ama.

Queridos sacerdotes, estamos unidos en esto. Recuperemos los buenos "hábitos". Es voluntad de Dios!!!





(1)"La edad de los hombres (sacerdotes) termina. El tiempo del orco (laico) ha llegado."(Gothmog en la película El Retorno del Rey).








Fuente: http://infocatolica.com   -  Pato Acebedo

jueves, 30 de junio de 2016

¿POR QUÉ A VECES NO VEMOS FRUTOS?


A veces, me inundan sentimientos de frustración al tratar de entender la razón por la que, a pesar de todos los esfuerzos, de toda la pasión con la que nos dedicamos en todo lo que hacemos, de todo el compromiso que ponemos, de toda la carne que ponemos en el asador, no vemos frutos.

Seguramente, nuestra visión esté clara en relación a lo hacemos en la parroquia y para Quién lo hacemos. Posiblemente, las actividades que realizamos son edificantes y los métodos que utilizamos, correctos. Ciertamente, oramos, adoramos y glorificamos a Dios. Nuestra pasión por Cristo, por anunciar el Evangelio y por llegar a los demás está fuera de toda duda. Incluso, hasta vivimos a la luz de Su Palabra.

Sin embargo, ¿porque no vemos frutos ni crecimiento inmediatos? ¿Qué pasa?

Lo primero que me viene a la mente es que la respuesta es porque estamos haciendo algo mal o en contra de la voluntad de Dios y por ello no nos bendice con resultados. 

Pero, ¿el crecimiento numérico tiene que ser siempre un signo de bendición de Dios? ¿Los resultados demuestran que una parroquia es bendecida? ¿Somos nosotros los que debemos cuantificar números y resultados?

Aunque los números no son malos (de hecho, son buenos) y los resultados agradan a Dios, tenemos que discernir con cuidado la forma en que nos planteamos el crecimiento de nuestra parroquia, y lo que significa obtener fruto como iglesia. 

Las condiciones de "suelo"

Quizás estamos haciendo todas las cosas "correctas" y tenemos la actitud correcta, y sin embargo, no ocurre nada, no vemos frutos claros.

En Lucas 8, 4-15, Jesús nos habla con una parábola, la del sembrador, que es Dios y la semilla, que es la palabra de Dios. 

Jesús, como siempre, es muy claro y rotundo: La Palabra de Dios tiene un efecto distinto en los corazones de las personas que la oyen. 

Algunos acogen la fe más o menos, pero rebota en sus corazones endurecidos (semillas en el camino). 

Otros la reciben con alegría, pero esta alegría es efímera porque al no tener raíces, creen por algún tiempo, y pronto se alejan (semillas en la roca). 

Otros tienen una actitud indiferente, porque son ahogados por las preocupaciones y los placeres de la vida, y su fruto no madura (semillas entre espinos). 

Y algunos la reciben, la retienen en un corazón bueno y recto, y dan buenos y abundantes frutos (semillas en la buena tierra).

Aquí está el punto: Nosotros no tenemos el control sobre las condiciones del suelo. Nosotros no tenemos el poder de elegir dónde cae la semilla. Nosotros sólo ayudamos a Dios a sembrarla. Nosotros sólo debemos confiar en nuestro Creador, pues Él es quien cosecha.

La misericordia de Dios

Quizás nuestra parroquia ha experimentado un crecimiento explosivo y espectacular en los dos últimos años y posiblemente, nos ha puesto en una situación de alta actividad y presión, incómoda o agotadora.

Sin embargo, la falta de crecimiento o de frutos evidentes pueden ser síntoma inequívoco de la misericordia de Dios sobre nosotros. 

Quizás hemos experimentado un repunte importante en la asistencia a misa, pero no tanto en cuanto al servicio o al compromiso. 

Quizás el espacio sea insuficiente o no esté en la óptimas condiciones. 

Quizás nos hemos involucrado en demasiadas actividades y servicios que conllevan enormes implicaciones organizativas y distintos niveles de compromiso. 

O quizás nuestra parroquia no está llamada a ser una iglesia de un gran tamaño y complejidad. Puede ser que la misericordia de Dios esté actuando sobre todos nosotros para que no se produzca un insólito crecimiento.

El plan de Dios

En última instancia, todo crecimiento y fruto es el resultado directo de la voluntad soberana de Dios. Él determina los tiempos y los espacios, y nos llama a cumplir nuestro servicio con confianza en Él. Dios es perfecto y su Plan para nosotros, también.

Eso significa que Él también es soberano para determinar el tamaño de nuestra parroquia. 

Si el Señor quiere que su iglesia crezca en número, que así sea. 

Pero puede ser que le demos mayor gloria si nuestra parroquia llega a una determinada situación, a unos ciertos resultados o a un determinado tamaño.

El hecho es que, si la asistencia en nuestra parroquia es como es, si el compromiso es el que es, si el fruto es el que es, si las instalaciones son las que son, nosotros tan sólo debemos confiar en Dios y en su plan. 

Debemos estar atentos a discernir cómo y por dónde sopla el Espíritu Santo y desplegar nuestras velas para ser llevados por Él. Las grandes iglesias no tienen por qué ser la norma y de hecho, no son lo habitual.

Así que ¿por qué preocuparse? Está bien ser pequeños. Está bien ser como somos. Está bien ser lo que somos. 

Y termino con unas palabras de nuestro querido vicario episcopal, D. Ángel Camino sobre las tres "pes": "somos pocos, pequeños y pecadores, y Dios nos quiere así".