¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas preguntas, pero aquí tienes un espacio para formular las tuyas.

domingo, 5 de octubre de 2025

¿QUEDARSE EN EMAÚS O VOLVER A JERUSALÉN?

 
"No es bueno que el hombre esté solo" 
(Gn 2,18)

El pasaje de Emaús del evangelio según san Lucas es una doble catequesis: eucarística, porque recorre todas las partes integrantes de la misa, y pastoral, porque muestra cómo debe ser el discípulo de Cristo y qué debe hacer.

Cuando caminamos hacia Emaús, nuestras vidas están llenas de decepciones y quejas, nuestra esperanza se desvanece y nuestra fe se debilita. El Señor nos explica las Escrituras y nuestro corazón arde. Es entonces cuando le invitamos a quedarse con nosotros.

Cuando estamos en Emaús, Cristo comparte la mesa eucarística con nosotros, parte el pan y nos lo da. Se nos abren los ojos y le reconocemos pero desaparece de nuestra vista. Es entonces cuando surge la duda de quedarse allí en los recuerdos y los sentimientos o volver a la comunidad a contarlo.

Cuando volvemos a Jerusalén en la oscuridad de la noche y por el camino de la prueba, lo hacemos con valentía y animados por el Espíritu para encontrarnos con el Resucitado, que nos ha asegura estar presente en la Iglesia: "Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).
Mientras que en la soledad de nuestra aldea de Emaús no existe más comunión que la de los dos discípulos, en  Jerusalén la comunidad está formada por toda la Iglesia (terrestre y celeste), con Cristo a la cabeza, quien se hace presente y nos da la paz. 

¿Quedarse en Emaús o volver a Jerusalén? Esa es la pregunta. O como diría Hamlet, "ser o no ser, esa es la cuestión". "Ser" comunidad o "ser" individualidad, esa es la cuestión.

Es en la comunidad donde nos hacemos verdaderos discípulos de Cristo, quien nos abre el entendimiento a través de los sacramentos y de la formación: "bautizándonos...y guardando todo lo que nos ha mandado" (cf. Mt 28,19-20).

Es en la Iglesia donde recibimos a Cristo y al Espíritu Santo; donde se hace presente el Señor para mandarnos de nuevo en misión, a Galilea, donde le volveremos a ver resucitado. 

Por eso,  no podemos permanecer en el recuerdo de haber reconocido al Señor y por ello, quedarnos confinados en "Emaús", es decir, en un grupo "encerrado" en sus recuerdos y en experiencias pasadas. 

En Emaús hay calor y refugio, comodidad y bienestar, recuerdos y sentimientos, pero no hay visión ni misión. Tampoco hay comunión por mucho que nos empeñemos en ello. 

Por eso, debemos ir a Jerusalén, a la comunidad, comprometernos con la parroquia donde nos formamos como discípulos, donde recibimos a Cristo sacramentado y desde donde salimos de nuevo a cumplir nuestra misión evangelizadora con el resto de nuestros hermanos. 
La comunidad cristiana no es simplemente un grupo de personas; es un entramado de relaciones, valores compartidos y objetivos comunes que generan un sentido de pertenencia, de comunión, unidad y apoyo mutuo, que ofrecen formación y desarrollo espiritual, emocional y social. 

Formar parte de la comunidad crea un entorno seguro donde poder expresarse libremente, construir relaciones significativas, crear vínculos de “unión”, “comunión”, “fraternidad" y "solidaridad” que fortalezcan la autoestima, el compromiso y la participación.

La comunidad cristiana es esencial para el crecimiento espiritual y el fortalecimiento de la fe. Nos ayuda a mantenernos en el seguimiento de Cristo junto a otros cristianos, fomentar la unidad entre los creyentes, compartir nuestra fe y animarnos unos a otros a experimentar la presencia de Dios en nuestras vidas.

Todo eso lo encontramos en Jerusalén, no en Emaús

sábado, 4 de octubre de 2025

LA HIPERESPIRITUALIDAD NARCISISTA

Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. 
El Señor está cerca. 
Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, 
en la oración y en la súplica, con acción de gracias, 
vuestras peticiones sean presentadas a Dios. 
Y la paz de Dios, que supera todo juicio, 
custodiará vuestros corazones 
y vuestros pensamientos en Cristo Jesús
(Flp 4,5-7)

Me preocupa constatar que en la Iglesia de hoy ponemos en valor experiencias marcadamente "hiper espirituales" sin más filtro que considerar que lo bueno o correcto es "hacer muchas cosas para Dios" sin mesura ni moderación, sin oración ni discernimiento, fascinados por las cifras, por las experiencias y por las supuestas conversiones que llevan a un cristianismo de muy dudosa calidad, obsesionado por ciertas prácticas de piedad. 

De alguna manera, cuando la "hiper espiritualidad" lo invade todo, cuando todo el foco está puesto en una excesiva religiosidad y la convertimos en un fin en sí misma según nuestros propios criterios, centrándonos en el "yo siento", "yo experimento", acabamos perdiendo a Cristo por el camino y olvidamos que la espiritualidad es sólo un medio para crecer en la fe y madurar como cristianos.

Utilizar las experiencias espirituales para evitar o mitigar frustraciones sentimentales, heridas sin resolver, necesidades psicológicas o carencias emocionales no conducen a Dios, sino a una forma de narcisismo espiritual y de idolatría a nuestro ego.

La "hiper religiosidad" no determina nuestra posición ni nuestro valor ante Dios ni ante el prójimo, salvo que tengamos una insana pretensión de sentirnos espiritualmente superiores a otros y, en cierto sentido, "iluminados" frente al resto de "oscurecidos".

Por duro que parezca decirlo, a veces da la sensación de que lo que cuenta es tener la parroquia a mucha gente "hiper activa" o "hiper espiritual", sin que parezca preocuparnos la calidad de la fe que tiene la gente. Es como si se tratara de "hacer" por encima de "ser". 

Lo importante para un cristiano es preguntarse ¿para qué hago lo que hago? ¿para quién hago lo que hago? o ¿soy coherente entre lo que hago y lo que soy realmente? ¿lo que hago muestra lo que soy?

La verdadera espiritualidad es la no verbal. Es la religiosidad silenciosa, la que no pretende ser mostrada, la que no utiliza parafernalias ni tópicos, sino la que se vive en intimidad con Dios: "No seáis como los hipócritas, a quienes les gusta (...) que los vean los hombres (...) Tú, en cambio, entra en tu cuarto, cierra la puerta (...) y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará" (Mt 6,5-6).
La fe trata de mucho más que hacer cosas externas para Dios; es mucho más que buscar constantes experiencias  de "subidón espiritual"; es mucho más que idealizar un grupo o un retiro espiritual, si entendemos la fe como lo hacía santo Tomás de Aquino Agustín (credere Deo, credere Deum y credere in Deum). 

La fe auténtica es:
  • seguir a Cristo, amarlo y caminar confiados a su voluntad, dejando nuestras vidas en sus manos, no sólo cuando coincide con nuestros deseos, necesidades o intereses
  • vivir una vida auténtica y coherente en todo momento, no sólo cuando nos encontramos en cómodos entornos cristianos o en intensas experiencias espirituales 
  • buscar y experimentar a Dios en cada ocasión, ya sean momentos de consolación o de desolación, no en experiencias de "subidón espiritual"
  • tener una experiencia espiritual comunitaria, compartir nuestra fe y testimonio con todos los miembros de nuestra parroquia, no sólo con los de nuestro grupo
  • mantener un equilibrio entre doctrina y vivencia, entre teoría y práctica, entre piedad y apostolado, entre oración y acción