¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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lunes, 19 de junio de 2017

EL SERVICIO, CÓMO Y A QUIÉN

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"Quien hace lo que quiere, no hace lo que debe"

La cultura occidental, enfocada en el individualismo y la libertad del hombre, difunde fundamentalmente el valor del respeto hacia la dignidad de la persona en el trabajo, favoreciendo su libre desarrollo y su autonomía, en detrimento de otros valores imprescindibles en el servicio, como la obediencia, la humildad o la disciplina.

Cuando sirvo a otros,  mi libertad individual, que lucha contra cualquier atisbo de normativa, orden o dependencia, corre el peligro de transformarse en relativismo (todo vale), y éste, en soberbia (porque yo lo valgo) y ésta, en rebelión al Creador (Dios no vale).

Es entonces cuando caigo en una forma de idolatría y rebeldía, que no sólo no aumenta mi libertad sino que me esclaviza y me conduce a un "no vivir", es decir, a la muerte.

¿Qué implica servir? 

Para servir son necesarias tres actitudes o facultades: obediencia, humildad y disciplina

Resultado de imagen de humildadEn el mundo actual, la obediencia “no se lleva”, “no es símbolo de libertad”, y la sustituimos por rebeldía; la humildad es "para los débiles" y la sustituimos por orgullo; la disciplina no tiene “buena prensa”, es “políticamente incorrecta” y la interiorizamos como falta de tolerancia, flexibilidad y complacencia. 

¿Qué es la obediencia? Del latín ob audire, el que escucha: “capacidad que conduce de la escucha atenta a la acción, mediante la subordinación de la voluntad a una autoridad, a una instrucción, al cumplimiento de una demanda o la abstención de una prohibición”.

¿Qué es la humildad? Del latín hŭmĭlĭtas, "conocimiento de las propias limitaciones y debilidades", "capacidad de restar importancia a los propios logros y virtudes y de reconocer los defectos y errores".

¿Qué es la disciplina? Del latín discere, "aprender": “capacidad de actuar ordenada y perseverantemente para conseguir un fin”, mediante un determinado código de conducta u orden.

¿Hacia dónde voy?

Mi servicio a Dios y al prójimo requiere la presencia de esas tres capacidades (obediencia, humildad y disciplina) y que, a su vez, junto a la fe y la oración, me conducen a:

- Una escucha atenta y diligente a quienes tienen conocimiento, experiencia, método o sabiduría. 

- Una acción aprendida e interiorizada con anterioridad, mediante la formación.

- Un  orden para ser capaz de lograr los objetivos deseados.

- Una armonía, porque todo en la creación guarda su lugar, su espacio y su proporción.

-Un respeto, porque requiere que acate un consenso y unas directrices pactadas.

- Un límite, porque un límite es una frontera que separa, pero que a la vez, une.

-Una coordinación y sincronización, porque aseguran la suma de todos nuestros esfuerzos complementarios y así, conseguir nuestro objetivo común.

- Una eficiencia, porque produce mayores resultados con menores esfuerzos.

- Una sumisión incondicional para cumplir la voluntad de la autoridad, que es, en definitiva, Dios.

-Una determinación y proyección de objetivos para saber por qué, para qué y a quién sirvo.

¿Qué busco?

De la misma forma que a los primeros discípulos que, inseguros y dudosos, siguieron a Cristo, el Señor me pregunta: “¿Qué buscas?” (Juan 1, 38) y me interpela:

Resultado de imagen de sombra de cristo¿Qué busca mi corazón? 
¿En qué cosas me afano? 
¿Me busco a mi mismo o busco al Señor? 
¿Sigo mis deseos o los de mi Creador? 
¿Persigo mi gloria o la de Dios? 
¿Obedezco a mis propias intenciones o a las ideas perfectas de Dios?
¿Cuál es mi anhelo? 
¿A quién busco?

“Tu rostro buscaré, Señor” (Salmo 26, 8): ésta es mi respuesta, pues he comprendido la infinita grandeza de Dios y la soberanía de su voluntad; pero también es la respuesta de toda criatura humana en busca de verdad y felicidad. 

Hoy en día, muchas personas ven negativamente toda forma de dependencia; pero es propio e innato de todo ser vivo, depender de Otro y, en la medida en que es un ser en relación, también depende de los otros.

Como cristiano, busco a Dios vivo y verdadero, Principio y Fin de todas las cosas; el Dios que no he forjado yo a mi imagen y semejanza (o a mi conveniencia), sino el que me ha hecho a imagen y semejanza suya; el Dios que manifiesta su voluntad y me indica los senderos para alcanzarla; el Creador de quien depende mi existencia

La voluntad de Dios es amiga, perfecta, benévola; quiere mi felicidad y mi realización, y desea mi libre respuesta de amor a su amor, para convertirme en un privilegiado instrumento de su infinita misericordia.

¿Quién es mi ejemplo?

Imagen relacionadaComo cristiano, mi guía y mi ejemplo es Cristo, “a quien el Padre ama y en quien se complace” (Mateo 3, 17; 17, 5). 

Jesucristo me ha liberado por su obediencia: en Él todo es escucha y acogida del Padre (Juan 8, 28-29); toda su vida en la tierra es expresión de obediencia y disciplina al Padre, hasta el punto de no hacer nada por sí mismo (Juan 8, 28), sino hacer en todo momento lo que le agrada al Padre. 

Por su obediencia radical hasta la muerte, soy constituido justo” (Romanos 5, 19). El rostro y el nombre de Cristo Jesús es Obediencia, Humildad y Oración.

De la misma manera, estoy llamado a seguir al Cristo obediente en mi vida cristiana como evangelizador, como instrumento de Dios o como servidor de los demás y así, obedezco y escucho como obedece y escucha el Hijo al Padre.

¿Sirvo o me sirvo?

Sirviendo sin obediencia, humildad y disciplina:

- trabajo el doble y rindo la mitad
- me disperso
- exteriorizo mi desconcierto, mi caos y provoco desunión
- extravío el rumbo y mis esfuerzos no se complementan con el resto del equipo
- incumplo los objetivos y la voluntad del Señor.
- quebranto la unidad
- instigo los roces con los integrantes del grupo
- disparo las quejas y lamentos por cuestiones menores
- rompo acuerdos y normas, busco ventajas propias
- hago perder el sentido de los esfuerzos conjuntos.

Contra el espíritu de discordia y división, la disciplina, la humildad y la obediencia brillan como signos verdaderos del rostro de Cristo, de la fraternidad nacida del Espíritu, de la libertad interior de quien confía de Dios, a pesar de los límites y fragilidades humanas. 

Sirviendo con obediencia, humildad y disciplina:

- me convenzo de que mis ideas y soluciones no son siempre las mejores
- soy consciente de que no puedo hacer mi voluntad, sino la Suya
- sé que no siempre tengo la razón y que no son los otros quienes deben cambiar
- no pienso sólo en mis cosas sino que me intereso por las necesidades de los demás
- Cristo resucitado se hace presente en mí
- sigo su modelo de amor
- cumplo la voluntad del Padre
- me pongo al servicio del Reino 
- me uno fraternalmente a la familia de Dios en la tierra.

¿Por qué sirvo?

A priori, pudiera parecer que servir es duro, pues requiere tiempo, obediencia y humildad. Tres facetas que escasean en nuestra sociedad. Pero el servicio no depende de uno mismo y está sustentado en lo siguiente:

- Dios me ha llamado a servir. Y si Dios me ha llamado, Él me guiará (Efesios 2,7). Sé que Él no me dejará ni me abandonará, sin importar lo que deba afrontar (Hebreos 13, 5).

El Espíritu de Dios habita en mí. Un milagro, en realidad, que a menudo doy por sentado, o sencillamente, ni me planteo. Cuando Dios mismo reside en mí (Romanos 8, 9), mi obra se hace factible. Para Dios no hay nada imposible.

- La Palabra de Dios es poderosa. De hecho, expulsa a Satanás (Mateo 4, 1-11), y no queda sin resultado (Isaías 55,11). Cuando vivo su Palabra, lo que Dios me dice cada día, no debo preocuparme por mi tarea.

- Dios cumplirá Su plan. Dios tiene un plan establecido (Salmos 33,11) para mi y para la eternidad. Pero para que el Plan de Dios se cumpla en mi vida, le debo fidelidad porque Él es fiel (1 Samuel 15). Así, puedo servir en la confianza de que Él siempre cumple.

- No estoy solo. Cristo camina siempre a mi lado y además, me envió al Espíritu Santo para guiarme, ayudarme y mostrarme el camino. Además, hay otros muchos cristianos como yo que mantienen mi llama de la fe y del servicio encendida, con su apoyo y con su amor.

- Formarme y aprender. Dios me conforma a la imagen de Su Hijo (Romanos 8,29). Eso significa que siempre estoy aprendiendo a seguirlo, a ser como Él y a servirle. Mientras soy aprendiz (puedo errar sin una culpa excesiva), el servicio es más fácil.

- Puedo hablar con mi Creador. A través de la oración, no sólo puedo hablarle a Él, sino que puedo confiar en que Él me oye cuando mi corazones está roto. Cuando tengo una conversación continua con Dios, todo parece menos complicado.

- Dios usa los momentos difíciles para hacerme como Él quiere que sea. El servicio puede ser duro, pero Dios trabaja siempre para Su gloria y mi bien. Mantener esa verdad en mi mente me hará soportar el estrés del servicio y éste se convertirá en una declaración de fe.




lunes, 6 de febrero de 2017

¿POR QUÉ ESTAMOS LLAMADOS A PERTENECER A UNA PARROQUIA CONCRETA?

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En ocasiones, me sorprende hasta qué punto llegamos con nuestros deseos, hasta qué punto elevamos nuestras exigencias o hasta qué punto nos sentimos ofendidos cuando alguien o algo no está a la altura de nuestras expectativas. 

Sin embargo, se vuelve realmente preocupante cuando ese nivel de exigencia influye en nuestra actitud hacia nuestra propia parroquia. En algún momento, la mayoría de nosotros, que crecimos en una cultura cristianizada, examinamos con lupa nuestra parroquia y vemos que alguna otra parroquia tiene mejor espiritualidad, o mejor música, o un ambiente más actual, o mejor acogida, o un sacerdote que nos aporta más. O lo que sea. 

Nuestra iglesia se ha convertido repentinamente en algo que ya no nos atrae, que no es guay, porque estamos convencidos de que merecemos algo más ... ¡merecemos algo mejor!

Así que... nos vamos. Salimos "por patas".

Pero me gustaría argumentar algunas razones que Dios nos muestra por las que debemos permanecer en una parroquia que no cumple nuestras expectativas o que, simplemente, no es lo suficientemente "guay" para nosotros:

Nos muestra la naturaleza de la Iglesia

La iglesia no es un lugar, no es una institución, no es un edificio, no es un sacerdote. La iglesia es el pueblo de Dios, unido a pesar de sus diferencias de raza, credo, estatus, ideas o educación, por medio de la gracia y la fe en Jesucristo. 

Nos convertimos en consumidores exigentes cuando vemos a la iglesia como una institución, puesta en el mundo para satisfacer nuestras necesidades espirituales, en lugar de verla como comunidad cristiana, como un espacio donde servir al prójimo.

Cuando decidimos quedarnos, estamos reconociendo que realmente permanecemos en ella para crear Iglesia, para servirla, a ella y a los demás, en definitiva, para cumplir con la voluntad de Dios, en lugar de pensar que la Iglesia está para satisfacer nuestras necesidades y para servirnos a nosotros.

Es entonces, cuando adoptamos una posición activa, es decir,  de "dar", en lugar de una posición pasiva, es decir, de "recibir".

Nos muestra la naturaleza de la humildad

¿Qué significa ser humilde? Significa que miremos de verdad por los intereses de otros antes que por los nuestros. Cuando abandonamos una parroquia porque no es lo suficientemente "guay", estamos actuando egoístamente. Estamos actuando en nuestro propio interés, sin importarnos la gente que se queda allí. 

Es más, estamos despreciando los dones que Dios nos ha dado para ponerlos al servicio de esa parroquia y que pueda desarrollarse de una manera sana. 

Desde mi punto de vista, tenemos que estar dispuestos a renunciar a nuestras propias preferencias, a nuestra propia vida por el bien de algo más grande que nosotros mismos. Y lo conseguimos por el simple hecho de permanecer.

Nos  muestra la naturaleza de la unidad

La unidad no es uniformidad. Nada más lejos de la realidad. De hecho, si miramos con los ojos de Dios y nos dejamos guiar por la acción de su Espíritu, encontraremos que el cumplimiento de los propósitos de Dios en el universo, involucra a una gran cantidad de personas diferentes que hablan diferentes idiomas, con diferentes colores de piel, con diferentes ideas y diferentes opiniones, pero todos reunidos alrededor del rostro de Cristo. La Iglesia NO es un lugar donde todos somos iguales ni donde todos somos perfectos. No lo es en el cielo y por lo tanto, tampoco en la tierra.

La verdadera unidad no viene de algo tan simple como estar de acuerdo en todo, sino a través de reflejar el rostro de Jesús, de seguir su ejemplo hasta la muerte. Viene cuando elegimos morir a nuestras propias preferencias por el bien de la unidad total en el cuerpo de Cristo. Viene cuando damos la vida por los demás.


Nos muestra la naturaleza de la luz

Ayer, el arzobispo y cardenal, D. Carlos Osoro, hablo de ello en mi parroquia. Estamos llamados a ser la sal que da sabor al mundo y la luz que ilumina las tinieblas. 

Resultado de imagen de LUZ DEL MUNDOEs un auténtico privilegio que Dios nos concede, para iluminar a otros que nos necesitan, para dar el sabor auténtico a Cristo,  de la misma manera, que otros son luz y sal para nosotros.

A veces, nos cuesta entenderlo, es complicado comprenderlo y llevarlo a la práctica, porque nuestra mente humana está encaminada al mal. 

Por eso, todo debemos orarlo, para que el Espíritu Santo nos ilumine, pues por nuestras propias fuerzas no podemos.

Antes de renunciar y buscar otra parroquia que cumpla tus expectativas, piensa en ello. Piensa en quedarte. Piensa en ello por el bien de tu propia alma y de la del prójimo, para que podamos crecer en Cristo a través del simple acto de permanecer firmes justo donde estamos, incluso si ello significa que no es nuestra parroquia ideal. 

Ninguna parroquia es perfecta, ni sus sacerdotes tampoco. Ni ninguno de los que pertenecemos a ella.



jueves, 20 de octubre de 2016

¿QUÉ NECESITA MI PARROQUIA DE MI?

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Hoy hablaremos acerca de cómo cualquiera de nosotros, como cristianos, podemos hacer para que nuestra parroquia mejore y sea más fuerte. 

Algunas de las cosas que se me ocurren sobre lo que mi parroquia necesita de mi es:

Que sea Humilde

No hay cualidad más importante que la humildad. Sin embargo, no es una característica innata para ninguno de nosotros, pero podemos aprender a cultivarla.

La humildad no es un sentimiento ni una actitud, es una acción

Si quiero aprender ser humilde, necesito hacer todo con sumisión y docilidad. 

Resultado de imagen de humildePero ¿cómo?:

Relacionándome con cristianos maduros que sean ejemplo de humildad y pasando tiempo con ellos. Aprendiendo de ellos e imitándoles.

Ofreciéndome voluntario para las tareas más humildes o las que nadie quiere realizar. Encontrar la alegría en hacer los trabajos más humildes y hacerlos cuando y donde sólo Dios los vea.

No buscando reconocimiento público cuando sirvo, sino contentarme con permanecer en un segundo plano.  

Llegando a conocer íntimamente a Jesús para así, imitarle. Fue Jesús quien dijo: "El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido" (Mateo 23,12). Él se humilló hasta lo más bajo (la cruz) y fue exaltado hasta lo más alto (la gloria).
Que me comprometa

Toda parroquia tiene entre sus bancos personas que se comprometen poco o nada. La mía, también. Son personas que sólo van a la iglesia cuando les conviene y que ponen cualquier excusa para evitar comprometerse con ella. 

Toda parroquia necesita personas comprometidas para su natural desarrollo, salud y crecimiento. La mía, también.

Es preciso que me comprometa con mi parroquia por dos razones importantes:
  • porque necesito a mi parroquia. Dios me hizo parte de su iglesia para mi salud y mi bienestar. No puedo vivir mi fe por mi cuenta porque no soy lo suficientemente fuerte, ni lo suficientemente inteligente, ni lo suficientemente maduro, ni lo suficientemente piadoso. Sin la gracia, que a través de la iglesia recibo, no puedo. Y sin el apoyo de mis hermanos y hermanas, tampoco. 
  • porque mi parroquia me necesita. Dios me hizo parte de su iglesia para buscar el bienestar de los demás. 1 Pedro 4 dice: "A medida que cada uno ha recibido un regalo, lo utilizan para servir a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios." Dios quiere que yo sea un regalo para su iglesia, y los regalos entregárselos a otras personas. Comprometerme con mi parroquia es una expresión de generosidad hacia los demás.
Que le dedique a Dios, al menos, un día 

¿Por qué no dejo de lado todo un día a la semana, y se lo dedico al Señor de una manera especial? 

El domingo cambia completamente cuando le doy todo el día al Señor y a su Iglesia. 

Cuando dejo atrás todas las preocupaciones de la vida, e incluso muchos de sus placeres, (aperitivo, fútbol, etc.) y lo dedico entero a la Adoración, a la Eucaristía, a escuchar su Palabra, a la comunión y al servicio a los demás, soy infinitamente más feliz.

Que viva como un auténtico cristiano 

Es muy fácil ser cristiano los domingos en misa, pero después vuelvo a casa y... ¿me olvido? 

Al día siguiente, voy a trabajar, estoy rodeado de personas que no son cristianos, o que, posiblemente, actúen mal, y ¿me enredo en mis propios pensamientos o deseos? 

Mi parroquia necesita que yo viva como un cristiano durante toda la semana o estaré dando mal ejemplo de ella.
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Cada uno de nosotros nos enfrentamos a diferentes desafíos y tentaciones, pero una clave para vivir como un verdadero cristiano durante toda la semana es acudir siempre que pueda a la Eucaristía, pasar tiempo en la parroquia y, sobre todo, estar en oración todos los días

Es importante hacer de ello una prioridad; no importa lo ocupado que esté o que diga que no me da la vida. 

Debo hacerlo, sin importar lo mal que lo haga o lo poco que me apetezca hacerlo. Orar todos los días, no sólo por y para mí, sino por y para mi parroquia. 

Que ame a gente distinta a mí

Las parroquias son comunidades heterogéneas, formadas por personas muy distintas, a las que no debo ni juzgar ni pretender recibir de ellas, porque sólo Dios nos juzga y nos da. 

Así que, lo que tengo que hacer es aprender a vivir con ellas y aprender a amarlas, incluso aunque sean muy diferentes a mí. "Porque así como en un cuerpo tenemos muchos miembros, y los miembros no todos tienen la misma función, así nosotros, aunque somos muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y todos miembros los unos de los otros." 

Si mi parroquia está dividida de manera que los adultos, o los jóvenes, o los solteros, o los separados, o los mayores... sólo se reúnen entre ellos... ¿qué evangelio estoy proclamando? ¿Un mensaje que no va dirigido a amarles, aunque sean diferentes?

De ninguna manera. Debo comprometerme a conocer a personas aunque no me gusten. De hecho, puedo decir que algunos de mis mejores y más cercanos hermanos en la fe, son personas muy diferentes a mí.

Que sea generoso

Hay pocas cosas que revelan un corazón generoso mejor que la forma en que la administro mi dinero. El dinero tiene una manera asombrosa de mostrar en lo que realmente creo y lo que realmente valoro. 
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No importa cuál sea mi profesión ni mi status social o económico para saber que debo ser generoso con mi dinero

La Palabra de Dios dice: "Que cada uno dé lo que le dicte la conciencia; no de mala gana o por compromiso, pues Dios ama a quien da con alegría." (2 Corintios 9,7)

Debo dar, y hacerlo con alegría por dos razones:
  • porque no es mi dinero. El dinero pertenece a Dios, Él sólo me lo da para gestionarlo, para administrarlo bien y siempre para su gloria.
  • porque tengo que darle al Señor en primer lugar. Conozco a personas que dicen que no pueden aportar a la iglesia, y sin embargo, tienen el último Iphone o un coche de alta gama. Debo aprender a dar lo primero y lo mejor para el Señor. 
Que sea un miembro valioso de la parroquia

Debo hacerme un miembro de valor incalculable para mi parroquia, y debo hacerlo por servicio y amor a los demás. 

¿Lo soy? ¿La gente de mi parroquia me valora por todo lo bueno que hago por otros?

Es necesario que encuentre el lugar donde poder servir a Dios en mi parroquia, y servir sin falta, sin excusa, sin necesidad de alabanza o de elogios. 

Y hacerlo por el bien de los demás y por la gloria de Dios.







sábado, 26 de diciembre de 2015

PASTORES, TESTIGOS Y PORTADORES DE LA GRAN NOTICIA


 “Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.”
Lucas 2, 20


Jesús ha vuelto a nacer entre nosotros. La pregunta es ¿Somos como los pastores, humildes de corazón, que escuchamos el mensaje y volvemos glorificando y alabando a Dios por lo que hemos visto y oído? ¿O somos más bien indiferentes y seguimos ocupados en nuestras cosas?

En la época de Jesús, los pastores eran personas no estaban muy bien vistas sino mal consideradas, e incluso, no tenían muy buena reputación, hasta el punto que los tribunales no aceptaban a un pastor como testigo valido en un juicio.

Es precisamente a estos hombres a quien Cristo elige como testigos de su nacimiento. 

En medio de la oscuridad de la noche, la luz les ilumina, y a ellos se les aparece el Ángel y les dice: “Hoy ha nacido para vosotros… un salvador que es Cristo, el Señor.”

Con ese “para vosotros”, Dios muestra su preferencia por los pobres, haciendo que fueran los pastores, los primeros en enterarse de la gran noticia del nacimiento del Salvador. 

Probablemente, perplejos y temerosos, los pastores pensaran que ese mensaje tan importante no era para ellos y sin embargo, salieron corriendo en busca del niño. 

Los pastores se acercaron tímidamente, con ese temor que congela los pasos de los pobres al acercarse a la casa de los ricos. Los pastores no entendían, pero se sentían felices. Se sabían amados, se sentían amados. Fueron en busca de ese amor y después, volvieron para contarlo a todo el mundo. Se pusieron en marcha.

Más de dos mil años después, Jesús ha vuelto a nacer otra vez para salvarnos. ¿Y nosotros? ¿Nos “ponernos en marcha” para ser testigos y portadores de la misma gran noticia? O ¿pensamos que la noticia no es para nosotros y dejamos a Jesús de lado, esperándonos? ¿Nos falta fe, para comprender que Dios nos quiere como somos, a pesar de nuestras miserias y pobrezas?

A lo largo de la historia de la salvación, Dios siempre ha puesto sus ojos de misericordia en guías para su pueblo en la figura de sencillos pastores (Moises, Abrahám, David). Podía haber elegido a hombres capaces, formados, poderosos, con capacidad de liderazgo y sin embargo, no lo hizo.

Dios conduce a su rebaño PASTOREANDO, involucrándose con él, riendo y llorando con él. El rebaño conoce al pastor, porque el pastor está cerca del rebaño, y el pastor conoce a su rebaño, porque está pendiente de él, para ayudarlo. 

Y nosotros ¿estamos dispuestos a involucrarnos con la gente de nuestro entorno? ¿Podemos decir que los conocemos y que ellos nos conocen?

Pastorear, en hebreo, significa estar en guardia, estar pendientes de lo que les sucede a las personas de nuestro entorno. Prestarles atención y preocuparse de sus cosas. Estar vigilantes y atentos para que la gente de nuestro alrededor persevere en la fe. Ser valientes, estar dispuestos a que nos cierren la puerta en la cara sin desesperar.

Un pastor nunca se sienta, apenas descansa, porque si se sienta o duerme, pierde el horizonte y deja de cuidar las ovejas. A lo sumo, lo que hace el pastor es apoyarse en el callado, pero nunca pierde de vista a su rebaño, descansa apoyado pero siempre con la mirada puesta en ellos. 

Lo que le da autoridad al pastor frente a su rebaño es su propia presencia afectiva y efectiva. El pastor está ahí siempre, con dedicación, con cuidado cariñoso, siempre tiene la mirada puesta en el rebaño, no los pierde de vista, está pendiente, se preocupa. El pastor está.

El liderazgo del pastor no lo da la inteligencia ni la formación, ni la simpatía; lo da esta capacidad de estar cerca de aquellos que Dios nos ha encomendado. Jesús, como el Buen Pastor, nos enseña que un pastor conoce a sus ovejas y ejerce una protección no exenta de sabiduría: sabe que alimento conviene a las ovejas que tiene a su cargo, donde llevarlas para que no corran peligro, etc. 

Cuando Cristo nos da el mandato de evangelizar, en Mateo 28, 20 nos dice: “Id”, y añade “… YO ESTOY con vosotros, todos los días hasta el fin del mundo”. Y precisamente el nombre de Dios, Yaveh significa “Yo estoy”; es decir, que Dios siempre estará con nosotros, como el Buen Pastor, y nunca nos abandonará.

El apóstol Pedro, en su 1ª carta, capítulo 5, 2-10 nos dice cómo hemos de apacentar el rebaño de Dios: cuidándolo de buena gana, con gusto, a la manera de Dios, con entrega generosa, siendo modelos de sencillez y humildad, depositando en Dios todas nuestras preocupaciones, pues él cuida de nosotros; sobrios, vigilantes y firmes en la fe.

Los pastores son un símbolo de vigilancia, de alerta. Permanecen en vigilia toda la noche para proteger a sus ovejas y siguiendo su ejemplo, nosotros tenemos que estar vigilantes a la llegada de Cristo, esperándolo con fidelidad. 

Los pastores no se guardaron para ellos lo que habían visto en el pesebre de Belén: salieron corriendo a divulgar a quien habían visto y conocido, porque una noticia así no podía quedar en secreto. El misterio de la salvación no es posible sin mensajeros.

Y hoy, estamos llamados a asumir el papel de pastores, que con humildad y sencillez, acudimos a "Belén" a conocer a Jesús y ser testigos de Él. 

Pero con esto no es suficiente. Dios nos insta a asumir también el papel de mensajeros que cuenten la gran noticia "hasta el confín del mundo". Y Él estará siempre con nosotros.

¿Te animas a ser un pastor humilde?






viernes, 28 de agosto de 2015

ANTES SENCILLO QUE MUERTO

 



“Mira, lo que hallé fue sólo esto: Dios hizo sencillo al hombre, 
pero él se complicó con muchas razones.” 
(Eclesiastés 7, 29)

A los seres humanos nos gusta complicar las cosas. En un mundo de consumo e inmediatez, vivir con sencillez es complicado. Y es que nos hemos vuelto muy sofisticados, lo queremos todo y lo queremos ya.

Nos complicamos la vida con un sinfín de artificios, afanes, compromisos, apariencias, modas y comportamientos y estamos más pendientes de la complicación y del bienestar, que de la entrega y el sacrificio. 

Compramos cosas que no necesitamos, con dinero que no tenemos, para impresionar a personas que no queremos.

Ser cristiano implica sencillez, naturalidad y humildad. Jesucristo vivió una vida sencilla, desde su nacimiento hasta su muerte, huyó de la pomposidad, del boato y de la apariencia. “porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado.”(Lucas 14, 11). Habló de forma natural y sencilla, mediante parábolas y palabras fáciles de entender. Se rodeó de los apóstoles, personas humildes y normales.

“Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, lo que es nada, para reducir a la nada lo que es. Y así ningún mortal podrá alabarse a sí mismo ante Dios.” (1 Corintios 1, 28-29)

La verdadera razón de todas estas complicaciones que inventamos y que nos esclavizan, no es otra que la búsqueda del propio reconocimiento. 

Nuestra tendencia y nuestro gran error es darnos importancia a nosotros, pensar que todo depende de nuestra capacidad y esfuerzo, de nuestros conocimientos y aptitudes, del “YO”.

Pero la sencillez es ABRIR EL CORAZÓN Y DEJAR ENTRAR A DIOS, desterrando el odio, el orgullo y el egoísmo. Es abnegación, humildad y misericordia.

La sencillez es ABRIR LA MENTE Y DEJARSE INTERPELAR POR DIOS, desterrando el prejuicio, la rebeldía y la duda. Es entrega, mansedumbre y confianza.

La sencillez nos lleva a reconocer que lo que tenemos es un regalo de Dios, que su cuidado es asunto suyo, y que está al servicio de los demás.

“… pues he aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre; a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta. 

(Filipenses 4, 11-13)

sábado, 18 de julio de 2015

ACTOS COTIDIANOS, COSAS PEQUEÑAS



“… son las cosas pequeñas, los actos cotidianos de personas ordinarias 
los que alejan la maldad. 
Los sencillos actos de gentileza y amor”.

(El Hobbit: un viaje inesperado)

Las cosas extraordinarias no radican en actos llamativos, heroicos y deslumbrantes. Es el amor lo que elimina todo egoísmo e iniquidad de nuestros corazones; un amor que renuncia a todo lo que nos ata al mal, un amor que transforma el mundo desde los corazones.

Amar es regalar una sonrisa a tu mujer por la mañana, saludar al vecino del rellano o tender la mano al necesitado; escuchar con paciencia al que todos ignoran o rechazan, al que llora, al que sufre; perdonar a quien nos ofende, consolar al que lo necesita, enseñar al que no sabe.

La clave del amor es vivir lo ordinario de forma extraordinaria, de apreciar las cosas sencillas, celebrar los pequeños momentos, reducir la marcha, frenar el ritmo, respirar profundo y degustar las experiencias que vivimos, “tomar tierra”, saber escuchar y mirar a nuestro entorno.

Es disfrutar de lo corriente, de lo simple; es cambiar la percepción, el modo de ver las cosas y la actitud ante el mundo. Es valorar lo común, lo pequeño en lugar de anhelar lo grandilocuente o lo exótico. 

Y es ahí donde descubrimos a Dios, en la humildad, en la sencillez, en la naturalidad. Es ahí donde podemos establecer una relación personal con Él. 

No consiste tanto en largas horas de oración o contemplación, ni en visiones o revelaciones especiales... no consiste en buscar a un Dios aparatoso, triunfal, espectacular... que nos resuelva los problemas, que nos libre de los malos momentos y que evite nuestros sufrimientos... 

Ese no es el Dios que se manifestó en Jesús, ese no es el Dios que “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos” (Filipenses 2, 7).


Se trata de algo mucho más sencillo: de encontrar a Dios en la vida cotidiana para captar lo que nos quiere decir, para sentir su presencia y su amor. Si desvinculamos a Dios de nuestra vida cotidiana, nos quedamos sin Dios. 

Muchas veces no le encontramos porque no le buscamos donde debemos, donde no podemos encontrarle o también porque le buscamos en solitario, en lugar de sentirle en el grupo, en la comunidad.

Nuestro Padre nos invita a buscarle, descubrirle, hablarle, amarle, siempre y a cualquier hora, en los actos cotidianos, en el bullicio del día a día, en las preocupaciones que nos abruman... en nuestra vida familiar, profesional, social. Nos llama a hacer de esa experiencia cotidiana, el lugar de encuentro y relación con Él. 

Buscar a Dios es dejarle un espacio entre nosotros y nuestra cotidianeidad, descubrirle en esa tierra de nadie y pedirle que la ocupe.

Estamos llamados a vivir nuestra fe con más humanidad y nuestra experiencia humana con más sentido cristiano, al modo del Dios hecho hombre.

“Dios ha elegido lo que el mundo considera necio 
para avergonzar a los sabios, 
y ha tomado lo que es débil en este mundo 
para confundir lo que es fuerte. 
Dios ha elegido lo que es común y despreciado en este mundo, 
lo que es nada, para reducir a la nada lo que es.” 

1 Corintios 1, 27-28: