¿QUIÉN ES JESÚS?

La vida de Jesús siempre ha suscitado preguntas a lo largo de los últimos dos mil años.

¿Cómo pudo un carpintero que fue ejecutado por los romanos convertirse en el hombre más famoso de la historia?
¿Fue Jesús alguien verdaderamente real?
¿Cómo puede Dios ser un hombre al mismo tiempo?
¿De qué manera podría esto tener algún sentido para mi vida?

Estas son algunas pero queremos que nos cuentes las tuyas.
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domingo, 22 de marzo de 2020

UNA CUARESMA MUY ESPECIAL

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El Señor es mi pastor, nada me falta:
en verdes praderas me hace recostar,
me conduce hacia fuentes tranquilas
y repara mis fuerzas. 

Me guía por el sendero justo,
por el honor de su nombre.
Aunque camine por cañadas oscuras,
nada temo, porque tú vas conmigo:
tu vara y tu cayado me sosiegan. 

Preparas una mesa ante mi,
enfrente de mis enemigos;
me unges la cabeza con perfume,
y mi copa rebosa. 

Tu bondad y tu misericordia me acompañan
todos los días de mi vida,
y habitaré en la casa del Señor
por los años sin término. 
(Salmo 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6)

Hoy es el IV domingo de Cuaresma y el segundo de esta cuarentena forzosa. Ocho días llevamos confinados en casa y, por momentos, se hace dura la convivencia en un espacio reducido, porque las noticias que escuchas no son esperanzadoras, porque la incertidumbre de la situación no te da tranquilidad y sobre todo, porque te das cuenta de lo que hace una semana tenías y ahora, te falta.

Dios sabrá por qué. Él nunca abandona a sus hijos. Mi confianza está puesta en su Divina Providencia que no desampara jamás a sus criaturas y mi seguridad, en la certeza de que todo sucede por el bien de los que aman a Dios.

Una Cuaresma muy especial que me impide acudir a la Iglesia a diario y recibir los sacramentos. Mi corazón está apenado porque no puedo comulgar ni confesar sacramentalmente.  Sólo mi confianza y mi fe en Dios me levantan el ánimo cada día y me invitan a la paciencia, a la perseverancia, a la contrición, al arrepentimiento y a la conversión. Porque me falta mucho por recorrer...

Resultado de imagen de cuaresma 2020 en cuarentenaUna Cuaresma muy particular, en la que, de una forma más intensa y real (quizás con mayor obligación que otras ocasiones), rezo para dar gracias a Dios por mi salud y la de los míos, y pedirle por los que no la tienen, ayuno para privarme, forzosa y voluntariamente, de las cosas que habitualmente realizo y hago penitencia para, confinado en casa con los que más quiero, velar por el bien común y el propio, y que ofrezco como sacrificio. 

Una Cuaresma muy singular que me entristece el corazón por las terribles noticias que veo y escucho en los medios de comunicación; por las situación de colapso que viven muchas personas que trabajan por nuestra salud y bienestar; por todas las personas que están angustiadas, que sufren y que mueren, incluso solas; por este momento lleno de renuncias y de ofrendas, pero idóneo para atender la llamada de Dios y volvernos a Él, con el corazón contrito y arrepentido, sabiéndonos  insignificantes, frágiles y vulnerables.

Una Cuaresma muy purificadora que me invita a buscar con anhelo una unión más estrecha con Dios en oración, a procurar una mayor cercanía con Él, a encontrar resguardo y guía en su Palabra, a pedirle una mayor confianza y una fe más firme, y así poder experimentar su misericordia y sentirme muy amado por un Padre que nos cuida y nos protege. 

Una Cuaresma muy peculiar que me propone un espacio que habitualmente, por falta de tiempo, de oportunidades o de "ganas", paso por alto. Un ámbito muy cercano donde poder entrenar y trabajar con más ahínco mi caridad y mi coherencia cristianas. Una tierra propia donde nadie es profeta. Me refiero a mi familia. 
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Una Cuaresma muy particular para seguir asistiendo diariamente a los sacramentos, Eucaristía y Confesión, aunque sea espiritualmente, online y a distancia. Desde la intimidad de mi casa o desde la profundidad de mi corazón hago propósito de enmienda, para cambiar todo aquello de mi carácter, de mis pensamientos o de mis actos que me impide ser un cristiano auténtico y conforme a la voluntad de Dios.

Una cuarentena para recapacitar sobre todas las cosas que doy por hecho y que ahora me faltan como la salud, el trabajo, el bienestar... y que son regalos de Dios, no derechos míos. 

Una cuarentena para reflexionar sobre las personas a las que critico y juzgo porque ponen su confianza en el hombre y no conocen a Dios, y rezar por su conversión...porque también son hijos de Dios y no enemigos míos.

Una cuarentena para meditar sobre las intenciones con las que me propongo cambiar la forma en que la vivo mi vida, para cambiar la forma en la que trato a mi familia, para cambiar la forma en la que me relaciono con los demás...porque es la voluntad de Dios y no la mía.

Una cuarentena para pensar más en los que sufren, en los que están solos, en los que menos tienen, en los que más necesitan, en los que son más vulnerables, en los que están enfermos y procurar su bien, dando la vida por ellos. No hay amor más grande.

Una cuarentena para, más que aplaudir, proclamar:

"Creo, Jesús mío,
que estás real
y verdaderamente en el cielo
y en el Santísimo Sacramento del Altar. 

Te amo sobre todas las cosas
y deseo vivamente recibirte
dentro de mi alma,
pero no pudiendo hacerlo
ahora sacramentalmente,
ven al menos
espiritualmente a mi corazón.
Y como si ya te hubiese recibido,
te abrazo y me uno del todo a Ti. 

Señor, no permitas que jamás me aparte de Ti."
 Amén
(San Alfonso María de Ligorio)

lunes, 9 de marzo de 2020

ALIMENTAR EL ESPÍRITU

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"Está escrito: No sólo de pan vive el hombre,
 sino de toda palabra que sale de la boca de Dios." 

(Mateo 4,4; Lucas 4,4)

Dios ha creado al hombre como un ser único, dotado de cuerpo y espíritu. El cuerpo necesita sustento, cuidado y alimento para sobrevivir, crecer y desarrollarse satisfactoriamente. De la misma forma, también el espíritu necesita alimento, cuidado y atención. 

Jesús mismo nos lo dijo: “No sólo de pan vive el hombre, sino que de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Con ello, quiso decir algo más que dar una respuesta al Tentador: que cultiváramos nuestro espíritu, que alimentáramos nuestra vida interior ante las tentaciones de estar pendientes sólo de las necesidades de nuestro cuerpo.

Por ello, debemos alimentar nuestra vida espiritual para no caer en una fe superficial, anímica, tibia, mediocre, relativista e indiferente.

Necesitamos un adecuado desarrollo espiritual para no caer en el desprecio por lo trascendental, en el endurecimiento de nuestro corazón y en la deformación de nuestra conciencia.

Pero antes de desarrollar nuestro espíritu, tenemos que cimentar una conciencia recta y una voluntad fuerte

Despues, cultivar nuestra inteligencia y dejar que el Espíritu Santo modele nuestro corazón, guiar nuestra alma y derramar sus dones y sus gracias, para conducirnos hacia un camino de santificación.

Una vez cimentadas nuestra conciencia, vol
untad e inteligencia por la Gracia, los cristianos necesitamos una formación espiritual sólida, firme y segura, que nos proporcione las herramientas necesarias para tomar un camino de madurez

En él, creceremos día a día, reflejaremos en nuestra vida el mensaje de Jesucristo de forma integral, así como el amor a Dios y al prójimo, mediante la búsqueda del bien, la verdad y la belleza.
La formación espiritual nos dará una mayor profundidad en nuestra relación con Dios, a través de la oración, la lectura de la Palabra, el discernimiento de la fe, la comprensión y aceptación de la doctrina y el seguimiento de los sacramentos.

Una buena sugerencia para em
pezar, es buscar guía y dirección espiritual en un sacerdote o en un consagrado. Pero, además y sobre todo, en la Eucaristía, en la Palabra de Dios, en el Magisterio y la Tradición de la Iglesia.

Entonces comenzaremos una vida coherente con Cristo y, con el tiempo, llegaremos a asemejarnos a Él.

Elementos de vida cristiana

Una vida cristiana coherente implica que asimilemos algunos de los elementos imprescindibles y que se adquieren con una correcta formación espiritual:

Sentido sagrado
Descubrir la presencia de Dios en nuestra vida. 

Tomar conciencia del sentido sagrado de nuestra existencia y comprender para qué hemos sido creados. 

Ver todo con los ojos de Dios.

Mostrar a Dios la debida adoración, humildad, agradecimiento, recogimiento, etc.

Oración

Entablar un diálogo íntimo con Dios y meditar lo que nos suscita.

Recurrir a Él de forma natural, en actitud de agradecimiento por sus dones, y especialmente, por su amor infinito. 

Pedir lo que conviene, no lo que deseamos. 

Orar individualmente y en familia. 

Y hacerlo continuamente. 

Sacramentos

Comprender el sentido de los sacramentos como signos de la gracia, como acciones de Dios, no como meros ritos o símbolos. 

Vivirlos como la presencia real de Cristo, que actúa en nuestra alma, iluminándola, fortaleciéndola, vivificándola. 

Vivir la Eucaristía como centro de la vida del cristiano, como fuente de gracias inagotables. 

Sagrada Escritura

Conocer la Sagrada Escritura, Palabra de Dios viva en nuestro día a día.

Profundizar en el contacto con Jesús y sus enseñanzas a través del Evangelio.

Tomar conciencia de que aplica a nuestra vida, hoy y ahora.

Alimentarnos con frecuencia de la Palabra, dedicando tiempos a leer en familia, en pareja, a orar y meditar en comunidad.

Catequesis

Aprender las verdades fundamentales de nuestra fe a través del Catecismo, el Magisterio, las encíclicas de los santos padres, libros de espiritualidad, etc., para llegar a conocer mejor a Dios y, por tanto, a amarle más. 

Aprender de las vidas de santos, ejemplos vivos de hombres y mujeres que se entregaron heroicamente en la práctica de las virtudes, que amaron a Dios y a las almas, hasta dar su vida por ellos, que abandonaron fortuna, casa y la propia libertad, para proclamar la Buena Nueva.

Lucha y sacrificio

Pelear contra las tentaciones y los enemigos de nuestra alma: mundo, demonio y carne.

Realizar pequeños sacrificios y renuncias, para disponer nuestra alma para el combate por la santidad y fortalecer el ánimo para la lucha. 

Mantener a raya nuestras tendencias al egoísmo, la soberbia y la sensualidad mediante una exigente y continua práctica de la mortificación cristiana.

Todos nuestros sacrificios, unidos a los de Nuestro Señor en la Cruz y ofrecidos por las almas, son fuente de conversión y de redención para ellas. 

Ofrecer nuestros dolores, tribulaciones, sufrimientos físicos o morales como reparación del terrible mal del pecado que tanto ofende al Corazón de Jesús.

Apostolado y Espíritu evangélico

Descubrir a Cristo en nuestro prójimo, especialmente en el que está más necesitado.

Motivarnos a dar, a ayudar, a preocuparnos, a servir, a orar por otros. 

Ofrecer nuestro tiempo, nuestras capacidades, nuestro dinero para formar un corazón generoso. 

Dar testimonio de Dios en nuestra vida.

Hablar, insistir, predicar con el ejemplo el verdadero espíritu total y radical del Evangelio, sin minimizarlo, ni suavizarlo.

Presentar el ideal cristiano tal cual es. 

No permitir que el conformismo, el relativismo y el buenismo penetren en la vivencia de nuestra fe, haciéndonos caer en un catolicismo “light” y falto de sentido sobrenatural. 

No dejar que una idea errónea de lo que es la fe católica se apodere de nuestro pensamiento.

Virgen María

Y por último, ponernos en manos de Nuestra Madre, la Virgen Santísima.

María es el camino más perfecto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.

Consagrarnos a su Inmaculado Corazón y formar parte de su familia como "hijos de la luz".

Dejar en sus manos nuestros dones y miserias, nuestros talentos y problemas para que Ella los maneje con su mano sin mancha.

Pedirle innumerables y continuas gracias para que así, podamos ser dignos hijos de Dios.

martes, 28 de enero de 2020

IDENTIFICANDO PELIGROS EN LA EVANGELIZACIÓN

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"Todos los métodos son inanes sin el fundamento de la oración. 
La evangelización ha de estar siempre empapada 
en una intensa vida de oración.
Proclamar a Dios es introducir [a los demás] en una relación con Dios, 
es enseñar a orar. 
La oración es la fe en acción. 
Es hora de reafirmar la importancia 
frente al activismo y al creciente secularismo 
de muchos cristianos comprometidos en obras de caridad. 
El cristiano que ora no pretende ser capaz de cambiar el plan de Dios 
o de corregir lo que Él ha previsto, 
sino que, más bien, busca un encuentro con el Padre de Jesucristo, 
pidiendo a Dios que, con la consolación del Espíritu, 
lo conforte a él y a sus obras."
(Benedicto XVI)

La Iglesia, hoy más que nunca, necesita cristianos comprometidos con el gran desafío del siglo XXIla evangelización.

Durante mucho tiempo, quizás hemos puesto demasiado énfasis en la Cruz y en la muerte de Jesús, y hemos obviado (casi callado) que Jesucristo ha resucitado. 

Posiblemente, no hemos facilitado a otros una comprensión sólida de Dios, más allá de una vaga deidad, de una idea abstracta del mensaje evangélico o de un conjunto de normas. 

Y en los últimos años, nos hemos lanzado a la evangelización con buenos deseos de servir a Dios pero sin mucho conocimiento y sin apenas formación, por lo que es necesario que seamos capaces de identificar a lo que nos enfrentamos.

Para centrar el tema, lo primero que debemos saber es que el Diablo no quiere que las personas descubran el amor de Dios y por ello, trata de:

quitarle la iniciativa de la evangelización a Dios, haciéndonos creer que podemos "hacer cosas" para Dios sin confiarnos a Él, fiándonos sólo de nuestro esfuerzo y nuestra capacidad.

- quitarle el protagonismo de todo apostolado al Espíritu Santo, convirtiéndolo en una alocada multiplicación de actividades, donde el orgullo y la vanidad sustituyen a la gracia.

- quitarle la importancia de la predicación de su mensaje a Jesucristo, centrando toda la atención en nosotros mismos, en nuestros sentimientos, en nuestros problemas, en nuestras pérdidas y en nuestros sufrimientos.

Algunos de los peligros comunes que surgen en la evangelización son:

Activismo

El primer peligro de toda evangelización es el activismo. Muchos de nosotros, aunque comprometidos con una "vida de fe en acción, de Iglesia en salida", en ocasiones, nos dejamos llevar por un exagerado activismo...

Activismo es "hacer sin rezar", es decir, acción sin contemplación y, aunque la realicemos con buena intención, está condenada a la ineficacia. 

¡Cuántas veces nos lanzamos a "hacer cosas" sin pensar! o lo que es peor ¡sin rezar!

Ante la tentación o la duda, debemos ir a la fuente, mirar a Cristo. Jesús vivió siempre en intimidad con Dios antes de emprender cualquier tarea en sus tres años de vida pública, pero antes, estuvo cultivándola durante sus 30 años de vida privada. 

Este es el mayor ejemplo que Cristo nos ha dado: en toda circunstancia, cultivar nuestra vida interior. Nuestra relación con Dios es nuestro primer campo de misión. Sin intimidad con Dios, sin oración, es imposible llenarnos de Cristo. Y si no nos llenarnos de Cristo ¿cómo vamos a darlo a conocer a otros?

Por eso, debemos rezar. Orar es relacionarnos íntimamente con Dios, es decirle "sí’ a su gracia, es aceptar su invitación a unirnos a Él, a confiar en Él. Es entonces cuando todo "encaja", todo "resulta". 


Antes de evangelizar a otros, lo primero que debemos hacer es
 preguntarnos ¿me relaciono con Dios? ¿me dejo impregnar por su gracia? ¿me abandono a Él¿creo en el poder de la oración?

Secularismo

El segundo peligro al que nos enfrentamos es el “secularismo", es decir, el riesgo de sucumbir al pensamiento dominante del mundo, marcado por el relativismo y la negación de la Verdad

¡Cuántas veces pensamos que todo es relativo, que no existen verdades inmutables ni valores objetivos! ¡Cuántas veces pensamos que en la vida cristiana todo vale, aunque no sea verdad!

Nuestra fe cristiana, otrora un río de caudal enérgico, fijo y permanente por el que navegábamos hacia el mar, ha perdido sus márgenes y se ha convertido en un estanque plácido y apático, sin energía ni propósito, en el que todos flotamos, pero en el que no llegamos a ninguna parte.

Cuando una fe rebajada o descafeinada pone la Verdad en tela de juicio... Cuando un apostolado plácido e insulso pone el énfasis “en lo superficial”, en lo "efímero"... Cuando no testimoniamos a Cristo de una manera auténtica y radical, la evangelización pierde su sentido y toda su efectividad.

Recuperar una fe misionera sólo es posible una vez que hemos conocido el amor ardiente de Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14,6)

Entonces, recuperamos los márgenes, el caudal y la energía del río, para saber adonde ir, lo que hacer y hacerlo con pasión.

Egoísmo

El tercer peligro es caer en la apatía y la placidez de ese estanque que nos hemos "fabricado". Un "egoísmo" basado en una malentendida idea de la “libertad”, que nos conduce a la soberbia con la que pretendemos hacer lo que queremos, lo que nos conviene o lo que nos resulta más cómodo.

Por conveniencia, queremos "hacer de Dios", y no dejamos a Dios ser Dios, pretendiendo decir nosotros lo que se debe hacer.

Por comodidad, queremos determinar la esencia de la misión encomendada por Jesús a los apóstoles haciendo prevalecer nuestro propio parecer.

Por vanidad, deseamos convertirnos en los artífices de los métodos y en los autores de los frutos de la evangelización.  

¡Cuántas veces actuamos como si el éxito dependiera de la habilidad y destreza del albañil, y no del plan magistral del Arquitecto! 

¡Cuántas veces intentamos "captar" almas por y para nosotros, en lugar de conseguirlas de Dios y para Dios!

¡Cuántas veces queremos ser a toda costa "eficaces", "exitosos","resultadistas" o"relevantes"!

Con frecuencia, olvidamos que es Cristo quien se encuentra con nosotros en el camino, quien nos capacita y quien nos invita libremente a seguirlo. 

Cuando aceptamos su llamada y le seguimos, lo hacemos comprendiendo que nuestra misión no es nuestra sino de Cristo, que los resultados no son nuestros sino de Dios, que nada depende de nosotros sino de su Gracia.  

Nosotros, trabajamos y cosechamos como "siervos inútiles, haciendo lo que tenemos que hacer"

Dios está vivo, y ha resucitado para habitar en nuestros corazones, en nuestras vidas. Si no tenemos experiencia de Cristo vivo, poco evangelizaremos. Si no testimoniamos a Cristo en nuestras vidas, nuestro apostolado es estéril.

Recordando las palabras de San Pablo, “Ya no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí”cuando Jesucristo vive realmente en nosotros, nuestros egos y vanidades desaparecen. Entonces, el fruto es abundante.

Sentimentalismo

Otro gran peligro de todo apostolado es ampararse en el sentimentalismo. Con él, el estanque plácido que hemos fabricado se convierte en un pantano turbio de emotividad.

Muchos que llegan a la fe por la evangelización, sucumben a la seductora inclinación de buscar sólo consuelo y refugio, como si de magia se tratara. 

Es la "religión del sentimiento" que deja fuera la dimensión inteligente y reflexiva de la persona, su capacidad de captar el carácter verdadero de aquello que anhela.

Es "la evangelización emotiva" que se refugia en un "hedonismo", en una búsqueda del placer, que le hace "sentirse bien", "a gusto" y que evita a toda costa el sufrimiento de la cruz.

El sentimiento diluye la fe, y por tanto, la misión, convirtiéndola en un acto absolutamente subjetivo, que deja de ser un acto sobrenatural de adhesión de la inteligencia (animada por la voluntad y con la ayuda de la gracia) a las verdades inmutables del cristianismo.

Sentirte bien no significa necesariamente que la fe sea fe. La fe cristiana no es una cuestión de sentimiento, es un acto de la inteligencia. La "razón" nos lleva a la verdad. La "emoción", posiblemente, al error.

Jesús no predicaba a sus discípulos con emociones ni sentimientos sino razonando todo lo que decía, a través de explicaciones, parábolas o ejemplos. 

Tampoco evangelizaba para sentirse bien o para que otros se sintieran bien, sino para darnos ejemplo, al coger su cruz y negarse a sí mismo por nosotros. 

La fe es negarse a sí mismo, tomar la cruz y seguir a Cristo (Marcos 8,34).

En conclusión, si abrazamos la evangelización, innata a la vida cristiana, de manera completa y confiada a la verdad, a la bondad y a la belleza de Cristo, la radicalidad del amor atraerá la atención del mundo. Entonces, cumpliremos la misión que nos ha sido encomendada.

Tratemos más de "mostrar", que de "decir", de "ser" más que de "hacer", de "dar" más que "recibir".

No les digamos a otros qué pensar ni cómo comportarse. No tratemos de hacer cosas ni de hacer sentir.

Mostremos a todos que la belleza del mensaje evangélico se basa en que muchos católicos comprometidos aman de verdad a los demás.

Testimoniemos a otros que la bondad de la Iglesia supera con creces las obras de caridad que realiza.

Demostremos a los demás que la Iglesia no es sólo una jerarquía de "hombres de blanco y negro, de alzacuellos y sotanas", sino que está formada por muchas personas que, siguiendo a Cristo, "dan la vida por los demás".

Manifestemos al mundo que la verdad del cristianismo se fundamenta en el amor que nuestro Señor que nos tiene, y hagámoslo llenos de coraje, entusiasmo y alegría.


Para reflexionar y profundizar:

- L'Ame de Tout Apostolat (El alma de todo apostolado), Jean-Baptiste Chautard

jueves, 7 de noviembre de 2019

AYER CONOCÍ A UN SANTO


Ayer conocí a un Santo... Por primera vez en mi vida... vi la santidad encarnada. A un hombre de Dios. A Dios en un hombre.

Ayer vi el rostro de Cristo. Lauténtica paz reflejada en su tierna mirada, reflejo de su limpio corazón. La genuina humildad expresión de su actitud cercana. La verdadera mansedumbre  en el destello de sus delicados gestos. 

Ayer vi el corazón de Cristo. En su pureza de intención y su profunda paz. En su piel castigada por años de lucha y persecución. En su tez oscura, curtida por el intenso sol africano. En la honradez de sus manos suaves y delgadas, portadoras de bendiciones. 

Ayer volví a caminar con él hacia Emaús. Y como Jesús, me habló alto y claro. Me explicó que el pasaje de los discípulos de Emaús del Evangelio de Lucas es la más perfecta Lectio divina, donde Cristo se interpreta a sí mismo. 

Ayer comprendí que el camino de la unidad es la Verdad, que el camino de la esperanza es la oración, que el camino del amor es la Eucaristía, que nos conduce al encuentro con Cristo vivo, resucitado y presente.

Ayer descubrí el sufrimiento silencioso de quien ama de verdad. Porque sólo quien ama, sufre. Porque sólo quien se entrega, ama. Porque sólo quien da la vida por los demás, es capaz de alcanzar el amor extremo.

Ayer escuché a quien habla en silencio. A quien no necesita palabras para expresar su plenitud. A quien vive lleno de Dios. A quien tiene una relación estrecha con el Creador.

Ayer hablé con un Bienaventurado que no necesita deslumbrar para ser luz. Que no busca aliño exterior para ser sal. Que gime desde las entrañas. Que reza desde el interior. Que sólo busca y necesita a Dios. 

Ayer conocí a un Bendito que me pidió oraciones por él. Esa fue su única "ambición": encontrar Su Misericordia. Ese fue su único "egoísmo": hallar Su Gracia. Ese fue su único deseo: ser digno de Su Amor. 

Ayer conocí a Robert Sarah. Y me dio su bendición.

martes, 6 de agosto de 2019

DIOS ME ESCUCHA. ¡PURO DON!

Ésta es la seguridad que tenemos en Dios: 
que si pedimos algo según su voluntad,
 nos escucha. 
(1 Juan 5, 14)

Acabo de terminar de leer el libro de C. S. Lewis "Si Dios no escuchase - Cartas a Malcom" en la que el brillante autor y converso al cristianismo habla con gran convicción de la oración como puro don de Dios.

No puedo estar más de acuerdo con Lewis en que la importancia de la oración no se basa tanto en que Dios nos conceda lo que le pedimos sino en el hecho de que nos escucha.

Los cristianos, cuando oramos, no hablamos de "resultados" sino de que somos "escuchados" o incluso, "respondidos". Lo que no quiere decir que se cumplan nuestros deseos o expectativas.

Dios, como Padre amoroso, escucha a sus hijos pero, al igual que los que somos padres no podemos conceder todo lo que nos piden nuestros hijos, Él siempre nos da lo que es bueno para nosotros.

La oración no es en ningún caso un monólogo ni un soliloquio ni un diálogo entre mi yo exterior y mi yo interior.

Tengo la certeza de que Dios me escucha todos los días y de que yo le escucho a Él. Dios jamás defrauda.

¿Por qué lo sé?

Porque Dios me ha regalado la posibilidad de conocerle personalmente, íntimamente. ¡Puro don!

Porque le escucho en Su Palabra y en mi corazón cada día, porque tengo contacto directo con Él, porque a través de la oración me da a conocer su voluntad. ¡Pura gracia!

Porque le veo continuamente a mi alrededor, porque le veo sonreír en la creación, porque me hace guiños continuamente, porque le veo actuar en las personas que pone en mi camino. ¡Puro regalo!

Porque Él quiere...por ¡Puro amor!

La fe me muestra que todo lo que hay en la Tierra me habla de su amor y que me sigue allá donde vaya.

Dios quiere ser una presencia amorosa y constante en mi vida, si yo le abro la puerta de mi corazón.

Dios quiere comunicarse personal y directamente conmigo.

Dios quiere compartir conmigo confianza y naturalidad, sorpresas y enseñanzas, sonrisas y lágrimas.

Dios quiere que converse con Él, que le cuente "mis cosas", que le diga lo que me preocupa y, sobre todo, cuanto le quiero.

Dios quiere tener conmigo una relación profunda y sincera, real y auténtica, libre y espontánea. De corazón a corazón.
Y quiere, no porque me necesite, ni porque no sepa de mí, ni porque quiera tener "público".
Quiere...porque me quiere.

Cuando hablo con Él, trabaja mi corazón, cincela mi espíritu y moldea mi carácter.

Así es Dios. Un infinito torrente de amor hacia mí.

¡Puro don!

jueves, 25 de julio de 2019

EL DOBLE CAMINO: ORACIÓN EN ACCIÓN

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"La acción es una oración con hechos!

¡Cuantas veces hemos hablado en "petite comité" sobre qué es más importante, la oración o la acción! ¡Cuántas veces hemos defendido qué va antes, la una o la otra!

Sin embargo, ambas no sólo no son contrapuestas ni excluyentes, sino que son absolutamente complementarias y dependen la una de la otra. Es como preguntarse ¿qué fue antes el huevo o la gallina?

El Papa Francisco hace poco, decía: "La escucha de la palabra del Señor, la contemplación y el servicio concreto al prójimo no son dos comportamientos contrapuestos, sino, al contrario, son dos aspectos ambos esenciales para nuestra vida cristiana; aspectos que no van nunca separados, sino vividos en profunda unidad y armonía. Oración y acción están siempre profundamente unidas. Una oración que no lleva a la acción concreta hacia el hermano pobre, enfermo, necesitado de ayuda, en dificultad, es una oración estéril e incompleta. Pero del mismo modo, cuando en el servicio eclesial se está atento solo al hacer, se da más peso a las cosas, a las funciones, a las estructuras, y se olvida de la centralidad de Cristo, no se reserva tiempo para el diálogo con Él en la oración, se corre el riesgo de servirse a sí mismo y no a Dios presente en el hermano necesitado."

De la oración brota la fuerza sobrenatural que hace eficaz la acción apostólica y de la acción brota la comunicación con Dios para saber cuál es su voluntad en cada actividad, en cada momento.

Sin oración, la evangelización se convierte en mero activismo sin sentido sobrenatural, sin alcance redentor. 

Sin acción, la contemplación se convierte en mero ensimismamiento sin sentido natural, sin alcance apostólico.
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Imagen relacionadaEl camino de la oración lleva necesariamente a la acción, y esta acción será más fecunda, mientras más intensa sea la vida de oración.

Es cierto que los "activistas" o defensores de la acción, pudieran ver la oración como una pérdida absoluta de tiempo. ¿Por qué rezar en lo escondido cuando pueden estar transformando el mundo?

Como también es cierto que muchos de los "orantes" o defensores de la oración, pudieran ver la acción como una pérdida impulsiva de energías. ¿Por qué hacer cosas en un mundo agitado cuando pueden estar en la tranquila presencia de Dios?


Y yo me pregunto, ¿hay una posición intermedia? ¿es posible hallar un equilibrio entre oración y acción?

Para la mayoría de nosotros, el equilibrio es un problema. Tendemos a pensar en términos de blanco y negro; de bueno y malo; de correcto y incorrecto; de importante y urgente.

Pero Dios, en su Palabra, nos muestra que en la vivencia de la fe cristiana, en la vida espiritual, existe un equilibrio perfecto entre oración y la acción:

Moisés escuchó la llamada de Dios en la soledad del desierto para, luego, cumplir Su voluntad, de regreso a Egipto y liberar a Su pueblo.

Jesús anunció el mensaje de Amor después de salir de la soledad del desierto, para luego, mantener un ritmo de acción y oración, moviéndose del mundo al Padre, y del Padre al mundo, una y otra vez.

Los apóstoles, después de la llegada del Espíritu Santo en oración, explotaron en acción.

San Pablo fue un denodado hombre de acción orante.

Henri Nouwen, r
econocido autor cristiano, dijo: “La vida cristiana no es una vida dividida entre tiempos para la acción y tiempos para la contemplación. No. La acción social real es una forma de contemplación, y la contemplación real es el núcleo de la acción social. . . La vida espiritual no nos aleja del mundo, sino que nos lleva a profundizar en él ”.

Nuestra vida de fe y servicio a Dios y a los hombres, gracias a la providencia divina, crea un espacio para que Dios trabaje en nuestro día a día.

Pasamos tiempo en silencio, Dios habla; Ayunamos, Dios nos llena; Adoramos, Dios nos habla; Hacemos una pausa, un retiro, Dios nos envía.

El Espíritu de Dios se mueve en, a través y alrededor de nosotros. Es entonces, cuando ocurre la verdadera transformación. Pero primero tenemos qu
e hacer espacio para Dios.

Una vez transformados por su Gracia, trabajamos con una fuerza sobrenatural para ren
ovar el mundo, pero no depende de nosotros.
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Oramos por los problemas del mundo, pero luego debemos comprometernos en las soluciones. Pedimos la intervención de Dios, pero Él quiere "necesitarnos". ¿No deberíamos, por lo tanto, orar mientras servimos? o ¿servir mientras oramos?

Por tanto, la oración es necesaria antes de la acción. Y durante y después de la acción, es también necesaria la oración.

La oración es comunicación, pero es mucho, mucho más. La oración nos conecta con el creador del universo, el Rey eterno. La oración alinea nuestros pensamientos y acciones con el Espíritu Santo, y entre nosotros.

El poder de la oración, une al pueblo de Dios con los propósitos de Dios, y puede cambiar el mundo. La oración llena nuestros corazones, nuestras manos, nuestras palabras y nuestras vidas con poder y significado. Cada movimiento que hacemos es una alianza con Dios, llena de oración, llena de esperanza y de fe en la voluntad de Dios. Cada palabra que oramos se combina con el poder del Espíritu Santo en una acción santa.

San Juan Pablo II dijo:
 “La misión sigue siendo siempre, primariamente, obra de Dios, obra del Espíritu Santo, que es su indiscutible ¡protagonista!”, recordándonos que por muy necesarios que sean los esfuerzos humanos, el éxito no depende de nosotros, pues la misión es “obra de Dios”. 

La Madre Teresa de Calcuta, sobre "rezar el trabajo" dijo: 
“Nuestra actividad será verdaderamente apostólica en la medida en que dejamos que Dios sea quien trabaje en nosotros y a través de nosotros. Así, mientras más recibimos en la oración de silencio, más podemos dar en nuestra vida activa, en nuestra labor”
.

Dios siempre toma la iniciativa. No somos nosotros quienes damos el primer paso. Pero sí quienes nos comprometemos cuando escuchamos la voz de D
ios.

Esta es la idea: dejar a Dios ser Dios, dejar que Dios actúe mientras nosotros pedimos y servimos. No somos nosotros actuando; es Dios actuando a través nuestro. El éxito y la gloria son de Dios.
Oremos y escuchemos mientras Dios actúa a través de nuestro servicio. San Benito decía: "Ora et labora", y yo creo que se refería a realizar ambas a la vez. 

Ni podemos sólo quedarnos en la oración, pretendiendo que lo haga Él todo, ni salir a la acción sin conocer la voluntad de Dios, pretendiendo arreglar el mundo por nuestra cuenta.

Debemos vivir, servir y orar en un perfecto equilibrio
, el que Jesús nos enseñó: "oración en acción", o lo que es lo mismo, un servicio centrado en la voz de Dios y en la atención al hombre.

San J
uan Pablo II, dijo: "La oración debe ser cada vez más el medio primero y fundamental de la acción misionera en la Iglesia” porque “la auténtica oración, lejos de replegar al hombre sobre sí mismo o a la Iglesia sobre ella misma, le dispone a la misión, al verdadero apostolado”.

Benedicto XVI, sobre la Nueva Evangelización, dijo:“Todos los métodos están vacíos si no tienen en su base la oración. La palabra del anuncio siempre debe contener una vida de oración. Jesús predicaba durante el día y de noche rezaba”.

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Oración franciscana

Que Dios me bendiga con incomodidad
en respuestas fáciles, medias verdades y relaciones superficiales,
para que viva en lo profundo de mi corazón.

Que Dios me bendiga con santa indignación
ante la injusticia, opresión y explotación de las personas,
para que pueda trabajar por la justicia, la libertad y la paz.

Que Dios me bendiga con lágrimas
por los que sufren dolor, rechazo, hambre y guerra
para que pueda extender mi mano para consolarlos 
y convertir su dolor en alegría. 

Y que Dios me bendiga con suficiente insensatez 
para creer que puedo hacer una diferencia en el mundo, 
para que pueda hacer lo que otros dicen no se puede hacer, 
traer justicia y bondad a todos nuestros pequeños y pobres. 
Amén