¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
Mostrando entradas con la etiqueta Iglesia de Cristo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Iglesia de Cristo. Mostrar todas las entradas

jueves, 22 de septiembre de 2016

EXCUSAS PARA NO IR A MISA



Ir a misa es disfrutar de una celebración sin igual en nuestras vidas. Es encontrarnos con Dios para seguir participando de su sacrificio y agradecer el don infinito de la salvación que nos ha dado. Ir a misa es un adelanto de la gloria que viviremos con nuestro Padre en la vida eterna.

Sin embargo, cuántas veces nos hemos auto-convencido de no ir a misa bajo la tentación de alguna excusa: ¿Para qué ir si no entiendo nada? ¿Dónde dice que es obligatorio?, estoy cansado, es aburrido, vaya rollo…

He aquí las principales excusas:

La Iglesia está llena de hipócritas 

Todos somos pecadores, pero no debemos juzgar al prójimo.  Juzgar no ayuda a nadie, ni a ti ni a mi, ni a nadie y tampoco cambia la situación. "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". 

Precisamente porque somos todos pecadores, vamos a misa a buscar la misericordia de Dios. Por eso, es normal encontrar ahí a tantos hipócritas y pecadores, mentirosos y avaros, vanidosos y lujuriosos, etc. 

Ahora bien, si tu no eres nada de eso, sino que eres perfecto, no hace falta que vayas. El Papa Francisco dijo en una audiencia: "Si uno no se siente necesitado de la misericordia de Dios, si uno no se siente pecador, ¡es mejor que no vaya a Misa! Vamos a Misa porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de Jesús y participar en su redención y en su perdón"

No necesito la Iglesia para estar con Dios

Si un amigo te dijera que no necesita ir a verte a tu casa, ni hacer gestos concretos y explícitos para demostrarte su cariño porque le basta con recordarte, ¿no dudarías de que su amistad? 

Si un amigo no fuera a un funeral de un ser querido con la excusa de que le recuerda en su mente y en su corazón, ¿no dudarías de su cariño?

El movimiento natural del amor surge en el interior, se desborda y se manifiesta en el exterior.  Por eso, la misa es un recuerdo, un memorial al que asistimos los amigos de Jesús, porque no podemos (ni queremos) olvidar lo que hizo por nosotros. Lo hacemos presente, no como algo del pasado.

La misa es muy aburrida

Lo mismo le ocurría a mi hijo pequeño: se aburría con el fútbol hasta que vino un día al Bernabeu y le expliqué de qué iba todo ese lío, le expliqué las reglas, conoció de cerca a los jugadores, las tácticas, las distintas competiciones, etc.

No fue fácil. El proceso de incorporación a veces necesita tiempo, pero al final hace su trabajo. Hoy es un fanático empedernido (más que yo) del Real Madrid. 

Salvando todas las distancias, en el caso de la misa, uno se aburre por desconocimiento y falta de ganas de integración y entonces, es incapaz de disfrutar de las grandezas de la misa. Es necesario entrenarse: conocer mejor las reglas, los signos, la teología, y empezar a encontrarle el gusto. Cuesta. Es verdad, pero vale la pena. El tiempo se encargara de hacer su trabajo. 

Iré cuando lo sienta, nunca obligado

¿Acaso dices que solo tienes hambre de vez en cuando y que solo comerás cuando lo necesites, cuando lo creas conveniente? No, ¿verdad?. El cuerpo nos obliga a alimentarlo. Es cuestión de vida o muerte. Es inevitable. 

Lo mismo te pasaría si descubrieses esa hambre espiritual que clama desde lo hondo del corazón con intensidad. Es imposible no desear alimentar el espíritu. Es cuestión de vida o muerte:  "Si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida" (Jn 6, 53-55)".

No me gusta ir a misa

Utilizar el criterio de los sentimientos para decidir qué hacer o no hacer en la vida es una actitud infantil y poco madura. 

Si sólo hiciéramos lo que nos apetece, muchas actividades importantes de nuestra vida quedarían sin efecto. Si nos rigiésemos por esta ley caprichosa acabaríamos enfermos (no quiero esa medicina), siendo despedidos del trabajo (no quiero ir a trabajar) o no desarrollaríamos muchos de nuestros talentos (no quiero ir al colegio). 

La madurez nos descubre que los sacrificios son parte fundamental de la vida, son experiencias que nos permiten crecer y desplegar con plenitud nuestra existencia. 

Con un poco de esfuerzo y perseverancia muchas de las actividades que al inicio nos cuestan (y por ende no nos gustan), con el tiempo comienzan a adquirir el sabor de la familiaridad, de la sana rutina del buen hábito, del sacrificio que libera, del rito capaz de darle un profundo sentido a la vida; y así poco a poco se nos desvela la belleza y el gran valor que se nos ocultaban a primera vista. 

En el caso de la Eucaristía es tremendo poder descubrir la presencia real de Dios y la posibilidad de compartir con Él una hora junto a Él.

La misa es para los viejos

No es cierto. Depende del lugar. Aunque sí es cierto que en muchos lugares de Europa es así. Ahora bien, los ancianos nos dan una cátedra de vida en ese sentido: por la sabiduría adquirida a través de los años y por el aproximarse inminente de la inexorable muerte, logran vislumbrar con más claridad lo esencial de la vida que es invisible a los ojos, y se arriesgan, como pocos jóvenes lo harían, a dar ese salto de fe y a vivir contra-corriente, y llevar con coherencia su fe. 

Muchos vuelven a ir a misa y a rezar habitualmente porque saben que allí encuentran "ese fármaco de inmortalidad, ese antídoto para no morir, ese remedio para vivir en Jesucristo para siempre" (San Ignacio de Antioquía). 

Qué importa el qué dirán y las falsas apariencias de este mundo que pasa. Deberíamos aprender del testimonio y experiencia de nuestros mayores (como nos aconseja el Papa Francisco). 

¿Cómo evitar llegar a esa situación donde los jóvenes dejan de practicar la fe? Si tú eres uno de esos viejos sabios, sigue dando tu testimonio con valentía y trata de llevar a misa a tus nietos mientras se dejan llevar. Si tú eres uno de esos jóvenes inmortales que creen que la vida no acaba y la muerte no llega, y que ha puesto su fe en sí mismo, medita más sobre estos misterios y pregúntate ¿hacia dónde vamos? ¿qué hacemos aquí? ¿qué hay después de esta vida? ¿por qué tantas personas mayores van a misa? ¿qué ven ellos que no veo yo? Tal vez así podrás adquirir esa sabiduría profunda que falta en nuestros días y volverás a ir a misa.

Voy siempre a misa pero no veo ningún cambio en mi.

La comunión es el gran acto de fe. No todo lo que recibimos podemos medirlo, cuantificarlo con criterios perfeccionistas, efectivistas y pragmáticos. 

Hay un misterio que late allí que va mucho más allá de nosotros, mucho más allá de nuestro campo de comprensión, un cambio real que sucede siempre: el Cuerpo de Cristo crece, aumenta, se eleva, porque el Señor se hace presente en nuestro corazón. 

Por eso hay que creerle a Jesús cuando recibimos los sacramentos: "El que los recibe más frecuentemente, recibe más frecuentemente al mismo Salvador, porque el mismo Jesús así lo dice: El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él" (Timoteo de Alejandría). 

Si le creemos, necesariamente nuestra vida cambiará, es la lógica de la gravedad y de la inercia: si el centro es Cristo, las órbitas de nuestra vida cambian y eso se nota. 

No entiendo la dinámica de arrodillarse y levantarse todo el tiempo.

Somos seres espirituales y materiales. Por eso, no podemos vivir sin mediaciones, sin contacto, sin símbolos. La palabra símbolo viene del griego sym (con, juntos) y ballein (verbo que significa arrojar, poner), el resultado es elocuente, se trata de poner juntas dos cosas, que separadas no poseen un significado completo, con el fin de que adquieran la plenitud de este

Cada vez que nos arrodillamos, santiguamos, ponemos de pie, estamos realizando una serie de signos litúrgicos llamados a expresar simbólicamente una serie de realidades. 

En el caso de la misa lo más extraordinario es que muchos de los símbolos se vuelven no solo portadores de un mensaje o representación de un concepto, sino que realizan efectivamente aquello que significan. Por ejemplo, cuando el cura  alza la hostia y dice las palabras de la consagración esta “poniendo juntos”, la realidad material de un trozo de pan y una serie de oraciones formales; ambas cosas por separadas no pueden decirnos mucho, pero juntas, se convierten en el Cuerpo de Cristo. Nosotros por nuestra parte nos arrodillamos. Ese gesto que otras ocasiones podría no significar nada (me arrodillo para buscar un objeto que se cayó), en este momento al hacerlo delante de la hostia, que es el Cuerpo de Cristo, se convierte en un signo, un símbolo de verdadera adoración.

En mi parroquia no hay una misa sobria con recogimiento

Primero hable con su Párroco y vea cuál es el problema de fondo. Tal vez se lleve una sorpresa. Tenga presente que Dios ha suscitado toda clase de espiritualidades. 

La Iglesia sobreabunda de carismas con diversos matices y colores. No es que unos sean mejores que otros, simplemente somos distintos. Dios lo sabe y por eso nos regala tantos dones. Por eso, así como a ti no te ayudan los cantos en otro idioma y la música con guitarra, hay quienes, paradójicamente, no se recogen con el rito tridentino y con los cantos gregorianos. 

No juzgues, respeta y valora la pluralidad que es el signo de la grandeza de Dios, único capaz de sostener en unidad los polos opuestos. En todo caso, siempre puedes buscar otra Iglesia cercana que responda mejor a tu sensibilidad espiritual. 

Recuerda: sólo corrige allí donde no se cumplan las normas litúrgicas correspondientes o se practiquen abusos. Del resto, maravíllate y da gracias a Dios.

No soporto el contacto físico con desconocidos

La misa es la celebración cumbre de una comunidad que entra en comunión total, formando un solo Cuerpo. Aquí todo se mezcla: cuerpo, alma, espíritu. Todo se unifica en Cristo, Cabeza del Cuerpo. Por ende, si quieres evitar el contacto y consideras a tu prójimo un desconocido (y no un hermano), estás en el lugar equivocado. 

Aquí todo es contacto y hermandad. Como decía Pablo “Vivo yo, ya no yo, Cristo vive en mí”, y vive en mi hermano que comulga junto a mí y vive en todos los que participamos de Él. Todos formamos un solo Cristo, vivimos su vida, realizamos su misión. Somos una nueva humanidad, la humanidad en Cristo. Estrechamente unidos, más que por la sangre de familia, por la sangre de Cristo, y en Cristo, por Cristo, y para Cristo vivimos en este mundo.

No puedo concentrarme, me dan ataques de risa

Si es risa de alegría y gratitud por los dones recibidos (eucaristía significa acción de gracias) me parece legítimo. Hay gente que es espontáneamente alegre. Eso sí, trata de no molestar a los demás, es decir, ríete contenidamente. Tampoco se te ocurra reírte durante la consagración, pues allí se reactualiza la pasión de Nuestro Señor (que de gracioso tiene poco). 

Si por el contrario, tu risa es expresión de superficialidad burlesca e infantil, haz un esfuerzo y trata de madurar. Si no obtienes resultados pídele al Señor la gracia o llama a tu médico. Fuera como fuera, la meta es que la misa sea un reflejo de tu vida. 



domingo, 28 de agosto de 2016

¿POR QUÉ VIVIR EN COMUNIDAD CRISTIANA?


 


Muchos cristianos tienen una verdadera lucha interior cuando se trata de asistir a la parroquia  o crear comunidad. Piensan que la fe es algo particular, individual e íntimo. ¡Gran error!

Por supuesto, esto no es un problema nuevo. Desde el comienzo del cristianismo, los primeros líderes tuvieron que luchar contra esta forma de actuar, diciendo: "sin abandonar vuestra propia asamblea, como algunos acostumbran hacerlo, antes bien, animándoos: tanto más, cuanto que veis que se acerca ya el Día" (Hebreos 10,25).

Un popular eslogan cristiano dice: "Dios no nos llama a ir su iglesia, sino a ser su iglesia." Si realmente somos "su iglesia", con seguridad, nos reuniremos con otros cristianos regularmente. No podemos "ser" la iglesia, si no "vamos" a la iglesia.

La "iglesia" no tiene connotaciones individuales, ni se compone de llaneros solitarios o cristianos francotiradores. 

La "iglesia", por su propia naturaleza, se compone de una comunidad cristiana donde está Dios (Mateo 18,20).

Esto es a la vez el modelo bíblico e histórico establecido para nosotros por los primeros seguidores de Jesús y padres de la Iglesia. Ellos se reunían semanalmente para adorar a Dios juntos, y en ocasiones incluso a diario. Compartirían comunidad juntos en sus respectivos hogares. Las cartas de Pablo, Juan, Pedro y de otros apóstoles fueron escritas y enviadas a las comunidades cristianas de distintas ciudades, para, reunidas éstas, leerlas en voz alta. 

La iglesia significa el espacio donde los cristianos se reúnen para adorar a Dios, y escuchar las Escrituras juntos, animándose y apoyándose unos a otros en la fe. No podemos reducir la iglesia a un lugar donde vamos sólo a "recibir". Es mucho más que eso. Es la comunidad donde adoramos a Dios con otros, oramos a Dios por otros, nos animamos con otros, donde servimos a otros, donde nos comprometemos con Dios y con otros.

Disponemos de muchas opciones para ir a la iglesia. Podemos buscar una parroquia que sea de nuestro agrado, donde nos sintamos a gusto, pero el objetivo es reunirse con otros cristianos regularmente para adorar a Dios, escuchar las Escrituras, recibir los sacramentos y servir a otros.

Aquí hay cuatro poderosas razones por las que debemos asistir a la iglesia semanalmente, y por qué no, diariamente y por las que la asistencia a la iglesia puede cambiar nuestras vidas:

Dios lo manda

Dios nos dice en Su Palabra que "no dejando de congregarnos" (Hebreos 10,25).

La Biblia incluso va tan lejos: llama a la iglesia, la "novia de Cristo." ¿Qué mujer no va allí donde está su amado o viceversa? Si amas a Jesús, amarás las cosas que Él ama e irás donde esté Él.

Dios no nos ha llamado para que nuestras reuniones o adoraciones sean una carga para nosotros, sino para bendecirnos cuando asistimos a la iglesia.

Dios está ahí

Jesús vive dentro de nosotros por su Espíritu, esto es una verdad  insondable! Pero también hay algo muy importante al reunirnos en comunidad: "Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mateo 18,20). 

Así que Dios no sólo vive en nosotros por el Espíritu, sino que está en "medio" de nosotros cuando nos reunimos en la iglesia.

Lo necesitamos

Todos nosotros hemos sido creados para vivir en sociedad, en comunidad. Dios nos ha dado este regalo de reunirnos en la iglesia y en grupos pequeños, para animarnos unos a otros y estar realmente involucrados en las vidas de los demás y comprometidos con sus dos mandamientos (Lucas 10,27; Mateo 22, 36-40).

Podemos leer libros cristianos, acudir a conferencias sobre asuntos de fe, estudiar teología, etc., para desarrollarnos espiritualmente pero nada de eso puede sustituir a la comunidad cristiana de la iglesia.

Crecemos juntos 

Puede resultar un poco incómodo entrar en la vida del otro. Todos somos humanos, y nadie es perfecto, por lo que requiere esfuerzo y compromiso.

Reuniéndonos regularmente con otros hermanos en la fe, asistimos a un proceso de mejora y crecimiento espirituales al ayudarnos unos a otros, al orar unos por otros y al animarnos mutuamente a querer seguir a Cristo cada día más.

No permitamos que las excusas se interpongan en el camino al que Dios nos está llamando. Dios nos fortalecerá y nos dará la capacidad de hacer lo que Él nos ha llamado a hacer. 




viernes, 2 de octubre de 2015

EL AUTOBÚS



La Iglesia de Cristo es una empresa misionera de autobuses diseñados para llevar a las personas a un destino.

La flota está dotada de distintos tipos de autobuses: de un piso o de dos pisos, con TV y baño, microbuses, limusinas, etc. aunque siempre con un uso común: viajar.

Durante mucho tiempo, la mayoría de los autobuses han estado aparcados en la terminal porque nadie quería subirse a ellos y viajar.

Todos se han mantenido cuidados y limpios para que la gente viniera y se subiera en ellos durante una hora a la semana, para rápidamente, bajarse, sin tiempo que perder y sin intención de encender el motor.

Entonces llega un conductor, traza la ruta, coloca el cartel de destino y arranca el motor. Y la gente de visita se sobresalta.

Los encargados de expender los billetes invitan a la gente a subir y viajar con ellos a un feliz destino. 

Cada uno ocupará su asiento, según sus dones. Unos delante y otros detrás, pero todos bien sentados.

El conductor traza la ruta y con el motor en marcha, quita el freno de mano, suelta embrague y acelera suavemente.

En el camino, asesorado por su equipo, sabe cuando acelerar, cuando frenar o cuando doblar una esquina.

Cada tramo, cada kilómetro será sentido por los pasajeros y cuando el autobús se detenga en una parada, algunos puede que decidan que ya han tenido suficiente y se bajen. Otros continuarán y otros nuevos se subirán al autobús.

Pero el autobús debe seguir su ruta.

sábado, 5 de septiembre de 2015

EL MAL DE LA IGLESIA ES LA AMNESIA

 

Hace algún tiempo, el obispo de Alcalá de Henares, Monseñor D. Juan Antonio Reig Pla decía que “La Iglesia no puede limitarse a gestionar la decadencia de las parroquias, que envejecen y saturan al clero que queda, debe reorganizarse para evangelizar.” 

Hemos olvidado para qué es la Iglesia y hemos propiciado su decadencia por nuestra amnesia, la de todos.

En efecto, la iglesia se ha convertido en un lugar al que los laicos vamos sólo a recibir, al que vamos sólo a escuchar, al que vamos a “cumplir” y poco más.  Nuestros queridos y denodados sacerdotes se han dejado la piel (y siguen haciéndolo) tratando de gestionar esa actitud y “quemándose” ante la multitud de quehaceres, la mayoría de las veces, estériles y sin fruto. Y como consecuencia de ello, la vocación sacerdotal no goza de su mejor momento.

Todo esto en sí mismo no es malo, ni se trata de hallar culpables, porque tanto sacerdotes como laicos, hemos sido educados durante mucho tiempo en una pastoral de conservación y mantenimientoY por ello, hemos olvidado nuestra identidad, quienes somos y a qué estamos llamados. Nos hemos acomodado y vemos como se nos viene encima inexorablemente una decadencia a la que apenas prestamos atención.

Una decadencia por amnesia individual y colectiva que gestionamos a duras penas, intentando que nuestros hijos no olviden el signo de la cruz pero descuidando indicarle al mundo el camino a Cristo, que es el camino a la salvación. 

Un envejecimiento por alzheimer en el que apenas reconocemos a nuestra familia, a nuestros seres queridos, a nuestro Padre. Y da tanta lástima ver a alguien que no sabe quién es, lo que tiene que hacer o para qué vive...

La misión de la Iglesia, no es solo de unos pocos, como muchos creen erróneamente. Es la mía, la tuya, la de todos. Y como dice el papa Francisco, “se hace de rodillas”, es decir mediante la oración. Nada en la evangelización se da por hecho o está asegurado si no es por la oración, a través de la cual nos sumergimos “mar adentro”, en lo recóndito, donde nadie nos ve, salvo Él.

Es allí donde somos capaces, en silencio, de establecer una relación íntima con nuestro Padre y Creador. Es allí donde Dios, a través del Espíritu Santo, nos indica dónde “echar la red” y pescar en abundancia. Sólo tenemos que abandonarnos a Él,  confiar en Él.

En apariencia, Dios nos otorga la gestión de la evangelización, delega en nosotros la misión, pero la fecundidad pastoral y el fruto del anuncio del Evangelio no procede ni del éxito ni del fracaso según los criterios de valoración humana, sino de la lógica de la Cruz, la lógica provocativa de Jesucristo, la del salir de sí mismos y darse, la lógica del amor.

Jesús nos envía sin “talega, ni alforja, ni sandalias” (Lucas 10,4). Pero no nos desampara, tenemos su amor, tenemos su guía, la del Espíritu Santo y tenemos su promesa eterna de salvación.

Para finalizar y haciendo mías las palabras de Tote Barrera, “la nueva evangelización es conversión pastoral”, es ahí donde está la clave de todo, es ahí donde sobrevienen todos los miedos y muchas de las desconfianzas, tanto de aquellos que se preguntan “¿qué es esa nueva moda de la evangelización?”, como incluso de cristianos ya “implicados” en la misión.

En definitiva, unos y otros continuamos teniendo nuestros  “tics” producto de nuestra educación religiosa, entre ellos, el de volver a encontrarnos como estábamos porque no hemos sido enseñados para cambiar sino para mantener. 

Algunos sacerdotes ven la evangelización desde un punto de vista erróneo, el de rejuvenecer las parroquias, de atraer a gente para volver a seguir haciendo lo mismo de siempre. 

Algunos laicos se embarcan en la misión pero al cabo de un tiempo, desfallecen y ansían regresar a lo de siempre, a la zona de confort y a la comodidad que nos da el refugio de nuestra parroquia favorita con nuestro cura favorito.

Y eso, creerme, si no lo remediamos entre todos, nos lleva de la decadencia al irremediable fin de la Iglesia de Cristo.



jueves, 20 de agosto de 2015

RECUPERAR LA ESENCIA DE CRISTO


Muchos aseguran que la religión, que el cristianismo, ha perdido credibilidad, que no es posible seguir confiando en Cristo ni en su Iglesia y por ello, se alejan hacia una inexistente experiencia de fe o hacia una cómoda privacidad espiritual, ambas descargadas de toda obligación y compromiso.

En nuestros tradicionales países “cristianos católicos”, la indiferencia de la sociedad secular, en otras épocas más o menos benevolente, ha dado paso a un odio generalizado y una abierta enemistad hacia el cristianismo. 

Hoy, se relaciona a Cristo con una Iglesia inflexible y jerárquica, hambrienta de poder y riqueza, autoritaria y dogmática, pecadora e infiel, poco dialogante y excluyente con quienes piensan de otra manera, discriminatoria con las mujeres y lejana del hombre actual... sin obras…muerta.

El problema subyacente es que el enemigo de Dios, Satanás, ha vuelto a desarrollar el factor humano: el hombre ha querido “ser” y “hacer” de Dios (como en el principio), y en lugar de colocar a Cristo como símbolo de unidad sólo ha generado cismas dentro y fuera de la iglesia; en lugar de mostrar un espíritu de sencillez y amor, ha creado complejidad y egoísmo; en lugar de ejercer una fe viva y práctica, ha optado por una fe contemplativa y teorizante; en lugar de vivir una vida activa de servicio y sacrifico a los demás, ha preferido una vida pasiva y cómoda. 

La Iglesia, esposa de Cristo, le ha sido infiel, ha perdido su esencia, se ha ocupado sólo de la casa y se ha ido olvidando de cómo es Él, de su propósito y de su mandato. 

La cristiandad tiene que hacerse más cristiana para poder seguir viviendo de forma creíble (creyente y crítica a la vez) con convincentes contenidos de fe, sin toda la rigidez dogmática, con orientaciones éticas depuradas de toda tutela moral, pero sobre todo, con Cristo en el centro de nuestra vida.

Algunas de las actitudes de la Iglesia apenas forman parte de la esencia cristiana, es difícil intuir el espíritu de Cristo en la forma de vivir la fe de muchos pastores y de muchos feligreses. 
 La Iglesia se ha acomodado en una posición autorreferencial y lejana, convirtiendo así a los cristianos en bebés espirituales, que no pueden valerse por sí mismos. Le hemos dado la espalda a su esencia en Cristo, hemos abandonado su mandato activo y permanente: “Id y haced discípulos”.

Estamos llamados a encaminarnos urgentemente hacia la conversión, hacia una renovación pastoral, una reforma radical que no intente psicoanalizar o volver a mitificar el mensaje de Cristo, sino que “vaya a la raíz”, que haga que lo esencial, que es Cristo, resplandezca de nuevo. 

Jesucristo debe volver a ser la figura básica, fundamento y motivo original de todo lo cristiano. Sólo desde él como la figura conductora central recibe su identidad y relevancia el cristianismo. 

CUESTIÓN DE ESENCIA

A menudo, escuchamos a personas afirmar que “todas las religiones son iguales”. La clave para desestimar esta errónea afirmación estriba en el hecho de diferenciar lo que distingue a una religión del resto de las otras religiones, es decir, qué es lo especial, lo típico, lo “esencial”, cuál es su “esencia”.

Esencia significa “lo que es válido en todo tiempo, lo que es vinculante de continuo, lo que es absolutamente irrenunciable”. 

La esencia y el centro del cristianismo es la figura de un judío: Jesús de Nazaret, el Mashiach (hebreo), Meshiach (arameo), Christos (griego), “el Ungido o Enviado por Dios”. 

Jesús como el Cristo de Dios es la forma y figura básica que da cohesión a todas las historias, parábolas, cartas y misivas del Nuevo Testamento y también a todas las diferentes comunidades judeocristianas y cristiano gentiles.

Sin Jesucristo no hay nexo entre los escritos y las comunidades neo-testamentarios: él es la figura básica que da unión a todas las tradiciones. 

Sin Jesucristo no hay historia del cristianismo ni de las Iglesias cristianas: él es el motivo básico que las une más allá de todas las rupturas y de todas las épocas históricas. 

El cristianismo no depende de una idea impersonal, de un principio abstracto, de una norma general, de un sistema mental. A diferencia del resto de religiones, el cristianismo depende de una persona concreta que sale fiadora de una causa, de todo un camino de vida: Jesús de Nazaret. 

Jesús es distinto, es una persona concreta y por eso, el ser cristiano tiene que ser distinto. El Nuevo Testamento y la historia de veinte siglos de cristianismo lo pone de manifiesto: Jesús ha estimulado el pensamiento y el discurso crítico-racional, la fantasía, la imaginación y las emociones, la espontaneidad, la creatividad y la innovación. 

Ha hecho posible que los hombres entren en espíritu en una relación existencial inmediata con él. De él se podía narrar, y no sólo razonar, argumentar, discutir y teologizar sobre él. 

Eso es lo que constituye lo específico del cristianismo: no un principio, sino una figura viviente: Jesucristo es lo permanentemente válido, lo obligante de continuo y lo en verdad irrenunciable en el cristianismo.

LA CRUZ COMO DISTINTIVO 
Mientras que la muerte de los líderes de otras religiones no ha traído implicaciones o consecuencias para la humanidad, la de Jesucristo sí. 

Moisés, Mahoma, Buddha o Confucio murieron ya mayores en años, junto a sus discípulos y adeptos, tras una vida de éxito, mientras que Jesucristo murió joven, tras vida radical, sorprendente y breve, traicionado y negado por sus discípulos y seguidores, objeto de mofa y de escarnio por sus adversarios, abandonado por Dios y por los hombres en el más atroz y enigmático rito de muerte, que según la legislación romana no se podía imponer a criminales con la ciudadanía romana y que se aplicaba sólo a esclavos fugados y a rebeldes políticos: en el patíbulo de la cruz.

La cruz de Jesús era una locura bárbara para un griego culto, una ignominia para un ciudadano romano y una maldición de Dios para un judío creyente. 

Sin embargo, para un cristiano la cruz es un signo de salvación puesto que Cristo, el crucificado, no permaneció en la muerte, sino que fue resucitado a la vida eterna por Dios y elevado a la majestad de Dios. 

Es un signo de victoria puesto que Jesucristo es el confirmado con poder por Dios y así este signo de oprobio y esta deshonrosa muerte de esclavos y rebeldes es vista como muerte salvífica de redención y liberación. 

La cruz de Jesús, ese sello cruento sobre una vida vivida en consonancia, se convierte así en un llamamiento a renunciar a una vida marcada por el egoísmo, un llamamiento a vivir una vida sencilla en favor de los otros.

Se trata ni más ni menos que de un vuelco a todos los valores: la vida cotidiana valiente y sin temor, incluso frente a riesgos mortales a través de la inevitable lucha, de todo sufrimiento, incluso de la muerte. 

Todo en inquebrantable confianza (“fe”) y en la esperanza del tiempo de la verdadera libertad, amor, humanidad, finalmente, de la vida eterna. Del escándalo se pasa a una experiencia de salvación; el vía crucis se convierte en un camino de vida para el que acepta ser cristiano.

Cristo es el camino, la verdad y la vida, es el pan de vida, la luz del mundo, la puerta, la vid verdadera, el pastor verdadero que da su vida por las ovejas. El es el camino de la verdad de la vida que hay que hacer. No se trata de verdad de razón, puramente teórica, sino de verdad de fe práctica que se basa en experiencia, decisión y acción.

En efecto, no se trata de “contemplar”, de “teorizar” la verdad del cristianismo, sino que hay que “hacerla”, “practicarla”. 

Una verdad que no quiere sólo ser buscada y hallada, sino seguida y realizada con veracidad, acreditada y acrisolada. Una verdad que apunta a la práctica, que llama al camino, que regala y hace posible una vida nueva.

martes, 18 de agosto de 2015

LAS SIETE FRASES DE JESÚS EN LA CRUZ




Jesucristo murió en la cruz para redimir a la humanidad, para salvarnos de nuestros pecados a causa de su amor por nosotros.

Pero antes de morir y según consta en los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, Jesucristo pronunció siete frases en la cruz.  El de Mateo y el de Marcos, mencionan solamente una, la cuarta. El de Lucas relata tres, la primera, segunda y séptima. El de Juan recoge las tres restantes, la tercera, quinta y sexta.

1- PERDÓN

"Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen."
Lucas 23,34

La humanidad entera, representada por los personajes allí presentes, se ensaña contra Jesús.Me dejareis sólo”, había dicho Jesús a sus discípulos. Y ahora está solo, entre el Cielo y la tierra.Se le negó incluso el consuelo de morir con un poco de dignidad.

Jesús no sólo perdona, sino que pide el perdón de su Padre para los que lo han entregado a la muerte.

Jesús mira hacia abajo, desde la cruz  y ora por los culpables de darle muerte, los soldados romanos que cruelmente, le han azotado, torturado escupido, golpeado, maltratado y que le han clavado en la cruz.

También por los que le han condenado a muerte, (Caifás y los sumos sacerdotes del Sanedrín), castigado a subir con su propia cruz, luego desnudado en público, tendido sobre la cruz, clavado a través de sus huesos de manos y pies.

Jesús también está pensando en sus apóstoles y compañeros que le han traicionado y abandonado, reza por Judas que lo ha vendido, por Pedro que lo ha negado tres veces, por la multitud voluble, que sólo unos días antes le alabaron, en su entrada a Jerusalén, y luego días más tarde prefirieron optar por Él frente a Barrabás, para ser crucificado, gritando su crucifixión. También por los que se reían y mofaban de Él.

Y no sólo pide el perdón para ellos, sino también para todos nosotros, para la humanidad entera, para todos los que con nuestros pecados somos el origen de su condena y crucifixión. 
  
Pero Jesús no reacciona con ira. En el apogeo de su sufrimiento físico, su amor prevalece y le pide a su Padre que perdone, pero es por su mismo sacrificio en la Cruz que la humanidad es capaz de ser perdonada!

Hasta sus últimas horas en la tierra, Jesús predica el perdón. Él enseña el perdón en la oración del Señor: "Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden" (Mateo 6,12).

Cuando se le preguntó por Pedro, ¿cuántas veces deberíamos perdonar a alguien, Jesús responde setenta veces siete (Mateo 18, 21-22).

En la Última Cena, Jesús explica su crucifixión a sus apóstoles cuando les dice a beber de la copa: "Bebed todos de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados "(Mateo 26, 27-28).

Él perdona al paralítico de Cafarnaúm (Marcos 2,5), y la adúltera sorprendida en el acto ya punto de ser lapidada (Juan 8, 1-11).

E incluso después de su resurrección, su primer acto es comisionar a sus discípulos a perdonar: "Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados si los retengáis, les quedan retenidos." (Juan 20, 22-23).

2- SALVACIÓN

"En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el paraíso."
Lucas 23,43

Ahora no se trata sólo de los líderes religiosos o los soldados que se burlan de Jesús, sino de uno de los criminales que habla en favor de Jesús, explicando que ellos dos están recibiendo su justo castigo, mientras que "este hombre no ha hecho nada malo." Luego, dirigiéndose a Jesús, le dice: "Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino" (Lucas 23,42). 

La fe maravillosa de este pecador arrepentido hace que Jesús, haciendo caso omiso de su propio sufrimiento, le  responda con amor y misericordia con su segunda palabra, que es otra vez sobre el perdón, esta vez dirigido a un pecador.

Del mismo modo que la primera palabra, esta expresión bíblica se encuentra sólo en el Evangelio de Lucas. Jesús muestra su divinidad abriendo el cielo por un pecador arrepentido - tal generosidad de un hombre que sólo pidió ser recordado!

Pero el verdadero regalo que Jesús le hacía a aquel hombre, no era solamente el Paraíso. Jesús le ofreció el regalo de sí mismo. Lo más grande que puede poseer un hombre, una mujer, es compartir su existencia con Jesucristo.

Hemos sido creados para vivir en comunión con él y por ello, nos ofrece esperanza para la salvación, ya que si volvemos nuestros corazones y oraciones a Él, también vamos a estar con Jesús Cristo al final de nuestras vidas.

3- IGLESIA

"Jesús le dijo a su Madre:" Mujer, ahí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Esta es tu madre."
Juan 19,26-27

Jesús y María están juntos de nuevo, al comienzo de su ministerio en Cana y ahora al final de su ministerio público, a los pies de la Cruz.

El Señor se refiere a su madre como mujer en la fiesta de bodas de Caná (Juan 2, 1-11) y en este pasaje, recordando a la mujer en Génesis 3,15, la primera profecía mesiánica del Redentor, y anticipándose a la mujer vestida del sol en Apocalipsis 12.

Dios eligió a María desde siempre para ser Madre de Jesús, pero también para ser Madre de los hombres.

Jesús crucificado confía a María una nueva maternidad, crea desde la cruz “una familia nueva”. Forma la Iglesia y le otorga el papel maternal a la madre de Jesús, para que cuide de su nuevo hijo y al discípulo le enseña a quien debe querer, respetar y obedecer.

Qué dolor debe llenar el corazón de María, a ver a su Hijo denostado, torturado y crucificado. El sufrimiento de su hijo la hizo a Ella Corredentora, compañera en la redención.

Una vez más, se cumple en Cristo otra profecía, de Simeón en el Templo: “una espada atraviesa el alma de María” (Lucas 2,35).

Hay cuatro personas al pie de la cruz: María, su Madre, Juan, el discípulo a quien él amaba, María de Cleofás, hermana de su madre, y María Magdalena. Él dirige su tercera palabra a María y Juan, el único testigo ocular de los escritores de los Evangelios.

De nuevo, Jesús se eleva por encima de la ocasión, y sus preocupaciones son para los que le aman. El buen hijo que Él es, Jesús se preocupa por el cuidado de su madre. De hecho, este pasaje ofrece una prueba de que Jesús era el único hijo de María, porque si él tenía hermanos o hermanas, se habrían preocupado por ella. Pero Jesús mira a Juan y le pide cuidar de ella.

También queda demostrado que San José estaba ausente; probablemente, habría muerto antes de la crucifixión, o de lo contrario habría sido el encargado de cuidar de María y también estaría allí.

4- SOLEDAD

"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
Mateo 27,46 y Marcos 15,34

Esta fue la única expresión de Jesús en los Evangelios de Mateo y Marcos. Ambos indican que fue en la novena hora, después de tres horas de oscuridad, cuando Jesús clamó esta cuarta palabra. La novena hora eran las tres en Judea.

Sorprende el tono angustiado de esta expresión, en contraste con las tres primeras palabras de Jesús. Este grito sale desde el corazón doloroso y humano de Jesús, que debió sentirse abandonado por su Padre y por el Espíritu Santo, amén de sus compañeros terrenales, los discípulos.

Para subrayar su absoluta soledad, Marcos incluso dice que sus seres queridos  estaban allí "mirando desde lejos," no cercanos a él. Jesús se siente separado de su Padre, ahora está solo y tiene que enfrentarse a la muerte por sí mismo.

Esto es exactamente lo que nos sucede a todos nosotros cuando llega el momento de nuestra muerte, que debemos afrontarla solos! Jesús vive por completo la experiencia humana, al igual que nosotros, y al hacerlo, nos libera de la esclavitud del pecado.

Su cuarta palabra es tal y como empieza el Salmo 22: su grito en la cruz recuerda el grito de Israel, y de todas las personas inocentes que sufren. En el Salmo 22, capítulos16-19, David hace una profecía sorprendente de la crucifixión del Mesías en un momento en que no se conocía la existencia de la crucifixión: "Está seco mi paladar como una teja y mi lengua pegada a mi garganta; tú me sumes en el polvo de la muerte. Perros innumerables me rodean, una banda de malvados me acorrala como para prender mis manos y mis pies. Puedo contar todos mis huesos; ellos me observan y me miran, repártense entre sí mis vestiduras y se sortean mi túnica".

No puede haber un momento más terrible en la historia del hombre como ese. Jesús, que vino a salvarnos es crucificado, y da cuenta del horror de lo que está sucediendo y lo que ahora está soportando. Está a punto de ser engullido por el mar embravecido del pecado. El mal triunfa, como admite Jesús: "ahora reinan las tinieblas, y es su hora" (Lucas 22,53). Pero es sólo por un momento. La carga de todos los pecados de la humanidad por un momento abruma la humanidad de nuestro Salvador.

Es en la derrota de su humanidad donde se completa el plan divino de su Padre. Es por su muerte que somos redimidos. "Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos. Este es el testimonio dado en el tiempo oportuno." (I Timoteo 2, 5-6).

"El mismo que, sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados". (I Pedro 2,24)


5-SUFRIMIENTO

"Tengo sed".
Juan 19,28
La quinta palabra de Jesús es la única expresión humana de su sufrimiento físico. Jesús está ahora en estado de shock. Las heridas infligidas en la flagelación, la corona de espinas, y el clavado en la cruz están dando resultado, especialmente después de perder sangre en la caminata de tres horas por la ciudad de Jerusalén hasta el. Los estudios sistemáticos de la Sábana Santa de Turín, indican que la Pasión de Jesús fue mucho peor que uno pueda imaginarse.

El sufrimiento de Cristo simboliza también el sufrimiento del ser humano aun en la mayor de las fes.

Jesús tiene sed en un sentido espiritual. Él tiene sed de amor. Él tiene sed de amor de su Padre que lo ha abandonado durante esta hora terrible cuando Él tiene que cumplir su misión solo, no alejándose de Él, sino privándole de su socorro.

Y él tiene sed de amor y de la salvación de su pueblo, la raza humana. Jesús practicaba lo que predicaba: "Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, dar la vida por sus amigos". Juan 15, 12-13

También evoca la sed espiritual que Cristo experimentó junto al pozo de la samaritana.

6- CUMPLIMIENTO

"Todo está cumplido"
Juan 19, 30

Se trata de la proclamación en boca de Cristo del cumplimiento perfecto de la Sagrada Escritura en su persona. Jesús era consciente de que había cumplido hasta el último detalle su misión redentora y la culminación del programa de su vida: cumplir la Escritura haciendo siempre la voluntad del Padre. Más que una palabra de agonía, es de victoria, "todo está concluido".

Juan recuerda el sacrificio del Cordero de la Pascua de Éxodo 12 en este pasaje. El hisopo es una planta medicinal pequeña que se usó para rociar la sangre del Cordero Pascual en las puertas de las casas de los judíos (Éxodo 12,22). El Evangelio de Juan relata que fue el día de la preparación, el día antes de la Pascua real (Pesaj en hebreo, Pascha en griego y latín), cuando Jesús fue condenado a muerte (19,14) y se sacrificó en la cruz (19,31).

Juan continúa en los versículos 33-34: "Pero cuando llegaron a Jesús y vieron que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas", recordando la instrucción en Éxodo 12,46 relativa al Cordero Pascual.

Murió a la hora novena (tres de la tarde), casi al mismo tiempo que los corderos de la Pascua fueron sacrificados en el Templo. Cristo se convirtió en el Cordero Pascual, como señaló Pablo: "Porque nuestro cordero pascual, Cristo, ha sido inmolado." (I Corintios 5, 7). El Cordero inocente fue sacrificado por nuestros pecados, para que nosotros pudiéramos ser perdonados. La sexta palabra es el reconocimiento de que el sufrimiento de Jesús ha terminado y se ha completado su tarea. Jesús es obediente al Padre y le da su amor por la humanidad al redimirnos con su muerte en la Cruz.

El día más oscuro de la humanidad se convirtió en el día más brillante para la humanidad. Y los Evangelios sinópticos, al unísono, capturaron esta paradoja,  narran el horror del evento, la agonía en el jardín, el abandono por parte de sus Apóstoles, el juicio ante el Sanedrín, la intensa burla y tortura sobre Jesús, su sufrimiento en soledad, la oscuridad sobre la tierra, y su muerte, crudamente retratada tanto por Mateo (27, 47-51) y Marcos (15, 33-38).

Por el contrario, la pasión de Jesús en el Evangelio de Juan expresa su realeza y demuestra que es su camino triunfal hacia la gloria. Juan presenta a Jesús como dirigiendo la acción durante todo el camino. La frase: "Consumado es" conlleva un sentido de logro

En Juan, no hay juicio ante el Sanedrín, sino que Jesús se presentó en el juicio romano como "He aquí vuestro Rey!" (Juan 19,14). Jesús no está tropezando o cayendo como en los evangelios sinópticos, sino que el camino de la cruz se presenta con majestad y dignidad, porque "Jesús salió llevando su propia cruz" (Juan 19,17). Y en Juan, la inscripción a la cabeza de la cruz está deliberadamente escrita "Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos" (Juan 19,19).

Cuando Jesús murió, "entregó" el Espíritu. Jesús mantuvo el control hasta el final, y es Él quien entregó su Espíritu. No hay que perderse el doble sentido aquí, porque esto también puede ser interpretado como que su muerte trajo el Espíritu Santo.

El Evangelio de Juan revela gradualmente el Espíritu Santo. Jesús menciona agua viva en Juan 4, 10-11 cuando se encuentra con la mujer samaritana en el pozo, y durante la Fiesta de los Tabernáculos se refiere a agua viva como el Espíritu Santo en 7, 37-39. En la Última Cena, Cristo anuncia que pedirá al Padre que envíe "otro Paráclito para estar con ustedes siempre, el Espíritu de verdad" (14, 16-17).

La palabra Paráclito también se traduce como Consolador, Abogado, Intercesor o Consejero. "Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho." (14,26).

El simbolismo del agua para que el Espíritu Santo se hace más evidente en Juan 19,34: " sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua." La perforación de su lado cumple la profecía en Zacarías 12,10: " En cuanto a aquél a quien traspasaron, harán lamentación por él como lamentación por hijo único, y le llorarán amargamente como se llora amargamente a un primogénito.". La perforación del costado de Jesús prefigura los sacramentos de la Eucaristía (la sangre) y el bautismo (agua), así como el comienzo de la Iglesia.

7-OBEDIENCIA

"Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu".
Lucas 23,46

La séptima palabra de Jesús se encuentra en el Evangelio de Lucas, y se dirige al Padre en el cielo, justo antes de morir. Jesús recuerda el Salmo 31, 6: " En tus manos encomiendo mi espíritu, y tú, Señor, Dios fiel, me librarás." Se interpreta como un ejemplo de la confianza que debe tener un cristiano ante la entrada en el mundo espiritual.

Lucas declara la inocencia de Jesús en repetidas ocasiones: con Pilatos (Lucas 23, 4, 14-15, 22), a través de Dimas (por la leyenda), el criminal (Lucas 23,41), e inmediatamente después de su muerte con el centurión, que cuando vio lo que había pasado, alabó a Dios y dijo: "Verdaderamente este hombre era justo" (Lucas 23,47).

Jesús fue obediente a su Padre hasta el final, y su última frase antes de su muerte en la cruz fue una oración a su Padre.

La relación de Jesús con el Padre se revela en el Evangelio de Juan, porque Él comentó: "El Padre y yo somos uno" (10,30), y de nuevo, en la Última Cena: ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras. "(14,10). Y Él puede regresar: " Salí del Padre y vine al mundo. Ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre" (16,28).

Jesús cumple su propia misión y la de su Padre en la cruz:

"Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca,
sino que tenga vida eterna”

Juan 3,16