¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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viernes, 18 de enero de 2019

EVANGELIZAMOS ¿EN MODO BABEL O MODO PENTECOSTÉS?

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Durante cinco años dedicado a la evangelización, he podido observar que, a menudo, cometemos y repetimos algunos grandes errores. 

A veces, proclamamos a Jesucristo por motivos que tienen poco o nada que ver con el amor: lo hacemos por inercia, porque es "lo que toca", por rivalidad, por aumentar el número de personas y el prestigio de una parroquia, etc. 

Otras, realizamos esfuerzos estériles motivados por un activismo desaforado y vacío de contenido, cuyo único interés camina hacia la búsqueda ansiosa de ser valorados o admirados. Se trata, sin duda, de una "evangelización en espiral".

¿Por qué digo esto?

Porque con demasiada frecuencia, nos "activamos" (o incluso nos "hiperactivamos"), nos "movilizamos" y "montamos" métodos evangelizadores con excesiva precipitación, "como si no hubiera un mañana", y luego pretendemos decirle a Dios que nos de su beneplácito. 

Nos perdemos en una espiral evangelizadora que gira alrededor del activismo, alejándonos del verdadero sentido de la misión que Cristo nos encomendó. Y así...no. Así no podemos llevar almas a Dios. Así no podemos servir a Dios y al prójimo.

El verdadero estilo de vida de los cristianos es el servicio, que nos hace estar abiertos y disponibles, amar a Dios y al prójimo, y trabajar con entusiasmo por el bien común. 

Si nuestro servicio a Dios está basado en la búsqueda de una recompensa, de un aplauso o de un halago, vano es nuestro esfuerzo. 

Si nuestra labor evangelizadora pretende recibir una especie de "fuerza mágica" con la que satisfacer nuestras necesidades, vano es nuestro afán.

Si nuestro apostolado se reduce a hacerlo "de vez en cuando" o "cuando nos viene bien", o si se ciñe a  hacerle un hueco a Dios en nuestra agenda o a darle un porcentaje de nuestro tiempo o de nuestro esfuerzovano es nuestro empeño.

Servir e
s imitar a Cristo, que se hizo servidor por amor a nosotros. Se trata de vivir sirviendo 

Si pensá
ramos (aunque sólo fuera por un instante) que Dios es nuestro único público, deberíamos preguntarnos: ¿por qué queremos evangelizar? ¿Por qué queremos servir a Dios y al prójimo? El "por qué" es casi tan importante como el "qué" para purificar nuestras intenciones con oración, humildad y amor a Dios.

San Pablo pone de manifiesto que se puede anunciar a Cristo por motivos no precisamente
buenos y rectos: "Algunos predican a Cristo por espíritu de envidia y competencia,… por rivalidad" (Filipenses 1,15-17). 

Hay dos fines fundamentales por los que podemos predicar a Cristo: o por nosotros mismos, o por Cristo. Consciente de esto, el Apóstol declara solemnemente: "No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo" (2 Corintios 4,5).

Por eso, yo planteo la cuestión: ¿servimos en modo Babel o en modo Pentecos
tés?



Babel o Pentecostés

Para ilustrar estos dos fines, fijémonos en la antítesis entre Pentecostés y Babel. ¿Por qué en Babel las lenguas se confunden y nadie entiende nada, si hablan la misma lengua, mientras que en Pentecostés todos se entienden, aun hablando lenguas distintas? ¿Por qué en Babel se dispersan y en Pentecostés se unen?

Al leer el relato en Génesis 11, 3-4, advierto una particular forma de ilustrar el activismo de los babilonios cuando, para escenificar esa "puesta en acción", comienza siempre las frases con un "Ea": "Ea, hagamos ladrillos y cozámoslos al fuego"."Ea, edifiquemos una ciudad y una torre cuya cúspide llegue hasta el cielo" .
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Sin embargo, si continuamos el relato, descubrimos que la finalidad de este activismo, de este "ea" de los constructores de la torre de Babel era erigir un templo "a" Dios, pero no "para" Dios. Lo construyen para hacerse famosos, para su gloria. Instrumentalizan a Dios. 

A la vez, su espíritu era de lucha, rivalidad y competitividad (¿nos suena?). Otra vez la rebelión a Dios y el deseo de "querer ser como Dios". A causa de este orgullo rebelde, nadie es capaz de entender a nadie, cada uno va "por su cuenta". Y así, Dios les confunde y les dispersa (Génesis 11,4-9). 

Resultado de imagen de espiritu santo en nuestras vidasEn cambio, en Pentecostés todos entienden a los apóstoles porque ellos "proclaman las grandes obras de Dios" (Hechos 2,11). No se proclaman a sí mismos, sino a Dios. Se han convertido radicalmente. Ya no discuten quién de ellos es el más grande, sino que están preocupados sólo de la grandeza y de la majestad de Dios. Están como borrachos, "ebrios" de su gloria. Éste es el secreto de esa conversión en masa de tres mil personas. Por eso, los asistentes en Pentecostés "sintieron que les traspasaba el corazón". 
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Así pues tenemos dos opciones donde situar la evangelización:

Si nos colocamos en "modo Babel", pretendiendo "alcanzar el cielo" y trabajando para hacernos famosos, o para hacer famoso a nuestro método, o para competir con otros cristianos, o para rivalizar con otros movimientos o parroquias, nos confundiremos, nos dividiremos más entre nosotros y nos dejaremos consumir por el espíritu de competición y de rivalidad.


Resultado de imagen de recibiréis poder cuando haya venido sobre vosotrosSi nos colocamos en "modo Pentecostés", trabajaremos para la gloria de Dios, le tendremos como único público y anunciaremos su gran mensaje de amor con espíritu de humildad y de obediencia. Entonces, todos nos escucharán, las personas sentirán como el Espíritu de Dios traspasará sus corazones. Construiremos la torre que llega hasta el cielo, que es la Iglesia. Una torre "para" Dios.


Así, con una actitud humilde y obediente, la tentación mundana jamás podrá embaucarnos para rivalizar con otros o con Dios, ni el "espíritu del mundo" podrá seducirnos con halagos o alabanzas para buscar nuestra gloria personal, porque como Jesús dijo: "¡Yo no busco mi gloria!" (Juan 8,50). 

Hagamos nuestras estas palabras y meditémoslas repetidamente en nuestros corazones. Hagamos de ellas, nuestra jaculatoria particular, una especie de grito de guerra que haga temblar y retorcerse al mismo Satanás, el orgulloso:"¡Yo no busco mi gloria! ¡Yo no busco mi gloria!".


¡Gloria a Dios! ¡Sólo a Dios!

lunes, 28 de septiembre de 2015

UNA RENOVACIÓN DIVINA: EXPERIMENTANDO AL ESPÍRITU SANTO





En nuestra cultura católica europea occidental no estamos familiarizados con el Espíritu Santo. No oramos pidiendo su venida, ni oramos usando el don de lenguas ni alabando a Dios llenos de Espíritu Santo. 

Vivimos una cultura influida por la pos-ilustración y el idealismo. Nos refugiamos en el campo de las ideas más que en el de las experiencias y por ello, tenemos miedo a la espiritualidad emotiva, estamos “estreñidos emocionalmente" en lo que respecta a expresar nuestra fe.

Nos alejamos con horror, miedo o sospecha de todo lo que parezca entusiasmo y lo etiquetamos como “carismático”. Expresiones de fe como levantar las manos, cantar, aplaudir y gritar con alegría sufren una callada intolerancia y falta de bienvenida.

Ser emotivo es algo normal y sano en el ser humano. Por ejemplo, cuando vamos al cine o al teatro, o cuando asistimos a un partido deportivo o a un concierto disfrutamos, nos emocionamos, aplaudimos, gritamos, levantamos las manos, silbamos de alegría e incluso cantamos y vitoreamos.

Sin embargo, esta dimensión emocional, esencial de nuestra vida espiritual, la dejamos fuera de nuestras parroquias, cuando nos ponemos en "modo banco”. Son manifestaciones de emoción que, en la iglesia, nos hacen sentir temerosos, desorientados y amenazados.

Pero ¿no es más digno y merecido que nuestras lágrimas y vítores, que nuestros aplausos y gritos de alegría, que nuestra alabanza espontánea con demostraciones de amor y devoción sean para el Señor que nos ha creado y salvado? 

El entusiasmo es una respuesta inmediata a la presencia del Espíritu Santo que es Dios “en nosotros”, estar entusiasmado es estar en Dios.

Es por eso que cuando se nos derrama el Espíritu Santo, nos toca el corazón, nos llena y nos reconforta. Muchos rompen a llorar de inmensa alegría y gozo. Es una experiencia difícil de explicar a quien no la ha vivido, sobre todo a católicos occidentales europeos.

Una Iglesia sana es aquella que permite experimentar el Espíritu Santo, poniéndole nombre y llevando a todos hacia la experiencia religiosa emotiva.

Es aquella que no desacredita ni excluye las experiencias del Espíritu Santo que tienen que ver con la emoción y el afecto.

Es aquella que respeta cómo el Espíritu de Poder se manifiesta en cada creyente, que no busca una uniformidad de expresión y que evalúa cada auténtica experiencia según se aprecian los frutos del Espíritu en ella: amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, modestia y dominio de sí (Gálatas 5,22).

Entonces, ¿cómo introducir experiencias del Espíritu Santo en nuestra comunidad parroquial que contribuyan a transformar la cultura de la misma?  ¿Cómo minimizar el efecto negativo de rechazo de muchos de nuestros parroquianos?
  • Lo que causa miedo es lo que no se conoce o no se comprende. Por eso, debemos formar sobre la experiencia del Espíritu Santo, que una respuesta emotiva a Dios es algo sano y natural, que ser cristiano es ser “pentecostal”, que Dios da dones, incluyendo los carismas y que no debemos tener miedo, aunque no lo comprendamos. 
  • Una manera fantástica de incluir en la comunidad experiencias del Espíritu Santo es a través de Alpha, donde se genera un atmósfera propicia para ello. 
  • Estamos llamados a abrirnos a una experiencia trinitaria de Dios, que no es sino el amor de Dios derramado en nuestros corazones. Experimentamos el poder de Dios y eso, nos transforma, nos cambia la vida. 
  • En nuestras liturgias, invocamos conscientemente al Espíritu Santo durante la eucaristía y nos tomamos un tiempo después de la comunión para decir: ven, Espíritu Santo.

Una renovación divina
P. James Mallon