¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.

lunes, 3 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (4)


"La planta que no haya plantado mi Padre celestial, 
será arrancada de raíz."

(Mateo 15, 1-2. 10-14)

Los hombres tenemos la mala costumbre de complicar las cosas. Incluso las que Dios nos dice.

Tenemos la manía de tergiversar, acomodar y convertir la fe en un serie de acciones externas, muchas veces, sin sentido, sin entendimiento, sin discernimiento.

El otro día escuchaba a un hermano decir con mucho sentido que tenemos que aprender a diferenciar entre Dios y las "cosas de Dios".

Y es que, habitualmente, hacemos cosas para el Señor por rutina, por tradición o costumbre pero realmente no entendemos el espíritu con el que Dios nos las confió.

Las "cosas de Dios", los mandamientos de Dios, las normas de Dios...las convertimos en Dios. Pero no son Dios.

Vamos a misa porque es lo que debemos hacer, celebramos fiestas religiosas porque lo pone el calendario, evangelizamos porque es lo que "toca", rezamos como "loros" sin saber lo que decimos, somos católicos porque hemos nacido en España y no en India...creyendo que es lo que Dios quiere.

Pero eso que hacemos es "cumplir por cumplir",  "hacer por hacer", "rezar por rezar"...y muchas veces, lo hacemos sin saber por qué o para qué.

Sin darnos cuenta, convertimos el cristianismo en una serie de obligaciones, tradiciones y rutinas que se alejan del propósito inicial de Dios.

Nos dejamos guiar por actitudes ciegas que Dios no ha sembrado y que nos hacen caer en un hoyo.

Y lo que Dios no ha plantado, Él lo arrancará de raíz.

domingo, 2 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (3)

"Mándame ir hacia ti sobre el agua"
(Mateo 14, 22-36)

La pandemia nos ha traído un mar embravecido de nuevas situaciones por las que navegamos con mucha dificultad. 

Y personalmente, mi vida está siendo azotada por grandes olas de incertidumbre, zarandeada por vientos contrarios de inseguridad y desestabilizada por muchas dudas hasta el punto, que pienso que voy a hundirme.

En medio de esta terrible escena, Jesús se me aparece pero, como nos pasa a menudo, no le reconozco. Pienso que es una extraña aparición porque en el fondo no espero que sea Él. 

Pero el Señor siempre me dice lo mismo: "¡Ánimo, soy yo, no tengas miedo!". Cristo siempre me inspira coraje y valentía.

Aún así, como Pedro, dudo y digo: "Señor, si eres tú, envíame una señal para saber cómo debo caminar sobre este mar embravecido, qué debo hacer, qué decisión tomar".

Y Tú, Jesús, me dices: “Ven”. Me vuelves a llamar, como aquel viernes hace unos años en Cristo Rey. 

Es cuando salgo de mis seguridades y empiezo a caminar hacia Ti, pero te pierdo de vista un segundo por preocuparme de mi dramática situación laboral, me asusto, desconfío y comienzo a hundirme. Entonces, te grito: "¡Señor, sálvame!"

Y Tú, como siempre, Señor extiendes su mano y sujetándome, me dices: "¡Hombre de poca fe! ¿Por qué has dudado?"

Es verdad, Señor...¡Cuántas veces dudo de Ti! ¡Cuántas veces creo que "puedo caminar sobre las aguas" por mis propios méritos y capacidades! ¡Cuántas veces creo que puedo y no puedo...!

Señor, vuelvo a darte mi mano y mi corazón, porque he comprendido que sólo tengo que decirte con confianza: "¡Señor, sálvame!". Y Tú me das la paz y la calma que necesito.

Abandonar la barca y dejar de mirarte no es una buena idea porque aunque creo "creer" en Ti, fuera de Tu Iglesia y lejos de Ti, me hundo...porque soy frágil y vulnerable.

Jesús, mi Señor, Tú eres el único que puede garantizarme que mi tempestad amainará, que tras las grandes olas, las nubes negras y los fuertes vientos, el sol brilla. 

¡Brillas Tú, Señor mío y Dios mío!

sábado, 1 de agosto de 2020

MEDITANDO EN CHANCLAS (2)

"Comieron todos y se saciaron"
(Mateo 14, 13-21)

Hoy Señor, me llamas a imitar Tu compasión, a tener fe.

Como los discípulos, me veo desbordado e incapaz de manejar a los demás y trato de dar una solución cómoda a los problemas; le pido a Jesús que los "despache", que se los "quite de en medio."

Jesús se compadece de mí y de los demás. Sabe que tengo poco que ofrecer pero no obra el milagro sin más. Me pregunta ¿qué tienes? ¿qué puedes aportar?

¡Cuántas veces, como los discípulos, adopto esa misma actitud de decir “allá cada cual”, desentendiéndome de los necesidades ajenas!

Sin embargo, Tú me invitas a tener compasión y a compartir, diciéndome: "Dales de comer". Y yo pienso que no tengo con qué cubrir esas necesidades de los demás y trato de poner excusas, buscando sólo mi comodidad y mi egoísmo para tenerte sólo para mi.

Tú, Jesús, reaccionas ante las carencias de la gente, ante mi insensibilidad y mis excusas, y tomas las riendas, diciéndome: "Tráemelos". Y por la fe, obras el milagro.

En la Eucaristía, Señor, me enseñas a abandonarme a ti, a ofrecerte lo poco que soy y lo poco que tengo... Y Tú, te encargas de todo.

En medio de lo ordinario, obras lo extraordinario: me sacias con el "Pan del cielo", entregándote a Ti mismo.

Me muestras el camino para seguir tu ejemplo: Donde yo veo dificultades o problemas, Tú me haces ver oportunidades y soluciones, y ante las necesidades de los demás, me dices: "Dales tú de comer", "Encárgate de ellos".

En realidad, me llamas a no excusarme, a tener fe y a confiar en Ti, porque eres Tú quien actúas a través de mi disponibilidad.

Quieres que yo ponga mi "casi nada" para que tu hagas "casi todo". Quieres "necesitarme".

Señor, ayúdame a salir de mi reproche, de mi excusa y de mi comodidad. Enseñarme a ser compasivo y aumenta mi fe.

JHR

MEDITANDO EN CHANCLAS (1)

"Dame ahora mismo en una bandeja 
la cabeza de Juan el Bautista"
(Mateo 14,8)

Como cada agosto, comenzamos nuestros paseos diarios por la arena con Jesús.

Hoy reflexionamos la escena del "juicio" de San Juan Bautista, predecesor del Mesías.

San Juan anunció a Cristo pero no lo hizo para su vanagloria u orgullo, sino desde la humildad, a imitación del Señor.

Pudo haberse apropiado del "título" cuando le preguntaron si era el Mesías pero no lo hizo, a semejanza del Señor.

Pudo haberse apropiado de la misión encomendada por Dios, pero no hizo, a imitación del Señor.

De la misma forma, nosotros hoy anunciamos que Jesús está vivo pero no lo hacemos por méritos propios, por ninguna pretensión de adueñarnos del mensaje ni para ponemos en su lugar, sino que le seguimos y le imitamos.

Hablar hoy de Cristo nos pone en una situación "incómoda" porque el mundo no quiere oír hablar de Dios.

Anunciar hoy el reino de Dios nos lleva indefectiblemente al desprestigio, al camino de la Cruz, al martirio.

¿Estoy dispuesto a humillarme? ¿Estoy dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias? ¿Estoy dispuesto a correr la misma suerte que San Juan y que Cristo? o ¿renunciaré

JHR

viernes, 31 de julio de 2020

SERVIR A DIOS EN TIEMPOS DE PANDEMIA

"Marta, Marta, andas inquieta 
y preocupada con muchas cosas; 
solo una es necesaria." 
(Lucas 10,41)


Reflexionábamos en el post anterior Y el retiro...¿pa cuando? sobre cómo Dios, que ha permitido esta pandemia, nos llama a hacer silencio, a discernir y a escuchar Su voluntad en la oración, en los Sacramentos y en la Palabra. 

Dios no necesita que nosotros hagamos "cosas" para Él. Sólo quiere que estemos cerca de Él, que le amemos y le glorifiquemos

Sin embargo, en ocasiones, caemos en la tentación de nuestra lógica humana y creemos que Dios "nos necesita". Entonces, queremos "coger las riendas" y muchas veces, nos dividimos pensando cada uno la mejor solución. 

Como servidor de Emaús desde hace ya algunos años, he sido testigo de las abundantes gracias que el Espíritu Santo derrama en los retiros; de los milagros que Dios hace con todos nosotros; del maravilloso encuentro y diálogo íntimo con Dios en el Santísimo de un retiro; de cómo el amor de Cristo inflama nuestros corazones y transforma nuestras vidas.

Y también, he comprendido que Dios "quiere necesitarnos", quiere hacernos partícipes de su Amor y colaboradores de su Plan de salvación, quiere que seamos herramientas en sus manos. Pero porque Dios "quiere", no porque nosotros queramos o porque pensemos que Él nos "necesita".

El servicio a Dios

En tiempos de pandemia, servir a Dios no consiste en "coger las riendas", en "hacer o planificar cosas" ni en "pensar, organizar o decidir cosas" sino en escucharle como hacía María, y "no andar inquietos y preocupados con muchas cosas" como hacía Marta, "porque solo una es necesaria".

Nada de nuestro servicio a Dios puede ser producto de nuestras capacidades personales o de un "cristianismo aburguesado" de fin de semana, como decía Benedicto XVI. Tampoco pretender que nuestras obras sean eficaces, evaluadas y cuantificadas. Ese es el criterio del mundo. Tampoco manifestar nuestras opiniones personales o hablar de nuestros sentimientos sino para anunciar el misterio de Cristo. 

Si llenamos nuestro corazón de deseos, actividades, opiniones y sentimientos, no dejamos espacio en él para Dios.
Es tiempo de "contemplar" para realizar una aparente "inactividad" sin la cual no es posible seguir a Cristo. La contemplación da sentido y eficacia al servicio a Dios, convirtiendo éste en oración, en un "dejarse guiar" por el Señor, que conoce el pasado, el presente y el futuro.

Es tiempo de "arrodillarse" para penetrar en el misterio y aferrarnos al corazón de Cristo; para que se convierta en nuestra fuerza, nuestro sostén, nuestra seguridad. En palabras del cardenal Robert Sarah: "el cristiano es un hombre que reza".

Es tiempo de "mascarillas" para mantener nuestra boca tapada y que Jesús, como hizo con los dos discípulos, nos hable en una Lectio Divina por excelencia: "Cristo comentado por Cristo", "Cristo explicado por Cristo", "Cristo meditado por Cristo".

Es tiempo de "punteras blancas" porque sin la unión con Dios, cualquier iniciativa es inútil y, antes o después, terminamos abandonando las "cosas de Dios" para hacer "muchas cosas" o peor, para hacer "nuestras cosas".

Una llamada comunitaria

En estos tiempos de prueba, Cristo nos llama a ser Su Iglesia más que nunca: una comunidad que reza, que escucha y que medita. Un pueblo que vive los sacramentos con celo y devoción, que le da gloria y alabanza, y que persevera. 

En estos monumentos de incertidumbre, Dios nos llama a ser Su Iglesia tal y como la pensó: unida en la diversidad, caritativa en el compartir, acogedora con los más vulnerables, con los que más sufren, con los que más necesitan.

En estos momentos de inseguridad, el Señor nos llama a ser Su Iglesia de puertas giratorias: un cuerpo de discípulos misioneros que proclaman que Cristo vive. Pero no se trata sólo de salir, sino también de entrar para discipular. Discípulos que forman a otros discípulos, para que ellos también salgan y hagan más discípulos. 

Una llamada personal

En el capítulo 12 del Evangelio de San Lucas, Cristo nos da algunas claves sobre cómo los cristianos debemos actuar y nos dice:

"No tengáis miedo"
Dios nos anima y nos inspira coraje, repitiendo 366 veces la frase "a lo largo de su Palabra, porque Él todo lo puede y no se olvida de los suyos. 

Él está con nosotros, en medio de la pandemia, en medio de la tempestad, en nuestra barca, la Iglesia. sólo hay que escucharle.

"No os preocupéis haciendo planes"
Dios nos quita presión y nos dice que que no nos preocupemos sobre qué debemos decir o hacer "porque el Espíritu Santo nos enseñará en aquel momento lo que tenéis que decir (o hacer)". 

Dios nos llama la atención a no hacer nuestros planes, a no inquietarnos ni agobiarnos por lo que no depende de nosotros, porque ni siquiera podemos "añadir una hora al tiempo de nuestra vida". 

"No confiéis en vuestras fuerzas"
Dios nos exhorta a "vender nuestros bienes y a dar limosna", es decir, a dejar a un lado nuestras ideas y seguridades, y entregarnos a los demás. Lo importante no son las ideas, las ganas o las intenciones que tengamos, sino el amor que mostremos. 

Pero también, nos dirige unas duras palabras: "Hipócritas: sabéis interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pues ¿cómo no sabéis interpretar el tiempo presente? ¿Cómo no sabéis juzgar vosotros mismos lo que es justo?", para que no creamos que las cosas dependen de nosotros y que sabemos perfectamente lo que hay que hacer. 

"Estad preparados y alerta"
"Haceros bolsas que no se estropeen, y un tesoro inagotable en el cielo, adonde no se acercan los ladrones ni roe la polilla. Porque donde está nuestro tesoro, allí estará también nuestro corazón." Dios nos llama a tenerle como un tesoro en nuestro corazón. 

"Tened ceñida vuestra cintura y encendidas las lámparas". Dios nos llama a formarnos en la fe y a prepararnos en el Amor, nos invita a estar atentos a lo que el Espíritu Santo nos suscite, estar vigilantes con el mal y siempre dispuestos a servirle allí donde nos llame.

Pero como en el relato de Emaús, antes de volver a Jerusalén para compartir la noticia, debemos estar más cerca de Cristo, aprender más acerca de Él, invitarle a que entre en nuestro corazón, reconocerle en los sacramentos y acompañar a los que han venido a Su casa, para que, juntos y en comunidad, perseveremos en la fe y crezcamos en el amor. 

Por ahora, sólo una cosa es necesaria: estar muy cerca de nuestro Señor. En esto consiste nuestro servicio a Dios. 

"Estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, 
ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, 
ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura 
podrá separarnos del amor de Dios 
manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor."
(Romanos 8, 35-39)


JHR

domingo, 26 de julio de 2020

Y EL RETIRO...¿PA CUÁNDO?

"¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?"
(Lucas 24,5)

La pandemia que asola el mundo ha truncado todos nuestros planes humanos, todas nuestras expectativas. También, ha paralizado los retiros de Emaús, que se han visto suspendidos "sine die".

El virus nos ha colocado en una actitud muy similar a la de los dos discípulos de Emaús: Igual que ellos, hablamos de lo ocurrido. Incluso discutimos. Nos sentimos derrotados y desesperanzados. Nos sentimos desanimados y tristes. 

Nos quedamos paralizados ante nuestras pérdidas y nos cuestionamos: Y el retiro ¿pa cuándo? ¿cuándo tendremos un nuevo retiro "nuestro"? ¿cuándo podremos disfrutar de Jesús y de sus milagros otra vez?

Sin embargo, Jesús sale de nuevo a nuestro encuentro durante este "parón" en el camino, y nos dice: "¿Qué conversación es esa que traéis mientras no vais de camino?
Y nosotros, sin reconocerle, le respondemos "Nosotros esperábamos seguir sirviendo a Jesús, el nazareno, poderoso en obras y milagros, ante Dios y ante el pueblo, en nuestros retiros de Emaúspero, con todo esto, ya estamos en el tercer mes desde que esto sucedió." 

Quizás sea que no tenemos ojos para verle o peor aún, que estamos ciegos. O quizás, sea que tampoco tenemos oídos para oír lo que Dios nos quiere decir. 

Ensimismados en nuestras pérdidas y en nuestra falta de retiros, amparados en un erróneo concepto de evangelización "activista" y confiados en una actitud "humana" de servicio a Dios, seguimos quejándonos: "ya estamos en el tercer mes y todavía no sabemos cuando podremos tener nuestros retiros".

Entonces, Jesucristo nos llama "necios y torpes", porque muchas veces hacemos las cosas sin entender el sentido, sin comprender la voluntad de Dios, que nos invita a escucharle en la Palabra de Dios. Es, en los momentos de angustia y de desesperación, cuando Jesucristo, el Verbo encarnado, nos abre los ojos y los oídos.

Jesús, Señor de la historia, nos explica en el Antiguo Testamento, en los Evangelios, en el Apocalipsis, todo cuanto ha de acontecer y nos invita a discernir los signos de los tiempos, diciéndonos: "El que tenga oídos, que oiga". 

Cristo nos llama a hacer una parada en el camino para discernir, para escuchar cuál es su voluntad y cómo debemos cumplirla. Nos exhorta a prestarle atención en la oración, y no tanto en una sala de testimonios. Al menos, no de momento. 

El Hijo del Hombre nos increpa y nos llama a buscarle en la Eucaristía, y no tanto en una casa de retiros. Al menos, no de momento.

Y nosotros ¿rezamos? ¿escuchamos lo que nos dice? ¿le invitamos a nuestra casa? o ¿seguimos empeñados en nuestra inercia de evangelizar a toda costa sin entender el propósito? ¿para qué un retiro, si no nos conduce a una conversión real a Cristo, a una vida eucarística, a una fe con sentido místico y sobrenatural, a un servicio a Dios interior? ¿tenemos que seguir  evangelizando a otros o es tiempo de hacer apostolado con nosotros?
Afirmamos "En verdad ha resucitado" pero quizás deberíamos preguntarnos ¿le vemos? ¿dónde le buscamos? ¿en nuestros recuerdos? ¿allí donde ya no podemos encontrarlo? 

Es entonces cuando los ángeles nos dicen: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? Recordad cómo os habló cuando os dijo: Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más frutoVosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada'" (Lucas 24,1 y 5; Juan 15,1-5). 
Buscarle entre los muertos significa buscarle donde no podemos encontrarle, en retiros que, como el sepulcro, están vacíos. Dios nos llama a buscarle en nuestra vida interior y no tanto en una actividad externa.

Dios nos llama a servirle siempre y a todas horas, con independencia del modo en que lo hagamos. Porque sin vida interior, la vida exterior no tiene sentido. 

Jesús es la vid y el Padre es el labrador. Nosotros somos los sarmientos. Si no permanecemos en Cristo no podemos dar fruto. Sin Dios no podemos hacer nada. Tampoco retiros.

Es tiempo de escucha y de discernimiento. 
Dios nos dirá, de nuevo y a su tiempo, lo que debemos que hacer.


sábado, 25 de julio de 2020

¿TAMBIÉN VOSOTROS QUERÉIS MARCHAROS?

"Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: 
'Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?'. 
Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, 
les dijo: '¿Esto os escandaliza?, 
¿y si vierais al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? 
El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve para nada. 
Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. 
Y, con todo, hay algunos de entre vosotros que no creen'... 
Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás 
y no volvieron a ir con él. 
Entonces Jesús les dijo a los Doce: 
'¿También vosotros queréis marcharos? ” 
(Juan 6, 60-67)

Como ocurrió en la sinagoga de Cafarnaún en el siglo I, muchos cristianos de nuestro tiempo se han escandalizado y han abandonado a Jesús por su modo tan duro de hablar, por su radicalidad, por su exigencia: ¿Quién puede creer lo que dice? ¿Quién puede cumplir lo que dice? 

Aunque le han visto hacer milagros, aunque le han acompañado a lo largo de sus vidas, le piden que haga más, que cumpla todos sus deseos. Al no ver cumplidos sus deseos, muchos le han criticado, se han echado atrás y no han vuelto a ir con Él. 

Pero aunque Dios accediera a sus demandas y reivindicaciones, ellos no estarían dispuestos a comprometerse porque la exigencia de seguir a Cristo es alta. En realidad no creen. Su fe es de conveniencia, interesada y egoísta, según se cumplan sus expectativas o no. 

La voluntad de Dios no consiste en hacer milagros para que los hombres crean. Tampoco en cumplir todos nuestros deseos y peticiones.  Es más bien al contrario, cuando los hombres creen, es cuando se producen los milagros.

Dios no es un "mago" que pretende deslumbrar a quienes le escuchamos, ni un orador "políticamente correcto" que dice lo que queremos escuchar o lo que "se lleva". Dios no es un "genio de la lámpara" que esté a nuestra disposición para concedernos nuestros deseos y caprichos.
No. La fe cristiana no es magia. No es emotividad ni sentimentalismo. No es "subidón" espiritual ni euforia milagrosa. No es egoísmo ni conveniencia. El Evangelio es claro, inequívoco, no deja lugar a dudas, exigente... y esto, escandaliza.

El mensaje del Señor es una actitud que no presume, que no busca el aplauso, que no busca el reconocimiento. El compromiso de Cristo es un pacto que no se enfada, que no se rinde, que no se impone. El Amor de Dios es un alianza unilateral que no lleva cuentas del mal, que nada exige, que nada espera... tan sólo se da (1 Corintios 13,4-7).

Sin embargo, nosotros no queremos adoptar ningún compromiso o exigencia. No estamos dispuestos a ofrecer fidelidad o lealtad. No en las relaciones amorosas, ni en las laborales, ni en las sociales y mucho menos en las políticas. Tampoco las espirituales iban a ser menos.

Hoy lo que cuenta es una falsa libertad individual para desentenderse, para no obligarse a nada, para no atarse a nadie, para no limitarse a nada. Nadie está dispuesto a conceder ni un centímetro de terreno, nadie quiere salir ni un palmo de su zona de confort. Nadie está "disponible"...y muchos abandonan a Cristo, escandalizados por su radicalidad y exigencia. 

El hombre se ha hecho conformista e indiferente. Ha perdido el espíritu cristiano de Mateo 20,28 y quiere ser servido en lugar de servir. Ha perdido el modelo evangélico de Juan 15,13 y prefiere quitar la vida de otro a dar la suya. Ha querido marcharse de Dios.

Pero para un cristiano auténtico, creer es obligarse, esperar es responsabilizarse, amar es comprometerse. Cristo nos da sólo dos mandamientos que sostienen toda la Ley: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22,37-40). Una mano tendida que sólo pide fidelidad y compromiso. Nada que Dios no nos haya dado antes.

El cristianismo no tiene grados. No se puede acoger "parcialmente": "esto sí me gusta, esto no". No hay fe sin compromiso. La fe no puede ser superficial, ni de conveniencia ni un hobby de fin de semana. Ni tampoco una tradición o costumbre. El Reino de Dios es un paraíso interior donde Él habita y que debemos cultivar, regar y cuidar.

No existen cristianos practicantes y cristianos no practicantes. No existen católicos radicales y católicos laxos. No existen cristianos conservadores y cristianos progresistas. No existen católicos con "contrato indefinido" y católicos con "contrato temporal". O se es cristiano o no se es. O se sigue a Cristo o se le abandona. 

Creer es amar a Dios de verdad y sobre todas las cosas. Repito: sobre "todas" las cosas. Sin intenciones egoístas o cómodas, sin tratar de aprovecharnos de la bondad y misericordia infinitas del Señor, sin intentar instrumentalizar a Dios.

Amar a Dios es buscar una relación con Él con actitud sincera y pureza de intención, que se compromete y que se materializa en el corazón, y no de cara a la galería. Una alianza no como un amuleto mágico o como una transacción comercial sino con un sentido altruista.

Comprometerse con Dios es madurar y crecer espiritualmente cada día, vivir una fe coherente y sincera, incluso en las pruebas, que es donde el cristiano demuestra su lealtad a Dios y su autenticidad en el amor.

Un cristiano comprometido busca, sobre todas las cosas, una libre "esclavitud" de amor con Dios, un contrato sin letra pequeña ni cláusulas adicionales, un cheque en blanco y sin fecha. Eso es el Amor.

"Y el Señor, que ve en lo oculto, nos recompensará"
(Mateo 6,6)

jueves, 23 de julio de 2020

CONOCER A DIOS A TRAVÉS DE SU PALABRA

Quien no conoce la Escritura, no conoce a Cristo”
(San Jerónimo)

El Señor sale siempre a nuestro encuentro para revelarse, para darse a conocer. Y lo hace, fundamentalmente, encarnándose en su Palabra, Cristo, el Logos. Toda la Sagrada Escritura, desde el principio hasta el final, habla y se cumple en Jesucristo.

Cada vez que escuchamos la Palabra, Dios pasea y dialoga con nosotros, como lo hacía con Adán en el Edén. Y cada tarde, le vamos conociendo un poco más, le vamos amando un poco más.

¡Qué importante es leer, escuchar, meditar y guardar Su Palabra en nuestro corazón! ¡Qué difícil es conocer a Dios si no le escuchamos! ¡Qué difícil es amar a Dios si no le conocemos! ¡Qué difícil es responder a Dios si no le amamos!

Escuchar a Dios a través de su Palabra, conocerle a través de Jesucristo, guiados por el Espíritu Santo, es indispensable para llegar a amarle y darle nuestro "Hágase"

Sin embargo, muchos católicos apenas leemos su Palabra, y por eso, apenas le conocemos (y apenas le amamos). Quizás, porque no sabemos cómo escucharle, no entendemos qué nos dice o no somos capaces de interpretar lo que nos dice. 

Y es porque seleccionamos sólo alguna parte de la Escritura, el Nuevo Testamento (los Evangelios, los Hechos de los Apóstoles o las cartas de San Pablo). Es como... si le concediéramos a Dios una cita breve, en la que sólo llegamos a conocerle parcial o superficialmente. 

Evitamos el Antiguo Testamento (los libros históricos, los proféticos, los Salmos o los Proverbios) como si no fuera con nosotros o para nuestro tiempo. Es como... si le dijéramos a Dios que hay cosas de Él que no nos interesan.

Y qué decir, del Apocalipsis, un libro que casi nadie entiende...y donde se encuentra el gran plan de Dios, realizado y cumplido en el Cordero. Es como...si le dijéramos que no va con nosotros.

Pero Dios quiere que le conozcamos a fondo. "No ha reparado en gastos". Y para ofrecernos su amor, además de la Tradición apostólica y el Magisterio de la Iglesia, nos ha dejado escrita su Palabra.

Autoría y Propósito 

La Palabra de Dios sale de su propia boca, es inspirada por Dios para enseñarnos, guiarnos y llevarnos a la santidad, mediante las obras: "Toda Escritura es inspirada por Dios y además útil para enseñar, para argüir, para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda obra buena (2 Timoteo 3, 16-17).
Dios Trino revela en la Escritura su amor por nosotros y su querer, es decir, su voluntad para nosotros. 

Y lo hace hablando a su Iglesia de forma comunitaria y de forma particular, para darnos a conocer Quién es Élquiénes somos (soy) para Élcuál es su plan de amor para cada uno de nosotros (para mí en particular) y qué debemos (debo) hacer para cumplir su voluntad y alcanzar su amor.

Descubrimiento y Encuentro

La Biblia no es un libro. La Palabra es "Alguien": es Cristo. Toda la Escritura habla del “Verbo”, la “Palabra” misma, el Centro de la Revelación. Y el propósito de la Biblia es que le descubramos.

Y, Jesús, como hizo con los dos de Emaús, sale a nuestro encuentro y se hace el encontradizo con nosotros; caminando siempre a nuestro lado, nos pregunta qué preocupa a nuestros corazones y nos escucha atentamente mientras le contamos todas nuestras pérdidas, nuestros “rollos”; nos explica las Escrituras, como hizo con los discípulos, incendiando nuestros corazones; y finalmente, le invitamos a nuestra casa, a nuestra parroquia, es decir, a la Eucaristía, donde Él se convierte en Anfitrión.

Cristo, el Verbo, se revela y se da al mundo en la Eucaristía: desde el ambón, con su Palabra y desde el altar, con su Cuerpo. Comulgamos, primero, su Palabra y después, su Cuerpo. 
Es en la Liturgia, donde le escuchamos y le celebramos. Y Él parte para nosotros el pan. Entonces, le reconocemos, nuestros ojos se abren y nuestras vidas se transforman.

La Palabra es un maravilloso encuentro con un Dios que nos ama y nos busca (El Buen Pastor, Juan 10), que nos perdona siempre y nunca deja de amarnos (El Hijo Pródigo, Lucas 15),  que nos da siempre seguridad y paz interior (La tempestad en la barca, Mateo 8;Marcos 4;Lucas 8), que camina siempre a nuestro lado y conversa con nosotros (El camino de Emaús, Lucas 24), que nos enseña con una pedagogía única (a través de más de 50 parábolas).

Intimidad y Familiaridad

Jesús es tajante: “Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen." (Mateo 12, 46-50; Lucas 8, 21).
Dios, que es eterno, no se queda en lo temporal. Y aunque nos manda, por supuesto, amar a nuestra madre, a nuestro padre y a nuestros hermanos, nos señala que lo importante son los lazos de sangre, sino los lazos de amor: quienes escuchan y cumplen la Palabra de Dios son su familia.

Guía y Alimento

La Palabra de Dios es el Pan de Vida, es el Maná del cielo, es Cristo, el pan nuestro de cada día, que pedimos en el Padrenuestro, es nuestro alimento"No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4,4).

El católico encuentra su alimento, su fe, su sentido y su fuerza en la Palabra de Dios"No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mateo 4,4). 

Por eso, ¡qué importante es escucharla en actitud orante, con sentido literal y, a la vez, espiritual! ¡qué importante es acudir al Espíritu Santo para rezar la Palabra para no quedarnos en la literalidad humana, para poder escuchar lo que quiere decirnos.

La Sagrada Escritura es nuestra guía para encontrarnos con Jesucristo, “el Camino, la Verdad y la Vida”. A Dios no le podemos encontrar si no es en la Biblia. O mejor dicho: a Dios le podemos encontrar en muchos sitios, en la creación, en la oración, en nuestros hermanos... pero es en Su Palabra, donde más fácilmente le encontramos. Dios quiere que le conozcamos, se deja conocer. Y lo ha dejado por escrito, en su Palabra.

Por eso, ¡qué difícil se nos hace a los católicos escuchar cuando rezamos! ¡cuánto nos cuesta dialogar con Dios! ¡cuánto queremos decirle y qué poco queremos que nos diga!

Camino y Conquista

La Palabra de Dios hace un camino dentro de nosotros. El Espíritu Santo nos guía y nos ilumina para que la escuchemos con los oídos y la meditemos con el corazón; y del corazón ardiente pasar a las manos, a las obras. 

Este es el recorrido que hace la Palabra de Dios en nosotros: 

oído 👉 corazón 👉 obras, es decir, del Padre 👉 al Hijo 👉 al Espíritu Santo.

El mensaje de Dios en la Biblia  se conquista como la ciudad de Jericó: dándole vueltas y vueltas. Orándola, meditándola y guardándola en nuestro corazón, a ejemplo de María (Lucas 2,19).

El camino de la Palabra es escuchar y cumplir la voluntad de Dios. Y la conquista de la Palabra es llegar a la Tierra Prometida.

Valor e Importancia

Toda la Palabra de Dios (Antiguo y Nuevo Testamento) tiene un valor permanente: "La palabra de nuestro Dios permanece para siempre" (Isaías 40,8) y eterno"El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán" (Mateo 24,35).

Además, posee un sentido de unidad y de plenitud. Jesús mismo lo dice: "No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud" (Mateo 5,17). 

La Palabra de Dios no puede entenderse si no es en su conjunto: el Antiguo Testamento prepara la venida de Cristo, contiene la Ley de Dios (que no está abolida), enseñanzas para nuestra salvación y tesoros de oración (que no están caducadas); el Nuevo Testamento da cumplimiento a todo el Antiguo Testamento y nos proporciona la verdad definitiva de la revelación divina. 

La Escritura es además, útil para nuestras vidas. Nos habla a todos y a cada uno de nosotros hasta lo más profundo. Nada se escapa a su sabiduría: "La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas" (Hebreos 4,12-13).

Además de escucharla, debemos ponerla en práctica o todo será inútil: "Poned en práctica la palabra y no os contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos" (Santiago 1, 22). 

Y ponerla en práctica significa cumplirla, como nos dijo Jesucristo: "Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen" (Lucas 11,28).

Sentido e Interpretación

La Sagrada Escritura tiene dos sentidos de interpretación:

-Literal: lo que nos quiere decir el autor. El autor o hagiógrafo inspirado nos relata hechos y situaciones que revelan a Dios. Por tanto, lo primero que debemos saber es qué nos quiere decir el autor.

-Espiritual: lo que nos quiere decir Dios. El Espíritu Santo hace viva la Palabra en cada uno de nosotros y nos dice siempre algo.

El sentido espiritual se divide en tres tipos: 

-Alegórico. Es el significado simbólico de lo que leemos en la Biblia. Toda habla de Cristo y se cumple en Cristo. Por tanto, debemos buscar su significación en Cristo.

-Moral. Es el significado formativa por el cual Dios nos instruye para saber cómo tenemos que obrar.

-Anagógico. Es el significado escatológico de las realidades y situaciones que nos conducen a la Jerusalén celeste, a la vida eterna.

En resumen, podemos definir estos cuatro sentidos de la Escritura en:
- la letra que nos enseña los hechos.
- la alegoría que nos enseña lo que debemos creer.
- la moral que nos enseña lo que debemos hacer.
- la anagogía que nos enseña hacia lo que debemos tender.

Dios nos ha dado su Palabra para que le escuchemos, para que le conozcamos y para que le amemos. Es su carta de amor para nosotros.

lunes, 13 de julio de 2020

CUATRO OPCIONES ANTE LA GRACIA


"Salió el sembrador a sembrar. 
Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; 
vinieron los pájaros y se la comieron. 
Otra parte cayó en terreno pedregoso, 
donde apenas tenía tierra, 
y como la tierra no era profunda brotó enseguida; 
pero en cuanto salió el sol, se abrasó y por falta de raíz se secó. 
Otra cayó entre abrojos, que crecieron y la ahogaron. 
Otra cayó en tierra buena y dio fruto: 
una, ciento; otra, sesenta; otra, treinta. 
El que tenga oídos, que oiga."
(Mateo 13, 1-9)


Hoy escuchamos otra de las maravillosas parábolas de Jesús que aparece en Mateo 13,1-9, Marcos 4,1-9 y Lucas 8,4-8: la parábola del sembrador. Con este símil agrícola, Cristo nos interpela a cada uno de nosotros para que escuchemos, para que entendamos.

El sembrador es Jesucristo, la semilla es la Palabra de Dios y nosotros somos el terreno. Pero como seguidores de Cristo, también estamos llamados a ser sembradores.

Jesús nos explica con detalle las cuatro opciones con las que recibimos o no su mensaje de Amor, los cuatro niveles con los que aceptamos o no su Gracia, los cuatro tipos de terreno con los que descubrimos qué tipo de corazón tenemos, qué relación queremos o no con Él o qué respuesta le damos:

El borde del camino 

Es la indiferencia, ese estado afectivo en el que “ni siento, ni padezco”, en el que la Gracia me da igual, en el que me mantengo al margen de lo espiritual, lejos de Dios

La Fe "no va conmigo, no me importa, no me interesa o no tengo tiempo". Soy un alejado, agnóstico o ateo.
Los pájaros son mis deseos, mis intereses, mis anhelos, mis prioridades.

Los bordes del camino son mi falta de sensibilidad, apego frialdad hacia Dios, mi falta de motivación o interés por las cosas espirituales, mi falta de humildad, sencillez y docilidad al Espíritu Santo, mi arrogancia, orgullo, soberbia y rebeldía ante Dios, mi menosprecio, desdén y rechazo a Dios.

Mi corazón es arrogante y rebelde. Soy de los que le digo a Dios: "no" .

El pedregal 

Es la inconstancia, ese estado y alternativo del "ahora sí, ahora no", en el que me excuso con el "quiero pero no puedo" o en el que afirmo "puedo pero no quiero". 

Me quedo en la superficie o a una cierta distancia y no profundizo. "Nado pero me canso enseguida". Soy un "Peter Pan" que me niego a ser mayor, a crecer, a madurar espiritualmente y que permanezco siempre en un estado infantil de fe para no asumir compromisos ni responsabilidades. 
La poca tierra es el poco espacio que dejo a Cristo y a la Virgen en mi vida exterior, a los sacramentos, a las obras de caridad y de servicio a los demás, a las virtudes cristianas.

La falta de profundidad es el poco tiempo que dedico a mi vida interior, a la oración, a la meditación, al discernimiento

La falta de raíz es la escasez de mi conocimiento de Dios, de mi sentido sobrenatural y místico, de mi aprehensión a la lectura y a la formación espiritual.

El Sol son las pruebas, las dificultades, las tentaciones que aparecen cada mañana, cada día.

Las piedras son mis excusas, mis pretextos, mis justificaciones o mis coartadas ante la llamada de Dios; mi irresponsabilidad e informalidad ante la voluntad de Dios; mi falta de voluntad, de decisión, de firmeza para darle un sí a Dios; mi falta de entrega y de compromiso ante la misión que Dios me encomienda; mi falta de determinación, valentía o coraje ante las pruebas, dificultades o peligros. 

Mi corazón es duro y terco. Soy de los que le digo a Dios: "a veces".

El zarzal 

Es la incoherencia, ese estado temporal del "sí pero a mi manera". Soy un cristiano "temporero" que va los domingos a la Iglesia con el "hábito católico", pero cuando salgo de ella, me lo quito y dejo de ser cristiano. Soy un católico "camaleónico" que me mimetizo segúnlas circunstancias. Un cristiano "veleta" que dejo que mi fe gire según el viento de las modas del momento y trato de adaptarla a ellas.
El deseo de compaginar Dios y mundo ahoga mi vida de cristiano. Dejo crecer el trigo junto a la cizaña pero nunca los separo. Las actitudes, las ideologías y pensamientos mundanos asfixian mi fe y estrangulan la sana doctrina. 

Las zarzas son los afanes de la vida y la seducción de las riquezas, el amor al dinero y el materialismo; las preocupaciones por la estabilidad y la seguridad; las inquietudes sobre "el qué comer y el qué vestir"; las ansiedades de poder y los placeres sensuales; las actitudes y modas;  las ideologías y pensamientos mundanos que asfixian la fe y estrangulan la sana doctrina. 

Mi corazón es hipócrita y condicional. Soy de los que le digo a Dios: "sí pero con condiciones".

El terreno fértil 

Es la perseverancia, ese estado vigilante y siempre alerta, que espera, que confía, que cree. Soy un cristiano "a tiempo completo", "en las buenas y en las malas, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, todos los días de mi vida". Soy un católico que, tomando como ejemplo a la Virgen María, digo: "Hágase tu voluntad". Soy un seguidor de Cristo que digo "Praesto sum", "Aquí estoy, Señor para hacer tu voluntad".
El terreno fértil necesita una dura y ardua tarea: necesita ser arado y roturado: el sufrimiento remueve la superficie de la tierra (a veces, incluso profundiza), la oxigena con la gracia y la prepara a través de la fe para el abono y el riego.

El abono es la oración y el riego, la Palabra. Con estos dos elementos germinará y dará fruto en abundancia. 

Mi corazón es manso y humilde. Recto y firme. Confiado y fiel. Servicial y solícito. Soy de los que le digo a Dios: "Sí, hasta el final".

Pero no sólo soy un tipo de terreno. También soy sembrador. Pero ¿qué tipo de semilla sale de mi corazón y de mi boca? Mis semillas, mis palabras pueden hacer mucho bien y también mucho mal; pueden curar y pueden herir; pueden alentar y pueden deprimir. 

Lo que cuenta no es lo que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón. San Pablo nos da una regla de oro para todo sembrador, para todo evangelizador: “No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen” (Efesios 4, 29).